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Para evitar esto, Zeus envió a Hermes a que compartiera con los hombres el sentido moral y la justicia “para que hubiera orden en las ciudades y ligaduras acordes de amistad” (321c). Además, Zeus exige que todos participen del sentido moral y de la justicia, no sólo unos cuantos. Hermes debe derramar moralidad y justicia sobre todos los ánthropos. Sólo así será posible que existan ciudades.
Las discrepancias entre la narración de Hesíodo y la de Platón son mínimas y, sin embargo, significativas. El inicio es idéntico, pero el final es nuevo en Protágoras. Mientras que en el relato original Zeus encadena a Prometeo por el hurto y obsequio a los mortales, enviando una plaga femenina, en el de Platón Zeus auxilia para que esta nueva raza pueda, incluso, aprender a vivir en comunidad. Sin moralidad ni justicia toda agrupación humana está destinada a la catástrofe, a la aniquilación. ¿De qué moralidad y de qué justicia se está hablando en el diálogo de Platón? De aquella moralidad basada en la virtud (areté), de las cualidades que le permiten al ser humano ser lo que tiene que ser ayudándolo en esta tarea. Tarea que concluye con la justicia en su sentido más natural, metafísico y antropológico.
Gracias a ello, Platón fue capaz de pensar más allá de los límites de su tiempo. La ilustración griega encontró en él a un pensador que se atrevió a reflexionar sobre el kósmos de una manera que no lo habían hecho filósofos ni políticos antes que él. Uno de los tantos beneficios que este nuevo pensamiento trajo fue la incorporación de la mujer a la esfera política. Platón aprovechó el fuego y la sabiduría dadas para iluminar con inteligencia y ciencia la ética de su Atenas. Fiel a la etimología de ánthropos que exploró en Cratilo fue y examinó lo que veía. Recordemos que los justos son luz que iluminan las tinieblas de cualquier caverna.
Doctor en Historia del Pensamiento por la Universidad Panamericana (UP), maestro en Filosofía por la unam y licenciado en Filosofía por la up. Actualmente es profesor investigador del Departamento de Humanidades de esta universidad. También colabora con sesiones para icami y, en Monterrey, para el cph.
Referencias
Annas, J. (1976), “Plato’s Republic and Feminism”, en Philosophy, Vol. 51, núm. 197, Cambridge, Cambridge University Press, pp. 307-312.
Brisson, L. (2012), “Women in Plato’s Republic”, en Études platoniciennes, Vol. 9, Open Edition Journals, pp. 129-136.
Buchan, M. (1999), Women in Plato’s Political Theory, Londres, Macmillan.
Eggers Lan, C. (2012), Introducción, en Platón, Timeo, Buenos Aires, Colihue.
——— (1998), Introducción, traducción y notas, en Platón, La República, Madrid, Gredos.
García Gual, C., Traducción, introducción y notas, en Platón, Protágoras, Madrid, Gredos, 1997.
Harry, C. y Polansky, R. (2016), “Plato on Women’s Natural Ability: Revisiting Republic V and Timaeus 41e3-44d2 and 86b1-92c3”, en Apeiron, Vol. 49, núm. 3, Berlín, De Gruyter, pp. 261-280.
Nietzsche, F. (1999), Más allá del bien y del mal. Preludio de una filosofía futura, Madrid, Alianza Editorial.
Shehadeh, L. R. (1998), “Plato’s Paradoxical View of Women”, en Feminist Issues, Vol. 8, núm. 2, Springer, pp. 67-74.
Vallejo Campos, A. (2018), Adonde nos lleve el logos, Madrid, Trotta.
Los errores de Psique: bosquejos de
deconstrucción de la violencia de género en la idealización del amor romántico
Diana Ibarra Soto[1]
¿Cómo empezar a deconstruir una dinámica de sumisión que ha operado durante siglos? ¿Cómo obtener relaciones de horizontalidad entre mujeres y hombres en un mundo que ha sido vertical desde el inicio? ¿Cómo romper la inercia que valida la violencia, la subordinación, el desinterés o la ceguera, todo ello justificándolo con el amor?
La problemática que encierra la estructura patriarcal es múltiple y compleja. Las mujeres hemos servido y vivido bajo esquemas masculinos que nos ha posicionado en lugares de dependencia, una que no se ve, que se reproduce sin darse cuenta; una que se mete en nuestras labores diarias, pero sobre todo en nuestra mente. Desmantelarla será cuestión de décadas, sino es que de siglos, y no hay esfuerzo que sobre en esta causa. En particular me interesa reflexionar sobre las estructuras de dominación en el amor romántico. No es que no crea en el amor, al contrario, sostengo que es el acto más trascendente que una persona puede realizar, pero en muchas ocasiones los sistemas culturales en los que se ha develado provocan que se aleje de su objetivo y en vez de provocar experiencias eudaimónicas a quienes la profesan, su búsqueda o ejercicio acarrea desafortunados incidentes.
Como lo dice Ulrich Beck: “El amor se hace más necesario que nunca antes y al mismo tiempo imposible” (Beck y Beck-Gernsheim, 2001: 16). Seguimos cifrando la vida humana alrededor del amor, o al menos de un ideal de amor, pero la pregunta que subyace es: ¿realmente estamos conscientes de las dinámicas que encierran las relaciones amorosas, y lo que implican? Seguimos reproduciendo según un habitus bourdiano de conminaciones tácitas en los cuerpos que llevan implícitas concepciones de victimismo o sumisión sin que nos demos cuenta y nos alejen del objetivo. Y ¿qué hay de los roles de género y los estereotipos?, pues esta danza atonal es parecida a las zapatillas rojas de Andersen que danzan sin fin.
Es por ello que en un afán de deconstrucción, he buscado rastrear una de las primeras[2] fuentes culturales de concepción del amor romántico; reparé en el conocido mito de Psique y Eros, escrita por el latino Apuleyo[3] en la celebre obra El asno de oro o Las metamorfosis.[4] La influencia de esta historia es enorme, se ha hablado, escrito, esculpido sobre ella a lo largo de los siglos. Personajes como Canova, Freud, Lacan y Keats nos vienen a la mente en referencia a esta obra, así como de una buena cantidad de cuentos infantiles.[5]
Lo que pretendo hacer en este primer intento de análisis es rastrear los elementos que circundan esta historia de amor y esbozar hasta dónde podrían llegar sus alcances en las dinámicas socioculturales del amor romántico. Haciendo un ejercicio anacrónico, aplicaré la perspectiva de género para identificar dinámicas de dominación sexogenéricas contenidas en el mito, cruzándolas con comportamientos contemporáneos, entendiendo y reconociendo que hay una enorme diversidad de circunstancias en la que estos comportamientos están más o menos frecuentes. Como afirma Eva Illouz, el estudio del amor en la época actual debe estar encuadrado dentro de una cultura económica determinada, generalmente cruzada por la organización social del capitalismo avanzado (2009), por lo que estaré hablando de generalidades dentro del contexto urbano de una clase media latinoamericana.
El mito
La historia de Psique y Eros es parte del relato de entretenimiento que la anciana colaboradora de unos criminales le cuenta a una doncella secuestrada para evitarle pensar en su infortunio, quizá también como consuelo premonitorio de un reverso de sus circunstancias actuales (Papaioannou, 1998). Contenida en El asno de oro, cuenta la historia de Psique, una joven mortal que alcanza la divinidad gracias al ejercicio del amor.
Su inigualable belleza provoca los celos de Venus, quien le pide a su hijo Eros que la una en matrimonio a la criatura más horrible que pueda encontrar. Eros se detiene, y Psique hermosa, por largo tiempo se queda sin pareja sólo para ser entregada, en un funesto ritual, a los designios de un oráculo. Sus padres la creen muerta, pero ella ha sido tomada por Eros como esposa. Es tiempo después que sus hermanas envidiosas de su condición de bonanza urden un plan para exponerla, pues Psique desconoce el rostro e identidad de su marido. Las hermanas siembran la duda y provocan que Psique rompa el pacto de secrecía que la heroína guardaba con su marido. Como castigo, Eros abandona a Psique, la cual tendrá que pasar un buen número de pruebas para recuperar su amor.
Hermosa historia, sin lugar a dudas, pero encierra en sí misma el presupuesto que ha generado ideas transculturales que vale la pena reflexionar para entender las desigualdades de género en la práctica amatoria.
La belleza como imagen polimórfica de envidia
y bienaventuranza
No resulta extraño ligar la belleza al amor, nos lo recuerden las novelas, anuncios de sodas, autos y chocolates. Ya desde Platón, la belleza es la fuerza que impulsa al esplendor de los cuerpos (Platón, Fedro, 238c) además es responsable de generar el recuerdo gracias a la vista, que se embelesa con su imagen (Fedro, 249d). Esa armonía de partes suscita el recuerdo, lo que potencialmente permitirá que las almas accedan al conocimiento, al crecerles las alas perdidas (Platón, Fedro, 246e) y por ende se acerquen al mundo de las ideas. Dicho elocuentemente por el discurso de Diotima, la belleza mueve, pero no sólo la belleza física, si realmente se busca la trascendencia se asciende en la búsqueda de una belleza inmaterial (Platón, Banquete, 211c).
El relato de Apuleyo no es distinto en el primer punto, la belleza genera amor, pero también envidia. Psique es la más hermosa de tres hermanas, sus rasgos, dignos de una divinidad, generan asombro y admiración entre los mortales al punto de confundirla con la diosa Venus y rendirle homenaje a su paso.
Actualmente el presupuesto del amor y su relación con la belleza siguen estando presentes. Sin lugar a dudas la belleza genera atracción, pero ¿qué es la belleza? ¿Hasta qué punto el estereotipo de belleza está cruzado por la interpretación cultural? Por lo que cabe preguntarse hasta dónde es un atributo del objeto o del ojo que le mira. Si es del segundo, entonces no es un mérito propio y por ende no tendrá sentido la adulación. Se es bella o bello porque así se es juzgado por quien observa. Yendo más allá, ¿es verdad que la belleza genera amor?, admiración quizá. El golpe de vista afortunado que se topa con algo bello brinca al recuerdo de la belleza divina. Sin embargo, cabría preguntar si ese recuerdo no resulta más venturoso para la persona que ve, más que para la que es observada. En este caso, la actitud presentada en la persona observante será de amor o de deseo. Si es el primero, consistirá en acto de donación, si es el segundo, de posesión. Esta sutil diferencia enmarca una gran distinción, pues en el primer caso quien detenta las propiedades de belleza resultará beneficiada de la dádiva otorgada, pero en el segundo sentido pierde su carácter de centro de la acción volviéndose en objeto, “aquello deseado”, lo que provoca un orden vertical como medio para la resolución de un deseo, acción la cual no necesariamente resulta en su beneficio, por lo que la belleza no está irremediablemente ligada con el amor.
Psique es admirada por quienes la ven, generando incluso implosiones seguidas de ofrecimientos de flores (Alpuleyo, IV, 29). Me parece que hay una conexión no causal entre estas dos ideas en las dinámicas actuales, como lo he dicho, la belleza no necesariamente genera amor. Pienso que en muchas ocasiones estas ideas se cuelan por el imaginario personal. Cuántas de las dinámicas de arreglo nocturno para las fiestas, cirugías plásticas de aumento de busto, ginecoplastías, liposucciones o liftings tienen detrás la esperanza de encontrar alguien que ame gracias a la admiración que suscita la belleza. La belleza puede generar amor, pero también deseo e incluso envidia. Aclaro, el error no está en el arreglo, sino en la incorporación del estereotipo como garante de un resultado, que son más cercanos a la voluntad de quien la profesa.
Es Psique la mujer princesa, la que es adorada. El estereotipo de belleza es impuesto a la mujer para ser amada: “Si bajo de peso encontraré el amor”, “si me arreglo”, “si me pinto”, etcétera. ¿Qué pasa cuando no se cumple con ese estereotipo?, hay una culpa y una disculpa para y por no encontrar el amor. Error frecuente, la belleza no sólo es física, pero en la estrechez humana, aunada al individualismo y consumismo, la interpretación contemporánea destaca prioritariamente la belleza física y es interpretada como fianza de éxito pasional. Sin embargo, en muchas ocasiones resulta en un discurso solipsista de los propios deseos. Tal cual lo afirma Byung-Chul Han: “El hombre actual permanece igual a sí mismo y busca en el otro tan sólo la confirmación de sí mismo” (2017: 45).
Sin embargo, el mito nos reafirma la creencia. Es la belleza, y no otra cualidad de Psique, la que provoca el enamoramiento de Eros. Cabe preguntarnos, si ese sigue siendo el ideal cada vez que a una mujer se le alaba por su apariencia en vez de recurrir a otros dotes que posea su persona, como la inteligencia o la fuerza de carácter. Ya desde el siglo xviii la visionaria Mary Wollestonecraft afirmaba que el fallo no está en la naturaleza femenina, sino en su educación:
Si son realmente capaces de actuar como criaturas racionales, no las tratamos como esclavas o como animales que dependen de la razón del hombre cuando se asocian con él, sino cultivaremos sus mentes, démosles el freno saludable y sublime de los principios y permitámosles obtener una dignidad suficiente al sentirse sólo dependientes de Dios (2018: 152).
Mientras la cultura no cambie, la belleza para las mujeres será a la vez una buenaventura y una maldición.
La envidia como reacción a la belleza
Ante la belleza de Psique, la diosa Venus indignada por las reacciones que suscita entre la población, urde un plan para eliminarla, afirmando: “Pero esta criatura, como quiera que sea, no ha de continuar triunfando y usurpando mis honores: le haré lamentarse hasta de esa seductora hermosura” (Alpuleyo, IV, 30). Al parecer no sólo el poder es único y no se comparte, sino también la belleza, ¿o será que esa belleza genera poder?
Esta breve cita en el texto supone una reflexión más profunda. Entre mujeres hay dinámicas sociales que suscriben ese telón de fondo. La belleza no se comparte, no sólo en ocasiones falta un reconocimiento a la diversidad que puede suponer una afirmación de belleza reproduciendo clichés y estereotipos de quien recibe el apelativo, generando clones estéticos con los mismos parámetros: narices afiladas, pieles blanqueadas con cosméticos o filtros, sino que se busca competir en belleza en las mismas fiestas, con las mismas personas. Al recibir la valía sólo por la belleza, la dinámica entre mujeres pueda caer en comportamientos de sabotaje que llevan consigo el sentimiento de envidia y amenaza al autorreconocimiento. Argumentos baratos de propuestas de series juveniles en donde la “chica popular” debe mantener su “reinado”, proteger su reputación de “diosa” es lo esperado. Lo que existe detrás es una inseguridad de fondo —si alguien más es “adorada”, entonces no lo podré ser yo—. Nada más alejado de un ánimo sororal, y de un reconocimiento de la diversidad en las categorías de belleza. Esta visión sesgada lastima las relaciones humanas y entre mujeres.
Esta reacción de envidia en el mito no sólo la detenta Venus, sino las hermanas de Psique cuando en el mito descubren que su hermana vive en esplendor; rabiosas tergiversan las atenciones recibidas por su hermana leyéndolas en términos de pretensión, al punto de desear su muerte y proclamar: “Hay que ver lo ciega, lo cruel, lo injusta que eres, Fortuna” (Alpuleyo, V, 9). Los seres humanos nos comparamos, el éxito no lo sería, si no hubiera una competencia. El imaginario que liga la belleza con un éxito percibido como inmerecido es frecuente. Las hermanas de Psique comparan el matrimonio de su bella hermana con los propios: una está casada con un calvo, la otra con un viejo arrugado. Hay que recordar que el matrimonio tanto en Grecia como en Roma no es opcional, es un deber para el Estado, en la primera, y un honor para la familia, en segunda. Las mujeres deben ser entregadas en matrimonio o de lo contrario la ciudad debe atribuirles un guardián (Aristóteles, Política, 1322b 50), y en los romanos las mujeres y su fertilidad son señal de honor, no sólo personal, sino familiar. Conseguir un buen matrimonio es prioritario. Por ello el que Psique lo haya conseguido sólo por ser bella es percibido con resentimiento, incluso por sus hermanas, que llegan a afirmar: “Renuncio a mi condición de mujer, renunció a la misma vida, si no la derribo de tan opulenta posición” (Alpuleyo, V, 10). En algún punto del mito, la aconsejan mal, sembrando en ella la duda de quién en su marido, sabiendo que están poniendo su suerte en juego. Esto reafirma otro estereotipo, presente incluso en las hermanastras de Cenicienta.
El amor como estrategia de sometimiento
Ante la amenaza percibida por el derrocamiento, Venus solicita la ayuda de su hijo Eros, rogándole provocar que Psique caiga enamorada del “ser más abyecto”. Actitud rutinaria, el deseo mal intencionado de la desventura ajena fruto de la envidia previa. Estas no son actitudes encomiables y virtuosas. Sin embargo, son normalizadas en los culebrones televisivos y digitales. Así sea Gossip Girl (2007), Friends (1994), Elite (2018), Skins (2007) o la Rosa de Guadalupe (2008), lo cierto es que se sigue reafirmando la figura de esas Venus que fruto de le envidia buscan trastocar la fortuna de la “competencia”. Esto recuerda la frase nietzscheana: “Ver sufrir sienta bien, hacer sufrir todavía mejor” (Nietzsche, 2006: 109). El infortunio provocado a Psique será un gozo para Venus, la sonrisa malvada de la madrastra de Blanca Nieves con la que exige que la lleven al bosque y le arranquen el corazón, sólo por ser “la más bonita”, consistente con una lógica nihilista y oportunista. La belleza sería una característica que no requiere virtud moral, y que más le vale aprovechar el presente, pues se acaba con el tiempo.
El matrimonio como finalidad
Sin embargo, Psique, aun con su hermosura, no ha sido prometida en matrimonio, “doncella condenada a la soltería, se queda en casa llorando su abandono y soledad” (Alpuleyo, IV, 32). El estereotipo de la mujer pasiva pendiente de ser afirmada por el matrimonio es y ha sido un prejuicio recurrente. Apuleyo así la retrata. La mujer espera el matrimonio y su propósito de vida se cumple con esta unión. No hay una misión propia, un plan de vida, un objetivo personal, sino que se está a merced de la voluntad de un tercero.
Este creo que ha sido uno de los grandes cambios de nuestra época. Las mujeres tenemos sentido más allá de un contrato de reproducción. No, el matrimonio no es un error. A diferencia de la interpretación de Simone de Beauvoir, Shulmith Firestone o Betty Friedan, el matrimonio es una legitima vocación de vida, pero no es la única. Quizá ahora estemos presenciando la posición contraria del péndulo y el matrimonio o la maternidad son vistos como limitantes, frutos de una tradición patriarcal, lo cual tampoco tendría que ser cierto, pero ante la innegable estrechez de miras que condena al llanto a aquella que no es afirmada por una pareja, se entiende la rebelión. Hay que reflexionar si esa dinámica no es vigente todavía al momento de no saber qué hacer con la invitación a una boda y no tener pareja, o sentir la presión del casamiento cuando dentro de los pares las otras amigas ya se han casado. Llegando incluso a cuestionar la propia valía cuando la persona en soltería se pregunta si hay algo mal en sí misma. En una conferencia, que en lo personal considero que es clave para entender el feminismo, Chimamanda Ngozi Adichie, pertinentemente comenta:
Conozco a jóvenes mujeres que yacen sobre tanta presión, de la familia, los amigos, incluso de trabajo para casarse que son presionadas a cometer elecciones terribles. Nuestra sociedad le enseña a una mujer de cierta edad que no está casada, a ver esta condición como un fracaso personal (2014: 13).[6]
Psique llora, porque al no estar casada su existencia no tiene sentido. Piénsese en la cantidad de veces que preguntamos por qué alguien no está casada y la vemos con pesar o lástima, incluso hay quien se atreve a preguntar: “¿Y por qué no estás casada?”. Como si se tuviera la atribución sobre la vida personalísima de cada ser humano. La soltería o la vida de casada merecen igual reconocimiento y optar por la primera es una opción no sólo válida sino buena, no importando si tiene detrás una motivación laboral, artística o religiosa. La vocación de la soltería existe y merece un reconocimiento social.
No obstante, la historia de Psique y Eros terminará de manera distinta: su padre, agobiado por el infortunio, acude al oráculo de Mileto a solicitar su intervención para conocer cuál es la razón de tal desventura, encontrándose con una profecía de funestos acontecimientos:
Sobre una roca de alta montaña, instala, ¡oh Rey!, un tálamo fúnebre y en él a tu hija ataviada con ricas galas. No esperes un yerno de estirpe mortal, sino un monstruo cruel con la ferocidad de la víbora, un monstruo que tiene alas y vuela por el éter, que siembra desazón en todas partes, que lo destruye todo metódicamente a sangre y fuego, ante quien tiembla el mismo Júpiter, se acobardan atemorizadas las divinidades y retroceden horrorizados los ríos infernales y las tinieblas del Estigio (IV, 33).
El destino del amor o el amor como destino
Los padres no harán otra cosa más que cumplir los designios. Pasivos, cumplen las instrucciones y Psique es dejada a su suerte en una roca. Por sencilla que parezca esta idea, todavía sorprende a la mente de quien espera el amor romántico. En este punto del mito, Psique es pasiva, se deja conducir, está resignada. Este esquema lo veo una y otra vez, incluso las parejas en las que el noviazgo resulta una verdadera tortura, se casan, “porque es lo esperado”, “porque es lo que sigue”, porque se busca esa validación social. Quizá la cultura griega tenía una visión del destino distinta, por más que se esfuercen los humanos, el hado está ahí. Testigo de ello es Edipo. Los contemporáneos en apariencia hemos adoptado una postura más libertaria asumiendo un protagonismo en nuestras decisiones, y sin embargo aceptamos el destino y lo seguimos, ese camino: estudio, trabajo, matrimonio, en tantos casos se sigue por inercia, sin convicción. El matrimonio se sigue percibiendo con un destino, y la falta de él una maldición. De ahí las palabras de Antígona: “Y ahora voy, maldecida, sin casar, a compartir en otros sitios su morada. ¡Ay, hermano, qué desgraciadas bodas obtuviste: tú, muerto, mi vida arruinaste hasta la muerte!” (Sófocles, 2000: 866-871).
El amor romántico en este sentido ofrece una novedad. El matrimonio, por siglos fue un contrato, en las más de las ocasiones elaborado por terceros. Aquí el mito ofrece un aspecto distinto. Psique se une a Eros en una ceremonia aparentemente ilegal y se enamora de su esposo, al punto de vivir innumerables penurias por amor. En este sentido son interesantes las palabras de Anthony Giddens: “El amor romántico presupone que se puede establecer un lazo emocional duradero con el otro sobre la base de unas cualidades intrínsecas en este mismo vínculo. Es el precursor de la ‘pura relación’, aunque esté en tensión con ella también” (1998: 4). Empezamos a ver que en la historia de Psique no todos son desaciertos, o al menos, continuando con la idea de Giddens, hay elementos de tensión. El amor de Psique es libre, se da por que se quiere, no se obliga. Quizá Psique entra a la morada de Eros taciturna o temerosa, fruto de un sacrificio aceptado por su padre, pero permanece ahí por decisión y se enamora, tan genuino es el sentimiento, que estará dispuesta a perder la propia vida con tal de mantenerle. Tensiones, pues esa misma libertad, la condena.
Él proveedor, ella una bella esposa obediente
Eros es el esposo de Psique, pero fruto de una autocensura, el dios reserva para sí su identidad. No se explicitan en el mito las razones de tal secreto, antes bien podemos encontrar buen número de ejemplos en donde las y los dioses grecolatinos se unen a mortales. Pero quizá por la desobediencia a su madre, Venus, o por el temor de no ser querido por sí, sino en cuanto a Dios. Eros solamente visita a su esposa en la noche, sin luz. Su nombre y apariencia permanecen ocultos. Por otra parte, otorga múltiples bienes a su reciente acompañante. Comida, joyas, vestidos, incluso una servidumbre intangible que cuidan y consienten los deseos de su joven princesa. La belleza de Psique se asocia con el merecimiento de estos bienes. Al punto de afirmar: “Si algo falta allí es porque no existe” (Alpuleyo, V, 2). Lo tiene todo, le dan todo. Pero Eros no está, sale y a lo largo de esta etapa del mito permanece en el anonimato. Sólo visita de noche a su esposa dispuesta. Entrelazan sus cuerpos, pero no hay un intercambio de opiniones. La vida de Eros está afuera, ella no sabe nada de sus quehaceres, sólo le toca estar pendiente para él y satisfacerle cuando llegue. Lo público no es de su incumbencia, ella debe permanecer en el ámbito privado de una manera feliz y atenta a las necesidades y disposiciones de su esposo, quien le exige la más absoluta discreción de su identidad. Apuleyo afirma: “Sería una curiosidad sacrílega, que echaría a perder tantos motivos de felicidad y la privaría para siempre de sus abrazos” (V, 6). Por lo que a Psique se refiere, Eros bien podría ser narco,[7] la inunda de bienes, pero ella no sabe nada de él y más le vale no preguntar. En el mito esto no sorprende, es lo que se espera por la cultura en la que está escrito. No obstante, en nuestro momento, bien cabría preguntar si ante un esquema tradicional en el matrimonio donde el hombre es el proveedor, cuántas mujeres podrían afirmar que conocen a cabalidad qué es lo que hace su marido y de dónde sale todo aquello material que la circunda. En muchas ocasiones no se sabe, o incluso aún, no se quiere saber. La relación de verticalidad en cuanto al manejo de bienes y en lo económico impone una dinámica de sumisión que exige obediencia: “Si te gusta, no preguntes”, “calladita te ves mas bonita”, o como elegantemente, pero con igual desatino lo diría Aristóteles: “El silencio es un adorno de la mujer” (Aristóteles, Política, 1260a).