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Quedamos en silencio, uno frente al otro, encerrados en nuestros pensamientos. Posiblemente ambos nos preguntábamos sobre nuestra decisión conjunta de publicar lo que ya llamábamos “El Juego de la Oca”, el proyecto que había nacido en Francia.
Mario al recibirse, decidido a desarrollar una carrera científica, entró como ayudante en la Cátedra de Física Biológica. Dos años después, un poco por identificación o por no verme ejerciendo la medicina, yo opté por Biología Celular, atraído por la personalidad del profesor Hersh “Coco” Gerschenfeld. En 1966, siguiendo el ejemplo del inefable Coco, tomé el camino del exilio. Mario pasó por París como becario en 1968. Estuvo algo más de un año y allí nos reencontramos puntualmente. Volvió a Buenos Aires al terminar su formación pero se vio obligado a partir nuevamente, ahora si formalmente como exilado, en 1976. Desde ese momento permanecimos los dos en Francia hasta el regreso de la democracia a nuestro país.
Un mozo se acercó a nuestra mesa y nos preguntó que pedíamos. Ya estábamos en la hora del almuerzo. Conocíamos nuestros gustos, éramos habitués de La Continental y pedimos sin dudar.
—Traiga cuatro porciones de muzzarella, dos de faina y dos vasos de vino blanco.
Comimos y bebimos en silencio, cada uno sumergido en sus pensamientos. Mario se incorporó, colgado al hombro el bolso en el que se leía “International Biophysics Congress. Buenos Aires 2002”.
—¿Me acompañás? Voy al Banco Francés. Tengo que cobrar un giro.
Lo miré con sorpresa y me largó su explicación.
—Cuando nos comprometimos para organizar el mundial de biofísica, hace cuatro años, estábamos en plena convertibilidad y la economía parecía marchar razonablemente bien. La cosa se decidió en una asamblea en Ámsterdam. Los americanos presentaron la candidatura de Los Ángeles pero los europeos, encabezados por ingleses y holandeses, nos sugirieron la posibilidad de Buenos Aires. Era una idea que habíamos acariciado desde el trabajo previo a nuestra salida hacia Holanda. Los delegados argentinos éramos tres: Raúl Grigera, Jorge Ponce Hornos y yo. Nos enganchamos con ganas y contra toda lógica ganamos la votación. La atracción de esta ciudad, que presentamos como la cuna del tango, jugó a nuestro favor.
—La verdad es que la relación entre la biofísica y el tango se me escapa un poco…
—Te equivocás. Un Congreso Mundial tiene aspectos sociales y económicos. La concurrencia de varios miles de personas es positiva para la imagen de la ciudad. El presupuesto de un evento de esa envergadura se planifica en dólares, se realiza en dólares y se liquida en dólares. La crisis política de diciembre hizo todo más complicado y cuando en enero anularon la convertibilidad fue la catástrofe. No te podés imaginar la cara del profesor North cuando vio todos los bancos cerrados. Es un inglés de Leeds y se había jugado primero al apoyar nuestra propuesta y luego al mantener su acuerdo en los momentos críticos. Pero todo esto vos lo sabés o te lo imaginás…
Paró de hablar mientras avanzábamos hacia el microcentro. Cuando llegamos al banco retomó su discurso. Yo lo miraba con compresión y solidaridad.
—Contra toda lógica la gente vino y el congreso se desarrolló con buenos resultados en lo científico, pero el lado financiero fue difícil. Tuvimos que bancarlo a North que no tenía acceso a su transferencia. Ahora voy a cobrar un subsidio que llega desde Londres. Son 10. 000 dólares otorgados por la fundación Wellcome Trust. ¡Siete meses después de la clausura del congreso! La verdad es que nos salvaron, si no la vida, al menos el prestigio frente a la comunidad científica internacional. Me van a dar el equivalente en pesos y luego hay que ir a una cueva para transformarlos en no se cuentos dólares. Espero que podamos cubrir los agujeros que quedaron. Por seguridad es que te pedí que vinieras, aunque si alguien está al corriente de la operación y planificó robarnos no creo que ni vos ni yo podamos impedirlo…
Yo seguía elaborando en mi cabeza la entrevista con Cristina y especulando sobre sus consecuencias. El Congreso de Biofísica y los problemas financieros de Mario estaban fuera de mi campo de atención. La caótica situación del país que reflejaban los hechos que estábamos viviendo me llevaban a pensar que una salida de esta crisis no sería fácil. ¿Tendría algún rol Cristina Fernández en lo que se venía?
—Decime Mario ¿Pensás que habrá elecciones? ¿Menem será candidato?
—Mandrake no soy. Mi problema es ver como yo y mi familia vamos a vivir en el futuro. Lo que cobro a fin de mes apenas me alcanza para pagar la luz. Volver a salir del país, ahora por razones económicas, no me entra en la cabeza. Por suerte mi mujer psicoanalista sigue trabajando. Mañana tengo una reunión con un grupo de científicos y docentes. Una de las salidas que evaluamos va por el lado de las universidades privadas…
Nos entregaron el dinero en el subsuelo del Banco Francés en Reconquista al 200. En la puerta nos esperaba un hombre joven, sonriendo. Mario suspiró tranquilizado e hizo la presentación del caso.
—Rubén es bioquímico y tesorero de la Sociedad Argentina de Biofísica. También funcionó como tesorero del Congreso. La verdad es que sufrió bastante.
Rubén tenía el aspecto que yo podía imaginar en un científico totalmente inmerso en su laboratorio. Aparentemente joven, aparentemente imberbe, un rostro afilado y un par de anteojos redonditos cabalgando sobre su nariz. Una sonrisa amplia y abierta que solo podía pertenecer a una buena persona. Pero su capacidad de custodia no me parecía mejor que la mía.
—Tenía miedo de no encontrarlos. Hace una hora que ando dando vueltas por aquí. El representante de la empresa que cubrió la organización hotelera del congreso nos espera a dos cuadras. Nos va a llevar a una cueva para cambiar el dinero. Está ansioso por asegurar que ellos cobren lo suyo ya que se comprometió personalmente con nosotros y tiene miedo por su lugar de trabajo.
—Bueno Néstor. Rubén me acompañará ahora, así que te libero y podés volver a tus cosas. Manteneme informado de tu relación con la señora.
—¿Tenés problemas con tu señora?
Rubén nos miró con cara rara. No entendía nada.
—No Rubén, con mi señora todo bien. La verdad es que no estoy casado.
Allí los dejé. Rubén y Mario llevarían el dinero a lugar seguro, acompañados por alguien seguramente interesado en un final exitoso del operativo. Yo seguía pensando en la mujer cuya mirada me había golpeado fuerte. No se porque trataba de imaginar como era su relación con Néstor Kirchner. Él era corporalmente lo que podíamos definir como la antítesis de mi autoimagen corporal. Grande, rasgos faciales marcados. En las pocas veces que lo vi, en una aparición pública, parece manejar con dificultad su relación con el espacio. Ella, como ya dije, me mostró una presencia que puedo definir como recatada, propia de su época y medio. ¿Es bonita, atractiva? Si, pero una vez más lo intelectual predomina sobre lo corporal.
2
Kirchner asumió la presidencia el 25 de mayo de 2003. A mediados de 2002 considerar la posibilidad de que él fuera electo sonaba a ejercicio de ciencia ficción. Una serie de coincidencias y enfrentamientos basados en intereses personales lo llevaron, con poco más del 20% de los votos, al gobierno. Las elecciones tuvieron lugar el 27 de abril y la renuncia de Duhalde llevó a adelantar la toma de posesión de Néstor, programada para el 10 de diciembre.
Leí con interés el borrador del discurso inaugural de Kirchner especialmente cuando supe, gracias a ciertas infidencias, que Cristina había tenido una participación central en su redacción. Con Jorge Altamirano, compañero de militancia del presidente, compartimos un tiempo en el exilio. Ahora era alguien importante en la secretaría de gobierno y su despacho era próximo al de una tal Quiroga, que sería secretaria de Néstor.
—¿Viste el “objetivo de gobierno” de concretar el funcionamiento de un Sistema Nacional de Salud? Es un tema duro y cada vez que se planteó la posibilidad generó despelote…
—Si. Pero son otras definiciones las que me impactan con fuerza, como declarar que una sociedad con elevados índices de desigualdad, empobrecimiento e impunidad siempre será escenario de altos niveles de inseguridad y violencia.
—Me parece que eso forma parte de lo que se dice que se va a hacer y no obligatoriamente se hace.
—Néstor en el plano económico es muy concreto. Cuando dice que “la sabia regla de no gastar más de lo que entra debe observarse y que el equilibrio fiscal debe cuidarse” está tomando un compromiso fuerte ya que esto implica, Kirchner dixit, “más y mejor recaudación, eficiencia y cuidado en el gasto”.
A partir de allí entramos con Jorge en un contrapunto en el análisis.
—Si vas por el lado de las promesas también afirma que el equilibrio de las cuentas públicas, tanto de la Nación como de las provincias, es fundamental.
—Además, según lo que dirá en su discurso, “el país no puede continuar cubriendo el déficit por la vía del endeudamiento permanente ni puede recurrir a la emisión de moneda sin control, corriendo riesgos inflacionarios que siempre terminarán afectando a los sectores de menos ingresos”.
—Completa diciendo que “el equilibrio fiscal, el mantenimiento del superávit primario y la continuidad del superávit externo serán el motor del crecimiento y de la recuperación del consumo, de la inversión y de las exportaciones”.
—¿Vos crees que todo esto es posible? El tiempo diría si este plan de gobierno y las acciones que implican son factibles en Argentina.
Mi diálogo con Jorge Altamirano se detuvo allí. Mis dichos y los suyos eran complementarios e intercambiables.
Tras nuestro encuentro de noviembre de 2002 yo suponía que Cristina había olvidado su promesa de reiniciar nuestro diálogo o que, más probablemente, había perdido todo interés en hacerlo. Pero en agosto de 2003 recibí un llamado telefónico de alguien que se identificó como la “coordinadora” de la actividad de la señora Cristina Fernández de Kirchner y en el que se me invitaba a concurrir el sábado siguiente, temprano a la mañana, a la residencia de Olivos. No podía saber si el llamado “iba en serio” pero no cabía imaginar otra alternativa. Yo no había compartido con nadie, aparte de Mario, que había sido recibido en el Senado.
¡La residencia presidencial! ¡Iva a entrar nuevamente en “La Quinta de Olivos” 50 años después!
Tomé el colectivo 229 para ir. Mientas viajaba reflexionaba sobre los primeros meses del gobierno de Néstor que habían sido trepidantes. Se sucedieron la visita de Fidel a Buenos Aires, el cuestionamiento de Prat Gay desde el Banco Central, la renovación de la Corte y la propuesta de Zafaroni. Kirchner viaja a Brasil, para reunirse con Lula y también a Europa. Se reúne con Bush y pronuncia una frase que se hizo famosa: “Argentina está diez kilómetros bajo tierra”
Al presentarme en la guardia me hicieron pasar a un jardín de invierno donde Cristina, sentada ante una mesa de cristal, leía atentamente una serie de documentos. ¿Era el mismo ambiente en que la vi a Eva por la primera vez? Las imágenes se fundían en mi cerebro, junto al recuerdo del primer encuentro en el Congreso. Al verme parado frente a ella levantó la mirada y dijo:
—Pase por favor. Enseguida estoy con usted. ¿Quiere tomar algo, un té una gaseosa?
Rechacé el ofrecimiento con un movimiento de cabeza. Para romper el hielo e iniciar un diálogo decidí esquivar de entrada el tema que me había acercado a ella por segunda vez.
—Leí el discurso de Néstor al asumir la presidencia. Dicen que usted participó en la redacción. ¿Comparte las ideas económicas allí expresadas y su factibilidad?
—Con Néstor discutimos y evaluamos cada tema. No siempre coincido con sus propuestas, pero en general vamos en la misma dirección. No se si eso responde a su pregunta.
Tras esta breve declaración y sin darme tiempo a replicar me dirige a su vez otra que iba al centro del motivo de la entrevista.
—Bueno, a ver si finalmente me cuenta como fue esa “relación personal” ¿O son otra vez las interpretaciones de su amigo?
—Como le dije en nuestra reunión en el Congreso el libro lo está escribiendo Mario, tomando como base el relato que le hice sobre mis encuentros con Eva y Perón. Él trotaba a mi lado en La Residencia aquella mañana y fue testigo del inicio de la relación. Le pido una vez más que lea lo que escribió, sobre la base de mi relato. Fue una experiencia que viví siendo un chico de diez años.
Como en nuestra primera reunión, Cristina tomó el texto que yo le acercaba y decidió leerlo.
* * *
Todo empezó en la colonia de vacaciones en la quinta de Olivos. Por la mañana temprano trotábamos sobre las piedritas rojas que cubrían uno de los caminos interiores. Un vapor cálido, mezclado al olor de la tierra mojada, subía desde los jardines con el césped recién regado. Mi mirada estaba fija en el cuello de Mendizábal, un metro delante mío, mientras yo me sumergía en la soledad un poco angustiante de la carrera. El pelotón, unos treinta chicos de remera y pantalón corto, parecía flotar sobre el camino. Cris… Cris… El ruido tan agradable de las piedritas aplastadas. Bruscamente, el Cadillac negro apareció a lo lejos. Todo pasó muy rápido, tan rápido que me es difícil reconstruir la escena. El auto avanza lentamente y el grupo, cortado en dos, se abre hacia los costados. Un rostro blanco, una cabellera rubia. Una mirada perdida… Una mano que saluda apenas, detrás del vidrio oscuro. Era ella y yo no imaginé, en ese instante, que el curso de mi vida había cambiado. Él estaba sentado a su lado, muy derecho en su traje gris. Se inclinó para escuchar a su compañera y bruscamente, me miró. Esa mirada… Sentí frío, ¡en pleno mes de enero!… Hizo un gesto apenas perceptible, mientras que el auto se alejaba lentamente. Algunos segundos después me di cuenta de que yo había quedado clavado al piso, mientras que mis compañeros se alejaban. Luego seguí, con la cabeza baja, al hombre en uniforme que, surgido ya no sé de dónde, me empujaba lentamente hacía el chalé blanco con tejas rojas.
Poco después me encuentro sentado en un enorme sillón, mis pies colgando sin tocar el piso. No comprendo gran cosa, plantado frente al ventanal que domina esa habitación inmensa, iluminada por la luz tamizada del sol que se cuela entre las cortinas translúcidas. La alfombra es muy espesa y de color blanco. Hay plantas verdes, muy verdes. Hay una mesa donde parece haberse servido un desayuno. La temperatura es agradable y me siento invadido por una cierta torpeza. Bruscamente, ella entra en el cuarto. Rubia, pálida, los ojos que vi son grises. Apenas sonríe y me mira sin mirarme. Un Universo de sol se abre frente a mis ojos. Y en la cima una sensación nueva, indescriptible.
—La verdad es que venimos poco a Olivos. Hoy el general insistió para que le acompañara.
Creo que me miraba, yo tenía mis ojos clavados en las puntas de mis zapatillas.
—Vos sabes, me gusta conocer y hablar con algunos de los chicos que vienen a la quinta. Hoy te tocó a vos. ¿Cómo te llamás?
—Néstor.
Evita está sentada en un taburete alto, frente a un espejo. La pollera de seda blanca se cierra sobre sus piernas cruzadas. Su clásico rodete está deshecho y los cabellos rubios caen en cascada sobre su espalda. Sonríe y me mira, mientras que una manicura, a la que no vi entrar, trabaja en sus uñas. Enterrado en mi sillón miro esa imagen que parece salir de una película en tecnicolor. La alfombra, las cortinas, toda la decoración está armada combinando tonalidades que van del blanco al crema. En los floreros, un poco por todas partes, rosas rojas. Por el ventanal entreabierto se adivina el jardín, muy frondoso, desde donde la tibieza de ese mes de febrero se filtra y llena la habitación en la que estamos.
—¿Dónde vivís?
—En Villa Devoto, cerca de la cárcel.
—¿Sos buen alumno?
—Creo que sí.
Las preguntas clásicas que los adultos nos hacen a los chicos se siguen una tras otra. Pero lo que decimos no tiene importancia. Yo siento como una descarga eléctrica cada vez que ella me mira con sus ojos que ahora ríen mientras que los labios entreabiertos dejan ver sus dientes blancos, muy blancos.
—Me van a venir a buscar para ir a la Fundación. ¿Querés venir conmigo?
Salimos una hora más tarde. Ahora ella viste un traje sastre gris oscuro y sus cabellos, bien estirados a los costados de su rostro, se apelotonan sobre su nuca. El automóvil que nos lleva, un Cadillac impresionante, corre velozmente en medio del ulular de las sirenas. Vamos hacia el centro y en una media hora estamos en Plaza Mayo frente a un edificio con un gran reloj en su cima. Sin mirarme Eva habla entre dientes.
—Este edificio es lo que fuera la sede del Consejo Deliberante.
Un hombre más bien grueso que luce un traje negro cruzado, camisa blanca y corbata con alfiler en el que brilla una piedrita roja, abre la puerta del coche.
—Señora…Es un honor recibirla.
Ella ni siquiera lo mira. Sin responder al saludo sale del coche y se dirige, con paso rápido, hacía el primer piso. Un cortejo de hombres agitados se forma tras ella. Ya soy tragado, sumergido y transportado por la masa de los seguidores. En el primer piso, Eva se detiene en la puerta de su despacho.
—Venga conmigo, Mendé. Vos también, Néstor.
Deslizo mi pequeño cuerpo hacía el interior y nadie parece sorprendido de verme allí. Me ignoran, como si yo no existiera. Eva está ahora sentada tras un escritorio. Su mirada se ha transformado en acero, fría, dura. Levanta lentamente los ojos hacía el hombre que permanece de pie, en el centro del cuarto, frente a ella.
—Bueno, ¿está todo arreglado?
—Casi, señora, casi. Las invitaciones fueron entregadas en mano.
—Pero… ¿Van a venir o no van a venir?
—Así lo espero, señora, así la espero…
—¡Así lo espero! Esa no es una respuesta. ¡Tienen que venir! ¡Nadie puede desairar una invitación de Eva Perón! ¡Nadie! Para mañana quiero una lista completa de los presentes y de los ausentes. Usted es el ministro de Asuntos Técnicos… Puede irse.
El hombre se inclina y sale del despacho. Eva hojea algunos expedientes. Pasan cinco, diez minutos. Bruscamente levanta la cabeza y me busca con la mirada. Yo me había instalado en el rincón más alejado de su escritorio.
—Sabés, Néstor, esta noche organizo una pequeña recepción. Es una manera, como muchas otras, de conocer y controlar a los amigos y a los enemigos… Pero hay ciertas personas que no soportan que el pueblo esté en el poder. Lo sé. Me odian, y yo siento un enorme placer al verlos plegarse frente a mí sonriendo, adulándome. Ellos, ¡con sus nombres, su pasado, sus fortunas! ¡Las caras que ponen cuando les presento a uno de los nuestros! ¿Lo conoce al señor Mario Muzzopapa? ¡Es miembro del secretariado de la Unión Obrera Metalúrgica! ¡Tendrías que ver como casi revientan por el esfuerzo de simulación!
Eva se aproxima al ventanal y deslizando levemente el cortinado, mira hacia la calle.
—¿Ves esa gente que hace cola allí abajo? Esperan para verme. Están allí desde las cuatro de la mañana, quizás desde antes. Vienen de las villas, de los barrios obreros. Saben que no los puedo ver a todos. Pero regresaran mañana y luego pasado mañana. Ellos son el vínculo, el cordón. Sin ellos, Perón estaría cortado del pueblo y sería el prisionero de la oligarquía. Entonces yo vengo, algunos días, a escucharlos. Ayudo a resolver algunos problemas, lo que ayuda a mantener el mito. Pero lo más importante es que ellos me transmiten, sin interferencia, con toda la franqueza de la gente simple, los dolores, los sufrimientos y las esperanzas del pueblo. También sus decepciones, y sus rencores. Por la noche yo hablo con Perón y él recibe ese mensaje, de un precio inestimable…
Evidentemente reflexionaba en voz alta. Yo represento el mínimo de presencia humana que les es necesaria. Eva no podía hablarle de aquella forma a nadie, en el mundo de los adultos.
—Las tentaciones son grandes y a veces quisiera olvidar de dónde vengo. Olvidar a los pobres, a los explotados, a los fracasados, olvidar la miseria… Pero ellos son nuestra fuerza. Ellos darían la vida por Perón. Sin ellos, nos barrerían o, lo que sería aún peor, nos transformaríamos en los títeres de la oligarquía.
Una vez más, sentada tras su escritorio, marca una pausa. Luego hace sonar un timbre y un hombre aparece casi instantáneamente.
—Haga pasar a los primeros. Ah, ocúpese también de regresar al chico a Olivos. Discretamente por favor.
En el viaje de regreso no abrí la boca. El auto entró en la quinta y quién me había trasladado habló con el responsable de mi grupo.
—Vení acá. Tus compañeros vuelven de la siesta. Si te preguntan vos estuviste en la enfermería. Te dolía la panza.
La bañadera nos devolvió a la escuela y de allí regresé a casa.
—No me siento bien. Me voy a recostar un rato.
Mi madre inquieta pone su mano en mi frente. Dice que no tengo fiebre y me prepara un Toddy caliente. Al día siguiente es sábado. Estoy aún dormido y mis brazos y mis piernas tiemblan. Tengo frío, tengo miedo. Veo un abismo inmenso… y caigo, caigo, caigo. … Bruscamente me despierto y veo que sol penetra por la ventana, a través de las hojas de la parra. Escucho una vez más la voz de mi madre. Es hora de levantarse, el desayuno está listo.
* * *
Cristina me mira profundamente y luego inclina la cabeza. ¿Por qué creí en ese momento que el hilo se había tensado pero que no estaba roto? Me había presentado como amigo de Mario y le había dado a leer, con cambios que yo había introducido, la versión que el hizo de mi relato. ¿La historia de Eva despertaba en ella sentimientos encontrados? ¿Se identificaba en parte con ella? Intenté establecer un diálogo.
—Hay una primera similitud. Ella fue y usted es la esposa de un presidente y pasaron por, usted vive en, “La Residencia”. Evidentemente su formación e historia personales son diferentes de las de Eva. ¿Se siente identificada en algún otro plano? ¿Qué sensaciones le genera mi experiencia con ella?
—¿Qué similitudes puede haber entre ella y yo? Evita nació en Ranchos en 1919 en el seno de una familia pobre y supongo que solo tuvo educación primaria. A los 15 años “bajó” a Buenos Aires con la esperanza de abrirse paso en el mundo del espectáculo y se cruzó con la historia al conocer a Perón. Yo nací en La Plata y fui hija de una mujer que pudo asegurarme enseñanzas primaria y segundaria antes de apoyarme en mi ingreso a la Universidad. Allí lo conocí a Néstor e iniciamos una relación en la que no se quién descubrió a quién. En lo que hace a su historia con Eva, además de incredulidad, me genera tristeza, mucha tristeza.
—Usted enfatiza el rol de su madre en los primeros años de su vida. ¿Ella se identificaba con la lucha de Eva por imponer los derechos cívicos de la mujer?
Sentí en ella un sentimiento de bronca, como si se encontrara con algo que no podía controlar. Quizás eso reflejaba otra faceta de su personalidad. Se puso de pie y salió de la habitación sin despedirse ni mirarme. Quedé algo desconcertado y una mujer de uniforme se me acercó.
—Sígame. Le indico el camino a la salida.
Salí caminando por la calle Villate, las manos en los bolsillos y reflexionando sobre lo que acababa de vivir. Algo había leído y algunos rumores me habían llegado sobre los orígenes de Cristina y la relación con su madre. Esto me llevó a reflexionar sobre mis padres, su relación y como esto influenció mi vida. Los recuerdos, a veces dolorosos, se hicieron presentes. Era un tema que habíamos hablado con Mario al preparar la primera versión del Juego de la Oca. Mis recuerdos se mezclaron con los suyos, como ocurrió varias veces. Se nos hace difícil ver que es de quien.
* * *
En ese mes de junio de 1949, la luna baña con una luz fantasmal los jardines del Hospital Alvear. Construido "a la francesa" a principios de siglo, grandes jardines separan los diferentes pabellones. La maternidad está al fondo, cerca del muro que separa al hospital de las vías del ferrocarril. Son las nueve de la noche, mi padre y yo salimos hacia la avenida Warnes. Acabamos de ver a mi hermano que termina de nacer... El parto fue largo y difícil. Yo no pude ver a mi madre esa noche. ¿Si estábamos contentos? No hablábamos, era difícil definir nuestros sentimientos.