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En cierto modo aquel discurso sonó un poco como el cuento de la lechera, pero el caso es que pareció convencer al resto.
- Louis tiene razón - advirtió Rod -, aquello lo conocemos y es donde se encuentra nuestro futuro. Pero estoy con la mosca detrás de la oreja con un pequeño detalle, ¿de verdad son tan valiosas esas cosas? Ya sé que lo habéis repetido un montón de veces, pero suena demasiado bonito como para ser verdad.
- De bonito nada, primero hay que hacerse con ellas - respondió Louis - ¿Acaso olvidas lo que hemos tenido que pasar para llegar hasta aquí?
- Verás, el ejército utiliza esos cerebros electrónicos para equipar a sus drones inteligentes - explicó entonces Donna, que era quien más sabía de esos temas. De hecho el resto no tenía ni idea -. Aquí sólo les dan ese uso, pero son tan potentes y versátiles que, una vez desprogramados, sirven para casi cualquier sistema y no necesariamente para aplicaciones militares. Pero aquí viene lo bueno, más allá de las bases y cuarteles de la Alianza son unos chismes verdaderamente escasos porque sólo los cabezas cuadradas pueden importarlos. Se fabrican en la India y no hay ningún lugar en Europa que sea capaz de producir nada parecido. Ésa es la razón de que alcancen un valor tan elevado en el mercado negro.
- Visto así este trabajo es un auténtico bombón - reconoció Rod atreviéndose incluso a sonreír. No lo hacía muy habitualmente -. Sólo espero que cuando llegue el momento todos…
- ¡Eh escuchad, por ahí viene un vehículo! - interrumpió Fergie a grito pelado -. Nuestro amigo de los almacenes llega al fin.
No anduvo desacertado en su observación, pues alguien se aproximaba. No obstante de la sensación de alivio inmediata se pasó un segundo más tarde a la preocupación, ya que el vehículo que iba hacia ellos era un semioruga del ejército. Hasta donde Louis sabía Sergey no se iba a presentar de esa manera.
- ¡Maldita sea, una patrulla de superficie! - advirtió temiendo una visita no deseada -. Me da mala espina, escondámonos por si acaso.
Así lo hicieron en el interior del bloque abandonado con la esperanza de que la patrulla pasara de largo. Pero no lo hizo, el semioruga se detuvo al pie de la singular construcción y de él surgieron una decena de soldados. Iban armados hasta los dientes y con uniforme de combate, su sargento transmitió órdenes de inmediato y, antes de que el grupo hubiera sido capaz de asimilar lo que estaba sucediendo, la patrulla ya estaba peinando el lugar.
- ¡Joder, joder! ¿Qué coño vamos a hacer ahora? - exclamaba Donna alarmada pero en voz muy baja desde el parapeto donde observaban la escena -. Dentro de poco encontrarán la cargo y sabrán que estamos aquí.
- ¿Pero no la has ocultado dentro como te he dicho? - inquirió Louis -.
- Sí, pero si lo registran todo a conciencia terminarán dando con ella ¿Cómo iba a imaginar que tendríamos que esperar tanto y que para colmo unos cabezas cuadradas vendrían a husmear en este sitio desierto?
- Tú misma lo dijiste, estamos en un área militarizada, era de esperar que algo así pudiera suceder - convino el pelirrojo -.
- A mí esto me da muy mal rollo tíos - Fergie comenzó a ponerse muy nervioso -. Lo mejor sería largarse de aquí sin que se den cuenta.
- ¡Cállate imbécil! - lo reprendió Rod susurrando pero amenazante. Acto seguido se dirigió al resto -. Y vosotros dos dejaos de cháchara, los cabezas cuadradas se han dividido en parejas y peinarán todo este sitio. No pueden encontrarnos aquí escondidos, eso sería demasiado sospechoso ¡Movámonos y vigilemos a ver qué hacen!
Era imposible tener a la vista a todos los miembros de la patrulla, ya que se habían dispersado para completar el registro más rápidamente. El grupo fue hacia donde tenían escondida la cargo, tal vez con idea de escabullirse si les era posible. Pero para su desgracia dos soldados la descubrieron antes y en seguida avisaron a otros. Al momento ya eran cinco, sargento incluido, los que se disponían a registrar el vehículo.
- ¡Mierda, que poco les ha costado encontrarla! - maldecía Donna. Desde un nuevo escondite los cuatro eran testigos de lo que sucedía -. En los controles de acceso tienen la matrícula y estamos identificados como sus ocupantes, ahora ya saben que andamos cerca.
Después de meditar durante un instante Louis dijo:
- La cosa se ha complicado mucho, pero habrá que apechugar. Salgamos y presentémonos ante la patrulla, con suerte si les contamos cualquier milonga se la tragarán y nos dejarán tranquilos.
- ¡De eso ni hablar tío! - Fergie no se fiaba -.
- De normal no le daría la razón a este idiota, pero la situación ahora es bien distinta - confesó Donna -. Cualquier brigadista que llega a la ciudad ha de presentarse de inmediato en la Central de Servicios. Ése es el procedimiento y nosotros no lo hemos seguido porque imaginábamos que a estas horas ya estaríamos junto al puto Sergey ese, que será muy amigo tuyo y todo lo que quieras, pero nos ha dejado en la estacada ¿Cómo les vas a explicar a los cabezas cuadradas que hemos estado aquí escondidos durante horas? Algo así huele muy mal desde el principio. Nos van a obligar a ir con ellos y entonces todo se irá a la mierda.
- ¡Razón de más para esfumarse! - insistía el mulato -.
Aquello no pintaba nada bien. Aun así Louis no estaba dispuesto a tirar la toalla, no en aquel asunto que consideraba crucial para su futuro y en el que había arriesgado tanto. “Quien no arriesga no gana”, ése había sido siempre su lema y estaba dispuesto a seguirlo hasta las últimas consecuencias. Dispuesto a presentarse ante los soldados quiso hacer un gesto a los demás como para indicar que él no vacilaba ni tenía miedo.
Pero todo sería en vano. Antes de que pudiera hacer nada pudo comprobar horrorizado como uno de los miembros de la patrulla, una mujer en concreto, salía de la cargo mostrando con la mano izquierda en alto un pequeño objeto. Era redondeado y poseía un inconfundible brillo dorado.
- ¡Fergie, puto desgraciado de mierda! - las palabras salieron de su boca de forma casi automática - ¡Te has dejado olvidado el maldito reloj dentro de la cargo!
Pero Fergie ya no estaba, había puesto tierra de por medio ante lo que se avecinaba. Rod fue tras él, consciente tal vez de que todo estaba perdido, pero seguramente también con intención de hacerlo pedazos. Louis estaba paralizado, catatónico, de repente todos sus planes se habían derrumbado. Era como si toda una vida de lucha constante para hacerse un hueco en el mundo no hubiera servido absolutamente para nada.
- ¡Louis, Louis, maldita sea! - Donna tiraba de él para hacerle reaccionar -. Tenemos que largarnos de aquí antes de que nos encuentren, ¡vamos!
Finalmente le hizo caso y ambos huyeron justo a tiempo. Otros soldados peinaban los dos edificios y no hubieran tardado en atraparlos. Así acabaría la gran aventura de la banda londinense en Edimburgo. En la nada porque ni tan siquiera llegó a comenzar.
***
Se ha dicho que Ethan fue capturado en el momento del robo. Hasta el último momento creyó que no estaba metido en nada ilegal y, cuando todo salió mal y los demás se esfumaron sin avisarle, una patrulla de vigilancia en superficie cayó sobre él, desprevenido como estaba, y lo culpó de las fechorías del resto. No fue más que un inocente que tuvo que pagar por los delitos de otros, la versión oficial se ha repetido en no pocas ocasiones y nadie se ha molestado en cuestionarla.
Es cierto que Louis y los demás lo dejaron tirado, que aquello lo pilló desprevenido, pues dadas las circunstancias nadie se acordó de él y, de haberlo hecho, resulta más que dudoso que estuvieran dispuestos a arriesgar el pellejo para ir en su busca y advertirle. Pero la verdad es que ni tan siquiera llegó a haber intento de robo en la Cuarta División, todo acabó antes de eso. Ethan había pasado todo el día atormentado a causa de sus problemas intestinales, una mezcla de nerviosismo, puro miedo y una dieta nada recomendable, pues ni las conservas que se llevaron para el viaje, ni las varias viandas que ofreció generosamente la señora Wallace en su casa la noche anterior, se encontraban en el mejor de los estados para ser consumidas. Él siempre había sido delicado en esos asuntos y las gastroenteritis lo afectaban con relativa asiduidad.
Tal vez fuera la quinta o sexta vez que iba a hacer de vientre desde que estaban esperando junto a aquel condenado edificio. En su interior había agujeros oscuros y apartados más que de sobra para hacerlo y, en uno de ellos, lo sorprendieron dos soldados con los pantalones bajados y en indigna postura. Así fue como lo detuvieron. Ethan ni tan siquiera tuvo tiempo de asimilar nada, entre gritos salvajes, golpes furibundos y amenazas terribles se lo llevaron prácticamente a rastras y lo arrojaron fuera del bloque como si fuera un saco de arena. En el exterior, junto al semioruga, la mayor parte de la patrulla y el sargento que la dirigía ya se habían reunido. Muchos rieron al verlo tirado en el suelo, ya que nada más atraparlo la pareja de soldados le había atado las manos a la espalda con una brida y, a causa de ello, todavía llevaba los pantalones por los tobillos y el trasero al aire.
- ¡Levantad a ese gusano y traédmelo aquí! - rugió el sargento. Tras él continuaban las risas -.
- Lo hemos pillado cagando dentro del edificio, señor - informó uno de los autores de la captura -. Del resto no hay ni el menor rastro, habrán huido al vernos venir.
Acto seguido lo alzaron sin dignarse a subirle los pantalones, por lo que las vergüenzas de Ethan continuaron a la vista para mayor escarnio. Aquello hizo que las carcajadas aumentaran de volumen, pero él estaba tan aturdido por la situación y la rudeza del trato recibido que se vio incapaz de reaccionar.
- ¡Silencio! - tronó el oficial al mando, un hombre relativamente alto, enjuto y de semblante feroz. Los soldados callaron de inmediato y pudo dirigirse al prisionero para preguntar - ¿Cuál es tu nombre?
- E… Ethan s… su… Sutton - logró balbucear después de un rato -.
- ¿Dónde están tus amigos?
Yo… yo… no sé… no he hecho nada. So… soy u… un brigadista y…
Aquella respuesta no pareció ser del agrado del sargento, que rápidamente se aproximó más a Ethan y le propinó un contundente manotazo mientras los otros dos soldados continuaban sujetándole. Del golpe le había partido el labio y pronto comenzó a manar sangre. El terror y la confusión fueron en aumento, se encontraba en la peor de las situaciones imaginables.
- Con que brigadista, ¿eh? - de nuevo le dio en la cara, aunque no tan fuerte -. Veo que estás tan acojonado que casi no puedes ni hablar ¿Y sabes una cosa? Haces bien en estar muerto de miedo, porque esa historia de que eres brigadista apesta tanto como tu asqueroso culo lleno de mierda.
Otra bofetada más y continuó el interrogatorio:
- ¿Dónde están tus amigos?, ¡vamos contesta!
- ¡No sé… no… no lo sé, lo juro! - gemía Ethan mientras notaba el sabor de la sangre en su boca -.
Entonces vio que el reloj que Fergie había robado en casa de los Wallace obraba en poder de una mujer soldado que se encontraba justo detrás del oficial. Un pavor ciego lo invadió, estaba perdido.
- También he encontrado varias identificaciones en el interior de la cargo, mi sargento, entre ellas la del detenido - informó la soldado -. Pertenecen a las Brigadas de Salvación y parecen auténticas, aunque no sería la primera vez que unas buenas falsificaciones logran superar los controles. Inteligencia lo corroborará.
- A mí me da que ni este ni ninguno de sus amiguitos fugados son hormiguitas - habló uno de los hombres que sostenían a Ethan -. Apretémosle un poco y nos dirá la verdad.
El sargento volvió a centrar su incendiaria mirada en aquel patético individuo con los pantalones todavía bajados y que no se atrevía a alzar la vista. Tembloroso y rendido estaba claro que no había venido hasta Edimburgo para trabajar como voluntario en el servicio.
Entonces aquel oficial empezó a explicar el motivo que había llevado a su patrulla hasta allí. Como dejado caer sobre su silla de ruedas, el decrépito señor Wallace podía parecer más muerto que vivo, pero sin duda se había mostrado especialmente astuto. Sin decir apenas una palabra desconfió de los falsos brigadistas desde el primer momento y, una vez abandonaron su casa, exhortó a su confiada esposa a comprobar si echaba en falta algo. No era la primera vez que unos desaprensivos paraban por allí y trataban de aprovecharse de la aparente vulnerabilidad de unos ancianos que sobrevivían milagrosamente en los confines del mundo. Tuvo menos dificultades en denunciar lo sucedido de lo que cabría esperar ya que, si algo no faltaba en aquellas tierras, eran militares yendo y viniendo constantemente. Para desgracia de Ethan el anciano había dado una descripción de la cargo y el vehículo sospechoso fue identificado después aproximándose a los dos bloques en los que ahora se encontraba. Un par de patrullas de superficie acudieron a inspeccionar la zona y finalmente una de ellas dio con lo que buscaba. Sencillamente habían estado demasiado tiempo sin moverse del mismo lugar y eso iba a suponer su perdición, no la de los demás. Los demás habían escapado y ahora a él le harían responsable de todo.
- En otras condiciones un simple robo no nos importaría lo más mínimo - afirmó el sargento como para concluir su explicación -. Pero resulta que, aunque no sé si lo sabes, estamos en guerra. Ésta es el área más sensible del frente y no nos hace demasiada gracia que en ella se infiltre gente que se hace pasar por lo que no es. No sé si me entiendes.
Ethan no respondió, el pánico lo dominaba por completo y las palabras permanecían atascadas en su interior.
- Como parece que se te ha comido la lengua el gato te llevaremos al centro de detención de New Town - prosiguió el oficial -, a ver si allí te animas a hablar un poco más - ahora se dirigió a su gente - ¡Coged a este pedazo de basura y registrarlo a fondo, después subidlo al semioruga! Acabad ya con la cargo y dejadla aquí para que se ocupen de ella los de intendencia. No hay tiempo para seguir buscando al resto de la banda, ¡nos vamos!
Varios soldados obedecieron las órdenes de su superior y registraron concienzudamente al prisionero entre risas y algún que otro gesto de repugnancia, pues Ethan ni tan siquiera había tenido oportunidad de limpiarse. Finalmente hallaron una pequeña armónica que él ocultaba en uno de los bolsillos de su pantalón.
- ¡Eh mirad! - exclamó el autor del descubrimiento -. No sé si valdrá para algo, pero de momento la requiso.
- ¡No, mi armónica no!
- ¡Cállate puerco! - otro soldado lo silenció de un puntapié, haciéndole caer al suelo hecho un ovillo y sin respiración -.
Al momento un tercero estaba sobre él y, sin que nadie interviniera para impedirlo, se bajó la bragueta y comenzó a orinarle encima hasta dejarlo empapado. Mientras lo hacía exclamaba pletórico:
- ¡Bienvenido al Hormiguero hijo de puta! ¡Ya verás lo bien que te lo vas a pasar aquí con nosotros!
Finalmente lo arrastraron hasta el interior del semioruga con la misma falta de delicadeza que habían mostrado desde un primer momento. Como seguía con el trasero al descubierto y ahora además apestaba a orina fue objeto de innumerables muestras de desprecio mientras yacía en el frío suelo metálico del vehículo blindado. Allí lo dejaron después de cubrirle la cabeza con una capucha de privación sensorial al tiempo que se ponían en marcha.
Tal vez hubiera sido mejor relatar una historia distinta para el comienzo de la aventura particular de Ethan Sutton. Pero lo cierto es que, detalle más o detalle menos, así fue como seguramente sucedió. Nadie puede conocer su futuro con precisión, ni tan siquiera predecir lo que puede terminar ocurriendo al día siguiente. En aquellos momentos Ethan seguramente pensó que a él ya no le quedaba ningún porvenir. Había huido de Londres para escapar de sus muchas miserias, para escapar del doloroso recuerdo de Samuel, pero en lugar de esperanza había encontrado la peor de las condenas. Aquella aventura planeada por Louis tuvo visos de terminar en desastre desde un primer momento, casi todo había salido mal y a pesar de ello él no había sido capaz de verlo hasta que no fue demasiado tarde. Qué peligroso podía llegar a ser aferrarse ciegamente a vanas ilusiones.
Aquella fatídica tarde, mientras era llevado por la patrulla, a Ethan ya no le quedaba ninguna. Hubiera sido mejor morir allí mismo, ya que alguien como él, útil para nada, no merecía otra cosa. Y esos terribles pensamientos lo consumirían al tiempo que se sumía en un profundo pozo de desesperación. Tan oscuro, terrible y falto de esperanza como el cielo sobre Edimburgo.
Capítulo II
Durante mucho tiempo la panspermia no fue más que una suposición teórica que despertaba obvias suspicacias. Pero eso fue antes de la Gran Disrupción, antes del euzer (…). Sí, todo comenzó con el euzer, una forma de vida microbiana, o al menos eso dicen, de origen desconocido. De dónde procede es un misterio. Hay quien asegura que de fuera de nuestra galaxia, aunque eso es mera especulación y al respecto nadie hay que sea capaz de asegurar nada a ciencia cierta (…).
No sabemos cuándo se produjo el encuentro que habría de cambiarlo todo, si fuimos nosotros los que salimos a emprender una búsqueda o si por el contrario nos descubrieron como se descubre a una exótica especie de insecto en una apartada isla. De una u otra forma el resultado terminó siendo el mismo. Ese “algo” que llevaba millones de años dispersándose por la galaxia y puede incluso que más allá de ella, adquiriendo conciencia de sí mismo en el proceso, encontró un nuevo hogar en el que asentarse (…). Probablemente ya había sucedido miles de veces antes y, como en casi todas las demás ocasiones, ese “algo” sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Eones de experiencia dan para mucho pues, como reza un antiguo refrán, más sabe el Diablo por viejo que por Diablo.
“Súper civilización”. S. Brooks.
1
- ¡Maldita sea, nos han endosado un blanco! ¡Un puto blanquito de mierda! ¿Cómo piensan que va a pasar desapercibido en este barco, eh? Tendrá que permanecer escondido en la bodega todo el tiempo, si El Ojo lo detecta estaremos perdidos ¡Esta gente cada vez piensa menos!
El teniente Aloysius McDonnahugh recordaba muy bien esas poco amables palabras de bienvenida. Lo curioso es que, como le venía sucediendo habitualmente, las recordaba como si su autor las hubiera pronunciado en inglés, lo cual no era el caso. A pesar de que ya habían trascurrido meses desde su partida de Estados Unidos, todavía no estaba acostumbrado del todo a emplear el inlingua y eso era un problema. Su acento y su torpeza lingüística lo delataban y, combinándolos con su aspecto, hacían de él un imán para los agentes y servidores del Enemigo. Si no había resultado tan peligroso hasta el momento era porque apenas sí había tenido que tratar con nadie desde que lo recogieron cerca de las costas de Cuba.
A decir verdad durante la travesía del Atlántico se había sentido poco más que como un mero paquete. Las embarcaciones que se arriesgaban a surcar aquellas aguas contaban principalmente con tripulaciones africanas, por eso los innombrables las toleraban. Se trataba de un tráfico increíblemente numeroso, incluso se podía decir que multitudinario, y hasta Ellos sabían quién se ocultaba en algunos de aquellos destartalados barcos. Todo formaba parte del juego y el teniente McDonnahugh lo sabía. Pero un hombre blanco y más con aquel aspecto de anglosajón que se veía a la legua, pelo claro, ya bastante cano, ojos azulados y piel escasamente bronceada, era tan descarado que casi sonaba a insulto. El Enemigo no estaba dispuesto a que le tomaran el pelo de aquella manera y siempre había un cupo de intercepciones en alta mar que se debía cubrir para que los aliados nunca dejaran de sentir la presión. El barco que lo llevaba tenía todas las papeletas de terminar abordado o incluso hundido y por eso sus anfitriones lo trataron casi desde el principio como si fuera una maldición. Como era habitual aquellos hombres también procedían del Continente Negro y muchos eran ciertamente supersticiosos.
- ¡Deberíamos arrojarlo por la borda! - llegó a decir incluso uno de ellos -. Todo el mundo sabe que un blanco a bordo durante una travesía trae mala suerte. Atraerá a los diablos de las profundidades ¡Al infierno con la recompensa!
Sí, cualquier persona que se echara a la mar en aquel tiempo temía a los diablos del abismo. Los innombrables los enviaron precisamente para eso, para anunciar que todos los océanos del planeta les pertenecerían a partir de ese momento y para siempre. Ninguna embarcación de fabricación humana, ya estuviera armada o no, se encontraba a salvo de aquella amenaza que patrullaba incansable los mares de polo a polo. Cualquiera que quisiera surcarlos estaba obligado a pedir permiso previamente.
Ése era el motivo de que a la Alianza no le quedara más remedio que usar aquel precario sistema para enviar a su gente de uno a otro lado del Atlántico. Los diablos del abismo destruyeron todas sus flotas de guerra mucho tiempo atrás, tanto que el teniente McDonnahugh jamás había conocido a anciano alguno testigo directo de aquellos sucesos. Ahora nada quedaba y debían depender de terceros para trasladar a sus agentes de enlace, como así llamaban a los abnegados hombres y mujeres que se jugaban la vida en aquellos inseguros viajes. Su utilidad era más que discutible pero el gesto, la intención, lo eran todo. Un puñado de personas más o menos de un lado del océano o del otro no cambiaría absolutamente nada, pero eran una demostración simbólica de la firme intención de los aliados de seguir en la lucha, de resistir hasta que no quedara un solo hombre en pie. Ése era el mensaje que se enviaba a través de aquellas, por otra parte, ridículas pero al mismo tiempo arriesgadísimas misiones. Desde luego lo eran para aquellos que debían cumplirlas.
Se podría haber dicho que, tras múltiples peripecias, Aloysius McDonnahugh logró arribar al puerto senegalés de Dakar con objeto de cumplir una importantísima misión a ese lado del océano. Después de todo eso es lo que la mayoría ha escuchado acerca de él. Un bravo guerrero señalado por el destino emprendió un largo y peligroso periplo que finalmente lo conduciría a la gloria. La suya es una historia de sacrificio heroico que ha de servir como ejemplo, pues el que habría de ser conocido como el capitán McDonnahugh antepuso el honor y la entrega a una causa justa a cualquier otro tipo de consideración. Los antepuso incluso al pretendido deber para con su país y, faltaría menos, también a su propia vida. Al fin y al cabo los héroes están hechos de una pasta especial distinta a la que compone el resto de seres humanos, nada temen y nada los desvía del camino fijado, porque ésa es su seña de identidad, lo que los hace diferentes y dignos de ser honrados y recordados por las generaciones venideras.
En realidad Al, como a él siempre le gustaba que lo llamaran, no tenía la menor idea de para qué iba a resultar útil en la otra parte del mundo. Ni tan siquiera portaba información de valor, como se decía que llevaban otros agentes de enlace, razón por la cual consideraba su destino como un destierro. El motivo de que lo seleccionaran para aquello sí que lo entendió desde el primer momento. Había sido un indeseado testigo de determinados sucesos que era mejor que no trascendieran y por eso gente de cierto poder consideró que si el teniente hablaba de ello con quien no correspondía sus intereses se verían seriamente comprometidos. A pesar de todo lo respetaban, les había sido muy útil y, en vez de eliminarlo directamente, le hicieron un ofrecimiento. Al siempre había sido alguien muy pragmático en ese sentido y aceptó convertirse en agente de enlace, de esta manera se deshacían de él de una forma ciertamente elegante y en principio todos contentos.
Qué importaba, a esas alturas ya estaba hastiado. Era tanta la sangre vertida a lo largo de los años que todo había dejado de tener sentido. En realidad nunca lo tuvo, tan sólo era un carnicero más en un mundo repleto de ellos, pero durante un tiempo creyó ingenuamente que llegaría el día en que todo aquello acabaría. Lo cierto es que no podía terminar nunca y, alejándose lo máximo posible de esa vida que era casi lo único que había conocido, era como si también se alejara de esa parte de sí mismo que tanto había llegado a odiar.






