El fascismo vasco y la construcción del régimen franquista

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En cualquier caso, como ya hemos mencionado, esta experiencia debemos situarla en el terreno de los antecedentes puesto que está comprendida en las dos primeras décadas del siglo XX. A un nivel estrictamente organizativo, el primero de los grupos al que hemos de hacer referencia, es el del fascistizado PNE. Como ya ha señalado Julio Gil Pecharromán (2000: 127), el PNE no fue legalizado en Bilbao hasta julio de 1932 pero ya funcionaba con anterioridad camuflado bajo el nombre de la sociedad deportiva Laurak-Bat para escapar de la persecución gubernativa. Vinculado a las clases preeminentes bilbaínas y al monarquismo alfonsino más conservador, el PNE nunca dejó de ser un grupo marginal y con nula presencia más allá de los ambientes oligárquicos vizcaínos. Su nicho preferente de implantación y reclutamiento fue copado por FE tras su aparición, siendo los falangistas provenientes del PNE una parte significativa del partido joseantoniano en Bilbao y Guecho. Este fenómeno, que ya hemos visto en Álava, no fue algo privativo del caso vasco sino que ya ha sido puesto de relieve a nivel nacional (Thomàs, 1999: 40).
El otro grupo fascista aparecido en Bilbao con anterioridad a la constitución de Falange fue las JONS. Diversos indicios, como el hecho de que en julio de 1933 las autoridades dispusiesen el cierre de sus locales o que en las rememoraciones de época franquista se hablase de un núcleo previo a la fundación, nos conduce a pensar que ya había actividad de este partido con anterioridad a la fecha de su constitución oficial.6 Esta tuvo lugar en octubre de 1933 en un edificio de Indauchu confiscado por el Gobierno republicano a los jesuitas (Arrarás, 1942: 314; Talón, 1988: 83). Entre los presentes se encontraban algunos futuros militantes de relieve de FE de las JONS, como los que ostentarían la Jefatura Provincial Felipe Sanz Paracuellos y Alberto Cobos, o la Jefatura de Milicias, como Zoilo Zuazagoitia. Los jonsistas bilbaínos, pese a su escaso número, mantuvieron un activismo considerable y protagonizaron algunos incidentes en los que tuvieron que intervenir las fuerzas de seguridad, principalmente derivados de sus actividades propagandísticas.7
La fundación de Falange Española se produjo en Bilbao a finales de 1933, tras el acto fundacional del Teatro de La Comedia madrileño. En su aparición jugaron un papel destacado algunos jóvenes miembros de las familias más renombradas de la alta sociedad bilbaína, como es el caso de Vicente y José María Ybarra Bergé o de Ramón y Juan Antonio Ybarra Villabaso (Ybarra, 1941: 15). Patxo Unzueta (1990: 73-96) también abunda brevemente en esta cuestión en su pequeño y evocador Bilbao. La vida de FE en Bilbao fue muy limitada hasta su fusión con las JONS en febrero de 1934, como parece indicar la ausencia de referencias a la misma con anterioridad a ese momento. De hecho, ante la superioridad organizativa jonsista será Felipe Sanz Paracuellos, el líder de las JONS bilbaínas, el que ocupará la Jefatura Provincial de FE y de las JONS tras la fusión de ambas organizaciones, y esta situación de un antiguo jonsista al frente del partido fascista unificado se reeditaría con la jefatura de Alberto Cobos en 1935.
Por su parte, Guipúzcoa es la provincia en la que las referencias a grupos fascistas organizados son más tardías. No hemos localizado indicios coherentes de la existencia de las JONS, y los primeros comentarios consistentes de una actividad falangista organizada datan de 1934. A pesar de ello, existen indicios fragmentarios que apuntan a que FE funcionaba ya en Guipúzcoa a finales de 1933 tras su fundación a nivel nacional (Loyarte, 1944: 313-314; Ledesma Ramos, 1968: 182). El núcleo fundador de FE estaba articulado en torno al arquitecto donostiarra José Manuel Aizpurúa, jefe provincial, jefe nacional de prensa y propaganda, consejero nacional y amigo personal de José Antonio Primo de Rivera. La Falange guipuzcoana tuvo un componente intelectual del que carecieron sus homólogas alavesa y vizcaína. Se encontraba íntimamente relacionada con la sociedad artísticocultural GU, punto focal del momento de renovación artística y cultural que estaba experimentando San Sebastián. En ella colaboraban destacados elementos de la escena artística de la ciudad, como el propio Aizpurúa, el pintor y el compositor, también falangistas, Juan Cabanas y Juan Tellería, el pintor Jesús Olasagasti, o el arquitecto y pintor Eduardo Lagarde. En sus locales se acercaron las corrientes intelectuales y artísticas de la vanguardia europea a San Sebastián con conferencias y recitales de personalidades como Federico García Lorca, Max Aub, Pablo Picasso o Ernesto Giménez Caballero. La senda que condujo a parte de este núcleo falangista se interrelacionaba estrechamente con la búsqueda de nuevos vocabularios y planteamientos artísticos adecuados para expresar la potencialidad de la nueva sociedad, del nuevo tiempo que estaba naciendo. En este sentido, la radicalidad de los planteamientos palingenésicos fascistas y la estrecha interrelación que planteaba entre estética y política resultaron sumamente atractivos para estos jóvenes que encontraron en el fascismo el nuevo vocabulario político con el que escribir la época de renacimiento y creación que ya estaba alboreando.
La primera noticia que poseemos que hace referencia a la actividad de Falange data del día 7 septiembre de 1934, cuando un grupo de jóvenes falangistas donostiarras bajo la supervisión de Manuel Carrión, jefe local, se dedicó al reparto de octavillas propagandísticas en la playa de Ondarreta. El acto acabó degenerando en violencia cuando otro grupo de jóvenes de filiación nacionalista y comunista intentó impedírselo, y se saldó con varios heridos y detenidos.8 Este hecho daría lugar, a su vez, al único caso que conocemos de la espiral asesinato-represalia en que participó Falange en todo el País Vasco, manteniendo una dinámica en relación con el ejercicio de la violencia discordante de la que encontramos en otras zonas del país en las que Falange jugó un papel clave en la degradación del orden público y de la convivencia política. Con excepción de este incidente, la Falange guipuzcoana mantuvo durante el año 1934 una actividad bastante limitada y dirigida principalmente a su consolidación. Fruto de estos esfuerzos iniciales tuvo lugar la constitución oficial de FE de las JONS y la inauguración de sus locales en la calle Garibay donostiarra con asistencia de José Antonio Primo de Rivera en enero de 1935.9
Durante los primeros meses de vida de FE en el País Vasco su situación fue bastante precaria y en buena medida transcurrió por los mismos cauces que la organización a nivel nacional. Canalizó su crecimiento sobre la base de organizaciones anteriores, ya fuese mediante la atracción de afiliados de otras organizaciones, como en el caso del PNE, o mediante su integración orgánica, como en el de las JONS; se movió en una situación de penuria económica que se reflejaba en la dificultad para acceder a unos locales propios y explicaba que las primeras reuniones se produjesen en cafés y dependencias propiedad de alguno de los miembros; y hubo de hacer frente a la hostilidad de la izquierda y de las organizaciones obreras que lanzaron una intensa campaña antifascista.10 La más mínima actividad falangista, que en las provincias vascas no podía tener más que una pequeña incidencia, provocaba que la prensa izquierdista y los órganos de expresión de las organizaciones sindicales publicasen numerosas notas en las que se alertaba de la llegada del peligro fascista. Ya hemos visto cómo en Vitoria el PCE realizó un llamamiento a la creación de milicias antifascistas tras el reparto del manifiesto vitoriano, campaña que proseguiría pese a las escasas muestras de actividad falangista en Álava, amenazando, por ejemplo, con convocar una huelga general cuando los falangistas vitorianos sopesaron la organización de un mitin en Vitoria en marzo de 1934.11 En Vizcaya las primeras actuaciones fascistas fueron recibidas con llamamientos a la unidad por parte de la izquierda y advertencias sobre la supuesta connivencia con las fuerzas policiales.12 En mayo de 1935 el PC de Euzkadi hacía un llamamiento antifascista como reacción al asesinato de un vendedor de periódicos que imputaba a Falange.13 Cualquier actividad que pudiese remitir a fascismo era recibida con abierta hostilidad y así, en enero de 1934, con motivo de una conferencia del conocido orador Federico García Sanchiz, se produjeron serios altercados en Bilbao y sus alrededores. El literato Juan Antonio de Zunzunegui y su acompañante, el médico de Santurce Bruno Alegría, fueron agredidos en la estación de tren de Portugalete cuando regresaban de ver la charla al grito de «¡Muera el fascismo!».14 En el caso guipuzcoano las cosas fueron más lejos.
Dos días después del reparto de octavillas en la playa de Ondarreta, el diario nacionalista El Día publicó una nota entre amenazante y premonitoria:
Estamos seguros de que los jóvenes fascistas, aprovecharán hoy el gentío de las regatas para repartir sus consejos […]. Cuidado, señor gobernador, con autorizar cierto género de provocaciones. ¡Ayer hubo muchos muertos en Madrid! […] Valga la advertencia. No lamentemos consecuencias lamentables.15
El tono del artículo, y más procediendo de un medio moderado como El Día, es ilustrativo del ambiente de radicalización de los discursos y las posiciones que se experimentaban en aquellos momentos en la sociedad guipuzcoana, crispada por el conflicto de los ayuntamientos vascos y por los rumores de la gestación de un movimiento revolucionario obrero, que finalmente acabaría estallando en el mes de octubre. En este ambiente se produjo el asesinato de Manuel Carrión, el ya mentado jefe local donostiarra. La noche del día 9 de septiembre, cuando este abandonaba el estudio de arquitectura de José Manuel Aizpurúa, que hacía las veces de local de Falange Española, un grupo de pistoleros que se encontraba esperándole en las cercanías del portal disparó varias veces contra él. Falleció en el hospital al día siguiente a consecuencia de las heridas que recibió.16 Significativamente, el atentado se produjo tan solo dos días después de los incidentes de Ondarreta, primer acto propagandístico público de la Falange donostiarra.
Esta agresión es la que dio lugar al único asesinato llevado a la práctica por Falange Española en el País Vasco durante la II República. Al día siguiente del atentado contra Carrión, el 10 de septiembre, caía víctima de las balas falangistas el director general de Seguridad del primer bienio Manuel Andrés cuando regresaba en compañía de un amigo a su domicilio. Por este asesinato fueron detenidos varios falangistas integrantes de las incipientes escuadras de acción donostiarras así como pistoleros reclutados en otras provincias entre los que se encontraban elementos sumamente radicalizados, como Adrián Irusta, que a comienzos de 1935 se encontraba encuadrado en la Falange sevillana, participando en los graves altercados de Aznalcóllar en el que perdieron la vida dos personas y por los que fue condenado junto a otros falangistas sevillanos a dos penas de más de dos años de cárcel por los delitos de homicidio y tenencia ilícita de armas (Dávila y Pemartín, 1938: 134-136). Ya con anterioridad a estos graves sucesos, la violencia contra falangistas había hecho acto de presencia en Guipúzcoa. En enero de 1934, el joven obrero de Industrias Vascas de Eibar, José María Oyarbide, fue objeto de una agresión con armas de fuego de la que milagrosamente salió con vida después de que varios proyectiles impactaran contra su cuerpo. Oyarbide, oriundo de la provincia de Santander, había llevado a cabo en los meses anteriores una campaña de proselitismo falangista entre diversos ambientes de jóvenes eibarreses.17
Estos sucesos, junto al asesinato de Manuel Banús el 15 de julio de 1936 a la salida de los funerales celebrados en honor de Calvo Sotelo en la iglesia del Buen Pastor donostiarra, ejemplifican el fuerte clima de hostilidad en que se movía la Falange guipuzcoana.18 Todo ello explica que fuese en la provincia de Guipúzcoa en la que el proceso de radicalización violenta de Falange Española alcanzase la mayor cota dentro del País Vasco. No solo porque soportaran un mayor número de atentados y sufriesen víctimas mortales sino porque estos acontecimientos influyeron en su práctica política y en su organización, desarrollando una rama paramilitar, compuesta por varias escuadras de acción, más acabada y numerosa que en las otras provincias vascas y que llegó a practicar el asesinato político en represalia por las acciones recibidas. Ello aumentó la presión de las fuerzas policiales y de los enemigos políticos contra los elementos de acción guipuzcoanos, que en bastantes casos hubieron de abandonar la provincia, caso de uno de los detenidos tras el asesinato de Manuel Andrés, que tras ser objeto de una agresión en abril de 1936, comenzó a barajar la posibilidad de «irse a Barcelona por el motivo de qu [sic] lo quieren matar».19
En Vizcaya también se produjeron incidentes violentos pero no llegaron a alcanzar la gravedad que revistieron en el caso guipuzcoano. Es cierto que la dinámica es similar a la guipuzcoana y es posible que tan solo la suerte o el azar evitasen que se produjesen víctimas mortales, ya que el empleo de armas de fuego y de armas blancas también era habitual. El 17 de abril de 1935, por ejemplo, un grupo de vendedores que voceaban la venta de Arriba en las inmediaciones de la calle de San Francisco fue asaltado y se desencadenó un enfrentamiento que acabó degenerando en un breve tiroteo; uno de los disparos impactó en un transeúnte inocente ocasionándole heridas leves en un brazo.20 Mayor gravedad revistió un hecho acontecido una semana después, el día 24. Juan Barrena se encontraba vendiendo el órgano vespertino de SOV cuando fue interceptado por tres desconocidos que sin mediar palabra hicieron fuego sobre él, acabando con su vida e hiriendo a otra persona que se encontraba en las inmediaciones. A causa del atentado fueron detenidos varios falangistas, pero la dirección provincial de Falange publicó el día 27 una nota en la que condenaba el asesinato y desvinculaba a sus afiliados del mismo.21 Tres días después los falangistas detenidos fueron puestos en libertad sin cargos. Cabe la posibilidad de que este fuese el único asesinato protagonizado por falangistas vizcaínos, aunque la rápida nota publicada por el partido y el hecho de que los detenidos quedasen en libertad sin cargos induce a pensar más bien lo contrario y que la vinculación que se infirió con Falange Española respondía más bien al historial de incidentes del partido y a la percepción que se tenía del mismo.22 Álava fue la provincia que en mayor grado escapó a esta dinámica violenta. Durante la II República no existe constancia de altercados de importancia protagonizados por falangistas. El único ejemplo de ejercicio de la violencia política que encontramos es cuando en febrero de 1936 falangistas alaveses y vizcaínos asaltaron tras un mitin el bachoqui de la pequeña localidad de Barambio expulsando a sus ocupantes.23
El empleo de la violencia constituía un lugar central dentro de la ideología y de la praxis política fascista. González Calleja (2008) ha señalado que
el carácter ontológico de la violencia distinguía al fascismo […] pues la militarización de la acción política no se entendía como un simple recurso […] sino como un elemento nodal, que superaba el carácter de mero instrumento táctico para convertirse en una manifestación de la voluntad de poder nacional a través de la fuerza creadora de la acción, vinculada con la idea de regeneración y con el afán de crear una gran comunidad nacional en torno a un poderoso mito palingenésico (2008: 88).
De hecho, el recurso a la violencia como un instrumento más de la acción política respondía de forma aún más directa al andamiaje ideológico fascista en la medida en que suponía la expresión definitiva de la negación del liberalismo (Miguez, 2014: 194). Frente al diálogo y la negociación, la violencia y la imposición. En este sentido, la violencia adquiría un valor simbólico, que dejaba atrás la necesidad de su recurso para derrumbar el viejo orden para preconfigurar las líneas maestras por las que habría de transcurrir la nueva era: la audacia y la voluntad de imponer los planteamientos propios se erigiría como el mecanismo de toma de decisiones políticas frente a la corrupción, ineficacia y debilidad del parlamentarismo.
En este sentido, los fascistas vascos no poseyeron nada de excepcional y la violencia se encontraba estrechamente relacionada con su actividad política. Ya hemos visto cómo a pesar del escaso recorrido temporal y de unos medios materiales y humanos muy limitados los incidentes violentos y encontronazos se acumularon a su alrededor, especialmente derivados de actividades propagandísticas y venta de prensa. Sin embargo, el escenario del País Vasco no guarda apenas relación con lo que ocurrió en otros territorios, como Madrid o en menor medida Sevilla, en que Falange se vio inmersa en una sangrienta espiral de asesinatos-represalias (Payne, 1985: 72-77; González Calleja, 2011: 200-226 y 228-229). Ello se debe a diversos factores. En primer lugar hemos de tener en cuenta que esta dinámica fue más bien la excepción que la tónica general, y es que en buena parte de las provincias donde Falange encontró asiento durante la II República el ejercicio de la violencia que practicó se asemejaba más a lo que hemos venido describiendo en las provincias vascas que a lo que ocurría en la capital de España (Thomàs, 1992a: 102; Núñez Seixas, 1993: 152-154 y 170-171; Suárez Cortina, 1981: 159-160). Por otra parte, y siguiendo en cierta medida la noción de estructura de oportunidades políticas de la Teoría de Movilización de Recursos (Casquete, 1998: 83 y ss.), hay que tener en cuenta las posibilidades de los grupos falangistas y el contexto en el que operaban. En este sentido, su debilidad numérica y organizativa dibujaba un escenario táctico muy desfavorable tanto para su actividad política como para la disputa del espacio público a través del empleo de la violencia. El caso paradigmático de lo que estamos señalando podría ser Álava, donde el hecho de que el partido contase con unas escasas decenas de militantes se encuentra en la raíz de la práctica inexistencia de incidentes violentos. Que el propio gobernador civil de Álava achacase el incidente de Barambio a un choque entre tradicionalistas y nacionalistas refleja a las claras este fenómeno.24
La incidencia de FE de las JONS en la degradación del orden público y de la convivencia en el País Vasco durante el periodo republicano fue escasa, limitándose a los alborotos derivados de la venta de prensa y a los casos excepcionales ya señalados, de una gravedad en conjunto muy inferior a los sucesos que protagonizaron otras fuerzas como el tradicionalismo o las organizaciones obreras. Lo que se produjo fue un sobredimensionamiento del verdadero alcance de la implantación fascista en solar vasco derivado de las numerosas notas y llamamientos realizados principalmente desde la prensa de cariz izquierdista, lo que a su vez respondía a una sensación generalizada de temor ante el auge que el fascismo estaba experimentando en Europa tras el ascenso de Hitler al poder en Alemania. Por paradójica que pueda resultar esta afirmación realizada desde nuestro presente, los falangistas vascos desempeñaron en mayor número de ocasiones el papel de víctimas que el de victimarios. Esto es especialmente cierto durante el periodo republicano a tenor de las cifras e identidades de los asesinados que hemos venido viendo, pero también lo fue, como trataremos en el capítulo siguiente, durante la Guerra Civil.
Como ya hemos comentado, la actividad de la Falange alavesa fue muy escasa durante prácticamente todo el periodo republicano. Esta situación cambiaría ligeramente tras la victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936 y tras la llegada a la Jefatura provincial de Ramón Castaño Alonso (Rivera, 2003: 145-172). Castaño fue la figura determinante en el devenir de la Falange alavesa, marcando con su actuación el rumbo que habría de seguir el partido durante la Guerra Civil y los primeros años del régimen franquista. Impulsivo, carismático, con buenas dotes de organizador y un carácter exaltado, llegó a Vitoria portando un nombramiento de jefe provincial expedido por José Antonio Primo de Rivera.25 Con anterioridad a este momento, Castaño había formado parte del Círculo Tradicionalista de Amurrio, del que llegó a ser vicesecretario, pero en 1935 ingresó en la JONS de Bilbao.26 No tenemos noticia alguna de que mantuviese contactos o relaciones con el grupo falangista de Vitoria previamente a su llegada como jefe provincial, hecho que marcó su relación con los jóvenes estudiantes vitorianos que siempre le sintieron como ajeno a su grupo.27 En cualquier caso, a partir de su llegada la Falange alavesa aumentó notablemente su actividad, aunque siempre limitada a la realización de propaganda y pintadas, y a la venta de su prensa.28 Tras la ilegalización del partido, en marzo de 1936, sus miembros pasaron a la clandestinidad, aumentando las detenciones.29 Sus locales fueron clausurados y, en una dinámica que se repitió en las otras dos provincias vascas, RE les cedió el uso de los suyos.30 Desde este momento, Falange se sumó a las conspiraciones para derrocar violentamente al régimen republicano por lo que iniciaron su formación paramilitar con excursiones a los montes para realizar marchas y prácticas de tiro asesorados por elementos de la Falange madrileña.31
En estas circunstancias, varios de sus dirigentes fueron encarcelados. El propio Castaño fue detenido en abril y condenado en mayo a un año y ocho meses de prisión por acudir al convento de Nanclares de la Oca a solicitar dinero para la compra de armas.32 También Ricardo Aresti y José María Parra acabaron en prisión.33 Con todo, el aporte que Falange realizó a la conspiración en la provincia fue muy escaso. En un lugar como Álava, con un predominio tan abrumador del tradicionalismo, el entendimiento de los militares con los apoyos civiles había de pasar necesariamente por el carlismo, y no por un grupúsculo de estudiantes y otros elementos radicalizados que, además, se encontraban en su mayoría encarcelados. La creciente polarización del ambiente político y el clima de enfrentamiento que a pasos agigantados se abría paso en la sociedad española llevó a que la Falange alavesa comenzase a engrosar tímidamente sus filas, si bien a un ritmo inferior al que se daba en otros lugares de España, y teniendo en cuenta que no será hasta después del 18 de julio cuando experimente un verdadero crecimiento.
La Falange guipuzcoana, que daba sus primeros síntomas de vida en septiembre de 1934, mantuvo durante todo el año una vida precaria. La situación mejoró levemente con la constitución oficial y la inauguración de los locales de la capital donostiarra en enero de 1935. A esta inauguración acudió José Antonio Primo de Rivera, que dio una conferencia sobre el papel de los vascos en la historia de España y sobre su concepto de «unidad de destino en lo universal».34 A lo largo de 1935 Falange fue consolidando su presencia y se dedicó sobre todo a tareas de proselitismo, a la captación de nuevos miembros y a la venta de su prensa, actividad esta última de donde provino la mayoría de incidentes que protagonizó.35 A partir de 1936 la presión policial sobre Falange aumentó de manera importante ante la progresiva degradación del orden público. En enero de 1936 fueron detenidos todos los miembros de la Junta Directiva del SEU guipuzcoano.36 Agentes del Gobierno Civil seguían los pasos de Luis Prado, que había ocupado el cargo de jefe provincial, y se multiplicaron los intentos de infiltración de informadores.37 Tras la ilegalización y el paso de sus actividades a la clandestinidad, el cerco policial se cerró aún más sobre los falangistas guipuzcoanos. Los registros y clausuras de locales así como las detenciones de los afiliados rebasaron el ámbito de la capital y alcanzaron a los grupos de la provincia.38 La difusión del periódico clandestino No Importa se convirtió en una de las principales ocupaciones y en una nueva fuente de detenciones.39 También la compra de armas pasó a tener una atención preferente, actividad en la que destacaron las Falanges de Eibar e Irún.40 Junto con todo esto, Falange comenzó a tomar parte activa en la conspiración para derribar el régimen republicano. Acudió desde el primer momento a las reuniones preparatorias del movimiento sedicioso junto al resto de las fuerzas provinciales de derecha: CT, RE, CEDA y PNV, aunque posteriormente este último se desvinculó de los planes golpistas. El representante de FE en estas reuniones fue Luis Prado. Asimismo, el enlace entre los cuarteles militares y la Falange donostiarra fue el militar falangista Miguel Leoz, teniente de artillería destinado en los cuarteles de Loyola.










