Infierno - Divina comedia de Dante Alighieri

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¡Nada de oponer el amor a la razón, como se suele hacer! El amor en Dante, como es propio del hombre medieval, está cargado de razón y da forma a toda la vida. Amar es un impulso del corazón y un juicio de la razón, no el simple resultado del instinto. Para el poeta, de ahora en adelante, será este amor cargado de razón lo que guíe su vida.
Segundo capítulo, segundo encuentro con dieciocho años.
Después de que transcurrieron tantos días que precisamente se cumplían nueve años de la aparición de la gentilísima antes narrada, en el último de aquellos días aconteció que aquella admirable señora se me apareció vestida de color blanquísimo, en medio de dos gentiles damas que eran de mayor edad, y pasando por una calle volvió los ojos hacia la parte donde yo me hallaba lleno de temor, y por aquella su inefable cortesía, hoy recompensada ya en el gran siglo, me saludó muy recatadamente, de modo que me pareció entonces ver allí los extremos de la bienaventuranza. La hora en que me llegó su dulcísimo saludo era exactamente la de nona de aquel día, y como aquella fue la primera vez que sus palabras se dirigían a mis oídos, me sentí de tal modo inundado de dulzura que, como embriagado, me aparté de la gente y corrí a la soledad de mi aposento, donde me puse a pensar en aquella dama tan cortés.6
[A los nueve años del encuentro con aquella niña, volví a ver a esa nobilísima mujer vestida de blanco, en medio de damas de mayor edad; al pasar, volvió sus ojos hacia el lugar donde yo estaba con cierto temor, y por su inefable liberalidad, hoy recompensada ya en el paraíso, me saludó de tal manera que me pareció tocar el cielo. Su dulcísimo saludo me llegó exactamente a las 3 de la tarde; y como era la primera vez que me dirigía la palabra, me sentí de tal modo inundado de dulzura que, como embriagado, me aparté de la gente y corrí a la soledad de mi aposento pensando en ella]
Una parte de la crítica, sobre todo en el pasado, consideraba este encuentro una invención poética. Sin embargo, yo pienso que el encuentro fue real y que, básicamente, Beatriz se declaró con ese gesto.
Para entenderlo, debemos comprender la mentalidad de la época. Beatriz es una chica de buena familia —los Portinari son una de las estirpes más conocidas de la ciudad—, está prometida con otro hombre, nunca sale sola, siempre va acompañada por dos damas de compañía, dos especies de guardaespaldas que controlan que no haga nada indigno de su rango. Y una chica de buena familia que sale por Florencia ha de llevar los ojos bajos, mirar al suelo, jamás se arriesgaría a alzarlos, menos aún para mirar a un hombre, para sonreírle y saludarle. Al mirar a Dante, sonreírle y dirigirle un saludo, Beatriz está llevando a cabo un gesto claramente transgresor.
El caso es que Dante lo entiende perfectamente. Porque con esa mirada es como si Beatriz le dijera: «Yo te conozco, te reconozco. Has hecho bien al esperarme. Soy la que Dios había pensado para ti, para tu felicidad. Soy Beatriz, la que de veras te trae beatitud. Soy yo».
Dante se queda pasmado ante el consentimiento que le regala Beatriz. Corre a su casa, compone poesía, tiene visiones, sueña, escribe a sus amigos… comienza para él una vida nueva.
Lo primero que hace —es el primer impulso que te viene cuando te sucede algo bello, quieres compartirlo— es contar lo que le ha sucedido. Y, como buen poeta, lo hace escribiendo poemas. Este es el primero.
A ciascun’alma presa e gentil core
nel cui cospetto ven lo dir presente,
in ciò che mi rescriva ’n suo parvente,
salute in lor segnor, cioè Amore.
Già eran quasi che aterzate l’ore
del tempo che onne stella n’è lucente,
quando m’apparve Amor subitamente,
cui essenza membrar mi dà orrore.
Allegro mi sembrava Amor tenendo
meo core in mano, e nelle braccia avea
madonna involta in un drappo dormendo.
Poi la svegliava, e d’esto core ardendo
lei paventosa umilmente pascea.
Apresso gir lo ne vedea piangendo.
A toda alma cautiva y corazón gentil / a la que estas palabras se presentan / para que me descubran su opinión, / salud en nombre de su dueño Amor. / Ya eran casi terciadas las horas / del tiempo en que toda estrella resplandece, / cuando me apareció el Amor súbitamente / y me estremece recordar su esencia. /Alegre me parecía el Amor teniendo / mi corazón en la mano, y en los brazos / a mi dama con su túnica, dormida; / después la despertaba y del corazón ardiendo / ella, temerosa, pacía humildemente. / Luego lo vi marchar llorando.7
Aquí Dante cuenta la historia recurriendo a una serie de imágenes del lenguaje poético del tiempo: se le aparece el Amor, que tiene entre los brazos a Beatriz («a mi dama», mi mujer) y en una mano su corazón (el de Dante), hasta que ella se despierta y empieza a alimentarse de ese corazón. La metáfora evidentemente señala un mimetismo total (un poco como cuando una madre le dice a su hijo pequeño «te voy a comer»).
Así que Dante escribe y alguien le responde.
Este soneto fue contestado por muchos y en diverso sentido. Entre ellos me contestó aquel a quien yo llamo el primero de mis amigos, que escribió entonces un soneto que empieza Viste, a mi parecer, todo el valor. Y este fue casi el principio de la amistad entre él y yo, cuando él supo que yo era quien le había enviado aquel.8
Los amigos le responden escribiendo otras poesías. Y, entre ellas, está la réplica extraordinaria, preciosa, de Guido Cavalcanti: Viste, a mi parecer, todo el valor. Como si dijera: «Dante, creo que has dado en el clavo, por lo que dices, por lo que cuentas, te ha pasado lo más importante de la vida. ¡No lo dejes!». Y Dante dice que, a partir de ahí, empezó la amistad entre ellos.
Me paro un momento en esta palabra, «amistad», porque creo que, hoy en día, para entender qué era entonces la amistad tenemos que hacer otro gran esfuerzo de imaginación. En mi experiencia como profesor, si llamase hoy a un grupo de jóvenes para que me dijeran qué es la amistad, me temo que las respuestas serían muy inciertas, llegando incluso a poner en duda su existencia y posibilidad. Cuando intentan definirla, lo hacen de forma insegura, confusa, como si la amistad fuera un vago sentimiento, que va y viene, dependiendo de la consonancia momentánea o de los temperamentos: «Estoy de acuerdo, no estoy de acuerdo; piensa como yo, tiene la misma idea sobre…».
Pensar así no tiene nada que ver con la amistad que tenían Dante y sus amigos, y, por tanto, con la confianza que se tenían recíprocamente. Tenéis que imaginar a un grupo de jóvenes, de amigos, para los que era habitual levantarse por la mañana tomándose en serio la vida, razonando sobre el deseo que la mueve y sobre lo que responde en concreto a ese deseo. Tenían claro que, si la naturaleza de la vida humana es este deseo incesante, compartirla es el contenido de toda amistad auténtica, como dice Dante en un famoso soneto.
Guido, yo quisiera que tú y Lapo y yo / fuéramos sorprendidos por un encantamiento / y metidos en una barca que, obedeciendo a todo viento, / corriese por el mar conforme a vuestra voluntad y mía, / de tal suerte que ninguna tempestad o mal tiempo / lograse ponernos en mal trance, / antes, por el contrario, / viviendo todos en un mismo querer, / creciese siempre más el anhelo de estar juntos. / Y D.ª Vana y D.ª Lagia después, / con aquella que está por encima de los treinta, / pusiese entre nosotros al buen encantador, / y así siempre hablaríamos del amor / y todas ellas estarían contentas, / como creo que estaríamos todos.9
Guido —escribe Dante— me gustaría que tú, Lapo y yo fuéramos sorprendidos por un encantamiento y metidos en una embarcación, sin que nada se pusiera por delante, y viviendo siempre «en un mismo querer», en una sola voluntad, «creciese siempre más el anhelo de estar juntos», el deseo. El cumplimiento de la amistad, el cumplimiento de la vida, es que se acreciente el deseo. No hay otra definición verdadera de la amistad. ¿Quién me es amigo? ¿Quién es el amigo de verdad? Aquel que sostiene mi deseo y siempre lo relanza. Aquel que, cuando estoy metido en algo grande, lo reconoce, también lo mira y me ayuda a mirarlo mejor, a entenderlo mejor.
Algo te ha herido, te ha impresionado —algo bueno, doloroso o fatigoso— al igual que a mí, hemos compartido algo grande; cuanto más grande es lo que hemos compartido, más fuerte y tenaz es el sentimiento que nos une. La amistad nace de ahí, de la experiencia humana que se comparte con el otro y no de un vago sentimiento. Nace de la fuerza que tiene lo que miramos juntos, lo que deseamos juntos, lo que nos ha sucedido y que es más grande que nosotros.
A veces también imprevisible. Hasta el punto de que es verdad que se puede decir que tengo grandes amigos, pero que no los he elegido. No es que haya ido por ahí y, como uno me gustó más que otro, le dije: «Venga, seamos amigos». No los he elegido, los he encontrado. En la vida muchas veces he estado ante cosas grandes y, en ese momento, he tenido a alguien al lado. No elegido, no buscado, pero nos hemos mirado y hemos dicho: «Pero, si tú y yo estamos ante algo tan grande juntos, somos amigos». El amigo es aquel que reconoces por la grandeza que tiene él en los ojos y que tú tienes en los ojos. Dante y sus compañeros entendieron que el objeto de la amistad es alimentar el deseo, que, estando juntos, «creciese siempre más el anhelo de estar juntos».
Es una afirmación que se puede aplicar también a la experiencia del amor. Así que alguien que está realmente enamorado, después de pasar un día con su novia, ¿qué hace cuando la deja? ¿Cómo os despedís de un amigo con el que habéis pasado un gran día? «¿Cuándo nos vemos?». Te preguntas cuándo os volveréis a ver. Haber estado juntos ha alimentado el deseo de volver a verse. A nosotros nos cuesta conquistar este dinamismo como el modo normal de vivir una relación. Sin embargo, para Dante y sus compañeros era normal.
Y aquí la experiencia de la amistad se encuentra con la de la memoria. Porque, cuando nos sucede algo grande, todos necesitamos a un amigo con quien compartirlo. Después, necesitamos también que esa experiencia se pueda repetir siempre. Y para ello necesitamos un lugar concreto, una compañía humana. «La casa es el lugar de la memoria», reza una fórmula de una asociación de laicos consagrados que conozco; todos ellos tienen esa frase en sus casas. Porque todos necesitamos la memoria; y lo que custodia esa memoria, lo que te la devuelve incluso cuando la extravías es tu casa, la compañía que te rodea, los amigos, los hermanos, la gente que guarda en su corazón lo acontecido, los que recuerdan contigo lo que habéis vivido y por lo que vale la pena vivir.
Desde este punto de vista, por ejemplo, se comprende —se trata de un inciso, pero siempre me conmueve— lo que es la misa dominical para los católicos, cuando en el corazón de la semana, en el corazón de la vida, está esa hora en la que vuelve a acontecer lo que pasó hace dos mil años, que Jesús se hace realmente presente cuando el sacerdote dice: «Haced esto en conmemoración mía». Esa es una casa, una morada; esos son los hermanos, porque entre ellos todo se plantea como ayuda para vivir esta memoria, para no olvidar.
Después, sigue la trama amorosa. Y, en cierto sentido, sigue mal. Mal porque, frente a lo que le ha sucedido, Dante se comporta torpemente, de modo inadecuado. ¿Qué hace nuestro poeta enamorado? Lo que haríamos cualquiera de nosotros en semejantes circunstancias: hacer de todo por volver a ver a su Beatriz. «¿Qué tiene eso de malo?», os preguntaréis. Os respondo con las palabras de una canción de Claudio Chieffo: «Este extraño amor ha nacido como un hijo que nadie esperaba, ¿y por qué ahora queremos ser los dueños de un amor donado?».10 Esta es la tentación que surge enseguida: adueñarnos de lo que no es nuestro, ponerle las manos encima, querer decidir nosotros cómo tiene que ser, cómo tiene que continuar, olvidándonos de que, si es un milagro que nazca el amor, como milagro debe continuar. Sin embargo, Dante intenta adueñarse de ese amor, y entonces empiezan los problemas.
Un día sucedió que aquella gentilísima estaba en un sitio donde se oían palabras acerca de la reina de la gloria y yo me hallaba en lugar desde el que veía mi dicha, y entre ella y yo, en línea recta, se sentaba una noble dama de muy agradable aspecto, la cual me miraba frecuentemente, maravillándose de que mis miradas pareciesen terminar en ella. De aquí que muchos se dieron cuenta, y al salir de aquel lugar oí decir cerca de mí: «Ved como aquella dama ha destruido la persona de este»; y, como la nombraran, oí que lo que decían de la que estaba en medio de la línea recta que, arrancando de la gentilísima Beatriz, terminaba en mis ojos. Entonces me recobré mucho, seguro que mi secreto no se había descubierto el día aquel por mis miradas. Y en el acto pensé en hacer de aquella noble señora abrigo de la verdad, y tantas demostraciones le hice en poco tiempo, que las más de las personas que hablaban de mí creyeron conocer lo que yo ocultaba. Con esta dama me celé meses y años, y, para que más lo creyeran los otros, le dediqué algunas cosillas rimadas, las cuales no quiero trasladar aquí, sino las que en algo tratan de aquella gentilísima Beatriz, por lo cual las dejaré todas a un lado salvo alguna que parezca ser en alabanza suya.11
¿Qué es lo que pasa? Pasa que Dante, en cuanto puede, entra en la iglesia para admirar a Beatriz, hasta que un día entre él y ella se interpone otra mujer, por lo que puede parecer que la mirada de Dante se dirige a esta última. Entonces Dante aprovecha la ocasión para esconder su amor por Beatriz —que no puede mostrarse públicamente porque, como hemos visto, ella está prometida con otro— tras la pantalla de esta otra dama, y alimenta el equívoco escribiendo poesías para ella. Después, la «mujer-pantalla» (así se la llama habitualmente) se va a otra ciudad y Dante vuelve a hacer lo mismo con otra. Pero acaba por exagerarlo y la cosa llega a oídos de Beatriz, que cumple su deber: le retira el saludo.
Después de mi regreso púseme a buscar a la dama cuyo nombre me había dado mi señor en el camino de los suspiros; y a fin de que mi relato sea más breve, digo que en poco tiempo hice de ella mi defensa, hasta tal punto que demasiada gente hablaba del caso sobrepasando los límites de la cortesía; de lo cual a menudo me pesaba mucho. Y por este motivo, es decir, por estas exageradas voces que injustamente me difamaban, aquella gentilísima, que fue destructora de todo vicio y reina de las virtudes, pasando por cierto lugar, me negó su dulcísimo saludo, en que toda mi felicidad residía.12
En ese momento, cuando, por torpeza corre el riesgo de perder a la persona amada, Dante se ve empujado a reflexionar sobre por qué ella es tan importante para él. Y así llega a identificar el efecto decisivo del amor, la novedad absoluta por la que realmente se puede decir «ha comenzado una vida nueva». Sigamos leyendo.
Digo que cuando ella aparecía dondequiera que fuese, ante la esperanza del admirable saludo, no me quedaba ya enemigo alguno; antes bien, nacíame una llama de caridad que me hacía perdonar a quien me hubiese ofendido; y si alguien entonces me hubiera preguntado cosa alguna, mi respuesta habría sido solamente: «Amor», con el rostro lleno de humildad.13
Dante dice que, cuando la veía por algún sitio, albergando la esperanza «del admirable saludo» —es decir, de que su vida se salvase milagrosamente y pudiera llegar a ser algo bueno y grande— «no me quedaba ya enemigo alguno», nada ni nadie sentía como enemigo, ninguna circunstancia y persona como adversarios; es más, sentía nacer en mí una «llama de caridad», un ímpetu afectivo que me empujaba a perdonar a quien me hubiese ofendido. He aquí la segunda consecuencia que demuestra que alguien está experimentando lo que es el amor, podríamos decir la consecuencia ética de la experiencia del amor: la capacidad de perdón. Porque, si se te quiere de verdad, de una forma gratuita, con una gratuidad infinita, que no alcanzas comprender porque sabes que no lo mereces, entonces esa gratuidad entra en todas tus relaciones; es más, promueve las relaciones, hace que todo el mundo te resulte cercano. Te surge el deseo de que el tiempo no pase en balde, de que tu vida contribuya a mejorar el mundo… Te viene el deseo de contribuir al bien del mundo, los problemas y el sufrimiento que ves a tu alrededor ya no te son ajenos.
Cuántas veces me habrán preguntado los chicos, y me siguen preguntando: «Pero ¿cómo sé si es amor verdadero o solo un capricho, una atracción pasajera?». Yo siempre les indico un criterio simple para que puedan juzgar por sí mismos: «Os daréis cuenta de que un amor es verdadero porque no os cierra entre los dos, sino que os abre de par en par a todo». Sin embargo, muchas veces siguiendo lo que sientes te metes en un agujero, creyendo que cuanto más piensas en la otra persona, más te apegas a ellas y cortas otras relaciones, eliminas vínculos, hasta que te sientas ajeno a los demás y enemigo de todo, de la familia, los compañeros de clase… todo se te convierte en hostil. Eso no es amor, es la tumba del amor. Tanto es así que, después, con el tiempo, acabas rompiendo con esa persona, sintiendo rencor porque esa relación te ha robado la vida. Te la ha matado en vez de hacerla florecer. «Estad atentos», les digo siempre a los chicos, «se sabe que es amor verdadero porque llena todas nuestras relaciones de perdón, de benevolencia, de caridad, de un querer bien; y, por tanto, nos abre, nos lanza, nos hace estar más atentos, con ganas de aprender, capaces de detectar la necesidad de los demás a la primera, y nos anima a acercarnos a ellos, con el deseo de compartir el bien que hemos recibido».
Es verdad que, desde un cierto punto de vista, la tentación de cerrarse es comprensible, porque, hoy en día, cuesta hacerse mayores en medio de la confusión en la que vivimos y, por eso, inevitablemente los chicos están tentados de percibir esa relación como un ancla, el único punto de seguridad frente al mundo. Pero, al poco, ese mínimo de seguridad, comprensible, se torna una complicidad culpable al aislarse, haciéndose daño mutuamente. Además, son ellos mismos los que me lo dicen. «Profesor, fulanito era mi amigo y está desaparecido. Se ha echado novia». Ha desaparecido del mapa, de la vida social, como si hubiera muerto. Desde este punto de vista, el anuncio que hace Dante en Vida Nueva es decisivo: «En el “sí” de Beatriz he experimentado el amor verdadero porque, en vez de cerrarme, me ha abierto, tanto que ahora puedo perdonar y “no me queda ya enemigo alguno”».
Con el paso del tiempo, Dante va comprendiendo mejor lo que está viviendo, y empieza a intuir lo que después se verá más extensamente en la Comedia: Beatriz no es solo una chica. Es una mujer de verdad, de carne y hueso, pero a la vez es signo, le remite a algo más grande. Leamos.
Después de tratar de Amor en la mencionada rima, entráronme deseos de decir también, en alabanza de la gentilísima, palabras por las cuales yo mostrara cómo por ella se despierta este Amor, y cómo no solamente se despierta donde duerme, sino que allí donde no está en potencia, ella, obrando milagrosamente, le hace nacer.14
¿De qué forma despierta ella la capacidad de amar no solo en los corazones en los que estaba latente, como dormida, sino también «allí donde no está en potencia», donde no hay rastro de ella? ¿Cómo consigue no solo desarrollar, expresar y acrecentar lo que ya está, sino también donar lo que faltaba, lo que no había? «Obrando milagrosamente».
Tenemos que fijarnos en esta expresión. «Milagrosamente» no solo quiere decir «de forma admirable, encomiable, sorprendente», sino que introduce un término clave en todo el recorrido de Dante, desde aquí hasta la Comedia. ¿Qué es un milagro? Es algo que no se puede dejar de mirar, de observar con estupor; algo que supera tanto las percepciones humanas que uno no puede dejar de fijar su mirada en ello. Y Beatriz obra «milagrosamente», es decir, haciendo una especie de milagro, como explicita Dante en este soneto.
Negli occhi porta la mia donna Amore,
per che si fa gentil ciò ch’ella mira;
ov’ella passa, ogn’om ver’ lei si gira,
e cui saluta fa tremar lo core,
sì che, bassando il viso, tutto smore
e d’ogni suo difetto allor sospira:
fugge dinanzi a·llei Superbia e Ira.
Aiutatemi, donne, farle onore.
Ogne dolcezza, ogne pensero umìle
nasce nel core a chi parlar la sente,
ond’è laudato chi prima la vide.
Quel ch’ella par quando un poco sorride,
non si può dicer né tenere a mente,
sì è novo miracolo e gentile.
Lleva en los ojos mi señor Amor, / que ennoblece cuanto ella mira; / por ella se vuelven, y / a quien saluda hace temblar el corazón, / así que, al bajar sus ojos, todo desmaya / y por cada defecto entonces suspira; / huyen delante de ella la ira y el orgullo. / ¡Oh damas!, ayudadme a darle honor. /Toda dulzura, todo humilde pensamiento, / nace en el alma de quien la oye hablar, / por lo que es alabado quien primero la vio. /Lo que ella parece si sonríe, / no es posible decir ni recordarlo, / tan nuevo y delicado es el portentoso.15
Mirad —dice Dante— lo que sucede por donde ella pasa: «ennoblece cuanto mira»; todos los hombres se giran hacia ella y, cuando ella los mira, sienten una gran pena por sus defectos y suspiran, se avergüenzan de sus errores, se arrepienten de sus pecados. Quieren estar a la altura de esa mirada: por eso, ante ella huyen «la ira y el orgullo» y en los corazones nace «todo humilde pensamiento». Más adelante, veremos que esta conciencia del propio mal, del propio límite, de la incapacidad para responder por sí mismo al deseo que llevamos dentro es el punto de partida de toda aventura humana verdadera, y, por tanto, también del camino de Dante.
Todo esto se puede definir solo con la palabra «milagro» y los milagros solo los puede hacer Dios, porque van más allá de la capacidad humana. Así pues, Dante percibe enseguida el encuentro con Beatriz como un milagro, como signo de esa gran Presencia que corresponde al corazón del hombre. La gran Presencia, nuestro Destino, Dios. En resumen, Dante empieza a intuir aquí lo que después, de forma progresiva, será el gran descubrimiento de la Comedia: Beatriz es signo de la gran Presencia, porta consigo la misma presencia de Dios. Y queriéndola, abrazándola y siendo perdonado por ella, Dante marcha con seguridad hacia su destino.
Mas ella muere. De repente, Beatriz muere y, entonces, surge la pregunta: «Pero, si la cosa es así, ¿qué pasa cuando ella muere?».
Por otra parte, para afrontar el tema de la muerte no hace falta esperar a que Beatriz muera de verdad. Porque la muerte se asoma todos los días en nuestra vida, porque alguien que conocemos muere, porque peligra la vida de un ser querido, porque otro enferma… que es lo que un día le sucede a Dante, se pone enfermo. Y, como toda persona enferma, obligada repentinamente a guardar la cama, sin poder moverse, empieza a pensar en la brevedad de la vida y le sorprende una idea en la que nunca había reparado: también ella, Beatriz, morirá. El seguir viviendo sin ella, sin el gran bien que representa, le espanta. Pero veamos cómo lo cuenta.
Pocos días después de esto sucedió que, sobreviniéndome dolorosa enfermedad en alguna parte de mi cuerpo, durante nueve días padecía amargo sufrimiento; y a tanta debilidad me redujo, que me obligaba a estar como los que no pueden moverse. Digo, pues, que al noveno día, sintiendo dolores casi intolerables, vínome un pensamiento, el cual era de mi señora.
Y una vez que hube pensado en ella, como volviese a pensar en mi debilitada vida, y viendo de cuán leve duración era, aun siendo sana, empecé a llorar conmigo mismo tanta miseria. De aquí que, suspirando fuertemente, decía para mí: «Necesariamente sucederá que Beatriz se muera alguna vez».16
Antes o después, Beatriz morirá, no hay nada que hacer. Después, Dante tiene una especie de sueño, visión o uno de esos pensamientos confusos que a menudo tienen los enfermos, y ve a unas mujeres que le dicen: «También tú morirás».