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El apocalipticismo combinaba una perspectiva dualista radical (una clara distinción entre el bien y el mal) con una perspectiva determinista de la historia (la idea de que todo se desarrolla de acuerdo a un plan divino). La perspectiva apocalíptica típicamente era dual: (1) un pronóstico pesimista para el mundo en general: las cosas empeorarán; y (2) una perspectiva optimista de un remanente favorecido, los que serían rescatados del mundo maligno a través de un acto de intervención divina (que siempre se ha creído que es inminente). De esa manera, se ponía un límite al poder del mal, pero era principalmente un límite temporal: Satanás puede gobernar en el mundo por ahora, ¡pero no por mucho tiempo! El apocalipticismo como una dimensión de la religión judía surgió durante el exilio babilonio (véase el libro de Zacarías) y podría haber tenido la influencia de la religión persa, que era sumamente dualista. De cualquier manera, llegó a su máxima expresión durante el período helenista (véase el libro de Daniel) y floreció durante el período romano. En los días de Jesús, los judíos tendían a adoptar el apocalipticismo como una reacción en contra del imperialismo romano y su secuela cultural, el helenismo. En el Nuevo Testamento, el apocalipticismo es más conspicuo en el libro de Apocalipsis, pero resalta también en muchos otros escritos (p. ej., Mt. 24-25; Mr. 13; Lc. 21:5-36; 1 Ts. 4:13-5:11; 2 Ts. 2:1-12; 2 P. 3:1-18).
Conservación de la identidad judía
La influencia del helenismo pudo haber sido de largo alcance en el mundo del judaísmo del Segundo Templo, pero pocos judíos querían perder su identidad nacional y cultural completamente. Algunas tradiciones: la circuncisión, la observancia del día de reposo, de los días de fiesta y los festivales llegaron a ser señales clave que le recordarían al pueblo quiénes eran, e inhibirían la total inmersión en la sociedad grecorromana. Diariamente, las señales clave de esa identidad pueden haber sido los diversos «códigos de pureza» que el pueblo judío había desarrollado. Esos códigos se derivaban típicamente de la Torá, y frecuentemente declaraban maneras públicas y observables en las que el pueblo judío viviría de manera distinta a la mayoría de la población.
códigos de pureza: reglas derivadas de la Torá que especificaban lo que era «puro» o «impuro» para el pueblo judío, y les permitía vivir de maneras que los marcaría como distintos de la población general.
Por supuesto, todas las sociedades tienen valores determinados culturalmente en cuanto a lo que consideran «limpio» o «impuro». En el mundo moderno occidental, la mayoría de la gente se lava el cabello de manera regular, no para evitar enfermedades, sino porque piensan que el cabello grasoso es repulsivo o sucio. Pero global e históricamente, ha habido mucha gente (incluso de la que leemos en la Biblia) que ha pensado que el cabello grasoso simplemente es natural, la forma en que se supone que debe ser el cabello. Esas ideas reflejan los estándares de las sociedades particulares, valores que podrían permanecer profundamente (y ser defendidos vigorosamente), pero no son universales. De igual manera, la gente judía de la época de Jesús (al igual que muchos judíos hoy día) tenía ideas firmes en cuanto a lo que era limpio o impuro, pero, como marcadores de identidad, estas ideas habían llegado a ser integrales para su religión. Comer cerdo o langosta no solamente era repulsivo o asqueroso, era algo que Dios había instruido que no se hiciera. Además, la razón principal por la que Dios les había instruido que no comieran cerdo o langosta no era porque hacerlo fuera inmoral o malo en sí; más bien, la abstención de esos alimentos los diferenciaba de los otros pueblos del mundo.
En un sentido positivo, el concepto judío declaraba que ciertas cosas eran santas o sagradas: Jerusalén era una ciudad santa (véase Mt. 27:53), el templo era un edificio santo y el día de reposo era un día santo. En un sentido negativo, había muchas cosas que podrían provocar que una persona fuera impura, como el contacto con un cadáver o con varios fluidos corporales. Los leprosos eran impuros, así como las mujeres durante la menstruación y los hombres que recientemente habían tenido una secreción sexual (incluso las emisiones nocturnas). Es importante observar que ser impuro o toparse con la impureza no necesariamente era algo malo o vergonzoso; frecuentemente, el punto era simplemente observar lo que hacía que alguien fuera impuro y realizar ciertos rituales de purificación como reconocimiento de eso. Para una analogía moderna (aunque con puntos débiles), podemos considerar la acción de cambiar pañales a un bebé: nadie en nuestro mundo moderno pensaría que es algo malo o vergonzoso, pero la mayoría de la gente probablemente se lavaría las manos después de hacerlo.
Algo que no sabemos es lo seriamente que todos consideraban los códigos de pureza. Algunos judíos podrían haberlos ignorado o cumplido selectiva y esporádicamente, pero muchas personas (frecuentemente de las que tenemos información) tomaban muy en serio la pureza ritual y no les parecía en absoluto que los códigos fueran opresivos. Los judíos de la era del Nuevo Testamento no vivían con una aversión paranoica por evitar la contaminación a toda costa ni sufrieron de una autoestima baja debido a la incapacidad de permanecer ritualmente limpios todo el tiempo. Solo evitaban lo que era evitable, observaban lo que no era y hacían ritos de purificación como parte de su disciplina espiritual regular. Esa era una parte profundamente significativa de la vida religiosa para muchos judíos, tanto en Palestina como en la diáspora.
Conclusión
El mundo del Nuevo Testamento en realidad son muchos mundos. Los Evangelios se ubican en Palestina, pero las cartas de Pablo están dirigidas a ciudades como Corinto, Filipos y Roma, lejos de la tierra natal de Jesús. Es más, aunque los Evangelios relatan acontecimientos que ocurrieron en lugares como Belén, Nazaret y Jerusalén, fueron escritos por y para gente que vivía en otras partes: Antioquía, Éfeso o Roma. Las historias se cuentan con un enfoque dual: reportan lo que ocurrió allí y por qué es importante aquí, lo que ocurrió entonces y por qué es importante ahora.
Sin embargo, algo que recordar es que, en cada escrito del Nuevo Testamento, los contextos cristianos, judíos y romanos se traslapan: los intereses cristianos, los intereses judíos y los intereses romanos se superponen. La afirmación cristiana en estos escritos es que los judíos y los romanos por igual encuentran una identidad nueva en Jesucristo (véase Gá. 3:28). El Dios de Israel es la esperanza de los gentiles y es, en efecto, el Dios de todo el universo (cf. Ro. 1:20; 15:4-12).

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Los escritos del Nuevo Testamento
Uno de los cristianos más prominentes del siglo II fue un hombre que conocemos como Justino Mártir (es decir, Justino el Mártir). Justino produjo una cantidad de escritos teológicos, pero tal vez se le conozca mejor hoy día por un solo párrafo en el que da una primera descripción de un servicio de adoración cristiano (véase el cuadro 3.1). La mayoría de los elementos de liturgias contemporáneas ya aparecen en su lugar: la predicación, las oraciones, la comida eucarística, incluso una ofrenda.
apóstol: «uno que es enviado» (apostolos); se usa para ciertos líderes entre los primeros seguidores de Jesús, especialmente los doce discípulos y Pablo. Véase «discípulo».
Queremos darle atención especial a una de las observaciones de Justino: «se leen, en cuanto el tiempo lo permite, los Recuerdos de los Apóstoles o los escritos de los profetas». ¿Qué quiere decir él con «los recuerdos de los apóstoles»? Se refiere a los escritos que ahora se encuentran en el Nuevo Testamento (específicamente los cuatro Evangelios). Estos escritos se están leyendo públicamente en la adoración, junto con «los escritos de los profetas», es decir, las Escrituras judías que figuraban en lo que ahora los cristianos llaman el «Antiguo Testamento».
pacto: en la Biblia, un acuerdo o pacto entre Dios y los seres humanos que establece los términos de su relación continua.
Los primeros cristianos creían que las Escrituras judías proporcionaban un registro del pacto de Dios (o testamento) con Israel. Pero los cristianos también creían que Dios había hecho algo nuevo en Jesucristo y encontraron un lenguaje para describir esto en Jeremías 31:31-34, donde el profeta habla de Dios que hace un «nuevo pacto» (véase también Mt. 26:28; Mr. 14:24; Lc. 22:20; 1 Co. 11:25). Con el tiempo, los cristianos determinaron que los escritos apostólicos que testificaban de este nuevo pacto también debían contarse como Escrituras, y parecía natural llamar a estas obras «los escritos del nuevo pacto» o, simplemente, «el Nuevo Testamento».
testamento: aquí, una relato escrito de un pacto, en este sentido, es que las partes de la Biblia se llaman «Antiguo Testamento» y «Nuevo Testamento».
Cuadro 3.1
La adoración cristiana en el siglo II
En el capítulo 67 de su Primera apología, el teólogo cristiano Justino Mártir (110-65) nos proporciona nuestro primer relato de la adoración cristiana fuera del Nuevo Testamento en sí:
El día que se llama del sol se celebra una reunión de todos los que moran en las ciudades o en los campos, y allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite, los Recuerdos de los Apóstoles o los escritos de los profetas. Luego, cuando el lector termina, el presidente, de palabra, hace una exhortación e invitación a que imitemos estos bellos ejemplos. Seguidamente, nos levantamos todos a una y elevamos nuestras preces, y estas terminadas, como ya dijimos, se ofrece pan y vino y agua, y el presidente, según sus fuerzas, hace igualmente subir a Dios sus preces y acciones de gracias y todo el pueblo exclama diciendo amén. Ahora viene la distribución y participación que se hace a cada uno, de los alimentos consagrados por la acción de gracias y su envío por medio de los diáconos a los ausentes. Los que tienen y quieren, cada uno según su libre determinación, da lo que bien le parece, y lo recogido se entrega al presidente y él socorre de ello a huérfanos y viudas, a los que por enfermedad o por otra causa están necesitados, a los que están en las cárceles, a los forasteros de paso, y, en una palabra, él se constituye provisor de cuantos se hallan en necesidad. Y celebramos esta reunión general del día del sol, por ser el día primero, en que Dios, transformando las tinieblas y la materia, hizo el mundo, y el día también en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos.
D. Ruiz Bueno, Padres apologistas griegos, citado por, Enrique Moliné, Los Padres de la Iglesia, (Ediciones Palabra, S. A., Madrid, España, 1982) 84.
Generalidades del Nuevo Testamento
Debemos comenzar considerando un «índice» básico del Nuevo Testamento. Hay veintisiete libros que varían en longitud, desde el Evangelio de Lucas (el más largo) a 3 Juan (el más corto). Los libros están clasificados en siete categorías.
1.Los Evangelios: Hay cuatro de ellos (Mateo, Marcos, Lucas, Juan) y tienen el nombre de las personas que tradicionalmente han sido identificadas como sus autores. Los cuatro informan de la vida, ministerio, muerte y resurrección de Jesús; de esa manera, proporcionan cuatro versiones distintas de la misma historia básica, y hay bastante coincidencia en su contenido.
2.El libro de Hechos: Este libro es en realidad la «segunda parte» del Evangelio de Lucas, pero se ha colocado en su propia sección en el Nuevo Testamento (después de los cuatro Evangelios), porque es el único libro que relata la historia de la iglesia primitiva, es decir, lo que ocurrió después de los acontecimientos que se relatan en los Evangelios.
3.Las cartas de Pablo a las iglesias: Hay nueve de estas (Romanos, 1 Corintios, 2 Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1 Tesalonicenses, 2 Tesalonicenses). Si usted no está familiarizado con el Nuevo Testamento, los nombres de estos libros pueden darnos la impresión de ser raros o difíciles de pronunciar; son referencias geográficas a la gente de diversas ciudades o regiones a las que fueron enviadas las cartas (p. ej., «efesios» eran las personas que vivían en la ciudad de Éfeso). El autor que se ha especificado en las nueve cartas es Pablo, un misionero cristiano importante. Estas cartas se presentan en el Nuevo Testamento por orden de extensión, de Romanos (la más larga) a 2 Tesalonicenses (la más corta).
4.Cartas de Pablo a personas: Hay cuatro de estas (1 Timoteo, 2 Timoteo, Tito, Filemón) y tienen el nombre de las personas a quienes fueron enviadas. De nuevo, se presentan en orden de longitud. El autor que se ha especificado es el mismo Pablo que está relacionado con las nueve cartas a las iglesias, y conforman, en total, trece cartas de Pablo.
5.La carta a los Hebreos: Esta se encuentra en una clase propia. Es una obra anónima y no sabemos quién la escribió o a quién fue enviada, pero ya que parece que fue escrita para los cristianos judíos (es decir, cristianos hebreos), tradicionalmente se le llama «La Carta a los Hebreos».
6.Cartas de otras personas: Hay siete de estas (Santiago, 1 Pedro, 2 Pedro, 1 Juan, 2 Juan, 3 Juan, Judas). A diferencia de las cartas de Pablo, estas no tienen el nombre de las personas a quienes fueron enviadas, sino más bien el de las personas que tradicionalmente han sido identificadas como sus autores. Frecuentemente, se les llama «Las cartas (epístolas) generales» o «Las cartas (epístolas) católicas». La palabra «católica» del segundo título no tiene nada que ver con la Iglesia Católica Romana, sino que simplemente significa «universal» o «general».
católico, ca: «general» o «universal»; en los estudios religiosos, la frase «iglesia católica» no se refiere a la Iglesia Católica Romana, sino más bien a los cristianos de todo el mundo.
7.El libro de Apocalipsis: Este también está en una clase propia. Da el relato de una experiencia visionaria, como la relata alguien cuyo nombre era Juan. A veces se le llama «El Apocalipsis de Juan» (la palabra apocalipsis significa «revelación»).
Dos advertencias o amonestaciones se pueden hacer sonar en cuanto a las primeras impresiones de estos libros del Nuevo Testamento. Primero, los libros no están ordenados por orden cronológico. Para tomar solamente un ejemplo, los Evangelios aparecen primero en el Nuevo Testamento, pero no fueron los primeros libros en ser escritos; los cuatro probablemente fueron escritos después de la muerte de Pablo y, de esta manera, tienen que ser posteriores cronológicamente a cualquiera de las cartas que Pablo escribió. Segundo, los títulos que estos libros ahora tienen reflejan las tradiciones de la iglesia antigua, que frecuentemente no resisten un escrutinio. El primer libro del Nuevo Testamento se titula «El Evangelio según Mateo» (o simplemente «Mateo» de forma resumida), pero la Biblia en sí no dice que Mateo escribiera este libro, y muy pocos eruditos modernos piensan que él lo hubiera hecho. De igual manera, tenemos libros en nuestro Nuevo Testamento llamados «La Primera Carta de Juan», «La Segunda Carta de Juan» y «La Tercera Carta de Juan», pero los libros en sí son anónimos y pudieron haber sido escritos en cualquier orden (están ordenados en nuestras Biblias del más largo al más corto).
Desarrollo del canon
Los autores de los libros de nuestro Nuevo Testamento no sabían que estaban escribiendo las Escrituras, nuestros libros actuales de la Biblia. No sabían que el Nuevo Testamento alguna vez existiría, mucho menos que sus escritos serían parte de él. Sin embargo, estos escritos le deben su prominencia e influencia al hecho de que llegaron a ser incluidos en esa colección.
canon: literalmente «regla» o «estándar»; usado por los grupos religiosos para referirse a un listado autoritativo de libros que son aceptados oficialmente como Escrituras.
Para entender este punto importante, imaginemos por un momento que la carta de Pablo a los Romanos simplemente llegó a nosotros como un escrito independiente, un documento de la antigüedad que presenta los pensamientos de un misionero cristiano en la cumbre de su carrera. ¿Quién lo leería y por qué? Con toda probabilidad, sería una obra interesante para los eruditos que querían reconstruir la historia antigua de una de las religiones más importantes del mundo. Pero los hombres y las mujeres de avanzada edad no lo leerían en los asilos, los profesionales de negocios no se reunirían cada semana para leerlo en los desayunos de oración y los adolescentes no memorizarían pasajes de él en los campamentos de verano. Sin duda se le consideraría un clásico de la literatura epistolar antigua (como las cartas de Cicerón), y tal vez se citaría de vez en cuando, pero probablemente no hubiese inspirado cientos de pinturas, miles de himnos y millones de sermones. El impacto y la importancia de todos los escritos del Nuevo Testamento se deben en gran parte a su inclusión en el canon cristiano.
La palabra canon significa literalmente «regla» o «estándar», pero los grupos religiosos la usan para referirse a un listado de libros que oficialmente son aceptados como Escrituras. En los primeros años, los cristianos simplemente reunían escritos que les parecían útiles y los compartían entre sí. Pablo animó a las iglesias a las que les escribió a intercambiar esas cartas entre sí, para que ellos pudieran leer lo que él había escrito a otras congregaciones, así como a su propia comunidad (véase Col. 4:16). De igual manera, estamos razonablemente seguros de que múltiples copias del Evangelio de Marcos se produjeron y distribuyeron a diferentes partes del Imperio romano unos cuantos años después de que fue escrito (parece que tanto Mateo como Lucas habían tenido copias). Ya que no había imprentas en ese tiempo, la producción de manuscritos era un proceso costoso y requería de mucho tiempo; sin embargo, los cristianos en todo el mundo querían copias de estos documentos y parecía que habían hecho un trabajo extraordinario al hacer y compartir copias unos con otros.

Figura 3.1. Conservación de los manuscritos. No poseemos ninguna copia original de los documentos del Nuevo Testamento tal como sus autores los produjeron. Durante siglos, los monasterios y otras instituciones copiaron los manuscritos a mano. En algunos casos, el trabajo se hizo apresuradamente y produjeron copias llenas de errores. Pero la reproducción de las Escrituras también podría considerarse como un llamado supremo, que se llevó a cabo con una seriedad meticulosa que produjo resultados sorprendentemente precisos. (Bridgeman Images)
Al principio, no era necesario un acuerdo oficial en cuanto a qué libros había que leer; por lo general, las obras que circulaban eran los escritos producidos por la gente que había fundado o dirigido las primeras iglesias, gente como Pablo y los discípulos originales de Jesús, o por lo menos, gente que había conocido a Pablo o a los discípulos originales. Esta cadena de conexión con Jesús o Pablo llegaría a ser conocida como la «tradición apostólica», y siempre y cuando las iglesias copiaran y compartieran escritos que seguían esta tradición, no era tan necesario decidir cuál de estos escritos era digno de ser etiquetado como «Escrituras».
tradición apostólica: materiales orales o escritos que se cree que tienen una conexión estrecha con Jesús, con sus discípulos originales o con el misionero Pablo, o que se cree que son congruentes con lo que esas personas enseñaron.
Sin embargo, casi desde el principio hubo voces dentro del cristianismo que estaban en tensión con esa tradición en desarrollo. Con las cartas de Pablo, aprendemos que había gente que discutía por las versiones de la fe cristiana que el mismo Pablo rechazaba; esta gente predicaba un mensaje que pensaban que era «el evangelio», pero que Pablo afirmaba que era una perversión del evangelio (véase Gá. 1:6-9). Algunas de estas voces alternativas del movimiento cristiano probablemente también hayan producido escritos (véase 2 Ts. 2:2), pero al parecer sus obras no han sido conservadas ni incluidas en el Nuevo Testamento. En un sentido, entonces, el Nuevo Testamento no es una colección de los primeros escritos cristianos; más bien es una selección de esos escritos. El Nuevo Testamento contiene esas obras que se consideraron como las más representativas de lo que llegó a ser la corriente principal y ortodoxa.
Escrituras: los escritos sagrados de una religión, se cree que fueron inspiradas por Dios y se consideran como autoritativas para la fe y práctica.
El proceso por el que se hicieron esas selecciones fue complejo, y hay controversia entre los eruditos modernos en cuanto a cómo se hicieron los dictámenes. Sin embargo, en el siglo II dos acontecimientos hicieron que el asunto del canon fuera una presión para los cristianos.
Primero, ahora había cristianos que querían excluir los escritos que tenían vínculos con la tradición apostólica que no eran de su agrado. La figura más prominente en este aspecto fue el erudito y evangelista cristiano Marción (ca. 110-60), que llegó a ser importante en la primera parte del siglo II. Parece que Marción había sido influenciado por un movimiento llamado «gnosticismo», que valoraba lo que era espiritual, pero despreciaba cualquier cosa material o física (véase «En el horizonte: El gnosticismo» en el cap. 1). También quería depurar del cristianismo las influencias judías y hacerlo una religión más puramente gentil. Marción exhortaba a sus seguidores a rechazar escritos que enseñaran una versión de la fe distinta a la que él promovía. Con el tiempo, produjo un listado aprobado de escritos que él creía que debían ser considerados como Escrituras para los cristianos: diez cartas de Pablo (todas excepto 1 Timoteo, 2 Timoteo y Tito) y una copia del Evangelio de Lucas. Él también editó estos once libros para retirar las referencias positivas al Dios judío, o a las escrituras judías, o a otros asuntos que no encajaban con su versión antijudía e hiperespiritual de la fe (afirmaba que los escritos habían sido modificados previamente por los heréticos y que, al editarlos, estaba simplemente restaurándolos a su forma original). De cualquier manera, muchos escritos que actualmente están en nuestro Nuevo Testamento fueron rechazados por Marción y sus seguidores, no porque se considerara que estuvieran en desacuerdo con la tradición apostólica, sino más bien porque esa tradición en sí se consideraba que era corrupta (impregnada de judaísmo y demasiado interesada en la vida física en un mundo material).
Cuadro 3.2
De Jesús a nosotros: Seis pasos en la transmisión de la tradición del Evangelio
Primera etapa: El Jesús histórico
Jesús dice y hace cosas que se consideran extraordinarias.
Segunda etapa: La tradición antigua
Oral Escrita La gente recuerda lo que Jesús dijo e hizo y comparte esas memorias con otros. o La gente escribe relatos breves de cosas que Jesús dijo e hizo.



