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“Recibí una llamada de su madre hace cuatro días”, dijo. “Va a venir en algún momento, pero no concretamos una fecha ni nada por el estilo”.
Mackenzie dio una vuelta por el espacio, en busca de cualquier cosa que resultara similar a lo que habían visto en la consigna de Claire Locke. Pero, o Elizabeth Newcomb no tenía las agallas para luchar que tenía Claire Locke o las pruebas de su pelea ya habían sido limpiadas por el departamento de policía local y los detectives locales.
Mackenzie se acercó a las posesiones que estaba apiladas en la parte de atrás. La mayoría de ellas estaban metidas en contenedores de plástico, etiquetados con cinta adhesiva y un marcador negro: Libros y Revistas, Infancia, Cosas de Mamá, Decoraciones de Navidad, Antiguos Utensilios Pastelería.
Hasta la manera en que estaban apilados parecía muy organizada. Había unas cuantas cajitas de cartón llenad de álbumes de fotos y de fotos enmarcadas. Mackenzie echo una ojeada a unos cuantos de los álbumes, pero no vio nada que sirviera de ayuda. Solo vio fotografías de familiares sonrientes, vistas de primera línea de playa, y un perro que por lo visto había sido una mascota muy apreciada.
Ellington se acercó donde ella estaba y echó un vistazo a las cajas. Tenía las manos en las caderas, una de las señales que indicaban que se sentía perdido. Todavía le seguía sorprendiendo de vez en cuando lo bien que le conocía.
“Creo que, si había alguna cosa que encontrar aquí, seguro que ya lo hizo la policía”, dijo. “Quizá podamos encontrar algo en los archivos”.
Mackenzie estaba asintiendo, pero sus ojos habían recaído en otra cosa. Caminó hasta la esquina opuesta, donde habían apilado tres contenedores de plástico uno encima del otro. Encasquetada exactamente en el rincón, tan atrás que se le había pasado por alto en una primera inspección, había una muñeca. Era una muñeca antigua, con el pelo sin brillo y manchitas de tierra en las mejillas. Parecía que fuera algo que alguien hubiera podido robar del set de una película mala de terror.
“Qué raro”, dijo Ellington, siguiéndole la mirada.
“Y que extrañamente fuera de lugar”, dijo Mackenzie.
Recogió la muñeca del suelo, con cuidado de mantener las manos en la misma posición a su espalda, en caso de que hubiera algún tipo de pista. Pero claro, a primera vista parecía un objeto al azar en el contenedor de almacenamiento de alguien, quizá algo que arrojaron en el último instante, como una ocurrencia tardía.
Sin embargo, todo lo demás que hay en esta consigna está meticulosamente apilado y organizado. Esta muñeca llama la atención. Y no solo eso, es casi como si fuera su intención llamar la atención.
“Creo que tenemos que meterlo en una bolsa de pruebas”, dijo ella. “¿Por qué no han metido este objeto a una caja para guardarlo? Este lugar está tan limpio que da miedo. ¿Por qué dejarse esto fuera?”.
“¿Crees que el asesino lo colocó allí?”, preguntó Ellington. Pero, antes de que la pregunta saliera por completo de sus labios, ella podía decir que él también lo estaba considerando como una posibilidad muy real.
“No lo sé”, dijo ella. “Pero creo que quiero echarle otro vistazo a la consigna de Claire Locke. Y también quiero ver lo rápido que podemos obtener el archivo completo del caso de los asesinatos de Oregón en los que tú trabajaste… al principio del todo”. Dijo la última parte con una sonrisa, sin perder una oportunidad de provocarle por ser siete años mayor que ella.
Ellington se volvió hacia Underwood. Estaba de pie junto a la puerta, fingiendo que no les estaba escuchando. “Supongo que no hablaste con la señorita Newcomb excepto para alquilarle su consigna, ¿verdad?”
“Me temo que no”, dijo Underwood. “Intento ser amable y hospitalario con todo el mundo, pero hay mucha gente, ¿sabes?”. Entonces vio la muñeca que Mackenzie todavía tenía en la mano y frunció el ceño. “Ya te lo dije… montones de cosas raras en esos contenedores”.
Mackenzie no lo dudaba, pero esta cosa rara en particular parecía estar llamativamente fuera de lugar. Y tenía toda la intención de descubrir qué significaba todo ello.
CAPÍTULO NUEVE
Debido a la hora intempestiva, era comprensible que a Quinn Tuck le hubiera fastidiado que le llamara Mackenzie. Aun así, les dijo cómo entrar al complejo y donde podían encontrar las llaves de repuesto. Era justo antes de medianoche cuando Mackenzie y Ellington abrieron de nuevo la consigna de Claire Locke. Mackenzie no pudo evitar pensar que estaban moviéndose en círculos, un sentimiento que no era especialmente alentador tan temprano en el caso, pero también le parecía que esta era la opción correcta.
Tomando en cuenta la muñeca de la consigna de Elizabeth Newcomb, Mackenzie volvió a entrar al espacio de la consigna. Quizá fuera por que era consciente de que ya era tarde, pero el sitio le causaba todavía más aprensión en esta ocasión. Los contenedores y las cajas de la parte de atrás no eran tan perfectas como las que había en la consigna de Elizabeth Newcomb, aunque estuvieran ordenadas a su manera.
“Un poco triste, ¿no es cierto?”, dijo Ellington.
“¿El qué?”.
“Estas cosas… estos contenedores y cajas. Seguramente nadie a quien le importe lo que hay dentro de ellas las vaya a volver a abrir jamás”.
Realmente era un pensamiento triste, uno que Mackenzie intentó alejar de su atención. Caminó hasta la parte trasera de la consigna, sintiéndose casi como una intrusa. Tanto Ellington como ella examinaron los contenidos en busca de alguna muñeca o alguna otra distracción, pero no encontraron nada. Entonces, Mackenzie pensó que estaba esperando encontrarse algo tan obvio como una muñeca. Quizá hubiera algo distinto, algo más pequeño…
O quizá aquí no haya ninguna conexión en absoluto, pensó.
“¿Ya viste esto?”, le preguntó Ellington.
Estaba arrodillado junto a la pared de la derecha. Asintió con la cabeza hacia la esquina de la consigna, en un espacio estrecho entre la pared y una pila de cajas de cartón. Mackenzie también se puso de rodillas y vio lo que había divisado Ellington.
Era una tetera en miniatura, no en el sentido de que fuera una tetera pequeñita, sino más bien como que era la tetera de un juego de té de esos que las niñas pueden utilizar para tomar un té imaginario.
Gateó hacia adelante y lo recogió del suelo. Le sorprendió bastante darse cuenta de que no estaba hecho de plástico, sino de cerámica. Tenía el mismo tacto de una tetera real, solo que esta no era de más de quince centímetros de largo. Podía agarrar el objeto entero en una mano.
“Si quieres saber lo que pienso”, dijo Ellington, “no hay manera de que colocaran eso ahí por accidente o que lo dejara alguien que estaba harto de meter cosas a la consigna”.
“Y no es que se acabe de caer de una caja”, añadió Mackenzie. “Es cerámica. Si se hubiera caído de una caja, se hubiera roto en mil pedazos en el suelo”.
“¿Y qué diablos significa?”.
Mackenzie no tenía respuesta. Ambos se quedaron mirando a la tetera, que era bastante bonita pero también algo cutre, igual que la muñeca en la consigna de Elizabeth Newcomb. Y, a pesar de su pequeño tamaño, a Mackenzie le parecía que representaba algo mucho más grande.
***
Era la 1:05 de la mañana cuando por fin reservaron una habitación de motel. Aunque Mackenzie estaba cansada, también se sentía activada por el puzle que planteaban la muñeca y la pequeña tetera. Una vez en la habitación, se tomó un momento para quitarse la ropa de trabajo y ponerse una camiseta y unos pantalones de deporte. Encendió su portátil mientras Ellington también se ponía algo de ropa más cómoda. Entró a su cuenta de email y vio que McGrath había encargado a alguien que les enviaran todos y cada uno de los archivos que tuvieran sobre el caso de Salem, Oregón, de los asesinatos en consignas de almacén de hace ocho años.
“¿Qué estás haciendo?”, preguntó Ellington al tiempo que se ponía a su lado. “Ya es tarde y mañana va a ser un día muy largo.”
Ignorándole, le preguntó: “¿Había algo en los casos de Oregón que apuntara a algo como esto? ¿A una muñeca, una tetera… lago por el estilo?”.
“Sinceramente, no me acuerdo. Como dijo McGrath, solo me encargué de hacer limpieza. Interrogué a unos cuantos testigos, ordené los informes y el papeleo. Si hubo algo como eso, no destacó. No estoy preparado para decir que ambos casos estén vinculados. Sí, son chocantemente similares, pero no idénticos. Aun así… puede que no venga mal investigarlo en algún momento. Quizá reunirnos con el departamento de policía de Salem para ver si alguien que estuviera más cerca del caso se acuerda de algo como esto”.
Mackenzie confiaba en su palabra, pero no pudo evitar escanear varios de los archivos antes de entregarse a su necesidad de descanso. Sintió cómo Ellington reposaba la mano en su hombro y entonces, sintió el rostro de él junto al suyo.
“¿Soy muy vago si me voy a dormir?”.
“No. ¿Y yo soy demasiado obsesiva si no lo hago?”.
“No. Tú solo estás siendo de lo más devota a tu trabajo”. Le besó en la mejilla y después se tiró en la cama individual que había en la habitación.
Se sentía tentada de unirse a él, no para ninguna actividad extracurricular, sino simplemente para disfrutar de algo de sueño antes del frenético ritmo que les iba a traer el día siguiente. Pero le parecía que tenía que encontrar al menos algunas piezas potenciales más del puzle, incluso aunque estuvieran enterradas en un caso de hace ocho años.
A primera vista, no había nada que encontrar. Había habido cinco asesinatos, todos los cuerpos fueron hallados en unidades de almacenamiento. Una de las unidades tenía entre sus contenidos unas tarjetas de béisbol por valor de más de diez mil dólares, y otra contenía una colección macabra de armamento medieval. Se había interrogado a siete personas en conexión con las muertes, pero ninguna de ellas había sido condenada. La teoría con la que habían trabajado la policía y el FBI era que el asesino estaba secuestrando a sus víctimas y después forzándolas a abrir sus unidades de almacenamiento. En base a los informes originales, no parecía que el asesino estuviera llevándose nada de las unidades, aunque obviamente era imposible estar seguro de esto.
Por lo que podía ver Mackenzie, no hubo ningún objeto peculiar que se colocara en las escenas. Los archivos contenían fotografías de las escenas del crimen y de las cinco víctimas, tres de las unidades de almacenamiento se encontraban en un estado caótico, sin haber visto jamás el toque obsesivamente organizado de alguien como Elizabeth Newcomb.
Dos de las imágenes de las escenas del crimen eran sorprendentemente claras. Una era de la escena de la segunda víctima, y la otra de la quinta. Ambas unidades se habían hallado en un estado que Mackenzie consideraba caos organizado; había montones de cosas por aquí y por allá, pero las había puesto juntas al azar.
Examinando la fotografía de la segunda escena del crimen, Mackenzie escudriñó el fondo, ampliando todo lo que podía sin provocar que la pantalla se pixelara. Cerca del centro de la habitación, encima de tres cajas precariamente apiladas, pensó que había visto algo de interés. Parecía una jarra de algún tipo, quizá algo donde poner agua o limonada. Estaba apoyada en lo que parecía ser un plato de alguna clase. Aunque había otros objetos al azar fuera de las cajas, parecía que hubieran colocado estas en el mismo centro de la habitación.
Miró fijamente la imagen hasta que le empezaron a doler los ojos y todavía no estaba segura de qué es lo que estaba mirando. A sabiendas de que podía no resultar en nada, abrió la página de redactar un email para enviárselo a dos agentes que sabía actuarían rápida y eficazmente, dos agentes a quienes, pensó distraída, Ellington y ella tenían que invitar a su boda: los agentes Yardley y Harrison.
Adjuntó los archivos que había recibido al email y escribió un mensaje rápido: ¿podría alguno de vosotros investigar los archivos de estos casos y ver si hubo alguien que acabara tomando un inventario de lo que había dentro de las unidades de almacenamiento? A lo mejor podéis hablar con los propietarios de las instalaciones de almacenamiento.
Sabiendo que quedaba muy poco por hacer, Mackenzie se permitió finalmente irse a la cama. Como estaba tan cansada y el día se le vino encima como una bola de nieve, se había quedado dormida en menos de dos minutos después de recostar su cabeza en la almohada.
Incluso cuando resurgió la tenebrosa visión de la muñeca del almacén de Elizabeth Newcomb dentro de su mente, se las arregló para ignorarla, por su mayor parte, y meterse en un sueño profundo.
CAPÍTULO DIEZ
A Mackenzie no le sorprendió lo más mínimo despertarse a las 6:30 para encontrarse con que el agente Harrison ya le había contestado. Era prácticamente un gurú de la investigación y había aprendido deprisa a navegar entre archivos, carpetas, y copiosas cantidades de datos. Su email contenía dos archivos adjuntos y un mensaje directo, típico de él.
Los dos documentos que adjunto son de los inventarios que realizó el FBI. Estos son todo lo que tenemos porque las familias de las otras víctimas rechazaron las solicitudes del bureau de examinar las posesiones almacenadas. El quinto falta porque el propietario de la instalación subastó los contenidos a los tres días de su muerte. Parece algo cruel que hacer, pero la víctima no tenía ningún familiar que viniera a recorrer sus posesiones.
Espero que esto sirva de ayuda. Dime si necesitas algo más específico.
Mackenzie abrió los archivos adjuntos y se encontró con una lista muy simplificada preparada en un sencillo documento de Word. El primero tenía siete páginas. El segundo tenía treinta y seis páginas. El documento más largo era un inventario de una consigna que pertenecía a Jade Barker. El nombre hizo clic al instante en la mente de Mackenzie, sacó las imágenes de las escenas del crimen de los documentos originales y vio que el más caótico había sido el de Jade Barker, el mismo con el posible plato y jarra colocados directamente en el centro de la imagen.
Mackenzie hizo una búsqueda rápida a través de todo el documento y encontró los dos artículos listados en la página dos.
Jarra de juguete.
Plato de juguete de plástico.
Detrás suyo, Ellington se estaba vistiendo. Mientras se abrochaba la camisa, se acercó a ella y miró la pantalla. “Diablos”, dijo. “Hacen lo que haga falta por ti, ¿no es cierto?”.
“Sí que lo hacen”, dijo ella, señalando los dos artículos. Entonces pensó algo durante un instante antes de preguntar: “¿Dónde exactamente está Salem, Oregón?”.
“Al norte del estado. No estoy seguro de dónde”. Se detuvo, le miró con fingida irritación, y suspiró. “¿Estás pensando en irte a pasar el día?”.
“Creo que puede que merezca la pena. Me gustaría echarles un vistazo a las escenas y quizá hablar con algunos familiares de las víctimas”.
“Ya tenemos a familiares con los que hablar aquí”, señaló Ellington. “Empezando por los padres de Elizabeth Newcomb. Y francamente, me gustaría tener una charla con los policías que fueron originalmente a esa unidad de almacenamiento para obtener un informe detallado”.
“Suena como que tienes la mañana planeada, entonces”.
“Mac… Salem está como a unas cuatro horas, creo. No tiene sentido separarnos solo para que tú te puedas pasar todo el día en la carretera para, con suerte, hacerte una idea confusa de lo que pasó allí hace ocho años”.
Mackenzie abrió una pestaña en su portátil y tecleó Seattle y Salem, OR. Sin volver la vista hacia él, le dijo: “Está a tres horas y media… digamos que tres conmigo al volante. Si todo va bien, estaré de vuelta para cenar”.
“Si todo va bien”, repitió Ellington.
Ella sonrió y se puso de pie. “Yo también te quiero”.
Tras decir eso, le besó y deseó haberse ido a dormir un poquito antes la noche anterior.
***
“Harrison, necesito que encuentres algo más de información para mí”.
Había algo en conducir y hablar por teléfono que realmente excitaba a Mackenzie. Sin duda, sabía que no estaba bien visto pero en su línea de trabajo, lo consideraba como la modalidad definitiva de hacer de todoterreno.
“Y buenos días a ti también”, dijo el agente Harrison desde el otro lado de la línea. “¿Entiendo que recibiste mi email?”.
“Así es. Y me fue de gran ayuda. Aunque me preguntaba si podías hacer algunas averiguaciones más para mí”.
Ya sabía que él estaría de acuerdo. En el pasado, se había tenido que preocupar de lo que podía pensar McGrath, pero ahora que Mackenzie tenía un nuevo puesto directamente bajo las órdenes de McGrath, sabía que Harrison empujaría su solicitud hasta la primera posición de su lista.
“¿Qué necesitas?”.
“Ahora mismo voy de camino hacia Salem, Oregón, para echarles un vistazo a las escenas de allá y entrevistar a quien pueda al respecto. Me gustaría que vieras si puedes averiguar la información de contacto de cualquier familiar o amigo íntimo de las víctimas que viva en la zona”.
“Claro, puedo ponerme a ello. ¿Cuántas horas de viaje estás anticipando?”.
“Como tres horas más”.
“Tendrás todo lo que necesitas antes de que llegues allí”.
“Gracias, Harrison”.
“Entonces, ¿es este caso alguna cosa rara de pre-luna de miel para vosotros dos?”, le preguntó.
“Ni de lejos. Supongo que se podría decir que es algo así como el juego preliminar”, bromeó ella.
“Bueno, eso es demasiada información. Deja que vuelva al trabajo para ti. Feliz viaje, agente White”.
Concluyeron la llamada, dejando a Mackenzie con la mirada fija en la Interestatal 5 sin más compañía que sus pensamientos. Seguía pensando en la imagen de la unidad de almacenamiento de Jade Barker, muerta desde hacía unos ocho años. Si el plato y la jarra que ella había encontrado en la imagen eran los dos mismos objetos que el FBI había añadido a su inventario, ¿qué significaban? Claro, había una débil conexión con algunos hallazgos extraños en este nuevo caso de Seattle, pero ¿adónde llevaban? Incluso si salía de Salem con pruebas irrefutables de que el asesino estaba dejando cachivaches y juguetes relacionados con una fiesta para tomar el té (y sí, incluía a las muñecas en esa temática de la fiesta del té), ¿realmente conseguiría algo?
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