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—Nada de eso se menciona en el reporte. Ni siquiera una gota de sangre. Nada.
Kate caminó por la habitación y se detuvo junto a la ventana más cercana a la cama. Tuvo que correr las cortinas, pero vio que miraba a un patio trasero con un terreno más allá rodeado de una cerca de madera. Fue entonces al baño. Este, como casi todo en la casa, era grande y ostentoso. Se inclinó todo lo que pudo para atisbar bajo los pequeños espacios que había entre la parte inferior de los gabinetes instalados bajo los lavabos y el piso. Aparte de unas motas de polvo y pelusa, no había nada.
—¿Qué hay del sistema de seguridad? —preguntó Kate.
—Hum —dijo DeMarco mientras recorría los reportes—. Aparentemente, no hay sistema de seguridad. Pero tienen una de esas cámaras junto al timbre de la puerta.
—Perfecto. ¿La policía obtuvo acceso a ella?
—Sí. Aquí dice que el marido le dio a Bannerman la contraseña. Aparentemente, es accesible desde la aplicación móvil de la cámara.
—¿Alguna idea de qué app es?
—No lo dice. Estoy segura de que Bannerman lo sabe.
—Espera un momento —dijo Kate. Salió del dormitorio con DeMarco detrás de ella, aún repasando en pantalla los registros.
Encontraron a Nadine Owen revisando las paredes de la sala, aparentemente buscando rozaduras previas antes de que llegaran los de la mudanza. —Sra. Owen —dijo Kate—. ¿Por casualidad conoce el nombre de la app que los Hix usaban para la cámara de su puerta?
—Lo sé, ciertamente —dijo—. Cuando el marido me llamó para vender la casa, me dio su contraseña de tal forma que pudiera entrar y eliminar la cuenta antes de que alguien más se mudara.
—¿Ya la eliminó?
—No —Nadine pareció comprender adónde se dirigía esto. Una breve mirada de excitación cruzó su rostro al sacar el celular—. Puedo ingresar a su cuenta si necesitan revisarla.
—Eso sería grandioso —dijo Kate.
Nadine se sentó en uno de los taburetes colocados a lo largo del tope de la cocina y abrió la aplicación. Kate y DeMarco observó a Nadine ingresar a la cuenta Hix. En unos segundos, apareció la dirección de la residencia Hix. Nadine hizo clic en ella y una página con calendario apareció en pantalla
—La app nos permite retroceder sesenta dias. Más allá de eso, todo queda almacenado en la nube.
—Sesenta días son más que suficientes. De hecho, son sólo dos días los que necesito revisar.
—Supongo que contando hacia atrás ocho días, ¿correcto? ¿El día que fue asesinada?
—Sí, por favor.
—¿Exactamente cómo funciona? —preguntó DeMarco.
—Hay un sensor en el timbre de la puerta —dijo Nadine—. Cuando alguien llega al porche, activa la cámara. Esta graba entonces a la persona hasta que entra a la casa o abandona el porche.
—Así que habrá una entrada de vídeo el día de su asesinato si alguien estuvo en el porche, ¿correcto? —preguntó Kate.
—Así es. Y… aquí está. Hay dos vídeos del miércoles pasado… el día que fue asesinada.
Las tres mujeres se inclinaron alrededor del teléfono, para mirar una grabación a color de baja definición proveniente de la aplicación. El primer vídeo fue fácil de descartar. Era un conductor de UPS, colocando una caja en el porche principal para luego devolverse de prisa a su camioneta. La caja no era muy grande y se distinguía por el logo de Amazon en el costado. Tres segundos después el conductor se había ido, y la cámara se desactivó.
Nadine colocó el segundo vídeo y pulsó para reproducirlo. Una mujer llegó al porche y tocó el timbre. Le abrieron unos segundos después. No había audio, pero era evidente que la mujer estaba conversando con quienquiera que abrió la puerta, presumiblemente Marjorie. Esto se hizo obvio cuando Marjorie puso un pie en el porche, charló con la mujer cerca de un minuto y volvió a entrar. La mujer dijo algo por encima de su hombro mientras bajaba los escalones, y entonces el vídeo finalizó.
—¿Alguna idea de quién es esa mujer? —preguntó DeMarco a Nadine.
—No, lo siento. ¿Ustedes dijeron que había otra fecha que necesitaban revisar?
—Sí. Hace exactamente dos semanas. ¿Hay alguna entrada?
Nadine deslizó la pantalla para retroceder catorce días y se detuvo cuando el calendario mostró la fecha que buscaba. Había también dos entradas ese día. Nadine reprodujo la primera de inmediato, sin que se lo pidieran.
Instantáneamente, Kate reconoció al hombre que llegó al porche y tocó el timbre: Mike Wallace. Vestía el mismo uniforme de Hexco que le habían visto hacía menos de una hora. Tras varios segundos, abrieron la puerta, él habló con alguien por unos diez segundos, y luego fue invitado a pasar.
Nadine las miró a ambas, como si esperara alguna reacción. Cuando vio que no hubo ninguna, continuó con la siguiente entrada pulsando sobre la hora, que aparecía marcada apenas catorce minutos después.
Presionó para reproducir el vídeo y vieron el inverso de lo que acababan de ver. Mike Wallace salía por la puerta principal, de nuevo en primer plano. Se volvió y dijo algo a la persona en la puerta —de nuevo, presumiblemente Marjorie Hix. La conversación duró unos veinte segundos y entonces Mike se dispuso a descender los escalones. Antes de que la salida de Mike diera lugar a la conclusión del vídeo, el pequeño sensor detectó más movimiento. Marjorie Hix salió al porche con una regadera y se dedicó a regar una maceta de lilas junto a la baranda del porche.
Aunque no probaba mucho, el hecho de que no hubiera vídeos de seguridad de Mike Wallace en el día de la muerte de ella era una fuerte coartada.
—¿Algo más? —preguntó Nadine.
Kate y DeMarco intercambiaron miradas y menearon sus cabezas simultáneamente. Kate no estaba segura de si DeMarco estaba pensando lo mismo que ella o no, pero sabía que era una buena oportunidad.
La grabación de seguridad principalmente había descartado a Mike Wallace. Pero el marido…
—Hay un garaje en el costado de la propiedad —dijo Kate—. Parece que está en un nivel subterráneo de la casa, ¿es correcto?
—Lo es. ¿Les gustaría verlo?
—No, no es necesario. ¿Pero por casualidad sabe si es allí donde el Sr. Hix siempre aparcaba?
—Estoy bastante segura, sí.
—Y presumo que hay una entrada principal a la casa a través de ese garaje.
—Por supuesto —señaló una puerta al fondo de la casa, al salir de la cocina—. Justo aquí.
Así que nunca tendría que pasar por ese sensor de la puerta, pensó Kate.
Así que mientras los vídeos habían descartado a Mike Wallace, nada habían hecho para desvanecer las sospechas sobre el marido.
Kate miró a la sala de estar —los muebles, los adornos, y otros costosos objetos. Encontró difícil creer alguien lo abandonara todo.
—¿Sabrá dónde se está quedando el Sr. Hix?
Y en eso, Nadine continuó siendo de mucha ayuda.
CAPÍTULO SEIS
Parecía que el esposo de Marjorie Hix —Joseph Hix, de cincuenta y tres años— lo había hecho mejor que su hermano. Mientras Joseph Hix había logrado adquirir una casa en un adinerado suburbio y, de acuerdo a los reportes policiales, por su trabajo se había embolsado cerca de cuatrocientos mil dólares el año anterior, su hermano, Kyle, estaba viviendo en un complejo de apartamentos venido a menos. Estaba localizado en una parte aceptable de la ciudad, separada de la parte no tan aceptable por unas pocas cuadras.
El edificio de apartamentos había sido construido para lucir como si los pasadizos exteriores que contenían las escaleras separaban pequeños townhouses, pero Kate había visto bastante de estos tipos de complejos para saber que no era tal cosa. Subieron dos tramos de escaleras y llegaron al apartamento de Kyle Hix. Kate tocó la puerta, sin esperar respuesta.
Así que cuando respondieron casi de inmediato, se sorprendió. No solo eso, sino que contestaron en un tono tan áspero y altisonante que la hizo retroceder un poco, y casi poner la mano en su pistola.
El hombre que contestó se veía transtornado —exhausto, irritado por haber sido molestado, y entrecerrando los ojos debido a la luz solar.
—¿Quién es usted? —preguntó el hombre.
—¿Es usted Joseph Hix? —preguntó Kate.
Él gruñó, como si no estuviera del todo seguro de sí mismo. Era también obvio que no tenía intención de responder. Mientras aguardaba, Kate percibió el tufo de alcohol, de algo fuerte. Whisky, pensó.
DeMarco fue la primera en sacar su identificación, y Kate lo hizo a continuación. Kate dejó que DeMarco tomara la delantera, siempre tratando de ser consciente de que esa parte de su arreglo especial con Durán y el Buró podía ser también una gran oportunidad de entrenamiento para DeMarco.
—Agentes DeMarco y Wise —dijo DeMarco—. Estamos asignadas a Frankfield, para investigar el asesinato de su esposa.
El hombre asintió y se apartó de la puerta. Se tambaleó un poco, lo que hizo preguntarse a Kate si ese tufo de whisky había sido de una bebida muy reciente, sin ser siquiera las dos de la tarde.
—Bueno, sí… Soy Joseph. Y podría haberles ahorrado el viaje. Puedo decir quién la mató. Pasen… Las ayudaré —rió, divirtiéndose aparentemente, y yéndose para dentro.
—Hey, espere —dijo DeMarco—. Usted no puede hacer una declaración como esa. ¿Sabe con certeza quién la asesinó?
—No tengo pruebas, pero sí que tengo idea.
—Déjenos juzgar eso —dijo Kate—. ¿Qué es lo que sabe?
—Se los mostraré.
Lo siguieron adentro y Kate comenzó a sentirse incómoda. No estaba segura de si Hix estaba sumido en un perpetuo estado de dolor y borrachera o si estaba transtornado, o ambas cosas. Pero lo que sí sabía era que los hombres manejaban la pena de manera muy distinta. Y la mirada de fatiga y me importa un carajo que había visto cuando él abrió la puerta nunca anunciaba nada bueno.
El apartamento estaba modestamente equipado pero era limitado en espacio. Hix las condujo directamente a la cocina, donde ni siquiera se molestó en parecer un tipo centrado. Tomó una botella de whisky que se hallaba en el tope y se sirvió un vaso. Se encogió de hombros ante las agentes y se lo bebió de un trago.
—Esto no la trae de vuelta —dijo con una mueca—, pero hace que duela muchísimo menos.
—Esta es la casa de su hermano, ¿correcto? —preguntó Kate.
—Sí. Es una madriguera, pero Kyle… él es ahora todo lo que tengo.
—Sr. Hix, ¿estaría dispuesto a contestarnos algunas preguntas?
—Sí. Pero como dije, puedo decirle quién la asesinó. Se lo dije a los policías, también… pero ya ven hasta dónde llegué.
Kate no se tragó el anzuelo, porque no quería que un hombre adolorido y borracho las llevara a una conejera que no conducía a ningún lugar. Aparentemente, DeMarco sentía lo mismo porque cuando hizo la siguiente pregunta, hizo un esfuerzo por llevar la conversación a otros derroteros
—Trabaja como especialista en propuestas, ¿correcto? —preguntó DeMarco—. ¿Algo con telecomunicaciones?
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