- -
- 100%
- +
Estrechamente vinculada con un modelo médico psiquiátrico de enfermedad, la psicología se ha desarrollado en todo el mundo como una herramienta psicoterapéutica útil para adaptar a las personas a la realidad en lugar de permitirles cambiarla. El dispositivo psicológico-psicoterapéutico recoge la mayor parte del bagaje ideológico histórico de la psiquiatría médica y pretende humanizarlo, centrándose en manifestaciones sintomáticas mensurables, observables en la conducta de las personas, en lugar de síntomas de sufrimientos psíquicos invisibles. Este desplazamiento desde la enfermedad hasta la conducta no es un gran paso adelante. La insignificancia del avance puede apreciarse cuando se le juzga desde una perspectiva psicoanalítica en la que no todo se reduce a lo que puede observarse y aliviarse.
El psicoanálisis ha conseguido romper con la psiquiatría. Pero la herencia médica psiquiátrica aún está presente dentro de la psicología, incluso cuando los psicólogos se presentan como amigables, como progresistas y como “psicoterapeutas”. De cualquier modo, aquí debemos tener claro que existen importantes diferencias teóricas, así como disputas de estatus profesional, entre los psiquiatras con formación médica, los psicólogos que tienen sus propios modelos de comportamiento y pensamiento, y los psicoterapeutas que mezclan y combinan cualesquiera perspectivas que parezcan funcionar para aliviar la angustia y hacer que la gente regrese al mundo.
Por el momento, son los psicólogos los que están en el centro del escenario con sus afirmaciones de efectividad científica. Se consideran a sí mismos los más eficaces y comparan su eficacia con la que atribuyen a la psiquiatría, la psicoterapia y la práctica psicoanalítica. Sería más fácil para nuestro propósito, el de la defensa del valor del psicoanálisis, si la psicología no funcionara. El problema es precisamente que funciona. La psicología funciona porque encaja muy bien en las relaciones sociales de opresión y explotación.
Digamos que funciona muy bien para adaptar a las personas de tal modo que mantengan este mundo funcionando sin problemas. La misma psicología funciona sin problemas hasta que aparecen los síntomas que luego ella misma intenta calmar a través de sus habilidades supuestamente psicoterapéuticas.
La difusión de la psicología en todo el mundo y en la vida cotidiana está provocando una reducción, contracción y simplificación de la experiencia, de la forma en que sentimos, pensamos y hablamos acerca de nosotros mismos. Nuestro comportamiento se parece cada vez más al de las pobres caricaturas psicológicas de la existencia humana que nos rodean por todos lados. Estas caricaturas se difunden por medios como el cine y la televisión, las revistas y los periódicos, los bestsellers y los manuales de autoayuda, la psicoterapia, la reeducación emocional, el coaching en las empresas, las opiniones de los expertos, las redes sociales y hasta las iglesias pentecostales.
Todo el entorno cultural está saturado con simplistas representaciones psicológicas altamente funcionales para el sistema capitalista. Ciertamente nos reconocemos en ellas, pero no porque sean tan fieles que nos reflejen tal como somos. Lo que ocurre es que son tan poderosas que nos hacen reflejarlas, corresponder a ellas, actuarlas y vivirlas en nuestras miserables condiciones de vida.
La psicología tiene tanto éxito que logra desplegarse y confirmarse a través de nosotros. A veces nuestra existencia parece incluso materializar conceptos de las grandes corrientes psicológicas, entre ellas la conductista, la humanista, la cognitiva e incluso la psicoanalítica. Los consumidores, por ejemplo, han aprendido a responder a estímulos publicitarios, identificarse con la naturaleza humana que se les vende, procesar la información requerida para comprar y entregarse a las pulsiones ocultas que los empujan al consumismo.
Incluso hay versiones psicoanalíticas exitosas de la psicología, como las hay también de la psiquiatría. Debemos cuidarnos de estas imposturas, que son capitulaciones ante la “normalidad” y distorsiones ideológicas de lo que debería ser un enfoque radical y liberador. El psicoanálisis no puede volverse psiquiatría o psicología sin dejar de ser lo que es, perder su utilidad para los movimientos de liberación e incluso volverse perjudicial para ellos, no sólo despolitizando al psicologizar o psiquiatrizar, sino contribuyendo a adaptar y sojuzgar en lugar de liberar.
Es posible adulterar y degradar el psicoanálisis al hacerlo funcionar como la psicología y ayudar a los sujetos a ser lo que deben ser para insertarse de la mejor manera en el capitalismo. Sin embargo, si queremos preservar el psicoanálisis como lo que es y puede ser, necesitamos deslindarlo de este proceso y mostrar cómo puede permitirnos resistir contra él. El propio psicoanálisis, debido a la historia de adaptación a la que ha estado sujeto, se ha implicado por sí mismo con la ideología, pero se rebela. Es como si el psicoanálisis fuera él mismo un síntoma de opresión que ahora puede ser hablado, y en el proceso de hablarlo bien, podemos liberarlo y liberarnos a sí mismos.
El psicoanálisis está desgarrado por el conflicto. Habla de conflicto al dar cuenta de nuestra naturaleza humana construida históricamente. Ha surgido en un momento histórico preciso, reflejando las necesidades, inclinaciones y aspiraciones contradictorias de un sujeto humano que lleva en su interior las contradicciones de nuestro mundo. Es también por esto que podemos hablar del psicoanálisis como de un síntoma.
El enfoque psicoanalítico no sólo se ocupa de manifestaciones sintomáticas del sufrimiento del sujeto, sino que él mismo es un síntoma. Él mismo es tan contradictorio como lo que aborda. Es por esto por lo que, al mismo tiempo que pedimos al psicoanálisis que trate la naturaleza contradictoria de la vida bajo el capitalismo, que atienda los síntomas que surgen hoy en la sociedad, también le exigimos que sea una “psicología crítica” reflexiva capaz de examinarse a sí misma. Debemos analizar qué hace que el psicoanálisis se adapte a la sociedad y qué le permite resistir y convertirse en algo subversivo y liberador.
Conflicto
Lo que ocurre con el psicoanálisis es lo mismo que sucede con la subjetividad que lleva un síntoma en sí misma. Los sujetos están desgarrados por conflictos. Se encuentran habitualmente aprisionados en relaciones opresivas dañinas, atrapados por un patrón de experiencia particular, biográficamente distinto en cada caso. Esto es lo que viene a definir quiénes son, lo que los hace reconocibles como la misma persona para ellos mismos, para su familia y sus amigos.
Lo distintivo de cada uno es algo inconsciente en lo que uno está atrapado, algo resistente y repetitivo, así como contradictorio, conflictivo. Hay un conflicto interno que se concreta en el síntoma propio de cada persona. Este síntoma puede paralizar a la persona e impedirle transformarse y modificar las relaciones que la oprimen y la dañan. El cambio a menudo ocurre cuando sucede algo dramático o traumático, algo que rompe con los patrones mantenidos inconscientemente, como puede ser un cambio social por el que se posibilita un cambio individual.
El proceso de cambio y la cristalización del conflicto en el síntoma pueden entenderse dialécticamente. El conflicto es lo que nos atrapa, lo que nos inmoviliza, pero es al mismo tiempo lo que nos hace movernos para solucionarlo y liberarnos de él. Nuestro movimiento es tan impulsado como estorbado por el conflicto. Esto nos hace movernos poco a poco, avanzar y tropezar, cambiando sin cambiar casi nada, pero los pequeños cambios de pronto producen una transformación.
Los cambios cuantitativos acumulados preparan una mutación cualitativa. Esto sucede en el nivel político cuando una lucha colectiva sostenida conduce finalmente, después de años de esfuerzo, a nuevas posibilidades y a la aparición de nuevas formas de subjetividad. Lo mismo ocurre en la clínica cuando el síntoma se manifiesta como un conflicto abierto y exige una decisión sobre cómo seguir con la vida. Como se comprueba en este caso, el síntoma es un obstáculo, pero también, dialécticamente entendido, es una oportunidad.
El síntoma es una oportunidad para cambiar y no sólo para conocerse. Es por esto por lo que no debe eliminarse, como lo hacen habitualmente psicólogos y psiquiatras, que así pueden asegurarse de que nada se descubra y todo siga igual. Para descubrirse y transformarse, hay que escuchar al síntoma con la mayor atención, como se hace en el psicoanálisis.
Las personas acuden al psicoanalista no porque tengan síntomas, ya que todos los tienen en esta sociedad enferma, sino porque se vuelven insoportables, porque hay un inminente desplazamiento de la miseria cuantitativa a alguna forma de cambio cualitativo. Una de las tareas del psicoanálisis clínico es orientar el tratamiento de tal manera que este cambio cualitativo se haga posible para el sujeto, que se le presente bajo la forma de una oportunidad para la reflexión y para la elección decidida sobre cómo vivir la propia vida, en lugar de tambalearse al borde del colapso y de la desesperación. El psicoanálisis le ayuda al sujeto a no ser ni sobrepasado ni vencido por lo que se manifiesta en el síntoma, a sobreponerse a él, lo que sólo es posible al escucharlo y actuar en consecuencia. El síntoma es de naturaleza dialéctica, y el psicoanálisis es un enfoque dialéctico que ayuda al sujeto individual a tomar un nuevo rumbo, hacia la adaptación o la liberación.
Para ser liberador, el psicoanálisis debe ser liberado. Tiene que liberarse de lo que no es ni está destinado a ser. Debe depurarse del sedimento de mistificaciones, prejuicios, valores, dogmas, estereotipos e ilusiones que se le han inyectado y depositado, neutralizando su potencial progresista y convirtiéndolo en un enfoque instrumentalmente útil para el capitalismo, para el colonialismo y para las relaciones de género opresivas.
El enfoque psicoanalítico ha sido instrumentalizado en los sucesivos contextos a los que ha intentado adaptarse. Estos contextos han empapado el psicoanálisis con sus normas, creencias, prejuicios y valores, exigiéndole moderar sus reivindicaciones radicales y hacer concesiones. Así, a lo largo de su historia, el psicoanálisis ha ido perdiendo su radicalidad al verse inoculado con todo tipo de contenido ideológico reaccionario. Tal contenido, que incluye venenosas nociones de una supuesta diferencia esencial entre la sexualidad masculina y la femenina, está incorporado en el cuerpo del psicoanálisis como una forma de práctica, una práctica del habla. Esto es grave porque el psicoanálisis es una “cura por la palabra” que nos muestra cómo lo que decimos está conectado con lo que hacemos.
Los conflictos y las contradicciones de nuestra sociedad de clases resultan indisociables de nuestras palabras, pero también de nuestra vida sexual, la cual, al igual que nuestras palabras, se encuentra en el centro del psicoanálisis. Intentaremos explicar en las siguientes páginas por qué es así. Trataremos de elucidar también cómo es que el psicoanálisis se centró en la sexualidad que ya era vista como el núcleo de nuestras vidas.
Hablamos de sexo, y es por esto por lo que el psicoanálisis es tan conocido, pero ¿por qué? Si la familia nuclear se experimentó como el corazón de un mundo sin corazón cuando se desarrolló el capitalismo, la sexualidad se vivió como la parte más íntima y secreta de nosotros. Sin embargo, la vida sexual no sólo fue “reprimida”, escondida como algo vergonzoso y rechazada como algo malo, sino que fue incitada, exigida. Fue así convertida en una obsesión, así como en nuestro punto más débil, en una herida abierta, constantemente irritada, que sirve para dominarnos en una lógica heteropatriarcal.
El patriarcado es siempre heteropatriarcado. Es siempre heteronormativo, es decir, hace que la heterosexualidad sea obligatoria como base del contrato social de nuestro mundo globalizado. El patriarcado impone el poder de los hombres sobre las mujeres, pero también de los hombres mayores sobre los jóvenes, y además excluye o apenas tolera las diferentes formas de sexualidad. Éste es el caso incluso cuando el capitalismo patriarcal utiliza una versión distorsionada del discurso feminista contra la izquierda o cuando convierte las diversas preferencias sexuales en un nicho de mercado.
Así como el capitalismo patriarcal puede instrumentalizar el feminismo y la diversidad sexual, absorbiendo y distorsionando estas posiciones radicales y poniéndolas en contra de nosotros, así también puede convertir al psicoanálisis en su instrumento para normalizar y explotar nuestra vida sexual. Nuestra sexualidad, por lo tanto, corre el riesgo de ser afectada por el discurso patriarcal no sólo en el entorno cultural, sino en el escenario psicoanalítico. Podemos ahora purgar el psicoanálisis de ese veneno ideológico, permitiéndole hablar por nosotros y no en nuestra contra ni en lugar de nosotros.
A diferencia de la psicología, la psiquiatría y la mayor parte de formas de psicoterapia, el psicoanálisis es una profesión “psi” con una diferencia. Puede escucharnos y no está condenado a hablar en lugar de nosotros. Por lo tanto, lejos de pretender arreglar las cosas por nosotros, el psicoanálisis trata el síntoma de nuestro malestar como un mensaje nuestro sobre nuestra miserable condición y sobre la necesidad de un cambio. El psicoanálisis tiene así el potencial de ser un aliado invaluable de los movimientos de liberación. Es, en sí mismo, una teoría y una práctica dialécticas de la liberación.
Liberación en la clínica y la cultura
Es verdad que los poderosos consiguieron apropiarse del psicoanálisis, pero esto no quiere decir que debamos dejarlo ir, dejarlo en sus manos, y considerarlo parte de ellos. Debemos reapropiarnos el psicoanálisis. Para esto, necesitamos comprender la relación dialéctica entre su trabajo clínico y su contexto histórico en constante cambio. Las condiciones históricas que vieron nacer el psicoanálisis, la alienación bajo el capitalismo, la explotación de la vida y la naturaleza opresiva de la familia nuclear de Europa occidental, fueron precisamente las condiciones que el psicoanálisis pretendía comprender y combatir. Fue en estas condiciones que la sexualidad se vivió como traumática porque fue reprimida y al mismo tiempo, incesantemente invocada y excitada.
Las condiciones en las que apareció el psicoanálisis, así como las fuerzas ideológicas implicadas en ellas, penetraron en el campo psicoanalítico, distorsionándolo. No existe un psicoanálisis no ideológico, “puro”, pero sí que puede haber una depuración permanente de sus elaboraciones teóricas, una purificación interminable de sus conceptos clave. La compleja relación dialéctica entre su forma clínica y los aspectos ideológicos de la teoría puede aclararse y trascenderse constantemente en la práctica. Es un proceso continuo, siempre inconcluso, de lucha contra el poder, crítica de la ideología y resistencia contra la psicologización.
Cuatro conceptos clave del psicoanálisis: inconsciente, repetición, pulsión y transferencia, operan como elementos formales radicales de la teoría que nos permiten resistir contra el proceso profundamente ideológico de la psicologización. Estos conceptos tienen un significado particular en la teoría psicoanalítica, pero nuestro objetivo es volverlos aquí significativos para militantes radicales que estén luchando no sólo para cambiarse a sí mismos, sino para cambiar el mundo. El inconsciente, la repetición, la pulsión y la transferencia operan en el mundo y no sólo en el diván del psicoanalista. Debemos considerar estos cuatro conceptos en el espacio de tensión dialéctica entre la clínica como un espacio privado, espacio de trabajo transformador, y el contexto histórico. Los cuatro conceptos deben reconstruirse para ser fundamentalmente históricos por sí mismos, evitando así la trampa de “aplicarlos” a los movimientos de liberación, con lo que dejarían de ser prácticas revolucionarias para convertirse en herramientas de la ideología.
Hay que entender bien que nuestras luchas no requieren ser interpretadas, justificadas, validadas y mucho menos guiadas por conceptos psicoanalíticos. Tampoco nos conviene que estos conceptos operen como un universo de sentido que limite y cierre el horizonte de libertad por el que luchamos. Nuestros movimientos de liberación deben mantener su camino abierto e ir decidiendo su dirección y su alcance a medida que avanzan y que expanden lo que pueden concebir y realizar. No deben orientarse por el psicoanálisis como por una referencia fija e inmutable, sino servirse de él como de un medio entre otros y transformarlo como transforman todo lo demás en su enfrentamiento contra las condiciones en que vivimos.
Nos enfrentamos a las condiciones modernas particulares de la cultura, del capitalismo imbricado con el colonialismo y con diversas formas de racismo, sexismo y patologización de las personas que no quieren o no pueden adaptarse al mundo como ciudadanos productivos sanos y de buen comportamiento. El psicoanálisis puede proporcionar valiosa información acerca de la estructura subyacente a la subjetividad en esta cultura global y sobre diferencias que suscitan conflictos entre los pueblos del mundo. Sin embargo, su mayor contribución estriba en la clínica, en la que se basan los cuatro conceptos clave de inconsciente, repetición, pulsión y transferencia que discutimos con más detalle en los siguientes capítulos de este manifiesto.
Es en la clínica donde descubrimos qué hay más allá de nosotros, cómo repetimos relaciones autodestructivas, por qué nos vemos impulsados a hacerlo y cómo opera el fenómeno de la transferencia como una extraña relación con el psicoanalista. Nuestros descubrimientos en la clínica psicoanalítica no suceden fuera del universo cultural dominante. Es lógico entonces que retroalimenten la cultura, para bien o para mal, por lo que también tenemos algo que decir sobre los peligros de “aplicar” el psicoanálisis fuera de la clínica como una inevitable perversión académica de su práctica.
Más allá de sus cuestionables aplicaciones, el psicoanálisis puede recrearse como herramienta de un trabajo radical sobre la subjetividad, un trabajo necesario para subvertir con éxito las condiciones existentes. Esta herramienta, entendida dialécticamente, resulta de las elaboraciones teóricas de Freud y sus seguidores, quienes nos permitieron utilizarla para el trabajo radical en la clínica y los movimientos de liberación. Lo que la herramienta produce es parte de un proceso creativo que nos permite hacer más. Nuestro nombre para lo que hace posible es el de “subjetividad revolucionaria”, el de “sujeto revolucionario”.
En la clínica lo mismo que en la política, el sujeto revolucionario aparece y desaparece, nace, se forja en la lucha y se desvanece nuevamente cuando su trabajo ha terminado. Todo esto no habrá de transformarnos en heroicos individuos revolucionarios, activistas carismáticos o dirigentes curtidos por la batalla. Lo que nos interesa no es la formación de líderes o personalidades, sino la creación de un proceso colectivo de cambio que anticipe el tipo de mundo que deseamos construir.
El propósito no es convertirnos en psicoanalistas ni mucho menos. Lejos de ello, el resultado final al que siempre aspira el psicoanálisis es que el sujeto humano se deshaga de la escalera que ha utilizado para llegar a cada nuevo lugar. La perspectiva psicoanalítica no debería cerrar nuestro horizonte. Es una oportunidad, no una trampa. A medida que ponemos fin al mundo que genera tanta miseria, también anticipamos el fin del psicoanálisis, del psicoanálisis como un enfoque revolucionario que funciona simultáneamente como una herramienta y como un producto de ese proceso histórico.
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.
Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.






