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-Significa que no sé cuánto tiempo más viviré - respondió ella enigmática como siempre -. Son tantas las cosas que me gustaría revelar, si no lo hago desaparecerán conmigo y sería una pérdida irreparable - después me miró fijamente con esos ojos medio velados que parecían pozos sin fondo -. Tú todavía eres puro, a causa de tu juventud la sociedad y la gente que te rodea no te han condicionado lo suficiente como para que cierres tu mente a determinadas cosas que otros ya no son capaces de aceptar o que, simplemente, ya no pueden ver. Por eso quiero que permanezcas a mi lado el tiempo que te sea posible.
Empecé a comprender que me había puesto a prueba. Lo del viaje al Planeta de los Dioses, la pregunta en relación a los innombrables, aquella redacción escrita hace un siglo por un niño árabe. Quiso sacarme de esa zona de confort en la que la mayoría de mis contemporáneos vivía, formular las preguntas que casi cualquier otro evitaba y comprobar mis reacciones. Y aun a pesar de que traté de mostrarlo pudo ver que no había rechazo en mi interior, sólo una irresistible y creciente curiosidad.
-¿Para qué quieres que esté a tu lado? - inquirí ingenuamente -.
-Para que pueda transmitirte una historia, la más increíble de cuantas puedan contarse.
-¿Cuál es?
-La verdadera aventura del Corazón Indomable - replicó ella alzando la voz en tono casi majestuoso -. Sé que vas a decir que conoces su historia, que te la han explicado en clase o que has visto películas y documentales acerca de ella en alguno de esos aburridos canales que llegan a todas vuestras casas a través de la Euronet. Pero todas esas versiones son historias vacías, sin alma, además de inexactas. No hay historia más próxima a la realidad de lo que sucedió que la que yo pueda contarte.
-¿Po… por qué? - una vez más estaba demasiado asombrado, quizá incluso aturdido por la revelación, como para manifestar algo más -.
-Porque yo la conocí en persona, ¿sabes muchacho? A mí no me lo contaron, yo lo viví.
-¿De verdad no me estaba tomando el pelo? Aseguraba haber conocido al Corazón Indomable, era de locos. Por su edad estimada era posible, pues debía de ser joven cuando todo aquello sucedió mucho antes de que yo naciera, antes incluso que mis padres nacieran. Sin embargo sonaba a pura fantasía, un delirio o una simple falsedad ¿Cómo podía ser que alguien que conoció al Corazón Indomable en persona hubiera terminado acogido en mi casa? Esas cosas no pasaban, no en la vida real. Además aquella anciana era una vagabunda sin identidad, de entrada alguien así no era demasiado de fiar.
-No me creo nada de lo que dices - me planté incrédulo -. Si de verdad la conociste demuéstramelo.
-De eso precisamente se trata. Lo tengo todo guardado en mi cabeza y, aquellos datos que me resultó imposible memorizar, están ahí en mi… libro - señaló al falso libro que escondía en su interior un viejo terminal -. Conforme vaya contándote más y más cosas comprobarás que es absolutamente imposible que mienta, tan solo tendrás que contrastar la información ¿Qué te parece?
-La verdad… la verdad es que no sé qué decir - algo que era totalmente cierto en aquellos momentos -.
-Pues para empezar dime si crees lo que te han contado acerca del Corazón Indomable.
-Bueno, pues… pues no sé. Todo el mundo dice que ella nos salvó. Hizo el viaje hasta aquel planeta en el que tú dices que también has estado y…
-¿Crees que fue así? - interrumpió ella de nuevo - ¿Crees que sucedió como te lo han contado? Nos salvó pero aun así ahora tenemos unos nuevos Amos del Cielo ¿No es cierto?
-Sí pero… pero ahora es diferente, ahora al menos nos dejan en paz. Prometieron respetarnos y dejarnos vivir nuestras vidas, prometieron también que impedirían el regreso de… de bueno… ya sabes.
-¿Y por qué habrían de hacerlo? Son incluso más poderosos que aquellos que les precedieron.
-No sé - aquellas eran preguntas demasiado difíciles para un niño -. Papá me explicó que al acabar la Guerra pusieron una serie de normas, mientras las respetemos el mundo vivirá en paz.
-Sí claro, las normas - se detuvo pensativa durante un rato -. Se las conoce como el Dayrnes o las Tablas de Compromiso, aunque mucha gente en Occidente también las llama Pactos de Sumisión - yo asentía con la cabeza porque todos esos términos me sonaban aunque no supiera muy bien qué significaban -. Yo estuve allí, en Nueva York, cuando todas las naciones decidieron suscribir las Tablas. Sí, aquel fue el año uno de la Nueva Era, todo había cambiado para siempre.
Pareció perderse en sus pensamientos, recuerdos de un tiempo lejano, aunque resultaba difícil averiguar si eran alegres o tristes. Al cabo reanudó:
-Yo estuve allí junto al Corazón Indomable cuando todo hubo acabado. Las multitudes la aclamaban, todos los dignatarios se daban codazos y empujones con tal de retratarse a su lado ¡Hasta la reina de Inglaterra se inclinó ante ella! Por mucho que hayan corrido ríos de tinta sobre ese asunto te puedo asegurar que no fue un gesto nada espontáneo. Y a pesar de todo, a pesar de la permanente adulación, de los interminables homenajes, de todas las muestras de gratitud y cariño recibidas, ya fueran sinceras o no, a pesar de que parecía tener el mundo a sus pies, ella no se mostraba feliz en absoluto. Se la veía por completo agotada, sola en medio de la multitud. La avasallaban con vítores, besos y abrazos, la colmaban de regalos que ella consideraba por completo inútiles, pero nadie era capaz de comprenderla.
-¿Por qué?
-Ésa puede parecer una pregunta sencilla, pero no lo es en absoluto. Para poder responderla habría que empezar desde el principio.
-¿Desde el principio?
Obviamente en aquel momento no tenía la menor idea de a qué se refería, ni tan siquiera daba excesiva credibilidad a su historia pero, ¡qué diablos!, resultaba un relato la mar de emocionante ¿A quién de pequeño no le gustaban los cuentos de aventuras? A mí personalmente me encantaban, más si incluían misterio, pasajes sombríos que te hacían estremecer, grandes batallas y viajes a mundos lejanos y fabulosos. La aventura del Corazón Indomable ofrecía todo eso, la historia más grande jamás contada, la leyenda de todas las leyendas. No parecía posible que algo así hubiera ocurrido de verdad.
Y sin embargo ocurrió, todo el mundo conocía la historia. Ahora yo tenía la oportunidad de descubrir una versión distinta, tal vez más próxima a la realidad, de manos de la persona más insospechada.
-¡Si sigues escuchando las estupideces de esa vieja chiflada se te terminará secando el cerebro y no serás más que un enano idiota! - vociferaba mi hermana a medio camino entre la reprimenda y la burla - ¿Cómo has podido ser tan ingenuo para tragarte eso de que fue amiga del Corazón Indomable? Cualquier vagabundo borracho es capaz de inventarse algo así, no creo que quede nadie vivo que la haya conocido. No deberías pasar tanto tiempo con esa bruja. Es más, papá y mamá deberían decidirse de una vez y echarla de casa.
Pero ellos seguían sin desaprobar mi reciente amistad con la Peregrina, tampoco el hecho de que pasara más y más horas en el cobertizo escuchando sus historias. No lo desaprobaron al menos al principio. Ahora bien, una cosa era atender y hacerle compañía a una anciana ciertamente desvalida y otra muy distinta creer todo lo que dijera y dejar volar demasiado la imaginación. Papá me advirtió al respecto desde el primer momento, estaba bien lo que hacía por ella pues la pobre no tenía a nadie, pero participar de sus delirios y hacerlos propios podía llegar a ser peligroso.
-Tranquilo papá - decía yo para justificarme -. No es que me tome en serio lo que dice, lo que pasa es que me divierten las cosas que cuenta y ella se siente a gusto haciéndolo. No creo que esté haciendo nada malo.
Visto así no lo hacía, pero en aquel momento oculté que mi escepticismo no era tan firme como pretendía hacer ver. Casi desde el primer instante deseé que todo aquello fuera verdad, era casi como volver a creer en la magia y pensar que había tenido la extraordinaria suerte de haber conocido a una persona que vivió la gran aventura de primera mano me hacía sentir alguien muy especial, un privilegiado. Tenía la oportunidad de elevarme por encima de los demás, de descubrir cosas que nadie más sabía, ya que la Peregrina me había escogido para ello. No es que me hubiera estado buscando durante toda la vida, simplemente aparecí en el lugar adecuado y el momento oportuno.
***
Y así fue como el Corazón Indomable y su leyenda entraron en mi vida y, en cierto modo, se convirtieron en parte de mi ser. Muchos años y esfuerzo he dedicado a esta tarea, algo que comencé siendo un niño casi como si de un juego se tratara, pero que a la larga terminó convertido en todo un proyecto vital. Habrá quien diga que esta historia, transcrita en el transcurso de incontables sesiones junto a la misteriosa figura de la Peregrina, no es más que una fabulación novelesca, una travesura que revisa ampliamente el relato oficial de uno de los personajes históricos más importantes de todos los tiempos. Y en parte lo es. Es mucho lo que ella interpretó a su manera porque no estaba físicamente presente en el momento en que ocurrió. Pero sin lugar a dudas, cuando la conocí y decidió transmitirme sus vivencias, aseguraba ser la última persona con vida que llegó a conocer en mayor o menor medida a todos los implicados. Yo por mi parte siempre la he creído y, conforme vaya avanzando en mi relato y se descubran más y más cosas, espero que vosotros también. Mi legado es el suyo, un sincero homenaje a la memoria de aquellos que son recordados como héroes, pero cuyas verdaderas vidas han sido olvidadas.
Y como todas las grandes historias, para comprender mejor ésta es necesario comenzar por el principio. No por el principio de todo, entendido esto como el día en que los distintos protagonistas nacieron, sino más bien por el momento en el que el destino comenzó a unir sus distintos caminos. Fue en ese preciso instante cuando la leyenda comenzó a tomar forma y cuando, de entre las tinieblas de un mundo desolado y miserable, surgió un débil destello de esperanza, apenas perceptible, que anunciaba un nuevo amanecer. He aquí cómo fue posible que llegara a suceder.
Capítulo I
La panspermia es la dispersión de la vida de unos planetas a otros a través del espacio. Normalmente se entiende como una forma mediante la cual microorganismos muy simples, pero extremadamente resistentes, son capaces de sobrevivir a prolongadísimos periplos cósmicos (de cientos de miles o incluso millones de años) viajando como “polizones” a bordo de fragmentos de roca y hielo como meteoritos o cometas (…). Hablamos de una dispersión por completo pasiva y aleatoria, restos de material que salen despedidos de sus sistemas de origen al espacio interestelar, portando consigo su particular carga biológica en estado de total animación suspendida, lo que se conoce como criptobiosis. En su día estos seres abandonaron el planeta que les vio nacer y el azar termina transportándolos a través de lapsos inconcebibles de tiempo y espacio, al menos esa es la teoría (…).
Puede que permanezcan para siempre en la nada, perdidos en mitad del vacío infinito, el más plausible de los destinos. Pero también puede que, ese mismo azar que los llevó a abandonar su hogar de manera accidental, los conduzca a un mundo nuevo en el que podrían asentarse, multiplicarse y evolucionar si las condiciones son favorables. No es más que una muy improbable lotería, algo que sucede en una de cada cien millones de ocasiones tal vez, pero que puede terminar sucediendo igualmente.
“Tercer tratado de Exobiología”. A. Chang.
1
Ethan y Samuel habían estado siempre muy unidos. Quizá era por la diferencia de edad, apenas dos años los separaban. Quizá era porque habían perdido a su padre siendo aún pequeños, o porque después de eso su madre se hundió en un profundo pozo de desesperación del que ya nunca más salió y tuvieron que arreglárselas ellos solitos. O tal vez fuera porque la necesidad los mantuvo unidos en un mundo sumido en la oscuridad y la barbarie, un mundo en el que habían sobrevivido hasta la fecha peor que bien. El caso es que, desde siempre, ambos habían sido uña y carne y habían compartido todas y cada una de las múltiples experiencias de la infancia, la adolescencia y la primera juventud. Los primeros duros golpes que les propinó la vida, las primeras correrías por las calles de Londres, los primeros trabajillos para ganarse el sustento, las primeras borracheras, las primeras experiencias con chicas. En todos aquellos recuerdos Ethan y Samuel eran siempre un todo, siempre juntos, nada en el mundo los separaría porque más allá de la inquebrantable confianza mutua que se tenían no había nada más, sólo el horror cotidiano de esa guerra interminable que ya había devorado a muchas generaciones precedentes y que con toda probabilidad devoraría también a la suya. Ambos eran el uno para el otro la única familia que les quedaba.
A pesar de ser el menor Samuel siempre había sido el más fuerte de los dos. Ethan nunca dejó de apoyarse en él para la mayoría de las cosas, una dependencia que, lejos de ir reduciéndose, aumentó incluso más con el paso de los años. Fue Samuel el que se las arregló para conseguir un certificado médico falsificado para que Ethan se librara del reclutamiento cuando cumplió los dieciocho, era siempre Samuel el que sabía contemporizar la situación cuando se veían en apuros, también era él el que evitaba que Ethan se metiera en más líos de los aconsejables a causa de sus problemas con el alcohol y las drogas y fue él quien finalmente logró trabar amistad con aquel pelirrojo grandote llamado Marcel Louis.
Desde el principio los dos hermanos se vieron en cierta medida absorbidos por Louis y su mundo. Un mundo en el los negocios apetecibles, y por supuesto ilegales, surgían a la vuelta de la esquina y donde la base del éxito era aprender a sacar provecho de una sociedad totalmente descompuesta. Hacerlo suponía la diferencia entre ser una miserable rata callejera que vive al día, lo que ambos habían sido hasta ese momento, y poder aspirar a algo mejor por mucho que se obtuviera de una forma en absoluto honrada. Qué más daba, pues al fin y al cabo en la Inglaterra de aquellos tiempos tan sólo una de cada diez personas, puede incluso que menos, se ganaba la vida sin delinquir de una u otra manera.
Pero entrar en el círculo de Louis también suponía innumerables riesgos, ya que había que tratar con toda clase de individuos nada recomendables. Gánsteres, matones, ladrones y maleantes de toda índole, busconas y policías corruptos, prácticamente la única clase de agentes de la ley que te podías encontrar por aquel entonces, se convertirían a partir de ahora en compañías habituales. Gente peligrosa y de la que no te podías fiar, que invariablemente sólo pensaba en sí misma y que no dudaría en eliminarte si veía que podía ganar algo con ello, pero que aun así estaba por encima de la informe masa de desdichados que se arrastraba por la ciudad. En cierto modo componían la aristocracia londinense de la época.
Y ésa era precisamente la esfera social a la que Samuel aspiraba llegar. Por pura inercia Ethan le seguiría, siempre lo había hecho, todo y que se movía con suma torpeza en aquel nuevo ambiente. Al principio Louis casi ni se fijaba en él, pues era el hermano menor el que se ganó su simpatía y también su confianza al concluir con éxito una serie de trabajos ciertamente delicados. Gracias a lo que se pudo ganar con ellos Samuel y Ethan empezaron a disfrutar de ciertos lujos impensables tan sólo unos meses antes. Ropa nueva, calzado, carne enlatada o frutas y verduras relativamente frescas, bebida de cierta calidad, preservativos. Si todo iba bien la suerte finalmente les sonreiría.
Pero esa nueva vida no apartó a Ethan de sus vicios y debilidades de siempre. Con gran esfuerzo y más de una buena bronca Samuel logró apartarlo de las drogas, pero hacerlo de su propensión a las malas borracheras era mucho más complicado.
Esa noche la había pillado bien gorda justo después de que Louis acudiera al local de Charlotte, sitio habitual de reunión, para ultimar los detalles del trabajo del día siguiente. Ethan quería demostrar que no era ningún cero a la izquierda, que se le podían encargar tareas de cierta responsabilidad, y finalmente el pelirrojo de metro noventa de estatura aceptó encomendarle un encargo bastante sensible. Así el mayor de los dos hermanos se ganaría al fin su respeto. Siempre era la misma historia y siempre acababa igual, cualquier cosa que supusiera una inyección de autoestima servía igualmente como pretexto para entregarse a una irresponsable ingesta de alcohol de dudosa procedencia. Con demasiada frecuencia Samuel cometía el error de confiar en él en ese sentido, aunque por otra parte tampoco podía estar detrás de su hermano todo el tiempo.
Las consecuencias eran de esperar. A pesar de la terrible resaca y del inminente desastre, Ethan acudió puntual al encuentro con Louis en la antigua parada de metro de Plaistow. Éste último, sonriente y fanfarrón como siempre, lo recibió dándole un sonoro cachete en la mejilla. Resultaba obvio que para él era un pardillo.
- ¿Qué pasa tío? - gritó Louis -. Veo que estás muy decidido ¡Mira, por ahí viene tu hermano!
Ambos se giraron y Samuel apareció por entre los montones de basura y escombros que había en un gran descampado al lado de la estación ahora abandonada. Bajito, de aspecto un tanto nervioso, con su pelo rizado y claro y una sonrisa de oreja a oreja en el rostro. Él siempre sonreía, por duras que fueran las circunstancias por las que estuvieran pasando encontraba el momento para hacerlo y con eso lograba que Ethan se sintiera mejor.
- Veo que habéis madrugado los dos, las horas que son y ya por aquí - anunció al aproximarse -.
- Quizá sea porque las jodidas alarmas de bombardeo no dejan dormir a nadie, tío - replicó Louis chocándole la mano -. Ya lo han tomado por costumbre, luego muchas veces no pasa nada.
Los tres miraron hacia arriba con gesto sombrío, lejanos resplandores verdosos se vislumbraban en el norte, estallaban y se desvanecían sin solución de continuidad. Siempre era así desde hacía meses. Aquella oscuridad que casi nunca dejaba ver el sol había gobernado sus vidas desde siempre, las suyas y las de muchos otros antes que ellos, pero a pesar de eso resultaba difícil acostumbrarse a permanecer bajo su opresiva sombra. Más acostumbrados estaban en cambio al paisaje de Londres en aquellos tiempos, un horizonte de ruinas ennegrecidas y cráteres de impacto sobre el que se multiplicaban toda suerte de chabolas y otras construcciones improvisadas. Cualquiera que hubiese vivido en la ciudad antes de la Guerra la habría encontrado por completo irreconocible.
- ¿Por qué no nos dejarán en paz de una puta vez? - Samuel lanzó la pregunta al aire -. Ya no les queda nada que destruir.
- Yo que sé, siempre ha sido así - respondió Louis con gesto de hastío -. De todas maneras no importa mientras sigamos vivos. Que les jodan y ya de paso también que se jodan esas putas sanguijuelas de Dublín - luego cambió de tercio - ¡Bueno, dejémonos de monsergas y vamos a lo que realmente importa! Toma Ethan.
Con un gesto rápido y disimulado le tendió un pequeño sobre, Ethan se lo guardó en el bolsillo de su raída chaqueta.
- Ahí van dos mil quinientos créditos en bonos de la Alianza - susurró -. No me jodas y escóndelos bien, no vaya a ser que te los levanten. Me ha costado mucho más de lo que imagináis reunirlos, pero no ha habido otro remedio, a causa de las falsificaciones esa gente no acepta libras convertibles. Ya sabéis - esbozó una medio sonrisa -, es la moneda de los primos.
- De acuerdo Louis, no te preocupes - respondió el mayor de los hermanos -.
-Si la jugada sale bien sacaremos al menos cinco veces más - dijo el pelirrojo en tono confidencial -. Habrá que repartir, pero si lo hacemos bien podremos embarcarnos en operaciones de más envergadura. Los de Watford verán que tratan con profesionales. Aunque ahora no vaya a ser demasiado dinero miradlo como un primer paso.
- Eso ya lo sabemos tío - cortó Samuel riendo -, no nos calientes la oreja con otro de tus discursitos de mierda, ¡ni que hubiéramos nacido ayer!
- ¡No me jodas Samie! ¿De buena mañana y ya tocándome las pelotas?
Al momento ambos empezaron a fingir que peleaban. Era típico de ellos, Louis cogía a Samuel por el cuello y hacía como si diera ganchos de derechas, éste por su parte le castigaba los riñones mientras forcejeaba. Así podían estar durante varios minutos riendo y haciendo el tonto mientras Ethan los contemplaba pensando que se comportaban como críos.
- ¡Vamos tío, suéltame de una puta vez joder! - terminó diciendo Samuel un tanto cansado ya, Louis era más grande y corpulento que él y eso se notaba -.
- Bueno, espero que esto te sirva de lección - respondió éste jadeando ligeramente, después se dirigió a Ethan -. Será mejor que muevas el culo, nunca se puede saber si las líneas hasta Watford van a estar en servicio o no.
- Es posible que los soldados no dejen pasar a nadie, últimamente suele ser así.
- ¡Razón de más para que te largues ya! - le gruñó Louis para luego añadir -. Bueno, yo también me tengo que ir para ocuparme de otros asuntos. Es algo que ya os contaré, primero aseguraos de haced bien esto. Y tú Samie no olvides pasarte por el antiguo estadio del Arsenal. De hoy no puede pasar, ¿vale? Ya nos veremos si eso esta noche en el local de Charlotte, ¡hasta luego!
Y diciendo esto salió disparado como alma que lleva el diablo. En cuestión de segundos había desaparecido por entre el gentío que discurría por lo que una vez fue Plaistow Road, infinidad de almas errantes de aspecto miserable que parecían más muertas que vivas. Ahora Ethan y Samuel se habían quedado a solas, mirándose el uno al otro como no sabiendo quién debía hablar primero. Finalmente fue Ethan el que dijo:
- ¿Dónde estabas? Me he despertado y he dado una vuelta por el bloque, pero no te he visto.
- No podía dormir - repuso Samuel con voz queda -. A veces paseando por las calles de madrugada me siento mejor, no hay demasiada gente. Sólo las patrullas de mantenimiento y los rateros de siempre, aunque ahora al menos saben para quién trabajo y no se atreven a tocarme. Me he acordado de que habías quedado con Louis aquí, por eso me he pasado a ver qué tal.
- Tengo un problema bastante grande, Sam - se atrevió a decirle su hermano, pues no podía confiar en otra persona -. Menos mal que has aparecido.
- ¿De qué se trata hermanito? - preguntó Samuel, que siempre solía llamarle así a pesar de que él era el menor. Ya presuponía que tendría que solucionarle una vez más la papeleta de una forma u otra -.
- He perdido el puto papel donde había apuntado la dirección, el nombre del tío de Watford y todo eso - reconoció Ethan -. Tuve que dejarlo en algún lugar, pero lo he buscado por todas partes y no está. He mirado incluso en las habitaciones que ocupan los otros, pero ya sabes que aquello es una maldita pocilga donde es imposible encontrar nada ¡Estaba seguro de que lo tenía, joder, pero ahora no consigo recordar lo que había escrito!
- ¡Maldita sea Ethan! - escupió Samuel visiblemente irritado -. Siempre estamos en las mismas, ¿es que nunca puedes hacer nada bien, joder? No creo que fuera tan difícil, yo mismo vi como lo apuntabas todo en un papel bien grande. Y eso que primero perdiste el que Louis te había dado y tuviste que volver a preguntárselo ¡Si no te pusieras tan ciego siempre que paras por el local de Charlotte!
- ¡Oh vamos Sam, no… no creo que eso tenga nada que ver! Ha sido… ha sido cosa de puta mala suerte y…
Entonces su hermano le clavó una mirada incendiaria e inquirió:
- ¿Te metiste algo anoche?
- ¿Po… por qué dices eso? ¿Es que no confías en mí? Yo no…
- ¿Te metiste algo Ethan? - volvió a rugir Samuel - ¡Vamos contesta!
- Sabes… sabes que estoy limpio desde hace más de medio año ¡Lo sabes, joder! Sólo bebí un poco más de la cuenta, lo reconozco, pero tampoco perdí el control - hizo una breve pausa y adoptó un gesto lastimero -. Vamos Sam, sería incapaz de mentirte. No me metí nada anoche, lo juro, lo único que pasa es que la bebida que sirve esa condenada Charlotte parece más disolvente que otra cosa.






