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La historiografía sobre mujeres y labores remuneradas ha constatado que las mujeres pobres siempre han trabajado en virtud de las necesidades económicas que las afectaban y uno de los principales oficios que han ejercido ha sido la venta de productos básicos para la subsistencia, como el alimento y la vestimenta. Considerando que la clave de género ha sido importante para dar visibilidad al oficio de vendedora, el artículo de Jacqueline Dussaillant, “La presencia femenina en el negocio de ventas en Santiago (1880-1920)”, propone un cruce entre clase y género para estudiarlas bajo un amplio registro: aquellas concentradas en el comercio ambulante y en el minorista del Santiago de entre siglos. Fuentes de prensa, estadísticas de patentes comerciales y memorias permiten reconstruir las trayectorias laborales femeninas en negocios pequeños y en las grandes tiendas, donde las mujeres de clase media –y en ocasiones las de élite que provenían de familias empobrecidas– tuvieron un especial desarrollo. El estudio de las mujeres “vendedoras”, en rigor trabajadoras que dependían de sus ingresos, y de las mujeres entendidas como principales “consumidoras”, compartía un punto común: los peligros de que el trabajo fuera del hogar y el consumo las distrajeran de su papel de guardianas de la domesticidad.
El crecimiento de las burocracias privadas es uno de los escenarios clave para ilustrar el crecimiento del trabajo femenino en Argentina y Chile durante la primera mitad del siglo XX. Graciela Queirolo revisa algunos aspectos de este campo de estudio en su capítulo “Una buena secretaria: la profesionalización del trabajo femenino en los empleos administrativos (Buenos Aires y Santiago de Chile, 1915-1955)”. Con el apoyo de información estadística clásica, de información proveniente de boletines comerciales y manuales de capacitación, y de columnas de prensa, Queirolo reconstruye el nacimiento y desarrollo de este oficio en la primera mitad del siglo XX. El mérito de este objetivo es por sí mismo suficiente: la historiografía sobre esta ocupación es muy escasa en América Latina y, para los que están interesados en la historia de la administración pública como de la privada, contar con información sobre el trabajo, los procesos de capacitación y desempeño de las secretarias es estratégico. Igualmente relevante es la discusión que la autora ofrece respecto del desarrollo de esta profesión, su origen netamente femenino y las oportunidades que la capacitación comercial brindó o no a la ansiada autonomía de las mujeres.
El oficio de periodista o ensayista en el mundo femenino ha sido objeto de varios estudios; sin embargo, su papel como editoras en Chile ha contado con menos discusión como lo plantea Claudia Montero, quien aporta “Editora: un oficio de la intelectual profesional”. Montero sostiene que el papel de las mujeres en el ámbito editorial es más temprano de lo que se ha advertido, y esta constatación plantea algunos interrogantes al proceso de profesionalización de la producción de ideas y de la historia de las mujeres que participaron en él. Haciendo uso del análisis de perfiles de mujeres que intervinieron en el campo periodístico y cultural de fines del siglo XIX en Chile, Montero propone elementos para una nueva definición de intelectual. Asimismo, ofrece una importante discusión sobre los desafíos económicos que suponía el oficio de editora, y la posibilidad de que este permitiera la manutención de las mujeres que lo ejercían.
El ejercicio de la docencia ha estado íntimamente ligado a las mujeres, al menos en el ámbito de la enseñanza primaria y durante la primera mitad del siglo XX. Los textos escritos por profesoras han sido usualmente reveladores de aspectos menos visibles del trabajo que aquellas ejercían en las escuelas. Paula Caldo, en su capítulo “Trabajo docente, trabajo intelectual. Herminia Brumana, Argentina, 1918-1935”, nos introduce en una dimensión menos conocida de las tareas que ejercían algunas docentes en la Argentina de la primera mitad del siglo XX: la producción de conocimientos didácticos. A través del examen de un caso de estudio, la trayectoria de Herminia Brumana, Caldo ilustra las preocupaciones de esta profesora plasmada en el libro Palabritas, que traspasaron la sala de clases y le dieron a su autora el estatus de escritora. La denuncia de situaciones de desigualdad social hace de Brumana un caso de estudio que releva a una docente que transita de su papel de maestra –centrada en el aprendizaje de sus estudiantes– al de una intelectual con conciencia crítica e interés en la intervención social.
La literatura puede ser una fuente sugerente para la comprensión de los desafíos y vicisitudes que conllevaba la incursión de las mujeres en el campo de la producción cultural. En el último capítulo de este libro se incorpora la geografía caribeña a la discusión sobre la profesionalización. En “Asalariadas letradas: el ejercicio intelectual y escritural en las narrativas de autoras del Caribe y Latinoamérica”, Natalia Cisterna explora cómo las escritoras latinoamericanas Marta Brunet, María Dolores Polo Taforó, Ofelia Rodríguez Acosta, Graziella Garbalosa y Paulina Medeiros registraron representaciones de las mujeres que ejercían labores remuneradas como las de maestras, traductoras y ensayistas, y que tenían inquietudes políticas e intelectuales disonantes con el papel social que se esperaba que cumplieran en la vida citadina de la primera mitad del siglo XX en América Latina. Cisterna nos propone la denominación de “asalariadas letradas” para dar cuenta de este grupo de mujeres que plasmó algunas de las expectativas que el espacio laboral suponía para desarrollar la amistad y fraternidad entre mujeres, y la concreción y decepción que podía conllevar el amor romántico.
Este libro reúne la mayoría de los escritos discutidos en el seminario “Trabajo, profesionalización y género. América Latina (siglos XIX y XX)”, que se realizó los días 1 y 2 de septiembre de 2016 en Santiago de Chile, dentro del marco de la investigación posdoctoral que reunía a las compiladoras, financiada por Fondecyt y patrocinada por la Universidad Alberto Hurtado. Queremos agradecer a las autoras de la compilación el entusiasmo, la pasión, la confianza y el enriquecedor intercambio sostenido desde aquellos días hasta el presente. En esa oportunidad, también expusieron sus investigaciones Marianne González Le Saux, Carla Righi, Valeria Pita y Mario Barbosa Cruz. Si bien distintas circunstancias los alejaron de su participación en la publicación, no queremos dejar de agradecer su presencia y aportes a este proyecto. Sumamos a los agradecimientos a Claudia Darrigrandi, profesora e investigadora de la Universidad Adolfo Ibáñez, y a Marisol Palma y Liliam Almeyda, profesoras e investigadoras de la Universidad Alberto Hurtado, quienes oficiaron de coordinadoras de las sesiones de debate y a quienes evaluaron y enriquecieron con sus observaciones este manuscrito. Apostamos a que estas miradas hacia el pasado nos ayuden a pensar el presente que, desde la crisis de la sociedad salarial y la precarización de la vida, interpela y convulsiona con una intensidad renovada las relaciones entre trabajos, profesionalizaciones y géneros.
GRACIELA QUEIROLO Y MARÍA SOLEDAD ZÁRATE CAMPOS
Buenos Aires, Argentina – Santiago, Chile, 2020
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1 Eric Hobsbawm, La era de la revolución (1789-1848), Barcelona: Labor, 1991.
2 Robert Castels, El ascenso de las incertidumbres. Trabajo, protecciones, estatuto del individuo, Buenos Aires: FCE, 2010.
3 Asunción Lavrin, Mujeres, feminismo y cambio social en Argentina, Chile y Uruguay 1890-1940, Santiago: Dibam, 2005 [1995]; Verónica Giordano, La construcción de los derechos civiles de las mujeres en Argentina, Brasil, Chile y Uruguay en el siglo XX, Buenos Aires: Teseo, 2012.
4 Heidi Hartmann, “Capitalismo, patriarcado y segregación de los empleos por sexos”, en Las mujeres y el trabajo. Rupturas conceptuales, Cristina Borderías, Cristina Carrasco y Carme Alemany (eds.), Barcelona: Icaria, Fuhem, 1994 [1976], pp. 253-294.
5 Carole Pateman, El contrato sexual, Barcelona: Anthropos, 1995 [1988].
6 Cristina Borderías y Cristina Carrasco, “Introducción. Las mujeres y el trabajo: aproximaciones históricas, sociológicas y económicas”, en Las mujeres y el trabajo. Rupturas conceptuales, pp. 15-109; Helena Hirata y Danièle Kergoat, La división sexual del trabajo. Permanencia y cambio, Buenos Aires: Asociación Trabajo y Sociedad, Centro de Estudios de la Mujer, Piette del Conicet, 1997.
7 Eric Hobsbawm, La era de la revolución, pp. 169-184.
8 Eliot Freidson, “La teoría de las profesiones. Estado del arte”, Perfiles Educativos, Vol. XXIII, N° 93 (2001) [1983], p. 42.
9 Ricardo González-Leandri, “Campos e imaginarios profesionales en América Latina. Renovación y estudios de casos”, Anuario IEHS Nº 21 (2006), pp. 333-344.
10 Asunción Lavrin, Mujeres, feminismo y cambio social.
11 Joan Scott, Género e Historia, México: Fondo de Cultura Económica, Universidad Autónoma de Ciudad de México, 2008 [1999].
12 Heidi Tinsman, “A Paradigm of Our Own: Joan Scott in Latin American History”, The American Historical Review, Vol. 113, N° 5 (2008), pp. 357-374.
13 Elizabeth Quay Hutchison, Labores propias de su sexo: género y trabajo en Chile urbano, 1900-1930, Santiago: Lom Ediciones, 2005 [2001]; María Soledad Zárate y Lorena Godoy Catalán, Análisis crítico de los estudios históricos del trabajo femenino en Chile, Santiago: CEM, 2005; Graciela Queirolo, “Mujeres que trabajan: una revisión historiográfica del trabajo femenino en la ciudad de Buenos Aires (1890-1940)”, Novo Topo. Revista de historia y pensamiento crítico, N° 3 (2006), pp. 29-49; Mirta Zaida Lobato, Historia de las trabajadoras en la Argentina (1869-1960), Buenos Aires: Edhasa, 2007.
14 Se trata de un campo historiográfico en enorme expansión. Sin pretender una análisis exhaustivo, mencionaremos algunos títulos referidos al caso argentino: Sabina Frederic, Osvaldo Graciano y Soprano Germán, El Estado argentino y las profesiones liberales académicas y armadas, Rosario: Prohistoria Ediciones, 2010, pp. 13-48; Mariano Ben Plotkin y Eduardo Zimmermann, Los saberes del Estado, Buenos Aires: Edhasa, 2012, pp. 9-28; Silvana Palermo y Jeremías Silva, “Expertos, burocracias y política de masas en Argentina”, Estudios Sociales del Estado, Vol. 2, N° 3 (2016), pp. 6-21; Laura Rodríguez y Germán Soprano, Profesionales e intelectuales de Estado. Análisis de perfiles y trayectorias en la salud pública, la educación y las fuerzas armadas, Rosario: Prohistoria Ediciones, 2017, pp. 9-67; María Silvia Di Liscia y Germán Soprano, Burocracias estatales. Problemas, enfoques y estudios de caso en la Argentina (entre fines del siglo XIX y XX), Rosario: Prohistoria Ediciones, Edunlpam, 2017, pp. 9-41; Flavia Fiorucci y Laura Graciela Rodríguez, Intelectuales de la educación y el Estado: maestros, médicos y arquitectos, Bernal: Universidad Nacional de Quilmes, 2018, pp. 7-17.
15 Ana Laura Martin y Karina Ramacciotti, “Profesiones sociosanitarias: Género e Historia”, Avances del Cesor, Vol. XIII, Nº 15 (2016), pp. 81-92; María José Correa y María Soledad Zárate, “Historizar la profesionalización sanitaria: perspectivas desde Chile y Argentina”, Dynamis, Vol. 37, N° 2 (2017), pp. 263-272.
16 Lea Fletcher, “La profesionalización de la escritora y de sus protagonistas. Argentina, 1900-1919”, Revista Iberoamericana, Vol. 70, N° 206 (2004), pp. 213-224. Ver la bibliografía citada en el artículo de Claudia Montero.
17 Para las relaciones entre mujeres y profesiones: Rosario Gómez Molla, “Profesionalización femenina, entre las esferas pública y privada. Un recorrido bibliográfico por los estudios sobre profesión, género y familia en la Argentina en el siglo XX”, Descentrada, Vol. 1, N° 1 (2017). Recuperado de http://www.descentrada.fahce.unlp.edu.ar/article/view/DESe010 (fecha de consulta: marzo 2019); Carolina Biernat y Graciela Queirolo, “Mujeres, profesiones y procesos de profesionalización en la Argentina y Brasil”, Anuario del Instituto de Historia Argentina, Vol. 18, N° 1 (2018). Disponible en https://doi.org/10.24215/2314-257Xe060 (fecha de consulta: marzo 2019); Ana Laura Martin, Graciela Queirolo y Karina Ramacciotti (coord.), Mujeres, saberes y profesiones. Un recorrido desde las ciencias sociales, Buenos Aires: Biblos, 2019. Para las clases medias: Azun Candina, Por una vida digna y decorosa. Clase media y empleados públicos en el siglo XX chileno, Santiago: Frasis, 2009; Ezequiel Adamovsky, Historia de la clase media argentina. Apogeo y decadencia de una ilusión, 1919-2003, Buenos Aires: Planeta, 2009; Elizabeth Hutchison, María Soledad Zárate, “Clases medias en Chile: Estado, género y prácticas políticas, 1920-1970”, en Historia Política de Chile, Tomo I, Iván Jaksić y Juan Luis Ossa (edit.).
OCUPACIONES SANITARIAS:
ENFERMERAS, PARTERAS Y ASISTENTES SOCIALES

PARTERAS Y ENFERMERAS PORTEÑAS.
TRABAJO, PROFESIÓN Y PRÁCTICAS (BUENOS AIRES, 1920-1950 )

Ana Laura Martin
En 1935, la Asistencia Pública porteña llevó adelante una serie de exámenes a todas las enfermeras que se desempeñaban en los hospitales e instituciones dependientes del municipio. Los conocimientos evaluados tenían como referencia los programas impartidos en la principal escuela de la ciudad, la Escuela Municipal de Enfermería Cecilia Grierson. Con el resultado de las evaluaciones, el gobierno porteño logró poner blanco sobre negro una situación inocultable en la década del 30: el 76 % de las enfermeras que trabajaban para el municipio no habían recibido instrucción. Por otra parte, un porcentaje importante de las enfermeras evaluadas no calificaba para ejercer la profesión (Ciudad de Buenos Aires, 1936).
Entre las parteras, la situación era otra y muy diferente; sin embargo, no menos alarmante para sus agentes. Se trataba de una ocupación cuya calificación no estaba puesta en duda y contaba con el reconocimiento de la Universidad de Buenos Aires; estaba valorada dentro del esquema de las profesiones sanitarias, pero se encontraba frente a una serie de transformaciones que ponían en peligro la actividad. Hacia la década de 1940, el escenario del parto era muy diferente al de las primeras décadas del siglo, cuando la tarea de partear se erigió como un proyecto profesional de interés para las mujeres. La expansión del sistema de cobertura a mujeres embarazadas, partos y primera infancia en la ciudad de Buenos Aires había elevado el rol de las parteras en tanto vectores principales de los cuidados médicos pero, al mismo tiempo, las especialidades de la medicina y la división de tareas al interior de la profesión y de la atención puso en riesgo el parto a manos de las parteras frente al interés y mayor involucramiento de los obstetras en la atención de los nacimientos. Se trató de una tensión producto de la consideración del parto como un asunto específico y cada vez más ligado a la intervención de la ciencia que no solo se experimentó en Buenos Aires. “¿Debe haber parteras?” se preguntaba la primera partera universitaria brasileña, Mme. Doroucher, y solicitaba mayor calificación y exigencia a la enseñanza de sus colegas para alentar la imagen y la legitimidad de una profesión que tenía competencia en la obstetricia ejercida por los médicos (Mott, 1999a).
La cantidad de nacimientos asistidos en instituciones y en manos profesionales fue creciente a partir de mediados de la década de 1920. En 1924, más del 80 % del total de los nacimientos registrados en la ciudad se atendían fuera de los hospitales. A mediados de la década de 1940, esa relación había cambiado notablemente y casi el 60 % de los partos se realizaban en hospitales de gestión municipal, en otros hospitales o en sanatorios privados ubicados en la ciudad.
Por diferentes motivos, pero en un mismo escenario, enfermeras y parteras se ubicarán en los años 30 en una coyuntura que anunciaba cambios y nuevos límites en el ejercicio de sus profesiones. La salida de esa situación fue definitoria para el desarrollo de ambas tareas en las décadas siguientes.
En los últimos años, la investigación histórica en la región ha mostrado su interés por las profesiones y ocupaciones feminizadas y ligadas al sistema sanitario, como la enfermería y partería (Wainerman y Binstock, 1992a) (Wainerman y Binstock, 1992b) (Mott, 1999b) (Mott, 2001) (Mott, 2003) (de Castro y Farías, 2009) (Ramacciotti y Valobra, 2008) (Martin, 2015). Este trabajo persigue abonar a esas líneas de indagación y pone el foco en las opciones que ambas profesiones tuvieron a su alcance en un escenario de cambios respecto de las necesidades sociales en torno de la atención de la salud. En la misma dirección, son de interés los proyectos que colectiva o individualmente pusieron en práctica enfermeras y parteras; y el modo en que el Estado interpeló a esas ocupaciones.
Parteras, partos y hospitales
En la década de 1930 se cristalizaron y destacaron de manera más evidente que en las décadas previas los diferentes dispositivos urbanos tendientes a cubrir con mayor eficiencia los problemas de higiene y salud y garantizar el crecimiento de la población, que se consideraba en niveles críticos (Armus y Belmartino, 2001)(Biernat y Ramacciotti, 2008). Esto estuvo acompañado con la formación sostenida de profesionales especializados como obstetras y parteras, entre otras tantas especialidades vinculadas a la salud. La envergadura de los cambios alcanzó la práctica de los partos, pero ahora ya no solo en términos conceptuales, como había sucedido a fines del siglo anterior (Zárate Campos, 2007) (Nari, 2005). En este período, las modificaciones fueron de tipo procedimental y de la mano de una obstetricia que ensanchaba sus campos de acción. Los obstetras, como grupo de expertos, se asentaron definitivamente como distinguibles de otras especialidades médicas y se lanzaron hacia las instituciones del Estado en áreas específicas. Esto puso al oficio de partear en una nueva coyuntura que precisaba cada vez más su campo de actuación y en colaboración o competencia con otros y otras profesionales. Visitadoras sociales y de higiene del servicio social de hospital, puericultoras y, más adelante, asistentes sociales aparecieron para completar el mecanismo de protección de la madre y el niño (Biernat y Ramacciotti, 2013)(Di Liscia, 2002).
En ese esquema y como parte del proceso de maternalización femenina, las mujeres tuvieron un lugar como vectores en la propagación de los saberes médicos e higiénicos para reforzar el vínculo entre la madre y el niño. Marcela Nari señaló que ese proceso se aceleró entre 1920 y 1940 y que puso en el centro el interés del Estado y de diversos sectores de la sociedad al binomio madre-niño (Nari, 2005, p. 19). Una parte importante de ese interés se tradujo en un dispositivo ampliado para la atención de los partos y en un desplazamiento de los nacimientos de los hogares a las instituciones1. Victoria Mazzeo y Raquel Pollero afirman que, durante la década del 30, el porcentaje de partos domiciliarios se redujo drásticamente de modo tal que en 1940 solo el 2 % de los nacimientos se produjo en el hogar (Mazzeo y Pollero, 2005, p. 12).






