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Sin duda, en la Inglaterra puritana no ocurrió nada tan espectacular como el avivamiento de Sixmilewater en Antrim durante la década de 1620, aquel «resplandor brillante y ardiente del evangelio» como lo llamó Robert Fleming,45 cuando el extravagante James Glendinning predicó la ley con tal vehemencia que afligió grandemente a las personas, debido a que no sabía cómo predicar el evangelio, de tal manera que Robert Blair y otros tuvieron que hacerlo por él; y tampoco ocurrió nada tan asombroso como lo que pasó aquel lunes de 1631 en la parroquia de Kirk o “Shotts, cuando durante una hora y media John Livingstone predicó como nunca antes volvió a predicar, ni antes ni después, a tal grado que muchas personas testificaron que se habían convertido o que al menos sus vidas cristianas habían sido transformadas por el poder de las palabras que habían escuchado. También estoy seguro de que no hubo nada como esa inolvidable conferencia en Dedham, que tuvo lugar en algún momento de la década de 1620, en la que los 500 oyentes del gran John Rogers se sintieron abrumados por descuidar la lectura de sus Biblias, tal como lo testifica la siguiente cita de John Howe, en la cual cuenta una anécdota de lo que Thomas Goodwin, quien estaba presente en la conferencia, le contó:
Él personificó a Dios frente a las personas, diciendo: «Yo les he confiado mi Biblia por mucho tiempo (…) está en una y en otra casa cubierta de polvo y de telarañas; y ustedes no se preocupan ni por darle un vistazo a su interior. ¿Ustedes están descuidando así mi Biblia? Pues entonces ya no tendrán más mi Biblia» Y después levantó la Biblia y la retiró como si la estuviera apartando de la gente; y en ese mismo momento personificó al pueblo de Dios, se postró en sus rodillas, y clamó y suplicó con mucho fervor: «Señor, haz lo que quieras con nosotros, pero no nos quites Tu Biblia, mata a nuestros hijos, incendia nuestras casas, destruye nuestros dioses; pero déjanos Tu Biblia, llévate todo menos Tu Biblia». Seguido de eso, personificó una vez más a Dios, diciéndole a la gente: «Si eso es lo que quieren, está bien, los pondré a prueba por un tiempo; aquí tienen mi Biblia para ustedes, yo observaré cómo la utilizan, si la aman y la valoran más, si la obedecen más, si la practican más y viven más conforme a ella».
De acuerdo con el relato de John Howe, lo que ocurrió después fue que, tanto Thomas Goodwin como las demás personas presentes, en ese preciso momento se encontraban inundados en lágrimas, y cuando Goodwin salió de ahí, «se sentía tan contrito que se abrazó al cuello de su caballo y lloró sobre él durante un cuarto de hora, pues antes de eso, no tenía poder para montarse al caballo; de esa magnitud fue la impresión que, tanto en él como en las personas en general, causó la amonestación por el descuido de la Biblia»46 Sin embargo, por lo general, el avivamiento puritano parece haber sido una obra relativamente tranquila y ordenada, que estaba separada del fanatismo que surgió durante las décadas de 1640 y 1650 cuando éste se encontraba en su apogeo.
3
Si uno quiere tener una mayor luz con respecto al avivamiento puritano será necesario estudiar la teología puritana, particularmente su innovador interés y concentración en las cosas relacionadas con el ministerio del Espíritu Santo;47 y también será necesario estudiar la adoración puritana, con su énfasis en el «trabajo de corazón», la espontaneidad, el canto de himnos y salmos, la oración libre impulsada por el Espíritu, la cual está caracterizada por «familiaridad», «plenitud» y «afecto», y la predicación del pecado y la gracia de una manera «sencilla, apremiante y franca» la cual por una parte «desgarra» la conciencia y por otra parte, derrama sobre ella el bálsamo sanador del evangelio.48 La teología y la adoración puritanas, a medida que se desarrollaron, mostraron cada vez más su carácter como productos y complementos del avivamiento. Como ya se dijo anteriormente, una exploración más profunda de los anales del ministerio puritano también nos podría dar un entendimiento más fresco con respecto a este movimiento. Por ejemplo, sería fascinante aprender más acerca de hombres como Elkanah Wales, de Pudsey, quien «fue considerado como el predicador que tuvo más éxito en la conversión de almas, en todo el país», o de muchos otros como Greenham que tuvieron una mayor influencia» entre los extranjeros y los oyentes ocasionales de la que tuvieron entre su propia gente»;49 o del itinerante Henry Oasland de Bewdley, «quien viajó de un lugar a otro, predicando fervientemente y ganando muchas almas para Dios»;50 o de Thomas Tregoss de Mabe, al oeste de Cornwall, quien «afirma que su conversión ocurrió después de haberse enrolado algún tiempo en el ministerio (…) y quien también sufrió por su postura Inconformista»;51 o de Samuel Annesley, el abuelo materno de John Wesley, a quien el Parlamento «infiltró» en Cliffe (Kent) en lugar de un ministro que había sido escandaloso pero popular, y cuya congregación, resentida por el cambio, lo atacó «con varillas, trinches, y piedras; amenazándolo de muerte», pero ante esa situación, el prometió dejarlos tan pronto como estuvieran listos para aceptar a otro ministro igual que él, y tal como él lo había dicho, después de que «la gente fue grandemente reformada, y su trabajo tuvo un éxito maravilloso» mantuvo su palabra y se fue, «para no darle lugar a ninguna aparente ligereza de su parte que pudiera ser de tropiezo para sus jóvenes convertidos»;52 o de Thomas Lye, el evangelista de niños, quién todavía era recordado más de 40 años después de que su ministerio terminara, debido a «su excelente don para catequizar a los más jóvenes, a los cuales por medio de muchos artificios logró convencer de deleitarse en la obtención del conocimiento de las mejores cosas».53 Estos hombres (literalmente había cientos como ellos) fueron ministros avivados, que laboraron en tiempos de avivamiento, y sus historias nos pueden llevar directamente hacia el corazón del movimiento puritano. Lamentablemente, si incluyéramos todas esas historias, este libro sería demasiado largo. Sin embargo, mi argumento ha sido presentado y defendido, y con eso me doy por satisfecho.
Capítulo cuatro
•
LOS ESCRITOS PRÁCTICOS DE
LOS PURITANOS INGLESES

Pero esa recomendación no la hacía únicamente para los ministros. En la carta dedicatoria de su primera obra escrita, The Saints’ Everlasting Rest [El reposo eterno de los santos] (1649; un éxito en ventas de 844 páginas, que fue reimpreso anualmente durante los primeros diez años después de su publicación), instó a su congregación de Kidderminster con las siguientes palabras: «Lean muchos escritos de nuestros teólogos antiguos y sólidos.»59 Y ahí se refería a los mismos escritores «prácticos y fervorosos». La invitación a leerlos, a menudo con recomendaciones particulares, aparece muchas veces en los libros devocionales de Baxter, los cuales fueron puestos juntos para aumentar este corpus. En el prefacio de su sermón acerca de la soberanía absoluta de Cristo (1654), Baxter escribió:
Me he esforzado por adaptar todo, o casi todo, en contenido y forma, a la capacidad de las personas del vulgo. No obstante, el contenido es muy necesario para toda clase de personas, pero lo publico principalmente para los del vulgo; y yo preferiría que este texto fuera contado entre aquellos libros que viajan de puerta en puerta por todo el país, entre la mercancía de los vendedores ambulantes, antes de que se pusiera entre los libros que se encuentran en los estantes de las librerías, o entre los libros que guardan en las bibliotecas de los teólogos eruditos. Y mi intención, si Dios me concede el tiempo y la capacidad, es diseñar de esa manera la mayoría de mis publicaciones.60
Baxter mismo, un cuarto de siglo antes, había aprendido la fe en Cristo de la obra de Sibbes, The Bruised Reed [La caña cascada], la cual compró su padre de manos de un vendedor ambulante en la puerta de su casa,61 y él no podía imaginar una mayor utilidad para sus propios libros que la de cumplir con tal ministerio. Aquí, nuevamente, podemos ver un indicador del valor tan preciado que él había encontrado en «las obras prácticas y fervorosas de los escritores ingleses».
Mi tarea en este momento es introducir o reintroducir a estos hombres ante el mundo cristiano, el cual por lo general los ha descuidado. Ya que en su época ellos fueron populares y apreciados, y después de dos siglos las personas seguían estimándolos de esa manera, pero actualmente son muy poco conocidos. El interés por el puritanismo que se ha despertado en los últimos 50 años es principalmente académico, pero parece que muy pocos creyentes están leyendo las reimpresiones puritanas que afortunadamente están disponibles hoy en día.62 Creo que esta negligencia nos ha empobrecido gravemente, y me gustaría verla llegar a su fin.
De manera que me referiré a estos «escritores ingleses prácticos y fervorosos» como puritanos, de la misma manera en la que todos los demás los llaman. Pero es importante aclarar que así es como los veían en el siglo XVIII,63 y que los autores contemporáneos no tienen la misma perspectiva. Sin embargo, es necesario resaltar que, en el campo de la teología práctica, el uso de la palabra «puritano» no corresponde con ninguna de las aplicaciones que se le daban en el periodo (1564–1642) en el que comenzó a usarse.64 Durante ese período era un insulto, el cual conllevaba uno, o los dos males, de la «iglesia pura»: el elitismo y la censura arrogante —dos formas horribles de orgullo. Esa era la carga semántica de esta palabra, la cual se aplicaba con desprecio a los que aspiraban a ser reformadores de la iglesia nacional y a las personas piadosas en general, como le ocurrió al padre de Richard Baxter, a quien sus vecinos le hacían burla llamándolo «puritano» por quedarse en su casa los domingos por la tarde para leer la Biblia y orar con su familia, en lugar de salir a bailar y jugar con el resto del pueblo.65 Aparte de los oscuros Anabaptistas de Londres, quienes, de acuerdo con el informe de John Stowe, se llamaban a sí mismos «puritanos, los corderos sin mancha del Señor»,66 nadie más reclamó ese nombre, de hecho, William Perkins, la figura paterna de estos «escritores ingleses prácticos y fervorosos» rechazó ese término como una palabra «vil».67 De manera que, es evidente que, esta palabra es inestable y difícil de manejar. R. T. Kendall observa con justicia que, «si hemos de aceptar consistentemente el término «puritano», tenemos dos opciones, o reajustar la definición para que se adapte a un hombre a la vez, o, si estamos tratando con una tradición, comenzar con una definición y terminar con otra». Kendall opta por denominar a estos hombres «prácticos y afectuosos» como: la escuela de los «predistinacionistas experimentales», lo cual es apropiado.68 Sin embargo, por comodidad, me quedaré con la descripción convencional de estos escritores, y me referiré a ellos como puritanos.
La mejor introducción a estos escritores «prácticos y afectuosos» es su historia, la cual a continuación voy a revisar de manera rápida. Ya que, ésta no es muy bien conocida. Pero lo que es más conocido es el hecho de que, a partir de 1564 la etiqueta de «puritano» aplicaba a los defensores de una reforma más externa para la Iglesia de Inglaterra; y una gran cantidad de historiadores a lo largo de dos siglos han definido al puritanismo de esa manera. G. M. Trevelyan, por ejemplo, sigue ese modelo típico cuando explica el puritanismo como «la religión de todos aquellos que deseaban “purificar” a la iglesia establecida de la mancha del papado o que buscaban adorar por separado utilizando formas de adoración más “purificadas”».69 Sin embargo, en raras ocasiones se ha reconocido que la agitación eclesiástica puritana era solo un aspecto de un movimiento religioso multifacético, cuyo principal objetivo era el evangelismo y la educación espiritual. Este movimiento pastoral, en el que los conformistas y los inconformistas, anglicanos, presbiterianos, independientes, bautistas y erastianos eran esencialmente uno, no era un movimiento espectacular, como tampoco lo son la mayoría de los movimientos pastorales. Nunca fue un movimiento con un nombre partidario, y su historia nunca se ha escrito de manera adecuada. Esa historia es una de avivamiento espiritual, que comenzó siendo pequeño, pero que a lo largo del siglo empezó a ganar más ímpetu, hasta que, las políticas de la Restauración Inglesa hicieron que éste se disolviera. En resumen, esta historia contiene los siguientes puntos.
1
Diez años después del asentamiento isabelino, la Iglesia de Inglaterra se encontraba en mal estado. En primer lugar, por causa de la falta de dinero. Las depredaciones reales y aristocráticas en la época de la Reforma habían hecho que los fondos para sostener a la Iglesia fueran tan bajos que era imposible darle sustento económico a un pastor titular. Además de eso, había falta de hombres. Las persecuciones de la reina María habían acabado con los protestantes convencidos; el Juramento de Lealtad impuesto por la reina Isabel había arrasado con los papistas convencidos; y la mayoría de los clérigos que quedaban eran hombres con capacidades muy pobres y sin convicciones claras. Se sabía que muchos de ellos llevaban una vida inmoral. Las necesidades económicas de la iglesia eran solventadas por una pluralidad de extranjeros, y los artesanos sin ninguna preparación ministerial eran ordenados al ministerio, a falta de alguien mejor, de manera que ellos únicamente leían los servicios del domingo, y durante la semana continuaban con sus oficios y sus negocios. Por esa razón, muchas iglesias permanecieron muchos años sin que se predicara un solo sermón. Ni siquiera los obispos isabelinos podían atraer al ministerio a suficientes jóvenes universitarios que ayudaran a solucionar esta podredumbre.
La ignorancia del clero rural de mediados del siglo XVI se puede juzgar a partir de los registros de la investigación del obispo Hooper sobre las condiciones en su diócesis en 1551. A esos ministros se les hicieron las siguientes preguntas:
1. ¿Cuántos mandamientos hay?
2. ¿En dónde se encuentran?
3. Repítelos.
4. ¿Cuáles son los artículos de la fe cristiana?
5. Compruébalos a través de las Escrituras.
6. Repite la oración del Padre nuestro.
7. ¿Quién nos enseñó esa oración y cómo lo sabemos?
8. ¿En dónde se encuentra esa oración?
De 311 ministros examinados, sólo 50 pudieron responder a todas las preguntas, 19 de ellos respondieron de una manera mediocre, 10 de ellos no se sabían el Padre nuestro, y 8 personas no respondieron a ninguna de las preguntas.70
Entre los años 1551 y 1570 no ocurrió nada que mejorara esa situación; sino todo lo contrario, porque como ya hemos visto, los hombres más capacitados, tanto del lado de los protestantes como del lado de los papistas, habían sido erradicados. Los únicos protagonistas competentes de la religión reformada en Inglaterra fueron los exiliados del reinado de María que regresaron, los cuales no se habían convertido en obispos ni decanos, y prácticamente todos se habían establecido en las universidades (Oxford y Cambridge) o en Londres. Y muy pocos regresaron para irse al campo. De manera que, debido a todos los cambios que ocurrieron en la religión de Inglaterra durante 20 años, era posible que la reforma doctrinal de la iglesia inglesa nunca hubiera ocurrido. En el tiempo de Eduardo VI, y también después del reinado de María, hubo algunos movimientos superficiales en dirección hacia el protestantismo en grandes sectores de la comunidad; pero para el año 1570 era evidente que esos cambios no eran nada menos que un movimiento antipapista violento. La religión de la justificación por la fe era prácticamente desconocida, y la superstición estaba extendida y arraigada entre las personas, tal como había sido en el siglo anterior. Aunque Inglaterra profesaba la religión protestante reformada y todas las personas asistían obedientemente a la iglesia los domingos (ya que era ilegal faltar a la iglesia), era una realidad que Inglaterra todavía no se había convertido.
En febrero de 1570, Edward Dering, un célebre líder puritano que predicaba ante Isabel, le habló claramente sobre este asunto.
Primero quisiera centrar su atención en sus prebendas, observe que algunas de ellas son profanadas con negociaciones, otras con reparticiones, otras son acumuladas como pensiones, otras son privadas de sus comodidades (…) Observe (…) a sus patrocinadores. Y he ahí, muchos están vendiendo sus prebendas, otros las están subcontratando, algunos las guardan para sus hijos, otros se las dan a los niños, unos las utilizan para el servicio de los hombres, y muy pocos las aprovechan para buscar pastores preparados (…) Observe a sus ministros, hay algunos de una ocupación, algunos de otra, algunos bravucones, algunos rufianes, algunos vendedores ambulantes, algunos cazadores, algunos jugadores y apostadores, algunos guías ciegos que no pueden ver, algunos perros mudos que no ladrarán…
Y, sin embargo, mientras se cometen todas estas prostituciones, usted, a quien Dios le pedirá cuentas de esto, permanece tranquila y despreocupada; dejando que los hombres hagan como mejor les parece. Debido a que todas esas cosas no afectan su propia comodidad, usted está contenta dejándolos hacer lo que quieren.71
Lo que Dering lamentó no fue la falta de ecos de Ginebra en la Iglesia de Inglaterra, sino la situación pastoral terriblemente estéril junto con el hecho de que Isabel se negara a hacer algo al respecto. En 1571, Cox escribió el siguiente testimonio de ella: «Tiene la costumbre de escuchar con la mayor paciencia los discursos amargos e hirientes;»72 y ella ciertamente se negó a dejar que las denuncias de Dering sacudieran su pasividad. La única reacción que el sermón logró en ella fue que a él se le suspendiera el permiso para predicar.
No es fácil visualizar lo que Isabel pudo haber hecho para mejorar esa situación, incluso si hubiera tenido la disposición de hacer algo; pero la realidad es que ella no quería hacer nada. Por razones políticas, ella deseaba que el clero estuviera constituido por hombres poco distinguidos, sin iniciativa, que se limitaran a seguir la corriente. Sin embargo, aquellos que estaban en busca de la conversión de Inglaterra y de la gloria de Dios en la Iglesia inglesa, no pudieron quedarse quietos igual que ella. Pero, ¿qué se requería de ellos para que alcanzaran ese avivamiento espiritual que estaban buscando? ¿Qué era lo que tenían que hacer? ¿Cuál debía ser su estrategia? Ante esas preguntas podríamos dar diferentes respuestas.
Algunos de ellos, guiados por los veteranos que habían sido exiliados por María, ya estaban haciendo campañas para remover cuatro ceremonias del Libro de oración: el sobrepelliz de los clérigos, el anillo de bodas, la práctica de marcar una cruz en la frente antes del bautismo, y la obligación de arrodillarse en la santa comunión. La objeción que ellos presentaron era que, además de la falta de aprobación de las Escrituras, esas prácticas parecían apoyar las supersticiones medievales que afirmaban que los clérigos eran sacerdotes mediadores, que el matrimonio era un sacramento, que el bautismo era mágico, y que la transubstanciación era real. Se pensaba que, si estas cosas eran quitadas, Dios sería honrado y el cristianismo básico sería apreciado mucho más.
Más adelante, en 1570, tras la destitución de Thomas Cartwright, quien tenía el título «Lady Margaret Professor of Divinity» por parte de Cambridge University, el cual fue destituido por abogar a favor del presbiterianismo en sus enseñanzas acerca del libro de los Hechos, se despertó una inquietud por «presbiterianizar» radicalmente a toda la Iglesia isabelina de Inglaterra por medio de las promulgaciones parlamentarias. Entonces, los hombres jóvenes comenzaron a liderar, y se hicieron muy evidentes la rigidez teórica y la arrogancia argumentativa, que generalmente aparecen cuando los revolucionarios juveniles están determinados a realizar algo. La famosa «Admonición al Parlamento» de John Field y Thomas Wilcocks, (que hizo que sus autores se ganaran un año en prisión) era el manifiesto de este movimiento. Ya que, también en ese escrito se insinuaba la idea de que, a través de algunos cambios, el honor de Dios y la piedad de los ingleses serían favorecidos. Edwin Sandys, arzobispo de York, había sido uno de los exiliados del reinado de María, y siempre fue un protestante valeroso, sin embargo, él veía a los agitadores presbiterianos con cierto escepticismo. En 1573, le escribió a Bullinger en Zúrich:
«Se han levantado nuevos oradores entre nosotros, jóvenes necios, quienes, al mismo tiempo que menosprecian la autoridad y no reconocen a sus superiores, están buscando derrocar y desarraigar por completo nuestra política eclesiástica (…) y se están esforzando por darnos una especie de «nueva plataforma» para la iglesia, que todavía no entiendo cómo funciona (…) para que puedas estar más familiarizado con todo el tema, recibe este resumen del asunto en cuestión, condensado en ciertos encabezados:
1. El magistrado civil no tiene autoridad en materia eclesiástica. Él es solo un miembro de la iglesia, cuyo gobierno debe estar comprometido con el clero.
2. La iglesia de Cristo no admite otro gobierno que el del presbiterio; es decir, el pastor, los ancianos y los diáconos.
3. Los nombres y la autoridad de los arzobispos, archidiáconos, cancilleres, comisarios y otros títulos y dignidades similares deben eliminarse por completo de la iglesia de Cristo.
4. Cada parroquia debería tener su propio presbiterio.
5. La elección de ministros debe estar en las manos del pueblo.
6. Los bienes, posesiones, tierras, ingresos, títulos, honores, autoridades y todas las demás cosas que les pertenecen a los obispos y a las catedrales, deberían serles quitadas desde ahora y para siempre.
7. No se le debería permitir predicar a ninguno que no sea pastor de una congregación; y éste debería predicar para su rebaño exclusivamente, y en ningún otro lugar…
Y de acuerdo con lo que Sandys declaró, nada de eso «podrá obrar para el beneficio y la paz de la iglesia, sino para su ruina y confusión. Si eliminamos la autoridad, la gente se precipitará de cabeza hacia todo lo que sea malo. Si eliminamos el patrimonio de la iglesia, al mismo tiempo estaríamos eliminando no sólo la sana enseñanza, sino la religión misma».73
Sin duda alguna, Sandys tenía razón al declarar que en la Inglaterra que el conoció, en donde la mayoría de las personas eran analfabetas y seguían estando entregadas a la ignorancia y la superstición, ese programa de reforma presbiteriana, sin importar cuales fueran sus motivos y sus justificaciones, era un programa doctrinalmente impracticable y contrario a la causa de la piedad. Lo que Inglaterra necesitaba no era el presbiterianismo sino lo que en realidad era necesario era un cuidado pastoral, es decir, que los pastores se preocuparan por atender a sus rebaños. Estos «presbiterianizadores» farfullaron intermitentemente durante los siguientes 20 años, pero no crearon una corriente de opinión sólida, y no pudieron comprobar que sus ideas eran la manera correcta para completar la búsqueda de la santificación de Inglaterra; sino todo lo contrario, y finalmente, los tratados injuriosos de Marprelate (1588–89) destruyeron la credibilidad moral de ese movimiento. ¡Burlarse de los dignatarios de la manera en la que lo hacían esos tratados, no era la fórmula para ganar almas! Fue otro evento de 1570 el que mostró un camino a seguir más fructífero.