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Para el año 1857 no solo existía la carrera de arquitectura dentro de la academia, sino que también se aprobó la carrera de ingeniero arquitecto.
Otro dato es que, en el año 1865, el emperador Maximiliano suprimió la Real y Pontificia Universidad de México y, en 1867, dos años después, el gobierno de Benito Juárez disolvió la junta directiva de la Academia de San Carlos para establecer como Institución de Arquitectura a la Escuela Nacional de Bellas Artes, ocupando el mismo edificio.
El edificio de San Carlos, ese que los profesores de arquitectura de cualquier universidad nombran cuando hablan de historia, se edificó sobre otro que se llamaba Antiguo Hospital del Amor de Dios. Ahí se trataban las enfermedades venéreas.
Bueno, continuando con el proceso histórico de la enseñanza y la formación de arquitectos, digamos que, en 1910, Justo Sierra, logró la aprobación por el congreso para que aquellas instituciones se convirtieran en la Universidad Nacional Autónoma de México. En ese tiempo, la influencia italiana dominaba en la enseñanza de la arquitectura a tal grado, que aún quedan las evidencias de los palacios que se construyeron. Entre los que aún se conservan quedan el Palacio de las Bellas Artes y el edificio de Correos de la ciudad de México. Éste último me parece que sirvió de inspiración para ambientar la película de Walt Disney Pictures llamada Coco.
La SEP (Secretaría de Educación Pública), en el año 1922, autorizó la creación de la Escuela Nacional de Maestros Constructores (se le conoce también como Escuela Nacional de Técnicos Constructores).
Otra fecha importante para la educación en México fue 1929. La universidad obtuvo su autonomía, y también en esa fecha se separaron las dos escuelas: la Nacional de Arquitectura y la Nacional de Artes Plásticas, que se habían instaurado en la época de don Benito. En este año todavía se compartía el edificio de San Carlos. Estoy seguro de que los asistentes no fue la gente común y corriente de una sociedad que se multiplicaba en mezcla de indios con españoles.
Para el año de 1932, la Escuela de Constructores se reestructuró y se impulsó la creación de la Escuela Politécnica Nacional (antecedente del Instituto Politécnico Nacional), y para el año 1936 se implantó la creación del Instituto Politécnico Nacional, ofertando diversas carreras, entre ellas la de ingeniero arquitecto.
La creación de esta institución tuvo varios objetivos, entre ellos, integrar las clases bajas de la sociedad al sistema educativo y direccionar la carrera de arquitectura a la solución de problemas técnicos como el cálculo de presas, puentes, diseño de avenidas, etcétera.
Para el año de 1954 arrancó la etapa moderna de la enseñanza para México. En esta época aparecen los nombres de grandes arquitectos formados en San Carlos y en el extranjero. Ellos se formaron como los grandes genios que impulsaron las bases de la construcción de la ciudad moderna, tales como Enrique del Moral, Carlos M. Lazo, Antonio Rivas Mercado (diseñador del monumento a la Independencia), Augusto H. Álvarez (diseñador de la Torre Latinoamericana), etcétera. La enseñanza formal de la carrera de arquitectura se estableció entonces en las instalaciones de Ciudad Universitaria, época que yo la identifico como la apertura educativa para el pueblo.
La instrucción profesional, como la historia lo ha mostrado, fue selectiva y la enseñanza de la arquitectura tampoco fue equitativa. Ésta les perteneció primeramente a los conquistadores y después a la clase privilegiada. Desde la conquista, la separación de clases ha prevalecido a lo largo de la historia, provocando encuentros y desencuentros sociales, que han terminado muchas veces en desacuerdos importantes. Si al pueblo se le hubiese instruido desde la época de la colonia, existiría en la actualidad una sociedad consciente y educada. Sin embargo, ante tal separación de clases, han aparecido signos de inconformidad, abanderados y encabezados en algunos casos por la comunidad estudiantil de una sociedad inconforme. A fin de cuentas, todos unidos por la desgracia.
Hemos avanzado con paso lento, y aún faltan muchos años para regularizar la educación entre la sociedad y, desde luego, elevar la calidad de la enseñanza en general y para el arquitecto mexicano. Aun con el apoyo del sector privado, sigue siendo insuficiente. Si echamos un vistazo a las estadísticas, nos decepcionaremos.
Sin embargo, desde otro punto de vista, los números son impresionantes; por ejemplo, los relativos a la población en términos absolutos. ¡Vaya si hemos crecido! Según datos del INEGI, en el año 2015, la República Mexicana contaba ya con 119 938 473 habitantes.
De acuerdo con estos datos, el Estado de México cuenta con 16 225 409 habitantes y la Ciudad de México con 8 985 339 habitantes.
Ahora bien, si el país cuenta con 194 920 egresados de la carrera de Arquitectura con empleo (lo indica el “Ranking de Mejores Universidades 2017”, realizado por El Universal), esto nos lleva a la conclusión de que, por cada 615 mexicanos, tenemos 1 arquitecto, pero eso sí, muy mal distribuidos en el país.
¿Dónde creen ustedes que quieren estar todos ellos? Desde luego, en las grandes ciudades, donde se encuentran las mayores oportunidades de desarrollo.
¿Y de dónde han egresado estos arquitectos que ejercen en el país? 65 % de los egresados estudiaron en una universidad pública y 35 % en una privada. Sin importar el tipo de universidad en donde se estudie, los recursos de financiamiento parten de diferentes fuentes para obtener la carrera. Según un estudio realizado en la Universidad del Valle de México, en el año 2018, 60 % de los padres son la principal fuente de financiamiento de las carreras de sus hijos; 17 % del gasto fue compartido entre los egresados y sus padres; 13 % de los estudiantes costea sus estudios con su propio trabajo, y en 7 %, la fuente primaria de financiamiento fue una beca.
Las generaciones continúan en el juego de dependencia: la que entra a estudiar depende de la que sale.
La imagen del arquitecto: “Los ingenieros”
Todos los seres humanos necesitamos un espacio libre y confortable para vivir, espacios que, ante una necesidad imprescindible, se convierten en nuestros refugios autónomos, que no se dimensionan por la exageración ni el derroche económico, sino que se miden por la proximidad y la distancia entre personas. Lo confortable se obtiene por la razón. Esos espacios adecuados para realizar de manera eficiente todas las actividades propias de la vida diaria, los diseñamos los arquitectos.
Nosotros somos los encargados de resolver los problemas espaciales de la sociedad. Para lograrlo, proponemos dimensiones adecuadas apoyados en las condiciones y necesidades de cada persona. Empatizamos, entendemos y proponemos locales para realizar actividades como dormir, trabajar, jugar, comer, asearse, etcétera.
Resolver un proyecto arquitectónico requiere mucha capacitación, debiendo demostrarse que se está calificado para ejecutarlo. Para eso debemos obtener el certificado que avale los conocimientos.
Todas aquellas personas que requieren de un profesional de la arquitectura, tienen que confiar en su arquitecto titulado experimentado y ético, pero ¡mucho cuidado con el arquitecto autodidacta sin título!, ese que proyecta y construye por sí mismo sin contar con opinión ni dirección profesional. Estas personas saben cómo convencer al cliente y a la sociedad. Son los intermediarios de la construcción.
Evitemos que la sociedad caiga en la tentación y en las manos erróneas que el nivel técnico podría ofrecerles sin resolver sus problemas. Expliquemos a las personas la importancia de recurrir a los profesionales de la construcción para resolver sus problemas espaciales.
¿Cómo se percibe el arquitecto mexicano en la sociedad? Bueno, eso es muy variable, como se deduce de los comentarios que la gente manifiesta de manera puntual y coincidente.
Los arquitectos en México, según la sociedad, son personas de buen ver, pero desafortunadamente se nos califica de cobrar muy elevado nuestro trabajo, y de ser sofisticados y elitistas.
Para tener más opiniones al respecto, me decidí realizar algunas preguntas a la gente sobre lo que piensan de los arquitectos. Las preguntas fueron: ¿Qué piensa usted sobre los arquitectos como profesionistas? ¿Qué piensa de ellos como personas? ¿Qué imagen le proyectan?
La encuesta fue amplia. Abordé a médicos, abogados, contadores, amas de casa, obreros, secretarias, estudiantes, etcétera.
Los resultados fueron estos: los arquitectos son artistas, son fresas, de mucha imaginación, precavidos, previsores, creativos, curiosos, amables, prácticos. Muy pocos comentaron que engañamos a las personas. Esos fueron los comentarios coincidentes entre gente común, y fueron más los comentarios positivos ante los negativos.
Otros profesionistas coincidieron en que somos muy observadores y planificadores.
Hubo comentarios que no esperaba, de personas muy respetables. Dijeron que somos personas éticas y nobles. Es halagador, ya que antagónicamente aludieron a los abogados e hicieron aseveraciones lamentables sobre ellos y su carrera; todo lo contrario a la nuestra y a nuestra personalidad.
Respecto a la imagen física que proyectamos, es la de personas que cuidan su apariencia en exageración sin llegar al concepto metrosexual. Se dice que la tendencia es la del personaje delgado, de saco informal y camisas floreadas, sin usar corbata.
Y qué decir del concepto que se tiene de nosotros por parte de los ingenieros civiles o de los ingenieros arquitectos. Ellos dicen que los arquitectos somos muy delicados, y nos definen como personas poco capacitadas para concebir sistemas estructurales e instalaciones de nuestros propios proyectos. Existe una razón muy especial: nuestra formación se centra en actividades diferentes a las del ingeniero. Estas se irán aclarando al avanzar con la lectura.
Los ingenieros asisten al arquitecto con soluciones específicas propias de su área para complementar los proyectos, como el cálculo estructural, el cálculo de las instalaciones hidrosanitarias, cálculo de las instalaciones eléctricas, y de las instalaciones especiales como aire acondicionado, domótica y estudios de mecánica de suelos, entre otras especialidades.
He conocido a lo largo de mi carrera decenas de arquitectos que realizan proyectos deficientes, no cuentan con los criterios básicos para cubrir claros, no conocen la proporción de las secciones para columnas y losas, no tienen idea sobre la resistencia de los materiales, y todo eso influye en sus proyectos convirtiéndolos en inviables. Sin dirección adecuada, la responsabilidad de la estabilidad de la construcción recae en el ingeniero, que, al subsanar las carencias técnicas del arquitecto, muchas veces afectan a la estética, a la función y a la forma del proyecto original. Esto genera disputas y malentendidos entre quien diseñó y quien estructuró el proyecto.
Estoy convencido de que el arquitecto debe realizar una labor similar al director de una orquesta: esta persona coordina a los distintos intérpretes con sus instrumentos, que componen la orquesta y presentan juntos una obra musical. Todos los músicos participantes se adaptan a las instrucciones del jefe. De igual forma, el arquitecto debe coordinar todas las ingenierías en torno a su composición arquitectónica para que su obra no se vea alterada ante cualquier decisión sobrevenida.
Siempre existirán las bromas y la competencia entre ingenieros y arquitectos, pero sobre todo existe una rivalidad desde la universidad por posicionar nuestras carreras como una mejor que la otra. Les tengo un enorme respeto a los ingenieros; sin embargo, pienso que a ellos les hace falta instrucción en el campo de la estética, sin el afán de ofender, claro está.
Ya que estamos en el momento de chascarrillos, se me vino a la memoria aquel chiste que se cuenta para definir las diferencias entre ingenieros y arquitectos. Debo citarlo, ya que ellos nos bombardean con diversas bromas para ridiculizarnos, las cuales, desde luego, y como ya lo mencioné, sin otro propósito que divertirse.
Por tal motivo contaré aquel chiste que alguna vez leí en algún lado y me pareció genial. Decía:
En la explanada de la universidad se encontraban tres futuros ingenieros que realizaban una tarea práctica y sencilla. Consistía en medir la altura del asta bandera desde su base hasta la punta. El asta se encontraba colocada al centro de la plaza. Los tres alumnos de ingeniería, para realizar dicho trabajo, contaban con un flexómetro (cinta de medición) de solo tres metros de alcance.
Para lograrlo, obviamente, se complicaba la tarea, puesto que el asta bandera era mucho más larga que la cinta para medir. Eso provocó que los estudiantes ingenieros realizaran varias maniobras, entre ellas subirse en los hombros de cada quien y, ya en pirámide, el de arriba desplegaba la cinta sin lograrlo.
¿Tal vez lanzando la cinta al aire? No, tampoco. ¡Uf, qué tarea más difícil!
Pasaba el tiempo y, sin obtener ningún resultado, los ingenieros, desesperados, casi perdían la esperanza.
En eso, pasa frente a ellos un estudiante de arquitectura y, al ver su desesperación, les pregunta:
—¿Qué hacen, compañeros?
A lo que los ingenieros respondieron:
—¡Tratando de determinar la altura de esta pinche asta bandera!
El estudiante de arquitectura les comenta:
—¡Muy fácil!
Procede a desanclar el asta del piso, la recuesta sobre la plaza y, con la cinta métrica, en cuatro movimientos, les dice:
—Tres… seis… nueve… ¡Doce metros, compañeros!
A lo que los ingenieros respondieron:
—¡Ja ja ja! ¡Qué tonto arquitecto! ¡Nos piden la altura y él da la longitud!
A mí me parece que esa eterna rivalidad entre arquitectos e ingenieros tiene su origen desde que se dividieron las carreras en el año 1857, cuando aún se ocupaba el edificio de San Carlos.
Consecuencia de un programa de estudios que nace con la enseñanza de la arquitectura en México, la ingeniería se derivó del arte por la necesidad tecnológica de un país en crecimiento. Calcular puentes, presas, avenidas, etcétera, llevó a la ingeniería a fortalecerse con conocimientos epistemológicos para que las obras se pudieran llevar a cabo.
Lo que pretendo describir es que los ingenieros son y han sido formados con un conocimiento técnico y los arquitectos con conocimientos en el ámbito social y artístico. Los arquitectos manejamos notablemente procesos de concepción plástica, con una sensibilidad especial desde el punto de vista del arte en la solución de proyectos.
Ante esa diferencia, el ingeniero y el arquitecto siempre estarán en constante pugna. Por un lado, los ingenieros, cuestionando y criticando el trabajo de los arquitectos, afirmando que solo nos corresponde poner el color a las obras y colocar plantitas con florecitas en los jardines para cuidar la estética. Dicen que ellos las calculan y las construyen con mayor seriedad, que de ellos depende su estabilidad.
Sin embargo, en la mayoría de los casos, las soluciones espaciales que necesita el cliente, las resolvemos los arquitectos. Ellos, los ingenieros, solo diseñan espacios confinados por cuatro muros ortogonales, cayendo en cuadrados sin chiste.
Entonces, ¿a quién debe acudir la sociedad para resolver sus problemas? ¿Al ingeniero o al arquitecto?
Yo recomiendo total y plenamente que debe recurrir al talento.
APTITUDES BÁSICAS PARA ESTUDIAR ARQUITECTURA
Formación por inspiración
Desarrollar al país requiere gente propositiva que resuelva los problemas de bienestar moral y social, que atienda los temas de salud, que potencie la economía, que administre los recursos, que impulse la ciencia, la tecnología, que garantice la seguridad y el bienestar de las personas, resolviendo los problemas del colectivo.
Formar profesionales capacitados en todas las áreas es uno de los objetivos que deberán ser planteados como prioridad nacional. Las personas que así lo decidan deben situarse en alguna de las áreas de desarrollo conociendo el sentido y objetivo de las profesiones. Las carreras nacieron hace ya muchos años, seguramente ante una situación parecida a la aparición de la carrera de Arquitectura, y muchas fueron acogidas por la gente ante penurias reales y evolucionaron para el bienestar general. La mayoría son necesarias y atractivas; otras ya son decadentes; otras, con las que se formaron las generaciones pasadas, han desaparecido. También han aparecido nuevas y otras modernas están por nacer por la inercia de este mundo globalizado… El dilema es cuál carrera elegir.
Elegir la carrera, cualquiera que ésta sea, para muchos no es sencillo. Para seleccionarla debemos conocernos bien, conocer las debilidades, las fortalezas, los intereses y aficiones. La profesión debe ser elegida de acuerdo a nuestros gustos y talentos. Es muy importante recurrir a los expertos que nos ayuden a identificar nuestra vocación.
A veces, sin darnos cuenta, nos dejamos influir por lo que escuchamos de los amigos, decidimos lo que nuestros padres quieren o nos dejamos llevar por las experiencias de otras personas ya acreditadas sin que nuestras vidas tengan nada que ver con ellos. No quiero decir que aislarse debe ser lo mejor. Siempre es bueno escuchar a los demás, pero sin dejarse convencer por cualquier argumento. Si nunca desechamos los miedos para tomar decisiones importantes por nuestra cuenta, estarán presentes a lo largo de nuestra vida influyendo en nuestro comportamiento. Siempre seremos personas al margen de los problemas, sin asumir riesgos.
Si ya elegiste alguna licenciatura, tienes que estar bien seguro de la que escogiste.
El aspirante a arquitecto, por ejemplo, debe entrenarse en la ejecución de planos de casas, edificios, parques, plazas comerciales, y todo tipo de edificaciones; debe saber comprender las necesidades de las personas para traducirlas en construcciones. Un candidato a arquitecto debe entender de estética y debe conocer materiales relacionados con la construcción, además de tener aptitudes para el manejo de las personas.
El aspirante que elige la carrera sin que sus padres sean arquitectos o al menos profesionales en otra área, se enfrenta al dilema de si lo que decidió y eligió es lo correcto. Constantemente se preguntará si será suficiente lo aprendido para abrirse paso en la vida, ya que no cuenta con referencias inmediatas.
Este aspirante tiene un grado de dificultad alto para iniciar sus actividades, realiza un esfuerzo constante, tiene que relacionarse, acomodarse, y comenzar desde abajo, desde cero: todo un reto.
Otro es el caso de aquel estudiante cuyos padres han sido profesionistas, específicamente arquitectos. La expectativa para el joven prometedor es alta. Los padres, en ocasiones por instrucción, los convierten en profesionistas por obligación. Estos casos cargan con la herencia de la carrera, pero muchos no heredan el talento. Los hijos tienen que continuar con el negocio familiar a toda costa, para responder a las expectativas con vocación y perseverancia para demostrarlo.
Los jóvenes que se dan cuenta de que la carrera que eligieron no es su verdadera vocación, desertan en los primeros semestres. Otros, ya titulados, cambian de carrera, y otros terminan desorientados, temerosos de ejercer.
A lo largo de mi actividad profesional observé algunos compañeros que se levantaban desde muy temprano para llegar a tiempo a su sitio de trabajo. Estas personas detestaban y aborrecían lo que hacían. Su comportamiento aversivo y de molestia los exhibía. Incluso había quien manifestaba que la profesión que eligieron no les producía ninguna pasión.
Después de horas de traslado, llegaban tarde y se instalaban en sus posiciones ya cansados pensando que presentarse era suficiente para devengar su pago. No es halagador saber que, por necesidad, debes comprometerte a cumplir con horarios fijos o realizar actividades que te causarán un daño emocional. Una mala decisión para la elección de la carrera propicia un estado de ánimo irritable, y el resultado de tu trabajo será de baja calidad, mediocridad, desmotivación y cansancio, sin contar con la convivencia entre personas que no comparten los mismos gustos y objetivos.
Si elegiste alguna carrera y te encuentras en el proceso inicial, busca agentes motivadores, esos que te inspiren y entusiasmen en actividades creativas. Estoy seguro de que pronto tendrás buenos resultados y satisfacciones tangibles.
Las fuentes de inspiración son muy importantes. Es muy fácil acceder a información a través del maravilloso mundo del internet para conocer biografías de personas talentosas, emprendedoras y creativas. Ahí se nos proporcionan datos, documentales en video o cualquier otra información que sirva para impulsar nuestras ganas para iniciarnos en algo.
Por ejemplo, podemos revisar la carrera exitosa de Pep Guardiola, con la explicación de cómo amó el futbol desde su infancia y cómo se logró posicionar como el genio de la dirección en el ámbito futbolístico. Otra opción sería revisar la vida y obra del arquitecto Santiago Calatrava, que se ha catalogado como uno de los mejores arquitectos del mundo. Tal vez revisar la vida de los científicos más influyentes para la humanidad y sus aportaciones al mundo sería muy enriquecedor.
Una vez que te conviertes en un profesionista, conforme pasa el tiempo, te vas consolidando. La mayoría se va posicionando y encontrando su lugar. Ciertos profesionistas bien preparados descubren que son buenos vendedores. Algunos tienen éxito como empresarios, y otros impulsan negocios especializados.
Hay otros que se acercan a lo administrativo, que los aleja de lo técnico, mientras su profesión no tiene nada que ver con eso. Otros buscan instalarse en posiciones dentro de la administración pública pensando que en esa trinchera realizarán jugosos negocios que equilibren sus ingresos. Otros se refugian en la docencia, etcétera.
El caso que no es apropiado es el de aquella persona que, después de haber terminado de formarse, no ejerce, no trabaja, no produce y entra en depresión. Eso sucede cuando no se posee una pasión verdadera por hacer algo, ni por vivir.
Yo elegí Arquitectura
La elección para estudiar la carrera de Arquitectura no me fue difícil después de saber que la Ciudad de México se fundó sobre un gran lago, el lago de Texcoco, compuesto por aguas dulces y saladas, y que se está expandiendo sobre los terrenos que se fueron desecando. Es apasionante construir en esa zona por lo problemático de la inestabilidad del suelo y por considerarse una zona susceptible a los efectos sísmicos periódicos.
Por esa simple razón la elegí. La ciudad requiere arquitectos capaces de construir en una de las zonas más problemáticas del mundo para las edificaciones.
Las condiciones en las que cada individuo decide incorporarse a estudiar una licenciatura son diferentes. En mi caso, mis padres tenían casi veinte años de haberse trasladado a la Ciudad de México provenientes de su estado natal, cuando yo nací en un barrio de Azcapotzalco a principios de los sesentas. Ellos salieron de su comunidad rural en búsqueda de mejores oportunidades y para poder ofrecer a sus hijos lo que ellos no pudieron lograr: ¡aprender a leer y escribir! Desesperanzados, se alejaron de la pobreza abandonando sus jacales, la yunta, y vendieron los bueyes para pagar solo el boleto de salida. Sabían que, al no dejar nada detrás, ya no había razón para regresar. De familia en familia, la tierra se fue quedando sin labrar.
Yo crecí entre callejones, vecindades, casas, letrinas, zanjas y plazuelas de una ciudad creciente. Me desenvolví conviviendo entre la gente de un barrio común, en un ambiente de hostilidad social y deterioro urbano. Pero, a pesar de aquel entorno, se me abrió una puerta a la vida productiva, como a mucha gente citadina.
En la década de los ochenta se percibía una cierta intranquilidad social por la economía volátil. Fue una época en la que se pudieron haber realizado acciones importantes para el desarrollo del país. De cierta forma se había frenado el malestar social por los hechos ocurridos en 1968. La sociedad estaba esperanzada por las inversiones de la década anterior, como la introducción del sistema de transporte masivo denominado “metro”, y se hablaba de grandes inversiones en el sector turístico con la expansión de Fonatur. El sistema de carreteras concesionaba rutas, y nuevas ideas se presentaban en un país en vías de desarrollo. En la década de los ochenta, pasé de la adolescencia a la madurez.






