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—¡Espero no te duela mucho! Si te llega a doler, te pongo anestesia local.
Las preguntas de la gente extraña me ponían furioso.
Casi todos coincidían en la misma: “¿Te volverías a subir a la moto?”.
—¡Que sííí, chingao! —le dije al camillero.
—¿Te duele? —me preguntaban los médicos.
Qué pregunta más tonta. Claro que sí, ¡y me duele del carajo! “No solo eso —pensaba yo—; además, me duele el cuello y quiero orinar.”
Las lesiones me dolían. Ya no tenía sangre en la cara; me la habían limpiado. Pero, en ese momento, comenzó el verdadero dolor: el del alma, ese dolor sentimental y físico que se estableció en mí para acompañarme por el resto de mi vida.
Todos pasamos por adversidades, todos tenemos un momento de titubeo. Después de aquella experiencia, entendí que también tenemos un compromiso en la vida. Como miembros de una sociedad y de una familia, tenemos que poner todo el empeño en mantenernos vivos y, a la vez, mantener el equilibro personal, ese que nos permita alcanzar los más grandes y anhelados sueños. Como decía Albert Einstein: “La vida es como andar en bicicleta: para mantener el equilibrio, debe mantenerse en movimiento”.
Así, roto y estático, ¿adónde llegaría? Los sueños, los planes, todo aquello, ¿ahora qué pasaría?
Era recurrente aquella frase que mi papá repetía constantemente del papa Pío XI: “El hombre se hizo para trabajar como el ave para volar”. Esa que me gustó tanto y la adopté para hacerla mía.
Ya con muletas y yesos, volví a pasar por múltiples interrogantes. ¿Cómo lograría la autorrealización tan anhelada? Lo preocupante era si mi físico lograría restablecerse. “Mis piernas… —pensaba yo—. ¿Algún día lograré caminar? Quiero tener una familia, tal vez hijos, quiero dejar mis experiencias plasmadas en hojas de papel, mis notas personales, trabajos y teorías para que puedan servir a otros.”
Gracias a mis padres, que nunca me reprocharon nada. Yo hubiera preferido sus gritos: “¡Te lo dije!”… Pero no hubo nada. Solo hubo silencio. Sus miradas tristes y sus ojos empapados de lágrimas, fijos en mí, mostraban su dolor interno. Ese fue el peor castigo que recibí, al verlos rotos también a mis padres.
Aquel día, frente a ellos, como una momia vendada y tiesa, me prometí actuar con disciplina, cumplir con mis compromisos. Ese día, aprendí que vivir requiere de muchos sacrificios, que no importa cómo ni a qué precio, todos los sueños se pueden lograr si comienzas con el simple hecho de creer en ellos. Me convencí también de que los valores se heredan desde el seno familiar, porque provienen de nuestros padres. Nuestra tarea es mejorarlos, preservarlos y transmitirlos, siempre y cuando éstos sean los adecuados.
Ellos, mis padres, creyeron en mí, a pesar de mis errores. Ahora, yo creo en mis hijos.
Todos, en algún momento, hemos sentido algún dolor intenso, hemos tenido depresión y frustración. Lo más sencillo es rendirse. Yo agradezco eso porque, sin todas esas barreras en el camino, sin esos incentivos, no habría podido levantarme a mi caída. Solo cuando pasamos por algún momento de peligro, enfermedad o algún accidente fatal, nos detenemos a pensar en esas cosas tan insignificantes y tan importantes como la salud, que no valoramos: respirar, comer, vivir, caminar, reír, correr, abrazarse, los árboles, las flores, el aire, etcétera. Todo eso que tenemos y no vemos. Es triste que lo volvamos a olvidar.
Aprovechemos el tiempo para vivirlas y disfrutarlas en todo momento. Los deseos hay que sostenerlos aun en los momentos más difíciles. Podemos caer para levantarnos y comenzar otra vez…
Concebí este libro desde que salí de la universidad.
Me tomó treinta y cinco años concluirlo. Las razones que me impulsaron se descubren a medida que se avanza con la lectura. No lo niego: hubo momentos en que quise claudicar. Sabía que no podía componerlo sin tener la voz de la experiencia a lado mío aconsejándome. No obstante, terminé de escribir el libro, y, aunque pueda parecer inmodesto, espero sinceramente que se convierta en un clásico. Una de las razones que me permiten esperar eso son los comentarios positivos que he recibido de personas que reaccionan ante los relatos que contiene, como “El médico”, “El Mosco”, “El método”, “Canarios y gorriones”, entre otros. Sin embargo, este libro no pretende tener carácter narrativo: se desarrolló con un contenido temático que conduce a la reflexión. Va dirigido a todas las personas que deseen leerlo, y especialmente, a estudiantes y profesionales del ramo de la arquitectura. El libro contiene una gama de temas de interés, como los efectos que producen los sismos a nuestra ciudad. Asimismo, trato sobre la sociedad, el arquitecto, la arquitectura, la enseñanza universitaria, las responsabilidades del profesional; pero, sobre todo, me refiero puntualmente y de forma directa a la manera de ejercer y dignificar nuestras profesiones.
Ojalá se cumpla mi esperanza y mi propósito.
David Antonio González Piña
Abril de 2020
EL FUNDAMENTO DEL ARQUITECTO
Introducción
Mi generación heredó una ciudad en proceso de crecimiento, menos tecnificada, aunque cargada de cualidades morales, religiosas, culturales, deportivas, artísticas y científicas. Esto fue a partir de los años sesenta. El desarrollo generacional ha sido vertiginoso: cambiamos nuestra forma de vida sin darnos cuenta, nos comunicamos de forma distinta, modificamos nuestra forma de trabajar, de relacionarnos, de vestir, de producir, de divertirnos, etcétera. Estoy seguro de que a partir de estos cambios sociales se ha propiciado la transformación y superación constante en la mayoría de las personas, pero, sobre todo, se ha producido un fenómeno generalizado, el de la “adaptación”.
De una generación a otra, la gente ha dado menor importancia a la comunicación de proximidad física. Antes se estudiaba y se trabajaba sin la ayuda de la tecnología, el ser humano era menos dependiente de los recursos tecnológicos para vivir. Pero todo parece indicar que la tendencia en el comportamiento del ser humano es que se subordine a una conducta semejante a las máquinas. Ahora adoramos a los ordenadores, conectados a una red virtual somos como robots, como chips, abrazamos poco, insensibles, dejamos de leer libros, somos como viajeros, siempre llevamos prisa, no esperamos, transitamos y no avanzamos, nada nos detiene. Nos hemos convertido en iconos, nombres, contactos, ligas. Habitamos el ciberespacio, ese espacio intangible, donde hasta la risa se ha convertido solo en un texto. Hemos deformado el lenguaje, somos datos, viajeros de la red.
Esta acelerada manera de vivir nos envuelve en un proceso de repetición constante. La rutina nos aleja de cosas que pudiesen parecer insignificantes, sencillas e intrascendentes, incluso nos alejan de lo natural y lo divino.
Es conveniente propiciar descansos en el ritmo de nuestras vidas de vez en cuando y preguntarnos quiénes somos y de dónde venimos. Estoy convencido absolutamente de que es necesario. La naturaleza propia del ser humano lo exige, pero, ante esas dudas, debemos mantener una postura indagatoria con la capacidad de discernimiento que nos identifica, gracias a la inteligencia.
Nos encontraremos con distintas posturas que tratarán de responder tales interrogantes. El punto de vista científico y filosófico, la ciencia, las religiones, los tratados, las teorías, las corrientes ideológicas y tendencias de pensamiento, todos hablan sobre la existencia del ser humano desde la antigüedad. Sin embargo, la sociedad siempre seguirá en la búsqueda de respuestas, y es natural. Cada quien debe elegirlas con plena libertad.
Ante ese desafío mental, aparecerán preguntas inherentes constantemente, entre otras, como la de saber cómo influye la naturaleza en nuestro comportamiento y ocupación, o cómo se propician nuestras aficiones, nuestras necesidades, nuestras acciones ante la vida, y en especial, ¿cómo aparecen nuestras profesiones?
Entender en qué radica la diferencia de capacidades entre los individuos de una sociedad es algo muy importante que quisiéramos saber para poder aplicarlas en beneficio propio y de los demás. Son preguntas comunes que nunca dejarán de existir.
En qué consiste ser arquitecto
La pregunta que yo abordaré es muy sencilla y no es tan profunda, pero es de suma importancia para aquellos que pretendan acercarse a la vida productiva de ese ser humano que, a través de lo que hace, se ha definido en la sociedad como una persona que asume la responsabilidad de mejorar las condiciones y calidad de vida de las personas, dejando muestra de sus logros a través del tiempo. Se trata de un personaje común, el arquitecto. Y ¿cómo surge el concepto de arquitecto?, o ¿en qué consiste ser arquitecto? Las respuestas se revelarán a lo largo de este libro con la organización de ideas generales, conceptos, preguntas, ejemplos, analogías, que me permitan proporcionar todo un contexto para establecer un puente facilitador, como eslabón entre mis experiencias personales y la realidad.
La pregunta exige una definición concreta; sin embargo, prefiero derivar ciertos antecedentes que nos conducen a la definición de su identidad como preámbulo ante las pruebas.
Desde tiempos remotos, uno de los elementos preponderantes para preservar la vida de los organismos vivos es garantizar que posean un espacio dentro de un ambiente adecuado, que les brinde las condiciones para su subsistencia.
Esta reflexión nos lleva al análisis del concepto de hábitat. En la naturaleza, los seres vivos, el clima, la composición geológica y la relación que existe con el universo, interactúan en un proceso de ciclos vitales regidos por leyes. Existen ecosistemas diversos donde los seres vivos han desarrollado capacidades de adaptación ante su entorno, cohabitan en un ambiente físico entre formas de vida y estados ambientales de factores físicos distintos. Ciertos organismos vivos microscópicos y macroscópicos han desarrollado la capacidad de adaptación utilizando espacios para resguardo y logran su supervivencia dentro de los ambientes ecológicos más hostiles buscando refugios. Entre ellos, los animales han desarrollado, conforme a su nivel de inteligencia y memoria, la intuición para su defensa, preservación y protección de su especie. Utilizan materiales como hojas secas, paja, piedras, virutas, entre otros, y construyen refugios para guarecerse de los efectos climáticos como la lluvia, la nieve, el frío y el calor, así como protegerse de otros animales depredadores. Volvemos al concepto de “adaptación”. Es innegable que nadie debe quedar exento de acomodarse en su propio entorno.
Otros animales construyen sus madrigueras utilizando técnicas de excavación distintas. Algunos realizan refugios basados en estructuras rígidas adheridas a los árboles, rocas, o bajo el agua. Entre los más destacados tenemos algunas aves como las golondrinas, varias especies de peces, las abejas y sus colmenas, las termitas, los castores… Todos construyen sus refugios con técnicas diferentes y eficaces, donde anidan y se reproducen. Producen espacios adecuados para su resguardo. Las arañas construyen refugios que no solo les sirven de protección, sino que también, bajo ciertas circunstancias, los usan como trampas de caza. De esa forma muy peculiar, los animales se protegen de los factores ambientales y se preparan para asegurar su permanencia en la cadena alimenticia. Utilizando sus propias uñas, garras, dientes, pico y patas como herramientas de trabajo, se convierten en animales constructores.
En el caso del hombre, apoyado en su inteligencia, ha intervenido y modificado las condiciones de la naturaleza para lograr ambientes artificiales contra las adversidades. Desde la prehistoria, los seres humanos tuvieron la necesidad, al igual que los animales, de buscar un sitio de resguardo ante las inclemencias del tiempo. Tal necesidad llevó a una de las primeras especies humanas, el Homo erectus, del cual se tienen registros antropológicos de hace más de 400 mil años, a utilizar campamentos y refugios ligeros para resguardarse. Para una comunidad nómada que estaba en constante movimiento, estos refugios se realizaban con materiales fáciles de transportar, utilizaban palos ligeros, huesos, pieles y realizaban pequeñas excavaciones para sostener estructuras muy pragmáticas que formaban un refugio o vivienda temporal. Esta comparación entre el hombre y los animales establece un postulado: habitar un sitio en condiciones favorables ante el entorno nace de una necesidad de subsistencia.
El desarrollo del hombre constructor vino de la mano con los avances en todas las áreas de su evolución. El hombre prehistórico pasó por tres importantes períodos de tiempo que le permitieron desarrollar varias habilidades para construir refugios: el período paleolítico, el neolítico y el mesolítico. Durante ese tiempo desarrolló también habilidades para su subsistencia como la caza y la pesca, hasta conquistar el fuego y cultivar la tierra. El hombre utilizó cuevas y grutas del ambiente natural para resguardarse. Posteriormente, entre chozas temporales y definitivas, comenzó a utilizar arcillas y lodos, y a tallar piedras para conformar apilamientos de rocas. El hombre pasó de construir refugios ligeros con los materiales que la naturaleza les proveía hasta construir refugios sólidos y planificados. Entre muros arcillosos, techos de paja y ramas, el hombre pasaba de ser un nómada para comenzar a establecerse en comunidades.
El hombre se manifestó como constructor por necesidad ante un proceso evolutivo indetenible. Grandes investigadores de la arqueología y la historia del arte nos han mostrado a detalle la participación de esos constructores en el desarrollo de nuestra civilización, de manera que, inesperadamente, aquel hombre se transformó en arquitecto. Evolucionó pasando por todos los períodos de la historia, fue creando una infraestructura para el desarrollo de sus comunidades y las convirtió en grandes ciudades. Pasó por la prehistoria, la antigüedad, la antigüedad clásica, la edad media, la edad moderna, hasta llegar a la edad contemporánea, construyendo y consolidando ciudades avanzadas en un proceso de metamorfosis, ayudado de la ciencia y la tecnología.
Han sido muchos hombres constructores arquitectos a lo largo de la historia que han promovido el perfeccionamiento de la arquitectura y han dejado una gran huella. Es importante mencionar algunos. No puedo indagar a todos, ya que para muestra basta un botón. Entre ellos están los antiguos hombres prehistóricos que construyeron monolitos; luego, los faraones que edificaron sus propias tumbas en pirámides como la de Jufu (Keops), Jafra (Kefrén) y Menkaura (Micerino), en Guiza. También debo mencionar a Calícrates e Ictinos, quienes desarrollaron trabajos como el proyecto del Partenón y complementos de la plaza de Acrópolis de Atenas (470 - 420 a. de C.). Asimismo, a Marco Vitruvio (Vitrubio) Polión (siglo I a. de C.), arquitecto romano autor de un célebre tratado sobre la arquitectura muy consultado desde el Renacimiento. Por supuesto, debo mencionar a Miguel Ángel Bounarroti (1475-1567), escultor, pintor y arquitecto italiano; y a Antoni Gaudí (1852-1926), arquitecto español, autor de grandes manifestaciones de la arquitectura orgánica como el templo de la Sagrada Familia. Cómo no mencionar al norteamericano Frank Lloyd Wright (1867-1959), precursor de la corriente del minimalismo; los alemanes Walter Gropius (1883-1969) y Ludwig Mies van der Rohe (1886-1969); a Le Corbusier (1887-1965), arquitecto francés exponente del funcionalismo; a Frank Gehry, nacido en Toronto (1929); a Norman Foster, nacido en Manchester (1935); a Renzo Piano, en Italia (1937); a Tadao Ando, en Japón (1941); a Zaha Hadid, en Irak (1959); a Santiago Calatrava, en Valencia (1951); todos ellos, arquitectos de diversas naciones, de gran creatividad, que han dejado obras maravillosas. Todos han contribuido activamente a la formación y transformación de nuestro mundo a través de su legado.
El arquitecto es y será uno de los pilares fundamentales para asistir a la sociedad ante la necesidad de espacios, hábitats, refugios, viviendas, ciudades, construcciones y conglomerados necesarios para la vida. La historia es testigo de las evidencias claras y de los rastros que han dejado.
Pero, entonces, aquí surge una pregunta pertinente: ¿qué significa el término arquitecto?
Según Wikipedia, proviene de la palabra en latín architectus; a su vez, del vocablo griego ἀρχιτέκτων (architéktōn), composición de ἀρχι (archi ‘ser el primero, el que manda’) y τέκτων (téktōn ‘albañil, constructor’).
Es decir, el máximo responsable de una obra.
EL ARQUITECTO MEXICANO
El origen del arquitecto mexicano
Ese nativo constructor que surge en las comunidades prehispánicas de Mesoamérica, entre aldeas diseminadas y asentamientos precarios, tuvo que haber sido un personaje que se formó con procesos ligados a los acontecimientos mundiales. Aquel hombre nómada, ese que llegó a América proveniente de Asia, para convertirse en hombre sedentario gracias a la domesticación del maíz, fue desarrollando procesos de construcción en su entorno. Los refugios, casas y aldeas en sus primeras concentraciones urbanas tuvieron que haber sido pensadas por ese indígena inteligente que probó técnicas para la construcción rudimentaria en torno a una primitiva organización social.
Nuestro país es poseedor de una gran riqueza cultural. Con el florecimiento de nuestras sociedades autóctonas en diferentes períodos de tiempo, se puede entender el valor de los legados históricos invaluables que dejaron. Cada una de ellas desarrolló las artes, la religión, la economía, la gastronomía, la astronomía y la arquitectura, entre otras actividades. Aparecieron en un rango de tiempo que va desde el año 2500 a. de C. hasta el año 1521 d. de C. con la caída del imperio azteca. Entre ellas se destacan características distintas en cuanto a su estilo de vida, pero sobre todo por las manifestaciones arquitectónicas que las hacen diferentes.
Para entender el papel del indígena constructor mexica y la aparición de los arquitectos mexicanos, me parece prudente presentar algunos datos importantes recabados a partir de la instauración de la gran Tenochtitlán, que fue fundada en el año 1325 y conquistada en el año 1521.
Pasaron doscientos años para que el imperio azteca edificara la gran Tenochtitlán. ¿Cuántas generaciones tuvieron que pasar para consolidarla? Tal vez, tres o cuatro si el promedio de vida era de cincuenta años. A pesar del paso del tiempo y de todas aquellas carencias técnicas e inclemencias climáticas, ante aquellas oleadas e inundaciones, los aztecas dominaron al lago.
Ellos construyeron sus casas, patios y calzadas sobre el agua y las unieron con tierra firme. El mismo concepto se lograba para la ciudad de Venecia casi simultáneamente. Por un lado, el viejo continente, 1400 d. de C., construyendo sobre lagunas, y, por otro, nuestros indígenas, con menores recursos técnicos, haciendo lo propio.
Nuestra ciudad se construyó a la mitad de un gran lago y se formó por calles de agua para las canoas, calles rellenadas de tierra, chinampas cuya técnica de construcción es bastante simple pero eficiente, y palacios para los nobles. Seguramente lucía espectacular su retícula ortogonal bien trazada, construida por los mexicas. Esa retícula, como si fuera la traza urbana actual, estaba formada por recuadros enmarcados por los canales. Qué interesante solo imaginarse cómo se realizaban los alineamientos sin equipos topográficos ni cintas para medición.
¡Vaya que se necesitaban habilidades técnicas para construir aquella ciudad!
¿Qué tipo de personas resolvieron los problemas constructivos y con qué herramientas se ayudaron? Seguro fueron indígenas inteligentes tan capaces como los españoles que llegaron para destruirla.
La arquitectura prehispánica más antigua, estoy seguro que se improvisaba y se realizaba con la técnica del ensayo y error. Las construcciones de aquella época dejan ver una gran organización en la fuerza de trabajo invertida. Los que se dedicaron a construir lograron resultados extraordinarios enseñando y transmitiendo sus conocimientos generación por generación.
Al parecer, la mejor escuela de arquitectura en esa época era la que se heredaba de los padres a los hijos.
Debió de haber lucido espectacular aquella ciudad edificada con materiales propios de nuestra región. La gran Tenochtitlán, con sus diques y calzadas, que tanto maravillaron a Hernán Cortés y a su ejército. Dicen los historiadores que sorprendió de forma admirable a los españoles verla por primera vez, tanto que la compararon con la antigua Roma. Pero hubo poco interés arquitectónico por parte de los recién llegados, ya que, después de la conquista militar y espiritual, decidieron edificar la nueva ciudad sobre las ruinas de la anterior en señal de victoria. Aunque se utilizaron los mismos materiales, nuevas técnicas acompañaron la edificación de la Nueva España. En 1524, Hernán Cortés colocó la primera piedra para la construcción de la catedral, que se terminó de construir hasta el año 1813 bajo la dirección de Manuel Tolsá.
El encargado de aprovechar la traza de la vieja ciudad fue García Bravo. Sin importar los grandes problemas y retos que representaría el lago, así lo hicieron, ¡y vaya que se presentaron inundaciones, pestes, sismos y quién sabe cuántas cosas más!
Pero a lo que quiero llegar con esta explicación es a conocer cómo se desarrolló el proceso de instrucción después de la conquista, principalmente la capacitación de los arquitectos a partir de la caída de Tenochtitlán.
Entre marinos aventureros y misioneros dio inicio la enseñanza de la arquitectura de la Nueva España. Ante la gran cantidad de templos construidos con la mano de obra indígena, seguramente se les enseñó el oficio de la construcción y las artes manuales. Sin embargo, eso no fue suficiente. Para una ciudad en expansión se necesitaba el apoyo de técnicos apropiados que reprodujeran la arquitectura europea y, por supuesto, fueron traídos de España. Estos continuaron el trabajo de construcción por aquellos años de 1551 a 1553. Para la construcción de todas las grandes catedrales, casas para los conquistadores, edificios de gobierno y la infraestructura general se usó mano de obra indígena, esa que se subordinó por la conquista a niveles casi de esclavitud.
Es oportuno mencionar en este punto que existen varias teorías sobre el origen de la tradición de celebrar el día 3 de mayo, día dedicado a los albañiles en México. Aunque no se tiene ningún registro confirmado, existe la siguiente teoría: Al terminar la construcción de las grandes catedrales y templos de la Ciudad de México, todos los indígenas que habían participado en su construcción se concentraban en el atrio de las edificaciones. En un principio, por ser tan numerosos y no estar aún bautizados en su mayoría, los indígenas tenían prohibido acceder a los templos. Los frailes ofrecían el rito de la misa en señal de agradecimiento, además de evangelización y bautizos a los presentes, comida y pulque. Se colocaba en lo alto, sobre la linterna (elemento arquitectónico que se ubica sobre la cúpula principal y que permite la entrada de luz, también conocido como cupulino) el último elemento para terminar la construcción: la cruz. De todas las versiones que hablan sobre el origen del día de los albañiles, me quedo con ésta. Aunque sin datos comprobatorios, estoy plenamente convencido de que así nace el festejo del día 3 de mayo, día de la Santa Cruz.
Continuando con el proceso de conformación educativa para la nueva España, Carlos V, como promotor de instalar centros educativos para el nuevo continente, y su hijo, el príncipe de Asturias, quien sería Felipe II, firmaron lo que tenían que firmar y fundaron en la Nueva España la Real y Pontificia Universidad de México. Teología, leyes, cánones, medicina y artes era lo que se enseñaba en esa época, y los alumnos fueron españoles y criollos, ningún indígena.
Tiempo después, Carlos III, rey de España, emitió en 1783 la cédula que aprobó la creación de la “Real Academia de San Carlos de las Nobles Artes de la Nueva España”, y con eso se formalizó la instrucción de arquitectura, pintura y escultura, para gente de origen español y para criollos. Esta enseñanza se basó en los principios fundamentales del arte neoclásico del siglo XVIII, que fueron la revisión y estudio de los tratados de Vitrubio (o Vitruvio), arquitecto de Julio César, del año I a. de C.






