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El tema de las relaciones hijo-padre
Esencial en la obra, mucho más que la relación de esposos. Un aspecto negativo ‒puramente negativo‒ las frases de Lady Isabel a Colby:
“Entonces, si no tuvo jamás institutriz,
Y si tampoco conoció a sus padres,
No puede comprender lo que es aborrecer.” (Act. II).
Una postura definitiva marca su filiación ilegítima para Raghan y Lucasta:
“... Voy a decirte ahora
Qué diferencia existe entre nosotros
Y Colby. Tú y yo solo buscamos seguridad, ¡respetabilidad!
Él no tiene en verdad, que preocuparse por ser hoy respetable,
Porque ha nacido y se ha criado siéndolo.
Yo no lo era, Colby
¿No sabes que yo soy un hijo expósito?
Eso no lo sabías!. Nunca he tenido padres
Me adoptaron; no soy de ningún sitio.
Por eso quiero ser autoridad en la City...” (Act. II).
El hijo, ante el padre, toma fácilmente la postura de resentido, porque no le comprende. Luego tiene el dolor del arrepentimiento baldío.
“Cuando yo era aún joven
Creía despreciarlo, y, sin embargo, le tenía temor.
Estaba equivocado en ambas cosas...
Mi padre se dio cuenta al fin, de que le odiaba;
Fue un dolor para él. Sabía, estoy seguro,
Que, desde hacía tiempo
Yo alimentaba en mí un secreto reproche.
Mas después de su muerte, ya demasiado tarde,
Advertí que era él quien tenía razón.
Lo he purgado después toda la vida,
Dando reparaciones a un padre muerto ya
Y que había tenido razón siempre.” (Act. I -Sir Claudio a Colby).
Pero, en todo caso, la relación hijo-padre es algo esencial, que marca positivamente a la persona:
Colby.- “Me impresionó lo que dijiste antes
De que a tu padre nunca le habías comprendido
Hasta que fuera demasiado tarde.
Y has hablado después de expiaciones.
Pero esa misma falta de comprensión, aun eso,
Es una relación entre un padre y un hijo.
Tiene que suceder, y ¡tantas veces!
La reconciliación tras de su muerte
Viene a perfeccionar la relación.
Siempre fuiste su hijo, y él es aún tu padre.
¡Ojalá yo tuviera algo que purgar luego!
Alguna cosa falta entre tú y yo
Que tú has tenido y tienes
Y habrás de tener siempre con tu padre.
Comienzo a comprender qué es lo que siempre
He visto en ti: una especie
De protector, un cierto proveedor generoso;
Más padrino que padre;
Ese padre que siempre eché de menos
En mis años de niño;
Los años que se fueron para siempre,
Eso años, años vacíos.” (Act. II)
…
“No pueden comprender
Que cuando se ha vivido, desde niño, sin padre,
Hay un vacío inmenso
Que no puede llenarse nunca, nunca.” (Colby Act. III)
Pero el ser padre no es el hecho de haber dado físicamente la vida:
Colby.- “Siento sencillamente indiferencia
Y en tanto hablaban, yo solo pensaba
«¿Y qué más da de quién pueda ser hijo?»
... Comprendan por qué dije
Que nada me importaba
Cuál de los dos pudiera
Ser el que de verdad me dio la vida
Lady Isabel.- Pero una madre, Colby ¿no es algo diferente?
Debe existir un lazo siempre entre madre e hijo,
Por mucho tiempo que haga
Que se hayan perdido el uno al otro.
Colby.- ¡Oh, no, Lady Isabel! La situación
Es la misma, o acaso más cruel.
Aun suponiendo ahora que yo sea su hijo
Eso es un hecho sólo, simplemente.
Y es mejor no saber, que conocer un hecho
Y advertir que eso nada significa.
En el instante aquel en que nací
Pudo usted ser mi madre,
Pero no quiso serlo. No la culpo por eso.
¡Y que Dios la perdone!
Pero se han de aceptar las consecuencias
En el instante aquel en que nací
El que fuese mi madre ‒si de verdad lo es‒
Era sí, un hecho vivo
Ahora es ya un hecho muerto.
... Nunca, hasta ahora, he deseado un padre
Jamás se me ocurrió pensar en ello.
Ahora me obligaron a pensar,
¡Y me hubiera gustado tanto haber tenido padres!” (Act. II).
Es decir, la paternidad supone una relación íntima, afectiva, con sus inevitables defectos y remordimientos posteriores, pero aceptada, querida. Supone el haber deseado al hijo, y el desearle como hijo en cada momento. Lo otro es un hecho muerto. Aquí late, otra vez, la idea de que la realidad tiene sentido, en tanto es reflejo de la voluntad deliberada del hombre. Queda ‒claro está‒ que siempre es efecto del plan del Padre.
La figura de Colby
Temperamento intelectual - afectivo. Cree que se puede vivir de una vocación ‒el arte‒. Se puede vivir incluso de ilusiones, pero no de mezclas. No quiere vivir solo, pero, en último extremo, la compañía que necesitaba no es tangible. Clarísimamente expresado en su idea del padre. Va a seguir su herencia, va a comprenderle sufriendo, lo mismo que él, la mediocridad. Por unirse al que cree su padre, está dispuesto a someterse a unas condiciones, que le ponen en situación de contradicción consigo mismo, cuando descubre a su padre verdadero, entonces coincide la herencia ‒el amor filial‒ la vocación; la humildad es adaptarse a la verdadera realidad. Es decir, su entendimiento y su amor se concuerdan totalmente, y entonces es capaz de la decisión plena y pacífica. Él sabe que el ser padre, no es algo puramente de la tierra, las relaciones continúan después. Él sabe que si creyera en Dios, todo quedaría para él en orden. Pues Dios reúne las condiciones que él busca. En el amor busca, ante todo, comprensión y colaboración, pero no necesariamente de unión física, se encuentra dichoso con la comprensión de su padre ya muerto, a quien no ha conocido nunca, pero a quien va a comprender trabajando en la misma obra. Por otro lado el padre, le ha dado la herencia y el modelo.
Como la mayor parte de la gente vive de lo que vive, los demás ‒como Lucasta‒ le encuentran lejano. No parece necesitar de nadie, y los hombres ‒otra fina observación‒ precisan encontrarse útiles. Por eso Lucasta elige a Raghan: Todo esto es lo que ella expresa. Aunque Colby no se siente interiormente sin necesidad de alguien, simplemente no ha comprendido que no es lo tangible su necesidad:
Lucasta: “Me ha hecho comprender lo que necesitaba.
Junto a Raghan me siento ya segura.
Y eso es lo que quiero.
De una forma u otra, yo puedo darle algo...
Algo que él necesita.
A Colby, en cambio, yo no le hago falta.
No le hace falta nadie. Resulta encantador,
Pero contar con él es imposible.
Él tiene un mundo propio,
Y puede en un momento desvanecerse en él...
En el preciso instante en que es más necesario.
Además, él tampoco cuenta con los demás
Y B. me necesita. A él la vida le ha herido
Igual que a mí, y por eso
Podemos ayudarnos mutuamente
…
“No va con tu carácter despreciar a la gente,
Porque no te interesas lo bastante.
Colby.- ¿Que yo no me intereso?
Lucasta.- No. O estás por encima
Del interés, o eres insensible...
¡Fíjate que no digo insensitivo!
Lo cierto es que resultas terriblemente frío,
O acaso es que tú tienes, para darte calor
Otro fuego distinto del que anima a las gentes
O eres un ególatra
O algo tan diferente del resto de nosotros
Que no acertamos a juzgarte, Colby
…
Colby.- ¡Os necesitaré a los dos, Lucasta!
Lucasta.- Tendremos para ti un significado;
Más tú, Colby, de nadie necesitas”. (Act. III)
Es probablemente esto lo que hace que “El secretario particular”, contra la opinión de los críticos, me parezca la mejor obra de Eliot. O, al menos, que me resulta la más interesante. Esta figura del intelectual-afectivo, que necesita ciertamente de los demás ‒que se encuentra alejado de ellos‒ que busca la identificación con alguien ‒aquí el padre‒ pero que arde en otra llama que el común, y por eso parece frío. Es difícil llegar a una identificación mayor en el amor, que en las expresiones de Colby respecto de su padre. Y es también evidente la necesidad de Dios que tienen ‒pero de una manera feroz, inmediata‒ estos temperamentos, de Dios, de Cristo. Su pasión les hace muy intensos, pero muy restringidos. Y solo una infusión de caridad ‒de abundantísima caridad‒ puede ensanchar su campo de conciencia, de modo que puedan llegar a todos. No creo que estos temperamentos sean frecuentes. Lo que es indudable es que en derredor deben producir una sensación de frialdad, y que pasarán por cerebrales, en el pésimo sentido que los necios, los infinitos necios ‒por tanto la gran mayoría de los hombres‒ dan a esta palabra. Y sin embargo, difícilmente se puede dar un afecto más intenso que en una persona que es, al mismo tiempo, muy intelectual. Yo diría que es lo más semejante al amor de los ángeles, y respecto del cristiano, lo más parecido al fuego de conocimiento amoroso, que abrasa a las supremas jerarquías.
El tema del cambio
No está muy recalcado, pero lo señalo por la relación con otras obras. Aparece dos veces la idea de nuestro cambio continuo:
Lucasta.- “Creo que estoy cambiando
Que he cambiado muchísimo en las dos horas últimas.
Colby.- También yo, me parece,
Más quizás eso que llamamos cambio...
Lucasta.- Sea llegar a comprender mejor
Lo que uno es en realidad.
Y tal vez, la razón de que eso ocurra...
Colby.- Es que se ha comenzado a comprender a otro.” (Act. II)
.............
Lucasta.- “Le digo adiós ahora
Al Colby que Lucasta conocía
Desde entonces los dos hemos cambiado:
Siempre estamos cambiando, como tú me decías.”
Es decir cambio continuo. El cambio, sin embargo, es superficial, esencialmente somos los mismos, sino que penetramos más lo que somos, nos conocemos mejor. Y eso se realiza por la comprensión de la comunidad.
LA TIERRA BALDIA
Día 20 de febrero. 1966
Durante toda la semana he estado releyendo el poema en la traducción de J. M. Aguirre2, que cada vez me gusta más. Lástima no poseer el original.
Voy analizando y comentando los temas de cada parte, lo cual resulta mucho más rápido.
I.- El entierro de los muertos. El tema de la muerte, de la irrealidad
Según Aguirre, lo central del poema es la idea de la esterilidad. Eliot afirma la irrealidad de lo que se considera real.
Lo que hay es “un soplo de vida”, que abriga el invierno “con nieve olvidadiza” y nutre con “tubérculos secos”. En la tierra baldía no hay conciencia, sino olvido, hay muerte; “tierra muerta”, “árbol muerto” que “no da sombra”; las multitudes que circulan por el Puente de Londres, son hombres muertos: “La multitud fluía por el Puente de Londres, tantos. No había yo pensado que la muerte hubiera deshecho a tantos. Suspiros breves, infrecuentes, eran exhalados. Y cada hombre iba con los ojos fijos en el suelo”.
Bella pintura de la irrealidad de cualquier ciudad moderna. La campana da un sonido muerto: “con un muerto sonido en la campanada final de las nueve”. Y los hombres son cadáveres: “¿Ese cadáver que plantaste el año pasado en tu jardín, habrá comenzado ya a germinar? ¿Florecerá este año? ¿O acaso la temprana escarcha habrá perturbado su lecho?”.
Los muertos viven olvidados de todo, bajo “la nieve olvidadiza”.
No son capaces de conocer la realidad:
“¿Qué raíces prenden, qué ramas brotan
En esta basura de piedra? Hijo de hombre,
Tú no puedes decirlo ni imaginarlo, porque sólo conoces
Un montón de imágenes rotas, donde el sol no reverbera,
Y el árbol muerto no da sombra...”
Es más, tienen horror a la vida. Para ellos “Abril es el más cruel de los meses, cultivando lilas en la tierra muerta, mezclando memoria y deseo, excitando perezosas raíces con lluvias primaverales”. Y temen que “el Perro, que es amigo de los hombres” desentierre el cadáver.
No hay lluvia, ni solaz del grillo, ni sombra de árboles // sólo de roca (¿la tumba?).
Hay temor a la muerte “te mostraré el miedo en un puñado de polvo”.
Hay superstición ‒echador de cartas‒, trivialidad en la conversación... No hay amor; ante la muchacha de los jacintos: “no pude hablar, y me falló la vista, y me quedé // ni vivo ni muerto, sin saber nada”.
No hay Dios. La echadora de cartas no encuentra al Ahorcado ‒símbolo del dios sacrificado‒.
Resumen: “Ciudad irreal”.
II.- Una partida de ajedrez
No hay amor: toda la charla de la dama elegante con su amante, trivialidad. Todo el día reducido a ésto:
“¿Qué haré ahora? ¿Qué haré?
Me echaré a la calle, así, tal como estoy,
Con el pelo suelto, así. ¿Qué haremos mañana?
¿Qué haremos siempre?
El agua caliente a las diez
Y si llueve, un coche cerrado a las cuatro
Y jugaremos una partida de ajedrez,
Apretando ojos sin párpados y esperando que llamen a la puerta.”
El ajedrez es un símbolo del acto sexual.
Esto es el ambiente refinado, decadente. Paralelamente en la taberna, el diálogo es el mismo: aborto, dentadura nueva, comida...
Ahora el amante de la dama no habla, no habla nunca.
“Pienso que estamos en el callejón de las ratas
Donde los muertos perdieron sus huesos.”
En la tierra baldía no hay nada interior, nada real interior.
Y sin embargo, existe algo más, el blando saludo de Ofelia, y la queja de Filomela, que sigue clamando a “oídos sucios”, que no escuchan.
III.- El sermón del fuego
Irrealidad. “Ciudad irreal”: muerte: “el río despoblado, sin hojas, sin ninfas,…”
Viento oscuro. “Pero a mi espalda, en una helada ráfaga de viento oigo,
El traquetear de los huesos y descarnados risoteos.”
Falta de amor: el mercader invita a la dama:
“Me invitó en demótico francés
A almorzar en el Hotel Cannon Street
Seguido de un fin de semana en el Metropole.”
La mecanógrafa y su amante:
“La cena ha terminado, ella está aburrida y cansada.
Él se esfuerza en excitarla con caricias
Que si no son deseadas, no son rechazadas...
.................................
«Bien, ya está, me alegro de que haya terminado»
Cuando una mujer hermosa se rebaja a cometer un desatino y
Vuelve a pasearse por su cuarto, sola,
Acaricia su cabello con un mecánico gesto,
Y pone un disco en el gramófono”.
(parodia de Goldsmith, en que el único remedio es...morir).
Las hijas del Támesis: “¿de qué podía quejarme?”
Y antes, alusión a Tereo y a los versos de Day (que desconozco). Alusión a Cartago, la deshonesta, de las “Confesiones”.
Trivialidad: la ciudad irreal está poblada de bocinas, gabarras, gasómetros... El mercader.
Horror: ratas...
Muerte: “traquetear de huesos descarnados risoteos”, “Blancos cuerpos desnudos”, “huesos arrojados a una baja guardilla seca”.
Oasis de vida: música de mandolina (oposición al gramófono) - vendedores de pescados - Iglesia de muros que conservan inexplicable esplendor.
IV.- Muerte en el agua
Maravilla de la idea de trivialidad. El epitafio de Flebas, que copio entero. El hombre de la tierra baldía, no tiene nada importante que olvidar ‒apresuramiento inconsciente hacia la propia destrucción‒ no hay petición de ayuda, porque ignora que puede salvarse, que existe un salvador (no encuentra al ahorcado). No es que se niegue a ser salvado, que se subleve contra Dios, como Pincher Martín. Es simplemente que ni se le ocurre. El análisis de Aguirre es muy bueno. Sin embargo, la verdad es que, si en la época actual hay rebeldía en ciertas zonas ‒hasta cierto punto superiores, diría que naturalmente superiores, y por eso diabólicamente, un paso más allá en el camino de la perversión‒ en la masa media sigue existiendo exactamente lo mismo, inconsciencia. Pero la inconsciencia también es diabólica. De Flebas solo queda el recuerdo físico: fue hermoso y alto. Lo mismo que de los actos eróticos anteriores. Vaciedad total. Y al recorrer su vida en el momento de la muerte, sólo pueden olvidar sensaciones físicas, es lo único que tiene “Flebas, el Fenicio, muerto hace una quincena. Olvidó el grito de las gaviotas y la honda agitación del mar. Y las pérdidas y ganancias. Una corriente submarina descarnó sus huesos entre susurros. Flotando y hundiéndose al entrar en el remolino. Gentil o judío, ¡oh tú! que das vueltas a la rueda y miras a barlovento. Piensa en Flebas, que fue en otro tiempo hermoso y alto como tú”.
V.- Lo que el trueno dijo
La esterilidad. Roca sin agua; imposible beber, ni pensar, ni detenerse. Ni silencio, ni soledad. La capilla vacía, huesos secos - muerte (ahora está muerto - muriendo - huesos secos - revueltas sepulturas - pozos vacíos; “que hemos dado”).
“Amigo mío, sangre conmoviendo mi corazón
El terrible atrevimiento de un instante de dejadez
Que un siglo de prudencia no podrá nunca borrar
Por esto, y sólo por esto hemos existido
Lo cual no es como para encontrarlo en nuestras necrologías
O en recuerdos tapizados por la caritativa araña
O bajo los sellos rotos por el flaco notario
En nuestros salones vacíos”.
Han vivido en la prisión, encerrados en sí mismos, estos habitantes de la tierra baldía. Contrastan quizás con la soberbia antigua de Coroliano, al cabo relativamente fértil. Y no obedecen a la mano experta que guía el navío. Son irresponsables.
El desconocimiento de Dios. Que para Eliot es todavía dios.
El encapuchado: alusión a Emaús.
Tragedia. La esterilidad, la locura se ha extendido a amplias zonas. Todo es tierra baldía.
El transtorno. Torres invertidas - murciélagos que se deslizan cabeza abajo. El Puente de Londres que se hunde.
Resumen y notas
Una absoluta esterilidad. Los hombres de la tierra baldía son en realidad “muertos”. Desconocen todo lo que es vida real. Desconocen, por lo mismo, incluso la realidad de la muerte.
Todo se reduce a un estado de dejación, como el de la mecanógrafa. Hay ruido y cierta belleza ‒era hermoso y alto‒ hay negocios, hay prisa. Y se creen vivos por eso. Corren ‒literalmente‒ hacia la muerte, sin conciencia de ello. Son suficientes como el amante de la mecanógrafa. El ambiente puede ser tan refinado como el de la elegante dama, o soez como el de la taberna, en todo caso la sustancia es la misma: vaciedad, actos físicos: paseo en coche, baño - dentadura postiza - comida - aborto. Irresponsabilidad, no hay de qué quejarse. No se obedece a la mano experta. Se desconoce a Dios. Se teme la vida, y la muerte: todo lo serio.
Sin embargo, Dios actúa. Recuerdo del prendimiento de Cristo. Viajero desconocido que camina delante. Y la voz del trueno ‒recuerdo budista‒ que den limosna, se dominen, sean compasivos.
Y al final, parece que los habitantes comienzan a darse cuenta de la esterilidad de la tierra, del hundimiento de todo, que vuelven a la locura ‒es decir la verdad‒ y que estas intuiciones pueden servir para sostener las ruinas. Y todo acaba con el deseo de la paz.
Quizás sea cierta la interpretación de Aguirre. Quizás la diferencia de nuestra edad consista, en que los hombres van saliendo de su inconsciencia, para tomar partido. Quizás, según la idea de Maritain, hay un avance, un paso firme, rápido, de la acción del demonio y de Dios, y va habiendo más hombres que se ocupan del bien y del mal, de algo serio. Y, a la vez, en su conjunto, el ateísmo militante es una decisión en pro del diablo, una decisión lúcida ‒aunque no conoce a Satanás- contra Cristo, y a eso responde una profundización y extensión, o mejor, una profundización más extendida del cristianismo, con su decisión en pro de Cristo sacrificado por nosotros ‒y resucitado y operante‒ y del valor trascendente de las cosas y los hechos. Quizás para más gente cada vez, los actos tienen importancia, la vida y la muerte son algo, tienen significado. Pero no menos real es la irrealidad de las cosas, de la vida de la multitud. Y en todo caso, sigue la voz del trueno, pero la reconocida, por el mismo Eliot, como la voz de Cristo, la voz de Cristo deseando la paz. De hecho ha resonado ‒así literalmente‒ en la ONU. Y en medio de la irrealidad, hay ciertos oasis como el de los versos 259-265, en que se escucha música verdadera, voces de hombres que viven, que trabajan y en que los muros de los templos brillan con inexplicable esplendor.
Y naturalmente sobre esta tierra baldía de Eliot, sobre este mundo de muertos, de locos, de inconscientes, planea la misericordia de Dios. Del Padre, que ha enviado al Hijo, porque “amó tanto al mundo que no pasó, hasta entregar su Unigénito”. Y Cristo sigue caminando, ofreciéndose a los inconscientes, a los que caminan inconscientes, pero voluntarios, a la muerte, ofreciéndose al descubrimiento:
“¿Quién es el tercero que camina siempre a tu lado?
Cuando cuento, sólo estamos tú y yo juntos
Pero cuando miro hacia adelante por el blanco camino
Siempre hay otro caminando a tu lado
Deslizándose envuelto en un oscuro manto, encapuchado
Que no sé si es hombre o mujer
¿Pero quién es ése a tu otro costado?”
(V movimiento, v 359-65).
Ahora, éste que camina al otro costado es el Cristo resucitado, después que ha sufrido la “agonía en los pedregales”.
Día 24 de febrero. 1966
Prosigo con las notas sobre Eliot. Pero ante todo surge una cuestión fundamental, ¿qué sentido tiene para mí, sacerdote, el estudio de un poeta? No, evidentemente, la simple consideración de una técnica literaria ‒por más que personalmente me resulte atractiva tal materia‒; pero tampoco la penetración del pensamiento del autor. Lo único que puedo buscar es la visión del planteamiento de asuntos vitales, por un autor moderno. Siendo una cabeza realmente privilegiada ‒incluso en el orden religioso‒ puede enseñarme mucho acerca de la visión divina sobre el hombre y las cosas. Ahora, aun en este terreno, cabe el peligro de aprender “recetas”. De tomar de memoria las ideas del autor. Es necesaria una buena dosis de reflexión personal y de oración, para que todo ello sea útil.
Otro servicio puede ser el hallar expresiones felices, para expresar lo que yo no sabría, aun sintiendo. En este aspecto, puedo aprender, precisamente de Eliot, que mezcla en sus versos, versos ajenos con toda tranquilidad. Eliot, Claudel, Peguy, Dostoyevsky... me prestan elementos expresivos, para una futura construcción de doctrina espiritual.
Pues cada vez veo mi “vocación” menos clara, y me inclino a pensar que no debe de ser, ciertamente, el hablar con un mundo que parte de presupuestos muy distintos. Por mal que yo me encuentre en el orden de la caridad ‒y ése es otro asunto‒ existe el carisma, y tengo obligación de usarle. Ahora, el carisma mío, creo que consiste es una visión incomparablemente más profunda de lo ordinario, y en una capacidad de sintetizar, de unir los puntos aparentemente opuestos del misterio, revelándolos a una luz divina, sobrenatural, que muy pocos serán capaces de recibir. Creo que debo ir construyendo, escribiendo lo que se me vaya ocurriendo. Pensamientos que brotan, o se perfilan, en conversaciones diarias, y que no tienen cabida en ellas, sencillamente porque los conversantes no me entenderían. Comprendo que X, o X, son, sin posible discusión, mucho más buenos que yo; pero tienen menos luz, lo cual no les quita ni pone nada, pero les incapacita para comprenderme.
Por ejemplo, nadie parece capaz de comprender una cosa tan sencilla como ésta: el hombre es esencialmente el “que recibe” de Dios, y eso en un régimen sacramental. Por tanto, el recibir es su propia gloria, el recibir de otro hombre. Comentar ‒como hicieron ayer individuos, incluso de la talla muy aceptable de X.X.‒ que la figura del presbítero queda rebajada porque “recibe” del Obispo, es no comprender la esencia del hombre.