Un Rastro de Muerte

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—No lo estoy descartando —replicó Keri—. Ella definitivamente no es la inocente princesita que su mamá cree que es.
—Nunca lo son.
—Sea lo que sea lo que le haya pasado, es posible que ella haya jugado un papel en ello. Mientras más profundicemos en su vida, más sabremos. Necesitamos hablar con gente que no nos de la versión oficial. Como ese senador. No sé qué pasa con él, pero definitivamente le incomodaba que yo estuviera investigando su vida.
—¿Alguna idea de por qué?
—Todavía no, más allá de una fuerte sensación de que él oculta algo. Nunca he conocido a un padre tan indiferente ante la desaparición de su hijo. Estuvo contando historias de borracheras con cerveza a los quince. Lucía forzado.
Ray se estremeció visiblemente.
—Me alegra que no lo hayas censurado por eso —dijo—. La última cosa que necesitas es un enemigo con la palabra Senador delante de su nombre.
—No me importa.
—Bueno, pues debe importarte —dijo él—. Unas pocas palabras de él a Beecher o Hillman, y eres historia.
—Soy historia desde hace cinco años.
—Vamos...
—Sabes que es verdad.
—No empieces —dijo Ray.
Keri vaciló, le dirigió una mirada, luego volteó hacia el parque canino. A unos metros de ellos, un pequeño y peludo cachorro de color marrón se revolcaba feliz en el suelo.
—¿Quieres saber algo que nunca te dije? —preguntó ella.
—No estoy seguro.
—Después, de lo que pasó, tú sabes...
—¿Evie?
Keri sintió su corazón oprimido al oír el nombre de su hija.
—Correcto. Hubo un tiempo justo despuès de lo que sucedió, cuando estuve como loca tratando de quedar embarazada. Pasó durante dos o tres meses.. Stephen no lo pudo soportar.
Ray no dijo nada. Ella continuó.
—Entonces me levanté una mañana y me odié a mí misma. Me sentía como alguien que perdió un perro y fue al depósito a buscar un reemplazo. Me sentí como una cobarde, como lo que había estado siendo, en lugar de enfocarme donde debía. Estaba dejando ir a Evie en lugar de pelear por ella .
—Keri, debes dejar de hacerte esto a ti misma. Eres tu peor enemigo.
—Ray, puedo todavía sentirla. Ella está viva . No sé dónde o cómo, pero lo está.
Él apretó su mano
—Lo sé.
—Tiene trece ahora.
—Lo sé.
Caminaron el resto de la cuadra en silencio. Cuando llegaron a la intersección con la Avenida Westminster, Ray finalmente habló.
—Escucha —dijo, en un tono que indicaba que volvía a enfocarse en el caso—, podemos seguir cada pista que surja. Pero esta es la hija de un senador. Y si ella no se fue solo de juerga, los de arriba se harán cargo de esto. En poco tiempo los Federales se involucrarán. Los mandos allá en el centro lo querrán también. Para mañana a las nueve, a ti y a mí nos habrán arrojado a la acera.
Era probablemente cierto pero a Keri no le importaba. Se las vería con la mañana siguiente, a la mañana siguiente. Ahora mismo tenían un caso en el cual trabajar.
Ella suspiró profundamente y cerró sus ojos. Después de ser su pareja por un año, Ray había aprendido a no interrumpirla cuando estaba tratando de captar algo de la zona.
Después de cerca de treinta segundos, abrió los ojos y miró en derredor. Al cabo de un instante, apuntó a un negocio al otro lado de la intersección.
—Por allá —dijo ella y comenzó a caminar.
Este tramo de Venice, desde norte del Boulevard Washington hasta la Avenida Rose, era una extraña encrucijada de humanidad. Estaban las mansiones de los Canales Venice al sur, las sofisticadas tiendas del Boulevard Abbot Kinney directamente hacia el este, el sector comercial al norte, y la desaliñada sección de los surfistas y patinadores a lo largo de la playa.
Pero a lo largo y ancho de toda el área había pandillas. Eran más conspicuas de noche, especialmente cerca de la costa. Pero la División Pacífico del Departamento de Policía de Los Ángeles estaba rastreando a catorce pandillas activas en Venice y sus alrededores, de las cuales, al menos cinco consideraban el punto donde Keri estaba parada parte de su territorio. Había una pandilla negra, dos hispanas, una de moteros y supremacistas blancos, y otra compuesta principalmente por surfistas que traficaban con arma y drogas. Todas ellas coexistían a su pesar en las mismas calles, junto a milenials asiduos a los bares, prostitutas, turistas boquiabiertos, veteranos sin hogar, y residentes de camisetas desteñidas y dieta de granola.
Como resultado de lo anterior, los negocios en el área abarcaban todo el espectro, desde antros de tendencia urbana y salones de tatuaje, a dispensarios de marihuana medicinal y oficinas de prestamistas, como la del local delante del cual Keri se hallaba parada.
Estaba ubicada en el segundo piso de un edificio recién restaurado, arriba de un bar de jugos naturales.
—Observa eso —dijo ella. Encima de la puerta del frente, había un letrero que rezaba Briggs Bail Bonds.
—¿Qué hay con ello? —dijo Ray.
—Mira encima del letrero, arriba de ‘Bail’.
Ray lo hizo. Confuso al principio, entornó entonces su ojo bueno y vio una pequeña cámara de seguridad. Miró la dirección hacia la que apuntaba la cámara. Estaba enfocada en la intersección. Más allá estaba el tramo de Main Street cerca del parque canino, donde Ashley supuestamente había ingresado a una van.
—Buena observación —dijo él.
Keri retrocedió y estudió el área. Estaba más activa ahora de lo había estado hacía unas horas. Pero esta no era exactamente un área tranquila.
—Si tú fueras a secuestrar a alguien, ¿sería aquí donde lo harías?
Ray meneó su cabeza.
—¿Yo? No, soy más un tipo de callejón.
—Entonces, ¿qué tipo de persona es tan descarada como para llevarse a alguien a plena luz del día, y cerca de una intersección con mucho tráfico?
—Averigüémoslo —dijo Ray, dirigiéndose a la puerta.
Subieron por la estrecha escalera hasta el segundo piso. La puerta de Briggs Bail Bonds estaba abierta. Justo a la entrada, a la derecha, un hombre grande con una panza aún más grande estaba echado en una silla reclinable, hojeando un ejemplar de Guns & Ammo.
Levantó la vista cuando Keri y Ray entraron, decidió rápidamente que no eran una amenaza, y volteó hacia el fondo de la habitación. Un hombre de pelo largo y barba incipiente sentado detrás de un escritorio les hizo señas de que pasaran adelante. Keri y Ray tomaron asiento enfrente del escritorio del hombre y esperaron pacientemente mientras hablaba con un cliente. El asunto no era el diez por ciento de inicial, sino la garantía para el monto total. Necesitaba la garantía de una casa, o la posesión de un auto con un título en regla, algo así.
Keri podía escuchar a la persona en el otro lado de la línea suplicando, pero el tipo de pelo largo no se conmovió.
Treinta segundos más tarde colgó y se enfocó en las dos personas que estaban enfrente de él.
—Stu Briggs —dijo—, ¿qué puedo hacer por ustedes, Detectives?
Nadie había mostrado su placa. Keri estaba impresionada.
Antes de que pudieran responder el hombre miró más detenidamente a Ray, y entonces casi gritó.
—Ray Sands, ¡Sandman! Yo ví tu última pelea, aquella con el zurdo, ¿cuál era su nombre?
—Lenny Jack.
—Cierto, cierto, sí, eso es, Lenny Jack, Jack al Ataque. ¿Perdió un dedo o algo así, no? ¿Un meñique?
—Eso fue después.
—Sí, bueno, meñique o no, pensé que lo tenías, realmente, sus piernas eran de goma, su cara una masa sanguinolenta. No podía consigo mismo. Un golpe más, era todo lo que necesitabas, uno más. Diablos, medio puñetazo hubiera sido suficiente. Probablemente pudiste haberle pegado de cualquier manera y hubiera caído
—Eso es lo que yo también pensé —admitió Ray—. Ahora que lo recuerdo, pienso que eso fue lo que me hizo bajar la guardia. Aparentemente él tenía una izquierda de la que no le había hablado a nadie.
El hombre se encogió de hombros.
—Aparentemente . Perdí dinero en esa pelea —pareció darse cuenta que su pérdida no era tan grande como la de Ray, y añadió—. Quiero decir no tanto así. No se compara contigo. No se ve tan mal el ojo. Sé que es falso porque conozco la historia. No creo que la mayoría de la gente pueda darse cuenta.
Hubo un largo silencio mientras él aguantaba la respiración y Ray dejaba que se revolviera incómodo. Stu lo intentó de nuevo.
—¿Así que ahora eres un policía? ¿Por qué está Sandman sentado enfrente de mi escritorio con esta bonita oficial, perdón, bonita y pacífica oficial?
A Keri no le gustó la condescendencia, pero la dejó pasar. Tenían prioridades más importantes.
—Necesitamos mirar lo grabado por tu cámara de seguridad el día de hoy —dijo Ray—. Específicamente desde las dos cuarenta y cinco a las cuatro PM.
—No hay problema —contestó Stu como si recibiera este tipo de solicitud todos los días.
La cámara de seguridad estaba operativa, algo necesario, dada la clientela del establecimiento. No transmitía en vivo a un monitor, pero estaba conectada a un disco duro, donde se almacenaba la grabación. Los lentes eran de ángulo ancho y captaban toda la intersección de Main y Westminster. La calidad del video era excepcional.
En un cuarto trasero, Keri y Ray miraron la grabación en un monitor de escritorio. La sección de Main Street enfrente del parque canino era visible hasta la mitad de la cuadra. Solo podían esperar que cualquier cosa sucedida hubiese tenido lugar en ese tramo del camino.
Nada de relieve sucedió hasta cerca de las 3:05. Era la salida de la escuela, a juzgar por los chicos que comenzaban a derramarse por la calle, en todas las direcciones.
A las 3:08, pudieron ver a Ashley. Ray no la reconoció de inmediato así que Keri la señaló—una chica que irradiaba seguridad, vestida con falda y un top ajustado.
Entonces, enseguida, ahí estaba, la van negra. Se acercó hasta ella. Las ventanas habían sido oscurecidas, ilegalmente. La cara del conductor no era visible ya que tenía puesta una gorra con la visera bien bajada. Ambos visores de sol estaban puestos hacia abajo, y el resplandor de la brillante resolana de la tarde hacía imposible tener una clara visión del interior del vehículo.
Ashley dejó de caminar y miró hacia la van. El conductor parecía estar hablando. Ella dijo algo y se acercó. Al hacerlo, la puerta del pasajero fue abierta. Ashley continuó hablando, pareciendo inclinarse hacia la van. Conversaba con quienquiera que estuviese conduciendo. Entonces, repentinamente, ella ya estaba adentro. No estaba claro si ella se había subido voluntariamente o fue halada. Al cabo de unos pocos segundos más, la van arrancó sin prisa. Sin aceleración. Nada de darse a la fuga. Nada fuera de lo ordinario.
Miraron la escena de nuevo a velocidad normal, y luego una tercera vez, en cámara lenta.
Al final Ray se encogió de hombros y dijo:
—No lo sé. Todavía no puedo decirlo con seguridad. Ella terminó adentro, eso es todo lo que puedo decir con certeza. Si ha sido con o contra su propia voluntad, de eso no estoy seguro.
Keri no podía estar en desacuerdo. El segmento de video era desesperante en su ambigüedad. Pero había algo que no estaba bien. Solo que ella no podía decir qué era. Retrocedió el video y lo reprodujo de nuevo hasta el momento cuando la van estaba más cerca de la cámara de seguridad. Entonces lo colocó en pausa. Era el único momento en que la van estaba a la sombra. Todavía era imposible mirar hacia el interior del vehículo. Pero algo más era visible.
—¿Ves lo que yo veo? —preguntó ella.
Ray asintió.
—La placa de la matrícula está cubierta —apuntó él—. Yo lo pondría en la categoría de ‘sospechoso’.
—Igual yo.
De repente el teléfono de Keri sonó. Era Mia Penn. Fue al grano sin siquiera decir hola.
—Acabo de recibir una llamada de Thelma, la amiga de Ashley. Dice que cree haber recibido una llamada por accidente desde el teléfono de Ashley. Escuchó una cantidad de gritos como si alguien le estuviera gritando a alguien más. Había música con un volumen estridente, así que ella no podría decir con certeza quién estaba gritando pero piensa que era Denton Rivers.
—¿El novio de Ashley?
—Sí. Llamé a Denton a su teléfono para ver si había sabido de Ashley, sin dejarle saber que yo acababa de hablar con Thelma. Dijo que no había visto a Ashley ni oído de ella desde la escuela pero sonaba evasivo. Y esta canción de Drake —Summer Sixteen — se escuchaba al fondo cuando llamé. Volví a llamar a Thelma para ver si esta era la canción que ella había escuchado cuando recibió esa llamada equivocada. Dijo que esa era. Por eso te llamé de inmediato, Detective. Denton Rivers tiene el teléfono de mi bebé y creo que él podría tenerla a ella también.
—Okey, Mia. Esto ayuda de verdad. Hiciste un gran trabajo. Pero necesito que mantengas la calma. Cuando colguemos, texteame la dirección de Denton. Y recuerda, esto podría ser algo completamente inocente.
Ella colgó y miró a Ray. Su ojo bueno sugería que estaba pensando la misma cosa que ella. En segundos, su teléfono vibró. Reenvió la dirección a Ray mientras bajaban de prisa por los escalones.
—Necesitamos darnos prisa —dijo ella mientras corrían a sus autos—. Esto no es inocente en modo alguno.
CAPÍTULO CUATRO
Lunes
Al atardecer
Keri se preparó, cuando, diez minutos más tarde, pasaba por delante de la casa de Denton Rivers. Aminoró la velocidad del auto, mientras la examinaba, y luego estacionó a una cuadra de distancia, Ray detrás de ella. Sentía ese aguijón en su estómago, el mismo de cuando algo malo estaba por suceder.
¿Y si Ashley está en esa casa? ¿Y si él le ha hecho algo a ella?
La calle de Denton estaba cubierta con una serie de casas de muñeca de una sola planta, todas pegadas entre sí. No había árboles en la calle, y el césped en la mayoría de los pequeños jardines del frente hacía tiempo que se había vuelto marrón. Denton y Ashley claramente no compartían el mismo estilo de vida. Esta parte del pueblo, al sur del Boulevard Venice y unas pocas millas tierra adentro, no tenía hogares de un millón de dólares.
Ambos, Ray y ella, caminaron con rapidez por la cuadra. Miró su reloj: un poco después de la seis. El sol estaba comenzando su largo y lento descenso sobre el océano, hacia el oeste, pero quedaba un par de horas antes de la total oscuridad.
Cuando llegaron a la casa de Denton, escucharon una música a todo volumen que venía de adentro. Keri no la reconoció.
Ella y Ray se acercaron en silencio, escuchando ahora gritos, enfadados y graves, una voz de hombre. Ray desenfundó su arma y la envió a ella a que diera un rodeo por detrás, luego levantó un dedo, dando a entender que entrarían a la casa en exactamente un minuto. Ella miró su reloj para confirmar el tiempo, asintió, sacó su propia arma, y se deslizó a lo largo del borde de la casa hacia la parte de atrás, teniendo cuidado de agachar la cabeza mientras pasaba por delante de las ventanas abiertas.
Ray era el detective más antiguo y usualmente era el más cauto de los dos cuando se trataba de entrar a un propiedad privada. Pero claramente pensaba que las actuales circunstancias les eximían de la obligación de conseguir una orden. Había una chica desaparecida, un sospechoso potencial adentro, y una gritería colérica. Era algo defendible.
Keri chequeó la puerta lateral. No tenía echado el cerrojo. La abrió lo más delicadamente que pudo para evitar un chirrido y se deslizó hacia adentro. Era poco probable que alguien en el interior pudiera oírla pero no quería arriesgarse.
Una vez en el patio trasero, puso su mano sobre la pared trasera de la casa, manteniendo sus ojos abiertos ante cualquier movimiento. Un asqueroso y decrépito cobertizo cerca de la verja trasera de la propiedad la inquietó. La oxidada puerta corrugada lucía como si fuera a desplomarse.
Se arrastró por el patio y se quedó allí por un momento, esperando oír voz de Ashley. No la escuchó.
La parte de atrás de la casa tenía una puerta de madera con pantalla, con la cerradura sin echar, que llevaba a una cocina estilo años 70, con una nevera amarilla. Keri podía ver a alguien al final del pasillo, en la sala, gritando junto con la música y bamboleando su cuerpo como si estuviera golpeando su cabeza en alguna suerte de invisible toque de bandas de rock.
No había todavía ninguna señal de Ashley.
Keri bajó la vista hacia su reloj: en cualquier momento, a partir de ahora.
Puntual, escuchó un sonoro golpe en la puerta del frente. Con el sonido, ella abrió a su vez la puerta de pantalla trasera, enmascarando el ligero clic del pestillo de la puerta. Aguardó, un segundo y sonoro golpe le permitió al mismo tiempo cerrar la puerta trasera. Se movió con ligereza a través de la cocina y por el pasillo, echando un vistazo a cada puerta abierta que encontraba a medida que avanzaba.
En la entrada principal, que estaba abierta excepto por la pantalla, Ray golpeó de nuevo, con mayor fuerza incluso. De repente, Denton Rivers dejó de bailar y se movió hasta la entrada. Keri, oculta en el borde de la sala, podía ver su rostro en el espejo junto a la puerta.
Se veía visiblemente confuso. Era un chico bien parecido: cabello castaño bien cortado, ojos de un azul profundo, una fibrosa y sinuosa constitución que sugería más a un luchador que a un jugador de fútbol. Bajo circunstancias normales era probablemente un tipo que atraía, pero ahora mismo esos atractivos estaban disimulados bajo un rostro desmejorado, con ojos inyectados de sangre, y una cortada en la sien.
Cuando abrió la puerta, Ray mostró su placa.
—Ray Sands, Unidad de Personas Desaparecidas del Departamento de Policía de Los Ángeles —dijo en voz baja y firme—. Me gustaría que vinieras para hacerte unas preguntas sobre Ashley Penn.
El pánico se extendió por el rostro del chico. Keri había visto esa mirada antes: estaba a punto de correr.
—No estás en problemas —dijo Ray, presintiendo lo mismo—. Solo quiero hablar.
Keri notó algo negro en la diestra del chico, pero como el cuerpo de él tapaba parcialmente la visión de ella, no podía decir qué era. Levantó su arma, apuntando a la espalda de Denton. Lentamente, quitó el seguro.
Ray la vio hacerlo con el rabillo del ojo y echó un vistazo a la mano de Denton. Tenía una mejor visual del objeto que el chico sostenía y todavía no levantaba su arma.
—¿Es el control remoto para la música, Denton?
—Ajá.
—¿Puedes por favor dejarlo caer en el piso delante de ti?
El chico vaciló y entonces dijo: —Okey —dejó caer el aparato. Era en efecto un remoto.
Ray enfundó su arma y Keri hizo lo mismo. Mientras Ray abría la puerta, Denton Rivers volteó y le sorprendió encontrar a Keri parada enfrente de él.
—¿Quién eres tú? —preguntó.
—Detective Keri Locke. Trabajo con él —dijo, señalando con la cabeza a Ray—. Bonito lugar el que tienes aquí, Denton.
En el interior, la casa estaba vandalizada. Las lámparas habían sido estrelladas contra las paredes. Los muebles habían sido volcados. Una botella de whisky medio vacía descansaba sobre una mesita, próxima a la fuente de la música —un altavoz Bluetooth. Keri apagó la música. Con el súbito silencio, ella examinó la escena con mayor meticulosidad.
Había sangre en la alfombra. Keri tomó nota mental pero no dijo nada.
Denton tenía profundos rasguños en su antebrazo derecho que podrían haber sido producidos por unas uñas. La cortada en un lado de su sien había dejado de sangrar pero hasta cierto punto era reciente. Los jirones de una foto de él y Ashley yacían regados por el piso.
—¿Dónde están tus padres?
—Mi mamá está en el trabajo.
—¿Qué hay de tu papá?
—Está muy ocupado haciendo de difunto.
Keri, sin inmutarse, dijo:
—Bienvenido al club. Buscamos a Ashley Penn.
—Que se joda.
—¿Sabes dónde está ella?
—No, y me importa un carajo. Ella y yo hemos terminado.
—¿Está ella aquí?
—¿Acaso la ves?
—¿Está su teléfono aquí? —insistió Keri.
—No.
—¿Es ese su teléfono, el que cargas en tu bolsillo trasero?
El chico vaciló, y entonces dijo:
—No. Creo que deben irse ahora.
Ray se pegó del chico hasta hacerlo sentir incómodo, agarró su mano, y dijo:
—Déjame ver ese teléfono.
El chico tragó en seco, entonces lo sacó de su bolsillo y se lo entregó. La cubierta era rosada y lucía costosa.
Ray preguntó:
—¿Este es de Ashley?
El chico permaneció en silencio, desafiante.
—Puedo marcar su número y podemos ver si repica —dijo—, o tú puedes darme una respuesta directa.
—Sí, es de ella. ¿Y qué?
—Pon tu trasero en ese sofá y no te muevas —dijo Ray. Luego a Keri—. Haz lo tuyo.
Keri buscó en la casa. Había tres pequeños dormitorios, un diminuto baño, y un closet para la lencería, todos inocuos en apariencia. No había señales de lucha ni de cautiverio. Encontró el pomo de apertura del ático en el corredor y tiró de él. Se desplegó un conjunto de rechinantes escalones de madera que llevaban al piso superior. Cuidadosamente subió por ellos. Cuando llegó a la parte de arriba, sacó su linterna e iluminó a su alrededor. Era más un pequeño espacio libre para arrastrarse por él que un verdadero ático. El techo estaba a poco más de un metro de altura y el entramado de las vigas hacía más difícil moverse, incluso agachándose.
No había mucho allá arriba. Solo una década de telarañas, un buen número de cajas cubiertas de polvo y un arcón de madera de aspecto voluminoso en el extremo más lejano.
¿Por qué alguien pone los más pesados y decrépitos objetos en lo profundo del ático? Tendría que ser duro recorrer todo el camino hasta esa esquina.
Keri suspiró. Por supuesto que alguien lo habría puesto allí para hacer su vida difícil.
—¿Todo está bien allá arriba? —se oyó a Ray desde la sala.
—Sí. Solo reviso el ático.
Trepó hasta el último escalón y se abrió paso a lo largo del ático, asegurándose de pisar sobre los estrechas vigas de madera. Le preocupaba que un paso en falso la hiciera caer por el techo de yeso. Sudada y cubierta de polvorientas telarañas, finalmente llegó hasta el arcón. Cuando lo abrió e iluminó su interior, se sintió aliviada al comprobar que no había cuerpo. Vacío.
Keri cerró el baúl y rehízo su camino hasta la escalera.
De regreso en la sala, Denton no se había movido del sofá. Ray estaba sentado directamente enfrente de él, a horcajadas en una silla de cocina. Cuando ella entró, él la miró y preguntó:
—¿Había algo?
Ella sacudió su cabeza. —¿Sabemos dónde está Ashley, Detective Sands?
—Todavía no, pero trabajamos en ello. ¿Correcto, Sr. Rivers?
Denton simuló no escuchar la pregunta.
—¿Puedo ver el teléfono de Ashley? —preguntó Keri.
Ray se lo entregó sin entusiasmo. —Está bloqueado. Necesitaremos que los técnicos hagan su magia.
Keri miró a Rivers y dijo: —¿Cuál es su contraseña, Denton?
El chico se burló de ella. —No lo sé.
Por la expresión sombría de Keri comprendió que ella no le creía.
—Voy a repetir la pregunta de nuevo, con toda cortesía. ¿Cuál es su contraseña?
Después de vacilar, el chico se decidió a decirlo: —Miel.
Dirigiéndose a Ray, Keri dijo: —Hay un cobertizo en la parte de atrás. Voy a revisarlo.
Los ojos de River apuntaron rápidamente hacia esa dirección pero no dijo nada.
Afuera, Keri empleó una pala herrumbrosa para forzar el candado que cerraba el cobertizo. Un rayo de luz penetraba a través de un agujero en el tejado. Ashley no estaba allí, solo latas de pintura, viejas herramientas, y cualquier cantidad de desechos. Estaba a punto de retroceder cuando notó la pila de matrículas de vehículos sobre una estantería de madera. En un examen más detallado, contó seis pares, todas con pegatinas del año en curso.
¿Qué están estas haciendo aquí? Tendremos que meterlas todas en bolsa.
Ella se volteó y estaba por salir cuando una súbita brisa cerró de golpe la puerta oxidada, bloqueando la mayor parte de la luz que entraba en el cobertizo. Arrojada a la semioscuridad, Keri sintió claustrofobia.







