Antes de que Codicie

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Tras caminar unos dos o tres minutos, comenzó a escuchar varias voces entremezcladas. Los sonidos de movimiento se elevaron y empezó a comprender de qué hablaba Clements: incluso sin haber visto la escena, Mackenzie ya podía decir que iba a estar abarrotada de gente.
Tuvo la prueba de ello en menos de un minuto cuando la escena hizo su aparición. Se había acordonado la escena del crimen y se habían dispuesto unas banderitas limítrofes alrededor de una forma triangular en el bosque. Entre el cordón amarillo y las banderas rojas, Mackenzie contó ocho personas, incluyendo a Clements. Con Bryers y ella serían diez.
“¿Entiendes lo que te digo?” preguntó Clements.
Bryers se acercó por detrás de Mackenzie y suspiró. “Menudo lío que hay aquí.”
Antes de dar un paso adelante, Mackenzie hizo todo lo que pudo para examinar la escena. De los ocho hombres, cuatro eran del departamento de policía local, fáciles de identificar por sus uniformes. Había otros dos en uniformes de una clase diferente, que Mackenzie asumió serían de la policía estatal. Por lo demás, examinó la escena propiamente dicha en vez de dejar que las discusiones le distrajeran.
La ubicación parecía arbitraria. No había puntos de interés, ni artículos que pudieran ser considerados simbólicos. Era como cualquier otro sector de esos bosques por lo que podía ver Mackenzie. Adivinó que se encontraban como a una milla de distancia del sendero central. Aunque aquí los árboles no fueran especialmente frondosos, había un aire de aislamiento a su alrededor.
Una vez hubo examinado la escena por completo, miró a los hombres discutiendo. Unos cuantos parecían agitados y uno o dos parecían enfadados. Dos de ellos no llevaban ningún tipo de uniforme o traje que denotara su profesión.
“¿Quiénes son los tipos que no van de uniforme?” preguntó Mackenzie.
“No estoy seguro,” dijo Bryers.
Clements se giró hacia ellos con un gesto de desprecio en el rostro. “Guardabosques,” dijo. “Joe Andrews y Charlie Holt. Sucede algo como esto y se creen que son policías.”
Uno de los guardabosques miró hacia ellos con una mirada llena de veneno. Mackenzie estaba bastante segura de que Clements había asentido en dirección a este hombre al decir Joe Andrews. “Cuida tus maneras, Clements. Esto es un parque estatal,” dijo Andrews. “Tienes tanta autoridad aquí como un mosquito.”
“Puede que sea así, “ dijo Clements. “Pero sabes tan bien como yo que lo único que tengo que hacer es realizar una sola llamada a comisaría y poner algunas ruedas en marcha. Os puedo echar de aquí en una hora, así que haz lo que sea que tengas que hacer y saca tu trasero de aquí.”
“Maldito arrogante ca—”
“Venga,” dijo un tercer hombre. Este era uno de la estatal. El hombre tenía la presencia de una montaña y llevaba unas gafas de sol que le hacían parecer el malo de una peli de acción de los 80. “Tengo la autoridad para echaros a los dos de aquí. Así que dejad de actuar como niños y haced vuestro trabajo.”
Este hombre se dio cuenta de la presencia de Mackenzie y de Bryers por primera vez. Caminó hacia donde estaban y sacudió la cabeza como disculpándose.
“Siento que tengáis que escuchar todas estas tonterías,” dijo mientras se acercaba. “Soy Roger Smith de la policía estatal. Menuda escena que tenemos aquí, ¿eh?”
“Estamos aquí para examinarla,” dijo Bryers.
Smith se dio la vuelta hacia los otros siete hombres y con voz resonante dijo: “Salid de aquí y dejad que los federales hagan sus cosas.”
“¿Y qué hay de nuestras cosas?” preguntó el otro guardabosques. Charlie Holt, recordó Mackenzie. Miraba a Mackenzie y a Bryers con desconfianza. Mackenzie pensó que hasta parecía algo tímido y asustado a su alrededor. Cuando Mackenzie miró en su dirección, él miró al suelo, doblándose hacia delante para recoger una bellota. Entonces se pasó la bellota de una mano a la otra, y después empezó a arrancar pedacitos de ella.
“Habéis tenido el tiempo suficiente,” dijo Smith. “Retiraos por un momento, ¿os importa?”
Todos hicieron lo que les habían pedido. Los guardabosques en especial parecían insatisfechos con ello. Haciendo todo lo que podía para suavizar la situación, Mackenzie se imaginó que ayudaría si trataba de implicar a los guardabosques cuanto le fuera posible de modo que no estallara la tormenta.
“¿Qué tipo de información suelen tener que sacar los guardabosques de algo como esto?” preguntó a los guardabosques mientras se agachaba debajo del cordón policial y empezaba a mirar alrededor. Vio un marcador donde se había encontrado la pierna, marcada como tal en un pequeño tablero. A una buena distancia, vio el otro marcador donde se había descubierto el resto del cuerpo.
“Necesitamos saber cuánto tiempo vamos a mantener el parque cerrado, para empezar,” dijo Andrews. “Por egoísta que pueda parecer, este parque supone una buena cantidad de los ingresos por turismo.”
“Tienes razón,” Clements contestó. “Eso suena realmente egoísta.”
“En fin, creo que tenemos permitido ser egoístas de vez en cuando,” dijo Charlie Holt con voz bastante defensiva. Entonces miró a Mackenzie y a Bryers con aire de desprecio.
“¿A qué se debe eso?” preguntó Mackenzie.
“¿Alguno de vosotros sabe el tipo de mierda con el que tenemos que tratar por estos lares?” preguntó Holt.
“La verdad es que no,” respondió Bryers.
“Adolescentes haciendo el amor,” dijo Holt. “Orgías completas de vez en cuando. Prácticas extrañas de Wicca. Hasta he atrapado a algún tipo borracho poniéndose caliente con un tocón, y quiero decir con los pantalones bajados hasta los pies. Estas son las historias de las que se ríen los de la policía estatal y que los de la local utilizan como munición para bromas los fines de semana.” Se inclinó y agarró otra bellota, arrancándole pedacitos como había hecho con la primera.
“Oh,” añadió Joe Andrews. “Y también está lo de atrapar a un padre en el acto de abusar sexualmente de su hija de ocho años justo a la salida de un sendero de pesca y tener que detenerle. ¿Y qué recibo como agradecimiento? La niña chillando para que dejara en paz a su padre y una advertencia firme de la policía estatal y local para que no seamos tan duros la próxima vez. Así que sin duda… podemos ser egoístas con nuestra autoridad de vez en cuando.”
El bosque enmudeció, el silencio solo fue quebrado cuando uno de los otros policías locales se rió de manera condescendiente y dijo: “Sí. Autoridad. Claro.”
Los dos guardabosques lanzaron una mirada de odio al hombre. Andrews dio un paso adelante, con aspecto de estar a punto de explotar de ira. “Que te jodan,” dijo sin más.
“Dije que ya valía de tonterías,” dijo el Oficial Smith. “Una más y todos y cada uno de vosotros os largáis de aquí. ¿Entendido?”
Por lo visto, lo habían hecho. El bosque se quedó de nuevo en silencio. Bryers entró al otro lado del cordón con Mackenzie y cuando todos los demás se ocuparon en otras cosas detrás de ellos, se inclinó hacia ella. Ella pudo sentir cómo le miraba Charlie Holt, y le hizo desear darle un puñetazo.
“Esto se puede poner feo,” dijo Bryers en voz baja. “Hagamos lo que podamos para salir de aquí cuanto antes, ¿qué dices?”
Ella se puso a trabajar, peinando la zona y tomando notas mentalmente. Bryers había salido de la escena del crimen y estaba reposando en un árbol cuando tosió en su brazo. Ella hizo lo que pudo para que esto no le distrajera. Mantuvo la vista en el suelo, estudiando el follaje, la tierra, y los árboles. Lo que no tenía mucho sentido para ella era cómo se había descubierto aquí un cuerpo en tan malas condiciones. Era difícil adivinar cuánto tiempo había pasado desde el asesinato o desde que lo abandonaron en el bosque: la tierra no mostraba señales de que el brutal acto hubiera sido llevado a cabo aquí.
Notó la ubicación de los carteles que marcaban los puntos en que se habían encontrado las partes del cadáver. Estaban demasiado distantes para que hubiera sido por accidente. Si alguien se deshacía de un cadáver y colocaba sus partes tan lejos unas de otras, eso indicaba intencionalidad.
“Oficial Smith, ¿sabe si había alguna marca de mordiscos de supuestos animales salvajes en el cadáver?” preguntó.
“Si los había, eran tan diminutos que un examen básico no los reveló. Desde luego, sabremos más cuando llegue el resultado de la autopsia.”
“¿Y nadie en su equipo o con la policía local movió el cadáver o los miembros cortados?”
“No.”
“Lo mismo digo,” dijo Clements. “Guardas, ¿qué hay de vosotros?”
“No,” dijo Holt con un tono malicioso en su voz. En este momento, parecía sentirse ofendido por casi cualquier cosa.
“¿Puedo preguntar qué importancia tiene eso para averiguar quién lo hizo?” le preguntó Smith.
“Bien, si el asesino hubiera llevado a cabo aquí sus asuntos, habría sangre por todas partes,” explicó Mackenzie. “Incluso aunque hubiera sucedido hace mucho tiempo, habría al menos cantidades mínimas esparcidas por la zona. Y no veo nada. La otra posibilidad es que quizá tiró el cadáver aquí. No obstante, si así fue, ¿por qué estaría la pierna amputada tan lejos del resto del cuerpo?”
“No te sigo,” dijo Smith. Detrás de él, vio que Clements también le estaba escuchando atentamente pero tratando de que no se le notara.
“Me hace pensar que el asesino arrojó aquí el cadáver pero que colocó las partes a esta distancia a propósito.”
“¿Por qué?” preguntó Clements, incapaz de seguir pretendiendo que no estaba escuchando.
“Podría haber varias razones,” dijo ella. “Puede que haya sido algo tan morboso como simplemente divertirse con el cadáver, esparciéndolo por todas partes como si se tratara de unos juguetes con los que él estaba jugando. Queriendo llamar nuestra atención. O podría haber algún tipo de razones calculadas para ello—para la distancia, el hecho de que fuera una pierna, y así sucesivamente.”
“Ya veo,” dijo Smith. “Bueno, algunos de mis hombres ya escribieron un informe que contiene la distancia entre el cadáver y la pierna. Y todas las medidas que se te puedan ocurrir.”
Mackenzie echó otra mirada alrededor—al grupo de hombres reunidos y el bosque aparentemente en paz—y se detuvo por un momento. No había una razón clara para elegir este lugar. Eso le hacía pensar que el lugar era arbitrario. Aun así, el hecho de que estuviera tan lejos del sendero trillado indicaba algo más. Indicaba que el asesino conocía estos bosques—quizá hasta el parque mismo—bastante bien.
Comenzó a caminar alrededor de la escena, buscando de cerca la más mínima cantidad de sangre seca. Allí no había nada. Con cada momento que pasaba, se sentía mas convencida de su teoría.
“Guardas,” dijo. “¿Hay alguna forma de conseguir los nombres de las personas que frecuentan el parque? Estoy pensando en gente que viene mucho por aquí y conoce la zona al dedillo.”
“Realmente no,” dijo Joe Andrews. “Lo mejor que podemos hacer es proporcionarte la lista de los patrocinadores.”
“Eso no es necesario,” dijo ella.
“¿Tienes una teoría que poner a prueba?” le preguntó Smith.
“El asesinato propiamente dicho tuvo lugar en otra parte y se arrojó el cuerpo aquí,” dijo, casi hablando consigo misma. “¿Pero por qué aquí? Estamos a casi una milla del sendero central y no parece que haya nada de significativo en este lugar. Y eso me lleva a pensar que quien sea que esté detrás de esto, conoce el terreno del parque bastante bien.”
Obtuvo unos cuantos gestos afirmativos mientras explicaba las cosas pero le dio la impresión general de que o dudaban de ella o simplemente les traía sin cuidado.
Mackenzie miró hacia Bryers.
“¿Estás bien ahí?” preguntó.
Él asintió.
“Gracias, caballeros.”
Todos le miraron en silencio. Clements parecía estar intentando comprender de qué estaba hecha.
“Bien, vamos entonces,” dijo por fin Clements. “Os llevaré de vuelta a vuestro coche.”
“No, está bien,” dijo Mackenzie con cierta rudeza. “Creo que prefiero caminar.”
Mackenzie y Bryers comenzaron a salir, de vuelta a través del bosque y hacia el sendero para peatones por el que les había traído Clements.
A medida que desaparecieron hacia el interior del bosque, dejando atrás las miradas de la policía estatal, Clements, sus hombres, y los guardabosques, Mackenzie no pudo evitar apreciar la enorme extensión del bosque. Era escalofriante pensar en lo infinito de las posibilidades que existían ahí afuera. Pensó en lo que había dicho el guardabosques, en los delitos incontables que tenían lugar en estos bosques, y algo al respecto envió un escalofrío helado a través de todo su cuerpo.
Si alguien tenía intenciones de asesinar a gente como la persona que habían encontrado dentro de este triángulo acordonado y tenía un conocimiento bastante decente de estos bosques, virtualmente no había límites al nivel de amenaza que podía causar.
Y supo con certeza que volvería a atacar.
CAPÍTULO SEIS
Mackenzie llegó a su oficina pasadas las seis de la tarde, agotada tras el largo día y ordenando sus notas para prepararse para la puesta en común que había solicitado mientras venía de Strasburg.
Alguien llamó a su puerta y cuando elevó la vista se encontró con Bryers, con aspecto de estar tan cansado como ella, sujetando una carpeta y una taza de café. Parecía estar haciendo todo lo posible para ocultar su agotamiento y entonces se le ocurrió pensar en que él había dejado todo en sus manos en el parque estatal, permitiéndole que ella llevara la voz cantante con Clements, Smith, Holt y los demás hombres egocéntricos en el bosque. Eso, además de su tos, le hizo preguntarse si a lo mejor se estaba poniendo enfermo.
“La puesta en común está lista para empezar,” dijo él.
Mackenzie se puso de pie y le siguió a la sala de conferencias al final de pasillo. Cuando entró, echó una mirada a los diversos agentes y expertos que constituían el equipo del caso de Little Hill. Había siete personas en total y, aunque personalmente creía que era demasiada gente trabajando en un caso en su etapa temprana, no le correspondía a ella decirlo. Este asunto le pertenecía a Bryers y ella se alegraba de poder acompañarle. Era mucho mejor que leer leyes sobre inmigración y ahogarse en papeleo.
“Tenemos un día muy ocupado por delante,” dijo Bryers. “Así que vamos a empezar con un resumen rápido.”
Si él se había sentido cansado al llegar, había conseguido sacarse el cansancio de encima. Mackenzie observó y escuchó con total atención mientras Bryers informaba a las siete personas en la sala sobre lo que Mackenzie y él habían descubierto en los bosques del Parque Estatal Little Hill ese día. Los presentes en la sala tomaron notas, algunos garabateando en cuadernos, otros escribiendo en los teclados de sus tablets o smartphones.
“Una cosa que añadir,” dijo uno de los otros agentes. “Recibí un soplo hace quince minutos. El caso ha llegado oficialmente a los periódicos estatales. Ya han empezado a llamar a este tipo el Asesino del Campamento.”
Por un momento, el silencio se extendió sobre la sala, y Mackenzie suspiró para sus adentros. Esto iba a hacerles las cosas mucho más difíciles a todos.
“Demonios, no tardaron nada,” dijo Bryers. “Malditos periodistas. ¿Cómo diablos le echaron sus garras a esto tan deprisa?”
Nadie le respondió, pero Mackenzie creyó saber la respuesta. Una pequeña localidad como Strasburg estaba llena de gente a la que le encantaba ver el nombre de su pueblo en los periódicos—aunque fuera debido a malas noticias. Se le ocurría pensar en un par de guardabosques o policías locales que pudieran encajar en esa categoría.
“De todas maneras,” continuó Bryers, impasible, “la última pieza de información que recibimos llegó de la policía estatal. Entregaron detalles de la escena del crimen al equipo forense. Ahora sabemos que la pierna cortada y el cuerpo del que formaba parte previamente estaban a exactamente 100 centímetros de distancia. Obviamente, no sabemos si eso tiene ningún significado, pero lo vamos a investigar. Además—”
Un golpe a la puerta le interrumpió. Otro agente entró a la sala deprisa y le entregó una carpeta a Bryers. Susurró algo al oído de Bryers y después salió de allí.
“El informe del forense sobre el cadáver más reciente,” dijo Bryers, abriendo la carpeta para mirar sus contenidos. La escaneó a toda prisa y comenzó a pasar las tres páginas al resto del equipo. “Como podéis ver, no había marcas de fieras hambrientas en el cuerpo, aunque había ligeros moratones en la espalda y los hombros. Se cree que las manos izquierda y derecha fueron amputadas con un cuchillo bastante desafilado o alguna otra cuchilla grande. Los huesos tienen aspecto de haber sido rotos más que serrados. Esto difiere del caso de hace dos años pero, por supuesto, eso podía deberse a que el asesino no cuide de sus herramientas o armas.”
Bryers les dio un minuto para que leyeran el informe. Mackenzie apenas lo repasó por encima, perfectamente dispuesta a confiar en el análisis de Bryers. Ya había llegado a confiar en él, y aunque supiera el valor de los archivos y los informes, no había nada que superara un informe verbal directo, por lo que a ella respectaba.
“También sabemos ahora el nombre del fallecido: Jon Torrence, de veintidós años de edad. Desapareció hace unas cuatro semanas y fue visto por última vez en un bar de Strasburg. Algunos de vosotros tendréis el desafortunado deber de hablar hoy con sus familiares. También hemos escarbado algo de información sobre la víctima de hace dos años. Agente White, ¿te importaría informar al equipo sobre esa víctima?”
Mackenzie había leído los detalles en un documento que habían enviado el Oficial Smith y su equipo de la estatal durante su camino entre Strasburg y Quantico.
Había memorizado los detalles en menos de diez minutos, y así, fue capaz de comunicárselos al equipo con confianza.
“El primer cadáver pertenecía a Marjorie Leinhart. La cabeza había sido amputada casi por entero. El asesino amputó todos sus dedos y su pierna derecha de la rodilla para abajo. Nunca se encontraron las partes amputadas. En el momento de su muerte, tenía veintisiete años. Su madre era el único familiar con vida que le quedaba ya que Marjorie era hija única y su padre había fallecido durante una misión en Afganistán en el 2006. Pero su madre se suicidó una semana después del descubrimiento del cadáver de su hija. Investigaciones intensas revelaron otro único familiar—un tío lejano que vivía en Londres—y que no sabe nada acerca de la familia. No había novios y los pocos amigos íntimos que fueron interrogados tenían coartadas. Así que no hay literalmente nadie que interrogar en este asunto.”
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