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Sinopsis
Los evangelios muestran que detrás de la enseñanza de Jesús acerca de la oración, hay una vida dedicada a ella. Jesús era un hombre de oración. Por consiguiente, para los discípulos de Jesucristo, la oración es un ejercicio espiritual que evidencia su comunión con Dios y el sentido de su misión en el mundo. Es el corazón de la vida cristiana que confiesa la soberanía de Dios al reconocer que solo Él gobierna todo el universo y, por tanto, tiene la última palabra en el devenir de la historia. Es, a la vez, un privilegio y una responsabilidad que no queda confinada en la esfera privada de la vida, sino también conectada con los problemas concretos de la realidad histórica y social.
El autor de este libro examina el Padrenuestro —la oración modelo de Jesús— a través de preguntas fundamentales referidas al propósito, contenido y alcances de la oración cristiana; a las enseñanzas permanentes que Jesús dejó para los discípulos de todas las épocas; a la dimensión personal, espiritual, social y política de la oración cristiana y sus implicancias para la misión cristiana en el mundo. Cada uno de sus capítulos busca ayudar a los lectores a entender el significado del Padrenuestro y a enriquecer su comprensión de lo que es la oración.


El Padrenuestro
La oración liberadora de la comunidad de Jesús
© 2020 Darío López Rodríguez
© 2020 Centro de Investigaciones y Publicaciones (cenip) – Ediciones Puma
Primera edición digital, setiembre 2020
ISBN N° 978-612-4252-73-0
Categoría: Religión - Estudios bíblicos - Estudios del Nuevo Testamento
Primera edición impresa, setiembre 2020
ISBN N° 978-612-4252-72-3
Editado por:
© 2020 Centro de Investigaciones y Publicaciones (cenip) – Ediciones Puma
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Telf.: (511) 423–2772
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Ediciones Puma es un programa del Centro de Investigaciones y Publicaciones (cenip)
Edición: J. Ávila
Diseño de carátula: Eliezer D. Castillo P.
Diagramación y ePub: Hansel J. Huaynate Ventocilla
Reservados todos los derechos
All rights reserved
Prohibida la reproducción, almacenamiento o transmisión total o parcial de este libro por algún medio mecánico, electrónico, fotocopia, grabación u otro, sin autorización previa de los editores
Salvo cuando se indique expresamente otra versión, las citas bíblicas corresponden a la versión Reina-Valera 1960 (rv60).
A mis queridos amigos, profesores y mentores Víctor Arroyo, Tito Paredes y Nelson Ayllón, compañeros de peregrinaje teológico en la Patria Grande, tierra de promesa que anhela su liberación definitiva.
Presentación
¡Qué bueno es tener entre nosotros a escritores nuestros! Ya estamos acostumbrados a que el pastor y doctor Darío López nos regale escritos suyos como testimonio de vida y de ministerio.
Si existe una palabra con la que podemos resumir la teología del Nuevo Testamento, ésa es: padre. Esto es lo nuevo que vino a revelarnos nuestro Señor Jesucristo acerca de nuestro Dios y creador del universo. “¡Padre!” evoca más sentimientos que razones; es difícil apropiarnos de aquel que es trascendente.
La raíz de la mayor parte del ateísmo práctico y teórico no es argumento, sino actitud; no es intelecto, sino sentimiento; no es amor a la verdad, sino miedo a la verdad. “¡Padre!” nos invita a experimentar, a conocerlo con transparente franqueza; es actitud, antes que aptitud. “Padre” nos invita a abrirnos en lugar de cerrarnos; nos abre la mente para que, a continuación, la alimentemos debidamente en la defensa y confirmación del evangelio (Fil 1.7).
La oración siempre será sacerdotal; nos dirigimos a nuestro Padre cargados de problemas, conflictos y posibilidades. Cuando dialogamos con Él, amamos nuestra tierra, amamos lo que nuestro Padre ama. Y entonces, devueltos al mundo en el que a Él le plugo ubicarnos, volvemos con esperanza, con imaginación y con “ora-acción”.
Nuestro autor, a lo largo del análisis textual del Padrenuestro, nos regala algunos detalles de interpretación para encaminarnos en los propósitos de la reflexión. Detalles que nos ayudarán a ubicar mejor al texto en su contexto, para proponernos al “Dios que habla hoy” en nuestra circunstancia, y ver su posible transformación.
El autor es insistente y recurrente al proponer que nuestra experiencia con el “Padrenuestro” no sea sólo personal (Padre), sino también grupal, comunitario (nuestro). ¡Qué difícil resulta el aprendizaje comunitario en la fe evangélica! Éste es un desafío en el cual debemos ir aprendiendo a ver, no dos mundos, sino uno solo. “Dios bendice a buenos y a malos”. ¿Cuál es la diferencia? La diferencia radica en que, para quienes lo amamos, Él es nuestro Padre. Ese eclipse de trascendencia e inmanencia debe verse en la vida comunitaria de la iglesia de las partes A y B del Padrenuestro.
Estamos invitados en el desarrollo de este libro a experimentar una oración que “sana, libera, transforma e integra”. Una vez más insistimos en que la práctica comunitaria de la oración debe ser llevada a la ora-acción. Dice el autor: “en realidad una oración que no rompe la puerta de salida al mundo, no es una oración que el Señor desea”.
En mi experiencia pastoral comunitaria, tuve la oportunidad de considerar el contenido del Padrenuestro como una propuesta litúrgica para la congregación. Su estructura era la del servicio litúrgico. Por ejemplo, cuando llegábamos a la frase “pan nuestro de cada día”, levantábamos las ofrendas, las cuales no tenían otro propósito que compartir con el pueblo del Señor lo que nos daba en su gracia. Cuando escuchábamos “hágase tu voluntad”, empezaba la exposición bíblica (del sermón, de la homilía), pues el fin de ella era motivarnos, encaminarnos hacia la voluntad del Padre aquí y ahora. Igualmente, las alabanzas tenían que ser escogidas de acuerdo con lo que indicaba el Padrenuestro. Asimismo, al escuchar “perdónanos nuestras deudas”, se invitaba a la congregación a ese abrazo rico y comunitario entre los hermanos como señal del perdón y la reconciliación, profundizando de ese modo nuestra comunidad. A lo largo de dos años, por lo menos, cada domingo nos dejábamos guiar en nuestra liturgia por el Padrenuestro.
Hay que prepararnos para leer juntos este libro. No lo haga solo; quizá sea motivo para tener un compañero o un grupo de oración. Juntos nos ayudaremos a realizar una lectura creyente del Padrenuestro, que está presente y no está callado, obrando en medio de nosotros. Despertando en nosotros el deseo de hacer lo que a Él le agrada y nos da el poder para hacerlo (Fil 2.13).
Finalmente, me imagino a nuestro querido autor sentado frente al mar, contemplando la hermosura de su inmensidad; llevado por la naturaleza a la sorprendente presencia de nuestro Padre, Señor y Creador. En esa riqueza contemplativa, de repente el toque del Espíritu lo devuelve al barrio, con aptitud comprometida con el Reino, aquí y ahora.
Este libro nos ofrece preguntas comprometedoras, exigentes, relacionadas con el experimento del “Padrenuestro” en nuestro país, lleno de limitaciones y miseria humana.
Alejandro Silva García
Director Nacional de Liga Bíblica Perú
Introducción
Los seminarios e institutos bíblicos tienen en sus bibliotecas libros sobre la oración que ofrecen a sus frecuentes visitantes y a sus potenciales lectores. Las librerías evangélicas muestran en sus estantes libros sobre este tema, que ofertan constantemente a sus habituales clientes y a las personas interesadas en el tema. Sin embargo, a pesar de que el menú puede ser bastante variado en extensión, contenido y calidad, difícilmente se pueden encontrar estudios bíblicos acerca de la oración cristiana, particularmente, estudios bíblicos sobre la “Oración del Señor” (Hamman 1967: 102), conocida universalmente como el Padrenuestro.
Precisamente, con este breve libro, pensado principalmente como una guía de estudios bíblicos sobre el Padrenuestro, se busca llenar el mencionado vacío y ofrecer a los creyentes, a las congregaciones, a los pastores y a los estudiantes de los centros de formación pastoral, un insumo para valorar y repensar la oración cristiana. Particularmente, se pretende revalorar la dimensión personal, familiar, social y política, privada y pública del Padrenuestro, oración modelo a la cual se ha llamado la “oración de la liberación integral” (Boff 1986: 13) o la “oración liberadora” (Pikaza 1985: 346).
En esta guía de estudios bíblicos, sin perder de vista lo que se enseña en el Nuevo Testamento sobre la oración cristiana, se busca que los participantes en los grupos de estudio bíblico de las congregaciones locales, así como los asistentes a las Escuelas Dominicales y a los cursos intensivos de discipulado, se encuentren cara a cara con la Palabra de Dios y le confiesen, como lo hizo el salmista hace muchos años: Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino (Sal 119.105), o expresen al unísono:
La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos. El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre; los juicios de Jehová son verdad, todos justos. Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado, y dulces más que la miel, y que la que destila del panal (Sal 19.7–10).
Las preguntas formuladas en cada capítulo, luego del análisis bíblico y teológico respectivo, buscan que los participantes pasen de la observación del pasaje bíblico, a una comprensión de él con el objeto de, finalmente, reflexionar sobre las lecciones que se derivan de este estudio para su vida personal, familiar y ciudadana.
La intención que subyace en cada capítulo es que los miembros de las congregaciones, los pastores y los estudiantes de teología, entre otros, comprendan mejor los fundamentos de la fe evangélica; tengan una vida personal y familiar más saludable, acorde con los principios del reino de Dios; y sean ciudadanos modelos cuya contribución a la paz, la justicia y la reconciliación, sea visible y ejemplar en sus contextos particulares de misión.
Además, para enlazar la propuesta teológica, pastoral y misional del Padrenuestro con el mensaje del Nuevo Testamento sobre la liberación integral que el reino de Dios trae consigo, se añaden dos estudios bíblicos que tratan sobre el mismo tema, aunque, quizás, desde una perspectiva distinta a la de la Oración del Señor. Uno de los estudios examina la propuesta liberadora del Magnificat o canto mesiánico de María de Galilea (Lc 1.46–55). El otro estudio profundiza en la oración liberadora de la comunidad de discípulos de Jerusalén en circunstancias en las que peligraba no solamente su integridad física debido a las amenazas de las autoridades político-religiosas temporales de ese tiempo, sino también la proclamación pública de la buena noticia del reino de Dios (Hch 4.23–31).
Villa María del Triunfo, enero de 2020
La oración cristiana
Vivimos en sociedades humanas en las cuales las personas de toda condición social y trasfondo cultural están buscando, desesperadamente, orientación y consejo para tener una vida más saludable en el mundo cambiante de estos días. La proliferación de brujos y adivinos en las calles y en los programas de televisión, las personas que leen las manos y la lectura de horóscopos, son señales claras de la existencia de múltiples necesidades que tienen los seres humanos, cualquiera sea su trasfondo social, cultural o religioso. Cabe, entonces, la siguiente pregunta: ¿En qué se diferencian las palabras y los consejos de brujos y adivinos de los consejos bíblicos como la exhortación a orar siempre, incansablemente y sin desmayar? (Lc 18.1).
La oración, para un discípulo de Jesucristo, es una disciplina espiritual necesaria y vital en su comunión con Dios, así como en el cumplimiento de su misión en el mundo. En otras palabras:
La oración es el corazón de la vida cristiana. Es mediante ella que nos comunicamos con Dios, y también es frecuentemente a través de ella que Dios se comunica con nosotros. La oración no es solo un hablar, sino también un escuchar; no es solo un pedir, sino también una entrega; no es solo una meditación, sino también una alabanza; no es solo una práctica, sino también un misterio; no es solo una devoción, sino también un ministerio (González 2019: 7).
Así lo comprendió el apóstol Pablo y, por eso mismo, les dio este consejo a los discípulos de la ciudad de Tesalónica: Orad sin cesar (1Ts 5.17). Su consejo fue claro, preciso y directo. No se trataba de un consejo pasajero, ocasional, improvisado, o de un mandato temporal. No dependía tampoco del estado de ánimo cambiante de los discípulos ni del tiempo del que disponían para dedicarse a la práctica de esta disciplina espiritual. La palabra “orad” indica que se trata de un mandato, de una ordenanza, de un imperativo en el que no hay lugar para las dubitaciones ni las postergaciones.
El mandato de orar que el apóstol Pablo dio a los discípulos de Tesalónica se refuerza en su segunda parte, pues ahí se indica que la oración debe ser continua. Las palabras “sin cesar” indican que la oración tiene que ser una práctica perseverante, permanente, impostergable. El consejo apostólico enfatiza, entonces, que la oración no es opcional o secundaria para la vida cristiana. Es una disciplina espiritual que debe estar incorporada como una marca característica del seguimiento a Jesús.
En síntesis, para los discípulos de Jesús de Nazaret, la oración perseverante, “sin cesar”, es una exigencia cotidiana. Sin embargo, no se trata de un mandato en el cual se les pide a los discípulos que permanezcan orando cada hora, cada minuto y segundo del día, dejando a un lado cualquier otra ocupación, Se trata, más bien, de tener siempre un espíritu de oración, así como la disposición de orar en todo tiempo, indesmayablemente, reconociendo de esa manera su dependencia del Señor.
La enseñanza bíblica respecto al lugar fundamental, central, medular, que tiene la oración en la vida de los creyentes es abundante. En el Antiguo y el Nuevo Testamento encontramos tantos ejemplos de oración como la mención de las circunstancias en las cuales los creyentes elevaron su clamor a Dios. Una clara muestra es la oración registrada en el salmo 42:
Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo vendré y me presentaré delante de Dios? Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche. Mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios? (Sal 42.1–3).
En el Antiguo Testamento se subraya que la oración es un elemento clave de la fe bíblica. Las experiencias de Ana, la mamá del profeta Samuel (1S 2.1–10), del rey David (Sal 51.1–19) o del rey Asa (2Co 14.11), son suficiente evidencia.
En el Nuevo Testamento se trata insistentemente el tema de la oración haciendo uso de ejemplos (Fil 1.3–11; Hch 12.5), parábolas (Lc 18.1–8) o demandas específicas relacionadas con la responsabilidad de orar siempre (1Ti 2.8; Stg 5.16).
Todos estos ejemplos de oración indican que, mediante la práctica de la oración, los discípulos confiesan la soberanía de Dios, afirmando así que únicamente Él controla todo el universo, y que Él tiene la última palabra en la historia. Confiesan su fe en Dios como Creador de todo lo que existe y dueño de todo el universo. Confiesan que Él es el Señor de la Historia, afirmando de esa manera que las autoridades temporales tienen solamente un poder conferido o delegado, ya que el poder último lo tiene únicamente Dios. Confiesan que Él se comunica con los seres humanos y actúa en el terreno de la historia.
Así se puntualiza en la oración comunitaria de la primera generación de discípulos que Lucas registra en Hechos de los Apóstoles, una oración relacionada o conectada con una amenaza concreta que ponía en riesgo su vida y su testimonio público:
… alzaron unánimes la voz a Dios, y dijeron: Soberano Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay; que por boca de David tu siervo dijiste: ¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas? Se reunieron los reyes de la tierra, y los príncipes se juntaron en uno contra el Señor, y contra su Cristo […] Y ahora Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra mientras extiendes tu mano para que se hagan sanidades y señales y prodigios mediante el nombre de su santo Hijo Jesús (Hch 4.24–26, 29–30).
Los discípulos tienen, entonces, en la oración el combustible espiritual que necesitan para caminar con confianza en medio de las adversidades de la jornada cotidiana. La oración es para ellos una fuerza espiritual que los poderosos de este mundo no pueden secuestrar ni manipular a su antojo, y que los impulsa a proclamar en todas las realidades sociales, culturales, políticas y religiosas, su fe inquebrantable en Jesús de Nazaret encarnado, crucificado y resucitado. Una fe que nunca debe depender ni depende de las circunstancias materiales en las que se encuentren ni tiene que ser frenada por las intimidaciones veladas o abiertas del poder político, religioso, económico o militar.
Los discípulos deben comprender, entonces, que una oración conectada con los problemas concretos de la realidad histórica, tiene que ser una oración inteligente y comprometida, antes que un monólogo sobre las necesidades materiales de los discípulos o la expresión de una fe religiosa confinada a la esfera privada de la vida y, por lo tanto, incapaz de afectar las estructuras de poder que oprimen a los seres humanos.
La oración del Señor
El padrenuestro
La oración modelo de Jesús, conocida como el Padrenuestro, “ofrece una aplicación de sus instrucciones sobre la oración […] y su autenticidad nunca ha sido discutida en serio” (Cullmann 1999: 75–76). En esta oración o plegaria “escuchamos palabras de Jesús mismo” (Cullmann 1999: 76)1 y, por esa razón especial, está considerada como “la quintaesencia de [la] intención y misión” de Jesús (Boff 1986: 30).
Del Padrenuestro se afirma lo siguiente:
Entre las oraciones de Cristo, el Padrenuestro ocupa un puesto privilegiado. Se lo ha llamado “Oración del Señor”, no en el sentido de una oración para uso del Señor, sino enseñada a los hombres por Jesús mismo como modelo de toda oración cristiana. La tradición ha visto en ella un tratado práctico de oración. Tertuliano llega a llamarla breviarium totius evangelii. Ningún texto evangélico ha sido tan frecuentemente comentado (Hamman 1967: 102).
En el Padrenuestro tenemos, entonces, con seguridad, una tradición muy antigua, la ipsissima vox de Jesús:
Jesús, por medio de su oración, no sólo ofreció a sus discípulos un modelo de cómo debían orar, sino que les dio también una nueva oración, que tanto por razones lingüísticas como objetivas pertenece a la veta original de la tradición: el padrenuestro (Jeremias 2009: 227–228).
Las primeras comunidades de discípulos tenían al Padrenuestro como un insumo clave para la catequesis, discipulado o formación cristiana de los nuevos conversos y para todos los creyentes:
… el padrenuestro constituía, hacia el año 75 d. C., parte integrante de las instrucciones sobre la oración que se daban en toda la iglesia y, por cierto, como nos lo hace sospechar la ordenación de la materia que hallamos en la Didaché (1–6 dos caminos, 7 el bautismo, 8 el ayuno y el padrenuestro, 9s la cena), era parte integrante de la instrucción que seguía al bautismo. La iglesia judeocristiana y la iglesia paganacristiana [sic] están de acuerdo con esto: se enseña a orar con el padrenuestro (Jeremías 2009: 229).
En cuanto a las versiones del Padrenuestro registradas en los evangelios de Mateo y Lucas, particularmente sobre las diferencias entre ambas versiones, y con respecto al público al cual fueron dirigidos estos documentos del Nuevo Testamento, se afirma que:
No hay duda: Mateo nos transmite una instrucción sobre la materia, destinada a los cristianos de origen judío; Lucas, por su parte, expone una catequesis para cristianos procedentes de la gentilidad […] Por tanto, hacia el año 75 d. C., el padrenuestro era un ingrediente básico de la instrucción oracional de la iglesia primitiva; tanto en la judeo-cristiana como en la constituida por los paganos convertidos. Unos y otros, por muy distinta que fuese su situación original, concordaban en una cosa; era un mismo Cristo el que les había enseñado a rezar a nuestro Padre […]. Cada evangelista nos transmite el texto del padrenuestro tal como se rezaba en su tiempo y en su iglesia (Jeremías 2005: 220).
Puntualizándose, además, que cuando:
… se escribieron los evangelios de Mateo y Lucas —es decir, hacia los años 75–80 d. C.—, el padrenuestro había sido transmitido en dos redacciones concordantes en lo esencial, pero diferentes en una de ellas (Mt 6, 9–13); y con variantes accidentales, también en la Didajé, era más larga que la otra (Lc 11. 2–4) (Jeremías 2005: 218).
Y se sostiene que:
Estos dos catecismos sobre la oración están destinados para situaciones distintas: el de Mateo está destinado para personas que han aprendido a orar, pero cuya oración corre peligros; el de Lucas está destinado para personas que todavía han de aprender a orar como es debido. Esto quiere decir que, en Mateo, tenemos un catecismo judeocristiano sobre la oración, y en Lucas un catecismo paganocristiano [sic] […] tenemos ante nosotros dos versiones de dos iglesias diferentes” (Jeremías 2009: 229).
Se precisa también que la:
… así llamada “Oración del Señor” o “Padre Nuestro” fue dada por Jesús como un modelo de oración cristiana genuina. Según Mateo la dio como un modelo para copiar (Orareis así), según Lucas como una forma para usar (11:2, “Cuando oréis, decid…”) […] (Stott 1984: 165).
Además de lo señalado hasta este momento, se puntualiza que mientras “Mateo se dirige a los judíos que saben rezar correctamente, Lucas se dirige a los paganos que no rezan y han de ser iniciados en la oración” (Boff 1986: 29).
En relación con las diferencias que existen entre las dos versiones del Padrenuestro, la del evangelio según Mateo y la del evangelio según Lucas, se expresa que dichas diferencias:
… no cabe atribuirlas, probablemente, a los evangelistas, sino que se explican por la existencia de dos tradiciones o usos comunitarios que se reflejan en uno y otro (Cullmann 1999: 78)2.
¿Cuál fue entonces la versión original del Padrenuestro: la que registra Mateo en su historia de Jesús o la que consigna Lucas en su evangelio? La discusión sobre este asunto se resume con estas palabras:
Considerando en su conjunto nuestra investigación, el resultado puede resumirse diciendo que la redacción de Lucas conservó la forma más antigua por lo que respecta [a] la longitud; pero el texto de Mateo está más próximo al original en cuanto a la formulación del contenido común a ambas redacciones (Jeremías 2005: 223)3.
Sobre la estructura del Padrenuestro, comparándose las versiones de Mateo y Lucas, se afirma que:
… consta de dos partes. La primera se caracteriza por el uso de la segunda persona de singular: “tu”, “tuyo”, y la segunda, por el uso de la primera persona de plural: “nosotros”, “nuestro”. La primera parte se refiere a un acontecimiento divino que nos afecta también a nosotros y en el que participamos, pero que no radica directamente en el ámbito humano. La segunda se refiere a un acontecimiento divino que tiene por objeto directo al ser humano. Pero ambas partes están relacionadas por las acciones salvíficas que se piden a Dios (Cullmann 1999: 84).