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El reciente Índice de la Democracia de The Economist dice que el 70٪ de los 167 países medidos bajan de categoría y solo el 8٪ de la población mundial está bajo una democracia completa…
Ignacio. Y cuidado que, junto con Uruguay y Costa Rica, Chile sube de categoría: de democracia incompleta a democracia completa, especialmente por el aumento en los niveles de participación. Pero, efectivamente, un tercio de los países del mundo está hoy en día bajo un Gobierno autoritario. Entonces, parece indudable que la autocratización se empieza a tornar viral. Backsliding y setback son los términos más utilizados en los últimos años para referirse al retroceso de la democracia en el mundo.
¿Qué paradojas encierra el proceso de globalización, Ernesto?
Ernesto. Como señaló Ignacio, hay cosas positivas y hay cosas inquietantes en el proceso actual de globalización. Lo que tenemos hoy es un aumento de la desigualdad social al interior de los países y en prácticamente todos los países. Curiosamente, América Latina del 2003 al 2013 había tenido un descenso de la desigualdad que no deja de ser importante, medido por el indicador Gini. Pero me temo que desde el 2013 a esta parte y sobre todo tras la pandemia, nos encontraremos con sorpresas negativas en la región. En los otros países este aumento es muy grande. En Estados Unidos, por ejemplo, el 10% más rico de la población se queda con el 54% del ingreso total.
¿Qué ocurre en Europa?
Ernesto. En Europa existen los mejores mecanismos de morigeración de esta desigualdad, que no vienen de la economía. Si se toman los ingresos nominales o los ingresos básicos que vienen del mercado, observamos que también subió la desigualdad. Gracias a los instrumentos fiscales y de transferencia, sin embargo, en Europa el 10% más rico de la población se queda con el 37% del ingreso total. En China, el 10% de la población tiene el 41% del ingreso total. Y en Rusia, el 10% alcanza el 46% de los ingresos totales y el 1% se queda con el 43%, con una enorme cifra de ricos-ricos. En África, el 10% se queda con el 54% y en Medio Oriente, el 10% obtiene el 61%. En India, el 10% tiene el 55% de los ingresos totales, la misma cifra de América Latina. Este crecimiento de la desigualdad se encuentra en textos de Thomas Piketty, Pierre Rosanvallon, Branko Milanović y en todos los informes mundiales.
Pero ha disminuido la pobreza…
Ernesto. Ha disminuido la pobreza en el mundo, es cierto, pero ha disminuido fundamentalmente en China y en India, donde son millones y millones de personas que salieron a una suerte de capa media, que es un concepto muy relativo. Un capa media chino no vive como un capa media de Francia. Es decir, son niveles de bienestar muy diferentes. Entonces, se da una cierta convergencia en el mundo entre los países ricos que crecen poco y los países que empiezan a crecer fuertemente, como el caso de China, India y otros países asiáticos, cosa que acerca a Europa, Estados Unidos, Oceanía, América del Norte y Asia, sobre todo. América Latina en un momento pareció que iba a caminar hacia esa convergencia, pero ahora creo que está en una situación mucho menos buena que la que había antes. En África todavía no vemos un camino hacia una convergencia muy grande.
Es decir, hay una desigualdad al interior de la sociedad y esa desigualdad tiene un efecto muy fuerte en la democracia…
Ernesto. La desigualdad tiene un efecto muy fuerte en la democracia, porque el sector más rico, que concentra demasiado la riqueza, se separa de un sector medio, que era el eje y centro de esa democracia. Ese sector medio hoy día siente que su peso relativo y su bienestar relativo ha caído. Esto, junto a un surgimiento de un cierto nivel de pobreza, que todavía es bajo, pero que no tiende a disminuir. La gente parece comenzar a pensar: “No vivo mejor con la democracia”. Como si la democracia existiera sólo para que se viva mejor. El filósofo español Fernando Savater tiene una frase muy buena al respecto: “La democracia no es sólo una buena política, sino que es la política”.
Ignacio. Más que de desigualdad, hay que hablar de desigualdades, en plural. Por ejemplo, si uno menciona el estallido social, la política en tiempos de indignados, todo lo que hemos visto desde el 2011 en adelante, ¿qué es lo que hay ahí? Hay una reacción contra los abusos, en plural. Contra los privilegios, en plural. Contra las desigualdades, en plural. No es sólo la desigualdad socioeconómica, sino la desigualdad de género, la desigualdad territorial. Por ahí ronda el tema de la descentralización, del poder local. El asunto es mucho más complejo. Esto requiere de una forma de articulación de las instituciones de la democracia representativa mucho más porosa y flexible, con crecientes niveles de participación ciudadana. El tema de la participación está planteado, de abajo hacia arriba, bottom-up. El tema de los territorios inteligentes, por ejemplo, que es un aspecto medular de la descentralización en la era de Internet. La revolución digital, el tema de la innovación. ¿Cómo estas pesadas instituciones democráticas y las lógicas e inercias estatales y burocráticas abren paso a la innovación, que es el gran tema de la economía del conocimiento y de la sociedad postindustrial, en la era digital? ¿Cómo se abre paso a la innovación? Ahí está el espacio tremendo y el potencial de la sociedad civil. Esto no es una dicotomía entre Estado y mercado. ¿Cuál es el espacio de la sociedad en esta sociedad postindustrial? Eso tiene muchas implicancias respecto de las nuevas formas de representación y participación, o el tema de la gobernabilidad.
Dicen que, nunca como ahora, ha sido tan difícil gobernar.
Ignacio. Es muy difícil gobernar en todo el cuadro que estamos describiendo. Entonces, en ese contexto, ¿cómo aproximarnos a la gobernabilidad política y económica? A la construcción de un cierto orden político y económico, pero que no es sólo Estado y mercado, porque está la sociedad. Y la sociedad sí existe, a diferencia de lo que afirmó Margaret Thatcher en los años ochenta. En la tradición socialcristiana, o democratacristiana, hay un amplio espacio para las personas, las familias, la comunidad, la sociedad civil. Y hay que decir también que sociedad civil no es sinónimo de mercado o de sector privado. Por otro lado, el ámbito de lo público dejó de ser monopolio del Estado.
¿Qué pasa con la crisis de la representatividad de la democracia, de la que tanto se habla?
Ernesto. El elemento de la representatividad es importante. Con el surgimiento de esta base de comunicaciones desde el bolsillo o la mochila, la necesidad de la mediación decrece, es decir, decrece la necesidad de la representatividad. Entonces, surge una aspiración de democracia directa, porque se piensa que hay instrumentos como para que eso funcione. Concretamente, Internet.
Hasta ahora, ¿cómo ha sido esa experiencia?
Ernesto. La experiencia que ha habido en el mundo con respecto a la democracia directa ha sido muy débil, muy feble. En Italia, por ejemplo, el Movimiento Cinque Stelle, que nace con Gian Roberto Casaleggio y Beppe Grillo, surge como una forma de luchar contra la democracia representativa e introducir el elemento de democracia directa. Hoy día, el movimiento Cinco Stelle ha caído muy fuertemente y hoy, con la dirección del ex presidente del consejo, Giuseppe Conte, el movimiento ha abrazado la democracia representativa con algunos elementos nuevos, como puntos referendarios.
¿Por qué no resulta esta democracia directa?
Ernesto. En la democracia de la antigua Atenas, que contaba con una población de 35.000 personas, de esas 35.000, ni las mujeres ni los metecos, que eran los extranjeros, ni los esclavos formaban parte. Entonces, quien deliberaba era un grupo relativamente pequeño. Es imposible establecer una comparación con la democracia representativa moderna y sus grandes números. Además, la democracia representativa tiene la virtud de la reflexividad. La democracia directa es la asamblea, muchas veces es quien grita más fuerte quien se impone. La visión refrendaria termina resolviendo con una respuesta binaria problemas tan complejos como el Brexit. La democracia representativa, en cambio, te obliga a una discusión reflexiva, a una mediación. Porque lo otro sería pensar: “El pueblo siempre tiene la razón, en cada cosa y en cada momento”. Ese es el peligro del populismo.
¿Qué tan difícil es la reconstrucción de una democracia cuando se hiere o se desploma, Ignacio?
Ignacio. El año 1989, en el contexto de la tercera ola de democratización, Adam Przeworski, un gran cientista político estadounidense, dijo que este proceso de democratización y la caída del Muro de Berlín y el desplome del comunismo y de los socialismos reales representaban el gran fracaso de la ciencia política. ¿Por qué? Porque la ciencia política había girado en los últimos años y décadas, desde politólogos tan lúcidos como Juan Linz hasta otras aplicaciones más interesadas y antojadizas como las de Jeanne Kirkpatrick y Alexander Haig, a distinguir entre regímenes autoritarios y totalitarios. Ellos decían que los regímenes totalitarios eran, por definición, irreversibles, a diferencia de los regímenes autoritarios, como América Latina y otros, que eran reversibles. Pero la caída del Muro de Berlín y el desplome del comunismo y de los socialismos reales demostraron que esa era una distinción enteramente artificial. Lo que hay son democracias y dictaduras. No hay regímenes políticos irreversibles y la gran efervescencia sobre la democracia en los años noventa tuvo este antecedente.
Ernesto. No hay nada irreversible…
Ignacio. Así es. La mejor definición de la política que he visto es la de Maquiavelo en los discursos sobre la historia de Roma de Tito Livio, donde dice: “Los asuntos humanos están por siempre en un estado de mutación”. No, no hay nada irreversible. Lo único constante es el cambio, la transformación. Y añade Albert Hirshman, uno de los grandes cientistas sociales de la segunda mitad del siglo XX, que toda la politología y la sociología política de Estados Unidos y de Europa, desde los años cincuenta había girado en torno a los pre-requisitos estructurales –ya sean económicos, sociales, políticos o culturales– para la democracia y el desarrollo. Pero la democratización en América Latina demuestra lo contrario. Países que eran del tercer mundo, subdesarrollados, con culturas católicas, corporativas, acometen procesos de democratización desde los años setenta y lo mismo el Sudeste Asiático, incluso Sudáfrica, con el trasfondo del Apartheid. Recordemos que Corea del Sur y Taiwán eran dictaduras feroces y hoy en día son regímenes democráticos.
¿Qué te parecen experiencias como la de Italia, donde se observa una nueva esperanza para la democracia representativa?
Ignacio. Lo que estamos viendo frente a este estilo autocrático que se torna viral, es una resiliencia de la democracia representativa y sus instituciones, a pesar de sus problemas. Por ejemplo, Joe Biden termina por imponerse sobre Donald Trump. Angela Merkel se impone sobre la Alternativa de Alemania de la extrema derecha. Mario Draghi termina por imponerse sobre Matteo Salvini y el nacionalismo populista de Italia, que Ernesto Ottone conoce tan bien. Emmanuel Macron termina por imponerse sobre Marine Le Pen, al igual que sus antecesores en Francia. Es decir, la democracia representativa, sus instituciones y liderazgos tienen recursos políticos para resistir esta tentación autocrática nacionalista, populista, de derechas o de izquierdas, tan común en América Latina.
Pero un asunto es tener democracias y, otra, tener gobernabilidad…
Ignacio. Nadie puede negar que hoy en América Latina, a pesar de todo, sigue habiendo democracia, pero con enormes problemas de gobernabilidad. Recuerdo un titular del diario Siete más 7: “América Latina: democrática e ingobernable”. Porque una cosa es la democracia electoral, que goza de relativa buena salud. Las elecciones que hemos tenido en estos meses en Ecuador, Perú, México o Chile nos muestran que, a pesar de todo, la democracia electoral sigue gozando de una relativa buena salud en la medida que celebramos elecciones libres y democráticas. Muy tensionadas, con mucha polarización, con grandes clivajes, pero libres y democráticas. Entonces ¿cuál es el problema? Que, si bien tenemos democracia electoral, estamos muy lejos de tener una auténtica democracia representativa, lo que significa estado de derecho, igualdad ante la ley, separación efectiva de los poderes públicos, autonomía del Poder Judicial, libertad de expresión, accountability. Esa democracia auténticamente representativa sigue siendo muy lejana, muy esquiva. Algunos países como Chile, Uruguay y Costa Rica, que ya hemos dicho han sido calificadas como democracias completas en el índice democrático de The Economist, parecieran escapar a esa tendencia, pero con sus propias tensiones internas. Lo cierto es que estamos todavía lejos de la democracia representativa y estamos aún más lejos de la gobernabilidad democrática, que supone no solamente la democracia electoral y el estado de derecho –como es propio de la democracia representativa–, sino que la capacidad del Estado de proveer ciertos bienes públicos fundamentales, en el ámbito de la seguridad, la educación, la salud, las pensiones, las ciudades, el transporte público, que es donde transcurre la vida concreta y cotidiana de las personas.
¿Son los bienes públicos fundamentales la gran promesa incumplida en la región?
Ignacio. Son una promesa incumplida y es ahí donde está haciendo agua la democracia en América Latina. Tenemos Estados cuasi fallidos frente al tema del crimen organizado, el narcotráfico, la delincuencia. Chile no escapa a esta realidad, como lo demuestra la violencia en la Araucanía, junto con los factores anteriores. Adicionalmente, tenemos estados corruptos y la gran reacción de los pueblos contra la élite dirigente, la política y los políticos, y los empresarios, es por la corrupción. El presidente peruano Pedro Castillo decía: “Mire, yo no tengo mucha erudición y no hablo inglés, no estudié en una universidad estadounidense, pero los últimos cinco presidentes han sido procesados por corrupción, todos ellos eruditos, con muchos pergaminos” (la cita no es textual, es lo que recuerdo de una entrevista suya). En la región tenemos Estados capturados por intereses particulares, incluso a veces de los propios partidos políticos, con sus parcelas electorales y su capacidad de captura del Estado, o capturados por las propias organizaciones gremiales en el sector público. Y, sobre todo, tenemos un Estado que no provee de bienes públicos fundamentales como la seguridad, la educación, la salud o las pensiones.
La globalización deshace las llamadas categorías sociales, dijiste, Ernesto. ¿Podrías explicarlo?
Ernesto. En la democracia de masas de la sociedad industrial existía una relación muy fuerte entre clases sociales y pensamiento político. Es decir, entre categorías sociales y pensamiento político. Entre tradiciones culturales y pensamiento político. Era una relación muy fuerte. A veces se dice: “Los políticos de antes eran mejores oradores”. Sí, alguien podría decir: es verdad. Pero yo no creo tanto en eso. Sin duda hay grandes políticos que uno echa de menos. Pero lo que ha pasado es una transformación en la estructura de la política. La visión de esas categorías, de ese mundo más lento, no existe, porque esa sociedad ya no existe. Por decirlo así: el menú de posibilidades que tenía una sociedad industrial para entretenerte o para formarte una opinión, era un menú mucho más restringido. Los partidos políticos tenían sedes donde llegaba la gente después del trabajo. Los partidos más populares complementaban un sistema educacional, que era un sistema educacional muy pobre, donde la mayoría de la gente llegaba a un nivel de escolaridad muy bajo. El partido terminaba de alfabetizar a la gente, generaban cultura y cursos de cuadros permanentes. Los partidos más de derecha, a su vez, eran una especie de clubes donde se juntaba la gente acomodada. Entonces, era una vida completamente distinta. El voto era más bien permanente y para que ese voto cambiara, tenían que surgir elementos sociales muy fuertes.
¿Y hoy en día?
Ernesto. Hoy día, en una sociedad mucho más fragmentada, ya no existe esa clase obrera que generaba los partidos obreros. Eso desapareció. Si se mira el voto de los partidos de representación más popular, es un voto muchas veces de clase media. El voto más obrero, el voto de los trabajadores menos calificados, es un voto que muchas veces es de extrema derecha y de populismo de derecha. Esto pasa en Europa, en todas partes. Y, sobre todo, hay una volatilidad tremenda, es decir, hay una individualización: “Yo quiero ser singularizado y, por lo tanto, yo vitrineo, yo elijo, yo escojo y escojo una persona que tiene que ver no necesariamente con mis intereses, ideología ni pensamiento. Tiene que ver con una persona que siento que me acoge y comprende, que se empata conmigo, con la que me siento bien, que me gusta y que me gusta su imagen”. La política se personaliza: la política es la imagen y la imagen es la política. La política es menos una razón y más una emoción. Por lo tanto, se produce un cambio muy fuerte en términos electorales.
¿Eso explica los vaivenes electorales tan fuertes? Ejemplos hay varios…
Ernesto. Por eso los cambios pueden ser muy fuertes, exactamente. O sea, tú tienes el cambio de Obama a Trump y de Trump a Biden. Vas cambiando muy rápidamente. Lo mismo en Chile: pasaste del segundo Gobierno de Michelle Bachelet, que planteó un reformismo casi rupturista con respecto al reformismo gradual de la Concertación, y después de eso, Piñera. Y después de Piñera, lo que estamos viviendo: una gran confusión. Eso es lo que yo señalo cuando hablamos de categorías y de clases sociales que antes tenían una relación no permanente –porque no hay nada permanente–, pero una relación más dura con un cierto tipo de pensamiento. Piensen que había familias radicales. Familias democratacristianas. Familias socialistas. Hoy día ese concepto es muy difícil de encontrar.
¿Hay responsabilidad de los políticos en esta situación?
Ernesto. Sí, hay también responsabilidad. Por ejemplo, si tomamos la lista que hace el norteamericano Ted Piccone sobre América Latina, él dice: impuesto regresivo, informalidad laboral, gran desigualdad, poca autonomía en la división de los poderes, corrupción, inseguridad, relación entre la criminalidad y la política como problemas fundamentales de la democracia. Sí, seguramente hay parte de responsabilidad de la clase política, pero pienso que el problema es mucho más estructural.
¿Cómo recomponer la democracia representativa?
Ernesto. Es una tarea muy difícil recomponer una democracia representativa que sea capaz de oír los tiempos que corren e incorporar los elementos nuevos que están planteados, desde los temas de género hasta los de cambio climático. Y todo eso con una ética que sea defendible. Es complejo porque hay cambios estructurales muy fuertes en cómo se hacía política y cómo se puede hacer política en la sociedad de la información. Y sabemos poco, porque estamos en medio de un gran cambio. De lo que estamos seguros es de que la democracia representativa tiene dos elementos irremplazables: la libertad individual y la búsqueda de la igualdad. Si se le sacan ambos elementos, no queda democracia. Cuando se habla de democracia iliberal no se habla de democracia. La democracia iliberal no es una democracia. Tiene el aspecto electivo de una democracia, pero la democracia requiere dos cosas: un proceso de elección, pero también la plena vigencia de las reglas democráticas a respetar.
¿La democracia sigue siendo el sistema que la gente al final del día prefiere?
Ernesto. Es preciso observar el vaso medio vacío. Para no irme sólo a América Latina, donde las tendencias autoritarias han sido más bien de izquierda, salvo Bolsonaro, en Europa la fuerza del populismo autoritario es muy grande y de tendencia derechista. En Francia, Macron fue algo muy importante en un momento en que se desarmaba el cuadro político y parecía abierto el camino a un partido nacionalista con un cierto maquillaje. Marine Le Pen se había puesto un buen makeup en la cara, pero con un fondo autoritario y populista muy grande. Pero, aunque ganó Macron, ella tuvo un 34% de los votos y los sigue teniendo. Alemania tiene menos, pero ese 13% de Alternativa de Alemania pesa como algo duro en la historia. En Hungría y Polonia gobiernan partidos autoritarios. En Austria tienen el 46%. En Dinamarca, Suiza y los Países Bajos constituyen la segunda fuerza política. En Italia se ha logrado mantener gobiernos democráticos con Conte y con Draghi y tenemos a Enrico Letta en el Partido Demócrata, que es un gran dirigente. Pero, de todas maneras, entre Giorgia Meloni y Matteo Salvini están arriba de los 34 puntos y han avanzado en el último tiempo. Sobre todo Meloni, que es la presidenta del partido Fratelli d’Italia, con mucho olor a neo-fascismo. Y Trump sigue existiendo. El triunfo de Biden ha sido magnífico, pero Trump y el trumpismo siguen existiendo y siguen teniendo un apoyo muy fuerte.
En definitiva, la democracia sigue teniendo fuerza, pero está amenazada por lo iliberal, el populismo autoritario y la xenofobia…
Ernesto. Estamos ante una gran batalla por la democracia en el mundo. Se trata de ganarle la batalla no solo a los hechos que perjudican la solidez democrática, sino también a los miedos.
¿Miedos?
Ernesto. Miedo, sí. Nadie podría decir que en Finlandia, Suecia, Dinamarca o Noruega lo están pasando mal. Los finlandeses tienen muy pocos inmigrantes, pero el segundo partido en Finlandia se llama Partido de los Finlandeses Auténticos. Imagínense lo que quiere decir la palabra auténtico. Entonces, existe la transmisión de un miedo hacia el otro, de una falta de acumulación civilizatoria. Y eso nos pone a los demócratas en un enorme desafío.
¿Cómo se articula la democracia en una sociedad postindustrial?
Ignacio. La sociedad industrial tenía una forma de estructuración social y política sobre la base de las clases sociales, los sindicatos, partidos políticos que eran los grandes articuladores o intermediarios, con el trasfondo de los procesos de modernización (porque industrialización y modernización caminaron de la mano durante mucho tiempo, hasta hace poco). Conceptos como la burguesía, el proletariado o la clase media surgida desde el Estado o la educación pública, eran parte de la forma de estructuración social y política de la sociedad industrial. Y esta sociedad postindustrial que estamos viviendo cuestiona toda esa forma de estructuración social y política. De ahí que se nos mueva el piso y que surjan tantas interrogantes acerca de cómo producir esa articulación. Entonces, la forma de intermediación política –los partidos o los sindicatos– pierden fuerza y son cuestionados. Y el nuevo espacio pareciera ser el de la interacción en el mercado, pero no es tan así. Ya no se habla de clase media, porque la clase media suponía dos cosas: identidad de clase y una cierta homogeneidad, que ya no existen.
¿Y cómo son hoy los sectores medios?
Ignacio. Hoy en día los sectores medios son muy heterogéneos y vulnerables. Hablamos de sectores medios –más que de clase media– emergentes y aspiracionales. Es una categoría mucho más difusa y compleja. Son otros los parámetros en la sociedad de la información, en plena revolución digital. Todo es mucho más fluido, mucho más desestructurado. Todo es mucho más horizontal que vertical, como se ha dicho tantas veces. Hay menos compartimentalización. Y esto tiene tremendos efectos en los mercados laborales, por ejemplo, que es una de las grandes incógnitas sobre el futuro. La estructuración de los mercados laborales en la sociedad industrial era de permanencia, de contratos formales, de leyes sociales, de horarios; incluso se incorporaban a la empresa los hijos, a veces los nietos. Y eso cambia radicalmente. Es un cambio laboral y cultural de proporciones.
Ernesto. La solidez del sindicalismo iba de la mano con lo que describes.
Ignacio. Absolutamente. Hoy, además, hay un cambio cultural y generacional, porque los jóvenes ni buscan ni quieren eso. Los jóvenes, cuando ya llevan cinco u ocho años en un trabajo, se ponen nerviosos y quieren emigrar y buscar otras alternativas. El modelo son los startups, verdaderos ecosistemas conectados al mundo global, en la era digital. Pero los partidos siguen anclados en la lógica de la sociedad industrial, al margen de la era digital y los cambios que ello implica. Un ejemplo de lo anterior es el programa de gobierno de Gabriel Boric, que es muy poco renovado y muy anclado en añejas estructuras de la sociedad industrial.