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El análisis de este corpus de escritos evangelísticos no es posible aquí, pero se puede decir con certeza que, al declarar el evangelio de la gracia gratuita de Dios en Cristo, los puritanos no dejan nada que desear con respecto a los estándares de ninguna época anterior o posterior. Su creencia, como hijos de la Reforma, de que todos los contenidos de la Escritura tienen relación o con la ley o con el evangelio, los llevó a una exploración extremadamente rica de ambas partes. La sugerencia expresada ocasionalmente de que había algo legalista en su énfasis en la necesidad de una «obra preparatoria» de contrición y humillación por el pecado, antes de que los hombres puedan acercarse a Cristo, es bastante falsa: la única realidad que ellos estaban enfatizando (y, ciertamente, a veces lo hacían con mucho esfuerzo, en conformidad a las necesidades de sus lectores) era la realidad de que, dado que el hombre caído, está naturalmente enamorado del pecado, es psicológicamente imposible para él abrazar a Cristo de todo corazón como un Salvador, no solo por el castigo del pecado, sino por el pecado en sí mismo, y por lo tanto, no puede acercarse a Cristo si no alcanzado un estado mental que le permite odiar el pecado y anhelar su liberación. En ese sentido, la «obra preparatoria» a la que ellos se referían, era simplemente la creación de ese estado mental. En general, el relato puritano de la conversión como una obra del hombre volviéndose hacia Dios, que al mismo tiempo es una obra de Dios volviendo al hombre hacia Sí mismo, parece reflejar exactamente lo que dice el Nuevo Testamento.
2. Libros de casuística, que detallan los estándares de conducta establecidos en la ley de Dios para que los cristianos puedan vivir con una buena conciencia, sabiendo que están haciendo la voluntad de Dios. El siglo que siguió a la Reforma fue una gran época de «casos de conciencia» entre los romanos y los protestantes, pero mientras que la casuística jesuita era una guía para el sacerdote en el confesionario, la casuística de los puritanos era una guía para el cristiano común en la vida cotidiana. Perkins fue el pionero aquí, pues, por medio de la Biblia, reformó sistemáticamente la herencia medieval en los temas de la conciencia y las buenas obras; la mayoría de los contenidos de los tres volúmenes tamaño folio de sus obras (1616–1618) giran en torno a la casuística.27 El enorme Directoriode Baxter condensa dos generaciones de trabajo en este campo, y entre Perkins y Baxter hay una abundancia de libros más pequeños acerca del tema, tales como Plaine and Familiar Exposition of the Ten Commandments[Una explicación sencilla y familiar de los Diez Mandamientos] de John Dod y Thomas Cleaver (1603) (del cual existieron diecinueve ediciones en un periodo de treinta y dos años), y muchos tratados acerca de áreas particulares en donde surgieron problemas en lo que respecta la conducta correcta, tal como sucede ahora en las diferentes áreas de la vida (el matrimonio y la familia; el trabajo; las cosas ocultas; el uso de las riquezas; la administración de la verdad, etc.). Todo este material sigue siendo muy impresionante en cuanto a su profundidad de comprensión tanto de la enseñanza bíblica como de los paralogismos del corazón humano.
3. Libros de parénesis(exhortación), que eran escritos para «consolar» (es decir, fortalecer y alentar), y para dar al cristiano motivos y recursos para tener una «obediencia alegre» sobre la base de una «seguridad triunfante». En esta categoría se encuentran innumerables volúmenes que «abren» los temas del evangelio: el amor de Dios, la obra de Cristo, el ministerio renovador del Espíritu y el compromiso de salvar que es hecho al creyente por las tres personas de la Trinidad en el pacto de gracia. Me aventuro a afirmar que la riqueza de estos tratados aún no tiene paralelo, por muy anticuada y difícil que sea su forma. En esta categoría también podemos incluir a los libros que tratan directamente con la seguridad de salvación, libros diseñados para ayudar a los cristianos que se encuentran en estados de ansiedad, morbilidad y sequedad («deserción»), para que puedan discernir la autenticidad de su fe, frente a los sentimientos de desesperación, y para que estén conscientes de la realidad de su posición en la gracia ante la tentación de llegar a la conclusión de que están perdidos. Estos libros fueron escritos porque durante todo el período puritano hubo muchas almas atribuladas que necesitaban ayuda de este tipo. Ya que las preguntas: «¿Qué debo hacer para ser salvo?» «¿Seré parte del número de los escogidos?» y «¿Estaré en el estado de gracia?» eran preguntas que estaban enredadas dentro de las mentes de muchos, pero una de las principales fortalezas de los escritos pastorales de los puritanos, en lo que respecta al trato pastoral, era que tenían la habilidad de desenredar esas preguntas y aclarar las confusiones que surgían a causa de ese enredo. La obra pionera en este campo fue el Tratado de Perkins titulado: Treatise Tending unto a Declaration whether a man be in the estate of Damnation or in the estate of Grace and if he be in the first, how he may in time come out of it; if in the second, how he may discern it, and persevere in the same to the end [Un tratado que tiende a declarar si un hombre se encuentra en el estado de condenación o en el estado de gracia, y, si se encuentra en el primer estado, ayudarle a entender la manera en la que puede salir de ahí; pero si se encuentra en el segundo, que sepa la manera en la que puede estar seguro de eso y la manera en la que puede perseverar hasta el final] (1586); y por otra parte, el tratado clásico acerca del tema, quizás sea The Christian’s Great Interest[El gran interés del cristiano], la cual fue escrita por el teólogo escocés, William Guthrie, a quien John Owen admiraba mucho.
En resumen, esas eran las características de la literatura devocional puritana. Pero, por otra parte, podríamos usar El Progreso del peregrino de Bunyan como un índice pictórico para evaluar el alcance y el contenido de esa literatura. William Haller, quien, en 1938, escribió lo que hasta ahora sigue siendo la mejor introducción a esta literatura, habla de su «extraordinaria vitalidad»28, y, además, también existe una gran cantidad de testimonios contemporáneos acerca de su utilidad. Baxter mismo recuerda que, cuando él tenía alrededor de 15 años,
un pobre vendedor ambulante vino a la puerta (…) Y mi padre le compró el libro del Dr. Sibbes, The Bruised Reed [La caña cascada]. Ese libro (…) abrió ante mí la verdad del amor de Dios, y me dio un entendimiento más vívido del misterio de la redención, y de cuán grande era mi deuda para con Jesucristo (…) Después de esto, tuvimos un Siervo que tenía una pequeña porción de las obras del Sr. Perkins (que incluía: Repentance [Arrepentimiento], The Art of Living and Dying Well [El arte de vivir y morir correctamente], y The Government of the Tongue [El gobierno de la lengua]) Y la lectura de eso me instruyó de manera profunda y me afirmó en la fe (…) la lectura de la obra del Sr. Ezek. Culverwell, Treatise of Faith [Un tratado acerca de la fe] verdaderamente me hizo mucho bien, y muchos otros excelentes libros, se convirtieron en mis maestros y consoladores: Y el uso que Dios, por encima de los ministros, le dio a estos libros en beneficio de mi alma, me produjo una especie de amor excesivo por los buenos libros (…) Recuerdo al principio qué deleite para mi lectura fue el breve tratado del Sr. Perkins, Treatise of the Right Knowledge of Christ crucified [Tratado acerca del entendimiento correcto del Cristo crucificado], y su Exposition of the Creed[Exposición del credo]; porque fueron libros que me enseñaron a vivir por fe en Cristo.29
Ese es solo un ejemplo de los muchos testimonios que podríamos mencionar. Esta literatura como un conjunto es notablemente homogénea, y su propósito es constante: inducir fe, arrepentimiento, seguridad y celo gozoso en medio de una vida de peregrinaje, conflicto y buenas obras, a las que están llamados los santos; en otras palabras, su propósito era crear y mantener una condición espiritual de avivamiento personal, en toda la extensión de la palabra.
Los dos hechos que hemos visto hasta ahora, a saber, la centralidad del avivamiento en el propósito puritano y el avivamiento personal como el enfoque principal de la literatura puritana, nos conducen hacia el tercer hecho: el ministerio de los pastores puritanos, con la ayuda de Dios, dio lugar al avivamiento. Solamente en términos de avivamiento es como podemos describir adecuadamente la notable bendición que fue en aumento a lo largo del siglo XVII hasta la época de la Restauración Inglesa.
El patrón para el ministerio puritano fue establecido por las Escrituras y por el Libro de oración ordinal, que describe al clero como un grupo de personas llamadas «a ser mensajeros, vigilantes y mayordomos del Señor; a enseñar, amonestar, alimentar y mantener a la familia del Señor; y a buscar las ovejas de Cristo que están dispersas en el extranjero». Sin ir demasiado lejos, a partir de los registros hagiográficos de los ministros puritanos30 y a partir de los ideales establecidos por El pastor renovado de Baxter31 podemos ver de una manera suficientemente clara la manera en la que este llamado era entendido y puesto por obra. Muchos de los pastores eran hombres con grandes dones y con una gran unción, cuya predicación era «poderosa» en todos los sentidos y cuyo ministerio de consejería, como «médicos del alma», transformó muchas vidas trastornadas. Para ilustrar esto, y la forma en que a lo largo de los años aumentaron los frutos del ministerio fiel, aquí les presento una pequeña muestra de tres de estos hombres en acción.
Richard Greenham, un pionero pastoral, quien era titular de Dry Drayton, a casi 12 kilómetros de Cambridge, de 1570 a 1590. Él fue un hombre que trabajó extremadamente duro. Se levantaba diariamente a las cuatro; y cada lunes, martes, miércoles y viernes predicaba un sermón al amanecer, con la intención de captar la atención de su rebaño antes de que se dispersara por los campos; luego, el domingo predicaba dos veces, y además catequizaba a los niños de la parroquia cada domingo por la tarde y cada jueves por la mañana. Por las mañanas estudiaba, por las tardes visitaba a los enfermos o salía a los campos «para testificarle a sus vecinos mientras estaban en Plough». Henry Holland, su biógrafo, nos dice que, en su predicación: «Era tan comprometido y se esforzaba tanto que, su camisa generalmente estaba tan húmeda por el sudor, como si hubiera estado empapada de agua, de manera que, tan pronto como bajaba del púlpito, se veía obligado a cambiarse la ropa».32 Además, sus habilidades de consejería pastoral eran muy impresionantes. En ese sentido, Holland escribe: «Debido a que tenía una gran experiencia y una excelente facultad para aliviar y consolar las conciencias angustiadas, era buscado por personas que vivían cerca y lejos, las cuales gemían por causa de aflicciones y tentaciones espirituales (…) la fama de este médico espiritual se extendió ampliamente en el extranjero, de manera que era demandado por muchos, y el Señor se alegró tanto de bendecir su trabajo que, por su conocimiento y experiencia, muchos fueron devueltos a la alegría y al consuelo». Sus amigos esperaban que escribiera un libro sobre el arte de la consejería, pero nunca lo hizo; no obstante, transmitió gran parte de su saber a los demás de manera oral. En una carta a su obispo, describió su ministerio como: «predicar a Cristo crucificado a mí mismo y a la gente del campo»,33 y el contenido de sus obras publicadas póstumamente (un pequeño libro tamaño folio de más de 800 páginas) lo confirma. Sin embargo, a pesar de su piedad, su perspicacia, su mensaje evangélico y su trabajo duro, su ministerio fue prácticamente infructuoso. Otras personas fuera de su parroquia fueron bendecidas a través de él, pero no fue así con su propia gente. «Greenham tenía pastos verdes, pero ovejas magras», esa era una frase que circulaba entre los piadosos de la época. De acuerdo con Holland, estas fueron las palabras que Greenham le dijo a su sucesor: «No percibo que mi ministerio produzca un buen crecimiento en las familias, sólo en una de ellas».34 En la Inglaterra rural de los días de Greenham, había mucha tierra sin arar, el tiempo en el que le tocó trabajar era tiempo de siembra, pero el tiempo de cosecha todavía esperaría para el futuro.
Ahora pasemos al ejemplo de Richard Fairclough, quien era Rector de Mells (de 1647 a 1662), una aldea en Somerset, y que fue amigo del gran John Howe, quien predicó en su funeral, como Fairclough lo había solicitado en su testamento. Del sermón de Howe podemos rescatar las siguientes palabras:
Pronto se hizo evidente el tipo de estrella que había surgido(…) la cual muy pronto hizo que una aldea rural oscura se convirtiera en un lugar muy conocido, las personas de varios kilómetros a la redonda llegaban hasta ese gran punto de reunión, de manera que me asombré al mirar un auditorio tan abarrotado como el que tuve la oportunidad de mirar (…) y por lo general así fue siempre la asistencia durante su fructífero ministerio. Y, ¡oh, cuán propensa era la congregación a derretirse ante el calor de su fervor santo! Sus oraciones, sermones y otras funciones ministeriales estaban acompañados con esa extraña vivacidad afilada, y, en algunos momentos, con autoridad; pero además se dirigía hacia los demás con tal suavidad, gentileza, dulzura, y encanto, que uno pensaría que es casi imposible resistir el espíritu y el poder con el que hablaba. Y el efecto que su ministerio producía tenía una correspondencia influenciada por una medida bendita; ya que los oyentes se convirtieron en personas religiosas muy ilustradas, conocedoras, juiciosas, y reformadas. Sus labores en esa área fueron casi inimaginables. Además de sus prácticas habituales en el día del Señor, que consistían en la oración, la lectura de las Escrituras, la predicación, la catequización, la administración de los sacramentos (…) por lo general, se reunía en público de madrugada, cinco veces por semana, para orar y predicar una enseñanza expositiva acerca de alguna porción de las Escrituras (…) él siempre tuvo una congregación grande (…) Y a pesar de eso, él siempre encontraba un tiempo, no sólo para visitar a los enfermos (pues siempre que tenía ese tipo de oportunidades las aprovechaba con gran entusiasmo) sino también (de manera constante) para visitar a todas las familias a su cargo; y también buscaba un tiempo para conversar personalmente con todos los que eran capaces de esforzarse por comprender el estado actual de sus almas, y se comprometía a servirles por medio de instrucciones, reprimendas, amonestaciones, exhortaciones y estímulos adecuados para cada individuo; y realizó todo ese trabajo con la mayor destreza y placer imaginables; su corazón entero estaba entregado a esa labor (…) Cada día, durante muchos años seguidos, él acostumbraba a levantarse a las tres de la mañana, o a veces antes, para estar con Dios (lo cual era su gran deleite) mientras otros dormían.35
Este ejemplo es esencialmente igual al de Greenham: sin embargo, en ese caso el tiempo de cosecha ya estaba comenzando.
Finalmente, démosle un vistazo al ejemplo de Richard Baxter, quien ministró en Kidderminster desde 1641 hasta 1660, con una interrupción de cinco años durante la Guerra Civil. Kidderminster era un pueblo que tenía aproximadamente 2 000 adultos, y aparentemente, la mayoría de ellos fueron convertidos a través de su ministerio. Él testifica que cuando los conoció, eran «personas ignorantes, groseras, y entregadas a los placeres, debido a que casi nunca habían tenido una predicación avivada y seria entre ellos». Pero su ministerio fue bendecido de manera asombrosa.
Cuando entré por primera vez en mis labores, presté especial atención a todos los humillados, reformados o convertidos; pero cuando había trabajado mucho, le agradó a Dios que los convertidos fueran tantos, que no podía darme el tiempo para observaciones tan particulares, y después llegaron y crecieron cantidades considerables, de una manera tan inmediata que, para mí es difícil entender cómo ocurrió.
Y de esta manera Baxter narra en retrospectiva lo que aconteció después:
La congregación generalmente estaba llena, por lo que después de mi llegada nos sentimos animados a construir cinco galerías más (…) La iglesia hubiera tenido capacidad para alrededor de mil personas sin las galerías. Nuestras reuniones privadas también estaban llenas. En los días del Señor no se veía desorden en las calles, pero era posible escuchar a un centenar de familias cantando salmos y repitiendo sermones mientras uno pasaba por las calles. En pocas palabras, cuando llegué por primera vez, había aproximadamente una familia en cada calle que adoraba a Dios e invocaba Su nombre, y cuando me fui, había algunas calles en las que no había una sola familia que no adorara a Dios; y debido a que no era una mera profesión de piedad seria, podemos tener certeza de su sinceridad. Y esas familias que en otro tiempo eran las peores, siendo Hostales y Tabernas (sic) por lo regular tenían alguna persona en cada casa que aparentaba ser religiosa (…) Cuando comencé mis deberes pastorales y empecé a catequizarlos, en todo el pueblo hubo muy pocas familias que se reusaron a venir (…) [Baxter les pidió que lo visitaran en su casa]. Y muy pocas familias se fueron de mi casa sin lágrimas en sus ojos, o sin un aparente compromiso serio de vivir una vida piadosa.36
A lo que Baxter se refiere aquí es a la práctica que describe y elogia en El pastor renovado, la cual se sabe que también era practicada por Howe y Fairclough, que consistía en entrevistar sistemáticamente a las familias con el propósito de darles un trato espiritual personalizado. Baxter se reunía con las familias de esta manera a un ritmo de siete u ocho por día, dos veces a la semana, para poder atender a las 800 familias de la parroquia cada año. «Primero los escuchaba recitar las palabras del Catecismo [él utilizaba el Catecismo menor de Westminster], y después examinaba con ellos el sentido de esas palabras, finalmente, los instaba con toda la razón y la vehemencia posibles para estimular sus afectos y guiarlos a poner en práctica esas palabras. Invertía alrededor de una hora con cada familia». Su testimonio con respecto al valor de esta práctica tiene un peso enorme. «Descubrí que, hasta ahora, nunca habíamos tomado un mejor rumbo que éste, en lo que respecta a la destrucción del reino de las tinieblas. Puedo decir que esa práctica ha producido señales externas de éxito en la mayoría (…) más trascendentes que los efectos de mi predicación pública».37
Y continúa su evaluación de resultados, diciendo:
Algunos de los pobres comprendieron de manera competente el cuerpo de la teología (…) Algunos de ellos tienen tal capacidad para la oración, que muy pocos ministros pueden igualarlos (…) La gran mayoría de ellos puede orar de una manera muy admirable con sus familias, o con otros. El temperamento de sus mentes y la inocencia de sus vidas era mucho más loable que sus partes [habilidades]. Los profesos de piedad seria, eran por lo general, personas con una mente y un porte muy humildes…
Y, en 1665, pudo escribir que, a pesar de la intensa presión anti– puritana ejercida en contra de ellos, durante los años transcurridos desde que los dejó, «ninguno de ellos, que yo sepa (…) se deslizó, ni abandonó su honestidad».38 Su comentario final es: «¡Oh, qué soy yo (…) para que Dios me aliente en abundancia, cuando los reverendos Instructores de mi juventud trabajaron cincuenta años seguidos en un solo lugar y apenas pudieron decir que habían convertido una o dos de sus Parroquias!».39 Pero, durante la época del Interregno llegó el tan esperado tiempo de cosecha. Y como mi comentario final, me gustaría hacer la pregunta: ¿Acaso eso no fue un avivamiento?
En conexión con eso, el comentario de Baxter acerca de la religión durante el periodo de Cromwell es muy relevante. Esto fue escrito en 1665:
Debo presentar este testimonio fiel de aquellos tiempos, pues, hasta donde yo conocía, donde antes había un predicador piadoso y productivo, en ese entonces hubo seis o diez pastores; y si comparamos el primer caso con el segundo, supongo que hubo un aumento proporcional de personas verdaderamente piadosas (…) Aquellos lugares en los que los pastores tenían habilidades excelentes y vidas santas, los cuales tenían sed de buscar el bien de las almas, y dedicaban por completo su tiempo, su fuerza y sus propiedades, y no pensaban en dolores ni costos, esos eran lugares en los que las multitudes se convertían a la santidad seria (…) Dios bendijo maravillosamente las labores de Sus fieles ministros unánimes, pero eso no hubiera ocurrido si no se hubiera levantado la facción de los prelatistas (…) y las facciones de los sectarios vertiginosos y turbulentos, junto con la pereza y el egoísmo de muchos de los que formaban parte del ministerio, pues yo digo que, si no hubiera sido por estos impedimentos, a Inglaterra le hubiera tomado más de un cuarto de siglo lograr convertirse en una tierra de santos, en un patrón de santidad para todo el mundo, y en un inigualable paraíso en la Tierra. ¡Nunca hubo oportunidades tan perfectas para santificar a una nación, como las oportunidades que ha tenido esta tierra al ser confundida y pisoteada como hasta ahora! ¡Ay de aquellos que fueron las causas de esa tragedia! [Él se refiere aquí a los perversos eventos que sucedieron después de la Restauración Inglesa].40
Mi propósito en este estudio es tratar de presentar una afirmación creíble de que el puritanismo fue un movimiento de avivamiento. Y yo creo que la evidencia que he presentado cumple con ese propósito. Pienso que, si hacemos un estudio más profundo del ministerio puritano en la Inglaterra del siglo XVII, (de manera similar a lo que hizo Irvonwy Morgan en su libro The Godly Preachers of the Elizabethan Church, [Los predicadores piadosos de la Iglesia isabelina], eso nos permitiría concluir rotundamente que, a mediados de ese siglo, estaba ocurriendo en Inglaterra una obra de gracia, la cual era tan potente y profunda como su contraparte más conocida que ocurrió cien años después. Ciertamente, la comprensión del evangelio y los principios de su ministerio en los dos períodos fue idéntica, sin contar las rarezas particulares de la teología de John Wesley, las cuales él mismo calificó erróneamente como arminianismo, tratando de defender la tradición de la familia Wesley, pero que en realidad se podría calificar de una mejor manera como un calvinismo inconsistente.41 Los estudios recientes sobre el avivamiento evangélico han hecho evidente nuestra gran deuda para con el puritanismo;42 y George Whitefield, amigo de Jonathan Edwards (un puritano puro que nació fuera de tiempo), fue quien, en 1767, como ya lo habíamos visto, escribió: «Durante estos treinta años, he enfatizado que, a medida que la religión viva y verdadera se va avivando, ya sea en casa o en el extranjero [se refiere a la Gran Bretaña o a Estados Unidos], los buenos escritos de los antiguos puritanos (…) se vuelven cada vez más necesarios».43 Es interesante que, en 1743, Whitefield también escribió en su diario lo siguiente, acerca de su visita a Kidderminster: «Hasta este día me he sentido muy renovado después de descubrir el dulce sabor de la buena doctrina, las obras y la disciplina del Sr. Baxter».44 El movimiento puritano y el movimiento evangélico deben estudiarse juntos; sus vínculos entre sí son mucho más fuertes y numerosos de lo que a veces se cree. Evidentemente, la gran diferencia es que, debido a que después de dos generaciones el avivamiento evangélico se convirtió en algo socialmente aceptable, los hombres de la Restauración, como parte de su rechazo público al orden revolucionario, dispersaron y erradicaron sistemáticamente el fuego del cristianismo puritano. Yo creo que un estudio más detallado, basado en un conocimiento más profundo del estado de la religión en Inglaterra de la década de 1650, podría ayudarnos a tener un entendimiento más adecuado del que actualmente tenemos con respecto al juicio de Baxter cuando dijo: «Nunca hubo oportunidades tan perfectas para santificar a una nación, como las oportunidades que ha tenido esta tierra al ser confundida y pisoteada como hasta ahora».