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Meredith finalizó la llamada sin esperar una respuesta.
Blaine estaba parado allí esperándola. Se quitó los equipos de protección ocular y auditiva y le preguntó: “¿Te llamaron del trabajo?”.
Riley suspiró en voz alta.
“Sí, tengo que irme a Quántico de inmediato”.
Blaine asintió sin quejarse y descargó el arma.
“Yo te llevo”, dijo
“No, necesito mi maleta. Y está en mi auto en casa. Me temo que necesito que me lleves a mi casa. También me temo que tengo prisa”.
“No te preocupes”, dijo Blaine, poniendo el arma en su caja cuidadosamente.
Riley le dio un beso en la mejilla.
“Parece que tendré que viajar”, dijo ella. “Odio eso. La he pasado de lo mejor contigo”.
Blaine sonrió y le devolvió el beso.
“Yo también la he pasado muy bien”, dijo. “No te preocupes. Continuaremos donde lo dejamos tan pronto como regreses”.
A lo que salieron del campo de tiro y llegaron de nuevo a la tienda de armas, el propietario los despidió con cordialidad.
*
A lo que Blaine la dejó en su casa, Riley corrió hacia adentro para explicarles a todos que se iba. Ni siquiera tuvo tiempo para cambiarse de ropa, pero al menos se había duchado en la casa de Blaine esta mañana. Se sintió aliviada de que a su familia pareció no molestarle su repentino cambio de planes.
“Se están acostumbrando a estar sin mí”, pensó. No le gustaba mucho la idea, pero sabía que era una necesidad en una vida como la suya.
Riley verificó que tenía todo lo que necesitaba en su auto y luego hizo el corto viaje a Quántico. Cuando llegó al edificio de la UAC, se dirigió directamente a la oficina de Brent Meredith. Lamentablemente se encontró con Jenn Roston, quien estaba caminando en la misma dirección por el pasillo.
Riley y Jenn hicieron contacto visual por un momento fugaz, luego ambas siguieron en silencio.
Riley se preguntó si Jenn se sentía igual de incómoda que ella. Ayer tuvieron una reunión incómoda, y Riley aún no sabía si había cometido un terrible error al entregarle a Jenn esa unidad USB.
“Pero Jenn probablemente no esté preocupada”, pensó Riley.
Después de todo, Jenn había tenido la ventaja ayer. Había controlado la situación brillantemente para beneficio propio. Riley jamás había conocido a alguien capaz de manipularla de esa forma.
Pero luego recordó que eso no era cierto.
Shane Hatcher también tenía esa capaz de manipularla.
Sin dejar de caminar y todavía mirando al frente, la agente más joven habló en voz baja. “No encontré nada”.
“¿Qué?”, preguntó Riley, sin dejar de caminar.
“Te hablo de la información financiera en la unidad USB. Hatcher solía tener fondos almacenados en esas cuentas. Pero el dinero fue retirado, y las cuentas fueron cerradas”.
Riley resistió el impulso de decir: “Ya sé”.
Después de todo, Hatcher se lo había dicho ayer en su mensaje de texto amenazante.
Por un momento, Riley no supo qué decir. Siguió caminando sin hacer ningún comentario.
¿Jenn pensaba que Riley la había traicionado y que el archivo era falso?
Finalmente Riley dijo: “Ese archivo era lo único que tenía. No estoy reteniendo nada”.
Jenn no respondió. Riley deseaba saber si le creía o no.
También se preguntó si Hatcher estaría tras las rejas en este momento si hubiera usado esa información antes. O quizás hasta muerto.
Cuando llegaron a la puerta de la oficina de Meredith, Riley se detuvo, y lo mismo hizo Jenn.
Riley se sintió alarmada.
Jenn obviamente también iba a la oficina de Meredith.
¿Por qué la nueva agente estaba aquí para esta reunión? ¿Le había dicho a Meredith que Riley había estado reteniendo información?
Pero Jenn se quedó allí, aún sin hacer contacto visual.
Riley tocó la puerta de Meredith, y luego ambas entraron.
El jefe Meredith estaba sentado detrás de su escritorio, viéndose tan intimidante como de costumbre.
Les dijo: “Siéntense”.
Riley y Jenn se sentaron en las sillas frente a su escritorio.
Meredith se quedó callado por un momento.
Luego dijo: “Agente Paige, agente Roston, quiero que sepan que ahora son compañeras”.
Riley contuvo un jadeo. Miró a Jenn Roston, cuyos ojos color marrón oscuro se habían abierto como platos ante la noticia.
“Espero que eso no sea un problema”, dijo Meredith. “La UAC está sobrecargada de casos en este momento. Con el agente Jeffreys de licencia y todos los demás trabajando en otros casos, tienen que trabajar juntas. Ya está decidido”.
Riley cayó en cuenta de que Meredith estaba en lo cierto. El único otro agente con el que realmente querría trabajar en este momento era Craig Huang, pero él estaba ocupado vigilando su casa.
“No hay problema, señor”, le dijo Riley a Meredith.
Jenn dijo: “Será un honor para mí trabajar con la agente Paige, señor”.
Esas palabras sorprendieron a Riley un poco. Se preguntó si Jenn las decía de corazón.
“No te emociones mucho”, dijo Meredith. “No creo que este caso llegue a mayores. Esta misma mañana, se encontró el cuerpo de una adolescente enterrado en tierras de cultivo cerca de Angier, un pequeño pueblo de Iowa”.
“¿Un solo asesinato?”, preguntó Jenn.
“¿Por qué es un caso de la UAC?”, preguntó Riley.
Meredith tamborileó los dedos sobre su escritorio.
“Mi conjetura es que probablemente no sea uno solo”, dijo “Otra chica desapareció antes en el mismo pueblo, y todavía no ha aparecido. Es un lugar pequeño y tranquilo, donde este tipo de cosas simplemente no suceden. La gente de por allí dice que las chicas no eran era del tipo que huiría o hablaría con extraños”.
Riley negó con la cabeza con reservas.
“Entonces ¿por qué creen que se trata de un asesino en serie?”, preguntó. “Eso me parece un poco prematuro ya que solo tienen un cuerpo”.
Meredith se encogió de hombros.
“Sí, yo pienso igual. Pero el jefe de policía de Angier, Joseph Sinard, está en pánico por esto”.
La frente de Riley se arrugó ante la mención de ese nombre.
“Sinard”, dijo. “¿Dónde he escuchado ese nombre antes?”.
Meredith sonrió un poco y dijo: “Tal vez estás pensando en el asistente ejecutivo del FBI, Forrest Sinard. Joe Sinard es su hermano”.
Riley casi puso los ojos en blanco. Ahora tenía sentido. Un miembro de la parte más alta de la cadena alimentaria del FBI estaba siendo molestado por un pariente, así que el caso había sido enviado a la UAC. Había sido asignada a investigaciones con motivaciones políticas de este tipo en el pasado.
Meredith dijo: “Ustedes dos tienen que ir para allá para cerciorarse de que siquiera haya un caso”.
“¿Y mi trabajo en el caso de Hatcher?”, preguntó Jenn Roston.
Meredith dijo: “Tenemos un montón de gente trabajando en eso, técnicos e investigadores por igual. Asumo que tienen acceso a toda tu información”.
Jenn asintió.
Meredith dijo: “Estarán bien sin ti por unos días. Aunque creo que no les tome tanto tiempo”.
Riley estaba un poco indecisa. Aparte de no estar segura de si quería trabajar con Jenn Roston o no, tampoco ansiaba perder el tiempo en un caso que probablemente ni siquiera requería la intervención de la UAC.
Preferiría estar ayudando a Blaine a aprender a disparar.
“O estar haciendo otras cosas con Blaine”, pensó, conteniendo una sonrisa.
“¿Cuándo nos vamos?”, preguntó Jenn.
“Tan pronto como sea posible”, dijo Meredith. “Le dije al jefe Sinard que no moviera el cuerpo hasta que llegaran. Volarán a Des Moines, donde los empleados de Sinard las recogerán y conducirán a Angier. Queda a una hora de Des Moines. Tenemos que alistar el avión. Mientras lo hacemos, no se vayan tan lejos. El despegue será en menos de dos horas”.
Riley y Jenn abandonaron la oficina de Meredith. Riley se fue directamente a su propia oficina, se sentó por un momento y miró a su alrededor, perdida en sus pensamientos.
“Des Moines”, pensó.
Solo había estado allí un par de veces, pero allí es donde vivía su hermana mayor, Wendy. Riley y Wendy, distanciadas desde hace muchos años, se habían puesto en contacto el pasado otoño, cuando su padre se estaba muriendo. Wendy estuvo con papá cuando murió.
Pensar en Wendy la hacía sentirse culpable, y también despertaba otros recuerdos perturbadores. Papá había sido muy duro con la hermana de Riley, y Wendy se había escapado de casa a los quince años. En ese entonces Riley solo tenía cinco. Tras la muerte de su padre, se habían comprometido a mantenerse en contacto, pero hasta el momento solo habían hablado por videollamada.
Riley sabía que debería visitar a Wendy si tuviera la oportunidad. Pero, obviamente, no de inmediato. Meredith había dicho que Angier quedaba a una hora de Des Moines y que la policía local las recogería en el aeropuerto.
“Tal vez pueda verme con Wendy antes de volver a Quántico”, pensó.
Ahora tenía un poco de tiempo libre hasta el despegue del avión de la UAC.
Y había alguien a quien quería ver.
Estaba preocupada por su compañero de muchos años, Bill Jeffreys. Vivía cerca de la oficina central, pero llevaba varios días sin verlo. Bill estaba lidiando con TEPT, y Riley sabía por su propia experiencia lo difícil que era recuperarse de eso.
Sacó su teléfono celular y tecleó un mensaje de texto.
Quiero irte a visitar. ¿Estás en casa?
Ella esperó unos momentos. El mensaje estaba marcado como “entregado”, pero aún no leído.
Riley suspiró un poco. No tenía tiempo para esperar que Bill chequeara sus mensajes. Si quería verlo antes de irse, tenía que pasar por su casa ahora mismo con la esperanza de que estuviera ahí.
*
El viaje del edificio de la UAC al pequeño apartamento de Bill en el pueblo de Quántico fue corto. Cuando estacionó su auto y se dirigió hacia el edificio, volvió a percatarse de lo deprimente que era.
El edificio de departamentos en sí no tenía nada de malo. Era un edificio de ladrillos ordinario, no un inquilinato ni nada por el estilo. Pero Riley no pudo evitar recordar la bonita casa suburbana en la que Bill había vivido hasta su divorcio. En comparación, este lugar no tenía ningún encanto y ahora vivía solo. No era una situación feliz para su mejor amigo.
Riley entró en el edificio y se dirigió directamente hacia el apartamento de Bill que estaba ubicado en el segundo piso. Tocó la puerta y esperó.
Nadie respondió. Tocó de nuevo, pero nada.
Sacó su teléfono celular y vio que el mensaje no había sido leído.
Sintió un nudo de preocupación en su garganta. ¿Le había pasado algo a Bill?
Tomó el pomo de la puerta y lo hizo girar.
La puerta no estaba cerrada con llave, y esta se abrió.
CAPÍTULO OCHO
Parecía que el apartamento de Bill había sido robado. Riley se congeló en la puerta por un momento, a punto de sacar su arma en caso de que el intruso todavía estuviera aquí.
Luego se relajó. Esas cosas esparcidas por todas partes eran envoltorios de comida y platos y vasos sucios. El lugar era un desastre, pero nada más estaba fuera de lugar.
Llamó el nombre de Bill.
No oyó ninguna respuesta.
Luego volvió a llamar.
Esta vez le pareció oír un gemido de un cuarto cercano.
Su corazón latió con fuerza de nuevo mientras se apresuró a la habitación de Bill. La habitación estaba en penumbra y las persianas estaban cerradas. Bill estaba tumbado en la cama, vestido con ropa arrugada y mirando el techo.
“Bill, ¿por qué no me respondiste cuando te llamé?”, le preguntó un tanto irritada.
“Sí lo hice”, le dijo a Riley en un susurro. “No me escuchaste. Deja de hacer tanto ruido”.
Riley vio una botella de whisky americano casi vacía sobre la mesita de noche. De repente entendió toda la escena. Se sentó en la cama junto a él.
“Pasé mala noche”, dijo Bill, tratando de forzar una sonrisa débil. “Sabes cómo es eso”.
“Sí, lo sé”, dijo Riley.
Después de todo, la desesperación la había llevado a sus propias borracheras y resacas posteriores.
Tocó su frente sudorosa, imaginando lo enfermo que debía sentirse.
“¿Cuál fue el desencadenante para que comenzaras a beber?”, le preguntó ella.
Bill gimió.
“Mis hijos”, dijo.
Luego se quedó en silencio. Riley tenía mucho tiempo sin ver a los dos hijos de Bill. Supuso que debían tener nueve y once años ahora.
“¿Qué pasó con ellos?”, preguntó Riley.
“Ellos vinieron a visitarme ayer. Fue terrible. Toda mi casa estaba vuelta un desastre, y yo estaba muy irritable y tenso. Estaban locos por irse a casa. Riley, fue horrible. Me porté muy mal. Si se repite otra visita como esa, Maggie no me dejará volverlos a ver. Está buscando cualquier excusa para sacarlos de mi vida para siempre”.
Bill hizo un ruido parecido a un sollozo. Pero no parecía tener la energía para llorar. Riley sospechaba que había llorado bastante por su cuenta.
Bill dijo: “Riley, si no soy bueno como padre, ¿para qué soy bueno entonces? Ya no soy buen agente. ¿Qué me queda?”.
Riley sintió una punzada de tristeza en su garganta.
“Bill, no digas eso”, dijo ella. “Eres un gran padre. Y eres un gran agente. Tal vez hoy no, pero sí los demás días del año”.
Bill negó con la cabeza.
“De seguro no me sentí como un padre ayer. Y sigo oyendo ese tiro. Sigo recordando haber entrado al edificio, haber visto a Lucy tumbada en el suelo sangrando”.
Riley sintió su propio cuerpo temblar un poco.
También lo recordaba muy bien.
Lucy había entrado a un edificio abandonado sin saber que estaba en peligro, solo para ser abatida por la bala de un francotirador momentos después. Bill le había disparado por error a un joven que había estado tratando de ayudarla. Para cuando Riley llegó allí, Lucy había usado su fuerza restante para matar al francotirador con múltiples disparos.
Lucy murió momentos después.
Fue una escena horrible.
Era la peor situación que había vivido en su carrera.
Ella dijo: “Yo llegué mucho después de ti”.
“Sí, pero no le disparaste a un chico inocente”.
“No fue tu culpa. Estaba oscuro. No tenías forma de saberlo. Además, ese chico está bien ahora”.
Bill negó con la cabeza. Levantó una mano temblorosa.
“Mírame. ¿Crees que pueda volver al trabajo así?”.
Riley estaba casi enfadada. Realmente tenía un aspecto terrible, ciertamente nada parecido al compañero astuto y valiente en el que había aprendido a confiar con su vida, ni al hombre guapo que le atrajo hace un tiempo. Y toda esta autocompasión no le sentaba bien.
Pero se recordó a sí misma severamente:
“Yo también pasé por esto. Yo sé lo que se siente”.
Y cuando pasó por eso, Bill siempre estuvo allí para ella.
A veces tuvo que ser duro con ella.
Supuso que él necesitaba un poco de eso en este momento.
“Te ves terrible”, dijo ella. “Pero tú mismo te llevaste a este punto, a estar en estas condiciones. Y eres el único que puede arreglarlo”.
Bill la miró a los ojos. Sentía que él le estaba prestando atención ahora.
“Siéntate”, le dijo ella. “Recomponte”.
Bill se sentó en el borde de la cama al lado de Riley.
“¿Ya te asignaron un terapeuta?”, le preguntó ella.
Bill asintió.
“¿Quién es?”, preguntó Riley.
“No importa”, dijo Bill.
“Claro que sí importa”, dijo Riley. “¿Quién es?”.
Bill no respondió. Pero Riley fue capaz de adivinar. El psiquiatra asignado de Bill era Leonard Ralston, mejor conocido por el público como “Dr. Leo”. Sintió una punzada de rabia. Pero no por Bill.
“Dios mío”, le dijo. “No me digas que el Dr. Leo. ¿De quién fue la idea? De Walder, te lo apuesto”.
“Como dije, no importa”.
Riley quería sacudirlo.
“Es un loco”, le dijo ella. “Sabes eso más que nadie. Cree en la hipnosis, recuerdos recuperados, en todo tipo de basura desacreditada. ¿No recuerdas el año pasado, cuando convenció a un hombre inocente que era culpable de asesinato? A Walder le gusta el Dr. Leo porque ha escrito libros y ha estado en la televisión”.
“No voy a dejar que se meta en mi cabeza”, dijo Bill. “No voy a dejar que me hipnotice”.
Riley estaba tratando de mantener su voz bajo control.
“Ese no es el punto. Necesitas a alguien que te sea de ayuda”.
“¿Cómo quién?”, preguntó Bill.
Riley no tuvo que pensarlo mucho.
“Te prepararé un poco de café”, le dijo. “Cuando regrese, quiero que estés de pie y listo para salir de este lugar”.
En su camino a la cocina de Bill, Riley miró su reloj. No tenía mucho tiempo. Tenía que actuar con rapidez.
Sacó su teléfono celular y marcó el número personal de Mike Nevins, un psiquiatra forense en DC que trabajaba para el FBI de vez en cuando. Riley lo consideraba un amigo cercano, y la había ayudado a superar sus propias crisis en el pasado, incluyendo un terrible caso de trastorno de estrés postraumático.
Cuando el teléfono de Mike comenzó a sonar, colocó su teléfono celular en altavoz, lo colocó sobre el mostrador de la cocina y comenzó a preparar café en la cafetera de Bill. Se sintió aliviada cuando Mike contestó el teléfono.
“¡Riley! ¡Es bueno saber de ti! ¿Cómo están las cosas? ¿Cómo está esa creciente familia tuya?”.
El sonido de la voz de Mike era refrescante, y casi podía ver al hombre bien vestido y su expresión agradable. Deseaba poder hablar bien con él para ponerse al día, pero no había tiempo para eso.
“Estoy bien, Mike. Pero estoy apurada. Tengo que montarme en un avión. Necesito un favor”.
“Dime”, dijo Mike.
“Mi compañero, Bill Jeffreys, está pasando por un momento difícil después de nuestro último caso”.
Oía verdadera preocupación en la voz de Mike.
“Sí, me enteré de lo que sucedió. Qué terrible lo de la muerte de su joven protegida. ¿Es cierto que tu compañero fue puesto de licencia? ¿Algo relacionado con haberle disparado a la persona equivocada?”.
“Así es. Él necesita tu ayuda. Y la necesita de inmediato. Él está bebiendo, Mike. Nunca lo había visto tan mal”.
Hubo un breve silencio.
“No creo entender”, dijo Mike. “¿No ha sido asignado a un terapeuta?”.
“Sí, pero no lo está ayudando en nada”.
Ahora Mike sonaba reservado.
“No sé, Riley. Me incomoda aceptar pacientes que ya están bajo el cuidado de otra persona”.
Riley sintió una punzada de preocupación. No tenía tiempo para lidiar con la ética de Mike.
“Mike, lo asignaron al Dr. Leo”.
Hubo otro momento de silencio.
“Apuesto a que eso será suficiente”, pensó Riley. Sabía perfectamente bien que Mike odiaba al terapeuta-celebridad con todo su corazón.
Finalmente Mike dijo: “¿Cuándo puede venir?”.
“¿Qué estás haciendo en este momento?”.
“Estoy en mi oficina. Estaré ocupado por unas horas, pero estaré disponible más tarde”.
“Estupendo. Irá para allá luego. Pero por favor llámame si nunca llega”.
“Eso haré”.
A lo que finalizaron la llamada, el café estaba comenzando a gotear en la jarra. Riley sirvió una taza y se dirigió de nuevo a la habitación de Bill. Ya no estaba allí. Pero la puerta del baño contiguo estaba cerrada, y Riley oía la maquinilla de afeitar eléctrica de Bill al otro lado.
Riley tocó la puerta.
“Pasa, estoy vestido”, dijo Bill.
Riley abrió la puerta y vio que Bill se estaba afeitando. Colocó el café en el borde del lavabo.
“Te hice una cita con Mike Nevins”, dijo.
“¿Para cuándo?”.
“Ahora mismo. Puedes irte ya, para cuando llegues estará desocupado. Te enviaré la dirección de su oficina por mensaje de texto. Tengo que irme”.
Bill se veía sorprendido. Por supuesto, Riley no le había dicho nada acerca de estar apurada.
“Tengo un caso en Iowa”, explicó Riley. “El avión me está esperando en este momento. No dejes plantado a Mike Nevins. Me enteraré si lo haces, y te las verás conmigo”.
Bill se quejó, pero luego dijo: “Está bien, yo voy”.
Riley se volvió para irse. Entonces pensó en algo que no estaba segura de que debería sacar a relucir.
Finalmente dijo: “Bill, Shane Hatcher sigue prófugo. Hay agentes vigilando mi casa. Pero recibí un mensaje amenazante de él, y nadie lo sabe excepto tú. No creo que atacaría a mi familia, pero tampoco estoy cien por ciento segura. Me pregunto si tal vez...”.
Bill asintió.
“Yo estaré pendiente”, le dijo él. “Necesito hacer algo útil”.
Riley le dio un abrazo y salió del apartamento.
Mientras caminaba hacia su auto, miró su reloj de nuevo.
Si no se topaba con tráfico, llegaría a la pista de aterrizaje justo a tiempo.
Ahora tenía que empezar a pensar en su nuevo caso, pero no estaba particularmente preocupada por eso. Este probablemente no le tomaría mucho tiempo.
Después de todo, ¿qué tanto esfuerzo y tiempo podría tomar un caso de un único asesinato en un pueblo pequeño?
CAPÍTULO NUEVE
Incluso mientras caminaba por la pista hacia el avión, Riley comenzó a prepararse psicológicamente para su nuevo caso. Pero había una cosa que tenía que hacer antes de meterse de lleno en el caso.
Le envió un mensaje a Mike Nevins.
Envíame un mensaje cuando llegue Bill. Envíame un mensaje si no llega.
Soltó un suspiro de alivio cuando Mike le respondió de inmediato.
Eso haré.
Riley se dijo a sí misma que había hecho todo lo que podía hacer por Bill, y que ahora él tendría que dar de su parte para sacarle el mayor provecho a la ayuda profesional. Mike definitivamente podría ayudar a Bill a lidiar con las cosas que lo atormentaban.
Subió los escalones y entró al avión, donde vio a Jenn Roston ya sentada y trabajando en su computadora portátil. Jenn levantó la mirada y asintió a lo que Riley se sentó al otro lado de la mesa.
Riley hizo lo mismo.
Luego Riley miró por la ventana durante el despegue y mientras el avión subía a la altitud de crucero. No le gustaba el silencio incómodo entre ella y Jenn. Se preguntó si tal vez a Jenn tampoco le gustaba. Estos vuelos normalmente eran buenos momentos para hablar sobre los detalles de un caso. Pero no había nada que decir acerca de este todavía. El cuerpo acababa de ser encontrado después de todo.
Riley sacó una revista de su bolso y trató de leer, pero no pudo centrarse en las palabras. Tener a Jenn frente a ella era demasiado molesto. En su lugar, Riley se quedó allí, fingiendo leer.
“La historia de mi vida”, pensó.
Fingir y mentir se estaban volviendo demasiado rutinarios.
Finalmente Jenn levantó la mirada de su portátil.
“Agente Paige, lo que dije en la oficina de Meredith fue de corazón”, dijo.
“¿Cómo?”, preguntó Riley, levantando la mirada de su revista.
“Lo que dije respecto a que será un honor trabajar contigo. Es un sueño para mí. He seguido tu trabajo desde que empecé en la academia”.
Por un momento, Riley no supo qué decir. Jenn le había dicho lo mismo antes. Pero, de nuevo, Riley no sabía por la expresión de Jenn si estaba siendo sincera.
“He oído cosas buenas de ti”, dijo Riley.
Aunque sonaba muy evasivo, al menos era verdad. En circunstancias diferentes, Riley se habría emocionado ante la oportunidad de trabajar con una nueva agente inteligente.
Riley agregó con una sonrisa débil: “Pero, si fuera tú, no me emocionaría mucho con este caso”.
“Sí”, dijo Jenn. “Probablemente ni siquiera sea un caso para la UAC. Quizás volvamos a Quántico esta misma noche. Bueno, habrá otros casos”.
Jenn volvió su atención de nuevo a su portátil. Riley se preguntó si estaba trabajando en los archivos de Shane Hatcher. Y, por supuesto, le preocupó de nuevo el hecho de que quizás no debió haberle entregado la unidad USB.











