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Por último, compré un Amazon Kindle. La primera generación tenía botones físicos y contaba con un traductor integrado. Señalabas la palabra y la traducía. No era un traductor muy bueno, pero hacía su papel. Poco a poco, todas estas cosas me ayudaron a aprender inglés sin poner un pie en el extranjero.
El paso definitivo lo di cuando me topé con unas listas de Richard Vaughan. Para aquellos que no lo conozcan, Vaughan fue un personaje relativamente mediático en la España de los años 2000. Tenía varios programas televisivos y radiofónicos con los que enseñaba inglés al público general. En sus programas hacía incesante publicidad de otros recursos docentes de su propia marca (libros, CDs, cursos, etc.). Previamente nunca me habían llamado la atención esos recursos. Mi mala experiencia con las academias y los libros de ejercicios me hacían desconfiar. Pero en ese momento di con uno que cambiaría mi vida. Se llamaban Translation booklets y consistían en una serie de ocho cuadernos con multitud de listas de veinticinco frases. Para cada lista existía un archivo de audio en el que, en primer lugar, se escuchaba una frase en español que tras dos segundos se traducía al inglés. El sistema era sencillo. Había que repetir cada lista en voz alta hasta que pudieras recitar la traducción al inglés al mismo tiempo que la voz lo hacía. Eso sí, había muchas listas y la complejidad era vertiginosamente creciente.
Me encontré con las listas a principios de 2011, justo un año después de haber empezado a estudiar inglés con seriedad. Recuerdo que le dediqué a esas listas entre treinta y sesenta minutos diarios de lunes a viernes. Aprovechaba los dos o cuatro viajes diarios que realizaba en coche a mi trabajo. Como cada trayecto duraba entre quince y veinte minutos, en algunos de ellos practicaba las listas. En el resto de trayectos escuchaba podcasts (en inglés, por supuesto). Me costó unos seis meses completar todas las listas y repetirlas con relativa soltura. Fue duro, pero conseguí terminarlas.
Con las listas de Vaughan aprendí toda la gramática que necesitaba. También aprendí a escribir en inglés ya que de vez en cuando cotejaba cómo se escribía lo que recitaba en voz alta. Por último, gracias a las listas también adquirí una pronunciación inglesa decente. No me gusta dar falsa publicidad a métodos de inglés, pero los translation booklets de Richard Vaughan me ayudaron muchísimo. A los seis meses de empezar las listas conseguí sacar el nivel B2 (First Cambridge Certificate), a los doce meses aprobé el nivel Advanced (C1). Aproximadamente dos años más tarde, a finales del 2013, conseguí obtener el máximo nivel de inglés para hablantes no nativos, el Proficiency (C2). Por el camino hice otras pruebas de inglés (el TOEFL, el TOEIC, etc.), pero las hacía por practicar. Mi objetivo no era superar exámenes, sino aprender inglés. Cuando estos objetivos están invertidos, suele haber problemas de aprendizaje.
***
Entonces, ¿cómo se aprende inglés? Te he contado cómo lo hice yo, pero existen infinidad de métodos y casi todos —menos los libros de ejercicios y las academias— funcionan.
Durante los años en los que aprendí este idioma también escuché infinidad de conferencias, podcasts y leí unos cuantos libros. De las conferencias de www.ted.com ya te he hablado. En cuanto a podscasts, a mí me cautivaron especialmente dos: The vinyl cafe (nivel intermedio) y Wait wait… Don’t tell me! (nivel avanzado). Ambos eran programas de radio de unos cuarenta y cinco minutos cuyos anfitriones eran realmente fabulosos. Hoy en día sigue siendo fácil encontrarlos en cualquier plataforma de música como Spotify o Apple music. Cuando tú decidas aprender inglés, escoge los que te parezcan más divertidos o interesantes. No te desanimes si al principio entiendes poco.
En cuanto a libros, he de decir que leí unos cuantos best sellers con mi Kindle. También leí libros que hablaban del aprendizaje del inglés. La mayoría de estos últimos me ayudaron poco o nada, así que no los nombraré. No obstante, hubo tres excepciones.
El primer libro fue del propio Richard Vaughan llamado Si quieres puedes [4]. En él reflexionaba sobre sus casi treinta años enseñando inglés y, especialmente, sobre cómo se aprende este idioma y cómo no. Era un libro bastante sincero y fácil de leer. Además estaba escrito en español, lo que lo convirtió en casi el único libro en español que leí durante aquellos años. El libro no era perfecto, ni mucho menos. Tenía bastante material irrelevante, pero era fácil identificarlo y saltárselo. En su libro, Richard confesaba cómo los translation booklets, las listas con las que tanto había aprendido, fueron los primeros materiales que desarrolló. Se dio cuenta de que eran muy potentes y prometió no ganar dinero con ellas. Hasta la fecha ha cumplido su palabra. Las listas con los archivos de audio aún se venden a precio de coste en Amazon y en la tienda online del propio Vaughan [6]. El resto de materiales que ofrece son otra historia, por supuesto, pero como te he dicho, para mí el material realmente valioso fueron sus listas.
Su libro, además, ofrecía una curiosa taxonomía de los estudiantes de inglés y un listado de métodos con los que cualquier persona puede hablarlo. Los métodos eran estos:
–Leer best sellers, como hacía yo con el Kindle.
–Leer en voz alta, como hacía de vez en cuando con algunas páginas de los best sellers o cuando repetía las frases.
–Hacer gimnasia gramatical, que yo trabajaba también con las frases.
–Utilizar la escucha directa (prestando atención) e indirecta (sin prestar atención); es decir, dejando la radio o la televisión puesta mientras haces otras cosas. Yo lo reemplazaba con los podcasts que ponía en el coche, o cuando veía series y películas en casa.
–El pasajero y la pared. Esto consistía en hablarle a un amigo imaginario. A mí me hacía sentirme algo incómodo así que nunca lo hice, sorry. Eso sí, en esos años intercambié cientos de emails con mi colega británico afincado en Australia, el profesor Martin Skitmore.
–Hacer estancias en el extranjero, las cuales yo nunca me pude permitir.
Con las cosas que sí que hice puedo constatar que aprendí bastante inglés. Además, lo conseguí en un tiempo reducido y a un precio comparativamente mucho menor que con otros métodos.
Hubo otros libros de referencia que también me facilitaron mucho la vida. Fueron dos libros del mismo autor: Michael Swan. Los libros eran Basic English Usage [7] y Practical English Usage [8]. El primero de ellos es el que se utiliza en los países nórdicos como único libro de consulta cuando se aprende inglés. Ambos son libros muy prácticos que explican con breves ejemplos las reglas gramaticales más importantes. Están orientados a personas que aprenden inglés como segundo idioma por lo que son más accesibles (y menos aburridos) que otros. La diferencia principal entre ambos es que el primero es una versión simplificada (de unas trescientas páginas en tamaño A5) del segundo (unas ochocientas páginas tamaño letter —15 x 23 cm—). Los dos libros son maravillosos, pero es probable que jamás necesites el segundo. Con el primero seguramente solucionarás el 99 % de tus dudas y futuras confusiones con el idioma.
En cuanto a libros, pocos más puedo recomendarte. En cuanto a métodos alternativos, tampoco. Hazlo como quieras, pero no abandones. Nunca es más duro que al principio.
En mi caso finalmente conseguí un puesto como lecturer en la University of Reading (Inglaterra). Esto ocurrió en enero de 2016, justo seis años después de haber empezado a estudiar inglés. Los tres años anteriores había sido profesor asistente en la Universidad de Talca (Chile) y no dejé de trabajar con el inglés. Eso sí, a partir de 2012, empecé a disfrutar enormemente del proceso de aprendizaje. La barrera de entrada del idioma ya la había superado y entendía gran parte de lo que leía y escuchaba. También escribía mis artículos en inglés, aunque necesitaban muchas correcciones. Como te decía, lo que más me costó fue llegar a entender las películas y algunas series de televisión. Incluso hoy esporádicamente tengo dificultades para entender a algunos actores.
Pero contaba que finalmente conseguí trabajo en una universidad inglesa. Cuando viajé a Inglaterra a someterme a las pruebas de selección no me pidieron ninguno de los títulos de inglés que había obtenido. Me hicieron dar, eso sí, una clase de veinte minutos (más quince de preguntas) frente a todos los profesores del departamento. Después pasé una entrevista de otros treinta minutos con el decano, el director de la escuela y una futura compañera del área. Era la primera vez que utilizaba el speaking con motivos profesionales en toda mi vida. Me preparé muy bien la presentación, por supuesto, y no debí de hacerlo tan mal. Después me enteré de que me habían seleccionado por encima de todos los candidatos internos del departamento.
Una vez en Inglaterra, seguí mejorando mi inglés. De hecho, nunca he dejado de utilizarlo desde entonces. Pero el 90 % del idioma ya lo había aprendido antes de trasladarme a Inglaterra. Hay personas que deciden irse por las bravas a otro país y aprender el idioma por pura exposición. Es perfectamente posible, no lo dudo. Pero en mi opinión, esa es la forma más traumática de aprenderlo. Además, es posible que tengas que pasar por empleos de baja cualificación antes. Por el contrario, cuando ya tienes una base sólida, lo aprendes mucho más rápido. A la larga, creo que mi opción fue más eficiente y más barata.
Aprender inglés también me ha traído otros beneficios inesperados. A medida que pasas la barrera de entrada, aprender otro idioma te abre un mundo de posibilidades. No solo te permite entender mucho mejor otras culturas y acceder a mayor cantidad de información, sino que también ejercita tu cerebro y te hace más inteligente. Hay una última ventaja: aprender otro idioma te hace mucho más empático. Como decíamos, esta cualidad es muy útil cuando intentas anticipar cómo los demás entenderán lo que escribes.
Antes de finalizar, hablemos con franqueza de dos formas de intentar sortear el problema del inglés. Como te he dicho, no hay atajo, pero siempre hay quien intenta crearlo. Por un lado, están los investigadores que escriben muy mal inglés y que, aun así, envían sus artículos a las revistas sin apenas revisarlos. Bien, esto no funciona. Los revisores de revistas decentes consideran que Sloppy english = Sloppy science (‘inglés chapucero’ = ‘ciencia chapucera’). Eso no te conviene, porque tu artículo tiene mínimas posibilidades de sobrevivir un proceso de revisión. Hay otros investigadores que deciden escribir todo en su idioma materno y después enviarlo a traducir. En estos casos, salvo que sepan escribir a la inglesa, es decir, con frases muy cortas y directas (y de estos he encontrado bien pocos), la traducción será un desastre. Los artículos hay que escribirlos en inglés desde el principio, aunque sea mediocre.
Como paso final, siempre aconsejo enviar el artículo a un editor profesional. Yo soy de la opinión de que el editor debe revisar tanto la corrección gramatical y ortográfica (proofreading) como efectuar una revisión de estilo (stylistic editing). Esto es algo más caro y requiere que sepas que el editor es competente para hacerlo. Los editores de este tipo no abundan. De hecho, lo que abundan son bastantes farsantes muy poco cualificados. Si encuentras un buen editor, cuídalo. Yo he trabajado con bastantes, pero los dos que más me han gustado han sido Oxbridge [9] y American Journal Experts [10]. Los dos son rápidos, fiables y no tan caros.
Finalmente, para aclarar mi última sugerencia: ¿realmente necesito someter todos mis artículos a una revisión de idioma? Yo lo hago. Como te he dicho, tengo un nivel C2, fui tres años profesor en Inglaterra y, aun así, pago por una revisión estilística antes de enviar mis artículos a cualquier revista. En mi universidad suelen haber pequeños fondos de dinero para este tipo de cosas. Un artículo con buen inglés es diez veces más fácil de publicar. Si no puedes pagar la revisión del idioma, búscate un coautor angloparlante (preferiblemente nativo). En cualquier caso, escribir y revisar los artículos directamente en inglés te ahorrará mucho tiempo a la larga.
3.ª condición: Resiliencia a la crítica
Nullius in verba (‘en la palabra de nadie’). En 1663, la Real Sociedad de Londres adoptó esta frase como lema de su institución [11]. La Real Sociedad de Londres fue la primera sociedad científica del mundo y la primera en empezar a publicar artículos tal como los entendemos hoy en día. Más tarde se crearon otras sociedades. A ellas les siguieron las primeras editoriales científicas con fines comerciales.
El lema nullius in verba pone de manifiesto que no debe creerse nada simplemente porque lo haya dicho alguien, tenga la autoridad que tenga. Hay que comprobarlo por uno mismo. Esto sintetiza una característica del mundo académico que no es generalmente entendida por personas ajenas a él: «En ciencia, a diferencia de en el mundo real, estás equivocado hasta que se demuestre lo contrario». Esto significa que cuando escribes un artículo científico debes estar seguro de que has comprobado y defendido que las afirmaciones contenidas en él son ciertas. Por eso, cuando los revisores escrutan tus artículos, la posición por defecto es la de rechazarlo. Es tu labor convencerles de que tus experimentos y análisis conducen a un avance significativo de la ciencia que no puede ser interpretado de otra manera más que la que propones. Obviamente, esto siempre entendido dentro de los límites razonables de tiempo y recursos de los que disponen los investigadores.
Por eso, cuando alguien se pregunta por qué los académicos somos tan críticos y desconfiados, la respuesta es simple: en ciencia eres culpable hasta que demuestres lo contrario. Por eso es difícil publicar artículos científicos, y debe seguir siéndolo. Por eso también el plagio y la fabricación de datos son ofensas tan graves para la ciencia [12]. Todo lo que pone en entredicho la veracidad de las evidencias y los argumentos socava la confianza en el trabajo del investigador. Por eso también, enviar el mismo artículo a varias revistas de forma simultánea o copiar sin referenciar son prácticas no admitidas. Si el propio investigador no se comporta de forma ética, no podemos esperar que su trabajo sí lo sea.
Desafortunadamente, los comportamientos poco éticos siempre han existido. En España hemos tenido múltiples casos de políticos y jueces con tesis doctorales cuyos contenidos contenían supuesto plagio o cuya autoría era más bien dudosa [13]. Esto no es solo común de países de habla hispana. Casos similares podemos encontrarlos en países como Alemania, donde políticos con futuros prometedores fueron igualmente acusados de plagio en sus tesis doctorales [14].
Concordamos entonces en que publicar artículos es difícil y que conlleva un gran esfuerzo. Adicionalmente, el mundo académico también tiene gran inercia al cambio. La abrumadora mayoría de ciencia que se publica supone un avance incremental. Cuando esporádicamente se produce un avance revolucionario, la posición por defecto es la de desconfiar que sea cierto. Esto ha pasado múltiples veces y aunque visto desde fuera no se entiende, no son pocos los casos de premios Nobel que vieron cómo sus primeros trabajos eran rechazados [15]. Cuanto mayor es el salto de conocimiento, más difícil es defender que lo que se ha descubierto es cierto.
Con motivo de esta desconfianza también, los artículos son antes sometidos a un primer escrutinio en sus aspectos formales. Este suelen realizarlo los propios editores de las revistas. Si el artículo se asemeja al canon tal como lo entienden en su respectivo campo científico, entonces puede ser enviado a revisión externa. Los revisores serán a continuación los encargados de juzgar la solidez científica y la relevancia de las contribuciones. Desafortunadamente, la otra cara de la moneda es que en ocasiones es más fácil publicar artículos que reportan ciencia nefasta, incluso falsa [16], que artículos mal escritos con contribuciones pioneras. Esto ocurre porque los artículos «formalmente» correctos tienen muchas más posibilidades de pasar el filtro del editor. Si los revisores no son realmente expertos, el artículo podría colar y ser eventualmente publicado. No pasa con mucha frecuencia, pero pasa.
Fruto de esta realidad es por la que unos estudiantes del MIT decidieron a modo de broma crear un generador de artículos falsos [17]. El generador se llama SCIGen y escribe de forma automática artículos inventados en el área de ciencias de la computación. Lo hicieron porque la estructura de los artículos es relativamente rígida en muchos campos científicos. La popularidad que alcanzó este generador de artículos encierra otra lección: escribir correctamente un artículo es casi tan importante como las contribuciones del mismo. Esto fue precisamente lo que concluyó el trabajo de Cyril Labbé. Cyril era un científico en computación francés que generó un programa que rastreaba dónde se habían publicado artículos generados por SCIGen. En 2012 (y por aquel entonces SCIGen aún era poco conocido) su programa encontró más de ciento veinte artículos publicados en conferencias de Springer y IEEE [18]. SCIGen también generó muchos artículos que fueron aceptados en revistas depredadoras, incluso en algunas buenas revistas (v.gr. [19]). Eso sí, estos últimos han sido convenientemente retirados (que no retractados).
Pero estábamos hablando de las condiciones necesarias para que un investigador pueda publicar y de la necesidad de tener resiliencia a la crítica. Debes notar que no he dicho «resistencia», sino «resiliencia». El Diccionario de la Real Academia Española [20] define resiliencia como: «Capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos». Cuando hablo de resiliencia, por tanto, me refiero a que vas a tener que aprender a encajar múltiples comentarios negativos sobre tus trabajos, aunque a veces sean injustos. También vas a tener que aprender de ellos, adaptarte y salir adelante con una versión mejorada de lo que hiciste en primer lugar.
La resiliencia entonces, supone un cambio actitudinal. Vas a tener que dominar tu ego cuando recibas críticas corrosivas que denigren tu trabajo. Esto nos ha pasado y nos sigue pasando a todos. Está claro que hay revisores buenos y revisores muy malos. Pero ambos son las mismas personas que leerán tu trabajo una vez publicado. Adaptarse (hasta cierto punto) a aquellos que pueden entender bien poco de lo que has escrito es con frecuencia la mejor estrategia en la fase de revisión.
Consideraciones finales (I): Tener algo que contar
Al proponer las tres condiciones hemos hablado de muchas cosas, pero hay muchas otras que he omitido. Ya te dije que no quería perder el tiempo mencionando lo obvio. Sin embargo, tal vez valga la pena constatar que no me he dejado nada importante por el camino. Este capítulo es el más personal de todos los de este libro. Lo he escrito prácticamente en primera persona porque te hablaba directamente a ti. Los siguientes capítulos serán algo distintos puesto que pasaremos a hablar de tu escritura y tu investigación, es decir, de tu trabajo.
La primera cosa obvia que hemos mencionado solo tangencialmente es que, para reportar ciencia, hay que tener antes algo que contar. Uno no se sienta y empieza a escribir un artículo sin haber realizado experimentación, un trabajo de campo o sin haber recopilado datos. No obstante, no le doy tanta importancia a esta fase previa por dos motivos principales. El primero es porque en esta fase inicial los investigadores inexpertos suelen contar con el apoyo de otros (p. ej., sus supervisores u otros coautores). En esta fase el investigador tiene una sensación menor de encontrarse perdido. En realidad esto es una ilusión, porque las fases tempranas de la investigación condicionan enormemente la calidad y utilidad de los resultados posteriores. No obstante, incluso cuando los investigadores se sienten perdidos, asumen que es su deber seguir probando hasta reubicarse. De alguna manera, parece que tenemos más asumido que las fases iniciales de la investigación implican bastantes dosis de prueba y error.
El segundo motivo por el que no he mencionado la importancia de tener algo que contar es porque, cuando detectamos errores en la experimentación al escribir el artículo, deberemos ser capaces de volver atrás y corregirlos. Es decir, cuando aprendas a escribir bien, serás capaz de encontrar los puntos débiles de tu investigación durante su ejecución. Entonces solo tendrás que volver a la experimentación, corregirla, ampliarla o rediseñarla. Esto puede ser oneroso, pero cuanta más experiencia tengas al escribir, mayor capacidad de anticipación tendrás. Es decir, con el tiempo operarás con anticipación desde el principio y diseñarás todo con las miras puestas en su eventual publicación. Esto te ahorrará no solo mucho tiempo, sino que te permitirá generar fácilmente muchas otras ideas con las que seguir publicando.
Consideraciones finales (II): Ontología y Epistemología
Antes de finalizar este capítulo me gustaría incluir un comentario sobre algo que suele causar confusión, especialmente a estudiantes hispanohablantes que cursan su doctorado en el extranjero. No es un aspecto puramente personal, pero te evitará parecer un ignorante cuando hables con otros angloparlantes sobre tu investigación. Debes tener en cuenta que las instituciones de primer nivel a veces otorgan mucho peso formal a dos cosas llamadas «ontología» y «epistemología». La ontología se preocupa del estudio de los seres o cosas que existen. La epistemología comprende la teoría de los fundamentos y métodos del conocimiento científico.
Es probable que estas definiciones las olvides y por eso te voy a dar otras más sencillas. Sé que no son totalmente correctas, pero al menos tendrás alguna posibilidad de recordarlas cuando alguien te pregunte acerca de ellas. Simplificando enormemente, la ontología es el estudio de lo que hay, de lo que existe. La epistemología estudia cómo conocemos y llegamos a comprender lo que existe.
En la ontología existen dos paradigmas principales: el positivismo y el interpretativismo. Estas son dos formas de entender la realidad, por eso también las llamamos epistemologías [21]. El positivismo intenta encontrar leyes generales o universales basándose en la observación. Esto quiere decir que se intenta encontrar las relaciones causa-efecto y los posibles vínculos entre los elementos estudiados. La investigación en ciencias e ingenierías es casi toda positivista. La estadística es una de las disciplinas más utilizadas en el enfoque positivista porque permite describir cómo se comportan los elementos y cómo se afectan los unos a los otros. En el positivismo entonces, los elementos existen al margen del que los estudia (nosotros), por eso se le llama también «objetivismo».
El interpretativismo, por otro lado, es mucho más común en estudios sociales y/o cualitativos. El interpretativismo intenta conocer el significado y las razones por las que los elementos analizados se comportan de una manera determinada. Por ejemplo, cuando se estudia un fenómeno social, se podría abordar su análisis a través de cómo se comporta el grupo de individuos en su conjunto y cómo influencia otros sistemas (enfoque positivista). También se podría interrogar a los individuos acerca de por qué se comportan de esa manera y cómo podrían comportarse de manera diferente (enfoque interpretativista). Cada epistemología puede estudiar el mismo fenómeno a distintos niveles. Por tanto, ambas epistemologías son complementarias.
¿Por qué te he contado todo esto? Sencillo. Con el tiempo alguien te acabará preguntando sobre la ontología de tu investigación o sobre tu modelo ontológico. Seguramente, lo que esa persona querrá saber es si tienen sentido los elementos que has escogido (ontología) y cómo los estás analizando (epistemología). Seguramente también, cuando te pregunte, lo que querrá evaluar es si tus elementos y métodos de análisis están correctamente alineados con tu Research question (lo que quieres averiguar). A este respecto es común ver cómo muchos investigadores noveles recurren a encuestas para intentar entender un fenómeno o situación. A veces, preguntar a personas no es lo más adecuado. Esto ocurre porque esas personas podrían saber incluso menos que tú, y preguntar a más personas no va a cambiar eso. En esa situación, tendrías un problema con la ontología de tu investigación. Te habrías equivocado al elegir los elementos que vas a analizar.





