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—¿Qué pasa con el Real Madrid? —dijo Luka mirando a su madre.
Mirjam suspiró y forzó la mejor de sus sonrisas.
—Quieren que juegues con ellos un torneo, como invitado.
Los ojos de Luka se abrieron como platos y gritó:
—¿Qué? ¡Eso es increíble!
Saša, desde el otro extremo de la línea telefónica, lanzó una carcajada de padre orgulloso y feliz.
—¿Qué te parece? —dijo.
Luka saltó y gritó de alegría. La respuesta estaba clara.
UNA CAMISETA BLANCA
Poco tiempo después, la familia Dončić voló de Eslovenia a España. Aquel viaje de unas pocas horas les llevaba hasta el lugar donde el destino de Luka cambiaría para siempre: Madrid. Allí, en el aeropuerto internacional, se reunieron con Alberto, que se mostró entusiasmado por contar con la magia de Luka para la Minicopa, el torneo más importante del país en su categoría. Llevaba consigo una bolsa de plástico. Era de la tienda oficial del Real Madrid.
—Te he traído un regalo.
—¡Gracias!
Luka abrió la bolsa. Dentro había una camiseta del primer equipo de baloncesto del Real Madrid, con su nombre y su dorsal. Luka contempló la prenda entre sus manos, su futuro resumido en un objeto tan simple como una camiseta blanca.
Luka Dončić tenía el futuro en sus manos. Se enfundó la camiseta encima del jersey. Mirjam dijo:
—Me parece que esta va a ser su nueva segunda piel.
Aunque apenas tuvo tiempo para entrenar con sus compañeros, Luka cuajó un torneo espléndido y llevó al Real Madrid hasta la final. No hablaba el idioma de cuantos le rodeaban, pero dominaba el lenguaje del baloncesto.
En la final, disputada en Vitoria, el Real Madrid se enfrentó a su eterno rival, el F.C. Barcelona. La victoria acabaría siendo para el equipo catalán, aunque de lo que todo el mundo hablaba al final del partido era de aquel desconocido que había anotado 20 puntos y había cerrado su amarga derrota con un triple desde el centro de la cancha. Sus nuevos compañeros lo observaban como lo hacían los niños del Olimpia: A—LU—CI—NA—DOS.
A diferencia de Luka y los otros chicos del equipo infantil, nadie entre los directivos del Real Madrid sintió aquella derrota como amarga. La gran actuación del mago esloveno les llenaba de esperanza. Alberto se reunió con los padres de Luka en cuanto tuvo ocasión y lanzó su oferta como cuando lanzaba tiros de media distancia en sus épocas de jugador: con determinación y confianza.
—Queremos a Luka con nosotros. Vamos a garantizarle el entorno ideal, la mejor educación, la mejor formación posible.
Mirjam y Saša sonrieron, orgullosos y nerviosos a partes iguales.
—Su hijo tiene potencial para tener la mejor carrera posible. La más brillante. No soy capaz de imaginarme cuánto.
—Eso lo dirá de muchos chicos —respondió Mirjam, reticente a creerse todo aquello.
—No, señora, y tampoco pretendo halagarle. Puede usted estar muy orgullosa de su hijo, sobre todo porque es muy buen chico, pero yo no le digo esto para que usted se sienta orgullosa, sino porque es verdad. Luka puede llegar a ser una estrella. Y nuestro club es el mejor lugar para conseguirlo.
Mirjam y Saša se miraron. Saša recordó la cara de Luka un rato antes, después de meter el lanzamiento desde el centro de la cancha en el pitido del final del partido. Era un rostro de pura rabia. Había hecho unos números tremendos durante el campeonato, también en la final, y había metido un canastón del que todo el mundo hablaba en ese momento, pero su hijo sentía rabia. Rabia porque había perdido. Porque Luka era, ante todo, un ganador. Nunca le importaron ni el rival ni las circunstancias. Solo el juego y la victoria final.
Aquel era un nuevo reto: nuevo país, nuevo idioma, nuevos compañeros, nuevos rivales. A Mirjam le inquietaba pensar en su hijo lejos de ella. En no poder ayudarle, en no poder verlo cada día. Llevaba tiempo haciéndose a la idea de que este momento iba a llegar tarde o temprano, desde el mismo día en que el señor Brezovec decidió promocionar a Luka en el primer día de entrenamiento.
Alguien quería llevarse el talento de Luka, y la propuesta era muy buena. Aquel momento temido desde hacía cinco años había llegado.
—Hablaremos con él —dijo Mirjam.
—La decisión la tendrá que tomar él —añadió Saša.
Aquella importante conversación para la familia Dončić tuvo lugar poco después. Mirjam cogió a su hijo de la mano y le explicó la oferta, dónde viviría, los retos que tendría por delante, las costumbres que dejaría atrás. Las caras que dejaría de ver a diario. Aquella conversación entre Luka, Mirjam y Saša transitó por los miedos y las ilusiones, los sueños y los recelos del joven mago del baloncesto. Pero Luka no dudó. En ningún momento de la conversación dudó. Habló de todos los asuntos a tener en cuenta, y los tuvo en cuenta, pero nada le hizo dudar en lo más mínimo.
Su futuro era una camiseta blanca.

«HOLA» Y «GUITARRA»
La Ciudad Real Madrid es una gigantesca fortaleza de líneas rectas, cemento y cristal. Un hotel bunkerizado o un gigantesco centro de alto rendimiento, según como se mire. Allí viven los mejores talentos del club, la crème de la crème. Cuando Luka ingresó en aquel lugar exclusivo, le hubiera gustado poder comunicar sus sentimientos a sus nuevos compañeros, pero en aquellos momentos solo conocía dos palabras en castellano: «hola» y «guitarra».
Con el tiempo se acabaría dando cuenta de que aquellos primeros meses fueron un curso acelerado de madurez. Aprendió a convivir con la soledad, a aceptar sus miedos y superarlos desde el único refugio que conocía: el baloncesto. No tardó mucho en colgar los pósters de sus jugadores favoritos en las paredes de la habitación, para que, de nuevo, fueran ellos los guardianes de sus sueños. Luka puso lavadoras y aprendió más y más palabras. Y tacos, también aprendió tacos, y a veces decía algunos en los partidos. Más de una técnica le pitaron por soltarle palabrotas al árbitro.
—Es que Luka tiene un carácter…. —suspiraba su entrenador en el equipo cadete.
En aquellos primeros meses, Luka hizo muchas más cosas. Fue al cine, probó por primera vez el jamón, descubrió algunos grupos musicales nuevos, aprendió verbos y adjetivos. Aprendió el pretérito imperfecto. Aprendió otras cosas imperfectas. Y habló muchas veces por teléfono con sus padres.
Aprendió también a responsabilizarse de las emociones de los demás: cada vez que hablaba con Mirjam por teléfono ponía en práctica ese aprendizaje.
—¿Cómo estás, cariño? —le preguntaba ella todos los días.
Y él, que no quería engañar a su madre pero tampoco quería preocuparla, sonreía con la voz y le decía que estaba aprendiendo mucho. Y era verdad, pero no era toda la verdad. Luka no le habló de las noches en vela recordándola a ella y a Saša, y de las lágrimas que había derramado, porque eso le haría daño a su madre, y también a él. De modo que prefería hablarle de las palabras que iba aprendiendo, de los lugares que iba conociendo, de los amigos que iba haciendo. Y de baloncesto. Aunque a Mirjam eso le interesaba un poco menos que las rutinas y la salud de su hijo, ella lo escuchaba hablar con deleite del juego. De los partidos ganados y de los perdidos, de los entrenamientos y de los progresos en su técnica.
Cada vez que Mirjam o Saša viajaban a Madrid para ver a su hijo, sus profesores les felicitaban por los enormes progresos en su adaptación. A los pocos meses, el idioma había dejado de ser un problema, y sus nuevos compañeros ya habían caído en el embrujo del juego de aquel chico tímido que hablaba poco pero sonreía mucho. La Ciudad Real Madrid estaba llena de jóvenes talentos, de piedras preciosas que se pulían con esmero y cuidado, pero de entre todas esas joyas, Luka era sin duda la que más brillaba.
Un día, Alberto se acercó a ver un entrenamiento de Luka y habló con José Luis, el entrenador encargado de su formación. Durante esta conversación, Alberto hizo una pregunta que, en aquel momento, todavía era imposible responder:
—¿Será capaz de hacer historia en uno de los equipos con más historia del mundo?
—Apuesto a que sí —respondió José Luis.
—Ya veremos —dijo Alberto.
En su primera temporada completa con el Real Madrid, Luka ganó todos los torneos que disputó y fue nombrado el mejor jugador en todos ellos, así que lo subieron de categoría. Tal y como había ocurrido con Brezovec unos años atrás, se decidió que solo Luka se pusiera sus límites, si es que alguna vez los encontraba.
Pero Luka no parecía tener límites. Con trece años superaba con facilidad a chavales de quince, con catorce masacraba a chicos de diecisiete o dieciocho. Luka devoraba todos los récords de precocidad como un lobo hambriento en un gallinero.
Y, mientras tanto, seguía aprendiendo: aprendió el subjuntivo, que sirve para explicar deseos, y aprendió a hablar de sus deseos en español. Aprendió a cocinar algunos platos. Leyó libros y vio películas y series de televisión. Luka era el chico más normal del mundo. Solo que tenía un talento para el baloncesto fuera de este mundo.
Y así, llegó finalmente la llamada del primer equipo. Muchos de sus compañeros en la residencia nunca recibieron esa llamada. Luka la recibió con solo dieciséis años y dos meses. De nuevo dieciséis.
Se había convertido en el jugador más joven en debutar con el primer equipo.
La respuesta a la pregunta de Alberto había llegado mucho antes de lo esperado. Luka había hecho historia.
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