Antes De Que Necesite

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La mujer les tendió la mano mientras se presentaba. “Soy la agente Dagney,” dijo ella. “Cualquier cosa que necesitéis, solo tenéis que decírmelo. Hemos limpiado el lugar, claro está, pero tengo un archivo lleno de las fotos que se tomaron cuando la escena estaba fresca.”
“Gracias,” dijo Mackenzie. “Para empezar, creo que primero me gustaría echar una ojeada adentro.”
“Desde luego,” dijo Dagney, subiendo las escaleras y sacando una llave de su bolsillo. Desbloqueó la puerta e hizo un gesto a Mackenzie y a Harrison para que entraran delante de ella.
Mackenzie olió la lejía o algún otro tipo de detergente de inmediato. Recordaba el informe que decía que un perro se había quedado atrapado dentro de la casa durante al menos dos días y había ido al servicio unas cuantas veces.
“La lejía,” dijo Harrison. “¿Es eso de limpiar la peste que dejó el perro?”
“Sí,” dijo Dagney. “Eso se hizo anoche. Intentamos dejarlo como estaba hasta que vosotros llegarais, pero el hedor era simplemente—era terrible.”
“No debería ser problema,” dijo Mackenzie. “El dormitorio está arriba, ¿correcto?”
Dagney asintió y les llevó hacia las escaleras. “Lo único que se ha cambiado aquí arriba es que los cadáveres y la sábana superior han sido retirados,” explicó. “La sábana todavía está allí, en el suelo y colocada sobre una lámina de plástico. Claro que la tuvieron que mover, simplemente para sacar los cuerpos de la cama. La sangre estaba… en fin, ya verás.”
Mackenzie notó que Harrison ralentizaba sus pasos un poco, quedándose a salvo detrás suyo. Mackenzie siguió a Dagney a la entrada del dormitorio, notando cómo se quedaba en el pasillo y hacía todo lo posible por no mirar a su interior.
Una vez dentro de la habitación, Mackenzie comprobó que Dagney no había exagerado, ni tampoco los informes que había leído. Había mucha sangre—mucha más de la que ella había visto jamás en una sola escena.
Y por un momento espeluznante, estuvo de pie en una habitación en Nebraska—una habitación en una casa que sabía estaba ahora abandonada. Estaba mirando a una cama empapada de sangre que contenía el cuerpo de su padre.
Se sacudió la imagen de inmediato al sonido de las pisadas de Harrison aproximándose lentamente por detrás suyo.
“¿Estás bien?” le preguntó ella.
“Sí,” dijo él, aunque su voz sonaba algo jadeante.
Mackenzie notó que la mayoría de la sangre estaba sobre la cama, como era de esperar. La sábana que habían retirado de la cama y que habían estirado en el suelo había sido en su día de un color crema. Ahora estaba principalmente cubierta de sangre reseca, tornándose de un tono tostado de bermellón. Se acercó despacio a la cama, bastante segura de que no habría pruebas. Incluso aunque el asesino hubiera dejado accidentalmente un cabello o algo con su ADN, estaría enterrado entre toda esa sangre.
Estudió las salpicaduras en la pared y en la moqueta. Miró en particular a la moqueta, buscando un lugar donde la salpicadura de sangre pudiera tener la forma de un zapato.
Puede que haya rastros de algún tipo, pensó. Para matar a alguien de esta manera—para que haya tanta sangre en la escena—el asesino tendría que tener algo de sangre encima. Así que incluso si no hubiera huellas, quizá haya algo de sangre extraviada en alguna parte de la casa, sangre que él puede haberse dejado accidentalmente mientras salía de la casa.
Además, ¿cómo pudo el asesino con los dos mientras estaban en la cama? Matando a uno, seguramente el otro se hubiera despertado. O el asesino es tan rápido o preparó la escena con los cuerpos en la cama después de cometer los asesinatos.
“Esto es una desgracia, ¿eh?” dijo Harrison.
“Lo es,” dijo Mackenzie. “Dime… ¿ves algo de inmediato que puedas considerar como una pista, una señal, o algo que investigar más a fondo?”
Él sacudió la cabeza, mirando la cama fijamente. Mackenzie asintió, sabiendo que toda esa sangre iba a hacer muy difícil que encontraran alguna prueba. Hasta se puso de rodillas con las manos en el suelo, atisbando debajo de la cama para ver si había algo allí. No vio nada más que un par de zapatillas de andar por casa y un viejo álbum de fotos. Sacó el álbum y lo hojeó. Las primeras páginas mostraban una boda, desde el momento en que la novia descendía hasta el altar de una iglesia enorme hasta la feliz pareja cortando su pastel.
Con el ceño fruncido, deslizó el álbum de vuelta a donde lo había encontrado. Entonces se giró hacia Dagney, que seguía de pie en la entrada al dormitorio, prácticamente dándole la espalda. “Dijiste que teníais archivos con fotos, ¿verdad?”
“Así es. Dame un segundo y te los puedo traer todos.” Respondió rápidamente con cierta sensación de urgencia, obviamente ansiosa por volver al piso de abajo.
Cuando Dagney ya se había ido, Harrison salió de nuevo al pasillo. Echó una ojeada al dormitorio y suspiró profundamente. “¿Alguna vez has visto una escena del crimen como esta?”
“No con tanta sangre,” respondió Mackenzie. “He visto algunas escenas escalofriantes, pero esta se lleva la palma en cuestión de la cantidad de sangre.”
Harrison parecía estar pensando intensamente en esto mientras Mackenzie salía de la habitación. Bajaron las escaleras juntos, entrando a la sala de estar en el momento que Dagney regresaba por la puerta principal. Se reunieron en la zona del bar que separaba la cocina de la sala de estar. Dagney colocó la carpeta sobre la barra y Mackenzie la abrió. De inmediato, la primera foto mostraba la misma cama de arriba, recubierta de sangre, solo que, en la foto, había dos cadáveres—los de un hombre y una mujer. El matrimonio Kurtz.
Ambos estaban vestidos con lo que Mackenzie asumió era su ropa de cama. El señor Kurtz (Josh, según los informes) llevaba puesta una camiseta y un par de calzoncillos. La señora Kurtz, (Julie), llevaba puesto un top de tirantes finos y unos pantalones mínimos de hacer ejercicio. Había una serie de fotografías, algunas de ellas tomadas tan cerca de los cadáveres que a Mackenzie se le encogió el alma unas cuantas veces. La foto del cuello rebanado de la señora Kurtz era especialmente morbosa.
“No encontré ninguna identificación positiva del arma del crimen en los informes,” dijo Mackenzie.
“Eso se debe a que nadie lo ha averiguado. Todos asumieron que era un cuchillo.”
Un cuchillo muy grande, por cierto, pensó Mackenzie mientras desviaba la mirada del cuerpo de la señora Kurtz.
Se dio cuenta de que, por lo visto, incluso a la hora de morir, la señora Kurtz había buscado el confort de su marido. Su mano derecha estaba colocada casi de manera indolente sobre el muslo de él. Había algo muy dulce en todo ello pero que también le rompía un poco el corazón.
“¿Y qué hay de la primera pareja que fue asesinada?” preguntó Mackenzie.
“Esos eran los Sterling,” dijo Dagney, sacando varias fotos y láminas de papel de la parte de atrás de la carpeta.
Mackenzie miró las fotos y vio una escena similar a la que ya había visto en las fotos anteriores, además de arriba. Una pareja, tumbada en la cama, con sangre por todas partes. La única diferencia era que el marido en las fotos de los Sterling había estado o durmiendo desnudo o el asesino le había quitado la ropa.
Estas escenas son demasiado similares, pensó Mackenzie. Es casi como si las hubieran preparado. Observó las similitudes, mirando las fotos de los Kurtz y las de los Sterling una y otra vez.
El coraje y la voluntad de hierro para matar dos personas a la vez—y de una manera tan brutal. Este tipo está increíblemente motivado. Y, por lo visto, no se opone a la violencia extrema.
“Corrígeme si me equivoco,” dijo Mackenzie, “pero el departamento de policía de Miami está operando con la suposición de que se trata de allanamientos de morada rutinarios, ¿correcto?”
“Bueno, así era al principio,” dijo Dagney. “Pero por lo que podemos decir, no hay señales de robo o de saqueo. Y como esta es la segunda pareja asesinada la semana pasada, parece cada vez menos plausible que se tratara de simples allanamientos de morada.”
“Estoy de acuerdo con eso,” dijo ella. “¿Y que hay de conexiones entre las dos parejas?” preguntó Mackenzie.
“Hasta el momento no ha surgido nada, pero tenemos a un equipo trabajando en ello.”
“Y en el caso de los Sterling, ¿había señales de lucha?”
“No. Nada.”
Mackenzie se puso a mirar las fotografías de nuevo y dos similitudes saltaron a la vista de inmediato. Una de ellas en particular le puso la piel de gallina.
Mackenzie volvió a mirar las fotos de los Kurtz. Vio la mano de la mujer reposando inerte sobre el muslo de su marido.
Y lo supo en ese instante: esto se trataba, sin duda alguna, de la obra de un asesino en serie.
CAPÍTULO TRES
Mackenzie conducía detrás de Dagney que les estaba guiando hacia la comisaría. Por el camino, notó que Harrison estaba garabateando unas notas en la carpeta con la que había estado prácticamente obsesionado durante la mayor parte del trayecto entre DC y Miami. En medio de sus notas, hizo una pausa y la miró con cara burlona.
“Ya tienes una teoría, ¿no es cierto?” preguntó.
“No. No tengo ninguna teoría, pero noté unas cuantas cosas en las imágenes que me parecieron un tanto extrañas.”
“¿Quieres contármelo?”
“No por el momento,” dijo Mackenzie. “Si tengo que repasarlo ahora y después otra vez con el departamento de policía, voy a analizar de más. Dame algo de tiempo para que piense todo un poco mejor.”
Con una sonrisa, Harrison regresó a sus notas. No se quejó de que ella estuviera ocultándole las cosas (que no lo estaba) y no le presionó más. Estaba haciendo lo que podía para mantenerse obediente y eficaz al mismo tiempo y ella se lo agradecía.
De camino a comisaría, Mackenzie empezó a atisbar el océano entre algunos de los edificios que pasaron de largo. Nunca había estado enamorada del mar de la manera que alguna gente lo estaba, pero podía entender su atracción. Hasta ahora, en medio de la caza de un asesino, podía percibir la sensación de libertad que representaba. Acentuado por las palmeras gigantescas y el sol impoluto de la tarde de Miami resultaba incluso más bello.
Diez minutos después, Mackenzie siguió a Dagney al aparcamiento de un edificio de la policía enorme. Como casi todo lo demás en la ciudad, tenía un cierto aire playero. En el estrecho terreno ocupado por el césped delante del edificio, se erigían varias palmeras enormes. La arquitectura sencilla también se las arreglaba para transmitir una sensación relajada a la vez que refinada. Era un lugar hospitalario, una sensación que se confirmó incluso cuando Mackenzie y Harrison pasaron a su interior.
“Solamente va a haber tres personas, incluyéndome a mí, en este asunto,” dijo Dagney mientras les guiaba por un pasillo amplio. “Ahora que vosotros estáis aquí, seguramente mi supervisor va a adoptar un enfoque muy relajado.”
Genial, pensó Mackenzie. Cuantas menos discusiones y antagonismos, mejor.
Dagney les escoltó hacia el interior de una pequeña sala de conferencias al final de pasillo. Dentro, había dos hombres sentados a la mesa. Uno de ellos estaba enchufando un proyector a un MacBook. El otro estaba tecleando furiosamente en una libreta digital.
Ambos levantaron la vista cuando Dagney les introdujo en la sala. Al hacerlo, Mackenzie recibió la mirada habitual… una de la que se estaba cansando y a la que se estaba acostumbrando. Era una mirada que parecía decir: Oh, una mujer atractiva. No me esperaba algo así.
Dagney hizo una ronda de presentaciones mientras Mackenzie y Harrison se sentaban a la mesa. El hombre con la libreta digital era el Jefe de Policía Rodríguez, un viejo canoso lleno de arrugas profundas en su tez morena. El otro hombre era un chico bastante novato, Joey Nestler. Resultaba que Nestler era el agente que había descubierto los cadáveres de los Kurtz. Cuando le presentaron, estaba terminando de enchufar la pantalla con el portátil. El proyector lanzaba una luz blanca brillante en una pequeña pantalla adherida a la pared al frente de la sala.
“Gracias por venir hasta aquí,” dijo Rodríguez, poniendo su libreta a un lado. “Mirad, no voy a ser el típico policía local de mierda que se entromete en todo. Me decís lo que necesitáis y si es razonable, lo tendréis. Por vuestra parte, solo pido que ayudéis a solucionar esto deprisa y no convirtáis la ciudad en un circo mientras lo hacéis.”
“Parece que queremos las mismas cosas, entonces,” dijo Mackenzie,
“Pues bien, aquí Joey tiene todos los documentos existentes que tenemos sobre el caso,” dijo. “Los informes del forense acaban de llegar esta mañana y nos dijeron justo lo que nos esperábamos. A los Kurtz les acuchillaron y se desangraron. No había drogas en su organismo. Totalmente limpios. Hasta el momento no hemos hallado vínculos entre los dos crímenes. Así que, si tenéis algunas ideas, me encantaría escucharlas.”
“Agente Nestler,” dijo Mackenzie, “¿tienes todas las fotos de las escenas de ambos crímenes?”
“Sí,” dijo él. A Mackenzie le recordaba mucho a Harrison—ansioso, un tanto nervioso, y obviamente deseando complacer a sus superiores y a sus compañeros.
“¿Podrías sacar las fotos de cuerpo entero y ponerlas juntas en la pantalla, por favor?” preguntó Mackenzie.
Él se afanó y puso las imágenes en la pantalla del proyector, una junto a la otra, en menos de diez segundos. Ver las imágenes con una luz tan brillante en una sala en semi-oscuridad resultaba espeluznante. Como no quería que los presentes en la sala se enfocaran en la gravedad de las heridas y perdieran la concentración, Mackenzie fue directa al grano.
“Creo que podemos afirmar con seguridad que estos asesinatos no fueron el resultado de un típico allanamiento de morada o invasión de propiedad. No se robó nada y, de hecho, no hay una clara indicación de un allanamiento de ninguna clase. Ni siquiera hay señales de lucha. Eso significa que, seguramente, quienquiera que les matara fue invitado a entrar o, al menos, tenía la llave. Y los asesinatos tuvieron que suceder deprisa. Además, la ausencia de sangre en cualquier otra parte de la casa da la impresión de que los asesinatos tuvieron lugar en el dormitorio—y que no pasó nada peculiar en ninguna otra parte de la casa.”
Decirlo en voz alta le ayudó a entender lo extraño que parecía todo.
Al tipo no solo le invitaron a entrar, sino que, por lo visto, le invitaron al dormitorio. Eso quiere decir que la posibilidad de que realmente le invitaran era muy leve. Tenía una llave. O sabía dónde encontrar una de repuesto.
Continuó adelante antes de perder el hilo con nuevas ideas y proyecciones.
“Quiero mirar estas fotos porque hay dos cuestiones extrañas que me llaman la atención. La primera… mirad cómo los cuatro están tumbados perfectamente sobre su espalda. Sus piernas están relajadas y en buena postura. Es casi como si lo hubieran preparado para que tuviera ese aspecto. Y entonces hay otra cosa—y si se trata de un asesino en serie, puede que esto sea lo más importante que notar. Mirad la mano derecha de la señora Kurtz.”
Les dio a los otros cuatro presentes en la sala la oportunidad de mirar. Se preguntó si Harrison percibiría lo que quería decir y lo soltaría sin pensar. Les dio unos tres segundos y, cuando nadie dijo nada, continuó.
“Su mano derecha está apoyada en la pierna derecha de su marido. Es la única parte de su cuerpo que no está totalmente alineada. Así que, o esto es una coincidencia, o el asesino fue quien colocó sus cuerpos en esta posición, moviendo su mano a propósito.”
“¿Y qué si lo hizo?” preguntó Rodríguez. “¿Por qué importa?”
“Bueno, ahora mirad a los Sterling. Mirad la mano izquierda del marido.”
En esta ocasión, no llegó a los tres segundos. Dagney fue la que notó a que se refería. Y cuando respondió, su voz sonaba tensa y débil.
“Está extendida y colocada sobre el muslo de su mujer,” dijo ella.
“Exactamente,” dijo Mackenzie. “Si solo fuera una de las parejas, ni siquiera lo mencionaría. Pero ese mismo gesto está presente en ambas parejas, lo que hace bastante obvio que el asesino lo hizo con alguna intención.”
“¿Pero para qué?” preguntó Rodríguez.
“¿Simbolismo?” sugirió Harrison.
“Podría ser,” dijo Mackenzie.
“Pero eso no es gran cosa con la que continuar, ¿no es cierto?” preguntó Nestler.
“En absoluto,” dijo Mackenzie. “Pero al menos es algo. Si es simbólico para el asesino, hay una razón para ello. Así que aquí es donde me gustaría empezar: me gustaría obtener una lista de sospechosos que hayan salido en libertad condicional hace poco por crímenes violentos vinculados a invasiones domiciliarias. Todavía sigo pensando que esto no se trata de una invasión propiamente dicha, pero es el lugar más lógico por el que empezar.”
“Muy bien, podemos conseguirte eso,” dijo Rodríguez. “¿Alguna otra cosa?”
“Nada más por el momento. Nuestra próxima línea de acción es hablar con la familia, amigos, y los vecinos de las parejas.”
“Sí, hablamos con la familia más cercana de los Kurtz—un hermano, una hermana y los dos pares de padres. No tengo ninguna pega en que vuelvas a hablar con ellos, pero no es que nos proporcionaran gran cosa. El hermano de Josh Kurtz dijo que, por lo que él sabía, tenían un matrimonio excelente. La única ocasión en que se peleaban era durante la temporada de fútbol cuando los Seminoles jugaban con los Hurricanes.”
“¿Qué hay de los vecinos?” preguntó Mackenzie.
“También hablamos con ellos, pero brevemente. Principalmente acerca del problema del ruido que denunciaron por los aullidos del perro.”
“Pues empezaremos por ahí,” dijo Mackenzie, mirando a Harrison.
Y sin decir ni una palabra más, se pusieron en pie y salieron por la puerta.
CAPÍTULO CUATRO
A Mackenzie le resultó un tanto desasosegante revisitar las mansiones. Mientras se aproximaban a la casa de los vecinos, rodeados de ese clima delicioso, el hecho de saber que en la mansión de al lado había una cama cubierta de sangre le parecía surrealista. Mackenzie reprimió un escalofrío y desvió la mirada de la mansión de los Kurtz.
Cuando Harrison y ella iban subiendo las escaleras a la puerta principal de los vecinos, sonó el teléfono de Mackenzie, informándola de que había recibido un mensaje de texto. Sacó su teléfono y vio que era un mensaje de Ellington. Entornó la mirada al leerlo.
¿Cómo te está resultando el novato? ¿Ya me echas de menos?
Casi le responde, pero no quería animarle. Y tampoco quería parecer reservada o distraída delante de Harrison. Sabía que era un tanto pretencioso por su parte, pero estaba bastante segura de que él la consideraba como un ejemplo a emular. Teniendo esto en consideración, se metió el teléfono al bolsillo y caminó hasta la entrada principal. Dejó que Harrison llamara a la puerta y él lo hizo con mucha atención y delicadeza.
Varios segundos después, una mujer de aspecto aturdido abrió la puerta. Parecía tener unos cuarenta y tantos años de edad. Llevaba puesta una camiseta sin mangas bastante amplia y un par de pantalones cortos que podían no ser más que un par de braguitas. Parecía ser una visitante habitual de la playa, y era obvio que había pasado por las manos de un cirujano plástico para hacerse la nariz y seguramente los senos.
“¿Puedo ayudarles?” les preguntó.
“¿Es usted Demi Stiller?”
“Lo soy. ¿Por qué?”
Mackenzie sacó su placa con la velocidad experta que cada vez le salía mejor. “Somos los agentes Harrison y White del FBI. Esperábamos poder hablar con usted sobre sus vecinos.”
“Está bien, supongo,” dijo Demi. “Aunque ya hablamos con la policía.”
“Lo sé,” dijo Mackenzie. “Esperaba poder profundizar un poco. Por lo que tengo entendido, hubo cierta frustración debido al perro de la casa de al lado cuando hablaron con usted.”
“Sí, así es,” dijo Demi, invitándoles a pasar al interior de la casa y cerrando la puerta cuando lo hicieron. “Por supuesto, no tenía ni idea de que les habían asesinado cuando hice esa llamada.”
“Desde luego,” dijo Mackenzie. “De todos modos, no estamos aquí por eso. Esperábamos que pudiera darnos alguna idea sobre sus vidas privadas. ¿Les conocía bien?”
Demi les había llevado a la cocina, donde Mackenzie y Harrison tomaron asiento junto al mostrador. El lugar tenía la misma distribución que la residencia de los Kurtz. Mackenzie vio cómo Harrison miraba con escepticismo hacia las escaleras que ascendían desde la sala de estar adyacente.
“No éramos amigos, si eso es lo que quiere saber,” dijo Demi. “Nos decíamos hola si nos veíamos, ¿sabe? Hicimos una barbacoa en el patio de atrás unas cuantas veces, pero eso fue todo.”
“¿Cuánto tiempo hacía que eran sus vecinos?” preguntó Harrison.
“Algo más de cuatro años, creo.”
“¿Y les consideraba buenos vecinos?” continuó Mackenzie.
Demi se encogió de hombros. “En general, sí. Tenían algunas reuniones ruidosas de vez en cuando durante la temporada de fútbol, pero no era para tanto. Francamente, casi no llamo a comisaría por lo del estúpido perro. La única razón por la que lo hice fue porque nadie respondió a la puerta cuando fui a llamar.”
“Supongo que no sabe si tenían algunos invitados habituales, ¿verdad?”
“Creo que no,” dijo Demi. “Los policías me hicieron la misma pregunta. Mi marido y yo lo estuvimos pensando y no recuerdo haber visto nunca ningún coche aparcado allí habitualmente excepto el suyo.”
“En fin, ¿sabe si formaban parte de algo que pueda darnos alguna gente con la que hablar? ¿Algún tipo de club o de intereses peculiares?”
“Que yo sepa, no,” dijo Demi. Al hablar, miraba hacia la pared, como si estuviera tratando de ver a través de ella la mansión de los Kurtz. Parecía un tanto triste, ya fuera por la pérdida de los Kurtz o simplemente por haber sido arrastrada hasta el medio de todo este asunto.
“¿Está segura?” presionó Mackenzie.
“Bastante segura, sí. Creo que el marido jugaba a racquetball. Le vi de camino unas cuantas veces, volviendo del gimnasio. Por lo que respecta a Julie, no lo sé. Sé que le gustaba dibujar, pero eso se debe a que me enseñó algo de lo que hacía una vez. Por lo demás… no. La verdad es que eran bastante reservados.”
“¿Hay alguna otra cosa sobre ellos—cualquier cosa en absoluto—que le llamara la atención?”
“Bueno,” dijo Demi, todavía mirando a la pared, “sé que es un tanto guarro, pero era obvio para mi marido y para mí que los Kurtz tenían una vida sexual activa. Por lo visto, las paredes son bastante delgadas por aquí—o los Kurtz eran muy ruidosos. Ni siquiera puedo decirles cuántas veces les escuchamos. A veces ni siquiera se trataba de sonidos amortiguados; no se cortaban ni un pelo, ¿me entiende?”
“¿Algo violento?” preguntó Mackenzie.
“No, nunca sonó como algo así,” dijo Demi, ahora con aspecto un tanto avergonzado. “Solo eran muy apasionados. Era algo de lo que siempre nos quisimos quejar, pero nunca lo hicimos. Resulta un tanto embarazoso sacarlo a colación, ¿sabe?”
“Claro,” dijo Mackenzie. “Ha mencionado a su marido unas cuantas veces. ¿Dónde está?”
“En el trabajo. Trabaja de nueve a cinco. Yo me quedo aquí y dirijo un servicio editorial a tiempo parcial, uno de esos trabajos desde casa.”
“¿Haría el favor de hacerle las mismas preguntas que le acabamos de hacer para asegurarnos de que tenemos toda la información posible?” preguntó Mackenzie.
“Sí, desde luego.”
“Muchísimas gracias por su tiempo, señora Stiller. Puede que le llame un poco más tarde si surgen más preguntas.”
“Está bien,” dijo Demi mientras les guiaba de vuelta a la puerta principal.
Cuando ya estaban afuera y Demi Stiller había cerrado la puerta, Harrison miró de nuevo a la mansión que Josh y Julie Kurtz habían considerado en su día su hogar.
“Así que ¿lo único que sacamos de esto fue que tenían una vida sexual estupenda?” preguntó él.
“Eso parece,” dijo ella. “Pero eso nos indica que tenían un matrimonio fuerte, quizás. Añade eso a las declaraciones de la familia sobre su matrimonio aparentemente ideal y resulta todavía más difícil encontrar una razón para sus asesinatos. O, por otro lado, ahora podría resultar más fácil. Si tenían un buen matrimonio y no se metían en problemas, encontrar a alguien que tuviera algo en contra de ellos podría resultar más fácil. Ahora… echa un vistazo a tus notas. ¿Dónde elegirías ir a continuación?”








