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En el primer bloque («El investigador») describo una serie de habilidades que debes adquirir como investigador. Son aspectos que, de ignorarlos, lastrarán tu avance continuamente. Entre ellos te explicaré cómo sacar tiempo y aprender inglés. Estos son algunos obstáculos que debes superar de una forma u otra si quieres convertirte en un investigador autónomo.
En el segundo bloque («Comunicando investigación») nos centraremos en cómo se escribe y cómo se reporta investigación. Empezaremos con la unidad más pequeña de cualquier texto: las palabras, las frases y los párrafos. Aprenderás una serie de principios sobre cómo se escribe bien y cómo no. Cuando sepas escribir, te enseñaré cómo crear tablas y figuras que permitan contar veraz y brevemente los hechos principales de tu historia. Finalmente, los dos últimos capítulos de este bloque se centrarán en explicar qué es lo que deben contener las secciones de un artículo. Seguramente muchos lectores encontrarán en estos capítulos una interesante guía de referencia. No obstante, recuerda: sin aprender a escribir antes correctamente, escribir un artículo científico es casi imposible.
En el tercer bloque («Trabajando con otros») te contaré cómo se trabaja con otros (coautores) y para otros (universidades, centros y grupos de investigación). Estos son recursos que deben ser bien gestionados. A tu favor se convertirán en potentes herramientas. En tu contra pueden hacer tu vida como investigador realmente miserable. El último capítulo de este bloque se centrará en todo lo que ocurre con tu artículo una vez se envía a una revista. Es probable que el proceso se parezca poco a lo que te imaginas. Por eso, con mayor motivo, debes conocerlo.
El cuarto bloque («Rechazos y revisiones») describe con detalle la fenomenología de errores que deben evitarse antes y después de enviar artículos. En estos capítulos aprenderás la visión de los editores, de los revisores y de los gestores de proyectos de investigación. También aprenderás cómo contestar (y cómo nunca hacerlo) cuando te soliciten cambios.
Pero, ¿quiero decir con ello que este libro es un compendio de casi todo lo que necesitas saber sobre cómo escribir artículos científicos? No, eso no es posible. Ningún libro puede prometerlo, y créeme, me he leído muchos. Conseguir que un libro aborde absolutamente todos los aspectos que un investigador puede necesitar ocuparía infinitas páginas. También debería rebajar el nivel intelectual de este libro al de un pregraduado universitario. Eso no me parece un movimiento inteligente. Explicar excesivamente los mismos conceptos y/o proporcionar más ejemplos de lo necesario no logrará que entiendas mejor lo que quiero decir. Precisamente, si hay algo que he aprendido a fuego es que, muchas veces, menos es más. Al escribir este libro, tengo en mente a jóvenes profesionales, investigadores y profesores universitarios. Gente con capacidad intelectual suficiente para entender lo que quiero enseñar. Si te estás planteando embarcarte en un doctorado o en un máster, es muy probable que tengas esta capacidad. Si no la tienes, el sistema educativo aún no te la ha transmitido y este libro tampoco lo hará.
En consecuencia, el libro apenas contiene explicaciones de cosas que puedas aprender por ti mismo en un período relativamente corto de tiempo. Si hay algo sobre lo que no me gusta escribir, aunque lo he visto en muchos otros libros de investigación, es sobre lo obvio e intrascendente. Aunque este libro los mencionará brevemente, no esperes encontrar mucha información sobre aspectos como: decidir el orden de los autores, sobre qué poner en las afiliaciones, los acknowledgements o los apéndices, ni siquiera sobre cómo se abre un perfil en ResearchGate u ORCiD. Sí, esas cosas son útiles. No obstante, lo más probable es que ya las conozcas o que las aprendas por simple exposición al mundo de la publicación científica. Análogamente, también te contaré que el uso de gestores bibliográficos y el manejo de bases de datos como Scopus o Web of Science es absolutamente necesario. Para muchos (para mí no) también es esencial utilizar compiladores de texto como Latex®. No obstante, esto no es un manual de aplicaciones informáticas. La tecnología avanza muy rápidamente. Un libro como este no podría mantenerse a la par, así que ni lo intentaré.
Por tanto, este libro pretende ser una guía sencilla y directa sobre cómo aprender a escribir con gran efectividad para hacerte progresar en tu carrera como investigador. Con esta escritura podrás conseguir publicar y ganar proyectos mucho más fácilmente. El objetivo es simplemente que te cueste menos que los seis años que me tomó a mí.
Un último consejo: digiere este libro poco a poco. Observarás que he realizado un gran esfuerzo de condensación en cada capítulo. Debes estar preparado para absorber lo que te tengo que contar. En mi opinión, un capítulo al día es más que suficiente. Un capítulo a la semana sería incluso mejor (este prólogo podría contar como tu primer capítulo). Esto es así porque los cambios tienen que producirse en ti y en tu forma de trabajar. Todos tenemos gran inercia a cambiar de hábitos, incluso con grandes dosis de fuerza de voluntad. El cambio de tu forma de trabajar no ocurrirá de la noche a la mañana. Si lees en grandes trozos, lo más probable es que tu organismo deje de absorber lo que tengo que contarte o incluso genere rechazo. Para cualquier asimilación de conceptos es necesario algo de tiempo. Dicho esto, mi tiempo es escaso y entiendo que el tuyo también. ¿Comenzamos?
BLOQUE I:
EL INVESTIGADOR
1. Condiciones necesarias (pero no suficientes) para publicar
Publish or perish (‘publica o muere’). Este es el principio imperante hoy en día en gran parte del mundo académico anglosajón, centroeuropeo y norteamericano. En el mundo hispanohablante estamos adoptando un modelo similar. Cada vez quedan más lejanos aquellos días en los que las tesis doctorales eran unos documentos extensos y en los que publicar era algo accesorio. Solo aquellos que lleven bastante tiempo en el sistema universitario podrían no haber sentido la presión por publicar. Para los jóvenes que intentan acceder a un empleo en la ciencia o la universidad hoy en día, publicar no es una opción, es una obligación. Lo mismo aplica si deseas promocionar. La docencia podrá pagar gran parte de tu sueldo, pero difícilmente te ayudará a progresar en el escalafón académico. Esto no va a cambiar en un futuro cercano, por mucho que algunos estamentos universitarios digan lo contrario.
Sin embargo, publicar no tiene por qué ser una pesadilla. De hecho, puede ser lo contrario: algo de lo que te sientas orgulloso y un signo de superación. Pero los inicios son duros, en eso estamos de acuerdo. La intención última de este libro es ponértelo más fácil. El objetivo de este capítulo en particular, es el de empezar a interiorizar algunos hábitos básicos. Ya hablamos en el prólogo de que sin modificar lo que haces te será muy costoso publicar. Aquí te voy a explicar qué necesitas hacer incluso antes de sentarte a escribir.
El título de este capítulo, como el de todos los siguientes, no es casual. Hay un viejo chiste irlandés sobre un turista que estaba conduciendo por la campiña irlandesa. Tras desorientarse, decidió detener su vehículo y preguntar a un transeúnte cómo llegar a la capital, Dublín. La persona le respondió: «Si estuviera conduciendo hacia Dublín, yo no empezaría aquí». Esta respuesta significa que, antes de comenzar un viaje, debes estar seguro de que estás en el lugar de partida apropiado para hacerte la vida más fácil. Si quieres empezar a escribir buenos artículos, debes prepararte para el viaje que te permita adquirir las habilidades necesarias. Si no tienes la mochila apropiada, no podrás cargar los útiles que necesitas y sin ellos no podrás completar el viaje.
Comencemos. Hay tres condiciones básicas que cualquier investigador que desee publicar artículos debe interiorizar cuanto antes. Voy a presentarlas de mayor a menor relevancia, que no necesariamente de mayor a menor esfuerzo. Cada uno tenemos nuestros puntos débiles. Debes identificar los tuyos y trabajar más intensamente en ellos.
1.ª condición: Sacar tiempo para investigar y escribir
Publicar es difícil, al menos al principio. Para aprender a publicar, antes hay que aprender a escribir. Para aprender a escribir, hay que escribir mucho y leer mucho. No hay atajos.
Stephen King, en su libro On writing: a memoir of the craft [2], apunta que él se pasa la mañana escribiendo y la parte final de la tarde leyendo. Esto lo hace prácticamente todos los días del año. Él, como muchos otros escritores, no cree que exista otra manera de convertirse en escritor. Ambas cosas, leer y escribir, requieren, por supuesto, tiempo.
Por tanto, si crees que no tienes tiempo para leer y escribir o simplemente no estás dispuesto a crearlo, no sigas con este libro. No va a solucionar ninguno de tus problemas. Dedicarle el tiempo necesario a una cosa es la primera condición esencial para aprenderla.
Las primeras preguntas que podrían surgirte son: ¿qué leo y cómo practico la escritura? La escritura la abordaremos con detalle en el siguiente capítulo, así que dejémosla fuera del radar por el momento. Respecto a qué leer, es sencillo. Si puedes, lee libros (reconocidos) y artículos (recientes y clásicos) de tu área de investigación. Esto es un trabajo que podría llegar a ocuparte varios años. Sin embargo, no hay que intentar leer todo, ni leerlo en poco tiempo. Eso es imposible. Cada día seguramente se publican decenas de artículos en tu área. También es imposible entender todo lo que leas, ni siquiera gran parte, al menos al principio. Con el tiempo, la proporción de lo que entiendas irá mejorando.
Ser revisor de artículos en revistas también es algo útil. De hecho, puede ser un sustitutivo (parcial) de tener que leer todo lo que se publique en tu área. Pero ser revisor tiene otras ventajas. En primer lugar, eres conocedor de quiénes publican (o intentan publicar) y sobre qué publican. En segundo lugar, te permite apreciar las diferencias de calidad entre aquellos artículos que se publican y los que no. Por último, ser revisor te permite comparar tus opiniones con las de otros revisores. Esto es interesante para anticipar cómo diferentes personas pueden interpretar lo mismo que has leído tú. Cuando escribas tus artículos, esta empatía que habrás ido adquiriendo es una habilidad esencial. Anticipar cómo pueden entender otros lo que escribes te ayudará a escribirlo de forma más clara. De cualquier forma, las tres ventajas de revisar son beneficiosas a medio plazo, pero revisar, por supuesto, también consume tiempo.
Pero no te obsesiones. Estos son simplemente hábitos saludables que a la larga se convierten en habilidades. Pero la conversión de hábitos en habilidades ocurre con lentitud. Revisar muchos artículos a la semana no va a convertirte en un gran escritor a corto plazo. Hay que compaginar esta labor con la de tu actividad investigadora principal. Leer o releer artículos seminales también ayuda a entender tu área mucho mejor. A veces incluso será necesario cuando lo que investigues complemente o contradiga lo que la comunidad científica había dado por supuesto. Cuando llegues a este punto, deberás haberte leído y entendido perfectamente lo que aquellos que crearon tu disciplina dijeron inicialmente. Escapar de los estereotipos puede ser una ardua tarea.
Entonces, la pregunta del millón sería: ¿cuánto tiempo necesito reservar para escribir? Esto es bastante más difícil de responder, pero te proporcionaré algunas guías.
Las personas más prolíficas que conozco tienen horarios para escribir de lo más variado. Yo, por ejemplo, puedo estar varios meses realizando experimentación, explorando y quedándome con lo que considero publicable. Cuando me pongo a escribir necesito empezar un lunes o un martes. Esto es así porque cuando empiezo, intento no detenerme hasta completar el primer borrador del artículo. En los días en los que estoy escribiendo estoy altamente concentrado. Cuando vuelvo a casa sigo pensando en lo que debo escribir o editar al día siguiente. Es decir, no consigo desconectar, ni siquiera cuando dejo de escribir. Durante la semana de escritura me convierto, por decirlo suavemente, en una persona poco sociable. Si llega el fin de semana y no he terminado el artículo, continúo pensando en él. Eso es malo para mí y para mi familia. Por eso empiezo a principios de la semana, para poder acabar antes del sábado.
Podrías pensar, sin embargo, que mi caso es algo extremo o que tal vez tengo suerte por conseguir despejar una semana completa para poder escribir. No te apresures a juzgarme. En primer lugar, esa semana la despejo con bastante antelación. Generalmente, si algo inesperado ocurre, por supuesto dejo de escribir. Pero también he de decir que cosas «importantes y urgentes» suceden pocas veces. Sí suelen surgir cosas importantes, pero no urgentes. Esas cosas intento dejarlas para la semana siguiente. Si no puedo retrasarlas, las arrincono al final de mi jornada laboral para estar seguro de que les dedico el tiempo mínimo. Cuando escribo, intento hacer solo eso: escribir. En conclusión, yo necesito escribir en pocos pero grandes y continuos bloques de tiempo a lo largo del año.
Respecto a qué hacen otros compañeros, los hay mucho más entregados que yo. Un profesor retirado me confesó una vez que cuando él escribía artículos prácticamente no dormía ni comía. No lo hacía porque su cerebro no se lo permitía. En cuanto dejaba de escribir, las ideas se le volvían difusas. Su mente estaba en modo escritura las veinticuatro horas del día. Eso sí, conseguía acabar el primer borrador en dos o tres días como mucho. Puede que el primer borrador no fuera muy bueno, pero la parte más demandante estaba superada. Después podría editarlo cuantas veces fuera necesario.
¿Y qué pasa cuando uno no puede generar largos intervalos continuos de tiempo? Pues que hay que generarlos con una configuración distinta. En un extremo del espectro podemos encontrar gente como Stephen King que dedica casi todas las horas de la mañana de casi todos los días del año. En el extremo opuesto podríamos encontrar al novelista Anthony Trollope [3]. Anthony fue oficinista del servicio postal inglés a mediados del siglo XIX. También fue el inventor de los icónicos buzones de correos que suelen encontrarse hoy en día en gran parte de Inglaterra. Cada mañana, Anthony se levantaba temprano y escribía durante dos horas y media antes de irse a trabajar. Su horario y disciplina eran férreos. Si no había acabado una frase antes de irse al trabajo, dejaba la frase a la mitad. Soltaba el lápiz y se marchaba. Si por el contrario, había terminado una novela y le quedaban quince minutos antes de marcharse, apartaba el manuscrito y comenzaba con la siguiente. Anthony Trollope murió relativamente joven a la edad de sesenta y siete años. Pero antes de morir había escrito cuarenta y siete novelas, muchas de ellas de más de seiscientas páginas; docenas de historias cortas e incluso algunos libros de viajes. Esta producción lo convirtió en uno de los escritores más prolíficos de la historia de la literatura. Su secreto consistía simplemente en ser disciplinado y aprovechar el tiempo al máximo. Anthony Trollope es considerado hoy en día uno de los escritores ingleses más exitosos y respetados de la época victoriana.
¿Cuál es la conclusión? Todos tenemos poco tiempo, pero hay que priorizarlo en función de lo que realmente necesitamos hacer. Es probable que tengas que apartar otras actividades. Hazlo. Sin el tiempo necesario no hay forma de aprender a escribir. Sin tiempo tampoco hay forma de escribir, aunque ya sepas hacerlo. Adáptate a tus ritmos circadianos. Es probable que seas una persona de mañanas, de tardes o de noches. Escribe cuando estés más lúcido. Lee o haz otras actividades de menor exigencia intelectual (arreglar referencias, formatear tablas, etc.) cuando estés menos concentrado. Simplemente, genera los huecos de tiempo y mantente ocupado en ellos.
Dos consideraciones finales: la primera acerca del lugar de trabajo, la segunda sobre la búsqueda de la inspiración. El lugar donde trabajes es relativamente poco importante. Solo hay un requisito esencial: trabaja donde sea difícil que te interrumpan. Este lugar puede ser tu despacho con la puerta cerrada. Podría ser también un cuarto pequeño y oscuro en la parte trasera de la casa. Desconecta los distractores comunes como el email, teléfono y redes sociales. Ponte a trabajar y no te levantes. Mientras escribas lo importante sois tú y tu procesador de textos.
La segunda consideración es sobre la búsqueda de la inspiración. Es probable que esto te preocupe, pero si quieres mi consejo, ni te lo plan-tees. La inspiración llegará por sí sola. No cuando tú quieras, pero llegará. En años recientes nos han intentado vender el concepto de «tiempo de calidad». Esto es como si generar este tipo de tiempo fuera un acto totalmente volitivo. Pero como en muchos otros aspectos de la vida, no existe «calidad sin cantidad». Es decir, si quieres escribir buenos artículos, vas a tener que escribir muchos artículos. Algunos de ellos, tal vez los que no creías los mejores, llegarán a ser relevantes para otros. Esto no es exclusivo de los investigadores, sino que pasa en muchos otros campos también. Por ejemplo, músicos como Mozart, Beethoven o Bach compusieron multitud de piezas. La mayoría de ellas no eran brillantes y algunas ni siquiera eran buenas. Aun así, los reconocemos hoy en día por las que sí lo fueron. No hay que temer a fracasar, ni bloquearse en intentar alcanzar la perfección a la primera. Es cuestión de empezar y, a veces, de saber desprenderse de lo ya escrito.
¿Cómo se empieza entonces? Palabra a palabra. No te preocupes demasiado por la calidad de tus primeros borradores. Muchos generamos basura hasta que calentamos motores. Ya tendremos tiempo de revisarlo y editarlo cuantas veces sea necesario más adelante.
Por último, acerca también de la inspiración, entre investigadores experimentados sabemos que las ideas más brillantes suelen llegar en momentos de relajación, pero casi siempre entre períodos de trabajo intenso. Yo tengo costumbre de trasladarme en bicicleta. Lo hago porque me permite hacer algo de deporte y desconectar del trabajo antes de llegar a casa. A casi todos los investigadores nos cuesta desconectar cuando salimos del trabajo. Prácticamente todas mis ideas geniales me han llegado en dos momentos: cuando me desplazo en bicicleta, o cuando me despierto muy temprano y permanezco pensando en la cama. Ambos son momentos de relajación en los que el cerebro puede hacer conexiones increíblemente profundas. Otros compañeros han compartido conmigo que ellos también suelen tener las mejores ideas cuando están haciendo deporte o cuando se están duchando. Parece que lo atípico es que la inspiración llegue justamente cuando estés trabajando y sentado frente al ordenador. También es inusual que llegue justo cuando estés haciendo tareas mecánicas que requieren tu atención (haciendo ensayos, conduciendo a casa). La inspiración puede visitarte en cualquier momento, pero sin trabajo duro (y con cierto descanso), lo más probable es que no te encuentre preparado para aprovecharla.
2.ª condición: Aprender inglés
Aprender inglés también es necesario si quieres investigar. Si odias este idioma, debes saber que las primeras sociedades científicas escribían todo en latín. Previo a la Segunda Guerra Mundial, los idiomas científicos dominantes eran el alemán y el ruso. Los dos eran bastante más difíciles que el inglés, así que puedes sentirte afortunado.
Aun así, aprender otro idioma, sea el que sea, no es ni fácil, ni rápido. Dicen los expertos que para aprender un idioma se requieren entre 3000 y 10 000 horas [4]. Incluso pensando que el inglés es más sencillo que otros idiomas, 3000 horas es más que la duración de una carrera universitaria. Pero no hay atajos para acortar esa cantidad de tiempo, lo siento.
Déjame que te cuente cómo fue para mí. Cuando empecé a aprender inglés en serio tenía treinta años y acababa de doctorarme. Eran principios de 2010. Trabajaba como ingeniero en la empresa privada, pero ya veía en la ciencia mi futuro. Fue entonces cuando empecé a plantearme trabajar a tiempo completo en la universidad. El problema era que el gobierno español acababa de promulgar un decreto que prohibía reponer cualquier profesor que se jubilara en las universidades. Aun teniendo los méritos mínimos necesarios, las universidades de mi país habían dejado de ser una opción viable para mí.
Empecé a buscar plazas de profesor en el extranjero. La lista de países en los que se hablaba español se restringía prácticamente a Sudamérica y Centroamérica. En estas regiones, los países que alcanzaban las condiciones laborales, sanitarias, educativas y de seguridad que mi familia y yo esperábamos no eran muchos. Aprender inglés parecía la mejor opción.
En mi caso empecé a estudiar este idioma (que no a aprenderlo) en el colegio a partir de los trece años. Había sacado siempre notable. Para mí el inglés era como cualquier otra asignatura. De niño nunca aprecié su utilidad, pero eso no significa que no la tuviera. Al fin y al cabo, la mayoría de niños no se visualizan saliendo de su país y yéndose al extranjero a trabajar.
Cuando me doctoré tenía justamente treinta años recién cumplidos. No había vuelto a estudiar inglés desde que tenía veinte. La verdad es que no sentía que fuera capaz de hablarlo. Mi caso no era algo aislado. Estoy seguro de que gran parte de los hispanohablantes se han sentido igual en algún momento. Si te sirve de consuelo, a los angloparlantes les pasa exactamente lo mismo cuando aprenden un segundo idioma.
Pero yo estaba determinado a convertirme en profesor a tiempo completo. En mi situación, el camino más fácil pasaba por encontrar un puesto en una universidad extranjera de habla inglesa. Tenía que aprender inglés de una vez por todas. Me consagré a ello durante los siguientes cuatro años de mi vida (de 2010 a 2013). Esto lo compaginé con la escritura de mis primeros artículos científicos.
Inicialmente me apunté a academias de inglés, pero no avanzaba lo suficientemente rápido. En estos lugares puedes encontrar una gran cantidad de alumnos que se sienten satisfechos por el mero hecho de asistir a clases. No les importa mucho si realmente progresan o no. Ese no era mi caso. Yo quería aprovechar el tiempo. Tras varios meses de lastrar mi avance con lo que yo consideraba compañeros insuficientemente motivados decidí dejar de pagar y empezar a estudiar por cuenta propia.
Entonces me compré un libro de ejercicios de Cambridge nivel Advanced (C1). El libro contenía cerca de dos mil ejercicios en casi seiscientas páginas. En otro alarde de fuerza de voluntad conseguí terminarlos todos en menos de seis meses. Con gran amargor recuerdo cómo, a la semana de haber completado el libro, no recordaba prácticamente nada de lo que había estudiado. Creo que lo tuve claro en aquel momento: había estado perdiendo totalmente el tiempo. Segundo intento fallido. Las academias y los libros de ejercicios no servían para aprender inglés.
¿Qué hice entonces? Adopté un enfoque más radical. Generé una burbuja vital en la que solo existiera el inglés. Como seguía viviendo en España y no tenía dinero para hacer estancias en el extranjero, cambié de idioma mi teléfono móvil, el software de mi ordenador, empecé a leer exclusivamente en inglés, y también pasé a ver solo películas y series en este idioma. Es decir, dejé de estudiar inglés y empecé a utilizarlo.
Por aquellos días también comencé a intercambiar infinidad de emails con el que sería uno de mis mejores mentores, el profesor Martin Skitmore. Él era un académico británico con residencia en Queensland (Australia). Con mi inglés mediocre y observando cómo escribía él, fui mejorando poco a poco mi forma de escribir en su idioma. Meses más tarde, un amigo me habló de una web donde había infinidad de conferencias de muchas temáticas. La web era www.ted.com [5]. No era tan conocida por aquel entonces, pero ya contenía suficiente material para que alguien como yo pudiera sacarle partido. Cada día me propuse ver o escuchar al menos una charla o conferencia. A veces las veía con subtítulos en inglés y otras veces sin subtítulos. Como puedes observar, me tomé el aprendizaje del idioma con disciplina militar.
Por aquel entonces no existían plataformas de streaming como Netflix o HBO, así que cambiaba el idioma en la televisión cuando el programa lo permitía. A veces también alquilaba películas en el videoclub en DVD para poder cambiar el idioma. Las películas inglesas o americanas que estaban en internet las veía en idioma original. Recuerdo no obstante, que durante los primeros tres años de aprender inglés apenas entendía lo que decían. Eso también le pasa a mucha gente. Los diálogos de series y películas suelen contener muchas palabras y expresiones poco comunes.






