Antes De Que Atrape

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Mackenzie sabía lo bastante sobre pueblos pequeños como para entender el atractivo de un hito rural como el Puente de Miller Moon. Su historia y el misterio general de su abandono eran atrayentes, sobre todo para los adolescentes. Y, como mostraban los informes enfrente de ella, seis de los catorce suicidios habían sido de chicos menores de veintiún años.
Echó una ojeada a los informes; aunque no eran tan detallados como le hubiera gustado, estaban por encima de lo que cabía esperar de los departamentos de policía locales de pueblos pequeños. Anotó varias cosas, creando una lista exhaustiva de detalles que le pudieran ayudar a llegar al fondo de las múltiples muertes que estaban asociadas con el Puente de Miller Moon. Tras una hora más o menos, tenía lo suficiente como para fundamentar algunas opiniones generales.
En primer lugar, de los catorce suicidios, exactamente la mitad habían dejado notas. Las notas dejaban claro que habían tomado la decisión de terminar con sus vidas. Cada informe tenía una fotocopia de la carta y todas ellas expresaban lamentaciones de alguna u otra forma. Decían a sus seres queridos que los querían y expresaban desgracias que no habían podido superar.
Los otros siete casi podían ser considerados como clásicos casos de sospecha de asesinato: cuerpos que se descubrieron de repente, en muy mal estado. Uno de los suicidios, una chica de diecisiete años, había mostrado pruebas de actividad sexual reciente. Cuando hallaron el DNA de su pareja en su cuerpo, él había proporcionado pruebas en forma de mensajes de texto de que ella había venido a su casa, habían tenido relaciones sexuales, y después se había marchado. Y por lo que parecía, ella se había tirado desde el Puente de Miller Moon unas tres horas después.
El único caso de los catorce que podía entender que hubiera provocado algún tipo de investigación más a fondo era el triste y desafortunado suicidio de un chico de dieciséis años. Cuando le habían encontrado sobre esas rocas ensangrentadas debajo del puente, había moratones en su pecho que no encajaban con ninguna de las heridas que hubiera podido sufrir debido a la caída. En unos pocos días, la policía había descubierto que el chico había recibido palizas habituales de su padre alcohólico que, tristemente, había tratado de suicidarse tres días después del descubrimiento del cadáver de su hijo.
Mackenzie terminó su sesión de investigación con el informe recién recopilado sobre Malory Thomas. Su caso destacaba un poco de los demás debido a que la habían encontrado desnuda. El informe mostraba que habían hallado sus ropas en una pila bien ordenada sobre el puente. No había signos de abusos, ni de actividad sexual reciente, o de juego sucio. Por una u otra razón, simplemente parecía que Malory Thomas había decidido dar ese salto como vino al mundo.
Eso resulta raro, pensó Mackenzie. Fuera de lugar, la verdad. Si te vas a quitar la vida, ¿por qué querrías estar así de expuesta cuando encontraran tu cadáver?
Lo consideró por un momento y entonces se acordó de la psiquiatra que había mencionado Tate. Claro que, como ya era casi medianoche, era demasiado tarde para llamarle por teléfono.
Medianoche, pensó. Miró su teléfono, sorprendida de que Ellington no hubiera tratado de contactar con ella. Se imaginó que estaba actuando de manera inteligente—y que no quería molestarle hasta que creyera que se encontraba en un buen punto emocional. Y honestamente, ella no estaba segura de dónde se encontraba. Así que él había cometido un error en su vida mucho antes de conocerla… ¿por qué diablos debería enfadarse tanto por algo así?
No estaba segura, pero sabía que lo estaba… y en ese momento, eso era todo lo que realmente importaba.
Antes de prepararse para irse a dormir, miró la tarjeta de visita que la mujer de comisaría había colocado dentro del archivo. Tenía el nombre, el número, y la dirección de email de la psiquiatra local, la doctora Jan Haggerty. Con la intención de estar tan preparada como fuera posible, Mackenzie le envió un email, diciéndole a la doctora Haggerty que estaba en el pueblo, por qué estaba aquí, y pidiéndole que se reunieran en cuanto fuera posible. Mackenzie pensó que, si no había recibido una llamada de Haggerty para las nueve de la mañana, le llamaría ella misma.
Antes de apagar las luces, pensó en llamar a Ellington, solo para ver cómo estaba. Le conocía muy bien; seguramente estaba dándose una fiesta de autocompasión, tomándose varias cervezas con planes de quedarse frito en el sofá.
Pensar en él en este estado le facilitó mucho más la decisión. Apagó las luces y, en la oscuridad, empezó a sentir que se encontraba en un pueblo que era más tenebroso que los demás. El tipo de pueblo que escondía algunas cicatrices horrendas, condenadas a la oscuridad eterna no debido al ambiente rural sino gracias a cierto hito que había en una pista de gravilla a unas seis millas de donde reposaba su cabeza en este preciso instante. Y a pesar de que hizo lo que pudo para despejar la mente, se quedó dormida con imágenes de adolescentes suicidándose, saltando desde lo alto del Puente de Miller Moon.
CAPÍTULO SEIS
Mackenzie se despertó sobresaltada por el sonido de su teléfono móvil. El reloj de la mesita le informó de que eran las 6:40 cuando extendió la mano para agarrarlo. Vio el nombre de McGrath en la pantalla, tuvo solo el tiempo suficiente para desear que hubiera sido Ellington en vez de él, y entonces lo respondió.
“Aquí la Agente White.”
“White, ¿dónde estamos en lo que se refiere al caso del sobrino del director Wilmoth?”
“Pues bien, en este momento parece que sea un suicidio bastante claro. Si todo sale como creo que va a salir, debería estar de regreso en DC esta tarde.”
“¿Nada de juego sucio?”
“Por lo que puedo ver, no. Si no le importa que le pregunte… ¿está buscando el director Wilmoth juego sucio?”
“No, pero seamos realistas… un suicidio en la familia de un hombre de su posición no va a tener buena pinta. Solo quiere los detalles antes de que los obtenga el público.”
“Mensaje recibido.”
“White, ¿acaso te he despertado?” le preguntó bruscamente.
“Por supuesto que no, señor.”
“Mantenme informado sobre todo esto,” dijo antes de terminar la llamada.
Maldita manera de despertarse, pensó Mackenzie mientras salía de la cama. Se fue a la ducha y cuando terminó, envuelta en una toalla, salió del cuarto de baño al escuchar que sonaba su teléfono de nuevo.
No reconoció el número, así que lo respondió de inmediato. Con el pelo todavía húmedo, respondió: “Al habla la agente White.”
“Agente White, soy Jan Haggerty,” dijo una voz de tono sombrío. “Acabo de leer su email.”
“Gracias por responderme tan deprisa,” dijo Mackenzie. “Ya sé que es mucho pedir para alguien con su profesión, pero ¿hay alguna manera de que nos pudiéramos reunir para charlar en algún momento del día?”
“Eso no es ningún problema,” dijo Haggerty. “Mi consulta está en mi casa y hoy no tengo mi primera cita hasta las nueve y media de la mañana. Si me da media hora más o menos para prepararme para el día, puedo verla esta misma mañana. Prepararé algo de café.”
“Suena estupendo,” dijo Mackenzie.
Haggerty le dio a Mackenzie su dirección y terminó la llamada. Con media hora por delante, Mackenzie decidió hacer lo más adulto y llamar a Ellington por teléfono. No les haría ningún bien a ninguno de los dos esconderse del asunto que tenían entre manos y simplemente esperar que el otro se olvidara de ello o que lo pudiera barrer debajo de la alfombra sin más.
Cuando le respondió a la llamada, sonaba cansado. Mackenzie asumió que le había despertado, lo que no era del todo sorprendente ya que solía dormir hasta tarde cuando estaba libre. Pero también estaba bastante segura de que detectaba algo de esperanza en su voz.
“Hola,” le dijo.
“Buenos días,” dijo ella. “¿Cómo estás?”
“No lo sé,” dijo Ellington casi al instante. “Malhumorado sería la mejor manera de describirlo, pero sobreviviré. Cuantas más vueltas le doy, más seguro estoy de que esto se acabará desvaneciendo. Tendré una pequeña mancha en mi historial, pero siempre y cuando pueda volver al trabajo, creo que me las arreglaré. ¿Qué hay de ti? ¿Cómo va tu caso super secreto?”
“Prácticamente terminado, creo,” dijo ella. Cuando le había llamado la noche anterior de camino a Kingsville, no había compartido demasiada información con él, diciéndole solo que no se trataba de un caso en el que ella corriera ningún peligro. También tuvo cuidado de no divulgar demasiada información por ahora. A veces esto solía pasar entre agentes cuando un caso estaba cerrado o a punto de concluirse.
“Bien,” dijo él. “Porque no me gusta como terminaron las cosas entre nosotros cuando te fuiste. Yo… en fin, no sé por qué necesito disculparme. Pero sigo creyendo que te he hecho un flaco favor con todo este asunto.”
“Es lo que hay,” dijo Mackenzie, odiando el sonido de un cliché como este saliendo de sus labios. “Debería estar de regreso esta noche. Podemos hablar de ello después.”
“Suena bien. Ten cuidado.”
“Tú también,” dijo ella con una risa forzada.
Terminaron la llamada y aunque se sentía un poco mejor después de hablar con él, no podía negar la tensión que todavía sentía. Sin embargo, no se permitió tomarse un tiempo para considerarlo. Se dirigió hacia Kingsville en busca de algo que comer para pasar el tiempo que le quedaba antes de ir a casa de la doctora Haggerty.
***La doctora Haggerty vivía sola en una casa de dos plantas de estilo colonial. Estaba asentada en el centro de un hermoso jardín delantero. Un grupo frondoso de encinas y robles en el patio de atrás rodeaban la casa por detrás como si se tratara de una sombra provista por la propia naturaleza. La doctora Haggerty se encontró con Mackenzie en la puerta principal con una sonrisa y el aroma de café fuerte recién hecho que venía de la cocina. Parecía tener cincuenta y muchos, con una melena de cabello que todavía se las arreglaba para mantener la mayoría de su castaño claro. Sus ojos le escudriñaron a Mackenzie desde detrás de un par de pequeñas gafas. Cuando invitó a Mackenzie a pasar adentro, hizo gestos a través de la puerta con sus brazos raquíticos y una voz que apenas era más alta que un susurro.
“Gracias de nuevo por quedar conmigo,” dijo Mackenzie. “Sé que le avisé con poco tiempo.”
“No se preocupe en absoluto,” dijo ella. “Entre usted y yo, espero que podamos encontrar razones suficientes como para que hagamos que el alguacil Tate le dé la lata al condado para que derriben ese maldito puente.”
Haggerty sirvió una taza de café a Mackenzie y las dos mujeres se sentaron a la mesita en un pintoresco rincón de desayuno adyacente a la cocina. Un ventanal al lado de la mesa daba a esos robles y encinas del patio de atrás.
“¿Presumo que ya le han informado de las noticias de ayer por la tarde?” preguntó Mackenzie.
“Así es,” dijo Haggerty. “Kenny Skinner. De veintidós años, ¿no es cierto?”
Mackenzie asintió mientras le daba un sorbito al café. “Y también Malory Thomas varios días antes. Entonces… ¿puede decirme por qué ha estado dándole la lata al alguacil sobre ese puente?”
“Bueno, Kingsville tiene muy poco que ofrecer. Y aunque nadie en los pueblos pequeños guste de admitirlo, lo cierto es que estos pueblos no ofrecen nada a los adolescentes y a los adultos jóvenes. Y cuando eso sucede, estos hitos morbosos como el Puente de Miller Moon se hacen icónicos. Si echa un vistazo a los historiales del pueblo, ha habido gente que se ha quitado la vida en ese puente desde 1956, cuando todavía estaba abierto al tránsito. Los chicos de hoy en día están expuestos a tanta negatividad y problemas de autoestima que algo tan icónico como ese puente se puede acabar convirtiendo en mucho más. Los niños que están buscando una salida del pueblo van al extremo y ya no se trata de escapar del pueblo… sino de escapar de la vida.”
“Entonces… ¿usted cree que el puente les da a los niños suicidas una salida fácil?”
“No una salida fácil,” dijo Haggerty. “Es casi como una luz para ellos. Y todos los que han saltado del puente previamente les han abierto el camino. Ese puente ya ni siquiera es un puente. Es una plataforma de suicidio.”
“Anoche, el alguacil Tate también dijo que le parece difícil de creer que todos estos suicidios sean simplemente suicidios. ¿Me lo puede explicar mejor?”
“Sí… y creo que puedo utilizar a Kenny Skinner como ejemplo. Kenny era un chico popular. Entre usted y yo, seguramente no iba a llegar a hacer nada extraordinario. Probablemente estaría perfectamente bien pasándose el resto de su vida aquí, trabajando en la Tienda de Repuestos de Tractores y Neumáticos de Kingsville. Pero tenía una buena vida aquí, ¿sabe? Por lo que yo sé, era un chico bastante popular con el sexo opuesto y en un pueblo como este—diablos, en un condado como este—eso prácticamente garantiza algunos fines de semana bastante divertidos. Hablé personalmente con Kenny el mes pasado cuando pasé con el coche por encima de una punta. Él lo arregló para mí. Era amable, estaba riéndose todo el tiempo, un chico con buenos modales. Me resulta difícil de creer que se matara de tal manera. Y si regresa a la lista de personas que han saltado de ese puente en los últimos tres años, hay al menos uno o dos que me resultan de lo más sospechoso… gente a la que jamás hubiera imaginado suicidándose.”
“Así que ¿usted cree que hubo juego sucio en esos casos?” preguntó Mackenzie.
Haggerty se tomó un momento antes de responder. “Es una sospecha que tengo, pero no me sentiría cómoda diciendo algo como eso con absoluta certeza.”
“¿Y asumo que esa sensación se basa en su opinión profesional y no solo se trata de alguien apenado porque haya tantos suicidios en su pueblecito?” preguntó Mackenzie.
“Eso es correcto,” dijo Haggerty, pero pareció hasta un tanto ofendida por la naturaleza de la pregunta.
“Por casualidad, ¿acaso atendió en alguna ocasión a Kenny Skinner o a Malory Thomas como clientes?”
“No. Ni a ninguna de las otras víctimas desde al menos 1996.”
“Entonces, ¿ha conocido al menos a una de las personas que se han suicidado en el puente?”
“Sí, en una ocasión. Y en ese caso, lo vi venir. Hice todo lo que pude para convencer a la familia de que ella necesitaba ayuda. Sin embargo, para cuando me las arreglé para conseguir que lo pensaran, se tiró del puente. Verá… en este pueblo, el Puente de Miller Moon es sinónimo con suicidio. Y por eso me gustaría que el condado lo derribara.”
“¿Porque le parece que básicamente atrae a cualquiera que tenga pensamientos suicidas?”
“Exactamente.”
Mackenzie percibió que la conversación había terminado. Y eso le parecía bien. Podía decir de inmediato que la doctora Haggerty no era la clase de persona que exagerara las cosas solo para que le escucharan. Aunque había tratado de quitarle importancia por miedo a equivocarse, Mackenzie estaba bastante segura de que Haggerty creía firmemente que al menos algunos de los casos no eran suicidios.
Y ese atisbo de escepticismo era todo lo que necesitaba Mackenzie. Si había incluso la más leve posibilidad de que cualquiera de los últimos dos cadáveres fueran asesinatos y no suicidios, quería saberlo con certeza antes de regresar a DC.
Terminó con el café, le dio las gracias a la doctora Haggerty por su tiempo, y se dirigió de vuelta a la calle. De camino al coche, miró al bosque que bordeaba la mayor parte de Kingsville. Miró hacia el oeste, donde se escondía el Puente de Miller Moon al fondo de una serie de carreteras secundarias y una pista de gravilla que parecía indicar que todos los que la transitaban estaban llegando al final de algo.
Mientras pensaba en esas rocas manchadas de sangre al fondo del puente, la comparación le provocó un escalofrío en el corazón.
La alejó de sí, dando marcha al motor y sacando el teléfono móvil. Si iba a obtener una respuesta definitiva sobre todo esto, necesitaba tratarlo como si fuera un caso de asesinato. Y con esa mentalidad, se imaginó que necesitaba empezar a hablar con los familiares de los recientemente fallecidos.
CAPÍTULO SIETE
Antes de visitar a la familia de Kenny Skinner, Mackenzie telefoneó a McGrath para obtener permiso explícito. Su respuesta fue breve, clara y concisa: No me importa si tienes que hablar con alguien del maldito equipo de béisbol de la Liga Infantil, solo que averigües lo que pasa.
Esa confirmación le empujó a la residencia de Pam y Vincent Skinner. Por lo que McGrath le había explicado, Pam Skinner solía llamarse Pam Wilmoth. Hermana mayor del director Wilmoth, trabajaba desde casa como especialista en propuestas para una agencia del medio ambiente. Por lo que se refería a Vincent Skinner, era el propietario de la Tienda de Repuestos de Tractores y Neumáticos de Kingsville, y había empleado a su hijo Kenny desde que tenía quince años.
Cuando Mackenzie llamó a la puerta, ninguno de los Skinner salió a recibirla. En vez de ellos, salió el pastor de la Iglesia Presbiteriana de Kingsville. Cuando Mackenzie le mostró su placa y le dijo por qué estaba allí, la dejó pasar y le pidió que esperara en el recibidor. La familia Skinner vivía en una bonita casa en una esquina de lo que asumió se consideraba como el centro urbano de Kingsville. Podía oler a algo que se estaba cocinando, cuyo aroma salía de un largo pasillo. En alguna otra parte de la casa, podía escuchar cómo sonaba un teléfono móvil. También escuchaba la voz apagada del pastor, mientras les decía a Pam y a Vincent Skinner que había llegado una señora del FBI para hacerles unas cuantas preguntas sobre Kenny.
Llevó unos cuantos minutos, pero finalmente, salió Pam Skinner a saludarla. La mujer tenía el rostro enrojecido de llorar y daba la impresión de que no había pegado ojo la noche anterior. “¿Es usted la agente White?” le preguntó.
“Así es.”
“Gracias por venir,” dijo Pam. “Mi hermano me dijo que vendría en algún momento.”
“Si es demasiado pronto, puedo—”
“No, no, quiero contárselo ahora,” dijo ella.
“¿Está su marido en casa?”
“Ha optado por quedarse en la sala de estar con el pastor. Vincent se lo tomó realmente mal. Se desmayó dos veces anoche y atraviesa estos momentos en que simplemente se niega a creer lo que ha pasado y—”
Como si llegara de la nada, un enorme sollozo se escapó de la garganta de Pam y se apoyó contra la pared. Detuvo su respiración y reprimió lo que Mackenzie podía asegurar era su pena que trataba de salir a la superficie.
“Señora Skinner… puedo volver más tarde.”
“No. Ahora, por favor. Me he tenido que mantener entera toda la noche para Vincent. Puedo arreglármelas para hacerlo unos cuantos minutos más para usted. Pero… venga a la cocina.”
Mackenzie siguió a Pam Skinner por el pasillo hasta la cocina, donde Mackenzie empezó a reconocer el aroma que había percibido antes. Por lo visto, Pam había metido unos bollos de canela al horno, quizá en un intento de seguir posponiendo su sufrimiento por su marido. Pam los echó un vistazo con pocas ganas mientras Mackenzie se sentaba en un taburete junto a la barra de la cocina.
“Hablé con la doctora Haggerty por la mañana,” dijo Mackenzie. “Ha estado presionando para que derriben el Puente de Miller Moon. El nombre de su hijo surgió en la conversación, Dijo que le parece muy difícil de creer que Kenny se hubiera quitado la vida.”
Pam asintió con firmeza. “Y tiene toda la razón. Kenny nunca se hubiera quitado la vida. La idea es absolutamente ridícula.”
“¿Tiene alguna razón válida y contundente para sospechar que alguien quisiera hacerle daño a su hijo?”
Pam sacudió la cabeza, tan furiosamente como había asentido hacía unos instantes. “He pensado en ello toda la noche. Y me trajo a la mente algunas verdades desagradables sobre Kenny, por supuesto. Hay unos cuantos chicos que no le aprecian demasiado porque Kenny solía quitarles la novias a muchos de ellos. Pero nunca llegó a nada serio.”
“Y las últimas semanas, ¿no le ha oído decir algo a Kenny o quizá le ha visto actuar de cierta manera que pudiera indicar que estaba teniendo pensamientos de hacerse daño?”
“No. Nada de eso. Incluso cuando Kenny estaba de mal humor, se las arreglaba para iluminar una habitación. Rara vez se enfadaba por nada. No era un chico perfecto, pero por Dios santo, no creo que hubiera ni una onza de odio o de ira dentro de él. Simplemente me resulta más allá de lo comprensible pensar que se haya quitado la vida.”
Se le escapó otro sollozo de la garganta entre las palabras quitado y la vida.
“¿Sabe si tenía algún tipo de vínculo con ese puente?” preguntó Mackenzie.
“No más que otros adolescentes y adultos jóvenes del pueblo. Estoy segura de que en ocasiones bebió o flirteó allá abajo, pero nada fuera de lo normal.”
Mackenzie podía percibir cómo el dique estaba a punto de romperse dentro de Pam Skinner. Un minuto o dos más y ella se derrumbaría.
“Una pregunta más, y por favor sepa que he de hacerla. ¿Cómo de segura está de que conocía bien a su hijo? ¿Cree que pueda haber alguna clase de secretos de una vida oculta que estuviera manteniendo a escondidas de usted y de su marido?”
Se quedó pensativa por un instante mientras le corrían las lágrimas por las mejillas. Lentamente, dijo: “Supongo que todo es posible, pero si Kenny estaba escondiendo una segunda vida de nosotros, lo estaba haciendo con la pericia de un espía. Y aunque era un gran chico, no se comprometía mucho con las cosas. Que hubiera escondido algo como esto…”
“La entiendo,” dijo Mackenzie. “Le voy a dejar para que procese esto ahora, pero por favor, si se le ocurre cualquier otra cosa en los próximos días, llámeme de inmediato.”
Dicho eso, Mackenzie se puso en pie y colocó su tarjeta de visita sobre el mostrador. “Lamento muchísimo su pérdida, señora Skinner.”
Mackenzie salió deprisa pero no de manera grosera. Podía sentir el peso de la pérdida familiar hasta que estuvo afuera, con la puerta cerrada detrás suyo. Incluso entonces, de camino al coche, podía escuchar los sonidos de Pam Skinner finalmente entregándose a su pesar. Era increíblemente abrumador y le rompió un poco el corazón a Mackenzie.
Hasta cuando ya estaba en la salida a la carretera, el ruido de los sollozos de Pam Skinner le recorría la mente como una brisa de otoño azotando las hojas muertas en una calle abandonada.
CAPÍTULO OCHO
No había un solo forense en todo el condado. Lo que es más, la oficina del examinador médico se encontraba a una hora y media de Kingsville, en Arlington. En vez de conducir de regreso a DC para probablemente acabar regresando a Kingsville, Mackenzie volvió a su habitación de motel y realizó una serie de llamadas. Diez minutos más tarde, estaba llamando para comenzar una sesión en Skype con el forense que había supervisado los cadáveres de Malory Thomas y Kenny Skinner. El cadáver de Kenny Skinner todavía no estaba completamente preparado y listo para ser evaluado lo cual dificultaba las cosas todavía más. Aun así, Mackenzie comenzó la llamada y esperó a la respuesta. El hombre que le respondió era alguien con quien Mackenzie había trabajado unas pocas veces en otros casos, un hombre de mediana edad con pelo canoso enervado llamado Barry Burke. Era agradable ver un rostro familiar después de la mañana que había pasado. Todavía no se había quitado del todo de encima los sonidos de la pérdida que habían salido de Pam Skinner mientras ella dejaba la casa.
“Hola, agente White,” dijo Burke.
“Hola. Me dicen que todavía no hay gran cosa que podamos decir del cadáver de Kenny Skinner, ¿no es cierto?”
“Me temo que sí. A riesgo de sonar algo bestia, es algo realmente horrible. Si me dices lo que estás buscando lo puedo poner a la cabeza de la lista de prioridades.”
“Cualquier arañazo o moratón reciente. Cualquier signo de que pudiera haberse metido en una pelea.”
“Muy bien, lo haré. Y entonces… entiendo que necesitas saber lo mismo sobre Malory Thomas, ¿verdad?”
“Así es. ¿Tienes alguna cosa?”
“Pues mira por donde, puede que sí. Odio decirlo, pero cuando recibimos un cadáver qué obviamente es de alguien que se ha suicidado, hay ciertas cosas que al instante van al fondo de nuestra lista de prioridades. Y sí… encontramos algo en Malory Thomas que, honestamente, podría no tratarse de nada, pero si estás buscando arañazos…”
“¿Qué es lo que tienes?”
“Dame un segundo y te envío una foto,” le dijo. Él pulsó unas cuantas veces y entonces surgió el icono del sujetapapeles en la ventana de Skype.








