El fascismo vasco y la construcción del régimen franquista

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Por su parte, la Falange vizcaína comenzó a desarrollar una actividad más notable a raíz de su fusión con las JONS. Aunque la articulación de FE y de las JONS llegó a buen puerto no fue sin dificultades que tardaron en subsanarse largo tiempo. Así, dos meses después de la visita que giró en febrero Ledesma Ramos para realizar el nombramiento del triunvirato que había de hacerse cargo del partido, José Antonio Primo de Rivera hubo de acudir a Bilbao «para resolver cuestiones […] consecuencia de la diversidad de pareceres entre los fusionados» (Talón, 1988: 84). Aun después de esta visita debieron de subsistir resistencias a la fusión, como prueba que el día 29 de abril hubiese de publicar la junta directiva provincial una nota llamando a la obediencia a sus militantes.41 Estos problemas de liderazgo y de relaciones entre jonsistas, falangistas y los ambientes monárquicos de donde estos últimos procedían se prolongaron hasta el inicio de la Guerra Civil, cambiando el partido de mandos hasta en tres ocasiones en menos de un año. A pesar de estas conflictivas relaciones, llegado el momento de la salida de Ledesma Ramos y de algunos de sus seguidores de Falange, el antiguo núcleo jonsista de Bilbao permaneció dentro del partido unificado. Independientemente de los problemas internos, 1934 fue un año de consolidación. Poco después de la visita de José Antonio durante la primavera, la nueva FE de las JONS abandonó los locales donde se reunían los antiguos jonsistas y trasladó sus oficinas a la antigua sede de la Juventud Monárquica en el Muelle de Ripa. La principal actividad en estos momentos era la propaganda, aunque durante la Revolución de Octubre, 65 falangistas voluntarios fueron armados por orden del teniente coronel Ortiz de Zárate y constituyeron un grupo de apoyo civil para colaborar en el sofocamiento del levantamiento obrero, que tuvo especial intensidad en la zona minera y en la margen izquierda de la Ría de Bilbao.42 A lo largo de 1935 la actividad de Falange fue aumentando de intensidad, manteniendo diferentes incidentes con fuerzas de izquierda debidos a la venta de prensa.43 También acrecentó su impulso propagandístico mediante la organización de conferencias y charlas (Plata Parga, 1991: 86). Asimismo comenzó un mayor seguimiento policial que culminó con la obtención de un informador de excepción, el «Secretario de Falange».44
Una de las cuestiones centrales en la vida de la Falange vizcaína fueron sus relaciones con el monarquismo alfonsino y con la élite socioeconómica bilbaína, lo que necesariamente nos conduce a hablar del ya recurrente proceso de fascistización. El acercamiento más reciente a esta cuestión lo sitúa más allá de los límites politológicos de un partido, entendiéndolo más bien como una corriente o movimiento centrípeto, confundiéndose de esta manera el propio fascismo y el proceso de fascistización (Gallego, 2014: 34-54). Sin embargo, consideramos que es más útil no solo a nivel taxonómico sino también analítico la consideración diferenciada del proceso de radicalización, del proceso de fascistización y del propio fascismo a pesar de que en determinadas circunstancias se encontrasen íntimamente unidos (González Calleja, 2008: 115). José María de Areilza es un buen ejemplo para ello. Perteneciente a la élite bilbaína y una de las promesas con mayor proyección de la renovación generacional del monarquismo alfonsino, experimentó un intenso proceso de fascistización que más allá de la aceptación de elementos externos del fascismo le llevó a implicarse directamente en el desarrollo del movimiento fascista español, colaborando en la búsqueda de financiación, escribiendo en sus periódicos y revistas y ayudando en su difusión, facilitando la articulación de un entendimiento entre Ledesma Ramos y Primo de Rivera para la consecución de una fusión entre sus respectivas organizaciones… Y a pesar de esta intensa fascistización siempre manifestó su negativa a integrarse en el fascismo, continuando fiel al monarquismo en el que dio sus primeros pasos políticos (Ledesma Ramos, 1968: 126). Es decir, siempre mantuvo vigente un proyecto político autónomo y diferenciado del fascista. También hay que tener en cuenta que esta sugestión fascista fue especialmente intensa entre los miembros más jóvenes del monarquismo y la élite bilbaínas, pero que su capacidad de influencia entre las generaciones anteriores fue mucho más limitada. Por comparación con el caso de Areilza podemos poner el de José Félix de Lequerica, que también colaboró en la financiación del fascismo español pero no se dejó seducir por el mismo. También se podría esgrimir el ejemplo de Gabriel María Ybarra, fundador de El Pueblo Vasco y uno de los ejes articuladores del monarquismo vizcaíno, que escandalizado por el ingreso de sus hijos en Falange procuró conseguir su alejamiento del partido fascista por diversos medios (Plata Parga, 1991: 85-86).
Estas reticencias y la defensa de un espacio propio para un proyecto político autónomo y diferenciado no fueron exclusivas de las demás fuerzas de derecha ante el temor de resultar fagocitadas por el fascismo. Los propios fascistas también eran conscientes del peligro de resultar absorbidos y de que sus presupuestos ideológicos quedaran diluidos en el seno de una gran coalición contrarrevolucionaria. En este sentido son reveladoras algunas de las actitudes mantenidas por sectores de la Falange vizcaína ante lo que juzgaban una instrumentalización por parte de las clases preeminentes vizcaínas y del monarquismo autoritario. Durante las elecciones de febrero de 1936, y contra lo dispuesto por la Jefatura Nacional, un sector encabezado por el entonces jefe provincial Alberto Cobos decidió colaborar electoralmente por el éxito de la candidatura monárquica. Esto originó fuertes tensiones en el seno de Falange y, según García Venero (1972: 94), estuvo a punto de originar una escisión. La situación fue resuelta por Manuel Hedilla mediante la apertura de un expediente a Cobos y su cese como jefe provincial, siendo sustituido por José María Valdés Larrañaga. Tras la ilegalización de Falange y la clausura de sus locales, RE les ofreció el uso de los suyos, aunque esta oferta no fue vista con buenos ojos por todos los falangistas.45 Otro ejemplo de esta pugna con la élite bilbaína y sus pretensiones de mediatización del movimiento fascista se produjo cuando se intentó aupar a Evaristo Churruca Zubiria sin la sanción del jefe provincial a la Jefatura Local de Guecho, intento que tuvo que ser frenado por Felipe Sanz, en aquellos momentos la máxima autoridad provincial (Ybarra Bergé: 16).
La imputación de todo esto a un proceso de fascistización que en última instancia podría asimilarse al propio fascismo no resulta satisfactoria. Se produjo efectivamente un proceso de fascistización que alcanzó distintas cotas de intensidad en función de las características de los sujetos que lo experimentaron, pero ello no significó directamente el tránsito al fascismo, ni organizativa ni ideológicamente. La asimilación de la fascistización al fascismo le concede una importancia desmedida a este último, le atribuye el proceso de radicalización de la derecha, cuando en buena medida, y como veremos en la institucionalización del franquismo, lo que ocurrió fue exactamente lo contrario: el clima de radicalización y fascistización posibilitaron y favorecieron la fagocitación del fascismo dentro de la coalición contrarrevolucionaria franquista en la que el equilibrio de fuerzas era muy desfavorable a Falange.
Por otra parte, 1936 fue un año especialmente duro para la Falange de Vizcaya. Además de las desavenencias internas, se inició un fuerte seguimiento policial contra el partido y sus actividades. Tras la victoria del Frente Popular la apuesta por el derribo violento de la República era ya firme, por lo que arreció la presión gubernativa sobre ellos. En febrero se realizó una redada en los locales de Falange, deteniéndose a los allí reunidos y clausurando el centro.46 El mes siguiente se multó a los dirigentes provinciales del partido a consecuencia de la prohibición de venta de Arriba.47 Con la prohibición de la prensa falangista, la venta y distribución clandestina de No Importa se convirtió en una nueva fuente de detenciones. La ilegalización del partido también supuso la imposibilidad de manifestarse públicamente, lo que condujo a nuevos conflictos y detenciones como ocurrió en mayo en Gallarta durante los funerales del guardia civil Jerónimo de la Fuente, asesinado unos días antes en la misma localidad.48 Asimismo, la Falange vizcaína emprendió su participación en la conspiración para acabar violentamente con el régimen republicano. Las posibilidades de un movimiento contra la legalidad republicana en Vizcaya estaban consideradas como muy escasas y la propia debilidad de la trama conspirativa en la provincia lo ponía de manifiesto (Azcona y Lezámiz, 2013). José María Areilza fue el principal interlocutor de Mola en la provincia, proporcionándole información y haciendo labores de enlace entre él y otros elementos de la rama civil de la conspiración (Areilza, 1974: 124). Las únicas posibilidades de éxito se encontraban fijadas en un posible levantamiento del batallón Garellano. El papel de Falange en esta trama no fue muy importante por su escasez numérica. Durante marzo se enviaron diversas cartas a empresarios y entidades bilbaínas solicitando dinero con vistas, presumiblemente, a la financiación del golpe, lo que valió una fuerte multa del gobernador civil a los mandos provinciales.49 Según Felipe Sanz, en abril, mientras se encontraba en la cárcel, se comprometió como representante de Falange en la confabulación.50 Los contactos con los militares determinaron los puntos de concentración de los voluntarios falangistas donde debían recoger armas y prestar su apoyo.51 Además, se establecieron planes de actuación conjunta con otras fuerzas de extrema derecha en diferentes localidades del entorno de Bilbao, como en Guecho y Portugalete.52
1. LOS DOS MODELOS DE FALANGES VASCAS
En los aspectos que hemos analizado hasta el momento hemos señalado que el caso de Álava se podía diferenciar ya fuese en lo que hacía a sus antecedentes ideológico-culturales o en la práctica de la violencia política. Estos elementos, junto a los que vamos a ir desgranando en este apartado, tienen la suficiente entidad como para permitir el establecimiento de dos modelos de implantación y desarrollo fascista en el País Vasco. Por una parte tendríamos las provincias costeras de Vizcaya y Guipúzcoa, y por la otra el País Vasco continental, conformado por Álava. En el caso de las primeras, afectadas de manera previa y más intensa por los procesos de modernización, el fascismo alcanzó una implantación muy superior. En ambos casos el número de militantes que alcanzó el partido era al menos tres veces superior al de Álava, y a diferencia de esta, tanto la Falange vizcaína como la guipuzcoana consiguieron asentarse en diferentes localidades de sus provincias además de en la capital. Asimismo, el perfil colectivo de sus afiliados era más diversificado y maduro. Por otra parte, también se produjo un mayor desarrollo organizativo en las provincias costeras de acuerdo a su mayor potencia numérica. Así, tanto en Guipúzcoa como en Vizcaya FE de las JONS desplegó diversos servicios o delegaciones: CNS, SF, Primera Línea…, que no pudo organizar en Álava. Todos estos elementos se complementaron con cierta supeditación jerárquica del núcleo alavés a la jefatura provincial de Vizcaya que se mantuvo hasta el nombramiento de Ramón Castaño como jefe provincial.
Deteniéndonos en la implantación geográfica, en Álava, como hemos señalado, FE de las JONS no consiguió establecer ninguna organización más allá de Vitoria. Esto es especialmente cierto con anterioridad a las elecciones de febrero de 1936 porque a partir de estas la Falange alavesa experimentó un limitado crecimiento y llegó a contar con presencia en otras localidades de la provincia como Anda o Murguía, si bien en ningún caso se establecieron jefaturas locales o estructuras organizativas, limitándose a la existencia de uno o dos afiliados aislados. También existieron grupos no organizados de falangistas en algunas localidades del valle de Ayala, como Llodio, Amurrio, Barambio o Larrimbe, pero dependían jerárquicamente de la provincial de Vizcaya.
En Guipúzcoa, por su parte, podemos certificar la presencia de núcleos falangistas organizados en Tolosa, Eibar e Irún con anterioridad a las elecciones de febrero de 1936.53 También existió presencia falangista en Hernani, Cegama y Segura aunque en estos tres casos no podemos asegurar que se constituyesen jefaturas o que se desarrollasen en un sentido organizativo. Vizcaya parece ser el territorio vasco en el que Falange logró una mayor implantación geográfica al conseguir organizar jefaturas locales en cinco municipios aparte de en Bilbao. En Guecho, se establecieron al menos dos grupos de falangistas en los barrios de Las Arenas y de Algorta. La Falange de Las Arenas estuvo constituida principalmente por los miembros más jóvenes de las familias de la clase preeminente bilbaína, como los Ybarra o los Churruca (Ybarra Bergé, 1941: 15-16). En Algorta los falangistas llegaron a disponer de locales propios aunque los hubieron de abandonar con anterioridad a las elecciones de 1936 ante la imposibilidad de afrontar los gastos.54 En Portugalete se organizó una Falange local aunque desconocemos con exactitud la fecha de su constitución.55 En Baracaldo se formó otro grupo de Falange que llegó incluso a disponer de un pequeño periódico propio del que desgraciadamente no hemos podido localizar ningún número (Aizpuru, 2011: 175). También dentro del área de influencia de Bilbao encontramos el caso de Galdácano, cuyo fundador es uno de los escasos ejemplos de falangistas procedentes del tradicionalismo.56 En la comarca de las Encartaciones, los falangistas también consiguieron establecer una organización local en la villa de Valmaseda. Desconocemos la fecha de su constitución, pero hubo de ser después de las elecciones de febrero de 1936 (Etxebarria y Etxebarria, 1993: 51, 98). Además, Falange contaba con presencia no organizada en otra serie de localidades como Güeñes, Galdames, Ortuella o Gallarta.
En lo que respecta al desarrollo organizativo y estructural de Falange, en el caso alavés, la propia limitación numérica de la militancia impidió su diversificación. Así, tan solo existen evidencias del funcionamiento del SEU, mientras que del resto de servicios no ha quedado referencia alguna, siendo lo más probable que no llegaran a crearse.57 Mientras se producía esta situación en Álava, tanto en Vizcaya como en Guipúzcoa se asistió a una mayor complejidad dentro del partido, instaurándose diversas secciones en su seno: SEU, CONS, SF y Primera Línea.
El SEU era una pieza clave dentro del organigrama de Falange Española debido al peso específico que ocupaban los estudiantes en el seno del partido (Thomàs, 1999: 65-72). El caso del País Vasco no fue una excepción y no es una coincidencia el hecho de que la única delegación que se constituyó dentro de la Falange alavesa fuese el SEU. En el caso guipuzcoano sabemos que su constitución oficial fue en junio de 1935, mientras que en el vizcaíno lo podemos situar en el marco de la huelga estudiantil convocada por la FUE en mayo de 1934.58
En lo que a la CONS en Guipúzcoa se refiere, su devenir estuvo ligado a la figura de Juan Francisco Puente, protésico dental de San Sebastián. Desconocemos con precisión la fecha de su constitución aunque debió de ser temprana (García Venero, 1972: 104), seguramente coincidiendo con la visita que José Antonio Primo de Rivera realizó a San Sebastián en enero de 1935 con motivo de la inauguración de los locales de la Falange donostiarra.59 Puente dedicó un esfuerzo considerable a la expansión de la CONS, a pesar de lo cual su penetración entre la clase obrera guipuzcoana debió de ser más bien testimonial. Pese a su escasa capacidad de penetración entre el proletariado guipuzcoano, su presencia no fue bien recibida por las organizaciones obreras de izquierda, que amenazaron la vida de Puente así como la de varios de sus afiliados. La labor de la CONS guipuzcoana parece que se concentró principalmente en el proselitismo entre la clase obrera, la protección de patronos, la búsqueda de empleo a trabajadores desempleados afines al nacionalsindicalismo y el sabotaje de huelgas mediante la introducción de trabajadores foráneos en las empresas que sufrían conflictos laborales.60 En el caso de Vizcaya el arranque de una actividad estable de la CONS no se produjo hasta el año de 1935 (Plata Parga, 1991: 86-87). Aunque desconocemos el número exacto de afiliados que llegó a tener, no debió de ser muy elevado, como apuntan los datos del conjunto de la militancia, sobre lo que nos detendremos más adelante. Su actuación no debió de ser muy diferente a la de su homóloga guipuzcoana, dedicada a la protección sociolaboral de patronos y a la colocación de obreros nacionalsindicalistas en empresas de simpatizantes y colaboradores.61
Ocupando la violencia el papel central que ocupaba en la ideología y actividad de Falange, esta organizó desde muy pronto a sus afiliados de Primera Línea en una serie de escuadras destinadas al choque violento con las organizaciones obreras. En Guipúzcoa, cuando Manuel Carrión fue asesinado, la Primera Línea guipuzcoana ofreció una rápida respuesta matando a Manuel Andrés. Sin embargo, su organización debía de ser en esos momentos incipiente, como prueba el hecho de que requiriesen de la presencia de pistoleros traídos de fuera de la provincia. Entre los integrantes de las escuadras donostiarras se encontraban los miembros más violentos y activos, entre los que no era rara alguna vinculación con el Ejército.62 A medida que el tiempo fue avanzando, y a pesar de que ya no se produjeron más asesinatos, la dinámica de violencia no cesó y para mayo de 1936 había organizadas cuatro escuadras.63 En el caso de Vizcaya también se organizaron al menos cuatro escuadras de acción con anterioridad a la sublevación militar.64
Por su parte, de la SF sabemos más bien poco puesto que el rastro de evidencias que dejó de su existencia anterior a la Guerra Civil es prácticamente inexistente. En Guipúzcoa, conocemos que a comienzos de 1935 ya se encontraba en funcionamiento pero sin que podamos precisar desde cuándo.65 Tampoco podemos determinar el número de afiliadas que llegó a aglutinar, si bien debió de ser escaso, localizándose entre las familiares de los falangistas masculinos como Teresa Aizpurúa Azqueta, o entre alguna de las familias de clase pudiente donostiarras como Pilar Gaytán de Ayala.66 En Vizcaya la fundación fue temprana, ya que Bilbao fue una de las ciudades visitadas por Pilar Primo de Rivera y Dora Maqueda en su primera ronda de viajes para fundar la SF (Primo de Rivera, 1983: 66). Como primera jefa provincial, que se mantendría en el cargo hasta comienzos de 1938, nombraron a Teresa Díaz de la Vega.67 Como para el caso guipuzcoano, desconocemos mayores detalles, no sabiendo a cuántas afiliadas reunió ni cuál fue su grado de actividad.
2. LOS MILITANTES FALANGISTAS: NÚMERO Y COMPOSICIÓN
Para acabar la visión de conjunto sobre el fascismo vasco vamos a detenernos en la militancia de su principal manifestación orgánica, FE de las JONS. Hasta este momento se ha venido caracterizando las provincias vascas como algunas en las que menor volumen numérico alcanzó Falange. Estudios previos han señalado que en Álava hubo en torno a una treintena de afiliados, en Guipúzcoa 120 y en Vizcaya 200, cifras que, si bien de manera ajustada, han tendido a ser estimadas a la baja (Rivera y Pablo, 2014: 370; Calvo Vicente, 1994: 66; Payne, 1985: 100-101). Por nuestra parte, en Álava podemos constatar la existencia de 42 falangistas en vísperas de la sublevación militar, 150-175 en Guipúzcoa y en Vizcaya 175-200. Con estas cifras, las Falanges guipuzcoana y vizcaína se encontraban lejos de las provincias con mayor presencia falangista como Madrid, Santander o Sevilla, pero se encontraban por encima de otros territorios donde la presencia de Falange fue anecdótica con anterioridad a la Guerra Civil, como Córdoba o Ciudad Real, encontrándose más bien entre las provincias con una implantación media como Orense o Asturias.
En lo que hace a los tempos de afiliación podemos aventurar algunos rasgos pese a lo limitado de la información. Sabemos que entre las elecciones de febrero y el golpe de Estado se afiliaron al partido joseantoniano al menos 23 guipuzcoanos, 65 vizcaínos y 13 alaveses. Estos números nos hablan de un ritmo de crecimiento de la militancia bastante intenso, especialmente en Vizcaya, donde en cinco meses se afilió el 37 % de la militancia total. Sin embargo, estas cifras están bastante lejos de la verdadera avalancha de militantes que Falange experimentó en otros puntos de España, donde, ante lo que se experimentó como el definitivo fracaso de la vía posibilista encarnada en la CEDA, cientos de jóvenes cada vez más radicalizados por el endurecimiento de los discursos y el auge de la violencia política en el espacio público pasaron a engrosar las filas de Falange (Suárez Cortina, 1981: 185-187; Palomares Ibáñez, 2001: 81-82; Sanz Hoya, 2006: 249). A tenor de estos datos, el aluvión de militantes de última hora requiere ser matizado en el País Vasco, donde se retrasaría hasta después del estallido de la Guerra Civil. ¿A qué se debió esta diferencia en el ritmo de crecimiento? Aunque la respuesta no es sencilla e influyeron múltiples y variados factores, en nuestra opinión se debió principalmente a dos. En primer lugar a que el trasvase de militantes desde las JAP a Falange no tuvo lugar en el País Vasco, amén de que la insignificancia numérica de las juventudes cedistas vascas tampoco hubiese conducido a un crecimiento desorbitado. La razón por la que este trasvase de militantes no se produjo está en relación directa con el segundo motivo: la existencia de otro partido insurreccional que además era un partido de masas con un sólido arraigo en territorio vasco, el carlismo. Su mayor implantación geográfica y social, de manera muy aguda en el ámbito rural, así como el desarrollo que había adquirido su rama paramilitar, el requeté, y el acendrado catolicismo que defendía, lo convertían en una opción más atractiva que Falange para todos aquellos ciudadanos vascos que habían llegado a la conclusión de que la caída del régimen republicano había de producirse por la fuerza de las armas.
En el caso vasco, hubo tres sectores profesionales que conformaron la columna vertebral del movimiento fascista. Antes que ningún otro destacaron los estudiantes. De crucial importancia en Álava, su peso relativo decrecía en las organizaciones guipuzcoana y vizcaína fruto de la progresiva diversificación que alcanzó Falange en las provincias vascas más industrializadas y más afectadas por el proceso de modernización, gozando de una mayor capacidad de penetración en diferentes capas sociales y extendiéndose desde el que fue uno de los primeros ámbitos en que arraigó el partido, el estudiantil. Los otros grupos fundamentales en el seno de las Falanges vascas fueron los empleados y las profesiones liberales, que con la excepción de Álava agrupaban a prácticamente la quinta parte de la militancia cada uno. Estas tres categorías profesionales constituían en las tres provincias más de la mitad de los militantes, revelando su condición de partido mesocrático asentado en aquellos sectores más receptivos a los mensajes alarmistas sobre la posibilidad de una inminente revolución obrera. En este sentido, también resulta revelador comprobar que los esfuerzos que las CONS guipuzcoanas y vizcaínas realizaron para integrar a los trabajadores en sus filas se saldaron con un fracaso, apenas superando el 10 % del total. Otro fenómeno que llama poderosamente la atención es la práctica ausencia de militantes relacionados con actividades agrarias, siendo inexistentes tanto en Guipúzcoa como en Vizcaya. Poniendo esto en relación con el ámbito geográfico de implantación, parece bastante claro que el falangismo fue en el País Vasco un fenómeno esencialmente urbano y con una incapacidad manifiesta de penetración en el mundo rural. Ello se debió a que el mundo rural vasco, caracterizado por el predominio de la pequeña y mediana explotación de carácter familiar, prácticamente desconoció la irrupción de procesos revolucionarios durante el periodo republicano y a que aquí se encontraban sólidamente asentados el tradicionalismo y el nacionalismo vasco, que imposibilitaron la expansión de otros movimientos políticos que pretendían aglutinar a los descontentos con la modernidad puesto que se encontraban intensamente imbricados en las autorrepresentaciones colectivas rurales y en el ámbito de las relaciones comunitarias (Ugarte, 1998).










