Una Razón Para Rescatar

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Pero su brillantez no se había detenido allí. Continuó a exhibirla, mostrándola de forma salvaje la primera vez que su mano agarró un cuchillo. Cobró la vida de su primera víctima con un cuchillo.
Avery llegó a las fotos de la escena del crimen de esa la primera víctima, una mesera de veinte años de edad. Una estudiante universitaria, al igual que todas sus otras víctimas. Randall rajó su garganta de oreja a oreja. Nada más. La chica se desangró en la pequeña cocina del lugar en el que trabajaba.
“Una sola raja”, pensó Avery mientras miraba la foto. “Una raja sorprendentemente limpia. Ningún indicio de abuso sexual. Simplemente una raja”.
Llegó a la segunda foto y la miró. Y luego a la tercera y la cuarta. Llegó a la misma conclusión en cada una de ellas, marcándolas como una hoja de estadísticas de algún deporte demente.
“Segunda víctima. Estudiante de primer año de dieciocho años de edad. Un corte en el costado que parecía accidental. Otra herida punzante directamente en su corazón.
Tercera víctima. Estudiante de inglés de diecinueve años de edad que también trabajaba como stripper. Encontrada muerta en su auto, una sola herida de bala en la parte posterior de su cabeza. Se descubrió luego que él le había ofrecido quinientos dólares para que le hiciera sexo oral, así que ella lo invitó a su auto y él le disparó allí. En su testimonio, Howard confirmó que él la mató antes de que el acto se llevara a cabo.
Cuarta víctima. Dieciocho años de edad. Golpeada en la cabeza con un ladrillo. Dos veces. El primer golpe no la mató. El segundo aplastó su cráneo y rasgó su cerebro.
Quinta víctima. Otra degollada, una raja profunda de oreja a oreja.
Sexta víctima. Estrangulada. Nada de huellas”, pensó.
Y así sucesivamente. Matanzas limpias. Solo encontraron grandes cantidades de sangre en tres de las escenas, y fueron cuestiones de circunstancia, no espectáculos.
“Digamos que Connelly y el alcalde están en lo cierto. Si Howard está matando de nuevo, ¿por qué cambiar sus métodos? No para probar nada, ya que probar un punto es una mierda machista indigna de él. Entonces ¿por qué lo haría?”, se preguntó.
“Él no lo haría”, dijo en voz alta a la habitación vacía.
Y aunque no era tan ingenua como para pensar que los tres años de prisión habían cambiado a Howard Randall y que ya no tenía interés en asesinar, creía que era demasiado inteligente como para empezar a asesinar aquí mismo en Boston.
Si había tenido dudas antes, estas definitivamente desaparecieron luego de leer los archivos.
“No fue él. Otra persona lo hizo. Y los pendejos a quienes les reporto van a ponerse a buscar al hombre equivocado”.
***
Avery se sintió encantada y un poco preocupada a la vez por el hecho de que Rose no vaciló en beber delante de ella. Aceptó el vaso de vino blanco con agradecimiento, tomando un poco inmediatamente. Avery aparentemente había estado mirándola extraño porque Rose le sonrió y negó con la cabeza una vez que bajó su copa.
“No es mi primera copa”, dijo. “Lamento arruinar tus sueños de tener una hija virgen y santa”.
“El vino nunca me hará eso”, dijo Avery con una sonrisa. “Algunos de tus novios anteriores, por el contrario...”.
“Qué réplica tan ingeniosa, mamá”.
Acababan de terminar una cena sencilla de pollo Alfredo y una ensalada griega que habían preparado juntas. Había música suave en el fondo, pop terrible que a Rose le gustaba. Sin embargo, la música no arruinó el momento. Había frío esa noche, las farolas brillando y el ruido suave del tráfico en la calle un ruido blanco en el fondo.
“Esto era exactamente lo que necesitaba”, pensó Avery. “¿Por qué estaba tratando de alejarla de nuevo?”.
“Entonces ¿no vamos a hablar de Ramírez?”, preguntó Rose.
Avery sonrió. Era extraño oír su nombre de la boca de Rose... especialmente solo su apellido, como si lo hubiera conocido del trabajo también.
“Simplemente no quiero pasar toda la noche sollozando”, dijo Avery.
“En una situación como esta, no tiene nada de malo quebrantarse un poco. Solo que no sé si lo mejor es que te la vivas encerrada en una habitación de hospital. Es un poco deprimente”.
“A veces”, admitió Avery. “Pero quisiera creer que alguien haría lo mismo por mí si yo estuviera luchando por mi vida”.
“Sí, creo que haría lo mismo por ti. Y obviamente yo también estuviera allí. Pero, al mismo tiempo, sabes que él te regañaría si supiera lo que estabas haciendo”.
“Probablemente”.
“¿Ya...”, comenzó a preguntar Rose, pero luego se detuvo como si no le parecía buena idea preguntar lo que estuvo a punto de salir de su boca.
“Está bien”, dijo Avery. “Me puedes preguntar lo que sea”.
“¿Ya has tenido un presentimiento de eso? Digo... ¿tus instintos te han dicho si va a sobrevivir o no?”.
Era una pregunta difícil de responder. En realidad no lo sabía. Y tal vez por eso es que todo este asunto la estaba afectando tanto. No sabía nada con seguridad. No sentía ningún impulso instintivo que le decía si iba a sobrevivir o no.
“No, aún no”.
“Una última pregunta”, dijo Rose. “¿Lo amas?”.
La pregunta fue tan inesperada que, por un momento, Avery no estaba segura de cómo responder. Era una pregunta que ella misma se había hecho varias veces en el pasado, una pregunta para la que finalmente tenía una respuesta clara y definida.
“Si, lo amo”.
Rose escondió su sonrisa detrás de su copa de vino.
“¿Cree que él lo sepa?”.
“Creo que sí. Pero no es algo que...”.
Fue interrumpida por el sonido de vidrio rompiéndose. Fue tan repentino e inesperado que le tomó a Avery aproximadamente dos segundos ponerse de pie y analizar la situación. Mientras lo hacía, Rose dejó escapar un pequeño chillido. Se había levantado del sofá de un salto y estaba retrocediendo hacia la cocina.
La ventana de la pared opuesta a la izquierda del sofá había sido destrozada. Una ráfaga de aire frío inundó el apartamento. El instrumento utilizado para romper la ventana estaba tumbado en el suelo.
Había un viejo ladrillo en el suelo, pero Avery solo lo vio después del gato muerto. El gato parecía ser un callejero delgado y desnutrido. Había sido atado al ladrillo con algún tipo de correa de caucho, como el tipo utilizado para atar marquesinas o toldos. Fragmentos de vidrio roto brillaban junto a él.
“¿Mamá?”, preguntó Rose.
“Está bien”, dijo Avery mientras corría a la ventana rota. Su apartamento estaba en el segundo piso, así que era posible que alguien alcanzara su ventana.
No vio a nadie en la calle directamente debajo. Pensó en salir y bajar las escaleras, pero la persona que había tirado el ladrillo y el gato ya estaría muy adelantada. Y con el ajetreo del tráfico y los peatones de Boston a estas horas de la noche (solo eran las 9:35), de seguro ya había escapado.
Dio un paso hacia el gato, con cuidado de no pisar el vidrio con sus pies descalzos.
Había un pequeño pedazo de papel entre el gato y la correa de caucho. Se agachó para agarrar la nota, haciendo una mueca al sentir el cuerpo frío y rígido del gato.
“Mamá, ¿qué demonios?”, preguntó Rose.
“Hay una nota”.
“¿Quién haría algo así?”.
“No sé”, respondió ella mientras sacó la nota y la desenrolló. Había sido escrita en una hoja de papel para notas. La nota era muy simple, pero envió escalofríos por todo su cuerpo.
¡Soy LIBRE! ¡Y estoy LOCO por volverte a ver!
“Mierda”, pensó. “Howard. Tiene que ser él”.
Este fue el primer pensamiento que pasó por su cabeza y se encontró tratando de echarlo a un lado enseguida. Al igual que la brutalidad del asesinato con la pistola de clavos, algo sobre una declaración tan descarada como tirar un gato muerto por la ventana de un apartamento con una nota amenazadora no parecía algo que Howard Randall haría.
“¿Qué dice?”, preguntó Rose, acercándose un poco. Parecía estar al borde del llanto.
“Es solo una amenaza ridícula”.
“¿De quién?”.
En lugar de responderle a Rose, agarró su teléfono celular del sofá y llamó a O’Malley.
“¿De quién?”, le había preguntado Rose.
Y cuando el teléfono empezó a sonar en el oído de Avery, al parecer solo había una respuesta plausible.
Howard Randall.
CAPÍTULO CINCO
Bastantes cosas sucedieron en los doce minutos que le tomó a O’Malley llegar a su casa. Para empezar, la patrulla de la A1 no fue el primer vehículo en llegar. Una furgoneta de noticias frenó bruscamente en frente del edificio de apartamentos de Avery. Vio a tres personas acercarse a su ventana rota: un reportero, un camarógrafo y un tipo que cargaba un cable que salía de la parte trasera de la furgoneta.
“Mierda”, dijo Avery.
El equipo de noticias estaba casi listo cuando O’Malley llegó. Otro auto se detuvo detrás del suyo, casi chocando contra la furgoneta de noticias. No le sorprendió cuando vio a Finley bajarse. Connelly aparentemente estaba posicionando a Finley para ascender, tal vez incluso para ocupar el lugar de Ramírez.
Ella frunció el ceño a la furgoneta de noticias mientras observaba a Finley pegarle gritos al reportero. Hubo una breve disputa entre ellos antes de que Finley y O’Malley se alejaran de la vista, caminando hacia las escaleras que los llevarían al apartamento de Avery.
Avery les abrió la puerta cuando tocaron y no les dio la oportunidad de decir nada antes de dejar escapar sus preocupaciones y frustraciones.
“O’Malley, ¿qué diablos? Te llamé directamente en lugar de llamar a la comisaría para evitar los equipos de noticias. ¿Qué diablos les pasa?”.
“Tienen la boca hecha agua con el escape de Howard Randall. Y saben que eres un rostro conocido en su historia. Así que te están vigilando. Supongo que este equipo en particular tiene un escáner”.
“¿De llamadas telefónicas?”, preguntó Avery.
“No. Mira, he tenido que informar de esto a la comisaría. Es demasiado importante. Supongo que se enteraron por eso”.
Avery quería estar furiosa, pero sabía lo difícil que era comunicarse de forma encubierta cuando medios de comunicación frenéticos estaban trabajando duro para anunciar una historia. Miró al equipo de noticias, quienes estaban filmando un segmento. Mientras miraba, otro vehículo de noticias se detuvo detrás de los demás autos, esta vez un pequeño VUD.
O’Malley y Finley miraron el ladrillo, el gato y los vidrios rotos. Avery había dejado la nota en el suelo ya que no quiso colocar un papel que había estado en el cadáver de un gato sobre su mesa de cocina o mesa de centro.
“No me gusta decirlo”, dijo Finley, “pero esto se ve académico. Digo... ¿soy libre? ¿Quién más podría ser, Avery?”.
“No lo sé. Pero... sé que es posible que les cueste creer esto, pero simplemente no me parece algo que Howard haría”.
“El viejo Howard Randall, tal vez”, dijo O’Malley. “Pero, ¿quién sabe cómo cambió en la cárcel?”.
“Espera”, dijo Rose. “No entiendo. Mamá hizo que este tipo saliera en libertad. ¿Por qué vendría por ella? ¿No debería estar agradecido?”.
“Debería”, dijo O’Malley. “Pero así no funciona una mente criminal”.
“Tiene razón”, dijo Avery. “Alguien como Howard consideraría a todas las personas que estuvieron involucradas en el proceso amenazas, incluso a mí, la abogada que logró ponerlo en libertad. Pero Howard... él no es así. En las pocas veces que fui a pedirle ayuda fue... no sé... sociable. Si albergaba rabia en mi contra, lo ocultaba excepcionalmente bien”.
“Por supuesto que lo hizo”, dijo O’Malley. “¿Crees que su escape fue un accidente? Te apuesto a que este asqueroso llevaba meses planeándolo. Tal vez incluso desde su primer día allí. Y si planeó escaparse y venir tras de ti o por lo menos involucrarte en un plan desquiciado, ¿por qué diablos te lo haría saber?”.
Avery quería discutir, pero entendía su punto. Tenía muchas razones para pensar que esta nota era de Howard. Y también sabía que el miedo inherente de la ciudad a su fuga le hacía fácil a él y a Connelly culpar a Howard por el asesinato con la pistola de clavos.
“Mira, pongamos a Howard Randall de lado por un momento”, dijo. “Alguien tiró esto por mi ventana. Solo pensé que sería mejor acudir a los canales apropiados, ya que está claro que Connelly me quiere tan lejos de cualquier cosa que pueda estar relacionada con Howard como sea posible”.
“Entiendo eso”, dijo Finley. “Hablé con él antes de venir. Está ocupado con el alcalde y la prensa en este momento”.
“¿Por Howard Randall?”.
Finley asintió.
“Dios mío”, dijo Avery. “Esto se está poniendo ridículo”.
“Bueno, entonces no te gustará lo que me ordenó hacer”, dijo O’Malley.
Ella esperó a que O’Malley se lo dijera. Veía que se sentía incómodo, que preferiría tener a Connelly aquí para que él mismo diera la orden. Finalmente suspiró y dijo: “Él quiere que te reubiquemos durante unos días. Incluso si Randall no lanzó este ladrillo, es evidente que eres el blanco de alguien, y que esa persona te está amenazando. Y sí... es probablemente porque él se escapó. Odio decirte eso, pero esto no pinta bien. Lo pusiste en libertad... y luego él comenzó a matar a gente como loco. Muchas personas...”.
“Eso es muy ridículo”, espetó Rose. “¿La gente cree que mi madre tuvo algo que ver con su fuga?”.
“Hay algunos que lo han llevado a esos extremos, sí”, admitió O’Malley. “Afortunadamente, solo ha habido rumores de eso en las noticias. ¿No los has escuchado?”, preguntó, mirando a Avery.
Pensó en los momentos que pasó en las nubes en la habitación de Ramírez. La televisión había estado encendida y había visto la cara de Howard. Pero nunca había visto su nombre, no había esperado hacerlo. Finalmente negó con la cabeza en respuesta a la pregunta de O’Malley.
“Bueno, no sé cómo te parezca a ti, pero creo que tiene toda la razón. Es necesario que te reubiques hasta que esto se esfume. Digamos que la persona que arrojó este ladrillo no es Howard. Eso significa que algún ciudadano desconocido lo arrojó. Algún idiota descontento que piensa que eres responsable de que un asesino esté prófugo. ¿Adónde quieres ir? Piénsalo mientras empacas. Finley y yo estaremos encantados de llevarte”.
“No necesito pensar”, dijo. “Ya tengo un lugar en mente”.
***
Llegaron al apartamento de Ramírez media hora más tarde. Avery había tardado menos de diez minutos para empacar lo esencial. Rose también había venido, por la insistencia de Avery y O’Malley. Después de una breve discusión, Rose había cedido, afirmando que se quedaría con su madre por solo uno o dos días... para asegurarse de que estuviera bien.
Cuando los cuatro entraron en el apartamento de Ramírez, se sintió un poco espeluznante. Aunque Ramírez técnicamente había acordado mudarse al apartamento de Avery, no tuvo la oportunidad de hacerlo. Todas sus cosas seguían allí, esperando a que volviera a casa.
Avery se movió por el apartamento, fingiendo no estar afectada. Había estado aquí varias veces y siempre le había parecido acogedor. No debería ser diferente ahora.
“¿Estás segura de esto?”, dijo Finley. “Perdón por decirlo, pero parece un poco triste”.
“Sí, pero es más triste que se quede en la habitación de hospital”, dijo Rose.
Avery quería sentirse cómoda en el lugar antes de decidir qué más hacer.
O’Malley estaba hablando por teléfono cuando entraron, organizando la vigilancia del apartamento de Avery, así como el de Ramírez. Habían sido muy cuidadosos de no ser seguidos en el camino, pero ciertamente no querían correr ningún riesgo.
A lo que Avery colocó su equipaje en el suelo de la sala de estar de Ramírez, O’Malley finalizó su llamada. Se tomó un momento, suspiró profundamente y miró por la ventana. Las calles estaban un poco menos concurridas a esta hora. “Bueno, Black”, dijo O’Malley.
“Durante los próximos tres días, tendrás vigilantes estacionados en la calle. Estarán en vehículos civiles, pero todos pertenecen a la A1”.
“Eso no es necesario”, dijo Avery. Sentía que todo esto se estaba descontrolando.
“Creo que sí lo es”, respondió O’Malley. “Llevas un buen rato sola. Se está poniendo feo. Hay justicieros en las calles buscando a Randall. La gente está empezando a profundizar en su historia y saben de ti”.
“Que sigan adelante”, pensó. “Saben que soy la abogada que logró entregarle su libertad, la libertad que utilizó para matar a otra persona. Eso es lo que realmente quieres decir”.
Pero no lo hizo. En lugar de ello, se quedó mirando por la ventana. “Los dos primeros serán Sawyer y Denison. Estarán aquí dentro de media hora. Hasta entonces... parece que somos Finley y yo”.
Rose miró a los dos oficiales y luego a su madre. “¿Esto es realmente tan grave? ¿Necesitamos protección?”.
“No”, dijo Avery. “Esto es una exageración”.
“Es para la protección de tu madre. Y la tuya también. Dependiendo de quién es el culpable del asesinato con la pistola de clavos y de haber lanzado el ladrillo y el gato por la ventana, tú también podrías estar en peligro. Depende de lo mucho que esa persona quiera vengarse de tu mamá”.
“Dejemos tanto drama”, dijo Avery, con veneno en su voz. “No asusten a mi hija”.
“Lo siento, mamá”, dijo Rose. “Pero acabo de ver a alguien arrojar un gato muerto por tu ventana con una nota amenazadora atado a él. Ahora estoy lejos de tu apartamento. Me acaban de ofrecer protección policial durante las veinticuatro horas del día. Obviamente estoy asustada”.
CAPÍTULO SEIS
Su noche tranquila había llegado a su fin. Cuando O’Malley y Finley se despidieron, el apartamento quedó en silencio. Rose se había estacionado en el sofá de Ramírez. Estaba viendo las redes sociales y enviándoles mensajes de texto a sus amigos.
“Creo que se sabes que no debes decirle a nadie lo que pasó”, dijo Avery.
“Lo sé”, dijo Rose, un poco resentida. “Espera... ¿y papá? ¿Debemos decirle?”.
Avery pensó por un momento, sopesando las opciones. Si fuera solo ella, Jack no tendría que saberlo. Pero las cosas cambiaban ahora que Rose estaba involucrada. Aun así... podría ser arriesgado.
“No”, respondió Avery. “Todavía no”.
Rose solo asintió en respuesta.
“Rose, no sé qué decirte. Esto es una mierda. Sí. Estoy de acuerdo. Esto apesta. Y lamento que tengas que lidiar con esto. No es exactamente fácil para mí”.
“Lo sé”, dijo Rose, colocando su teléfono a un lado y mirando a su madre a los ojos. “Ni siquiera me molesta la incomodidad. No, no es eso. Mamá... no tenía idea de que las cosas se habían vuelto tan peligrosas para ti. ¿Siempre es así?”.
Avery soltó una risita. “No, no siempre. Es solo que esta cosa con Howard Randall tiene a todos mirando por encima de sus hombros. Toda la ciudad está asustada y necesitan un culpable mientras buscan respuestas y una manera de sentirse seguros”.
“Mamá, ¿vamos a estar bien?”.
“Sí, creo que sí”.
“¿En serio? Entonces, ¿quién tiró ese ladrillo? ¿Fue Howard Randall?”.
“No lo sé. Personalmente, lo dudo”.
“Pero hay algo raro... algo entre ustedes dos, ¿cierto?”.
“Rose...”.
“No, quiero saberlo. ¿Cómo puedes estar tan segura?”.
Avery no vio ninguna razón para mentirle, sobre todo ahora que formaba parte de esto.
“Porque tirar un gato muerto por una ventana es demasiado obvio. Es demasiado extravagante. Y a pesar de lo que puedan decir los métodos de sus asesinatos, Howard Randall no haría eso. Un gato muerto... es casi cómico. Y no es algo que él haría. Tienes que confiar en mí, Rose”.
Avery miró por la ventana al auto Ford Focus que estaba estacionado a lo largo del borde opuesto de la calle. Podía ver la forma básica del hombro izquierdo de Denison mientras estaba sentado en el asiento del conductor. Sawyer estaría a su lado, probablemente comiendo semillas de girasol, como era conocido por hacer.
Pensando en el ladrillo y el gato, comenzó a volver a su pasado. Entre su carrera como abogada y los pocos años que había pasado como detective, la rueda de nombres y caras en su cabeza era larga. Trató de pensar en quién más podría tener razones para lanzar el ladrillo y el gato por la ventana, pero era demasiado, demasiadas caras, demasiada historia.
“Dios, pudo haber sido cualquiera...”.
Se volvió de nuevo al apartamento y trató de imaginarse la última vez que Ramírez había estado aquí. Caminó lentamente por la sala y la cocina, habiendo estado allí antes pero viendo todo como si fuera nuevo. Era un lugar pequeño, pero muy bien decorado. Todo estaba limpio y organizado, cada cosa en su lugar designado. Su nevera estaba decorada con varias fotos y postales, la mayoría de familiares que Avery no conocía, pero de los cuales había oído hablar.
“¿Cuántos de ellos saben lo que pasó?”, se preguntó. Durante su estancia en el hospital, solo dos familiares habían ido a visitarlo. Sabía que la familia de Ramírez no era muy cercana, pero le parecía triste que su familia no había ido a verlo, a pesar de que lo más probable es que sucediera lo mismo si algo le pasara a ella.
Se apartó de la nevera, las imágenes de esos extraños de repente demasiado para ella. En la sala de estar, había fotos de su vida: una de él y Finley en una barbacoa jugando herraduras; una de Ramírez terminando un maratón; una foto de él con su hermana cuando eran mucho más jóvenes, pescando a lo largo de la orilla de un estanque.
“No puedo”, dijo en voz baja.
Se volvió a Rose, con la esperanza de que no había oído su negativa audible.
Lo que vio fue a Rose dormida en el sofá. Al parecer se había quedado dormida durante los momentos que Avery había pasado mirando las fotografías. Avery estudió a su hija por un momento, sintiendo los primeros indicios de culpabilidad. Rose no debería estar aquí... no debería estar involucrada en todo esto.
“Tal vez estaría mejor si jamás la hubieses buscado para arreglar las cosas”, pensó.
No era un pensamiento pasajero, de verdad se lo preguntaba a veces. Y ahora que estaban bajo vigilancia y que las personas estaban amenazándola por los pecados de su pasado, era peor.
“Tal vez no estoy siendo amenazada por los pecados de mi pasado”, pensó. “Tal vez fue Howard. Tal vez está trastornado”.
No podía simplemente descartar la posibilidad de que Howard había matado a esa pobre chica con una pistola de clavos y luego, la noche siguiente, había arrojado un gato muerto con un mensaje amenazador por su ventana. No tenía ninguna evidencia que respaldaba que no lo había hecho, así que era lógico que sería un sospechoso.
“Lo conozco demasiado”, pensó. “He llegado a conocerlo de una forma que me hace tenerlo en alta estima. ¿Hizo eso a propósito?”.
Era un pensamiento aterrador, pero Howard era brillante. Y sabía lo mucho que le gustaban los juegos mentales. ¿La había manipulado de una forma que todavía no entendía?
Recogió sus cosas y las llevó a la habitación de Ramírez. Había metido lo esencial de la caja de expedientes de Howard Randall en una de sus maletas antes de salir de su apartamento. Sacó los archivos y los esparció por la cama.
Esta vez no perdió tiempo mirando las fotografías. Solo necesitaba los hechos. Y los hechos decían que, érase una vez, Avery Black fue una abogada que representó a un hombre que fue acusado de asesinato. Sospechó que él cometió el acto, pero no había evidencia y el caso fue derrotado en la corte. Ella ganó a la final. Howard Randall fue puesto en libertad. En el transcurso de los próximos tres meses, universitarias de dieciocho a veintiún años de edad fueron asesinadas de formas espeluznantes. A la final, Howard Randall fue capturado. No solo eso, sino que confesó haber cometido los crímenes abiertamente.
Avery había visto todo en la televisión. También había dejado su trabajo como abogada y se había sentido motivada por empezar a trabajar como detective, una carrera que casi todo el mundo le dijo estaba fuera de su alcance. Era una mujer que se sentía perseguida por el fantasma de Howard Randall antes de sus asesinatos. Tenía demasiado bagaje. Nunca lo lograría.









