La fuente última del acompañamiento

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Los mediadores —enviados, ángeles, profetas— son encargados de traducir el lenguaje de YHWH hasta en sus detalles y en sus consecuencias prácticas más nimias, ayudarnos a hacer la pregunta adecuada, no victimista, no exigente, no soberbia. Humilde: ¿Qué tengo que aprender de este acontecimiento? YHWH no habla grosso modo, sino que profiere palabras concretas, y si esas palabras no encuentran interlocutor, habla en la historia. Y, si su lenguaje parece críptico, para iniciados, solo lo es por la sordera heredada, fingida o contumaz del receptor, que prefiere regirse por su ego a fiarse de una voz extraña.
En el AT, Dios es quien enseña a su pueblo a través de estos acompañantes, débiles, miedosos como Jonás, quejumbrosos como Jeremías o duros como Ezequiel, pero toda la Escritura muestra que la pedagogía divina se sirve de todo tipo de relaciones y acontecimientos para que Israel escuche de una u otra forma al Dios que le ofrece la mano para salvarlo de sí mismo, su más impertinente y peligroso enemigo.
4.1. DECODIFICAR LAS FIESTAS
El padre de familia es el primer acompañante, responsable de la memoria para que sus hijos nunca olviden la acción de YHWH en la historia: «Estos mandamientos que te doy, tú los repetirás a tus hijos» (Dt 6:7, 11:19). Es un mandato de YHWH la insistencia en todo momento, en el que tenga lugar la conmemoración festiva de algún acontecimiento sucedido en el éxodo por el desierto, que el padre, en tono siempre solemne, recuerde a su hijo que fue el que es, el que «nos sacó el Señor de Egipto con mano fuerte, con brazo extendido» (Dt 26:8). Liturgia, historia y cultura son una sola cosa. El padre toma pie de las solemnidades de Israel para explicar su sentido y hacer presentes los grandes recuerdos que conmemoran: Séder pascual (Ex 12:26) es una vigilia que dura toda la noche, es la noche de las noches, es un memorial de agradecimiento que actualiza la perenne acción de Dios en la vida de los hombres. Israel sigue celebrando desde su origen estas fiestas que recuerdan cada paso de la acción milagrosa de YHWH: esa noche se hace presente desde la creación al sacrificio de Isaac y todo lo que ha sucedido hasta la llegada a la Tierra Prometida. Esta acción de YHWH en la historia es narrada con una tensión escatológica que tiene por objeto la memoria agradecida a un Dios providente. En esa noche, los niños se han preparado especialmente con ritos especiales, con preguntas acerca de las costumbres, con ritos conducidos por el liturgo más importante de Israel, el padre, que sirven para enseñarles el credo compartido (Dt 6:20-25). Credo que no es más que el programa del éxodo, que empieza en Egipto, pero que en realidad es un paradigma intemporal. En esa noche se cantan los himnos y salmos que forman parte de la tradición (Dt 31:19-22; 2 Sm 1:18s) y todos los miembros realzan los vínculos inextricables de pertenencia a una familia y a un pueblo como marco de seguridad, de elección y de promesa a la espera de un nuevo Moisés, del Mesías.
Todavía hoy las fiestas son la columna vertebral del pueblo, a través de las cuales es acompañado el aspirante a formar parte de él. Remiten a ciclos de la naturaleza. Como la historia cultural de todos los pueblos que basan sus modos de vida en el sol y la luna, Israel celebra el paso de invierno a la primavera (Pésaj), la llegada del otoño (Sucot), la renovación de todas las cosas (Yom Kipur), las cosechas (Shavuot), etc. Pero Israel va transformando poco a poco estos eventos de la naturaleza en acontecimientos históricos. Toda la memoria y cultura judía descansa en los hechos maravillosos de YHWH y en el más grande de todos: la entrega de la Ley a Moisés.
Y la fiesta cotidiana por excelencia, el sabbat, que rige la semana en la que el padre introduce a sus hijos en el descanso verdadero, que no es no hacer nada para estar frescos y seguir trabajando al día siguiente, sino el tiempo para dedicarlo a la oración, al reconocimiento de YHWH en agradecimiento a su obra creadora. Es el día de la alabanza, de la lectura divina, de la vida en comunión.
4.2. DECODIFICAR LA LEY: DIEZ PALABRAS DE VIDA
En el Sinaí, Moisés recibió el encargo de ser el primer maestro en Israel (Ex 24:3.12). De él reciben los levitas el encargo delegado de interpretarla y hacerla viva (Dt 17:10s, 33:10; 2 Cr 15:3). El marco concreto de esta enseñanza es, como decimos, las fiestas que se celebran en cada ocasión en la que se rememore un acontecimiento; por ejemplo, la renovación de la Alianza en Siquén (Dt 27:9s; Jos 24:1-24). Toda conmemoración adquiere nuevas versiones cada vez que deba releerse y explicarse porque la historia no para, no es estática, y cada circunstancia aporta un nuevo aprendizaje al pueblo o al profeta que sabe escuchar (Dt 31:9-13). Siempre que los levitas traducen a la historia el designio de Dios (Jos 24), con la exhortación se mezcla la parénesis para inculcar al pueblo que debe aprender a vivir en la fe y a poner en práctica la Ley (Dt 4-11). El Deuteronomio reconoce todo un vocabulario de acompañamiento a través de la Palabra de YHWH dirigida al pueblo que se convierte en verdadero modelo de relación educativa: «Escucha, Israel…» (Dt 4:1, 5:1), «Sabe que…» (4:39), «Pregunta…» (4:32), «Guárdate de olvidar…» (4:9, 8:11s). La palabra debe estar constantemente en la memoria (Dt 11:18-21).
Los rabinos piensan que la Palabra de Dios no tiene límite, que desborda cualquier interpretación por rebuscada que sea. Los rabinos buscan conexiones entre hechos, palabras, significados a veces intrincados. Según las reglas del derás, quieren encontrar, más allá de la lectura literal, las misteriosas resonancias de cada palabra que ha salido de la boca de Dios: «Misterios santos, puros y tremendos manan de cada versículo, de cada palabra, de cada letra, de cada punto, de cada acento, de cada nombre, de cada frase, de cada alusión. Como la Sagrada Escritura hay que leerla e interpretarla con el mismo espíritu con que se escribió para sacar el sentido exacto de los textos sagrados, hay que atender diligentemente al contenido y unidad de toda la Sagrada Escritura, teniendo en cuenta la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe» (Dei Verbum 12). Martín Buber dice que «el diálogo entablado entre el cielo y la tierra es la sustancia vital de la Biblia. El hombre que quiere recibirla de veras en su corazón debe reemplazar, con su propia boca, la palabra escrita, las letras impresas, por el vocablo hablado. No basta con leerla con los ojos, sin mover los labios… Debe ser murmurado noche y día»,24 porque hay que interiorizarla y personalizarla.
Los levitas solo traen al presente la tradición recibida a lo largo de los siglos de experiencias históricas asimiladas. Los profetas tienen otra misión diferente. En ellos, la Palabra de Dios que profieren no está calcada de la tradición, sino que procede de YHWH por vía directa y en su nombre: instruyen, amenazan, exhortan, prometen, consuelan… Se apoyan en una catequesis que suponen conocida (compárense, por ejemplo, Os 4:1s y el Decálogo), dando por sabidas claves referenciales que solo desglosan para enfatizar la novedad. Y también los llamados sabios o maestros (Ecl 12:9), que educan a sus discípulos como YHWH a Israel, o los padres a sus hijos (Eclo 30:3; Pr 3:21, 4:1-17.20, 5:12s). Estos maestros apoyan su acompañamiento a los discípulos en la experiencia de la historia adquirida con el paso de los años reinterpretando la Ley, una y otra vez, aplicada a cada caso nuevo, y acudiendo a la palabra recibida de parte de YHWH a través de los profetas. El maestro trata de pasar a la siguiente generación el tesoro recibido como si de una sabiduría ancestral e incontrovertible se tratara. Los puntos fuertes de esta enseñanza son el conocimiento y el temor de YHWH como vías para una vida lograda, una ruta del encuentro —el éxodo— de lo divino con lo humano (Job 33:33; Pr 2:5; Sal 34:12).
4.3. DECODIFICAR LA RUTA DEL ENCUENTRO DE DIOS CON EL HOMBRE
En la casa-escuela (Eclo 51:23) se aprecia el modelo precursor de lo que serán según los momentos de la historia las yeshivás y las sinagogas: los doctores imparten una sabiduría (Eclo 51:25s) que servirá para que todos se encuentren con Aquel que un día los sacara de Egipto, en definitiva el único Maestro (Sal 25:9, 94:10ss; Pr 8:1-11.32-36; Sab 7:11s; Sal 71:17, 25:4, 143:10, 119:7.12). Pero la enseñanza bíblica de YHWH va más allá del mero conocimiento de la ley o de la tradición; quiere ir hasta las entrañas de Israel, penetrar en el corazón, quiere convertir la relación con cada uno de los miembros de Israel en un verdadero acompañamiento. Por eso establece un diálogo en la historia que prevé la indocilidad del corazón humano, que no acaba nunca de doblegar su soberbia voluntad ante el designio de Dios. Permanentemente, Israel vuelve su corazón a los dioses paganos, imita los pasos de los cananeos y de los demás pueblos sospechando de la bondad de un Dios que no acude presto a las demandas caprichosas del pueblo elegido. Al tozudo pueblo de Israel le parece que el que no sabe escuchar es YHWH, pero porque sus peticiones son siempre idolátricas y YHWH no se deja someter a ese chantaje.
En eso va a consistir el acompañamiento por parte de YHWH: hacerle comprender a Israel qué es la idolatría, porque existe connivencia entre el ídolo y la mentira. La verdad es el amor y la verdad es el icono frente al ídolo.25 Solemos identificar la palabra ídolo con algo meramente religioso y perdemos la potencia semántica que se encuentra subyacente en la Escritura. La clave está en la búsqueda de la verdad. En toda la Biblia es el hilo conductor que hay detrás de la liberación de la idolatría del pueblo de Israel: la verdad es la antidolatría. Buscar la verdad es aprender a no apoyarse en nada intermedio, en ninguna superstición, en ninguna creencia, nada más que en la búsqueda sincera de la verdad. La busca de la verdad está en relación directa con el vínculo amoroso con Dios, en encontrarse cara a cara con Dios. Las naciones adoran a ídolos de paja que no salvan porque se consuelan con las mentiras, con las medias verdades. La esencia y la meta del acompañamiento es ayudar a no buscar otro apoyo que la verdad, que es Dios. Emet, en hebreo —palabra que traducimos como ‘verdad, verdadero’—, se refiere a aquello en lo que uno se puede apoyar y es por eso fiable: lo firme o sólido, la roca. Acompañar es ayudar a adquirir la sensatez del hombre que construye su casa sobre roca. Y la roca es Cristo (1 Cor 10:4). Ayudar al acompañado a no apoyar o fundamentar su vida en los ídolos, que son mentira, que son un apoyo inestable y engañoso. Sobre ellos, la vida se derrumba, porque todos resultan ser efímeros y fraudulentos. La alternativa a la idolatría es la fe, no las creencias.
La fe es aprender a apoyarse en la experiencia sólida. El rostro a rostro no deja lugar a la duda. La experiencia es irrebatible, y esta se adquiere en camino, siguiendo la ruta. La meta de esta ruta no es un punto final: «Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo podré ver el rostro de Dios?» (Sal 42:2); «Me adelanto a la aurora pidiendo auxilio, esperando tus palabras» (Sal 119:147). La meta es que cada día alcemos la mirada al rostro de Dios y anhelemos ser amados, acompañados por su Palabra.
4.4. DECODIFICAR LA SANTIDAD
La Escritura tiene como objetivo la santidad del pueblo, que significa vivir separado para YHWH. Todo es santo. No hay una división entre lo sagrado o profano como en el mundo pagano. Todo es santo porque todo ha sido creado por amor de Dios al hombre. El problema es que el hombre selecciona lo que escucha y elige aquello que quiere oír, no lo que debe oír. No tiene el corazón puro, ni sus labios, ni su oído. El conflicto llega cuando el hombre se conforma con caminos intermedios, con atajos y alienaciones, porque vivir buscando la verdad es arriesgado. La santidad es entendida como aquello que Dios separa para sí, qué es el hombre, para que no se contamine con los ídolos. «1. Habló Yahveh a Moisés, diciendo: 2. Habla a toda la comunidad de los israelitas y diles: Sed santos, porque yo, Yahveh, vuestro Dios, soy santo» (Lv 19). YHWH trata de desarraigar a su pueblo de los ídolos, como hizo con Abraham. Si el hombre adora a los ídolos es porque así se hace un dios a su medida, que puede controlar: convierte la mentira en verdad. Pero la única posibilidad de ser libre es no adorar a los ídolos y la única verdad es, dice YHWH, yo soy. «14. Dijo Dios a Moisés: “Yo soy el que soy”. Y añadió: “Así dirás a los israelitas: Yo soy, me ha enviado a vosotros”» (Ex 3).
Yo soy tiene diversas y discutidas traducciones, pero es claro que se trata de la promesa de que YHWH siempre va a estar ahí cuando Israel lo necesite, va a ser el que será cuando lo vean actuar en la historia. El ídolo siempre estará opuesto al icono. Mentira y verdad son irreconciliables. Pedir a YHWH que acompañe es renunciar a la mentira de las fascinaciones transitorias de los ídolos, a los espejismos del desierto.
Como decía Max Scheler, «el que no tiene un Dios tiene un ídolo». El ídolo consiste en tomar la parte por el todo, es aceptar un trozo de fragmento de la realidad por la realidad misma. El icono es el verdadero rostro de Dios, la verdad completa. Mientras Israel cree que la fortuna, el oro, la salud, el poder, la violencia —los ídolos de los pueblos que conoce— le dará la tierra que anhela en propiedad, solo obtendrá la promesa de un ídolo que le reclama la sangre para concederle el deseo. YHWH, el icono, no se deja chantajear, ni manipular, ni reducir a un objeto, idea o proyecto. Ser separado para Dios —que es lo que significa la santidad— es un arduo aprendizaje que requiere apartarse, despegarse de la idolatría… para hacerse uno con Dios. Este apegarse a YHWH es la llamada que Israel tiene: separarse de toda oferta de salvación que no sea hacer la voluntad del Dios, que lo llamó al desierto.
2. Para entender la Escritura
La Escritura es palabra de Dios en sus hechos: «El plan de la revelación se realiza con palabras y gestos intrínsecamente relacionados entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras; y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas».
(Die verbum 2)
1. ESCUCHAR ES EL VERBO CLAVE DE LA ANTIGUA Y NUEVA ALIANZA
Es el verbo más importante de la Torá. Daniele Fortuna26 nos dice que la raíz shm (shemá ‘escuchar’) aparece 1159 veces en el Pentateuco. YHWH puede llegar al corazón solo a través de la escucha. Escuchar es el verbo de la fe, es el antídoto a la idolatría. La fe no es una cuestión de visión. Eidolon, en griego, quiere decir ‘imagen’, ‘visión’. En nuestra cultura posmoderna, plagada de imágenes que nos invaden sin pedirnos permiso, creemos que la intimidad y el conocimiento se da a través de los ojos; nuestra sociedad está basada en la vista. Pero la visión permanece fuera. La percepción visual enmarca la exterioridad y la distancia respecto de lo que se ve, mientras que las palabras llegan al corazón. Escuchar implica la humilde apertura de una oveja que se confía a su pastor cuando este le silba, porque el conocimiento es y se logra mediante la escucha, que en hebreo significa obedecer.27 Ser y escuchar y luego seguir es una unidad, como el Hijo hizo con el Padre: «Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco y ellas me siguen» (Jn 10:27). Ningún ídolo puede arrebatarlas de su mano porque Él es más potente que todos los ídolos de este mundo. Dios nos da su identidad, por esto nadie puede arrancárnosla. ¡Basta escuchar para renacer! En el mundo en que vivimos, escuchar la voz de Dios, que nos habla desde el monte, es la zarza que milagrosamente sigue ardiendo sin consumirse, como la lámpara en Janucá, mientras duró la purificación del Sancta Sanctorum profanado por Antioco. Somos pobres e inconsistentes, débiles y pecadores, pero «tú, en tú misericordia, te pusiste en pie para ellos en su momento de dolor; tú has librado su batalla… Has puesto al fuerte en las manos de los débiles, los muchos en las manos de unos pocos» (oración al hanisim, literalmente ‘por los milagros’, que se recita durante la fiesta de Janucá).
Jesús es el verdadero Mesías, viene y nos llama para llevarnos hacia él, sacarnos de nuestra confortabilidad, es decir, saca de nosotros esta oveja que se ofrece, que fue aplastada por la idolatría cuando el ídolo le ofrecía pastos verdes y la llevó a terreno baldío, puro sequedal. Y lo hace porque es el siervo sufriente, que arde en el sufrimiento como la zarza de Moisés, pero no se consume, se da a sí mismo como el Shamash, pero multiplica el aceite del Espíritu Santo para pasar la luz de la verdad a las otras lámparas que somos cada uno de nosotros de manera que podamos brillar en el candelabro. El milagro que ocurrió con el candelabro de Janucá, y por lo que la lámpara duró ocho días, se repite: Jesús ha resucitado y ha dado a sus ovejas, a toda persona que escucha su voz, vida eterna, que es precisamente lo que simboliza el octavo día. Para que nadie pueda arrebatar ningún hombre/oveja de su mano, ha bajado a los infiernos para liberar a todos, judíos o griegos, que se encontraban allí.
Esto significa que, al que escucha, siendo acompañado por el mediador, el profeta o el Mesías, no se le consumirá el amor en su matrimonio, no se va a quemar la vida de su hijo, ni su ministerio sacerdotal, ni su vocación consagrada, no temblará cuando lleguen los días aciagos. Y para este milagro que cambia a cada instante en nuestras vidas, podemos creer que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, que es «uno con el Padre» (Jn 10:30). Porque Él ha escuchado al Padre, ha aprendido a obedecer en el sufrimiento, ha aprendido que la historia es un diseño de amor, incluso en la cruz. Dios no lo ha abandonado en el momento definitivo. Esa cita del salmo 22 en el momento de su muerte es el modo por el que el evangelista nos muestra que está recitando el salmo entero, que está preñado de esperanza, que habla de la confianza en que Dios está con él acompañándolo. Si lo escuchamos a Él, como él al Padre, entenderemos lo mismo. Así acaba el salmo que Jesús está rezando en la cruz de memoria, como buen hijo de Israel:
¡Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré!: 24 «Los que a Yahveh teméis, dadle alabanza, raza toda de Jacob, glorificadle, temedle, raza toda de Israel». 25 Porque no ha despreciado ni ha desdeñado la miseria del mísero; no le ocultó su rostro, mas cuando le invocaba le escuchó. 26 De ti viene mi alabanza en la gran asamblea, mis votos cumpliré ante los que le temen. 27 Los pobres comerán, quedarán hartos, los que buscan a Yahveh le alabarán: «¡Viva por siempre vuestro corazón!» 28 Le recordarán y volverán a Yahveh todos los confines de la tierra, ante él se postrarán todas las familias de las gentes. 29 Que es de Yahveh el imperio, del señor de las naciones. 30 Ante él solo se postrarán todos los poderosos de la tierra, ante él se doblarán cuantos bajan al polvo. Y para aquel que ya no viva, 31 le servirá su descendencia: ella hablará del Señor a la edad 32 venidera, contará su justicia al pueblo por nacer: Esto hizo él (Sal 21: 23-32).
No duda de que YHWH escucha, de que su acción es maravillosa, rescata al hombre de las fauces del león, de las garras de los enemigos. Esta experiencia, monstruosa en principio, suscita la alabanza en la gran asamblea. Ha aprendido a esperar en el sufrimiento para contemplar al final que todo estaba en manos de Dios y que Dios todo lo hace bien, como se anunciaba en el Génesis.
Todo lo que Israel tiene que saber y hacer está contenido en esa prescripción de Deuteronomio 6: «Escucha Israel, amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con todas tus fuerzas». La misma que determina la vida de Jesús y la vida de la Iglesia. Es la clave de la Trinidad, de la vida de Jesús, es la prueba de Israel en el desierto, que se replica en Nicodemo, en las tentaciones en el desierto, en la parábola del sembrador, en el padrenuestro, en la cruz, en los Hechos de los Apóstoles, en san Pablo y hasta la revelación definitiva del Cordero apocalíptico.
2. DIOS ES EL QUE ACOMPAÑA A CADA HOMBRE
YHWH va siempre por delante, abriendo camino cada día protegiéndolos del sol ardiente con la nube y en la noche guiándolos con la columna de fuego. Anticipándose a Moisés y previniéndolo respecto a lo que habrá de pasar. Haciendo a los profetas adelantar los acontecimientos que están por venir de manera inminente si Israel no escucha la palabra de Dios que ellos profieren. Dios va delante de Abraham, de Jacob, de José, de Israel, marcando la pauta, en el marco de una promesa. Estos tienen que aprender a dejarse llevar. Si ellos se dejan llevar de la mano, la promesa está garantizada. Cuando ellos toman las riendas y deciden por su cuenta, solo cometen errores. Una vez más, tocamos el punto que diferencia la fe de la religión. El hombre de fe camina detrás de Dios, lo sigue en el camino que Él va marcando. El hombre religioso tiene su propio proyecto y fuerza a Dios a seguirlo a él, a hacer su propia voluntad.
YHWH es el que hace que Moisés asuma su misión y que sea acompañado por Aarón; que Abraham se ponga en camino hacia Canaán con todo su clan; que Isaac se deje acompañar por su padre dócilmente hacia su propio calvario; que Rafael y Tobías se encuentren y que el primero lo acompañe hasta el encuentro con su futura mujer; que Jacob encuentre en su camino a un ser misterioso con el que tiene que luchar para salir fortalecido para encontrarse con su hermano Esaú, herido por el robo de la primogenitura; que José, causalmente, sea rescatado por unos madianitas camino de Egipto para que, tiempo después, se reencuentre con sus hermanos. Caminos a veces tortuosos y difíciles, pero siempre orientados a la reconciliación del hombre con su historia; es decir, con el plan de Dios para cada uno, después de haber explorado caminos propios desde su libertad intocable y haber experimentado el sufrimiento, la soledad, el dolor que causa el pecado en sus múltiples caras.
3. PRIMER PASO EN EL ACOMPAÑAMIENTO: MOSTRAR UN CAMINO DE RETORNO
Todos tienen que aprender a encarnar en ellos esta revelación dejándose amar a lo largo del camino de la vida. El camino de cómo se hace esto lo marca la Escritura. Previamente al cumplimiento del Shemá, que les abriría a los israelitas las puertas de la Tierra Prometida, han de aceptar la corrección por parte del acompañante (Moisés, los profetas, el Mesías) que evite la interpretación maliciosa de la Escritura. En el combate existencial, el Maligno intentará confundir al hombre e impedirle abrirse al don de ser amado, porque le hace sospechar que el amor de Dios no es sincero. Por eso, en el encuentro con Jesús o el mediador de YHWH de turno, siempre hay un diálogo mediado por palabras que, aunque a veces aparezca capciosamente en boca de los fariseos, saduceos o políticos y sacerdotes como un debate intelectual, siempre es un diálogo con los acontecimientos y en la historia.
La vida del hombre se presenta siempre como camino. No hay magia, no hay imposiciones, no hay adoctrinamiento, solo un reclamo a amar con todo el ser, sin doblez. Ante el fallo trágico que inaugura el pecado original, la libertad del ser humano, YHWH ha previsto la teshuvá, la posibilidad de que se dé un retorno, que aparezca el perdón, el amor, el empezar de nuevo. Se restaura la confianza y al pueblo o al hombre concreto se le concede el descanso: disfrutar de los frutos de la Tierra Prometida, descansar en el banquete nupcial, reconciliar la historia (estar en paz con aquellos sucesos o rasgos de la personalidad que no nos gustan). El que sea acompañado en este itinerario aprenderá a esperar siempre que todo lo que hoy nos hace sufrir al final adquiere sentido con paciencia, poniéndose a la escucha de la voz de Dios.
4. LA SANTIDAD ES UNA LLAMADA Y UN PROCESO
Moretti28 hizo un análisis de la escritura de los santos y solo encontró tres con tendencias innatas a la bondad. Los demás eran unos pobres hombres en un combate permanente. Los hagiógrafos nos muestran siempre el producto final del camino, pero no el proceso. San Ignacio era un iracundo y violento; santa Teresa, una lujuriosa y sensual; san Francisco, un vanidoso; santa Teresita de Lisieux decía que nunca rezó un rosario sin distraerse o sin combate.