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Síntomas de la miseria como fenómenos históricos
Freud se encontró con ciertos signos que se presentaban como síntomas médicos, pero que bloqueaban psicológicamente a las personas, y los vio como “síntomas” de un tipo muy diferente. Estos “síntomas” ya no podían ser explicados ni tratados por la medicina, sino que exigían otros medios teóricos y prácticos. El psicoanálisis fue así desarrollado por Freud a partir de las insuficiencias de la medicina.
Aunque Freud hubiera sido entrenado como un “médico mental” convencional, se apartó completamente de la psiquiatría y de los tipos de psicología que trataban y siguen tratando el sufrimiento humano según un modelo médico mecanicista. Como veremos, a diferencia de los síntomas de la medicina, los del psicoanálisis no consisten simplemente en signos visibles. Son más bien como palabras que exigen ser escuchadas, que hablan de angustia y resistencia, y que abren posibilidades de cambio.
El mundo puede transformarse al tratar los síntomas como lo hace el psicoanálisis, al escucharlos, al tomarlos en serio y al actuar en consecuencia. La acción política transformadora, subversiva y potencialmente revolucionaria, puede surgir de la palabra sintomática de nuestro sufrimiento, de lo que no puede continuar como lo ha hecho hasta ahora, de lo que debe cambiar. Es por esto por lo que los síntomas son el punto de partida del presente manifiesto.
Lo que aquí nos preocupa especialmente es el vínculo psicoanalítico entre la palabra y la acción, la acción política, la que intenta enfrentar y superar las causas históricas más fundamentales de nuestro sufrimiento. La presión y las rupturas internas que sufrimos hablan de la naturaleza particular de nuestro malestar en esta miserable sociedad que tanto queremos cambiar. Para cambiarla, el psicoanálisis es un aliado potencialmente poderoso.
Nuestra principal tarea es conectar nuestra lucha social con el tipo de lucha interna inevitable descrita por la teoría psicoanalítica. El propósito práctico no es el fin terapéutico de curarnos al pacificarnos, al reconciliarnos internamente con nosotros mismos y con la sociedad, sino que es el fin político radical de ir a la raíz de nuestra lucha interna. Esto hace que el psicoanálisis que aquí nos interesa difiera sensiblemente de cualquier terapia individual readaptativa de inspiración psicoanalítica.
El psicoanálisis, una teoría y práctica de nuestras desgarradas “vidas mentales internas”, a menudo se ha aliado con el poder, pero en realidad proporciona una crítica clínica y política de la miseria. No es algo que debamos temer. No se ha diseñado para subyugarnos al adaptarnos al orden establecido, al hacernos desconfiar de nuestros ideales transformadores, al apartarnos de nuestras luchas colectivas, al encerrarnos dentro de nosotros o al vencer nuestra más íntima resistencia contra la dominación.
Lo que Freud nos ha legado no es un instrumento de atomización, resignación y sujeción. Es cierto que el psicoanálisis a veces ha funcionado así, como sucede, por cierto, con todo tratamiento profesional de nuestra vida mental. Esto no es sorprendente en la sociedad de clases, que separa a los sanadores profesionales del resto de las personas, asignándoles una función precisa vinculada con el poder.
El psicoanálisis también nos enseña que el profesional, ya sea médico, psiquiatra, psicoterapeuta o psicólogo, también está desgarrado en su propia existencia. Puede luchar por una carrera exitosa, pero a veces también recuerda eso que lo llevó inicialmente a su decisión de cuidar a los demás. Todos vivimos esas tensiones de una forma u otra. Las manejamos y generalmente las encubrimos. La pregunta clave es qué hacemos con esos conflictos y contradicciones, cómo los orientamos a nuestro favor, haciendo que funcionen para nosotros en lugar de contra nosotros.
Aunque haya sido utilizado en un sentido reaccionario, el psicoanálisis no es reaccionario por sí mismo. No es necesariamente un instrumento de dominación. Por el contrario, puede ser un arma contra el poder. Es posible para él mostrar cómo nuestra propia psicología está colonizada por la realidad, por la realidad miserable de nuestra vida en el capitalismo, y cómo podemos hablar y actuar contra eso a medida que nos involucramos en la propia liberación.
Somos más que la “psicología” que nos atribuyen los profesionales de la salud mental. No estamos condenados a encerrarnos dentro de nuestra individualidad ni a soportar la realidad ni su miseria ni el sistema capitalista. Se nos dice que no podemos cambiar las cosas, pero sí podemos, y necesitamos un enfoque basado en la posibilidad de cambio.
Adaptación
El psicoanálisis, un acercamiento crítico psicológico al sufrimiento y un tratamiento radical a principios del siglo XX, fue alguna vez un aliado abierto de la izquierda. La mayoría de los psicoanalistas eran miembros o simpatizantes de movimientos comunistas o socialistas antes de que sus organizaciones fueran destruidas por el fascismo en Europa y antes de que ellos mismos debieran huir y exiliarse en diferentes partes del mundo. Estos psicoanalistas estaban comprometidos con una lucha para cambiar el mundo porque podían ver y escuchar de sus pacientes la miseria que había en el mundo.
Los “síntomas” escuchados por los primeros psicoanalistas no eran simples indicios de problemas orgánicos. Eran más bien signos de conflictos, conflictos no sólo personales o familiares, sino ideológicos, políticos e históricos. Los síntomas eran ellos mismos conflictos condensados y expresados en una suerte de palabra dirigida a los demás. Eran lo que el psicoanálisis sabe escuchar.
Con el paso del tiempo, como lo veremos ahora, muchos psicoanalistas fueron perdiendo el arte de escuchar. Su escucha cedió a veces lugar a una mirada objetivadora y clasificadora. El psicoanálisis fue convirtiéndose en una especialidad médica o psicológica. Su práctica se volvió una simple “técnica” pretendidamente científica y deliberadamente despolitizada.
Incluso los primeros psicoanalistas, una vez llegados a los países a los que se exiliaron y en los que vivieron en condiciones bastante hostiles, tuvieron que renunciar a la militancia política y protegerse contra la persecución anticomunista característica de los países occidentales entre los años 1930 y la Guerra Fría. Se despolitizaron y se adaptaron así a su nueva realidad, y por el mismo gesto despolitizaron y adaptaron al psicoanálisis, convirtiéndolo en un tratamiento adaptativo. Esta adaptación ha sido crucial para la historia del psicoanálisis en la clínica y en la cultura popular.
Los conflictos de los que hablaban los síntomas ahora se veían como problemas que debían resolverse en el nivel personal. Esto aseguró que la política se mantuviera fuera de la clínica. Luego, cuando las ideas psicoanalíticas se “aplicaron” erróneamente a la sociedad, fue este psicoanálisis adaptativo el que se utilizó como un modelo para describir cómo funcionaba la sociedad.
Durante los tiempos sombríos a los que nos referimos, tiempos verdaderamente oscuros para los psicoanalistas y para sus pacientes, fue casi como si hubiéramos llegado al final de la historia de las propuestas radicales e innovadoras de Freud. Algunos practicantes lucharon por seguir adelante, mientras que algunos teóricos sociales trataron de emplearlo para comprender las condiciones históricas subyacentes que lo habían llevado a olvidar su pasado. Casi todos comprendieron muy bien, de un modo u otro, que el psicoanálisis había claudicado, que se había dejado recuperar y domesticar, adaptándose y volviéndose adaptativo. Ahora tenemos que liberar al psicoanálisis de su vínculo coyuntural con la adaptación, retomar su auténtico núcleo histórico radical y volverlo a la vida.
Si debemos rechazar el psicoanálisis adaptativo, es porque se ha convertido en algo conservador, algo que ha renunciado a su potencial transformador. Que no hace posible transformar, sino sólo adaptarse y así aceptar y perpetuar la realidad tal como es, por más opresiva, explotadora y alienante que sea. Por ejemplo, aunque el capitalismo sea injusto e intolerable, nos adaptamos a él como si fuera nuestro ambiente natural, como si no fuera histórico y, por ende, superable.
El problema del psicoanálisis adaptativo no es tan sólo que naturalice lo histórico, sino que nos haga ver el mundo como un “ambiente” externo separado de cada uno de nosotros. Esto impide reconocer que formamos parte del mundo, que estamos en él, que somos él y que por eso podemos transformarlo al transformarnos, pero también transformarnos al transformarlo. Por lo mismo, al concebir el mundo como un ambiente, nos ocultamos despreocupadamente de su constitución como una trama o estructura ecológica en la que todos somos responsables unos de otros, lo mismo puede experimentarse en un psicoanálisis no-adaptativo que a través de formas emancipatorias de acción colectiva. Tanto al analizarnos como al actuar colectivamente sentimos que el mundo y sus habitantes constituyen lo más íntimo de nosotros y no un simple “ambiente”.
Todo movimiento de liberación aprende en algún momento que hay una diferencia crucial entre “ambiente” y “ecología”. Esta diferencia se torna explícita en la comprensión ecosocialista de nuestro mundo. Hablar del “ambiente” es hablar del mundo como algo separado, aparte de nosotros, que luego aprendemos a ajustar o dominar, mientras que la “ecología” se refiere a la interconexión íntima entre nosotros y el mundo. Nuestras vidas están unidas en redes de solidaridad y conciencia política de una manera tan ecológica, tan estrecha y compenetrada, que sentimos el dolor de los demás en su lucha y sabemos que sólo empeoraremos este mundo al intentar dominar y explotar a los demás, ya sean humanos u otros seres sintientes. Esta conciencia ecológica de nuestro vínculo con los demás está en el corazón del psicoanálisis.
Tal como son concebidos por el psicoanálisis, los individuos no están verdaderamente solos, aislados y separados unos de otros. Nosotros formamos parte de las vidas de los demás y nuestras acciones y palabras pueden tener consecuencias fatales para ellos. De algún modo, sabemos que somos tan responsables de ellos como lo somos de nosotros. Nuestros vínculos no son únicamente “exteriores”. Los otros no sólo están “afuera”, alrededor de nosotros, sino también “adentro”, en cada uno de nosotros, en lo que pensamos, decimos y hacemos. En nuestros gestos hay rastros de los otros, así como en nuestras palabras e ideas hay también ecos de otras voces. Las relaciones pasadas con los demás no sólo reaparecen en las relaciones presentes, sino que se anudan en cada uno de nosotros y nos hacen ser como somos. La constitución del individuo es social y cultural, pero también histórica, lo que hace que se transforme incesantemente.
Así como las condiciones de opresión, explotación y alienación en que vivimos han sido históricamente producidas, lo que abre la posibilidad histórica de superarlas, así también las formas alienadas particulares de nuestra psicología son productos de la historia y por ende pueden ser dejadas atrás. Esto es así a pesar de la mayoría de los psiquiatras, psicólogos y psicoterapeutas, que afirman que trabajan con las propiedades esenciales e inmutables de la vida mental. En realidad, su trabajo se dirige a factores extremadamente variables determinados por la cultura, por el momento histórico, por las relaciones sociales, por los ideales de cierta sociedad y por la biografía única de cada sujeto.
Los psicoanalistas conservadores, junto con la mayoría de los profesionales de salud mental, se representan la existencia humana como algo estático, negando su carácter histórico y su constante cambio. Esto resulta especialmente forzado y reaccionario en la sociedad actual, donde todo se transforma de forma incesante y vertiginosa, donde es como si todo lo sólido se desvaneciera en el aire. Nosotros mismos nos vemos obligados a ser flexibles y aprendemos a existir a cada momento de manera diferente, pero los profesionales “psi” fijan nuestra existencia en su lugar, como si fuera un objeto, mientras la estudian o la tratan, anulando así lo más radical y transformador que caracteriza nuestra naturaleza humana.
La imagen de nuestra naturaleza que nos devuelven las profesiones “psi” es la de una máquina complicada o la de aquel animal bruto, aquel puro mecanismo instintivo, que sólo existió en la imaginación de los seres humanos para que se sintieran superiores al compararse con él. ¿Quién habría previsto que estos mismos seres humanos terminaran confundiéndose con su degradante representación de la animalidad? Es como si la vieja degradación del animal en contraste con el ser humano hubiera servido para preparar la actual degradación del ser humano en la psicología y en otras profesiones psi, como el psicoanálisis conservador.
El psicoanálisis radical, por el contrario, nos enseña que está en la condición misma de los seres humanos reflexionar sobre sus condiciones sociales y tratar continuamente de transformarlas y transformarse. Intentamos cambiar, pero fallamos, y el psicoanálisis radical, junto con la práctica política radical, puede llegar a mostrarnos por qué fallamos y cómo estamos atrapados en los ideales dominantes de la sociedad y en la biografía única de cada uno de nosotros. Desde luego que no podemos hacer desaparecer ni las condiciones que nos hacen quienes somos ni los obstáculos internos que nos atan a nuestra opresión, que nos incitan incluso a desearla al mismo tiempo que la resentimos y tratamos de escapar de ella. Quizás ni siquiera podamos liberarnos enteramente de nuestro deseo de la opresión, pero podemos conocerlo, discernirlo cuando interviene al bloquearnos o al hacernos claudicar, y este conocimiento puede ser el primer paso hacia nuestra liberación.
Desear la opresión es algo muy peculiar y una de las más dolorosas paradojas de la subjetividad. Lo más fácil es pretender que no existe esta paradoja, pero tarde o temprano tropezaremos con ella y el tropiezo puede comprometer nuestra lucha por la liberación. Quizás al final, respondiendo a nuestro deseo, terminemos creando nuevas formas de opresión para sustituir aquellas de las que nos hayamos liberado. Para evitar esto, debemos tomar en serio lo que nos hace regresar al punto de partida, lo que nos detiene y arrastra hacia atrás cuando queremos ir adelante. Debemos tomar en serio todo esto, no para culpar a la víctima, sino para comprender la naturaleza contradictoria de cada uno de nosotros como seres humanos en este mundo miserable.
Historia
El enfoque psicoanalítico, al igual que el marxismo y otras aproximaciones teóricas al poder y a la emancipación, apareció en un período histórico específico a fin de concebir, entender y resolver una serie de problemas históricamente constituidos. Fuera del contexto histórico de los últimos dos siglos, el psicoanálisis no tendría todo el sentido que tiene para nosotros. Lo mismo sucedería con el marxismo si lo lleváramos a otra época.
Es difícil imaginar qué habrían hecho esclavos insurrectos en la antigua Roma, por ejemplo, con los análisis marxistas de la “plusvalía”, de lo que el capitalista sustrae al trabajador, o con los intentos de construir partidos revolucionarios y asociaciones internacionales. El moderno proletariado industrial no existía en la época de Espartaco. Liberarse de la esclavitud no era lo mismo que liberarse de la explotación del trabajo asalariado. Es por esto por lo que el marxismo sólo empezó a ser útil cuando el capitalismo se impuso en el mundo como el modo dominante de producción. De igual modo, se necesitó el desarrollo de los estados coloniales y del imperialismo para que hubiera necesidad de movimientos de liberación anticolonial y antiimperialista. Cada movimiento político surgió para combatir condiciones particulares de explotación u opresión.
En cuanto al psicoanálisis, ha sido inventado para tratar “síntomas” específicos de la sociedad moderna. Estos síntomas son tan históricos, tan históricamente determinados, como lo es la representación freudiana del psiquismo. Lo “inconsciente”, por ejemplo, está ligado a la forma tan peculiar de alienación que sufrimos en la modernidad capitalista.
La alienación en el capitalismo produce conflictos “internos” que pueden ser invisibles como tales, pero que no dejan de conocerse por sus efectos, por lo que motivan en las personas, como padecimientos inexplicables, desarreglos vitales, decisiones absurdas o acciones erráticas, a veces destructivas o autodestructivas. Todo esto es patente en la actual experiencia del trabajo. Los sujetos están encerrados en su actividad laboral de tal manera que repiten incesantemente el mismo tipo de tareas, fuera y no sólo dentro de su trabajo, ya que su vida se estructura de un modo repetitivo particular que está fuera de su control. Así también, quienes hoy trabajan se ven impulsados a hacerlo por imperativos económicos, de modo que su “pulsión” de trabajar y de sobrevivir está ligada con la esfera de la economía y específicamente con el capitalismo. La dominación capitalista moldea las relaciones de poder con las que nos vinculamos, las cuales, al mismo tiempo, repiten relaciones de poder anteriores a través de una repetición que es impulsada inconscientemente y que luego reaparece como lo que los psicoanalistas llaman “transferencia” dentro de la clínica. Abordaremos cada uno de estos temas en este libro, y, a través de ellos, mostraremos que el psicoanálisis interpreta los síntomas como indicadores del malestar en la sociedad particular en la que vivimos.
Los síntomas aparecen de tal manera que el psicoanálisis, una invención histórica, nos permite leerlos como lo que son, como conflictos en la vida personal y como expresión de conflictos sociales. Una sociedad particular y una persona singular en esta sociedad son lo que manifiesta sus problemas de modo sintomático. El síntoma es tanto un indicio de que algo anda mal en la sociedad como un mensaje sobre el sufrimiento de cada sujeto separado.
Sujetos
Aquí, en este manifiesto, nos referimos a los seres humanos como “sujetos” porque el término “individuo”, además de reductor, implica erróneamente que nuestra subjetividad es indivisa, que se opone a la sociedad y que está separada, aislada, encerrada en la individualidad. Un “sujeto” es más que el individuo, incluye a otras personas, está abierto al mundo social, atravesado y dividido por la exterioridad, por un espacio ecológico para ser. Un sujeto está en contradicción consigo mismo y por esto mismo puede ser una fuente de cambio, ya sea en el nivel psicológico de la persona individual o en el nivel político del proceso colectivo.
El sujeto puede ser un agente histórico, pero también es víctima y producto de la historia. Los acontecimientos nos afectan y nos determinan de maneras diversas que pueden ser abordadas actualmente a través del psicoanálisis. El pensamiento psicoanalítico es uno de los recursos más potentes de los que disponemos para entender y cambiar nuestra experiencia en los tiempos modernos. Lo que nos estaba ocurriendo como sujetos en la modernidad tardía, entre los siglos XIX y XX, cobró de pronto, con la teoría freudiana, un sentido radicalmente nuevo. Se forjaron ciertos nombres médicos para nuestro sufrimiento y al mismo tiempo se inventó el psicoanálisis para lidiar con ellos, para ponerlos a prueba, para sublevarse contra lo que significaban, para transformarlo.
El psicoanálisis continúa siendo uno de los mejores medios para captar nuestros síntomas de miseria en la vida bajo el capitalismo avanzado, neoliberal, con sus manifestaciones coloniales, racistas y sexistas. Estos síntomas, que operan inconscientemente y que luego encuentran expresiones distorsionadas en los síntomas visibles observados por médicos y psicólogos, tienen una profunda conexión con la trama de nuestras biografías individuales y con las actuales condiciones de vida. Es en este doble sentido que los síntomas son fenómenos históricos: por un lado, se producen en la historia personal de cada individuo; por otro lado, su forma general está estructurada por el tipo histórico de sociedad en la que vivimos.
Nuestro pasado y nuestro mundo nos acechan, enferman y trastornan. Esto es así ya sea que estemos completamente embrujados por la ideología y creamos que éste es el mejor de los mundos posibles, lo que no es razón para preocuparse, o bien que seamos activistas que saben que las cosas están mal y tienen que cambiar. La contradicción y el conflicto nos atormentan a todos y penetran dentro de nosotros mismos, nos desgarran, se abren paso hacia nosotros y luego toman la forma de síntomas que pueden ser dolorosos y aparentemente inexplicables.
El psicoanálisis, dialéctico, no es ni psicología ni psiquiatría
El tortuoso camino de la historia del enfoque psicoanalítico transcurrió paralelamente al desarrollo de la psicología entendida como especialidad científica o pseudocientífica y como disciplina profesional y académica. Esta psicología no debe confundirse con el psicoanálisis. Aunque frecuentemente haya conseguido absorberlo, discrepa de él en sus premisas, ideas, métodos y objetivos. La psicología, de hecho, está constituida por mucho de lo que intentamos resolver a través del psicoanálisis. Desde el punto de vista psicoanalítico, la esfera psicológica es problemática.
La psicología toma forma como una experiencia ilusoria, engañosa e incluso delirante, a saber, la experiencia de cada uno como yo, como individuo separado, indiviso y unitario, que puede tomarse a sí mismo como si fuera un objeto, y así conocerse y controlarse. Este modelo psicológico del yo es parte del problema porque hace imaginar a cada persona que es responsable de todo lo que experimenta, incluso lo desagradable y lo no deseado, y puede hacerla sufrir aún más por sentirse “dividida”, por sentir que hay una dimensión inconsciente en su vida. Tal división, que a todos nos afecta, es reconocida por el psicoanálisis y negada por la psicología. Su negación oculta nuestra alienación y nos impide resistir contra lo que nos aliena. Contribuye así a dominarnos “por dentro”, a manipularnos y reprogramarnos ideológicamente.
Un problema clave que enfrentamos ahora es el de la construcción histórica de una experiencia individual aislada que no corresponde a nuestra existencia, que no se reconoce en ella, que no tiene poder ni sentido por sí misma y que resulta por ello vulnerable a la dominación, la manipulación y la reprogramación ideológica. Es el problema de la psicología separada con respecto a la naturaleza compartida y colectiva de nuestras vidas como seres humanos. Es, en su raíz, el problema del individualismo en la sociedad capitalista y en sus expresiones psicológicas.
Psicología
La disciplina profesional académica de la psicología mantiene a cada yo individual como una esfera psicológica separada, como una experiencia de su propia psicología, como la de cada trabajador aislado con respecto a los demás. La psicología y la disciplina dedicada a su mantenimiento se formaron al mismo tiempo que el capitalismo y se han extendido con él por el mundo. La expansión capitalista mundial ha sido también una propagación global de sus dispositivos psicológicos no sólo en instituciones universitarias y de salud, sino en todas las esferas de la vida. Todo tiende a teñirse con un tinte psicológico. Este proceso de psicologización implica mecanismos de atomización, desocialización, despolitización, deshistorización, patologización, incriminación de los individuos y adaptación a la sociedad capitalista.
Sí, vivimos hoy bajo el capitalismo globalizado, bajo el brutal sistema capitalista neoliberal, pero para entender cómo funciona este sistema necesitamos algo más que un simple nombre para el problema. Como nos lo enseña el psicoanálisis —aunque no sólo el psicoanálisis—, no tiene sentido hablar sobre la vida en el capitalismo, en la sociedad de clases específicamente capitalista, sin referirnos también al sexismo, al racismo y a las múltiples formas de opresión que incapacitan a las personas. El psicoanálisis radical ya es “interseccional”, abordando el profundo vínculo subjetivo entre diferentes formas de opresión combatidas por los diversos movimientos de liberación.
Liberarnos de las experiencias opresivas de clase, raza y sexo requiere que las combatamos también “dentro” de nosotros mismos. Aquí, en la esfera subjetiva, lo oprimido aparece no sólo como lo afectado, sino como lo resignado o adaptado a la opresión. Esta adaptación, que sostiene y perpetúa lo que nos oprime, es a menudo vista como “salud mental” por los psiquiatras y los psicólogos.






