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Lehl le entregó la carpeta de manila a Jake y le dijo: —Tenemos una situación muy fea en Virginia Occidental. Échale un vistazo.
Jake abrió la carpeta y vio una foto en blanco y negro de un paquete hecho de cinta de embalar y alambre de púas. El paquete estaba colgando de un poste. Le tomó a Jake un momento darse cuenta de que la maraña tenía una cara y manos, que era de hecho un ser humano obviamente muerto.
Jake inhaló profundamente. Incluso para él, esto era bastante espantoso.
Lehl explicó: —La foto fue tomada hace aproximadamente un mes. El cuerpo de una trabajadora de salón de belleza llamada Alice Gibson fue encontrado dentro de una maraña de alambre de púas que colgaba de un poste en un camino rural cerca de Hyland, Virginia Occidental.
—Qué espantoso —dijo Jake—. ¿Cómo están manejándolo los policías locales?
—Tienen un sospechoso en custodia —dijo Lehl.
Los ojos de Jake se abrieron de par en par.
Él preguntó: —Entonces, ¿por qué es un caso para el FBI?
Lehl dijo: —Acabamos de recibir una llamada del jefe de policía de Dighton, un pueblo cerca de Hyland. Otro cuerpo fue encontrado en una maraña de alambre de púas, colgando de un poste en una carretera fuera de la ciudad.
Jake estaba empezando a entender. Estar en la cárcel en el momento del segundo asesinato le daba al sospechoso una buena coartada. Y ahora parecía que se trataba de un asesino en serie que apenas iba empezando.
Lehl continuó: —Ordené que la nueva escena del crimen no sea perturbada. Por esa razón necesito que llegues allá lo antes posible. Como sería un viaje de cuatro horas en auto por las montañas, tengo un helicóptero esperándote en la pista de aterrizaje.
Jake estaba volviéndose para salir de la oficina cuando Lehl añadió: —¿Quieres que te asigne un compañero?
Jake se volvió y miró a Lehl. De alguna manera, no había esperado la pregunta.
—No necesito un compañero —dijo Jake—, pero sí un equipo de técnicos forenses. Los policías de la zona rural de Virginia Occidental no serán capaces de analizar bien la escena del crimen.
Lehl asintió y dijo: —Reuniré un equipo ahora mismo. Volarán contigo.
Justo cuando Jake dio un paso fuera de la puerta, Lehl dijo: —Agente Crivaro, tarde o temprano necesitarás otro compañero permanente.
Jake se encogió de hombros y dijo: —Si usted lo dice, señor.
Con un toque de un gruñido en su voz, Lehl dijo: —Sí, lo digo. Ya es hora de que aprendas a trabajar bien con otras personas.
Jake lo miró con sorpresa. Era raro que el taciturno de Erik Lehl dijera algo que no fuera sarcástico en lo más mínimo.
«Supongo que lo dice en serio», pensó Jake.
Sin decir nada más, Jake salió de la oficina. Mientras caminaba por el edificio, pensó en lo que Lehl le acababa de decir respecto a un nuevo compañero. Jake era bien conocido por ser duro en el campo. Pero en realidad solo era duro con quienes se lo merecían.
Su último compañero, Gus Bollinger, sin duda se lo merecía. Había sido despedido por dañar las huellas dactilares de una prueba vital en el caso del Asesino de la Caja de Fósforos. Como consecuencia, el caso se había enfriado… y lo que Jake más odiaba en el mundo eran los casos sin resolver.
En el caso del Asesino de Payasos, Jake había trabajado con un agente de DC llamado Mark McCune. McCune no había sido tan malo como Bollinger, pero había cometido errores estúpidos y era demasiado engreído para su gusto. A Jake le alegraba que solo había tenido que trabajar con él en ese caso y que seguía en DC.
Cuando salió a la pista donde el helicóptero esperaba por él, pensó en otra persona con la que había trabajado recientemente…
Riley Sweeney.
Lo había impresionado desde sus días como estudiante de psicología, donde había ayudado a resolver un caso de asesinato en serie en la Universidad de Lanton. Cuando se graduó, él había hecho todo lo posible para meterla en el programa, enojando a varios de sus colegas en el proceso. Tal vez contra su propio buen juicio, había alistado su ayuda en el caso del Asesino de Payasos.
Ella había hecho un excelente trabajo… y también había cometido errores muy escandalosos. Aunque aún no había aprendido a obedecer órdenes, solo había conocido a un puñado de agentes experimentados con instintos como los suyos, contándolo a él.
A lo que Jake se agachó por debajo de las hélices giratorias y se subió al helicóptero, vio al equipo forense de cuatro hombres trotando por la pista. Luego de que los forenses se subieron, el helicóptero despegó.
Parecía tonto estar pensando en Riley Sweeney en este momento. Quantico era enorme, y a pesar de que estaba en la Academia del FBI, era probable que no volverían a cruzar caminos.
Jake abrió la carpeta para leer el informe policial.
*
Después de que el helicóptero atravesó los Apalaches, voló sobre campos prados salpicados de ganado Angus. A medida que el helicóptero descendió, Jake vio los lugares en los que algunas patrullas habían acordonado un tramo de un camino de grava para mantener a los espectadores alejados de la escena del crimen.
El helicóptero aterrizó en un pastizal. Jake y el equipo forense se salieron del helicóptero y se dirigieron hacia un pequeño grupo de personas uniformadas y varios vehículos oficiales.
La policía y el equipo del médico forense estaban a ambos lados de una valla de alambre de púas que corría a lo largo de la carretera en el borde del pastizal. Jake veía lo que parecía un paquete enredado de alambre de púas colgando de un poste.
Un hombre de aspecto robusto de aproximadamente la misma altura que Jake dio un paso al frente para saludarlo.
—Soy Graham Messenger, el jefe de policía de Dighton —dijo, estrechando la mano de Jake—. Hemos tenido un par de incidentes bastante terribles. Déjame enseñarte.
El jefe abrió el camino a un poste y, por supuesto, una maraña extraña de alambre de púas y cinta de embalar estaba colgando del mismo. Una vez más, Jake vio una cara y unas manos, lo que indicaba que la maraña contenía un ser humano.
Messenger dijo: —Supongo que ya sabes de Alice Gibson, la primera víctima en Hyland. Parece que el asesino volvió a atacar. Esta víctima se llamaba Hope Nelson.
—¿Fue reportada como desaparecida antes de que el cuerpo fuera encontrado? —preguntó Crivaro.
—Sí, me temo que sí —dijo Messenger, señalando hacia un hombre de mediana edad de aspecto aturdido cerca de uno de los vehículos—. Hope estaba casada con Mason Nelson, el alcalde del pueblo. Estaba trabajando en su tienda de artículos de granja anoche, y jamás volvió a casa. Mason me llamó en la madrugada, sonando bastante alarmado. —El jefe de policía se encogió de hombros antes de continuar—: Bueno, estoy un poco acostumbrado a la gente desapareciendo por un tiempo y luego volviendo a aparecer. Le dije a Mason que si no aparecía, lo investigaría hoy. No tenía ni idea… —La voz de Messenger se quebró. Luego suspiró, negó con la cabeza y añadió—: Los Nelson son dueños de muchas tierras aquí en Dighton. Siempre han sido personas buenas y respetables. Hope no se merecía esto. Pero, bueno, supongo que nadie se lo merece.
Otro hombre dio un paso hacia ellos. Tenía una cara larga y envejecida, cabello blanco y un gran bigote pasado de moda. El jefe Messenger lo presentó como Hamish Cross, el jefe médico forense del condado. Mascando una maleza, Cross parecía relajado y algo curioso acerca de lo que estaba pasando.
Le preguntó a Jake: —¿Alguna vez has visto algo como esto?
Jake no respondió. La respuesta, por supuesto, era no.
Jake se inclinó al lado del paquete, lo examinó de cerca y luego le dijo a Cross: —Supongo que trabajaste en la primera víctima.
Cross asintió, se inclinó al lado de Jake y giró la maleza en su boca.
—Eso es correcto —dijo Cross—. Y este asesinato es prácticamente idéntico. Ella no murió aquí, eso es seguro. Fue secuestrada, atada primero con cinta de embalar y luego con alambre de púas, y murió desangrada. O eso o se sofocó primero. Atada así, supongo que no podía respirar bien. Todo eso ocurrió en otro lugar dado que no hay sangre aquí.
Jake veía que el rostro y las manos estaban tan pálidas que parecían hechas de papel, y brillaban en el sol de la mañana como si fueran porcelana. La mujer simplemente no parecía real, sino más bien una escultura grotesca. Muchas moscas estaban sobrevolando el cuerpo.
Jake se puso de pie y le preguntó al jefe Messenger: —¿Quién encontró el cuerpo?
Como en respuesta, Jake oyó la voz de un hombre gritando: —¿Qué demonios está pasando aquí? ¿Cuánto tiempo más llevará esto?
Jake se volvió y vio a un hombre de cabello largo con una barba desarreglada acercándose a ellos. Parecía furioso, y su voz estaba temblando.
Gritó: —¿Cuándo demonios se llevarán esta—esta cosa? Esto es un gran inconveniente. He tenido que mantener a mi ganado en un pastizal sobrepastoreado por todo esto. Tengo mucho trabajo por hacer hoy. ¿Cuánto tiempo más llevará esto?
Jake se volvió a Hamish Cross y dijo en voz baja:
—Ya pueden llevarse el cuerpo.
Cross asintió y le dio órdenes a su equipo. Luego se llevó al hombre enojado y le habló en voz baja para calmarlo.
El jefe Messenger le explicó a Jake: —Ese es Guy Dafoe, el dueño de esta propiedad. Es un agricultor ecológico, nuestro hippie local. Lleva poco tiempo aquí. Resulta que esta zona es buena para criar ganado alimentado con pasto. La agricultura orgánica ha impulsado mucho la economía local.
El teléfono móvil del jefe sonó y él tomó la llamada. Escuchó durante un momento, y luego le dijo a Jake: —Es Dave Tallhamer, el sheriff de Hyland. Supongo que ya sabes que hay un sospechoso en custodia por el primer asesinato, Philip Cardin. Él es el ex esposo de la víctima y un mal tipo. No tiene coartada. Tallhamer pensó lo que lo tenían pillado. Pero supongo que este nuevo asesinato cambia las cosas, ¿no? David quiere saber si debería soltarlo.
Jake se quedó pensando por un momento y luego dijo: —No hasta que haya tenido la oportunidad de hablar con él.
El jefe Messenger lo miró con curiosidad y dijo: —Eh, ¿el hecho de que estaba encerrado en la celda durante el segundo asesinato no lo exonera?
Jake contuvo un suspiro de impaciencia y simplemente repitió: —Quiero hablar con él.
Messenger asintió y siguió hablando con el sheriff.
Jake no quería explicar nada ahora mismo. La verdad era que no sabía nada en absoluto sobre el sospechoso bajo custodia o incluso por qué era un sospechoso. Philip Cardin podría tener un cómplice que cometió este nuevo asesinato.
«Sabrá Dios qué está pasando», pensó Jake.
En este momento de la investigación, siempre había miles de preguntas y pocas respuestas. Jake esperaba que eso cambiara dentro de poco.
Mientras que Messenger seguía hablando por teléfono, Jake se acercó al esposo de la víctima, quien estaba apoyado en una patrulla mirando hacia el espacio.
Jake dijo: —Sr. Nelson, mi más sentido pésame. Soy el agente especial Jake Crivaro, y estoy aquí para ayudar a llevar al asesino de su esposa ante la justicia.
Nelson asintió con la cabeza, pero se veía muy ausente.
Jake dijo con voz firme: —Sr. Nelson, ¿tiene alguna idea de quién pudo haber hecho esto? ¿O por qué?
Nelson lo miró con una expresión aturdida y dijo: —¿Qué? —Luego repitió—: No, no, no.
Jake sabía que no tenía sentido hacerle más preguntas, al menos no en este momento. Era evidente que estaba en un profundo estado de shock. Y eso no era nada sorprendente. No solo su esposa estaba muerta, sino que la forma en que había muerto era especialmente grotesca.
Jake se volvió a acercar a la escena del crimen, donde su equipo de forenses estaba trabajando.
Miró a su alrededor, notando lo aislado que parecía el lugar. Al menos no había una multitud de curiosos rondando…
«Y hasta ahora no hay señales de la prensa», pensó.
Pero en ese momento, oyó el sonido de otro helicóptero. Miró a su alrededor y vio que un helicóptero de noticias estaba descendiendo.
Jake suspiró profundamente y pensó: «Este caso no será nada fácil.»
CAPÍTULO SEIS
Riley sintió un cosquilleo de expectación cuando el orador se puso al frente de los aproximadamente 200 reclutas. El hombre parecía que pertenecía a una época diferente, con sus solapas delgadas, su corbata negra delgada y su corte de cabello militar. Recordaba a Riley a fotos que había visto de astronautas de la década de los 60. Mientras el hombre miraba unas fichas, y luego a su público, Riley esperó sus palabras de bienvenida y elogio.
El director de la Academia, Lane Swanson, comenzó como ella había esperado:
—Sé que todos ustedes han estado trabajando duro para prepararse para este día. Bueno, déjenme decirles que ninguno está preparado. —Muchos de los reclutas suspiraron y Swanson hizo una pausa para que sus palabras surtieran efecto. Luego continuó—: De eso trata este programa de 20 semanas, de prepararlos lo más que se pueda para ser agentes del FBI. Y parte de esa preparación consiste en aprender los límites de la preparación, cómo enfrentar lo inesperado y aprender a pensar sobre la marcha. Recuerden que la Academia del FBI es mundialmente reconocida. Nuestros estándares son altos. No todos ustedes aprobarán. Pero los que sí estarán lo más preparados posible para las tareas que les esperan.
Riley escuchó a Swanson con atención mientras explicaba las normas del FBI respecto al fomento de la seguridad, el espíritu de cuerpo, uniformidad, responsabilidad y disciplina. Luego habló del plan de estudio riguroso, clases que abarcaban desde la ley, hasta ética de interrogación y recopilación de pruebas.
Riley se sentía cada vez más ansiosa mientras entendía que definitivamente ya no era pasante de verano. El programa de verano parecía un campamento de adolescentes en comparación con lo que ahora enfrentaría.
¿Estaba completamente fuera de lugar?
¿Esto había sido una mala idea?
Por un lado, se sentía como una niña mientras miraba a los demás reclutas. Casi nadie era de su edad. Intuía que muchos de ellos tenían mucha experiencia. La mayoría eran mayores de 23, y algunos parecían como si estuvieran al borde de la edad de reclutamiento máxima permitida de 37.
Ella sabía que venían de todo tipo de trabajos. Muchos habían sido oficiales de policía, y muchos otros habían servido en el ejército. Otros habían trabajado como maestros, abogados, científicos, empresarios y en muchas otras ocupaciones. Pero todos tenían una cosa en común: un fuerte compromiso a pasar el resto de sus vidas en la aplicación de la ley.
Solo unos pocos estaban recién salidos del programa de prácticas. John Welch, quien estaba sentado un par de filas delante de ella, era uno de ellos. Al igual que Riley, se le había hecho una excepción a la regla de que todos los reclutas tenían que tener al menos tres años de experiencia en aplicación de la ley para entrar en la Academia.
Swanson terminó su discurso diciendo: —Ansío estrechar la mano de aquellos de ustedes que se gradúen de la Academia. Ese día serán juramentados por el mismísimo director del FBI, Bill Cormack. Buena suerte a todos. Y ahora, ¡a trabajar!
Un instructor tomó el lugar de Swanson en el podio y comenzó a llamar los nombres de las reclutas. Eran llamados «NAF», o nuevos agentes en formación. A medida que los NAF respondían a sus nombres, el instructor les asignaba grupos más pequeños con los que compartirían clases.
Mientras esperaba que su nombre fuera llamado, Riley recordó lo tedioso que había sido el día de ayer. Después de registrarse, tuvo que hacer muchas filas para llenar formularios, comprar un uniforme y obtener su asignación de habitación.
Hoy estaba resultando ser muy diferente.
Sintió una punzada al oír que John Welch había sido asignado a otro grupo. Supuso que hubiese sido de ayuda tener a un amigo durante las semanas difíciles por delante.
Por otro lado, pensó: «Quizá sea lo mejor.»
Dado lo mucho que sus sentimientos hacia John la confundían, su presencia podría distraerla.
Riley se sintió aliviada al encontrarse a sí misma en el mismo grupo que Francine Dow, la compañera de habitación que le habían asignado ayer. Frankie, como prefería ser llamada, era mayor que Riley, tal vez de casi 30, una pelirroja alegre cuyos rasgos la hacían parecer muy experimentada.
Riley y Frankie no habían llegado a conocerse mucho. Habían tenido tiempo para poco ayer, excepto desempacar y ordenar todo en su pequeña habitación de residencia, y no habían desayuno juntas.
El grupo de Riley fue reunido en el pasillo por el agente Marty Glick, el instructor del grupo. Riley supuso que tenía unos treinta años. Era alto, musculoso y parecía ser un hombre muy serio.
Le dijo al grupo: —Tienen un gran día por delante. Pero antes de empezar, hay algo que quiero mostrarles.
Glick los condujo hasta el vestíbulo principal, una enorme sala con el sello del FBI en el centro del piso de mármol. Riley había pasado por aquí al entrar, y sabía que se llamaba la Sala de Honor. Era un lugar donde se inmortalizaban los agentes del FBI que morían en el cumplimiento de su deber.
Glick los condujo a una pared con retratos y nombres. Vio una placa que leía:
Graduados de la Academia Nacional que murieron en el cumplimiento del deber como resultado directo de una confrontación.
Todo el grupo jadeó mientras miró el santuario. Glick no dijo nada por un momento, solo permitió que el impacto emocional de todo surtiera efecto.
Finalmente dijo en casi un susurro: —No los defrauden.
Mientras abría el paso para llevar a los reclutas al resto de sus actividades, Riley miró sobre su hombro a los retratos en la pared. No pudo evitar preguntarse: «¿Mi foto estará allí algún día?»
Obviamente no había forma de saberlo. Lo único que sabía con certeza era que los próximos días traerían retos que nunca había enfrentado antes. En ese momento, sintió que tenía una responsabilidad para con esos agentes que habían muerto en el cumplimiento de su deber.
«No puedo defraudarlos», pensó.
CAPÍTULO SIETE
Jake condujo el vehículo prestado por un laberinto de caminos de grava desde Dighton hacia el pueblo de Hyland. El jefe Messenger le había prestado el auto para que Jake pudiera irse antes de que el helicóptero de prensa aterrizara.
No tenía idea de qué esperar en Hyland, pero estaba agradecido de haber evadido los invasores. Odiaba ser asediado por reporteros haciéndole preguntas que no podía responder. A la prensa le encantaba los asesinatos sensacionales en lugares aislados. El hecho de que la víctima era la esposa del alcalde sin duda hacía la historia aún más irresistible para ellos.
Condujo con la ventana abierta, disfrutando del aire fresco del campo. Messenger había marcado un mapa para él, y Jake estaba disfrutando del lento recorrido por estas carreteras rurales. El hombre que estaba en camino a entrevistar no se iba a ningún lado.
Quizá el sospechoso en la cárcel de Hyland no tenía nada que ver con ninguno de los asesinatos. Había estado encarcelado durante el asesinato de la segunda víctima.
«Sin embargo, eso no demuestra su inocencia», pensó Jake.
Era probable que dos o más asesinos estuvieran trabajando juntos. Hope Nelson podría había sido tomada por alguien que estaba imitando el asesinato de Alice Gibson.
Nada de eso sorprendería a Jake. Había trabajado en casos más extraños durante su larga carrera.
A lo que Jake llegó a Hyland, lo primero que notó fue lo pequeño que era, mucho más pequeño que Dighton, con una población aproximadamente de un millar. El letrero que acababa de pasar indicaba que solo un par de cientos de personas vivían aquí.
La comisaría no era más que otro escaparate en la corta calle comercial.
Mientras se estacionaba junto a la acera, Jake vio a un hombre obeso uniformado apoyado en la puerta, pareciendo que no tenía mucho qué hacer.
Jake se salió del auto. Mientras se acercaba a la comisaría, notó que el gran policía estaba mirando a alguien directamente al otro lado de la calle. Era un hombre que llevaba una bata médica blanca y estaba con los brazos cruzados. Jake tuvo la extraña impresión de que los dos habían estado mirándose el uno al otro en silencio por un buen rato.
«¿De qué trata todo esto?», se preguntó.
Se acercó al hombre uniformado en la puerta y le mostró su placa. El hombre se presentó como el sheriff David Tallhamer. Estaba masticando tabaco.
Le dijo a Jake en un tono aburrido: —Adelante, déjame presentarte a nuestro invitado, Phil Cardin.
Mientras Tallhamer abría el camino, Jake miró hacia atrás y vio que el hombre de la bata blanca seguía en su lugar.
Una vez adentro, Tallhamer introdujo a Jake a un oficial que tenía los pies sobre su escritorio, leyendo un periódico. El policía le asintió con la cabeza a Jake y siguió leyendo.
La pequeña comisaría parecía estar saturada de aburrimiento. Si Jake ya lo no supiera, jamás habría pensado que estos dos policías hastiados habían estado trabajando en un caso espantoso de asesinato.
Tallhamer llevó a Jake hasta la parte trasera de la comisaría que llevaba a la cárcel. La cárcel en sí solo estaba compuesta por dos celdas frente a frente a lo largo de un pasillo estrecho. Ambas celdas estaban ocupadas.
En una de las celdas, un hombre en un traje de negocios raído yacía en su cama roncando. En la otra, un hombre de aspecto sombrío con jeans y una camiseta estaba sentado en su litera.
Tallhamer sacó sus llaves, abrió la celda del prisionero sentado y dijo: —Tienes visita, Phil. Un agente del FBI de buena fe, según él.
Jake entró en la celda, mientras que Tallhamer se situó justo fuera, manteniendo la puerta de la celda abierta.
Phil Cardin entrecerró los ojos y le dijo: —FBI, ¿eh? Bueno, tal vez usted pueda enseñarle a esta gentuza cómo hacer su maldito trabajo. No maté a nadie, mucho menos a mi ex esposa. Yo sería el primero en alardear de ello si lo hubiera hecho. Así que déjeme salir de aquí.
Jake se preguntó: «¿Alguien le habrá hablado del otro asesinato?»
Jake percibió que Cardin no sabía nada al respecto. Supuso que eso era lo mejor, al menos por el momento.
Jake le dijo: —Tengo algunas preguntas, señor Cardin. ¿Quiere que esté un abogado presente?
Cardin rio, señaló al hombre que dormía en la celda opuesta y dijo: —Él ya está presente, de cierta forma. —Luego le gritó al hombre—: Oye, Ozzie. Espabílate. Necesito representación legal. Asegúrate de que mis derechos no sean violados. Aunque supongo que de ese tren ya salió de la estación, borracho incompetente.
El hombre del traje se sentó, se frotó los ojos y dijo: —¿Por qué demonios estás gritando? ¿No ves que estoy durmiendo? Dios mío, me duele mucho la cabeza.
Jake quedó boquiabierto. El sheriff gordo se echó a reír de buena gana ante su evidente sorpresa.
Tallhamer dijo: —Agente Crivaro, te presento a Oswald Hines, el abogado del pueblo. Cada cierto tiempo se requieren sus servicios. Convenientemente, fue arrestado hace poco por ebriedad y alteración del orden público, así que está más que disponible. No es que eso es un hecho inusual.
Oswald Hines tosió, gruñó y luego dijo: —Sí, supongo que esa es la verdad. Este es mi hogar lejos del hogar, o más bien mi segunda oficina. En momentos como este, es un lugar muy práctico. No quiero caminar para ningún lado por lo mal que me siento. —Hines respiró profundo, mirando a los demás con ojos legañosos. Luego le dijo a Jake—: Escuche, agente como sea que se llame. Como abogado de este hombre, insisto que lo deje en paz. Lleva una semana respondiendo preguntas. De hecho, está siendo retenido sin causa. —El abogado bostezó y añadió—: En realidad, esperaba que ya no estuviera aquí. Más les vale que ya no esté aquí para cuando despierte de nuevo.
Cuando el abogado se volvió a acostar, el sheriff dijo: —No te duermas, Ozzie. Tienes trabajo que hacer. Te buscaré una taza de café. ¿Quieres que te deje salir de tu celda para que puedas estar más cerca de tu cliente?







