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“Ojalá pudiera vernos”, murmuró Gail.
No podía verlos debido a un vidrio de visión unilateral; Riley no compartía el deseo de Gail. Caldwell ya la había mirado mucho para su gusto. Para capturarlo, había ido de encubierto. Había pretendido ser un turista en el paseo marítimo de la playa Dunes y lo había contratado para dibujar su retrato. La había adulado mucho mientras trabajaba, diciéndole que era la mujer más hermosa que había dibujado en mucho tiempo.
Supo en ese entonces que era su próxima víctima potencial. Esa noche había sido la carnada, dejándolo acecharla por la playa. Cuando había intentado atacarla, los agentes de respaldo no tuvieron problemas para atraparlo.
Su captura había sido bastante sosa. El descubrimiento de que había descuartizado y guardado a sus víctimas en un congelador había sido otra cosa. Estar junto en frente y haber visto el momento exacto en el que habían abierto el congelador fue uno de los momentos más desgarradores de la carrera de Riley. Aún sentía compasión por los familiares de las víctimas, Gail entre ellas, por tener que identificar a sus esposas, hijas y hermanas descuartizadas...
“Demasiado bellas como para vivir”, había dicho el asesino.
A Riley le asustó mucho el hecho de que él la había visto a ella de esa manera. Ella nunca se había considerado hermosa y los hombres, incluso su ex marido, Ryan, rara vez le decían que lo era. Caldwell era una excepción cruel y horrible.
Se preguntaba qué significaba que un monstruo patológico la había considerado una mujer perfectamente hermosa. ¿Había reconocido algo dentro de ella que era tan monstruoso como él? Había tenido pesadillas sobre sus ojos admiradores, sus palabras melosas y su congelador lleno de partes durante unos años después de su juicio y condena.
El equipo de ejecución colocó a Caldwell en la camilla de ejecución, le quitó las esposas, grilletes y sandalias y lo sujetaron con unas correas de cuero, dos por el pecho, dos para sostener sus piernas, dos alrededor de sus tobillos y dos alrededor de sus muñecas. Sus pies descalzos daban a la ventana. Era difícil ver su rostro.
De repente, las cortinas se cerraron sobre las ventanas del observatorio. Riley entendió que esto era ocultar la fase de la ejecución donde algo pudiera salir mal, que al equipo le cuestora encontrar una vena adecuada, por ejemplo. Aún así, le pareció peculiar. Las personas en ambos observatorios estaban a punto de ver a Caldwell morir, pero no tenían permitido presenciar la inserción mundana de las agujas. Las cortinas se mecían un poco, aparentemente por los movimientos de los miembros del equipo que estaban del otro lado.
Cuando abrieron las cortinas de nuevo, las vías intravenosas estaban en su lugar, pasando de los brazos del prisionero por huecos en las cortinas plásticas. Algunos miembros del equipo de ejecución se habían colocado detrás de las cortinas, donde administrarían las drogas letales.
Un hombre sostenía el auricular del teléfono rojo, listo para contestar una llamada que seguramente nunca llegaría. Otro le hablaba a Caldwell, sus palabras un sonido apenas audible debido al mal sistema de sonido. Le estaba preguntando a Caldwell si tenía unas palabras finales.
En cambio, la respuesta de Caldwell se escuchó bastante bien.
“¿Está aquí la agente Paige?”, preguntó.
Sus palabras impactaron a Riley.
El funcionario no respondió. No tenía derecho a saber la respuesta a esa pregunta.
Después de un silencio tenso, Caldwell habló de nuevo.
“Díganle a la agente Paige que hubiese deseado poder plasmar su belleza con mi arte”.
Aunque Riley no podía ver su rostro claramente, pensó haberlo oído soltar una risita.
“Eso es todo”, dijo. “Estoy listo”.
Riley estaba llena de rabia, horror y confusión. Esto era lo último que había esperado. Derrick Caldwell había elegido hablar de ella en sus momentos finales. Y era incapaz de hacer algo al respecto por estar sentada detrás de este vidrio irrompible.
Lo hizo comparecer ante la justicia pero, a la final, logró vengarse de una forma enfermiza.
Sintió la pequeña mano de Gail sosteniendo la suya.
“Dios mío”, pensó Riley. “Me está consolando”.
Riley trató de controlar sus náuseas.
Caldwell dijo una cosa más.
“¿Lo sentiré cuando comience?”.
Tampoco recibió respuesta a esa pregunta. Riley podía ver el líquido moverse por los tubos transparentes de las vías. Caldwell respiró profundamente y aparentemente se quedó dormido. Su pie izquierdo tembló un par de veces, y luego se quedó inmóvil.
Después de un momento, uno de los guardias pellizcó ambos pies, sin obtener una reacción. Parecía un gesto bastante peculiar, pero Riley entendió que el guardia estaba asegurándose que el sedante estuviera funcionando y que Caldwell estaba totalmente inconsciente.
El guardia les dijo algo inaudible a las personas que se encontraban detrás de la cortina. Riley vio líquido moverse por las vías de nuevo. Sabía que esta segunda droga detendría sus pulmones. En poco tiempo, una tercera droga detendría su corazón.
Riley se encontró pensando en lo que estaba viendo mientras la respiración de Caldwell se hacía más lenta. ¿Cómo era diferente esto de las veces que ella misma había usado fuerza letal? Ella había matado a varios asesinos en el cumplimiento de su deber.
Pero esto no era nada como esas otras muertes. En comparación, era extrañamente controlada, limpia, clínica, inmaculada. No parecía correcta. Irracionalmente, Riley se encontró pensando...
“No debí haberlo dejado llegar a este punto”.
Sabía que no tenía razón, que había llevado a cabo la captura de Caldwell con profesionalismo. Pero aún así pensó...
“Debí haberlo matado yo misma”.
Gail sostuvo la mano de Riley por diez largos minutos. Finalmente, el funcionario que estaba al lado de Riley dijo algo que Riley no pudo escuchar.
El director salió de detrás de la cortina y habló en una voz bastante clara como para ser entendida por todos los testigos.
“La pena de muerte fue ejecutada con éxito a las 9:07 a.m.”.
Luego las cortinas se cerraron de nuevo. Los testigos ya habían visto lo que habían venido a ver. Los guardias entraron en el observatorio e instaron a todos a irse lo más pronto posible.
Gail tomó la mano de Riley de nuevo a lo que todos salieron al pasillo.
“Siento que dijo lo que dijo”, le dijo Gail.
Riley se sobresaltó. ¿Cómo podría Gail preocuparse por los sentimientos de Riley en un momento como este, cuando por fin había comparecido ante la justicia el asesino de su propia hija?
“¿Cómo te sientes, Gail?”, preguntó mientras caminaban rápidamente hacia la salida.
Gail caminó en silencio por un momento. Tenía una expresión vacía en su rostro.
“Está hecho”, dijo finalmente, su voz fría y entumecida. “Está hecho”.
Salieron del edificio a la luz del día. Riley pudo ver dos muchedumbres al otro lado de la calle, cada una fuertemente controlada por la policía. En un lado había un grupo que estaba de acuerdo con la ejecución, tenían carteles odiosos, algunos soeces y obscenos. Estaban llenos de júbilo, y era comprensible. Del otro lado estaban los que abogaban en contra de la pena de muerte, también con sus propios carteles. Habían pasado toda la noche aquí celebrando una vigilia. Estaban mucho más tranquilos.
Riley no sintió compasión por ninguno de los dos grupos. Estas personas estaban aquí por ellos mismos, para hacer un espectáculo público de su indignación y rectitud, actuando en aras de su propia autocomplacencia. En su opinión, no tenían por qué estar aquí—no estaban entre aquellos cuyo dolor y aflicción era demasiado real.
Había una multitud de reporteros entre la entrada y las muchedumbres con camiones de prensa cerca. Mientras Riley caminaba entre ellos, una mujer corrió hasta ella con un micrófono y un camarógrafo detrás de ella.
“¿Agente Paige? “¿Eres la agente Paige?”, preguntó.
Riley no respondió. Ella intentó pasar a la reportera.
La reportera la siguió tenazmente. “Nos enteramos que Caldwell la mencionó en sus últimas palabras. ¿Algún comentario?”.
Otros reporteros se acercaron a ella, haciendo la misma pregunta. Riley apretó los dientes y siguió por la multitud. Por fin logró liberarse de ellos.
Se encontró pensando en Meredith y Bill mientras se apresuraba para llegar a su carro. Ambos la habían implorado a tomar un nuevo caso. Y estaba evitando darles una respuesta.
“¿Por qué?”, se preguntó.
Se acababa de escapar de los reporteros. ¿Estaba tratando de escapar de Bill y Meredith también? ¿Estaba tratando de escapar de quién era realmente y de todo lo que tenía que hacer?
*
Riley estaba feliz de estar en casa. La muerte que había presenciado esa mañana la había dejado con una sensación de vacío y el viaje de regreso a Fredericksburg había sido cansón. Pero cuando abrió la puerta de su casa adosada, algo no parecía estar bien.
Había demasiado silencio. April ya debería haber regresado de la escuela. ¿Dónde estaba Gabriela? Riley entró en la cocina y la encontró vacía. Encontró una nota sobre la mesa de la cocina.
“Me voy a la tienda”, decía. Gabriela había ido a la tienda.
Riley agarró el espaldar de una silla cuando se vio inmersa en una ola de pánico. April había sido secuestrada de la casa de su padre en otra ocasión en la que Gabriela había ido a la tienda.
Oscuridad, un atisbo de una llama.
Riley se dio la vuelta y corrió al pie de las escaleras.
“April”, gritó.
No hubo respuesta.
Riley corrió por las escaleras. Los dormitorios estaban vacíos. No había nadie en su pequeña oficina.
El corazón de Riley latía con fuerza, sin importar que su mente le estaba diciendo que era una tonta. Su cuerpo no estaba escuchando a su mente.
Corrió al piso inferior y luego a la cubierta trasera.
“April”, gritó.
Pero nadie jugaba en el patio de al lado y no había niños a la vista.
Logró controlarse para no dejar escapar otro grito. No quería que los vecinos se convencieran de que estaba realmente loca. No tan pronto.
Buscó en su bolsillo, sacó su teléfono celular y le envió un mensaje de texto a su hija.
No recibió ninguna respuesta.
Riley entró en su casa y se sentó en el sofá. Sujetaba su cabeza con sus manos.
Estaba de nuevo en el sótano de poca altura, acostada sobre la suciedad en la oscuridad.
Pero la luz se estaba moviendo hacia ella. Podía ver su rostro cruel en el resplandor de las llamas. Pero no sabía si el asesino venía por ella o por April.
Riley se obligó a separar la visión de su realidad.
“Peterson está muerto”, se dijo enfáticamente. “Nunca nos volverá a torturar”.
Se sentó en el sofá y trató de concentrarse en el aquí y en el ahora. Estaba aquí en su nueva casa, en su nueva vida. Gabriela había ido a la tienda. April seguramente estaba en algún sitio cercano.
Su respiración se volvió más lenta, pero no pudo obligarse a ponerse de pie. Tenía miedo que iría al patio y gritaría de nuevo.
Después de lo pareció ser mucho tiempo, Riley oyó la puerta principal abrirse.
April entró por la puerta, cantando.
Ahora Riley pudo ponerse de pie. “¿Dónde coño andabas?”.
April se veía sobresaltada.
“¿Cuál es tu problema, Mamá?”.
“¿Dónde andabas? ¿Por qué no respondiste mi mensaje de texto?”.
“Disculpa, tenía el celular en silencio. Estaba en casa de Cece, Mamá. Al otro lado de la calle. Cuando nos bajamos del autobús escolar, su mamá nos ofreció helado”.
“¿Y cómo iba a saber dónde andabas?”.
“No creía que llegarías a casa antes que yo”.
Riley se oyó a sí misma gritar, pero no pudo contenerse. “No me importa lo que creas. No estabas pensando. Siempre tienes que dejarme saber…”.
Las lágrimas que corrían por las mejillas de April finalmente la detuvieron.
Riley recuperó el aliento, corrió hacia April y la abrazó. Al principio, el cuerpo de April estaba rígido por su rabia, pero Riley la sintió relajarse poco a poco. Entró en cuenta que ella también estaba llorando.
“Lo siento”, dijo Riley. “Lo siento. Es solo que hemos pasado por tantas… tantas cosas terribles”.
“Pero ya todo acabó”, dijo April. “Mamá, ya todo acabó”.
Ambas se sentaron en el sofá. Era un sofá nuevo, lo había comprado luego de mudarse a esta casa. Lo había comprado para su nueva vida.
“Sé que todo acabó”, dijo Riley. “Sé que Peterson está muerto. Estoy tratando de acostumbrarme a eso”.
“Mamá, todo está mucho mejor ahora. No tienes que preocuparte por mí todo el tiempo. Y no soy una chiquilla. Tengo quince años”.
“Y eres muy inteligente”, dijo Riley. “Lo sé. Tengo que seguir recordándomelo. Te amo, April”, dijo. “Por eso es que me porto tan loca a veces”.
“Yo también te amo, Mamá”, dijo April. “No te preocupes tanto”.
Riley estaba encantada de ver a su hija sonreír de nuevo. April había sido secuestrada, había sido la prisionera de Peterson y había sido amenazada con esa llama. Parecía que ya era una adolescente absolutamente normal de nuevo, aún si su madre no había recuperado su estabilidad.
Aún así, Riley no podía dejar de preguntarse si todavía había memorias oscuras en algún lugar de la mente de April que estaban a punto de estallar.
En cuanto a sí misma, sabía que tenía que hablar con alguien sobre sus propios miedos y pesadillas recurrentes. Y tenía que hacerlo lo más pronto posible.
Capítulo Seis
Riley se movía nerviosamente en su silla mientras pensaba en lo que quería decirle a Mike Nevins. Se sentía agitada y nerviosa.
“Tómate tu tiempo”, dijo el psiquiatra forense, estirando el cuello en su silla de oficina y mirándola fijamente con preocupación.
Riley se rio tristemente. “Ese es el problema”, dijo. “No tengo tiempo. He estado postergándolo. Tengo que tomar una decisión. Ya no puedo postergarlo más. ¿Alguna vez me habías visto tan indecisa?”.
Mike no respondió. Solo sonrió y presionó las puntas de sus dedos.
Riley estaba acostumbrada a este silencio de Mike. El hombre apuesto y algo irritable había sido muchas cosas para ella durante los años—un amigo, un terapeuta, hasta un mentor. Últimamente acudía a él para saber su perspectiva sobre la mente oscura de un criminal. Pero esta visita era diferente. Lo había llamado anoche después de llegar a casa de la ejecución y había conducido a su oficina en DC esta mañana.
“¿Cuáles son tus opciones, exactamente?”, preguntó finalmente.
“Bueno, creo que tengo que decidir lo que voy a hacer con el resto de mi vida, o enseñar o ser agente de campo. O hacer otra cosa completamente”.
Mike se rio un poco. “Un momento. No tratemos de planificar todo tu futuro ahora mismo. Concentrémonos en el presente. Meredith y Jeffreys quieren que tomes un caso. Solo un caso. Esto no significa que tienes que escoger una de las dos. Nadie está diciendo que tienes que dejar de enseñar. Y todo lo que tienes que hacer es decir sí o no esta vez. ¿Entonces cuál es el problema?”.
Ahora le tocó a Riley guardar silencio. No sabía cuál era el problema. Por eso estaba aquí.
“Supongo que estás asustada”, dijo Mike.
Riley tragó grueso. Sí, eso era. Estaba asustada. No había querido admitirlo, ni siquiera a sí misma. Pero ahora Mike iba a hacerla hablar del tema.
“¿A qué le tienes miedo?”, preguntó Mike. “Dijiste que estabas teniendo pesadillas”.
Riley siguió guardando silencio.
“Esto obligatoriamente tiene que ver con tu TEPT”, dijo Mike. “¿Todavía estás teniendo flashbacks?”.
Riley había estado esperando esa pregunta. Después de todo, Mike era el que más la había ayudado a tratar de superar el trauma de su terrible experiencia.
Inclinó su cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Por un momento sintió que estaba en la jaula oscura de Peterson de nuevo y él estaba amenazándola con una llama de propano. Meses después de haber sido la prisionera de Peterson, esa memoria aún la atormentaba de vez en cuando.
Pero luego había rastreado y matado a Peterson. De hecho, lo había molido a golpes.
“Si eso no es cierre emocional, no sé qué lo será entonces”, pensó.
Ahora los recuerdos parecían impersonales, como si estuviera viendo la historia de otra persona desarrollarse.
“Estoy mejor”, dijo Riley. “Son más cortos y mucho menos comunes”.
“¿Y tu hija?”.
La pregunta fue como un golpe para Riley. Sentía el eco del horror que había experimentado cuando Peterson había capturado a April. Aún podía oír los gritos de April pidiendo ayuda.
“Creo que no he superado eso”, dijo. “Me despierto asustada pensando que la volvieron a raptar. Tengo que ir a su habitación y asegurarme de que está bien y que está durmiendo”.
“¿Esa es la razón por la cual no quieres tomar otro caso?”.
Riley se estremeció. “No quiero que pase por algo así de nuevo”.
“Eso no responde mi pregunta”.
“No, no supongo que lo hace”, dijo Riley.
Cayó otro silencio.
“Tengo la sensación de que hay algo más”, dijo Mike. “¿Qué más te da pesadillas? ¿Qué más te despierta por las noches?”.
Sintió una sacudida de terror en su mente en ese instante.
Sí, había algo más.
Incluso con sus ojos abiertos, podía ver el rostro grotescamente inocente de Eugene Fisk con sus ojos pequeños, redondos y brillantes. Riley lo había mirado profundamente a los ojos durante su enfrentamiento fatal.
El asesino había colocado una navaja recta en la garganta de Lucy Vargas. En ese momento, Riley había indagado en sus más grandes miedos. Había hablado de las cadenas, esas cadenas que él creía que le estaban hablando, obligándole a cometer asesinato tras asesinato, encadenando a las mujeres y rajando sus gargantas.
“Las cadenas no quieren que te lleves a esta mujer”, le había dicho Riley. “Ella no es lo que necesitan. Sabes lo que las cadenas quieren que hagas en vez”.
Eugene había asentido con la cabeza con los ojos llenos de lágrimas. Luego se hizo a sí mismo lo que le había hecho a sus víctimas—se pasó la cuchilla por su cuello.
Se rajó la garganta ante de los ojos de Riley.
Y ahora, sentada aquí en la oficina de Mike Nevins, su propio horror casi la ahoga.
“Maté a Eugente”, dijo jadeando.
“Te refieres al asesino de la cadenas. Bueno, no fue el primer hombre que mataste”.
Es cierto, no era la primera vez en la que había usado fuerza letal. Pero con Eugene había sido muy diferente. Pensaba en su muerte muy a menudo, pero nunca había hablado de eso con nadie.
“No usé una pistola ni una roca ni mis puños”, dijo. “Lo maté con comprensión, con empatía. Mi mente es un arma mortal. No sabía eso. Me aterra, Mike”.
Mike asintió con compasión. “Tú sabes lo que dijo Nietzsche sobre mirar un largo tiempo al abismo”, dijo.
“El abismo también mira dentro de ti”, dijo Riley, terminando el famoso dicho. “Pero he hecho mucho más que mirar al abismo. Prácticamente he vivido allí. Casi me siento cómoda allí. Es como un segundo hogar. Me asusta demasiado, Mike. Uno de estos días quizás entre a ese abismo y no salga más. Y quién sabe a quién podría herir, o matar”.
“Bueno”, dijo Mike, reclinándose en su silla. “Tal vez estamos progresando”.
Riley no estaba tan segura. Y no se sentía ni cerca a tomar una decisión.
*
Cuando Riley entró por su puerta principal más tarde, April bajó por las escaleras rápidamente para saludarla.
“Ay Mamá, ¡tienes que ayudarme! ¡Ven!”.
Riley siguió a April por las escaleras hasta su habitación. Tenía una maleta abierta sobre su cama con un montón de ropa a su alrededor.
“¡No sé qué empacar!”, dijo April. “¡Nunca he tenido que hacer esto antes!”.
Sonriendo por la mezcla de pánico y euforia de su hija, Riley comenzó a ayudarla a acomodar sus cosas. April se iría de excursión escolar mañana a las cercanías de Washington, DC. Iría con un grupo de estudiantes del curso de Historia Estadounidense Avanzada y sus maestras.
Riley sintió un poco de aprensión luego de haber firmado los permisos y pagado las tasas extras. April había sido prisionera de Peterson en Washington, y aunque habían estado lejos en el borde de la ciudad, a Riley le preocupaba que el viaje podría hacer que el trauma saliera a la superficie. Pero a April le parecía estar yendo muy bien, tanto académicamente como emocionalmente. Y el viaje era una oportunidad maravillosa.
Riley se dio cuenta que se estaba divirtiendo mientras ella y April bromeaban y terminaban de empacar su maleta. Ese abismo del que había hablado con Mike hace un tiempo parecía estar muy lejos. Todavía tenía una vida fuera de ese abismo. Era una buena vida, y estaba determinada a seguir teniéndola, sin importar la decisión que tomara.
Gabriela entró en la habitación mientras estaban arreglando las cosas.
“Señora Riley, mi taxi estará aquí pronto”, dijo con una sonrisa. “Ya empaqué mis cosas, están en la puerta”.
Casi había olvidado que Gabriela se iba. Gabriela había pedido tiempo libre para ir a visitar a sus familiares en Tennessee ya que April no iba a estar. Riley estaba más que contenta de darle el permiso.
Abrazó a Gabriela y le dijo: “Buen viaje”.
La sonrisa de Gabriela desapareció un poco y añadió: “Me preocupo”.
“¿Estás preocupada?”, le preguntó sorprendida. “¿Qué te preocupa, Gabriela?”.
“Tú”, respondió Gabriela. “Estarás sola en esta nueva casa”.
Riley se rio un poco. “No te preocupes, puedo cuidar de mí misma”.
“Pero no has estado sola desde que pasaron todas esas cosas terribles”, dijo Gabriela. “Me preocupa”.
Las palabras de Gabriela pusieron a Riley a pensar. Lo que ella decía era cierto. Desde el calvario que había vivido con Peterson, al menos April siempre había estado a su lado. ¿Podría abrirse un vacío oscuro y aterrador en su nuevo hogar? ¿El abismo podría estar acechándola en este mismo momento?
“Estaré bien”, dijo Riley. “Diviértete con tu familia”.
Gabriela sonrió y le entregó a Riley un sobre. “Esto estaba en el buzón”, dijo.
Gabriela abrazó a April, luego abrazó a Riley de nuevo y bajó las escaleras para esperar a su taxi.
“¿Qué pasa, Mamá?”, preguntó April.
“No lo sé”, dijo Riley. “No fue enviado por correo”.
Abrió el sobre y encontró una tarjeta plástica adentro. Las letras decorativas de la tarjeta leían “El Grill de Blaine”. Luego leyó lo que decía más abajo: “Cena para dos”.
“Creo que es una tarjeta de regalo de nuestro vecino”, dijo Riley. “Eso es muy amable de su parte. Podemos ir a cenar allí cuando vuelvas”.
“¡Mamá!”, exclamó April. “Esa tarjeta no es para las dos”.
“¿Cómo así?”.
“Te está invitando a cenar”.
“¡Ah! ¿En serio? No dice eso aquí”.
April negó con la cabeza. “No seas tonta. Quiere salir contigo. Crystal me dijo que le gustas a su papá. Y es muy lindo”.
Riley pudo sentir su rostro sonrojarse. No podía recordar la última vez que alguien la había invitado a salir. Pasó muchos años casada con Ryan. Desde su divorcio se había concentrado en instalarse en su nuevo hogar y en las decisiones que tenía que tomar acerca de su trabajo.
“Estás sonrojada”, dijo April.
“Terminemos de empacar tus cosas”, interrumpió Riley. “Tendré que pensar en todo esto ahora”.
Ambas volvieron a la tarea de ordenar ropa. Después de unos minutos de silencio, April dijo, “Estoy preocupada por ti, Mamá. Como dijo Gabriela...”.
“Estaré bien”, dijo Riley.
“¿Segura?”.
Riley no sabía qué contestar. Seguramente había enfrentado peores pesadillas que una casa vacía — asesinos psicópatas obsesionados con cadenas, muñecas y sopletes. ¿Pero podrían liberarse un montón de demonios internos ahora que estaría sola? Una semana comenzó a parecer un largo tiempo en ese instante. Y la posibilidad de decidir si saldría o no con el vecino también parecía aterradora de cierta forma.