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«Pero es lo que hago», pensó.
Y en el fondo, sabía que su trabajo era bueno. De alguna manera, se lo debía a sus hijas seguir haciéndolo, no solo para protegerlas de monstruos, sino para demostrarles que los monstruos podían ser derrotados.
Necesitaba seguir siendo un ejemplo para ellas.
«Es mejor así», pensó.
Cuando el avión se detuvo en la explanada, Riley sacudió a Jilly.
—Despierta, dormilona —le dijo—. Ya llegamos.
Jilly se quejó un poco, y luego esbozó una sonrisa cuando vio a la perra en su jaula. Darby acababa de despertarse y estaba mirando a Jilly y moviendo la cola alegremente.
Luego Jilly miró a Riley con alegría en sus ojos.
—Realmente lo logramos, mamá —dijo—. Ganamos.
Riley la abrazó fuertemente y dijo: —Claro que sí, cariño. Ahora realmente eres mi hija, y yo tu mamá. Y nada podrá cambiar eso.
*
Cuando Riley, Jilly y la perra llegaron a su casa adosada, April estaba esperándolas en la puerta. Adentro estaba Blaine, el novio divorciado de Riley, y su hija de quince años de edad, Crystal, quien también era la mejor amiga de April. El ama de llaves guatemalteca de la familia, Gabriela, estaba mirando desde cerca.
Riley y Jilly habían reportado las buenas noticias desde Phoenix y habían llamado de nuevo al aterrizar para avisar que estaban de regreso, pero no habían mencionado a la cachorra. Todos estaban allí para recibir a Jilly, pero después de un momento, April se inclinó para mirar la jaula que Riley había colocado en el suelo.
—¿Qué es eso?—preguntó.
Jilly simplemente se echó a reír.
—Es algo vivo —dijo Crystal.
Jilly abrió la jaula para que Darby saliera. Tenía los ojos bien abiertos y parecía un poco preocupada.
—¡Dios mío! ¡Dios mío! —gritó Crystal.
—¡Tenemos una perrita! —chilló April—. ¡Tenemos una perrita!
Riley se echó a reír al recordar cuán tranquila y serena había parecido April cuando hablaron la noche anterior. Ahora toda esa madurez adulta había desaparecido repentinamente, y April se estaba comportando como una adolescente otra vez. Era maravilloso.
Jilly tomó a Darby en sus brazos. No le tomó a la perra mucho tiempo comenzar a disfrutar de toda la atención.
Mientras las chicas continuaron hablando ruidosamente de la perra, Blaine le preguntó a Riley: —¿Cómo salió todo? ¿Ya está todo resuelto?
—Sí —le dijo Riley, sonriendo—. Se acabó. Jilly es legalmente mía.
Todos los demás estaban demasiado entusiasmados con la perra como para hablar de la adopción.
—¿Cuál es su nombre? —dijo April, sosteniendo la perra.
—Darby —le dijo Jilly a April.
—¿De dónde la sacaste? preguntó Crystal.
Riley se echó a reír y dijo: —Bueno, eso es toda una historia. Danos unos minutos para instalarnos y la contaremos.
—¿Qué raza es? —preguntó April.
—Parte Chihuahua, creo —dijo Jilly.
Gabriela tomó la perra de las manos de April y la examinó cuidadosamente.
—Sí, es parte Chihuahua, y también otras razas —dijo la mujer robusta—. Es una perra mestiza. Los perros mestizos son los mejores. Aunque le falta un poco por crecer, se quedará pequeña. ¡Bienvenida, Darby! ¡Nuestra casa es tuya también! —Le entregó la cachorra a Jilly y le dijo—: Necesitará agua y comida después de que todo se calme. Tengo unos restos de pollo que podemos darle más tarde, pero vamos a tener que comprar comida para perros pronto.
Siguiendo las instrucciones de Gabriela respecto a Darby, las chicas subieron las escaleras a toda prisa al cuarto de Jilly para hacerle una cama y dejar periódicos viejos en caso de que tuviera que ir al baño durante la noche.
Entretanto, Gabriela sirvió la comida, un delicioso plato guatemalteco llamado pollo encebollado. Pronto todos se sentaron a comer.
Blaine, quien era chef y dueño de un restaurante, elogió la comida y le hizo un montón de preguntas a Gabriela sobre la misma. Luego la conversación giró en torno hacia todo lo que había pasado en Phoenix. Jilly insistió en contar toda la historia. Blaine, Crystal, April y Gabriela escucharon boquiabiertos la escena salvaje en la sala de tribunal, y luego la aventura aún más salvaje en el aeropuerto.
Y, por supuesto, todo el mundo estaba encantado de escuchar sobre la nueva perra que había entrado en sus vidas.
«Somos una familia ahora —pensó Riley—. Y es genial estar en casa.»
También sería genial volver al trabajo mañana.
Después del postre, Blaine y Crystal se fueron a casa, y April y Jilly fueron a la cocina para alimentar a Darby. Riley se sirvió una copa y se sentó en la sala de estar.
Se sintió relajarse más con cada minuto que pasaba. Aunque había sido un día de locos, ya se había acabado.
En ese momento, su teléfono sonó, y vio que la llamada era de Atlanta.
Eso sorprendió a Riley. ¿Podría ser Morgan de nuevo? ¿Quién más la estaría llamando desde Atlanta?
Ella cogió el teléfono y escuchó la voz de una mujer. —¿Agente Paige? Mi nombre es Jared Ruhl. Soy un oficial de policía aquí en Atlanta. La centralita de Quantico me dio tu número.
—¿Qué puedo hacer por ti, oficial Ruhl? —dijo Riley.
Con voz vacilante, Ruhl dijo: —Bueno, supongo que sabes que arrestamos a una mujer por el asesinato de Andrew Farrell anoche. Su esposa, Morgan. De hecho, ¿tú no eres la persona que lo reportó?
Riley se sintió inquieta.
—Sí —dijo.
—También he oído que Morgan Farrell te llamó justo después del asesinato, antes de llamar a nadie más.
—Eso es correcto.
En ese momento cayó un silencio. Riley percibía que Ruhl estaba luchando con lo que quería decir.
Finalmente dijo: —Agente Paige, ¿qué sabes sobre Morgan Farrell?
Riley entrecerró los ojos con preocupación y dijo: —Oficial Ruhl, creo que no debo hacer ningún comentario. Realmente no sé nada de lo sucedido, y no es un caso del FBI.
—Entiendo. Lo siento, supongo que no debí haberte llamado… —Su voz se quebró y luego añadió—: Pero agente Paige, no creo que Morgan Farrell mató a su esposo. Soy nuevo, y sé que tengo mucho que aprender… pero no me parece una asesina.
Esas palabras sobresaltaron a Riley.
Morgan Farrell tampoco le había parecido una asesina. Pero tenía que tener cuidado con lo que le decía a Ruhl. No estaba del todo segura de que debería estar teniendo esta conversación en absoluto.
Ella le preguntó a Ruhl: —¿Ha confesado?
—Me dicen que sí. Y todo el mundo cree en su confesión. Mi compañero, el jefe de la policía, el fiscal—absolutamente todos. Excepto yo. Y no puedo evitar preguntarme si…
No terminó su frase, pero Riley sabía qué se estaba preguntando.
Quería saber si Riley creía a Morgan capaz de asesinato.
Lentamente y con cautela, dijo: —Oficial Ruhl, aprecio su preocupación. Pero no es apropiado especular sobre el asunto. Supongo que es un caso local, y a menos que se le solicite al FBI ayudar en la investigación, bueno… francamente, no es asunto mío.
—Por supuesto, disculpa —dijo Ruhl educadamente—. Debí haberlo sabido. De todos modos, gracias por atender mi llamada. No te volveré a molestar.
Finalizó la llamada, y Riley se quedó mirando el teléfono mientras bebía de su vaso.
Las chicas le pasaron por el lado, seguidas de cerca por la cachorra. Estaban de camino a la sala de estar para jugar, y Darby parecía muy feliz.
Riley las vio pasar con una profunda sensación de satisfacción. Pero entonces los recuerdos de Morgan Farrell comenzaron a invadir su mente.
Ella y su compañero, Bill Jeffreys, habían ido a la mansión de los Farrell para entrevistar al esposo de Morgan en relación con la muerte de su propio hijo.
Recordó que Morgan había parecido casi demasiado débil como para estar de pie, apoyándose contra el pasamano de la escalera mientras su esposo la miraba como si fuera un trofeo.
Recordó la mirada distante y aterrada de la mujer.
También recordó lo que Andrew Farrell había dicho de ella tan pronto como estuvo fuera del alcance del oído: —Una modelo muy famosa, tal vez la han visto en portadas de revistas.
Y con respecto a lo mucho menor que era Morgan, había añadido: —Una madrastra nunca debe ser mayor que el hijo mayor de su esposo. Me aseguré de eso con todas mis esposas.
Riley ahora sentía la misma frialdad que había sentido en aquel entonces.
Para Andrew Farrell, Morgan obviamente no había sido nada más que una baratija costosa para mostrar en público, no un ser humano.
Finalmente Riley recordó lo que le había pasado a la esposa anterior de Andrew Farrell.
Se había suicidado.
Riley le entregó su tarjeta del FBI a Morgan FBI dado que le había preocupado que la mujer pudiera correr la misma suerte o morir en otras circunstancias siniestras. Lo último que había imaginado era que Morgan mataría a su esposo, o a cualquier otra persona.
Riley comenzó a sentir un cosquilleo familiar—el cosquilleo que sentía cuando sus instintos le decían que las cosas no eran lo que parecían.
Normalmente, ese cosquilleo era una señal que le indicaba que debía investigar más.
¿Pero ahora?
«No, no es de mi incumbencia», se dijo a sí misma.
¿O sí lo era?
Mientras que estaba pensando en todo eso, su teléfono volvió a sonar. Esta vez vio que la llamada era de Bill. Ella había enviado un mensaje de texto hace un rato diciéndole que todo estaba bien y que estaría en casa esta noche.
—Hola, Riley —dijo cuando atendió—. Solo llamo para ver cómo están las cosas. ¿Les fue bien en Phoenix?
—Gracias por llamar, Bill —respondió Riley—. Sí, se finalizó la adopción.
—Espero que no haya habido ningún incidente —dijo Bill.
Riley no pudo evitar reírse.
—De hecho, hubo cierta violencia. Y una perra.
Oyó a Bill reírse.
—¿Violencia y una perra? ¡Estoy intrigado! ¡Cuéntame más!
—Lo haré cuando nos veamos —dijo Riley—. Mejor te lo cuento todo cara a cara.
—Lo ansío. Bueno, supongo que nos vemos mañana en Quantico.
Riley se quedó en silencio mientras sopesaba una extraña decisión.
Le dijo a Bill: —No creo. Creo que tomaré unos días más de descanso.
—Bueno, ciertamente lo mereces. Felicidades de nuevo.
Cuando finalizaron la llamada, Riley subió las escaleras a su dormitorio. Encendió su computadora y luego reservó un vuelo a Atlanta para mañana por la mañana.
CAPÍTULO OCHO
Para la tarde del día siguiente, Riley estaba sentada en la oficina del jefe de policía de Atlanta, Elmo Stiles. El hombre grande y rudo no parecía nada contento con lo que Riley le había estado diciendo.
Finalmente gruñó: —A ver si lo entiendo bien, agente Paige. Vino hasta aquí desde Quantico para entrevistar a Morgan Farrell, a quien tenemos en custodia por el asesinato de su esposo. Pero no solicitamos la ayuda del FBI. De hecho, el caso ya está cerrado. La esposa confesó. Morgan es culpable y eso es todo. Entonces, ¿qué haces aquí?
Riley trató de proyectar un aire de confianza y dijo: —Ya te lo dije. Necesito hablar con ella sobre otra cuestión, un caso completamente diferente.
Stiles la miró con escepticismo y dijo: —Un caso diferente del cual no me puedes hablar.
—Eso es correcto —dijo Riley.
Era mentira, por supuesto. Por enésima vez desde que había volado desde DC esta mañana, se preguntó qué demonios estaba haciendo. Estaba acostumbrada a romper las reglas, pero estaba cruzando una línea pretendiendo estar aquí por un caso del FBI inexistente.
¿Por qué había creído que esto podría ser buena idea?
—¿Y si digo que no? —dijo Stiles.
Riley sabía perfectamente bien que estaba en todo su derecho de hacerlo, y que tendría que irse si eso pasaba. Pero no quería decirlo. No le quedaba de otra que seguir mintiendo…y muy bien.
Ella dijo: —Jefe Stiles, créeme que no estaría aquí si no fuera sumamente importante y urgente. Simplemente no puedo decirte de qué se trata.
El jefe Stiles tamborileó los dedos sobre la mesa por unos momentos.
Luego dijo: —Tu reputación te precede, agente Paige.
Riley se encogió un poco por dentro.
«Eso podría ser bueno o malo», pensó.
Era muy conocida y respetada por sus buenos instintos, su capacidad para entrar en la mente de asesinos y su habilidad para resolver casos aparentemente imposibles de resolver.
También era conocida por ser a veces una molestia y un tanto impredecible, y a menudo no les agradaba a las autoridades locales que tenían que trabajar con ella.
No sabía a cuál de esas reputaciones podría estar refiriéndose el jefe Stiles.
Deseaba poder leer sus gestos, pero tenía una de esas caras que probablemente nunca parecían satisfechas con nada.
Lo que Riley realmente temía en este momento era la posibilidad de que Stiles podría hacer lo más lógico: coger el teléfono y llamar a Quantico para confirmar que estaba aquí por un caso del FBI. Si lo hacía, nadie en Quantico la cubriría. De hecho, se metería en muchos problemas.
«Bueno, no sería la primera vez», pensó.
El jefe Stiles finalmente dejó de tamborilear con los dedos, se levantó de su escritorio y dijo: —Bueno, no soy quien para interponerme en el camino del FBI. Te llevaré a la celda de Morgan Farrell.
Conteniendo un suspiro de alivio, Riley se levantó y siguió a Stiles fuera de su oficina. Mientras la conducía a través de la comisaría abarrotada de actividad, Riley se preguntó si alguno de los policías a su alrededor podría ser Jared Ruhl, el oficial que la había llamado la noche anterior. No lo reconocería si lo viera. Pero ¿él sabía quién era ella?
Riley esperaba que no fuera así, por su bien y el suyo. Recordó diciéndole por teléfono respecto a la muerte de Andrew Farrell: —Eso no es asunto mío.
Había dicho lo correcto, y sería mejor para Ruhl si creía que Riley se mantendría firme con su decisión. Se podría meter en muchos problemas si el jefe Stiles descubría que la había consultado respecto al caso.
Mientras Stiles la condujo hasta la cárcel, Riley estaba casi ensordecida por el ruido. Los prisioneros estaban golpeando las barras de las celdas y discutiendo entre ellos en voz alta. También estaban gritándole a Riley mientras pasaba por sus celdas.
Stiles finalmente le ordenó a un guardia abrir la celda ocupada por Morgan Farrell y Riley entró. La mujer estaba sentada en la cama mirando el piso, aparentemente inconsciente de que alguien había llegado.
Su apariencia impactó a Riley. Riley recordaba a Morgan como una mujer extremadamente delgada y de aspecto frágil. Se veía aún más delgada y frágil ahora, vestida con un mono naranja que parecía demasiado grande para ella.
También parecía estar muy agotada. La última vez que Riley la había visto, había estado completamente maquillada, pareciendo la modelo que había sido antes de casarse con Andrew Farrell. Sin maquillaje, parecía sorprendentemente desaliñada. Riley pensó que alguien que no la conocía podría creer que era una persona sin hogar.
En un tono bastante educado, el jefe Stiles le dijo a Morgan: —Señora, tiene una visita. La agente especial Riley Paige del FBI.
Morgan levantó la mirada y miró a Riley fijamente, como si no estaba segura de si podría estar soñando.
El jefe Stiles luego se volvió a Riley y le dijo: —Ven a hablar conmigo cuando termines.
Stiles salió de la celda y le dijo al guardia que cerrara la puerta detrás de él. Riley miró a su alrededor en búsqueda de cualquier vigilancia. No se sorprendió al ver una cámara. Esperaba que no hubiera ningún dispositivo de audio. Lo último que quería era que Stiles o cualquier otra persona escuchara su conversación con Morgan Farrell. Pero ahora que estaba aquí, tenía que correr ese riesgo.
Mientras Riley se sentó en la cama junto a ella, Morgan continuó mirándola con incredulidad.
Con voz cansada, dijo: —Agente Paige. No la esperaba. Es amable de su parte que haya venido a verme, pero en realidad no fue necesario.
Riley dijo: —Solo quería…
Su voz se quebró y se encontró preguntándose: «¿Qué quiero exactamente?»
¿Qué estaba haciendo aquí?
Finalmente Riley dijo: —¿Podría decirme qué pasó?
Morgan suspiró profundamente.
—No hay mucho que contar. Maté a mi esposo. Y no lo lamento, créame. Pero ahora que lo hice… bueno, quisiera irme a casa.
Sus palabras impactaron a Riley. ¿La mujer no entendía la gravedad de su situación?
¿No sabía que en Georgia había pena de muerte?
Morgan parecía estar costándole mantener la cabeza erguida. Se estremeció ante el sonido de los gritos estridentes de una mujer en una celda cercana.
Ella dijo: —Pensé que sería capaz de dormir aquí en la cárcel. ¡Pero escuche todo ese ruido! Es así todo el tiempo, veinticuatro horas al día.
Riley estudió la cara cansada de la mujer y le preguntó: —No ha dormido mucho, ¿verdad? ¿Desde hace mucho tiempo?
Morgan negó con la cabeza.
—Llevo dos o tres semanas sin dormir. Andrew tuvo uno de sus estados de ánimo sádicos y decidió que no me dejaría sola ni me dejaría dormir. Es fácil para él… —Se detuvo, al parecer dándose cuenta de su error, y luego dijo—: Fue fácil para él hacerlo. Tenía una energía increíble. Tres o cuatro horas de sueño eran suficientes para él. Y últimamente pasaba mucho tiempo en casa. Así que me acosaba por todas partes, no me daba privacidad, entraba en mi dormitorio a todas horas, me obligaba a hacer… todo tipo de cosas…
Riley se sintió un poco enferma ante la idea de lo que podrían ser esas «cosas». Estaba segura de que Andrew había atormentado a Morgan sexualmente.
Morgan se encogió de hombros y dijo: —Supongo que finalmente exploté. Y lo maté. Por lo que he oído, lo apuñalé doce o trece veces.
—¿Por lo que ha oído? —preguntó Riley—. ¿No lo recuerda?
Morgan soltó un gemido de desesperación. —¿Tenemos que hablar de lo que recuerdo y no recuerdo? Bebí y tomé pastillas antes de que ocurriera y todo está borroso. Los policías me hicieron preguntas que solo me confundieron más. Si desea saber los detalles, estoy segura de que le permitirán leer mi confesión.
Riley sintió un cosquilleo extraño ante esas palabras. Aún no estaba segura de por qué.
—Quisiera que usted me lo dijera —dijo Riley.
Morgan frunció el ceño por un momento y luego dijo: —Supongo que decidí que… tenía que hacer algo. Esperé hasta que se fue a su dormitorio esa noche. Incluso entonces, no estaba segura de si estaba dormido o no. Llamé a su puerta, y no respondió. Abrí la puerta y lo vi en su cama, durmiendo. —Hizo una pausa para pensar y luego continuó—: Supongo que busqué algo para matarlo. Supongo que no encontré nada. Así que supongo que fui a la cocina y tomé el cuchillo. Luego volví y, bueno, supongo que me volví un poco loca apuñalándolo, porque terminé llena de sangre.
Riley tomó nota de la frecuencia con la que estaba diciendo la palabra «supongo».
Luego Morgan soltó un suspiro de fastidio.
—¡Dejé un gran desastre! Espero que los empleados hayan limpiado todo. Traté de hacerlo yo misma, pero obviamente no soy buena para ese tipo de cosas, ni siquiera en las mejores circunstancias. —Luego Morgan respiró profundo y dijo—: Y luego la llamé. Y usted llamó a la policía. Gracias por encargarse de eso por mí. —Luego le sonrió con curiosidad a Riley y añadió—: Y gracias de nuevo por venir a verme. Fue muy dulce de su parte. Sin embargo, todavía no entiendo de qué trata todo esto.
Riley se estaba sintiendo cada vez más preocupada por la descripción de Morgan de sus propias acciones.
«Algo no está bien», pensó.
Riley se detuvo a pensar por un momento y luego preguntó: —Morgan, ¿qué tipo de cuchillo era?
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