Un Rastro de Esperanza

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El otoño pasado, cuando Keri supo que el Coleccionista era el raptor de Evie, ella lo atrajo a una reunión. Pero el Coleccionista, cuyo verdadero nombre era Brian Wickwire, descubrió su treta y la atacó. Ella acabó matándolo en la pelea, pero no antes de que él le jurara que nunca encontraría a Evie.
Desafortunadamente, ella no tenía evidencia que pudiera probar la conexión de Jackson Cave con el hombre que se había llevado a su hija, o con la gran red que parecía dirigir. Al menos una que ella hubiese conseguido legalmente.
En su desesperación, ella una vez había irrumpido en su despacho y hallado un archivo codificado que había resultado útil. Pero el hecho de que lo había robado lo hacía inadmisible en la corte. Aparte de eso, las conexiones entre Cave y la red estaban tan bien disimuladas y eran tan poco convincentes que probar su participación era poco menos que imposible. No había alcanzado esa posición de poder en el mundo legal de Los Ángeles siendo descuidado y negligente.
Ella incluso trató de convencer a su ex-marido, Stephen, un rico agente de talentos de Hollywood, que la ayudara a pagar un investigador privado que siguiera a Cave. Un buen investigador estaba fuera de su alcance para los medios con que ella sola contaba. Pero Stephen se rehusó, diciendo simplemente que creía que Evie estaba muerta y Keri fantaseaba.
Por supuesto, Jackson Cave no tenía tales limitaciones financieras. Ya en una ocasión Keri se había dado cuenta que había comenzado a vigilarla. Tanto ella como Ray habían encontrado micrófonos en sus casas y en sus autos. Cada uno de ellos hacía ahora con regularidad barridos electrónicos de todo —desde sus ropas hasta sus teléfonos, pasando por sus zapatos— antes de discutir algo de peso. También sospechaban que incluso su oficina en el Departamento de Policía de Los Ángeles estaba siendo monitoreada y actuaban en consecuencia.
Es por eso que se sentaron en una ruidosa cafetería, vistiendo ropas que habían barrido buscando dispositivos de escucha, asegurándose que nadie en las mesas cercanas pareciera estar a la escucha, mientras formulaban su plan. Si había una persona que no querían que supiera que ellos estaban enterados de la Vista, ese era Jackson Cave.
En sus múltiples confrontaciones verbales con él, a Keri le había quedado claro que algo había cambiado en Cave. Puede que originalmente él la viera simplemente como una amenaza para su negocio, como otro obstáculo que salvar. Pero ya no era así.
Después de todo, ella había matado a sus dos más grandes asalariados, había robado archivos de su despacho, descifrado códigos, y puesto su negocio, y quizás su libertad, en riesgo. Por supuesto, ella estaba haciendo todo ello para encontrar a su hija.
Pero sentía que Cave había terminado viéndola como algo más que una oponente, una policía desesperada por encontrar a su niña. Parecía considerarla casi como su némesis, como una especie de enemiga mortal. Él ya no solo la quería derrotar. Él quería destruirla.
Keri estaba segura que por eso era que Evie iba a ser el Premio de Sangre en la Vista. Dudaba que Cave supiera dónde tenían a Evie o quién la tenía. Pero seguramente conocía a la gente que sabía esas cosas. Y él casi era seguro que les había ordenado, al menos de manera indirecta, que Evie fuese el sacrificio de la fiesta de mañana a fin de quebrar a Keri de manera irreparable.
No tenía objeto seguirlo o interrogarlo formalmente. Él era demasiado astuto y cuidadoso para cometer cualquier error, especialmente desde que sabía que ella andaba tras él. Pero él estaba detrás de todo ello, de eso Keri estaba segura. Solo tenía que hallar otra vía para resolver esto.
Con una renovada decisión levantó la vista y se encontró con que Ray la miraba atentamente.
—¿Por cuánto tiempo has estado observándome? —preguntó.
—Por un par de minutos, al menos. No quería interrumpir. Te veías como si estuvieras haciendo una seria reflexión. ¿Has tenido alguna revelación?
—En realidad, no —admitió ella—. Ambos sabemos quién está detrás de esto, pero no creo que eso nos ayude mucho. Necesito comenzar descansada y espero seguir nuevas pistas.
—Querrás decir ‘seguiremos’, ¿correcto? —dijo Ray.
—¿No tienes que ir a trabajar hoy? Has estado ausente mientras cuidabas de mí.
—Tienes que estar bromeando, Campanita —dijo con una sonrisa, en alusión a la enorme disparidad en tamaño—. ¿Piensas que simplemente voy a ir a la oficina con todo lo que está pasando? Usaré todos los días de vacaciones, las bajas por enfermedad y los permisos personales que tenga si llegara a ser necesario.
Keri sintió con deleite que todo su pecho se calentaba pero intentó ocultarlo.
—Aprecio eso, Godzilla —dijo— Pero conmigo todavía suspendida debido a una investigación de Asuntos Internos, podríamos necesitar sacar provecho de esos recursos policiales a los que tú tienes acceso.
Keri estaba técnicamente suspendida mientras Asuntos Internos investigaba las circunstancias que rodeaban la muerte de Brian "El Coleccionista” Wickwire. Su supervisor, el Teniente Cole Hillman, había indicado que muy probablemente concluiría muy pronto a su favor. Pero hasta entonces, Keri no tenía placa, ni arma oficial, ni autoridad formal, ni acceso a los recursos policiales.
—¿Hay algo en particular que hayas pensado debería buscar? —preguntó Ray.
—De hecho, sí. Susan mencionó que una de las chicas que fueron Premio de Sangre era una antigua estrella infantil que se hizo adicta y terminó en las calles. Si ella fue violada y asesinada de manera especial con un corte en el cuello, debe haber un registro de ello, ¿correcto? No recuerdo que haya salido en las noticias pero puede que lo me lo haya perdido. Si puedes rastrearlo, quizás el trabajo criminalístico incluyó ADN del semen del hombre que la asaltó.
—Es posible que nadie ni siquiera haya pensado en verificar el ADN —añadió Ray—. Si encontraron a esta chica muerta, puede que no hayan sentido la necesidad de hacer nada más. Si podemos averiguar quién era ella, quizás podríamos solicitar de urgencia pruebas adicionales, y así identificar con quién estaba ella.
—Exactamente —convino Keri—. Solo recuerda ser discreto. Involucra el menor número posible de gente. No sabemos cuántos oídos tiene nuestro amigo el abogado en el edificio.
—Comprendido. Entonces, ¿qué planeas hacer mientras reviso registros antiguos de adolescentes asesinadas?
—Voy a entrevistar a una posible testigo.
—¿Quién? —preguntó Ray.
—La prostituta amiga de Susan, Lupita—la que le dijo lo que escuchó de esos sujetos que hablaban de la Vista. Quizás ella recuerde algo más con un poco de ayuda.
—Okey, Keri, pero recuerda tomártelo con calma. Esa área de Venice es difícil y tú no estás del todo fuerte. Además, al menos por ahora, ni siquiera eres policía.
—Gracias por la preocupación, Ray. Pero creo que a estas alturas ya lo sabes. Tomármelo con calma no es mi estilo.
CAPÍTULO TRES
Cuando Keri paró delante de la dirección de Venice que Susan le había texteado, se obligó a olvidar el persistente dolor en su pecho y su rodilla. Estaba entrando a un territorio potencialmente peligroso. Y ya que no estaba oficialmente en el trabajo ahora mismo, tenía que estar mucho más alerta. Nadie aquí le daría el beneficio de la duda.
Era solo media mañana cuando cruzó la Avenida Pacific en este sórdido rincón de Venice, con la sola compañía de surfistas tatuados —indiferentes al frío y dirigiéndose al océano, que estaba apenas a una cuadra de distancia—, e indigentes acurrucados en los portales de negocios que todavía no habían abierto.
Llegó al venido a menos complejo de apartamentos, traspasó la puerta del frente, y subió por las escaleras los tres pisos hasta la habitación donde Lupita supuestamente la estaba esperando. Los negocios no comenzaban hasta después del almuerzo, así que este era un buen momento para pasar.
Keri llegó hasta la puerta y estaba a punto de tocar cuando escuchó un ruido en el interior. Probó y encontró la puerta sin la llave echada, así que la abrió con sigilo, y se asomó .
En la cama de una habitación sin adornos estaba una chica de cabello castaño que lucía como de quince. Encima de ella estaba un hombre en la treintena, magro y desnudo. Las mantas cubrían los detalles, pero la penetración era agresiva. Cada pocos segundos abofeteaba a la chica.
Keri refrenó las ganas de avanzar y arrancar al sujeto de donde estaba. Incluso sin placa, ese era su impulso natural. Pero no tenía idea de si este era un cliente y la actividad que estaba teniendo lugar era el procedimiento normal.
La triste experiencia le había enseñado que a veces venir al rescate era contraproducente a la larga. Si este era un cliente y Keri interrumpía, el sujeto podría molestarse e ir a quejarse con el proxeneta de Lupita, que a su vez la tomaría con ella. A menos que una chica estuviera dispuesta a dejar esa vida para siempre, como lo había hecho Susan Granger, intervenir, aunque era apegarse a la ley, a la larga podía empeorar las cosas para ella.
Keri, ya dentro de la habitación, avanzó un poco más y miró a Lupita a los ojos. La chica de aspecto delicado con oscuros cabellos ensortijados le dirigió una mirada familiar, una mezcla de súplica, temor, y cautela. Keri supo de inmediato lo que significaba. Necesitaba ayuda pero no demasiada.
Claramente este era un cliente, uno nuevo quizás, uno inesperado y de último minuto, porque se encontraba allí cuando Lupita había acordado reunirse con Keri. Pero se le había ordenado darle servicio de todas formas. Era probable que lo de las bofetadas fuese algo inesperado. Pero ella no estaba en posición de hacer alguna objeción si el proxeneta había concedido permiso.
Keri sabía cómo manejarlo. Avanzó con rapidez y sigilo, sacando una porra de goma del bolsillo interior de su chaqueta. Los ojos de Lupita se agrandaron y Keri pudo asegurar que el cliente se había dado cuenta. Ya comenzaba a girar su cabeza para mirar hacia atrás cuando la porra hizo contacto con su cráneo. Cayó hacia adelante, desplomándose sobre la chica, inconsciente.
Keri se llevó un dedo a los labios, indicando a Lupita que permaneciera callada. Dio un rodeo hasta colocarse a un costado de la cama para asegurarse de que el cliente había perdido por completo el conocimiento. Así era.
—¿Lupita? —preguntó.
La chica asintió.
—Soy la Detective Locke —dijo, obviando decir por ahora, que técnicamente no era una detective—. No te preocupes. Si somos rápidas, esto no tiene que representar un problema. Cuando tu proxeneta pregunte, esto es lo que sucedió: un tipo bajito con capucha entró, noqueó a tu cliente, y robó su billetera. Tú nunca viste su cara. Él te amenazó con matarte si hacías ruido. Cuando yo deje esta habitación, cuentas hasta veinte, y entonces comienzas a gritar pidiendo ayuda. No hay forma de que te culpen. ¿Entendido?
Lupita asintió de nuevo.
—Okey —dijo Keri mientras rebuscaba en los jeans del hombre y sacaba su billetera—. No creo que esté inconsciente por más de uno o dos minutos así que vayamos al grano. Susan dijo que escuchaste a unos sujetos hablar de la Vista de mañana por la noche. ¿Conoces a quienes estaban hablando? ¿Era uno de ellos tu proxeneta?
—No —musitó Lupita—. No reconocí las voces. Y cuando miré hacia el pasillo se habían ido.
—Está bien. Susan me dijo que ellos hablaron de mi hija. Lo que quiero es que te concentres en la ubicación. Sé que siempre realizan esto de la Vista en Hollywood Hills. ¿Pero fueron algo más específicos? ¿Mencionaron una calle? ¿Alguna referencia?
—No mencionaron una calle. Pero uno de ellos se estaba quejando de que iba a ser más problemático que el año pasado porque estaría amurallada. De hecho, él dijo ‘la propiedad tiene portón’. Así que asumo que era mucho más que una casa.
—Eso es de gran ayuda, Lupita. ¿Alguna otra cosa?
—Uno de ellos dijo que estaba en el confín porque no estarían lo suficientemente cerca como para ver el letrero de Hollywood. Me imagino que el año pasado, la casa estaba muy cerca de él. Pero en esta ocasión estará demasiado lejos, en un área distinta. ¿Ayuda eso?
—De hecho, sí. Eso significa que está probablemente más cerca de West Hollywood. Lo reduce bastante. Realmente es de ayuda. ¿Algo más?
El hombre que tenía encima gruñó suavemente y comenzó a menearse.
—No se me ocurre nada más —musitó Lupita, con una voz que apenas se oía.
—Está bien. Esto es más de lo que tenía antes. Has sido de gran ayuda. Y si alguna vez decides salirte de esta vida, puedes contactarme a través de Susan.
Lupita, a pesar de su situación, sonrió. Keri se quitó la gorra, sacó una capucha negra de su bolsillo, y se lo puso. Tenía unas pequeñas rajas para sus ojos y su boca.
—Ahora recuerda —dijo de manera intencionada con una voz grave a fin de disimular la propia—, espera veinte segundos o te mataré.
El hombre que estaba encima de Lupita estaba despertando del todo, así que Keri se giró y se apresuró a salir de la habitación. Corrió por el pasillo y ya iba a mitad de camino escaleras abajo cuando escuchó los gritos pidiendo socorro. Los ignoró y salió por la puerta del frente, donde se quitó la capucha, la metió en su bolsillo, y se puso la gorra.
Registró la billetera del sujeto, y, luego de tomar el efectivo —un total de veintitrés dólares— la lanzó hacia un rincón de la puerta. Con la mayor naturalidad posible, cruzó la calle para llegar a su auto. Al subirse, pudo escuchar gritos de hombres enfurecidos, quienes se dirigían a la habitación de Lupita.
Una vez hubo abandonado la zona, llamó a Ray para ver si había tenido suerte con su pista. Contestó al primer repique y ella pudo asegurar por el tono de su voz que no le había ido bien.
—¿Qué es lo que pasa? —preguntó.
—Es un punto muerto, Keri. He retrocedido hasta diez años atrás y no hallo ningún registro de una antigua estrella infantil que haya sido encontrada con un corte en la garganta. Encontré un registro de una antigua actriz infantil llamada Carly Rose, que cayó en una mala racha y desapareció siendo adolescente. Tendría ahora veinte años. Muy bien podría ser ella. O pudo haber muerto de sobredosis en un túnel del metro y nunca fue encontrada. Es difícil saberlo. Encontré también registros de otras chicas de entre once y catorce que responden a una descripción similar: corte de garganta. Los cuerpos fueron simplemente dejados en vertederos o en la esquina de una calle. Pero por lo general son chicas que estuvieron por un tiempo en las calles. Y ellas realmente están dispersas a lo largo del tiempo.
—Eso en realidad me parece lógico —dijo Keri—. Esta gente probablemente no tiene escrúpulos en cuanto a tirar en el basurero los cuerpos de chicas que trabajaron en las calles o no tenían familia. Pero ellos no querrían atraer la atención dejando abandonados los cuerpos de chicas de buena familia que hubiesen sido raptadas recientemente, o el de una chica que fuese bien conocida. Estas sí que echarían a andar verdaderas investigaciones. Apuesto a que esas chicas fueron quemadas, enterradas o echadas al océano. Son a las que nadie haría seguimiento las que simplemente tiran en cualquier lado.
Keri optó por ignorar el hecho de que había dicho todo eso de manera tan pragmática. Si se fijara en ello, le molestaría ver cómo se había acostumbrado a este tipo de atrocidades.
—Eso encaja —convino Ray, sonando igualmente natural—. Podría también explicar la laguna en los años. Si en un año usaron una callejera, luego usaron unas chicas de las afueras —que habían secuestrado—, para después volver a usar a otra prostituta adolescente; así sería difícil establecer un patrón. Quiero decir, si siempre una prostituta adolescente apareciera una vez al año con el cuello cortado, eso podría generar también interés.
—Buen punto —dijo Keri—. Así que entonces no hay nada que seguir.
—No. Lo siento. ¿Tuviste más suerte?
—Un poco —dijo—. Basándome en lo que Lupita me dijo, parece que la ubicación pudiera estar en West Hollywood, en una propiedad amurallada.
—Eso es prometedor —comentó Ray.
—Eso creo. Hay un millar de esas allá arriba, en las colinas.
—Podemos hacer que Edgerton cruce las informaciones para ver si los nombres de los propietarios coinciden con alguien que conozcamos. Habiendo compañías fantasmas, es probablemente una posibilidad remota. Pero uno nunca sabe qué puede conseguir este chico.
Era cierto. El Detective Kevin Edgerton era un genio cuando se trataba de tecnología. Si alguien podía establecer una conexión significativa, ese era él.
—Okey, haz que se ponga en ello —dijo Keri—. pero haz que lo haga fuera del radar. Y no le des demasiados detalles. Mientras menos personas sepan qué está pasando, menos probabilidad habrá de que alguien sin darse cuenta deje filtrar algo que alerte a la gente equivocada.
—Comprendido. ¿Qué vas a hacer?
Keri pensó por un momento y se dio cuenta que no tenía nuevas pistas que seguir. Eso significaba que tenía que hacer lo que siempre hacía cuando se topaba con una pared de ladrillos, comenzar de cero. Y se dio cuenta de que había una persona con la que definitivamente necesitaba un nuevo inicio.
—De hecho —dijo—, ¿puedes pedirle a Castillo que me llame? Pero tiene que hacerlo afuera, con su celular.
—Okey. ¿Qué estás pensando? —preguntó Ray.
—Estoy pensando que es tiempo de que vuelva a relacionarme con una vieja amiga.
CAPÍTULO CUATRO
Sentada en su auto, Keri aguardaba ansiosamente, echándole un vistazo a su reloj, en las afueras de las oficinas de Weekly L.A., el periódico alternativo donde le había pedido a la Oficial Jamie Castillo que se vieran. Era también donde su amiga, Margaret "Mags” Merrywether, trabajaba como columnista.
El tiempo comenzaba a acortarse. Eran ya las 12:30 del viernes, unas treinta y seis horas antes del momento en que su hija sería violada y asesinada para el placer de un grupo de hombres ricos y depravados.
Keri vio a Jamie bajar por la calle y alejó los negros pensamientos de su mente. Necesitaba estar concentrada para evitar la muerte de su hija, en lugar de obsesionarse con lo horripilante de lo que pudiera ocurrir.
Tal como se lo pidió, Jamie vestía un abrigo civil sobre su uniforme para no llamar la atención. Keri le hizo señas desde su asiento. Jamie sonrió y se dirigió hacia el auto, con sus oscuros cabellos agitados por el fuerte viento a pesar de llevarlos recogidos hacia atrás en una cola de caballo. Era unos centímetros más alta que Keri y más atlética también. Era una entusiasta del Parkour y Keri había visto de lo que era capaz bajo unas duras condiciones.
La Oficial Jamila Cassandra Castillo no era todavía detective. Pero Keri estaba segura de que una vez lo lograra, sería de los mejores. Además de sus condiciones físicas, era ruda, inteligente, implacable, y leal. Ya había arriesgado su propia seguridad e incluso su empleo por Keri. Si ella no fuera ya compañera de Ray, Keri sabía cuál hubiera sido su siguiente elección.
Jamie se subió al auto con cuidado, gimiendo sin querer, y Keri recordó por qué. Yendo tras el sospechoso que le había producido a Keri sus actuales lesiones, Jamie quedó en la proximidad de una bomba que explotó en el apartamento del sujeto. La misma había matado a un agente del FBI, había producido graves quemaduras a otro, y dejó a Ray con un pedazo de vidrio enterrado en su pierna derecha, algo que él no había mencionado desde entonces. Jamie había quedado con una conmoción cerebral y varios traumatismos de consideración.
—¿Acababas hoy de salir del hospital? —preguntó incrédula Keri.
—Sí —dijo con orgullo en su voz—. Me dejaron ir esta mañana. Fui a casa, cambié mi uniforme, y llegué al trabajo diez minutos tarde. El Teniente Hillman lo dejó pasar, sin embargo.
—¿Cómo están tus oídos? —preguntó Keri, refiriéndose a la pérdida de audición que Jamie había sufrido inmediatamente después de haber explotado la bomba.
—Ahora mismo puedo escucharte bien. Tengo algunas campanillas intermitentes. El doctor dice que deberían desaparecer en una o dos semanas. No hay daño permanente.
—No puedo creer que estés trabajando hoy —musitó Keri, moviendo su cabeza—. Y no puedo creer que te esté pidiendo que vayas más allá en tu primer día de vuelta.
—No hay problema —la tranquilizó Jamie—. Necesitaba salir un rato. Todos me tratan como una muñeca de porcelana. Pero tengo que regresar enseguida si no quiero que me cuelguen. Traje lo que pediste, sin embargo.
Sacó un archivo de su bolso y se lo entregó a Keri.
—Gracias.
—No hay problema. Y antes de que preguntes, empleé un nombre de usuario ‘general’ cuando busqué en la base de datos, así que no me podrán rastrear. Supongo que hay una razón por la cual no querías que usara mi propia identificación. Y presumo además que hay una razón por la que no me revelaste el por qué pediste este material.
—Supones bien —dijo Keri, aspirando a que Jamie lo dejara así.
—Y supongo que no me vas a decir qué está pasando ni me vas dejar que te ayude de alguna manera.
—Es por tu bien, Jamie. Mientras menos sepas, mejor. Y mientras menos sepa alguien que me ayudaste, será mejor para lo que estoy haciendo.
—Okey. Confío en ti. Pero si en algún punto del camino necesitas ayuda, tienes mi número.
—Lo tengo —dijo Keri, dándole a Castillo un apretón de manos.
Aguardó a que la oficial regresara a su auto y saliera de la calle antes de apearse. Apretando fuertemente contra su cuerpo el archivo que Castillo le había dado, Keri subió de prisa los escalones del edificio del Weekly L.A., donde Mags, y ojalá algunas respuestas, estarían esperándola.
*
Dos horas más tarde, tocaron a la puerta de la sala de conferencias donde Keri se había instalado para revisar unos documentos. El mesón en el centro de la habitación estaba cubierto con papeles.
—¿Quién es? —preguntó. La puerta se abrió un poco. Era Mags.
—Solo chequeaba —dijo—. Quería ver si necesitabas ayuda, querida.
—De hecho, necesito un receso. Entra.
Mags pasó adentro, cerró la puerta y pasó el pestillo, luego se aseguró de que las persianas estuvieran bien bajadas de manera que nadie pudiera mirar hacia adentro, y se acercó. Una vez más, Keri se maravilló de haberse hecho amiga de lo que esencialmente era una versión de carne y hueso de Jessica Rabbit.
Margaret Merrywether medía más de uno ochenta y dos, eso sin los tacones que acostumbraba llevar. Escultural, con la piel blanco leche, sus amplias curvas, el llameante cabello rojo que hacía juego con sus labios rojo rubí, y los brillantes ojos verdes, parecía como si hubiera salido de las páginas de una revista de alta costura para mujeres Amazon.
Y todo eso antes de que abriera la boca y dejara salir un acento que recordaba a Scarlett O’Hara, ligeramente afeado por una lengua cortante, que era más Rosalind Russell en His Girl Friday. Solo que ese moderado tono mordaz apuntaba al alter ego de Margaret (Mags para sus amigos). Resultaba que ella también respondía al seudónimo de "Mary Brady" —la columnista, de un periódico alternativo, que destapaba escándalos y había derribado a políticos locales, expuesto los malos manejos de algunas empresas, y denunciado a policías corruptos.
Mags era también una feliz divorciada, madre de dos hijos, con una fortuna aún mayor luego de dividir la comunidad con su ex-marido, de profesión banquero. Keri la había conocido mientras trabajaba en un caso y luego de la sospecha inicial de que toda su personalidad era una forma elaborada de arte escénico, una amistad había surgido. Keri, que no tenía muchos amigos fuera del trabajo, estaba feliz de ser la chica anodina al menos por una vez.
Mags tomó asiento junto a Keri y miró el collage de documentos policiales y recortes de periódico esparcidos por el mesón.
—Bueno, querida, me pediste que reuniera copias de cada uno de los artículos que el periódico ha publicado sobre Jackson Cave. Y veo que le pediste a alguien en el departamento que hiciera lo mismo con todo lo que tienen sobre él. Luego te encerraste aquí por dos horas. ¿Estás lista para decirme qué está pasando?








