Un Rastro de Asesinato

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—No lo sé—replicó Keri con brusquedad—. Cuéntame de su relación con Jeremy. ¿Cómo era su matrimonio?
—Era bueno. Son grandes socios, un equipo realmente efectivo.
—Eso no suena muy romántico. ¿Es un matrimonio o una corporación?
—No creo que alguna vez hayan sido una pareja superapasionada. Jeremy es de un tipo muy conservador y realista. Y Kendra pasó en sus veintes por su etapa sexy, de chicos salvajes. Yo creo que ella era feliz al tener a un chico dulce, estable, con el que pudiera contar. Yo sé que le ama. Pero no es Romeo y Julietani nada de eso, si eso es a lo que se refiere.
—Okey, entonces, ¿alguna vez anheló esa pasión? ¿Pudo haber ido en su busca, digamos en el viaje de reunión de la secundaria? —preguntó Keri.
—¿Por qué pregunta eso?
—Jeremy dijo que ella lucía un poco agitada a su regreso de tu reunión.
—Oh, eso—dijo Becky, resoplando otra vez antes del inicio de otro ataque de tos.
Mientras trataba de controlarse, Keri vio a una cucaracha escurrirse por el piso e intentó ignorarla. Cuando Becky se hubo recuperado, continuó.
—Créame, ella no estaba tonteando en el viaje. De hecho, fue lo contrario. Un ex-novio de ella, un chico llamado Coy Brenner, se la pasó haciendo avances con ella. Ella fue educadapero muy firme.
—¿Cómo firme?
—Hasta el punto de sentirse incómoda. Él era uno de los chicos salvajes que le mencioné. En cualquier caso, él no se conformaba con un no. Al final de la reunión, dijo algo de buscarla allá en la ciudad. Yo creo que realmente la encontró.
—¿Vive él aquí?
—Vivió en Phoenix por largo tiempo. Donde se hizo la reunión. Todos crecimos allá. Pero él mencionó algo de que se había mudado a San Pedro recientemente, dijo que estaba trabajando allá en el puerto.
—¿Hace cuánto fue la reunión?
—Dos semanas—dijo Becky—¿Realmente piensa que él tuvo algo que ver con esto?
—No lo sé. Pero lo investigaremos. ¿Dónde puedo encontrarte si necesito contactarte de nuevo?
—Trabajo en una agencia de casting en Robertson, frente a The Ivy. Está a diez minutos caminando desde aquí. Pero siempre cargo mi celular. Por favor, no vacile en llamar. Cualquier cosa que pueda hacer para ayudar, solo pídalo. Ella es como una hermana para mí.
Keri miró severamente a Becky Sampson, tratando de decidir si debía mencionar el elefante que tenía en la habitación. La tos y el resoplido constante, su negligencia para mantener un hogar decente, el residuo blanco y el billete enrollado en el suelo, todo sugería que la mujer estaba hundida en la adicción a la cocaína.
—Gracias por tu tiempo —dijo finalmente, habiendo decidido dejarlo por ahora.
La situación de Becky podría resultar útil más adelante. Pero todavía no había necesidad de usarla, porque no daba ninguna ventaja táctica. Keri abandonó el apartamento y bajó las escaleras, a pesar de las chirriantes punzadas en su hombro y costillas.
Se sintió ligeramente culpable por guardar el problema de Becky con la cocaína como una carta potencial a usar en el camino. Pero la culpa se desvaneció con rapidez al dejar el edificio y aspirar el aire fresco. Ella era una detective de la policía, no una consejera de drogas. Cualquier cosa que pudiera ayudarla a resolver el caso era juego limpio.
Mientras se incorporaba al tráfico y enfilaba a la autopista, llamó a la oficina. Necesitaba todo lo que tenían sobre el agresivamente interesado ex-novio de Kendra, Coy Brenner. Estaba por hacerle una visita no anunciada.
CAPÍTULO SIETE
Keri procuró mantenerse serena aunque sentía que su tensión arterial estaba subiendo. La hora punta estaba entrando en su apogeo, mientras avanzaba hacia el sur por la 110 rumbo al Puerto de Los Ángeles en San Pedro. Eran las cuatro de la tarde pasadas, e incluso circulando por el canal para vehículos de alta ocupación y con la sirena encendida, era poco lo que avanzaba.
Finalmente salió de la autopista y, conduciendo por complicadas vueltas y revueltas, llegó al edificio administrativo en la Calle Palos Verdes. Se suponía que allí se encontraría con el enlace policial del puerto, quien le asignaría dos oficiales como respaldo cuando entrevistara a Brenner. La participación de la policía portuaria era necesaria puesto estaba en la jurisdicción de ellos.
Normalmente a Keri le irritaba este tipo de requerimientos burocráticos, pero por una vez no le pareció mal tener respaldo. Por lo general, se sentía confiada cuando iba a por un posible sospechoso, entrenada como estaba en Krav Maga y habiendo incluso recibido algunas lecciones de boxeo por parte de Ray. Pero con su hombro chueco y sus costillas magulladas, no estaba tan segura como siempre. Y Brenner no sonaba como un pelele.
De acuerdo al Detective Manny Suárez quien, allá en el precinto, hizo para Keri un chequeo de los antecedentes mientras estaba en camino, Coy Brenner era toda una pieza. Había sido arrestado media docena de veces en los pasados años, dos por conducir ebrio, una por robo, dos por asalto, y la más grave por fraude, que le había valido su estadía más larga tras las rejas, seis meses. Eso había sido hacía cuatro años y desde entonces se le había prohibido salir del estado por cinco, así que, técnicamente, había violado su libertad bajo palabra.
Ahora era estibador en el muelle 400. Aunque había dado a entender a Becky y a Kendra que acababa de mudarse a San Pedro hacía unas pocas semanas, los registros mostraban que había estado viviendo en un apartamento de Long Beach por más de tres meses.
El enlace de la policía portuaria, el Sargento Mike Covey, y sus dos oficiales, la estaban aguardando cuando llegó. Covey era un cuarentón, alto y con algo de calvicie, refractario a las necedades. Ella le informó por teléfono y él, obviamente, había hecho lo propio con sus hombres.
—El turno de Brenner concluye a las cuatro y treinta—le dijo Covey después de hacer las presentaciones—. Como ya son las cuatro y cuarto, llamé al gerente del muelle y le pedí que no dejara salir temprano al personal. Es sabido que así lo hace.
—Aprecio eso. Me parece que debemos ir ahora mismo. Quiero echar un vistazo al sujeto antes de entrevistarlo.
—Comprendido. Si quiere, podemos hacer que su auto vaya de primero para levantar menos sospechas. Los oficiales Kuntsler y Rodríguez pueden seguirla aparte en la patrulla. Recorremos los muelles constantemente, así que tenerlos en el área no le parecerá extraño a su sospechoso. Pero si ve salir un rostro poco familiar de uno de nuestros vehículos, ello podría hacerle levantar las cejas.
—Eso suena bien—coincidió Keri, agradecida de no estárselas viendo con una disputa territorial. Sabía que ello se debía posiblemente a que la policía portuaria detestaba la publicidad negativa. Ellos estarían felices de deshacerse de esta cosa en silencio, incluso si ello significaba ceder autoridad a otra agencia.
Keri siguió las instrucciones del Sargento Covey para llegar al muelle 400: cruzar el Puente Vincent Thomas y el área del estacionamiento para visitantes. Le tomó a Keri más tiempo del que había supuesto y llegó a las 4:28. Covey hablaba por radio, diciéndole al gerente que podía dejar salir al personal.
—Brenner debe pasar en cualquier instante por delante de nosotros en dirección al estacionamiento de los empleados —dijo. Mientras hablaba, la patrulla, pasó junto a ellos e inició un lento y largo viraje a lo largo del camino que circundaba el muelle. Lucía completamente normal.
Keri observó a los estibadores salir del almacén del muelle. Un tipo se dio cuenta de que había dejado su casco de seguridad y regresó trotando a buscarlo. Otros dos corrieron a través de la amplia explanada, compitiendo entre sí por llegar de primero a sus respectivos autos.El resto caminaba en grupo, aparentemente sin prisa.
—Ahí está su hombre—dijo Covey, señalando con la cabeza en dirección al sujeto que caminaba en solitario. Coy Brenner guardaba un ligero parecido con el hombre de la foto del prontuario, desde su arresto en Arizona hacía cuatro años. Aquel hombre tenía un aspecto flaco y demacrado, con el pelo castaño largo, desgreñado, además de una barba incipiente.
El sujeto que ahora se movía con pesadez por el estacionamiento había subido casi diez kilos en los años intermedios. Su cabello era corto, y de incipiente su barba había pasado a ser muy poblada. Vestía blue jeans y camisa estilo leñador; caminaba además cabizbajo con una mueca pintada en su rostro. No le dio la impresión de que Coy Brenner fuera un hombre feliz con lo que le había tocado en la vida.
—¿Puede quedarse aquí, Sargento Covey? Quiero ver cómo reacciona cuando sea confrontado a solas por una mujer policía.
—Seguro. Por los momentos me iré al almacén. Diré a los muchachos que se mantengan al margen también. Háganos una señal cuando quiera que nos sumemos.
—Lo haré.
Keri salió de su auto, se puso un blazer para ocultar su arma, y siguió a Brenner desde lejos, pues todavía no quería delatar su presencia. Él parecía ignorarla, perdido en sus propios pensamientos. Para cuando llegó a su vieja camioneta pickup, ella ya estaba casi junto a él. Sintió vibrar su teléfono y se puso tensa. Pero él obviamente no lo escuchó.
—¿Qué tal, Coy? —preguntó ella con coquetería.
Él se dio la vuelta, claramente tomado por sorpresa. Keri se quitó las gafas de sol, le brindó una amplia sonrisa, y puso su mano en la cadera de manera juguetona.
—¿Hola? —preguntó más bien él.
—No me digas que no me recuerdas. Solo han sido como quince años. Tú eres Coy Brenner, de Phoenix, ¿correcto?
—Sí. ¿Fuimos juntos al colegio o algo así?
—No. Nuestro tiempo juntos fue educativo, en cierto modo, pero no en una escuela, si sabes a lo que me refiero. Empiezo a sentirme un poco ofendida.
Me estoy dando demasiado bombo. Puede que haya perdido mi toque.
Pero el rostro de Coy se suavizó y Keri pudo afirmar que había dado en el blanco.
—Lo siento… largo día y muchos años—dijo él—. Me encantaría volver a relacionarme. ¿Me puedes decir tu nombre de nuevo? —parecía genuinamente perplejo.
—Keri. Keri Locke.
—Estoy realmente sorprendido de no poder ubicarte, Keri. Pareces el tipo de chica que yo recordaría. ¿Qué estás haciendo aquí, en todo caso?
—No puedo soportar el calor de Arizona. Trabajo para la ciudad ahora. Estudio de antecedentes familiares… es algo aburrido. ¿Qué hay de ti?
—Estás viendo lo que hago.
—Un chico del desierto que termina trabajando junto al agua. ¿Qué hizo que eso sucediera? ¿Buscando aparecer en las películas? ¿Querías aprender a surfear? ¿Siguiendo a una chica?
Manteniendo el tono ligero observó detenidamente la reacción de él a la última pregunta. Su expresión de desconcierto desapareció de súbito, reemplazada por una de cautela.
—Realmente tengo dificultades para ubicarte, Keri. ¿Me puedes recordar de nuevo dónde pasábamos el rato? —Había en su voz un tono cortante, inexistente hasta ese momento.
Keri percibió que su ardid se deshacía y decidió puyarlo de manera más agresiva.
—Puede que no me recuerdes porque no luzco como Kendra. ¿Es eso, Coy? ¿Solo tienes ojos para ella?
Esos ojos pasaron rápidamente de cautelosos a coléricos y él avanzó un paso. Keri observó que sus puños se cerraban sin querer. Ella no retrocedió.
—¿Quién diablos eres? —preguntó—¿De qué se trata esto?
—Solo estoy conversando, Coy. ¿Por qué te pones rudo tan de repente?
—No te conozco—dijo, ahora abiertamente hostil—. ¿Quién te envió, su marido? ¿Eres alguna especie de investigadora?
—¿Qué hay si lo fuera? ¿Habría algo que investigar? ¿Hay algo que quieras sacarte del pecho, Coy?
Él avanzó otro paso hacia ella. Sus rostros estaban ahora separados por unos pocos centímetros. En lugar de encogerse, Keri enderezó sus hombros y levantó su barbilla de manera desafiante.
—Creo que ha cometido un terrible error viniendo hasta aquí, señora—gruñó Coy—. Le daba la espalda a la patrulla, que lentamente había rodado detrás de él y permanecía ahora a unos seis metros de distancia.
Por el rabillo del ojo, Keri vio al Sargento Covey caminar cautelosamente desde el almacén, teniendo al mismo tiempo cuidado de permanecer a espaldas de Coy. Sintió ella una súbita urgencia de hacerles señas pero se contuvo.
Es ahora o nunca.
—¿Qué le hiciste a Kendra, Coy? —preguntó, ahora sin rastro de gracia en su voz.Le contempló con dureza, acariciando de nuevo con la mano la cacha de su pistola, lista para lo que fuera.
Ante la pregunta, los ojos de él pasaron del enfado a la sorpresa. Podía asegurar que él no tenía idea de qué le estaban hablando. Retrocedió un paso.
—¿Qué?
Sintió de inmediato que él no era el sujeto, pero siguió presionando por si acaso.
—Kendra Burlingame ha desaparecido y escuché que tú eres su acosador personal. Así que si le has hecho algo, ahora mismo podría ser el momento de confesar. Si cooperas, puedo ayudarte. Si no, esto podría resultar muy malo para ti.
Coy la contemplaba pero no parecía comprender del todo lo que ella había dicho. No se había dado cuenta de que el Sargento Covey se había estado acercando y estaba a unos pocos pasos detrás de él. La mano del veterano oficial descansaba sobre la cadera, junto a la pistola. No parecía un gatillo alegre, solo era precavido.
—¿Kendra está desaparecida? —preguntó Coy, sonando como un chico que acaba de enterarse que su perro ha sido puesto a dormir.
—¿Cuándo fue la última vez que la viste, Coy?
—En la reunión… le dije que la buscaría acá en Los Ángeles. Pero podría asegurar que ella no quería ni un poco de mí. Se veía avergonzada a causa de mí. No quería ver de nuevo esa mirada en su rostro, así que renuncié.
—¿No querías castigar a la mujer que te hizo sentir así?
—Ella no me hizo sentir de esa manera. Siento vergüenza por esta cosa en la que me he convertido sin que ella haya tenido algo que ver. Pude ver qué tan bajo había caído desde su punto de vista… ¿sabe?, eso realmente me abrió los ojos. Hace tiempo que me he estado engañando a mí mismo acerca de ser un tipo genial, rudo. Con Kendra delante de mí, me vi como el perdedor que realmente soy.
La miró con desesperación, con la esperanza de hallar alguna clase de conexión. Pero Keri no estaba inclinada a explorar los demonios internos de este sujeto. Tenía suficiente vergüenza a cuestas como para querer tratar con la de otra persona.
—¿Puedes dar cuenta de tu paradero en el día de ayer, Coy? —preguntó ella, cambiando el tema. Él, dándose cuenta de que no iba a conseguir simpatía alguna de parte de ella, asintió.
—Estuve aquí todo el día. Estoy seguro de que mi jefe puede verificarlo.
—Podemos chequear eso—dijo el Sargento Covey. Coy se sobresaltó ligeramente ante la inesperada voz a sus espaldas. Se volteó, sorprendido al ver a Covey a centímetros de él, y la patrulla, con Kuntsler y Rodríguez no mucho más lejos.
—Así que, ¿entonces eres policía? —dijo Coy, con aspecto oprimido.
—Lo soy… Departamento de Policía de Los Ángeles Personas Desaparecidas.
—Espero que la encuentren. Kendra es una gran chica. El mundo es un lugar mejor gracias a ella y merece ser feliz. Siempre estuve enamorado de ella. Pero sabía que ella estaba fuera de mi alcance, así que nunca me ilusioné demasiado. Si hay alguna otra cosa que pueda hacer para ayudar, pídalo.
—Detective Locke —intervino el Sargento Covey—, a menos que tenga preguntas adicionales, estaré feliz de chequear su coartada. Sé que tiene otras líneas de investigación que querrá explorar. Además, necesitamos hacer algo de papeleo para procesar al Sr. Brenner por despido. Mintió en su solicitud acerca de su libertad bajo palabra y eso es causa de terminación de contrato.
Keri vio que el rostro de Brenner se hundió aún más. Era verdaderamente patético. Y ahora, encima de eso, estaba desempleado. Trató de sacudirse la sensación de que era en parte responsable de ello.
—Aprecio eso, Sargento.Necesito regresar y esto luce como una calle ciega. Gracias por su ayuda.
Mientras Covey y los oficiales se llevaban a Coy Brenner de vuelta al almacén para ser interrogado, Keri se subió a su auto y revisó el texto que había recibido antes.
Era de Brody. Decía:
LA GALA SIGUE EN PIE. GRAN OPORTUNIDAD PARA ENTREVISTAS. TE VEO ALLI. VÍSTETE SEXY.
Brody continuaba asombrándola con su falta de perspicacia y profesionalismo. Aparte de ser un sexista impenitente, no parecía entender que una recaudación de fondos cuya anfitriona estaba desaparecida, no era el sitio ideal para que los amigos y colegas de ella desnudaran sus almas.
Además, no tengo siquiera algo que ponerme.
Por supuesto, no era esa la única razón. Si estaba siendo honesta consigo misma, Keri tenía que admitir que parte de su terror era debido a que este era exactamente el tipo de evento al que iba todo el tiempo cuando era una respetada profesora, esposa de un exitoso agente de talentos, y la madre de una adorable pequeña. Ir a esta cosa sería un brillante, luminoso, y doloroso recordatorio de su vida antes de perder a Evie.
A veces odiaba su trabajo.
CAPÍTULO OCHO
El estómago de Keri, sentada en la sala de espera del bufete de Jackson Cave, era un agitado hoyo de ansiedades. Él ya la había hecho esperar por lo menos veinte minutos, tiempo suficiente para que pensara y repensara si esta era una buena decisión.
Iba en el camino de vuelta desde San Pedro, calculando cuánto le llevaría llegar a la casa bote para ponerse un traje de noche, e ir entonces a Beverly Hills para la recaudación de fondos de Solo Sonrisas. Pero mientras se dirigía al norte, vio los rascacielos del centro de Los Ángeles en la distancia y una poderosa urgencia se adueñó de ella. Se encontró a sí misma conduciendo hasta la oficina de Cave, sin ningún tipo de plan de retirada.
En el trayecto hasta allá, llamó a Brody para que pudieran informarse mutuamente. Luego de empaparle sobre el callejón sin salida de Coy Brenner, él le contó sobre San Diego.
—La coartada de Jeremy Burlingame ha sido verificada. Estuvo en cirugía todo el día de ayer. Aparentemente estaba supervisando a algunos doctores por allá, enseñándoles un nuevo procedimiento de reconstrucción facial.
—Correcto, escucha, el tráfico está realmente complicado por aquí—dijo Keri. En parte era verdad, pero era también una excusa para detenerse donde Cave—. Así que si llegas a la gala antes que yo, revisa por favor el lugar. No comiences a interrogar a la gente.
—¿Me estás diciendo cómo hacer mi trabajo, Locke?
—No, Brody. Pero estoy sugiriendo que entrar como un toro en una tienda de porcelana podría ser contraproducente. Algunas de estas mujeres de sociedad podrían abrirse más a otra chica en traje de noche que a un tipo cuya relación más larga ha sido con su auto.
—Vete al diablo, Locke. Hablaré con quien yo quiera—dijo Brody indignado. Pero ella pudo percibir en su voz las dudas sobre lo buena que podía ser esa idea.
—Haz como quieras—replicó Keri—. Te veo allá.
Ahora, media hora más tarde, todavía no había entrado a ver a Cave. Eran casi las 5:30.Decidió aprovechar el momento de calma para mirar a su alrededor.Caminó hasta el escritorio de la recepción.
—¿Sabe por cuánto tiempo más estará ocupado el Sr. Cave? —preguntó a la secretaria, que movió su cabeza a modo de disculpa—¿Puede decirme entonces dónde está el baño, por favor?
—Al final del pasillo, a la izquierda.
Keri se dirigió hacia allá, con los ojos alertas a cualquier detalle que pudiera darle ventaja. Directamente enfrente del baño de mujeres había una puerta marcada Salida. La empujó y vio que se abría al mismo corredor por el que ella había pasado para llegar a la entrada principal de la firma.
Mirando a su alrededor y viendo que no había nadie en el corredor, sacó un pañuelo desechable de su bolso y lo metió en el hueco del pestillo de tal manera que no se cerrara automáticamente. Luego fue un instante al baño en aras de la apariencia.
Cuando regresó al recibidor, una atractiva mujer en impecable traje de negocios la aguardaba para conducirla al despacho de Jackson Cave. Mientras seguía a la mujer, luchaba por impedir que el corazón se le saliera del pecho. Estaba a punto de encontrarse con el hombre que podía tener la llave para obtener información crucial sobre el paradero de Evie y ella no tenía una estrategia.
La única vez antes de esa que se había reunido con Jackson Cave había sido en una estación policial de un pequeño pueblo de montaña. Él había venido para intentar sacar bajo fianza a su cliente, Payton Penn, el hermano del Senador de California, Stafford Penn. Al final, ella descubrió que Penn había contratado a Alan Pachanga para que secuestrara a su sobrina, Ashley. Las cosas se habían desenvuelto a su favor allá, en ese pueblo de montaña, pero ahora estaba en territorio enemigo y podía sentirlo.
Jackson Cave era ampliamente conocido en gran parte de la ciudad por su reputación como representante de varios e importantes clientes corporativos. Pero para la policía, su trabajo gratuito defendiendo a violadores, pedófilos y raptores de niños era su declaración de infamia.
Keri sospechó inmediatamente de tal hombre. Una cosa era defender a un sospechoso de homicidio en un caso que entrañase pena de muerte, o a algún sujeto desesperado que hubiese robado un banco para sostener a su familia. Pero representar exclusivamente y de manera entusiasta a los peores perpetradores de violencia sexual que la ciudad podía exhibir, sin costo alguno, le chocaba por ser una extraña elección.
De cualquier forma, Keri aspiraba a sacar ventaja del trabajo hecho por él. Sabía que en algún lugar y en posesión de Cave, debía estar la clave para descifrar el código de la computadora de Alan Pachanga. Si ella pudiera encontrarla, eso la conduciría a información sobre toda la red de secuestradores por encargo. Podría incluir algo sobre el hombre que se había llevado a Evie, un hombre que, ella así lo creía, respondía al nombre de —El Coleccionista.
Todo en el lugar estaba diseñado para intimidar. La firma ocupaba todo el piso diecisiete de los setenta y tres de la US Bank Tower. Había ventanas panorámicas por todas partes, que se asomaban a la vastedad de Los Ángeles. Carísimas obras de arte cubrían las paredes. Todo el mobiliario era de cuero y caoba.
Llegaron finalmente a una oficina sin letreros al final del corredor; la mujer la hizo entrar. Estaba vacía. Keri fue llevada hasta una lujosa silla frente al escritorio de Cave, inmaculado.
Ahora sola, miró a su alrededor, tratando de deducir algo relativo al hombre a partir de su entorno. No había fotos personales en su escritorio ni en su estantería. Sobre la pared había algunas fotos de Cave con personas influyentes y líderes de opinión como el alcalde, varios concejales de la ciudad, y unas pocas celebridades. Sus diplomas de la Universidad (USC) y la escuela de leyes (Harvard) se exhibían también. Pero nada que arrojara luz sobre el hombre o sus pasiones.
Antes de que Keri pudiera seguir estudiando la habitación, Jackson Cave entró. Ella se puso de pie rápidamente. Él estaba justo como lo recordaba desde la última reunión. Su cabello negro como el carbón estaba peinado hacia atrás con brillantina, al igual que Gordon Gekko en Wall Street. Sus dientes, de un blanco enceguecedor, llenaban una boca que se torcía para mostrar una sonrisa falsa, plástica. Su piel bronceada relucía bajo el traje azul marino de Michael Kors. Y sus penetrantes ojos azules chispeaban con una fiereza que recordaba a un águila cazando a su presa.
Y entonces, en un instante, supo ella cuál debía ser su curso de acción. Jackson Cave, con sus fotos personales junto a personajes de poder, y su apariencia cuidada e inmaculada, era un hombre que se preocupaba por cómo era percibido. Se ganaba la vida convenciendo a la gente: políticos, jurados, medios. Y Keri sabía que quería seducirla a ella también. Era su naturaleza.
Tengo que debilitar ese objetivo.Tengo que ir hasta él rápido y directo, derribar sus expectativas, sacarlo de su centro. La única manera de perforar su armadura y hacer que cometa un error es golpearlo lo suficiente. Quizás entonces dirá algo sin querer que pudiera conducirme a descifrar la clave.








