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“¿No quieres seguir?”, preguntó Bill.
Riley se rio entre dientes.
“¿Estás bromeando? Claro que quiero seguir. ¿Ahora qué?”.
Bill tragó, sintiéndose repentinamente nervioso.
“Se supone que ahora debemos acabar con los hostiles sin matar a ningún civil”, dijo.
Riley lo miró compasivamente. Él comprendía su preocupación. Sabía perfectamente bien por qué este nuevo ejercicio lo inquietaba. Lo recordaba al joven inocente al que había herido accidentalmente el mes pasado. El muchacho se había recuperado de su herida, pero Bill aún se sentía culpable.
Bill también estaba atormentado porque una joven y brillante agente llamada Lucy Vargas había muerto en el mismo incidente.
“Si tan solo hubiera sido capaz de salvarla”, pensó de nuevo.
Bill había estado de baja desde entonces, preguntándose si alguna vez sería capaz de volver al trabajo. Se había quebrantado por completo, cayendo en el alcohol e incluso contemplando el suicidio.
Riley lo había ayudado. De hecho, probablemente hasta le salvó la vida.
Bill se sentía bastante mejor.
Pero ¿estaba preparado para esto?
Riley seguía mirándolo con preocupación.
“¿Estás seguro de que esto es una buena idea?”, preguntó.
Una vez más, Bill recordó lo que Mike Nevins le había dicho.
“Será una buena terapia”.
Bill le asintió a Riley.
“Creo que sí”, dijo.
Retomaron sus posiciones y levantaron sus armas. Bill habló por el micrófono. “Hostiles y civiles”.
Las mismas acciones que antes comenzaron a desarrollarse, solo que, esta vez, una de las figuras era una mujer envuelta en un velo azul. Ciertamente no era difícil distinguirla entre los hostiles en sus trajes verde militar. Pero ella estaba moviéndose entre los otros en patrones aparentemente aleatorios.
Riley y Bill comenzaron a derribar a los hostiles. Algunas de las figuras masculinas esquivaron las balas, mientras que otras se refugiaron detrás de las barreras, solo para asomarse en momentos impredecibles.
La figura femenina también se movió como si estuviera asustada por los disparos, corriendo de aquí para allá frenéticamente, pero de alguna manera nunca molestándose en ocultarse detrás de una barrera. Su pánico simulado solo hacía más difícil no dispararle accidentalmente.
Bill sintió sudor frío formándose en su frente mientras disparaba una ronda tras otra.
En poco tiempo, Riley y él habían acabado con todos los hostiles, y la mujer en el velo quedó sola, ilesa.
Bill dio un suspiro de alivio y bajó el arma.
“¿Cómo estás?”, preguntó Riley. Bill notó la preocupación en su voz.
“Bastante bien, supongo”, dijo Bill.
Pero sus palmas estaban húmedas, y estaba temblando un poco.
“Tal vez ya sea suficiente”, dijo Riley.
Bill negó con la cabeza.
“No”, dijo él. “Tenemos que probar el siguiente programa”, dijo.
“¿Cuál?”.
Bill tragó grueso.
“Es una situación de toma de rehenes. El civil será asesinado a menos que tú y yo derribemos a dos hostiles al mismo tiempo”.
Riley lo miró con recelo.
“Bill, no sé...”.
“Vamos”, dijo Bill. “Es solo un juego. Intentémoslo”.
Riley se encogió de hombros y levantó su arma.
Bill dijo por el micrófono: “Situación de toma de rehenes. Adelante”.
Los robots volvieron a la vida. La figura femenina se quedó a la intemperie, mientras que los hostiles desaparecieron detrás de las barreras.
Luego dos hostiles aparecieron desde detrás de las barreras, cerniéndose amenazadoramente alrededor de la figura femenina, la cual se tambaleaba hacia atrás y adelante con ansiedad.
Bill sabía que el truco era que Riley y él le dispararan a ambos hostiles justo cuando consiguieran un tiro limpio.
A él le tocaba decidir cuándo dispararían.
Mientras Riley y él apuntaban sus armas con cuidado, Bill dijo...
“Yo acabaré con el de la izquierda, tú con el de la derecha. Dispara cuando diga ‘Adelante’”.
“Listo”, dijo Riley en voz baja.
Bill vigiló cuidadosamente los movimientos y las posiciones de los dos hostiles. Se dio cuenta de que esto sería difícil, mucho más difícil de lo que había esperado.
El mismo segundo en que uno de los hostiles se alejaba, el otro se hostil se posicionaba peligrosamente cerca de la rehén.
“¿Cuándo podremos disparar?”, se preguntó.
Entonces, por un momento fugaz, los dos hostiles se alejaron en direcciones opuestas del rehén.
“¡Adelante!”, espetó Bill.
Pero antes de que pudiera apretar el gatillo, fue inundado por una ráfaga de imágenes...
Estaba caminando hacia un edificio abandonado cuando escuchó un disparo.
Sacó su arma y corrió adentro, donde vio a Lucy tumbada boca abajo en el suelo.
Vio a un hombre joven moviéndose hacia ella.
Instintivamente, Bill le disparó al hombre y lo alcanzó.
El hombre dio una vuelta antes de caerse, y en ese entonces vio que sus manos estaban vacías.
Estaba desarmado.
El hombre solo había estado tratando de ayudar a Lucy.
Mortalmente herida, Lucy se apoyó en su codo y le disparó seis rondas a su verdadero atacante...
...el hombre al que Bill debió haber disparado.
Un disparo del arma de Riley regresó a Bill al presente.
Las imágenes habían ido y venido en un instante.
Uno de los hostiles estaba inclinado, muerto por el disparo de Riley.
Sin embargo, Bill estaba congelado. No podía apretar el gatillo.
El hostil que quedaba se volvió amenazantemente hacia la mujer, y un tiro resonó por los altavoces.
La mujer se dobló y dejó de moverse.
Bill finalmente disparó su arma y alcanzó el hostil, pero ya era demasiado tarde para el rehén, que ya estaba muerta.
Por un momento, la situación pareció terriblemente real.
“Dios mío”, dijo. “Dios mío, ¿cómo dejé que esto sucediera?”.
Bill dio un paso al frente, casi como si quisiera correr para ayudar a la mujer.
Riley se colocó delante de él.
“Bill, ¡no pasa nada! ¡Es solo un juego! ¡No es real!”.
Bill se detuvo en seco, temblando y tratando de calmarse.
“Riley, lo siento, es solo que... todo regresó por unos segundos y...”.
“Yo sé”, dijo Riley reconfortantemente. “Comprendo”.
Bill se desplomó y negó con la cabeza.
“Tal vez no estoy preparado para esto”, dijo. “Tal vez sea suficiente por hoy”.
Riley le dio una palmadita en el hombro.
“No”, dijo. “Creo que deberías terminar”.
Bill respiró profunda y lentamente. Sabía que Riley tenía razón.
Él y Riley retomaron sus posiciones, y Bill volvió a decir por el micrófono...
“Situación de toma de rehenes. Adelante”.
La misma acción se reanudó, con dos hostiles acechando peligrosamente al rehén.
Bill respiró lentamente mientras miraba por su mirilla.
“Es solo un juego”, se dijo a sí mismo. “Es solo un juego”.
Finalmente llegó el momento que habían estado esperando. Ambos hostiles se habían alejado un poco del rehén. Todavía era un disparo peligroso, pero Bill y Riley tenían que intentarlo.
“¡Adelante!”, dijo.
Esta vez disparó al instante, y oyó el sonido del disparo de Riley una fracción de segundo más tarde.
Ambos hostiles se desplomaron y dejaron de moverse.
Bill bajó su arma.
Riley le dio una palmadita en la espalda.
“Lo hiciste, Bill”, dijo Riley. “Estoy disfrutando de esto. ¿Qué más podemos hacer con estos robots?”.
Bill dijo: “Hay un programa en el que podemos acercarnos a ellos mientras disparamos”.
“Intentémoslo”.
Bill habló por el micrófono.
“A poca distancia”.
Los ocho hostiles comenzaron a moverse, y Bill y Riley avanzaron hacia ellos paso a paso, disparando en pequeñas ráfagas. Dos robots cayeron y los otros se movieron de un lado a lado, por lo que se hizo más difícil alcanzarlos.
Mientras Bill disparaba, se dio cuenta de que algo faltaba en esta simulación.
“Los robots no disparan”, pensó.
Además, su alivio por salvar al rehén no se sentía genuino. Después de todo, él y Riley habían salvado la vida de un robot.
No cambiaba la realidad de lo que había sucedido el mes pasado.
Y ciertamente no resucitaría a Lucy.
La culpa todavía lo atormentaba. ¿Alguna vez sería capaz de no sentirse así?
¿Y alguna vez sería capaz de volver a trabajar?
CAPÍTULO TRES
Después de sus ejercicios de tiro al blanco, Riley todavía estaba preocupada por Bill. Es cierto que se había recuperado rápidamente después de su momento de shock. Y en realidad pareció haber disfrutado de los disparos a corta distancia.
Hasta se había visto alegre justo antes de partir a su apartamento. Sin embargo, no era el mismo Bill que había sido su compañero durante tantos años, y quien hacía mucho tiempo se había convertido en su mejor amigo.
Ella sabía lo que más le preocupaba.
A Bill le asustaba el hecho de que jamás sería capaz de volver a trabajar.
Ella deseaba poder tranquilizarlo con palabras simples y amables, algo así como...
“Solo estás pasando por una mala racha. Nos sucede a todos. Lo superarás más temprano que tarde”.
Pero garantías simplistas no eran lo que Bill necesitaba en este momento. Y la verdad era que Riley no sabía si eso era cierto o no.
Ella también había sufrido de TEPT y sabía lo difícil que era recuperarse de eso. Solo tendría que ayudar a Bill durante ese terrible proceso.
Aunque Riley volvió a su oficina, en realidad tenía poco que hacer en la UAC. No estaba asignada a ningún caso, y acogía estos días lentos con beneplácito después de la intensidad del último caso en Iowa. Terminó lo poco que tenía pendiente y se fue.
Mientras Riley conducía a casa, se sintió contenta ante la idea de cenar con su familia. Se sintió especialmente contenta ya que había invitado a Blaine Hildreth y su hija a cenar con ellos esta noche.
Riley estaba encantada por el hecho de que Blaine formaba parte de su vida. Era un hombre guapo y encantador. Y, como ella, se había divorciado hace relativamente poco tiempo.
También era un hombre muy valiente.
Fue Blaine el que le disparó a Shane Hatcher cuando amenazó a la familia de Riley.
Riley siempre estaría agradecida con él por eso.
Había pasado una noche con Blaine hasta ahora, en su casa. Habían sido bastante discretos al respecto. Su hija, Crystal, había estado ausente visitando a sus primos durante las vacaciones de primavera. Riley sonrió ante el recuerdo de su sexo apasionado.
¿Esta noche terminaría de la misma forma?
*
El ama de llaves de Riley, Gabriela, había preparado una deliciosa cena de chiles rellenos, una receta familiar que ella había traído consigo de Guatemala. Todo el mundo estaba disfrutando de los pimientos rellenos deliciosos.
Riley sintió una profunda satisfacción ante la deliciosa cena y maravillosa compañía.
“¿No están muy picantes?”, preguntó Gabriela.
No estaban tan picantes, y Riley estaba segura de que Gabriela lo sabía. Gabriela siempre restringía sus recetas centroamericanas originales. Era evidente que estaba cazando cumplidos, los cuales llegaron fácilmente.
“No, están perfectos”, dijo la hija de quince años de edad de Riley, April.
“Demasiado sabrosos”, dijo Jilly, la niña de trece años de edad que Riley estaba en el proceso de adoptar.
“Simplemente increíble”, dijo Crystal, la mejor amiga de April.
El padre de Crystal, Blaine Hildreth, no dijo nada de inmediato. Pero Riley sabía por su expresión que estaba encantado con el plato. También sabía que la apreciación de Blaine era en parte profesional. Blaine era el dueño de un restaurante lujoso pero informal en Fredericksburg.
“¿Cómo los preparas, Gabriela?”, preguntó después de unos bocados.
“Es un secreto”, dijo Gabriela con una sonrisa traviesa.
“Un secreto, ¿eh?”, dijo Blaine. ¿Qué tipo de queso utilizaste? No lo distingo. Sé que no es Monterey Jack o Chihuahua. Manchego, ¿tal vez?”.
Gabriela negó con la cabeza.
“Nunca te lo diré”, dijo con una sonrisa.
Mientras Blaine y Gabriela siguieron hablando de la receta en inglés y en español, Riley se quedó pensando si ella y Blaine...
Se sonrojó un poco ante la idea.
“No, no va a pasar esta noche”.
Sería difícil hacerlo con todos aquí.
Sin embargo, eso no era nada malo.
Estar rodeada de gente que amaba era placer suficiente para esta noche en particular. Pero al ver a su familia y amigos pasándola bien, una nueva preocupación comenzó a inundar su mente.
Una persona en la mesa casi ni había hablado en toda la noche. Liam, el recién llegado a la familia de Riley. Tenía la misma edad de April, y los dos adolescentes fueron novios durante un tiempo. Riley había rescatado al chico alto y desgarbado de un padre abusivo y borracho. Había necesitado un lugar para vivir y eso significaba que estaba durmiendo en el sofá cama de la sala familiar de Riley.
Liam normalmente era hablador y extrovertido. Pero algo parecía estar molestándolo esta noche.
Riley preguntó: “¿Te pasa algo, Liam?”.
Parecía que ni la había escuchado.
Riley habló un poco más fuerte.
“Liam”.
Liam levantó la mirada de su comida, la que apenas había tocado.
“¿Eh?”, dijo.
“¿Te pasa algo?”.
“No. ¿Por qué?”.
Riley lo miró con inquietud. Algo definitivamente andaba mal. Liam rara vez hablaba en monosílabas.
“Solo me preguntaba”, dijo.
Tomó nota de hablar con Liam a solas más tarde.
*
Gabriela cerró la cena con broche de oro: un delicioso postre de flan. Riley y Blaine disfrutaron de unos tragos después de la cena mientras que los cuatro niños se entretuvieron en la sala familiar. Después de un largo rato, Blaine y su hija se fueron a casa.
Riley esperó hasta que April y Jilly se fueron a sus habitaciones. Luego se fue sola a la sala familiar. Liam estaba sentado en el sofá todavía cerrado con la mirada perdida.
“Liam, sé que algo anda mal. Quisiera que me contaras qué te pasa”.
“No pasa nada”, dijo Liam.
Riley se cruzó de brazos y no dijo nada. Sabía por su experiencia con las chicas que a veces lo mejor era esperar que hablaran.
Luego, Liam dijo: “No quiero hablar del tema”.
A Riley le sorprendió eso. Estaba acostumbrada al mal humor de adolescentes de April y Jilly, al menos de vez en cuando. Pero esto no era propio de Liam en absoluto. Siempre era agradable y servicial. También era un estudiante dedicado, y Riley apreciaba su influencia sobre April.
Riley siguió esperando en silencio.
Finalmente Liam dijo: “Mi papá me llamó hoy”.
Riley sintió un vacío en la boca del estómago.
No pudo evitar recordar ese día terrible cuando corrió a la casa de Liam para salvarlo de ser golpeado por su padre.
Sabía que esto no debería sorprenderla. Pero no sabía qué decir.
Liam dijo: “Me dijo que lamenta todo lo que pasó. Me dijo que me echa de menos”.
La preocupación de Riley se intensificó. No tenía la custodia legal sobre Liam. En este momento, estaba actuando como una especie de madre adoptiva improvisada, y no tenía idea de exactamente cuál papel desempeñaría en su vida a futuro.
“¿Quiere que vuelvas a casa?”, preguntó Riley.
Liam asintió.
Riley no pudo obligarse a hacer la pregunta obvia...
“¿Qué quieres hacer?”.
¿Qué haría, qué podía hacer, si Liam le decía que quería volver a su casa?
Riley sabía que Liam era un chico amable y misericordioso. Al igual que muchas víctimas de abuso, también era propenso a una profunda negación.
Riley se sentó a su lado.
Ella preguntó: “¿Te sientes feliz aquí?”.
Liam jadeó un poco. Por primera vez desde el comienzo de su conversación, Riley vio que estaba a punto de llorar.
“Ah, sí”, dijo él. “Esto ha sido... Me he sentido... tan feliz”.
Riley sintió un nudo en la garganta. Quería decirle que podía quedarse aquí todo el tiempo que quisiera. Pero ¿qué podía hacer si su padre exigía que volviera? No podría evitar que eso sucediera.
Una lágrima rodó por la mejilla de Liam.
“Es solo que... desde que mamá se fue... soy lo único que tiene papá. O al menos hasta que me fui. Ahora está solo. Dice que ha dejado de beber. Dice que jamás me volverá a hacer daño”.
Riley casi espetó...
“No le creas. Jamás le creas cuando te diga eso”.
En cambio, dijo: “Liam, debes saber que tu padre está muy enfermo”.
“Lo sé”, dijo Liam.
“Él tiene que buscar la ayuda que necesita. Pero hasta que lo haga… bueno, le será muy difícil cambiar”.
Riley se quedó callada por unos instantes.
Luego agregó: “Jamás olvides que esto no es tu culpa. Sabes eso, ¿verdad?”.
Liam ahogó un sollozo y asintió.
“¿No has vuelto a verlo?”, preguntó Riley.
Liam negó con la cabeza sin decir nada.
Riley le dio unas palmaditas en la mano.
“Solo quiero que me prometas una cosa. Si quieres ir a verlo, no vayas solo. Quiero estar contigo. ¿Lo prometes?”.
“Lo prometo”, dijo Liam.
Riley alcanzó una caja cercana de pañuelos y le ofreció uno a Liam, quien se secó los ojos y se sonó la nariz. Luego los dos se quedaron sentados allí sin decir más por unos momentos.
Finalmente Riley dijo: “¿Me necesitas para algo más?”.
“No. Ya estoy bien. Gracias por… bueno, ya sabes”.
Le sonrió débilmente.
“Por todo”, agregó.
“De nada”, dijo Riley, devolviéndole la sonrisa.
Salió de la sala familiar, se dirigió a la sala de estar y se sentó sola en el sofá.
De repente sintió un sollozo en su propia garganta, y se puso a llorar. Le sorprendió darse cuenta de lo mucho que su conversación con Liam la había afectado.
Pero era bastante fácil entender el por qué.
“Esto sobrepasa mis capacidades”, pensó.
Después de todo, todavía estaba tratando de finalizar la adopción de Jilly. Había rescatado a la pobre chica de horrores propios. Riley había encontrado a Jilly tratando de vender su cuerpo por pura desesperación.
Entonces ¿por qué Riley estaba haciendo esto, acogiendo a otro adolescente en su casa?
De repente deseaba que Blaine aún estuviera aquí, tenía ganas de hablar con él.
Blaine siempre parecía saber qué decir.
Había disfrutado de la pausa entre los casos, pero poco a poco algunas preocupaciones comenzaron a invadir su mente, preocupaciones relacionadas con su familia más que todo, y hoy relacionadas con Bill.
Estas no parecían unas vacaciones.
Riley no pudo evitar preguntarse...
“¿Qué diablos anda mal en mí?”.
¿Simplemente era incapaz de disfrutar de una vida tranquila?
De todos modos, sabía algo con certeza.
Este período de calma no duraría. En algún lugar, algún monstruo estaba cometiendo algún acto atroz, y ella tendría que detenerlo.
CAPÍTULO CUATRO
Riley fue despertada la mañana siguiente por el sonido de su teléfono vibrando.
Se quejó en voz alta mientras se despertaba.
“La calma ha terminado”, pensó.
Miró su teléfono y vio que tenía razón. Era un mensaje de texto de su jefe de equipo en la UAC, Brent Meredith. Le decía que debía reunirse con él, y estaba escrito en su típico estilo conciso...
UAC 8:00
Miró la hora y se dio cuenta de que tendría que darse prisa para poder llegar a la cita prevista a tiempo. Quántico solo quedaba a media hora de su casa, pero tendría que salir de aquí rápido.
Le tomó a Riley solo unos minutos cepillarse los dientes, peinarse, vestirse y bajar las escaleras deprisa.
Gabriela ya estaba preparando el desayuno en la cocina.
“¿Ya el café está listo?”, preguntó Riley.
“Sí”, dijo Gabriela antes de servirle una taza caliente.
Riley se tomó el café rápidamente.
“¿No te da tiempo de desayunar?”, le preguntó Gabriela.
“Me temo que no”.
Gabriela le entregó un panecillo.
“Entonces llévate esto. Debes comer algo”.
Riley le dio las gracias a Gabriela, bebió un poco más de café y se precipitó hacia su auto.
Durante el corto viaje a Quántico, fue inundada por una sensación peculiar.
Comenzó a sentirse mejor de como se había sentido durante los últimos días, hasta un poco eufórica.
Era en parte una subida de adrenalina, por supuesto, ya que su cuerpo y mente estaban preparadas para un nuevo caso.
Pero también era algo bastante inquietante, una sensación de que las cosas de alguna manera estaban volviendo a la normalidad.
Riley suspiró al darse cuenta de eso.
Se preguntó qué significaba el hecho de que cazar monstruos se sentía más normal para ella que pasar tiempo con la gente que amaba.
“No puede ser... normal”, pensó.
Peor aún, le recordó a algo que su padre, un oficial de la Marina brutal y amargado, le había dicho antes de morir.
“Eres una cazadora. Te mataría si trataras de vivir mucho tiempo en aquello que las personas llaman normal”.
Riley deseaba con todo su corazón que eso no fuera cierto.
Pero en momentos como estos, no pudo evitar preocuparse. ¿Era imposible para ella desempeñar los papeles de esposa, madre y amiga?
¿Era inútil siquiera intentarlo?
¿“La caza” era lo único que realmente tenía en la vida?
No, definitivamente no era lo único.
Seguramente ni siquiera lo más importante en su vida.
Con firmeza, se sacó la cuestión desagradable de su mente.
Cuando llegó al edificio de la UAC, se estacionó, entró a toda prisa y se dirigió directamente a la oficina de Brent Meredith.
Ella vio que Jenn ya estaba allí, viéndose bastante más despierta de lo que Riley se sentía. Riley sabía que Jenn, como Bill, tenían un apartamento en la ciudad de Quántico, así que no había estado tan apurada en llegar. Pero Riley también atribuyó parte de la frescura mañanera de Jenn a su juventud.
Riley había sido igual a Jenn de joven, lista y ansiosa de entrar en acción en cualquier momento, a cualquier hora del día o de la noche, y capaz de pasar mucho tiempo sin dormir si así lo exigía el trabajo en cuestión.
¿Esos días habían quedado atrás?
No era un pensamiento agradable, y no hizo nada para mejorar el estado de ánimo ya inquieto de Riley.
Sentado en su escritorio, Brent Meredith se veía tan formidable como siempre, con sus rasgos negros y angulosos y mirada severa.
Riley se sentó, y Meredith fue directo al grano.
“Hubo un asesinato esta mañana. Sucedió en la playa pública de la Reserva Natural Belle Terre. ¿Alguna de ustedes está familiarizada con el lugar?”.
Jenn dijo: “He ido un par de veces. Un lugar estupendo para ir de excursión”.
“Yo también he ido”, dijo Riley.
Riley recordaba la reserva natural bastante bien. Quedaba en la Bahía de Chesapeake, a un poco más de dos horas en auto de Quántico. Tenía varios cientos de hectáreas de bosque y una gran playa pública en la bahía. Era una zona popular para los amantes del aire libre.
Meredith tamborileó los dedos sobre su escritorio.
“La víctima se llamaba Todd Brier, un pastor luterano de la ciudad cercana de Sattler. Fue enterrado vivo en la playa”.
Riley se estremeció un poco.
¡Enterrado vivo!
Había tenido pesadillas con eso, pero en realidad nunca había trabajado en un caso relacionado con este tipo de asesinato macabro.
Meredith continuó: “Brier fue encontrado aproximadamente a las siete de las mañana, y parecía que solo llevaba muerto aproximadamente una hora”.
Jenn preguntó: “¿Por qué es un caso del FBI?”.
Meredith dijo: “Brier no es la primera víctima. Ayer fue encontrado otro cuerpo cerca, una joven llamada Courtney Wallace”.











