Antes De Que Atrape

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“¿Qué?” preguntó ella. “¿Cuándo sucedió esto?”
“Hace unos tres años,” dijo Ellington. “Pero la mujer en cuestión hizo públicas sus acusaciones hace tres días.”
“¿Y es esa acusación válida?” preguntó Mackenzie.
Él asintió, sentándose al escritorio. “Mackenzie, lo siento. Era un hombre diferente en aquel entonces, ¿sabes?”
Sintió ira durante unos instantes, pero no estaba segura de hacia quién iba dirigida: si hacia Ellington o hacia la mujer. “¿Qué tipo de acoso?” le preguntó.
“Estaba entrenando a esta joven agente hace tres años,” dijo. “Lo estaba haciendo realmente bien así que, una noche, unos cuantos agentes la sacaron de fiesta a celebrar. Todos tomamos unos cuantos tragos y ella y yo fuimos los últimos que quedábamos. En ese momento, la idea de proponerle algo ni siquiera me había cruzado por la mente, pero me fui al cuarto de baño y cuando salí, estaba allí esperándome. Me besó y la cosa se puso caliente. Se echó hacia atrás—quizá al darse cuenta de que era un error. Y entonces intenté volver a la carga. Me gustaría creer que, de no haber estado bebiendo, al alejarse de mí yo lo hubiera dejado de intentar, pero no me detuve. Traté de besarla de nuevo y no me di cuenta de que ella no me estaba correspondiendo hasta que me alejó de un empujón. Me empujó para distanciarse y se me quedó mirando. Le dije que lo sentía—y lo decía de verdad—pero ella salió disparada. Y eso fue todo. Un triste encuentro entre cuartos de baño. Nadie forzó a nadie y no hubo nada de toqueteos ni otras malas conductas. Al día siguiente cuando llegué al trabajo, ella se había ido, con un traslado a Seattle, creo.”
“¿Y por qué está sacando ahora esto a colación?” preguntó Mackenzie.
“Porque es lo que está de moda en estos tiempos,” espetó Ellington. Entonces sacudió la cabeza y suspiró. “Lo siento. Eso fue un comentario asqueroso.”
“Sí que lo fue. ¿Me estás contando la historia entera? ¿Eso es todo lo que pasó?”
“Eso es todo,” dijo él. “Lo juro.”
“Estabas casado, ¿verdad? ¿Cuándo sucedió?”
Ellington asintió. “No es uno de mis mejores momentos.”
Mackenzie pensó en la primera vez que había pasado una cantidad importante de tiempo con Ellington. Había sido durante el caso del Asesino del Espantapájaros en Nebraska. Básicamente se le había tirado encima mientras se encontraba en medio de uno de sus propios dramas personales. Podía haber asegurado que él estaba interesado, pero, al final, él había rechazado sus avances.
Se preguntaba cuánto habría pesado en su mente el encuentro con esta mujer durante esa noche en que se le ofreció por primera vez.
“¿De cuánto tiempo es la suspensión?” preguntó.
Ellington se encogió de hombros. “Depende. Si ella decide no montar un lío enorme al respecto, podría ser solo de un mes. Pero si va a por todas, podría ser mucho más larga. Al final, podría llevar al despido definitivo.”
Mackenzie se dio la vuelta en esta ocasión. No podía evitar sentirse un tanto egoísta. Sin duda, estaba disgustada de que un hombre al que quería profundamente estuviera atravesando por algo como esto, pero al fondo de todo ello, le preocupaba más perder a su compañero de trabajo. Odiaba que sus prioridades fueran tan tendenciosas, pero así era como se sentía en ese momento. Eso y unos intensos celos que detestaba. No era el tipo celoso para nada… entonces, ¿por qué estaba tan celosa de la mujer que había denunciado el supuesto acoso? Jamás había pensado en la mujer de Ellington con un gramo de celos, así que ¿por qué con esta mujer?
Porque está haciendo que cambie todo, pensó. Esa rutina aburrida en la que me estaba metiendo y a la que me estaba acostumbrando está empezando a derrumbarse.
“¿En qué piensas?” preguntó Ellington.
Mackenzie sacudió la cabeza y miró a su reloj de pulsera. Solo era la una del mediodía. Enseguida, empezarían a notar su ausencia en el trabajo.
“Estoy pensando que tengo que regresar al trabajo,” dijo. Y dicho esto, se dio la vuelta y salió caminando de la habitación.
“Mackenzie,” gritó Ellington. “Espera.”
“Está bien,” le gritó ella de vuelta. “Te veo en un rato.”
Se fue sin decir adiós, sin un beso, ni un abrazo. Porque a pesar de que lo había dicho, nada estaba bien.
Si las cosas estuvieran bien, no estaría reprimiendo las lágrimas que parecían haber surgido de la nada. Si las cosas estuvieran bien, no seguiría intentando alejar una ira que seguía intentando ascender por dentro de ella, diciéndole que era una idiota por pensar que la vida podía ir bien ahora, que finalmente le tocaba vivir una vida normal donde los fantasmas del pasado no influyeran en todo.
Para cuando llegó al coche, se las había arreglado para detener las lágrimas del todo. Le sonó el móvil, y surgió el nombre de Ellington en su pantalla. Lo ignoró, dio marcha al coche, y se dirigió de vuelta a la oficina.
CAPÍTULO TRES
El trabajo solo le proporcionó distancia durante unas pocas horas más. Incluso a pesar de que Mackenzie charlara con Harrison para asegurarse de que no necesitaba de su asistencia en un pequeño caso de fraude de envíos en el que estaba trabajando, había salido del edificio para las seis. Cuando llegó de vuelta al apartamento a las 6:20, se encontró a Ellington delante de la cocina. No cocinaba a menudo y, cuando lo hacía, solía deberse a que no tenía nada entre manos ni nada mejor que hacer.
“Hola,” le dijo él, elevando la vista de una cazuela con lo que parecía ser algún tipo de salteado de verduras.
“Hola,” dijo ella como respuesta, dejando la bolsa de su portátil sobre el sofá y entrando a la cocina. “Lamento haberme ido de esa manera.”
“No hay por qué disculparse,” dijo él.
“Por supuesto que sí. Fue inmaduro. Y si te soy sincera, no sé por qué me disgusta tanto. Estoy más preocupada por perderte como compañero que por lo que esto le pueda hacer a tu trayectoria profesional. ¿Está muy mal eso o no?”
Ellington se encogió de hombros. “Tiene sentido.”
“Debería tenerlo, pero no lo tiene,” dijo Mackenzie. “No puedo pensar en ti besando a otra mujer, especialmente no de esa manera. Incluso aunque estuvieras borracho y hasta si fue ella la que inició las cosas, no te puedo ver de esa manera. Y hace que quiera matar a esa mujer, ¿sabes?”
“Lo siento de veras,” dijo él. “Es una de esas cosas de la vida que desearía poder rectificar. Una de esas cosas que pensé que formaban parte del pasado y que ya había terminado con ellas.”
Mackenzie se acercó por detrás de él y titubeante, le rodeó la cintura con los brazos. “¿Estás bien?” le preguntó.
“Solo enfadado. Y avergonzado.”
Parte de Mackenzie se temía que estaba siendo deshonesto con ella. Había algo en su postura, algo en eso de que no le pudiera mirar directamente a ella cuando hablaba de ello. Quería pensar que simplemente se debía a que no era fácil ser acusado de algo como esto, que le recordaran a uno algo estúpido que había hecho en el pasado.
Si era honesta, la verdad es que no sabía muy bien qué creer. Desde el momento que le había visto pasando por delante de la puerta de su oficina con la caja en las manos, sus pensamientos hacia él estaban mezclados y confusos.
Estaba a punto de ofrecerse a ayudar con la cena, con la esperanza de que algo de normalidad les ayudara a volver al camino recto. Pero antes de que las palabras salieran de sus labios, sonó su teléfono móvil. Se sorprendió y se preocupó un poco al ver que era McGrath.
“Lo siento,” le dijo a Ellington, mostrándole la pantalla. “Probablemente debería responder a esto.”
“Seguramente quiera preguntarte si alguna vez te has sentido sexualmente acosada por mí,” le dijo sarcásticamente.
“Ya tuvo oportunidad esta mañana,” dijo ella antes de alejarse de los chisporroteos de la cocina para responder al teléfono.
“Al habla White,” dijo, hablando directamente y casi mecánicamente, como solía hacer cuando respondía a una llamada de McGrath.
“White,” le dijo. “¿Ya estás en casa?”
“Sí señor.”
“Necesito que vuelvas a salir. Necesito hablar contigo en privado. Estaré en el aparcamiento. Nivel Dos, Fila D.”
“Señor, ¿se trata de Ellington?”
“Solo ven a reunirte conmigo, White. Llega tan rápido como te sea posible.”
Dicho esto, terminó la llamada, dejando a Mackenzie con una línea apagada en la mano. Se metió el teléfono al bolsillo con lentitud, y volvió a mirar a Ellington. Estaba retirando la sartén del fuego, dirigiéndose a la mesa que había en el pequeño comedor.
“Tengo que llevarme algo conmigo,” dijo.
“Maldita sea. ¿Es sobre mí?”
“No me dijo nada,” dijo Mackenzie. “Pero creo que no. Se trata de algo diferente. Está siendo de lo más discreto.”
No sabía muy bien a qué se debía, pero se guardó las instrucciones de encontrarse con él en el aparcamiento. Si era honesta consigo misma, algo al respecto no le encajaba del todo. Aun así, agarró un cuenco de los armarios, se echó algo de la cena de Ellington dentro de él, y le dio un beso en la mejilla. Ambos podían ver que resultaba mecánico y forzado.
“Mantenme informado,” dijo Ellington. “Y dime si necesitas algo.”
“Por supuesto,” dijo ella.
Cayendo en la cuenta de que ni siquiera se había quitado de encima la pistolera y el Glock, se dirigió derecha hacia la puerta. Y no fue hasta que estuvo de vuelta en el pasillo y en dirección a su coche que se dio cuenta de que la verdad es que se sentía bastante aliviada de que le hubieran sacado de casa.
***Debía de admitir que eso de subir lentamente por el nivel 2 del aparcamiento subterráneo enfrente de la central parecía un tanto estereotipado. Las reuniones en aparcamientos subterráneos eran cosas que pasaban en los dramas policiales de televisión de poca calidad. Y en esos dramas, las reuniones oscuras en esos aparcamientos solían desembocar en algún tipo de drama.
Divisó el coche de McGrath y aparcó su propio coche a unos pocos espacios de distancia. Lo cerró y se acercó paseando hasta donde estaba McGrath esperándola. Sin ninguna invitación formal a que lo hiciera, caminó hasta la puerta del copiloto, la abrió, y se montó en el coche.
“Muy bien,” dijo ella. “Tanto secreto me está matando. ¿Qué es lo que anda mal?”
“Nada anda mal en concreto,” dijo McGrath. “Pero tenemos un caso como a una hora de distancia en un pueblecito llamado Kingsville. ¿Lo conoces?”
“Me suena de algo, pero nunca he estado allí.”
“Es tan rural como te puedas imaginar, apostado en medio de la nada antes del movimiento de las interestatales de DC,” dijo McGrath. “Lo cierto es que puede que no sea un caso en absoluto. Eso es lo que necesito que averigües.”
“Está bien,” dijo ella. “¿Pero por qué no podíamos tener esta reunión en tu despacho?”
“Porque la víctima es el sobrino del vicedirector. Veintidós años. Parece que alguien le tiró por un puente. El departamento de la policía local de Kingsville dice que probablemente no se trate más que de un suicidio, pero el vicedirector Wilmoth quiere asegurarse.”
“¿Tiene alguna razón para pensar que ha sido un asesinato?” preguntó ella.
“Bueno, es el segundo cadáver que se ha hallado al fondo de ese puente en los últimos cuatro días. Seguramente sea un suicidio, si quieres saber mi opinión, pero me han hecho llegar la orden hace una hora, directamente del director Wilmoth. Quiere saberlo con certeza. También quiere que le informemos en cuanto sea posible y que se mantenga en secreto. De ahí la petición de reunirnos aquí en vez de en mi oficina. Si nos viera alguien a ti y a mí fuera de horas de trabajo, asumirían que se trata de lo que está pasando con Ellington o de que tengo alguna tarea especial para ti.”
“Así que… ¿voy a Kingsville, averiguo si esto fue un suicidio o un asesinato, y te pongo al día?”
“Sí. Y debido a los últimos acontecimientos respecto a Ellington, irás tú sola. Lo que no debería ser ningún problema porque espero que estés de vuelta esta misma noche diciéndome que fue un suicidio.”
“Entendido. ¿Cuándo salgo para allí?”
“Ahora mismo,” dijo él. “No hay momento como el presente, ¿verdad?”
CAPÍTULO CUATRO
Mackenzie descubrió que McGrath no había exagerado en lo más mínimo al describir Kingsville, Virginia, como un lugar en medio de la nada. Era un pueblecito que, en cuestión de identidad, se encontraba atrapado en alguna parte entre Deliverance y Amityville. Tenía un tenebroso ambiente rural, pero con ese encanto rústico de pueblecito que la mayoría de las personas se esperaba de los pueblos sureños.
La noche ya había caído por completo para cuando llegó a la escena del crimen. EL puente apareció en lontananza lentamente mientras conducía su coche por una pista estrecha de gravilla. La carretera en sí misma no era una de las que mantenía el estado, aunque tampoco estuviera completamente cerrada al público. Sin embargo, cuando se acercó a menos de cincuenta metros del puente, vio que el departamento de policía de Kingsville había colocado una hilera de caballetes para evitar que nadie fuera más allá. Aparcó junto a unos cuantos coches de la policía local y después hizo pie dentro de la noche. Habían preparado unos cuantos focos, que alumbraban la empinada ribera que había a la derecha del puente.
A medida que se acercaba al punto de la acción, un policía de aspecto juvenil salió de uno de los coches.
“¿Eres la agente White?” preguntó el hombre, dejando que su acento sureño le atravesara el cuerpo como una cuchilla.
“Lo soy,” respondió ella.
“Muy bien. Puede que te resulte más fácil caminar al otro lado del puente y bajar por el otro lado de la ribera. Este lado está muy empinado.”
Agradecida por el consejo, Mackenzie cruzó el puente. Tomó su pequeña linterna Maglite e inspeccionó la zona mientras la cruzaba. El puente era bastante antiguo, probablemente clausurado hacía ya tiempo para cualquier clase de finalidad práctica. Sabía que había gran número de puentes esparcidos por Virginia y Virginia Occidental que eran muy similares a este. Este puente, llamado Puente de Miller Moon según la rápida investigación que se había arreglado para realizar en las paradas de semáforos por el camino, había sido erigido en 1910 y se había cerrado al público en 1969. Y aunque esa fuera la única información que había sido capaz de obtener sobre el lugar, su investigación actual estaba revelando más detalles.
No había mucho grafiti a lo largo del puente, pero sí que había una considerable cantidad de basura. Tirados por los extremos del puente había botes de cerveza, latas de refrescos, y bolsas vacías de patatas fritas, todas apiladas contra el borde metálico que sostenía los raíles de hierro. El puente no era muy largo tampoco; tenía unos veinticinco metros de largo, lo justo como para conectar las riberas empinadas y sobrepasar el río que había debajo. Resultaba robusto bajo los pies, pero su misma estructura era casi endeble de alguna manera. Era muy consciente de que estaba caminando sobre unos tableros de madera y unas vigas de soporte que se elevaban casi setenta metros en el aire.
Caminó hasta el final del puente, donde comprobó que el oficial de policía tenía razón. El terreno era mucho más manejable a este otro lado. Con ayuda de su Maglite, vio un sendero pateado que se adentraba a través de hierbajos altos. La ribera descendía en un ángulo cercano a los noventa grados, pero había claros de tierra y rocas esparcidas por aquí y por allá que hacían bastante más fácil el descenso.
“Espera un momento,” dijo una voz masculina por detrás suyo. Mackenzie miró hacia delante, hacia el brillo de los focos, y vio una sombra que surgía y se dirigía hacia ella. “¿Quién anda ahí?” preguntó el hombre.
“Mackenzie White, del FBI,” dijo ella, buscando su placa.
El dueño de la sombra se hizo visible unos momentos después. Era un hombre mayor con una enorme barba hirsuta. Llevaba un uniforme de policía, mientras que la placa sobre su pecho indicaba que se trataba del alguacil de Kingsville. Por detrás de él, podía ver las siluetas de otros cuatro agentes de policía. Uno de ellos estaba sacando fotos y moviéndose lentamente entre las sombras.
“Oh, vaya,” dijo él. “Eso fue rápido.” Esperó a que Mackenzie se acercara más y entonces le extendió la mano. Le dio un firme apretón y dijo, “Soy el alguacil Tate. Encantado de conocerte.”
“Igualmente,” dijo Mackenzie mientras llegaba al final de la ribera para encontrarse en un terreno llano.
Se dio unos momentos para examinar la escena, perfectamente iluminada por los focos que se habían colocado a lo largo de las dos riberas del río. Lo primero que notó Mackenzie es que el río apenas lo era en absoluto—al menos no en este lugar debajo del Puente de Miller Moon. Había lo que parecían unos charcos serpenteantes de agua estancada abrazándose a los laterales y los bordes afilados de rocas y peñascos que ocupaban la zona por la que debería pasar el río.
Uno de los peñascos entre los escombros era enorme, seguramente del tamaño de un par de coches. Estrellado sobre ese peñasco estaba el cadáver. El brazo derecho estaba claramente roto, doblado de manera imposible por debajo del resto del cuerpo. Una corriente de sangre descendía por el peñasco, mayormente seca pero todavía lo bastante húmeda como para que diera la impresión de que estaba circulando.
“Menuda vista, ¿eh?” preguntó Tate, de pie detrás de ella.
“La verdad es que sí. ¿Qué puedes decirme con certeza en este momento?”
“Pues bien, la víctima es un hombre de veintidós años. Kenny Skinner. Por lo que tengo entendido, es familiar de alguien de arriba en tu jerarquía.”
“Sí. El sobrino del vicedirector del FBI. ¿Cuántos hombres de los que están aquí en este momento saben eso?”
“Solo yo y mi ayudante,” dijo Tate. “Ya hablamos con tus colegas en Washington. Sabemos que hay que mantener esto en secreto.”
“Gracias,” dijo Mackenzie. “¿Tengo entendido que se descubrió otro cadáver aquí mismo hace unos cuantos días?”
“Hace tres mañanas, sí,” dijo Tate. “Una mujer llamada Malory Thomas.”
“¿Algún signo de ataque sexual?”
“Bueno, estaba desnuda. Y encontramos su ropa allá arriba sobre el puente. Por lo demás, no había nada. Se asumió que se trataba de otro suicidio.”
“¿Tienen muchos de esos por aquí?”
“Sí,” dijo Tate con una sonrisa nerviosa. “Podría decirse que sí. Hace tres años, se mataron seis personas saltando de este maldito puente. Fue algún tipo de récord para el lugar en todo el estado de Virginia. Al año siguiente, hubo tres más. El año pasado, fueron cinco.”
“¿Eran todos locales?” dijo Mackenzie.
“No. De esos catorce, solo cuatro de ellos vivían en un radio de cincuenta millas.”
“Y que usted sepa, ¿hay quizá algún tipo de leyenda urbana o de razonamiento para que esta gente se quitara la vida saltando de este puente?”
“Oh, sin duda, hay historias de fantasmas,” dijo Tate. “Claro que hay alguna historia de fantasmas asociada con prácticamente cada puente clausurado del país. No sé. Yo culpo a esos dichosos abismos generacionales. Los chicos de hoy en día se sienten ofendidos por algo y creen que quitarse del medio es la respuesta. Es muy triste.”
“¿Y qué me dice de homicidios?” preguntó Mackenzie. “¿Qué porcentaje tienen en Kingsville?”
“El año pasado hubo dos. Y hasta el momento, solo uno este año. Es un pueblo tranquilo. Todo el mundo se conoce y si alguien no te cae bien, uno simplemente se mantiene alejado de esa persona. ¿Por qué lo preguntas? ¿Te inclinas por el asesinato en este caso?”
“Todavía no lo sé,” dijo Mackenzie. “Dos cadáveres en cuestión de cuatro días, en el mismo lugar. Creo que merece la pena investigarlo. ¿Sabe por casualidad si Kenny Skinner y Malory Thomas se conocían entre ellos?”
“Probablemente. Pero no sé cómo de bien. Como ya he dicho… todo el mundo se conoce aquí en Kingsville. Pero si me estás preguntando si acaso Kenny se mató porque Malory lo hizo, lo dudo mucho. Hay una diferencia de cinco años de edad entre ellos y no andaban con la misma gente que yo sepa.”
“¿Le importa que eche un vistazo?” preguntó Mackenzie.
“Adelante,” dijo Tate, alejándose al instante de ella para unirse a los otros agentes que estaban estudiando la escena.
Mackenzie se acercó al peñasco y al cadáver de Kenny Skinner con aprensión. Cuanto más se acercaba al cadáver, más consciente se hacía del daño que se había hecho. Había visto algunas cosas espeluznantes en su línea de trabajo, pero esta estaba entre las peores.
El ribete de sangre provenía de una zona donde parecía que la cabeza de Kenny se había estrellado contra la roca. Ni se molestó en examinarlo de cerca porque el negro y el rojo iluminado por los focos no era algo que quería que le regresara a su imaginación más tarde. La fractura masiva en la parte de atrás de su cabeza afectó al resto del cráneo, distorsionando las facciones del rostro. También observó cómo su tórax y su tripa parecían haberse inflado desde dentro.
Hizo lo que pudo para pasar esto por alto, examinando la ropa de Kenny y la piel a la vista en busca de signos de algo más depravado. Bajo la potente pero aun así ineficaz luz de los focos, era difícil estar segura pero después de varios minutos, Mackenzie no pudo encontrar nada. Cuando se alejó, sintió que empezaba a relajarse. Por lo visto, se había puesto tensa mientras observaba el cadáver.
Regresó donde estaba el alguacil Tate, que estaba hablando con otro agente. Sonaban como si estuvieran haciendo planes para notificar a la familia.
“Alguacil, ¿cree que podría encargarse de hacer que alguien reúna los historiales de esos catorces suicidios de los últimos tres años para mí?”
“Claro, puedo hacer eso. Haré una llamada en un segundo y me aseguraré de que estén esperándote en comisaría. Y sabes qué… hay alguien a quien puede que quieras llamar. Hay una señora en el pueblo, trabaja desde casa como psiquiatra y profesora de niños con necesidades especiales. Me ha estado dando la lata el año pasado sobre cómo todos esos suicidios en Kingsville no pueden ser simplemente suicidios. Puede que te ofrezca algo que no encuentres en los informes.”
“Eso estaría genial.”
“Haré que incluyan su información de contacto en los informes. ¿Estás bien aquí?”
“Por ahora, sí. ¿Me puedes dar tu número de teléfono para contactar más fácilmente?”
“Claro, pero este maldito aparato me falla a veces, necesito actualizarme. Debería haberlo hecho hace unos cinco meses. Así que, si me llamas y la llamada va directamente al buzón de voz, no es que te esté ignorando. Te llamaré de inmediato. Odio los teléfonos móviles de todos modos.”
Después de su perorata sobre la tecnología moderna, Tate le dio su número de móvil y Mackenzie lo guardó en su teléfono.
“Te veo por ahí,” dijo Tate. “Por ahora, el forense está de camino. Estaré realmente contento cuando podamos mover ese cadáver.”
Parecía algo insensible que decir, pero cuando Mackenzie volvió a mirarlo y vio el estado ensangrentado y fracturado del cadáver, no pudo evitar sentir que estaba totalmente de acuerdo.
CAPÍTULO CINCO
Eran las 10:10 cuando entró a la comisaría. El lugar estaba absolutamente muerto, el único movimiento provenía de una mujer de aspecto aburrido que estaba sentada a un escritorio—que Mackenzie asumió hacía las veces de servicios de emergencia del Departamento de Policía de Kingsville—y dos agentes que hablaban animadamente de política en un pasillo detrás del escritorio de la mujer.
A pesar del aspecto dejado del lugar, parecía estar bien llevado. La mujer en el centro de servicios de emergencia ya había copiado los informes que había mencionado el alguacil Tate y los tenía en una carpeta esperando a que llegara Mackenzie. Mackenzie le dio las gracias y entonces le preguntó por algún hotel en la zona. Por lo visto, solo había un motel en Kingsville, a menos de dos millas de distancia del departamento de policía.
Diez minutos después, Mackenzie estaba abriendo la puerta de su habitación en el Motel 6. Sin duda alguna, se había alojado en sitios peores durante su periodo como agente del FBI, pero no era probable que este fuera a recibir comentarios espectaculares en Yelp o en Google. Le prestó poca atención al estado minimalista de la habitación, dejando los archivos sobre la mesita que había junto a la cama individual y sin perder ni un minuto para ponerse a repasarlos.
Hizo algunas anotaciones propias mientras leía los archivos. Lo primero y quizá más alarmante que descubrió fue que de los catorce suicidios que habían tenido lugar en los últimos tres años, once habían tenido lugar en el Puente de Miller Moon. Los otros tres incluían dos suicidios por arma de fuego y un solo caso de alguien que se había colgado de la viga de un ático.








