Japen

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—No creo que se haya fracturado nada –le escucho decir a uno. Su cara aparece y desaparece, alumbrada por los focos de los autos que cruzan la bocacalle y aminoran la marcha para contemplar mi pequeña tragedia.
—¿Decís que la levantemos? –pregunta otra voz, en la oscuridad.
Le ordeno acciones a mi cuerpo, pero no logro mover más que un dedo. Lo estiro inútilmente e intento alcanzar mi celular que parpadea a pocos metros, en la vereda.
—Es mejor que no te muevas –dice una voz, y una mano acaricia mi cabeza–. ¿Necesitás avisar a alguien?
—¿Qué quiere? ¿Seguir jodiendo con el celular? –gritan a un costado.
Parece que pedaleaba con la vista y los dedos concentrados en el teléfono. Así me explican, cuando acuerdan entre todos sentarme en el cordón y darme agua para que me recomponga. Rodeada por un círculo de piernas, empiezo a recordar. Iba en bici, volvía de unas cervezas con Mechi y Juli. Un tanto alcoholizada y triste. En cada esquina aprovechaba los semáforos para dar corazones indiscriminadamente a los Happns que levantaba con el celular.
—Es un peligro lo que hiciste –gritan.
—Te vi de atrás. Nunca frenaste.
—Yo también, te podrías haber matado.
—Ni siquiera amagaste a volantear.
Voces. Que no entienden que buscar a Happn3 se está poniendo complicado. Abundan los “CEO and FOUNDER”, los “Socio y gerente”, los “Owner en”. Los publicistas, los músicos, los freelancers, los idiotas.
Están los que intentan el enganche con una foto que da aventura, deporte extremo, aire libre. Los que se inclinan por la selfie sexy. ¿Cómo una selfie puede resultar sexy con el fuera de campo que supone? No hay nada más triste que imaginar las mil quinientas fotos que vinieron antes –y después– de la elegida; las tres mil doscientas posturas y contorsiones, el celular recalentando, la memoria estallando. Los que simplemente van por algo más misterioso donde no se les adivine la cara. Y los que prefieren el camuflaje de la foto grupal.
Yo los amo a todos. Durante esta búsqueda descubrí un patrón, una regla y un regalo.
Patrón: serán Happns aquellos a los que en menos de cuarenta y ocho horas de empezar a hablar agendo con un apodo. Por el momento, dos. El resto son algo así como Hppn / Hp / Happnnn / Hpn / Happen. O solo números. Y me los confundo. Hablan de más y se complica; quieren saber y se complica. Dejo de contestarles y, tras recibir varios “estas?” / “nos vemos?” / “clava vistos” / “no me dejes hablando solo”, los elimino. Algo debe irse para que algo nuevo entre. Así pasó con vos y tu ropa. Te la llevaste un jueves, mientras yo estaba en Mar del Plata. El lunes, además del placard todo para mí, ya tenía a Happn1 en la puerta de casa. Algo verdaderamente se destraba cuando soltamos. Ahora sí estamos en el mismo plano, ahora sí podemos ser amigos, pero no.
Regla: si va a ser Happn será al instante. De lo contrario, quedan naufragando en mi celular con conversaciones ridículas y demasiada información en mi cabeza que hace que los confunda. A poco de charlar un rato ya no sé quién es CEO and FOUNDER, quién es freelance y quién simplemente es full time en cualquiera. Dejan de interesarme.
Regalo: la música. Extrañamente, cada Happn me deja buena música. Más aún si se concreta. Han llegado a mi vida: Public Service Broadcasting, Okay Kaya, The Soundtrack of Your Life, The Pretty Things, entre otros.
GRACIAS.
Devuelvo la botellita de agua a un ciclista con casco, luces en las ruedas y remera iridiscente. Lo que se dice, un aferrado a la vida. Me paro como la sombra de algo roto en la oscuridad. Sacudo el polvo y la sangre de mis rodillas. Y subo a la bici.
El grupo de desconocidos me mira. No les doy tiempo a nada. Pedaleo fuerte, rápido.
Avergonzada.
Alcanzo velocidad. Siento unas gotas calientes encalladas en mis lagrimales. Giro la cabeza y, en la distancia, los veo aún reunidos. Parecen un pequeño consorcio de luciérnagas o perros en la ruta a quienes los ojos les brillan encandilados.
—Dejen morir en paz –les grito, desaforada, y vuelvo la vista al frente. Tarde. Me voy de lleno contra un conteiner de basura. Caigo. Una sensación conocida.
Los pedidos de auxilio son, casi siempre, contradictorios.
8
Diler me lame un dedo del pie. Lo veo con el único ojo que logro abrir, tirada en el piso –al menos– seco. No hay signos de inundación ni catástrofes domésticas. Me duele el cuerpo. Tengo sed y una costra de sangre esparcida en la cara. Llego a tocarla con la punta de la lengua. Se siente rancia, salada. Lentamente recobro los sentidos. Escucho a la heladera detenerse. Hay molestias que se perciben recién cuando nos faltan. Así me pasa, a veces, con los licuados que preparabas los sábados a las siete de la mañana antes de tus partidos de fútbol, los veinte pares de zapatillas blancas con los que acaparabas el placard, tus pilas de devedés pirateados ocupando espacio en la biblioteca o el cuadrito de River que ahora es un contorno vacío en la pared de la habitación.
Diler trepa con cuidado a mi pecho, como si supiera que necesito de otro ser vivo para volver a conectar con este lado. Ronronea. Pincha, acaricia. Ronronea. ¿Cuánto tiempo estuve dormida?
9
Con Veinticuatro nos vemos dos o tres veces por semana. El contacto físico solo se da segundos antes y durante el sexo. Ya tenemos una rutina. Bastante ridícula, pero aún no lo suficiente como para cansarnos. Me manda un mensaje cuando está saliendo a nuestro encuentro. En menos de tres minutos le abro. En la entrada, inventamos un tema que nos alcance para el ascensor que es hidráulico, demora en subir. En la demora, le miro la cara como si estuviese fuera de mí misma y de todo. Últimamente estoy bastante así.
Afuera.
La próxima vez voy a avanzarlo ahí. Yo. Va a ser la primera vez que lo avance. Quizás la distancia hidráulica hasta el cuarto piso alcance también para usar la boca, la lengua, los dientes, y ese sea el gesto que lo cambie todo y nos aleje de la rutina para empezar una nueva, de avances en el ascensor.
Mientras tanto, Happn2 –Rocker– es un fiasco. Un delirio, un sátiro, un raro, etc. Y me encanta. No volvimos a vernos, al menos aún todo sigue por chat. Me gustaría volver a verle la cara en persona. En cambio, recorro una y otra vez su vida en Facebook, Instagram, Happn, Soundcloud, Twitter. A pesar de sus treinta y siete, está tan subido a las redes como un youtuber. Le gustan las plantas, la sombra. Pocas ventanas, persianas cerradas. Las bicis, los pantalones negros, las remeras blancas, los tatuajes. Con un mantel de arpillera decora una mesa ratona en la que apoya porros, discos, guitarras, flyers, lentes de sol. No tiene en los ojos eso que se te va entre los veinticuatro y los veintiséis. Tiene eso que se te asienta a los veintinueve, justo debajo.
Le pregunté si era algo así como el divo del rock que no da bola y dijo que no. Que simplemente vive y deja vivir. Sí, entendí la cita. Live and let die también es de mi época. Live fast and die young me llegó después, demasiado tarde.
Hasta ahora: Vino. Cogió. Y se fue. Algo así como el librito vintage que decora mi biblioteca.


Creo que todo se reduce a: No le gusté. Y eso hace que me encante. Pero ¿por qué seguimos hablando? ¿O estoy flasheando conversaciones donde solo hay monólogos? Demasiadas preguntas.
Happn3 no aparece. Y Happn1… me enamora.
10
Cierro los ojos. Aprieto fuerte mi pelo debajo de la ducha, como si mis manos no me pertenecieran y fueran las de alguien doblegándome para penetrarme bajo el agua, que impacta caliente sobre mis hombros. Un pulso doloroso me late dentro. Conozco milimétricamente los instantes previos a empezar a deshacerme.
Un coágulo rojizo resbala por mis piernas y se estrella en la bañera. Lo veo irse. Mil mitades en las que fragmentarme y perdurar escapándose por el desagüe.
Días antes de que me venga empiezo a sentirme rara. Quiero que me cojan, aquí y ahora. Ya. Pero también quiero que me quieran, que quieran todo de mí, todos, todo el tiempo, y ahí la complico. El domingo con Veinticuatro fue así. Tirada en la cama me corría una electricidad por el cuerpo que hacía que mis manos y mis piernas quisieran abrazarlo. Permanecí inmóvil unos minutos, controlando el impulso. La despedida fue rarísima, con reunión de vecinos en la puerta. A la que conocía la saludé con un beso, y a él con el mismo tipo de beso, como siempre, como desde el primer día y el segundo, cuando le corrí la cara y marqué una distancia que ahora no puedo retroceder.
Durante, no quiero ver a nadie. Ni a mí misma. No quiero lastimar ni que me lastimen. Si quisiera besar sería a través de un papel de calcar o de un tul, a través de algo que impidiera el contacto.
Estoy a kilómetros de mí, cuando conozco a Happn3. Un par de chats que encaro distinto, de manera más compleja, más rebuscada, más yo. No se aburre, se interesa. Es creativo publicitario, es músico (ok, músicos son todos), fue vegetariano por cuatro años. ¿De verdad la gente entra en Happn para saber estas cosas? Yo no. Es Barcelona. Llegó hace poco.
Le cuento que hice trámites, que vino un plomero. No le cuento de los otros Happns. Pero a Rocker, sí; le mando este mensaje:
27/11/2015, 15:22 - RUGE: van demasiados Happns, demasiado aburridos. No me sirven para escribir.
Casi estoy a punto de contarle todo, de decirle que mejor terminar esto y empezar lo que empiezan los que se aman. Los que tienen que dejar de buscar para empezar a construir desayunos, apodos cursis, mascotas, series y bibliotecas compartidas. Recuerdos nuevos. Hasta cansarse, ya no reconocerse y volver a empezar.
Pero Happn2 es un rockero, un alma libre, es treinta y siete y está lleno de lo que lo apasiona y no hay espacio para más. Creo que es eso lo que me encanta. Alguien lleno, como estaba yo antes.
Voy a comer galletitas de agua con membrillo, intercaladas con mostaza. Esa costumbre asquerosa que teníamos. Y voy ver The future otra vez, quiero ver cómo una pareja se termina. Cómo se ve desde afuera, mientras desde adentro es en slow e inexplicablemente fácil.
Eso es lo que lo hace complicado.
O, al menos, para mí.
11
En medio de mis Happns, Macri pasó a tener la provincia, la ciudad, el país. Y mis familiares y amigos de Facebook, a putearme cuando compartí esto antes de que viniera Happn1:


Los mismos que se la pasan compartiendo fotos de perros atropellados, enfermos terminales y ballenas encalladas en la arena al borde de la muerte reaccionaron indignados:


Happn2 me la likeó y eso made my day.
12
Arrastra cajas de embalar de un cuarto a otro. Como en busca de una pausa, sale al balcón a fumar. La miro desde el mío. Delgada, estatura mediana y el pelo oscuro que le cae sobre los hombros. Las puntas de nuestros cigarrillos, encendidas como pequeñísimos lásers naranjas, se alinean en la oscuridad.
A veces, un ruido por el que ambas nos asomamos –o la lluvia– nos hermana. Y nuestras acciones entrando ropa, cerrando ventanas, se duplican a un extremo y otro del pulmón de manzana.
Quizás sepa de mí esos detalles que me hacen ser quien soy y que otros desconocen. Como yo sé de ella: que los miércoles cena de deliverys, que se tiñe las raíces, que lava las sábanas una vez al mes, que usa ropa interior monocromática. Que ayer le dieron una mala noticia. Corrió el ventanal y arrojó el celular desde el balcón. Lo vimos girar en el aire mientras, del otro lado de la línea, alguien escuchaba cómo suena una caída libre, sin caer él mismo.
Ahora, en la oscuridad y en la distancia, le adivino una sonrisa. Tal vez hasta disfruta en silencio el espectáculo que le ofrezco últimamente, con desconocidos entrando y saliendo de mi casa. Se acaba de ir Veinticuatro.
Volvió a pasar. Y, esta vez, de día. Cayó a las seis de la tarde con facturas. Eso me provocó ternura. Verlo llegar así, con algo para compartir, además del sexo.
Me avisó por mensaje “compro facturas y voy”, y sentí rechazo. Pero, al verlo preparar café, acomodar tazas sobre la mesa, doblar las servilletas en triángulos perfectos, tuve ganas de abrazarlo y, al mismo tiempo, la sensación de no saber cómo manejar la situación. No pude ni comer una factura, a pesar de que las de membrillo me encantan y casi todas eran de membrillo. A la escena le faltaba esa dosis de mostaza para no volverse empalagosa.
Últimamente manejo con torpeza las situaciones de cierto afecto. Pongo una distancia extraña. Creo que perdí la afección a esto y a todo. Tanto si es el otro el que las genera, como si surge de mí ese deseo de dar algo más.
No hay nada que me penetre realmente más allá de una pija, y no hay nada que salga de mí. Soy pedazos unidos por articulaciones, vacíos por dentro. Una muñeca inflable con capacidad motora.
Lo hicimos en la cama, dos veces. Al terminar, yo no había acabado y él casi se duerme. Me liberé un poco y lo acaricié. Dijo que le gustaba y a los pocos minutos lo encendía. Ya estábamos de nuevo en la primera parte, pero esta vez acabé rápido. Era eso o terminar conteniendo un vacío enorme. Es raro, pero acabar me llena. Libero algo y entra otra cosa. Una sensación poderosa de vida, que me recuerda que no estoy muerta.
Lo abrazo con las rodillas, con los labios. Con partes que abrazan sin decir “te abrazo”, porque se confunden con “cogeme”. Me dice que se tiene que ir, que quiere dormir un rato antes de cenar en lo de su abuela y de ahí salir con amigos. En mi cabeza le contesto que no vaya a lo de su abuela, que no vea a sus amigos, que yo no voy a ir al cumpleaños, que nos quedemos así, que después pedimos algo, vemos la película que no vimos, comemos las facturas que no comimos, salimos a caminar de noche, a imaginar qué tipo de familia vive en cada casa y cómo serán por dentro. Las familias, las casas.
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