Entre la filantropía y la práctica política

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Se ha hecho énfasis en su papel como creadoras de opinión pública y figuras políticas y se ha indicado que los espacios de participación de las Damas se concentraron en el terreno de la educación religiosa y el trabajo social, no sin antes destacar cómo estas mujeres se convirtieron en “militantes católicas”.21 Por otra parte, se ha puesto en tela de juicio la idea de que la educación laica y la educación religiosa de las Damas eran muy diferentes, pues ambos modelos educativos tenían más elementos en común de lo que el Estado posrevolucionario y anticlerical quería reconocer. De ahí que la labor de las mujeres católicas como profesoras de niños y adultos tuvo un papel relevante en el enfrentamiento con la Secretaría de Educación Pública.22
Si bien tenemos una visión sobre la complejidad de las actividades y desempeño de esta asociación, la historiografía ha dejado de lado el sentido del asociacionismo católico femenino, aspecto que ha impedido analizar globalmente sus actividades y su singularidad. Esta investigación dimensiona la organización de las Damas Católicas a partir de su experiencia previa, se analiza cómo se adaptó a las nuevas condiciones políticas y sociales, producto de los primeros años del periodo posrevolucionario para comprender cómo la organización pasó de ser una organización filantrópica a una organización con contenido social y beligerante.
Además, se analiza cómo se imaginaban a sí mismas, cómo formaron su identidad, el discurso que pretendía convertirlas en proveedoras de la fe, cuidadoras de la moral, madres de todos los niños, enfermos, prisioneros y en representantes de los valores morales más conservadores tendientes a poner en el centro de la vida doméstica a la mujer. Este discurso derivó en una acción pública innovadora que basó su actuación en una compleja estructura desarrollada en el espacio urbano de la Ciudad de México y que transformó un discurso tradicional en uno con características propias. En el presente estudio, reviso la expresión material de la acción católica femenina para profundizar en la construcción de sus redes de seguridad y estrategias de trabajo. También, analizo las acciones que les abrieron nuevas vías de participación y notoriedad pública en función de sus actividades desplegadas a través de la ciudad.
La historiografía se ha detenido a estudiar el desarrollo de las actividades sociales de la Unión de Damas Católicas, sobre todo se ha concentrado en comprender el pensamiento, formación social y política de esta agrupación. El interés ha sido explicar cuál es el papel que jugó durante estos años de conflicto entre la Iglesia y los gobiernos posrevolucionarios.
Laura O'Dogherty retoma como eje la guerra sin cuartel de la Iglesia Católica “contra la secularización de la vida y el receso de reorganización social emprendido por el Estado posrevolucionario”.23 Karla Espinoza llega a la conclusión de que la concepción cultural de género de la UDCM estuvo marcada por su relación con la jerarquía eclesial.24 Espinoza afirma que, desde la trinchera del espacio privado, las Damas realizaron acciones con la intención de contribuir a la obra social de la Iglesia. Robert Curley considera que los movimientos de acción social buscaron restablecer los fundamentos de la influencia religiosa en la vida pública y las organizaciones profesionales como los sindicatos católicos fueron los encargados de impulsar las iniciativas del catolicismo social25 por encima del espacio parroquial. Para Yolanda Padilla la acción católica femenina debe entenderse por su preocupación por moralizar el ambiente.26 Por su parte, María Gabriela Aguirre concibe a la organización de las Damas como una muestra de la preocupación de la Iglesia por detener, o por lo menos neutralizar, el proceso de secularización y modernización que estaba experimentando la sociedad mexicana.27 Patience Schell, en cambio, analiza la pugna por la educación religiosa entre la Iglesia y el Estado, para ella es indispensable señalar que aunque el problema fue la permanencia de la educación religiosa en las escuelas, en la práctica, los programas planteados por ambos grupos tenían notables coincidencias.28 Vivaldo destacó el interés de la UDCM por insertarse en la esfera pública y crear opinión.29
María Luisa Aspe y Kristina Boylan retoman a la Unión de Damas Católicas como antecedente directo a la UFCM. Aspe analiza los discursos de los católicos que fueron conformando una visión hegemónica de la acción de los creyentes en la vida pública nacional. Kristina Boylan considera al activismo femenino de las Damas Católicas como el pilar de la preservación y el aumento de la devoción católica en México en la década que siguió a la revolución,30 hipótesis con la cual coincido.
La historiografía ha llegado al consenso de que durante la Guerra Cristera la acción de las Damas Católicas quedó restringida ante el enfrentamiento armado. Espinoza considera que se mantuvieron en la dinámica de la resistencia pacífica y simbólica.31 O’Dogherty describe su participación durante el conflicto como marginal.32 Vivaldo, por el contrario, afirma que sus actividades cotidianas no se vieron afectadas y que las Damas se dedicaron a extender su acción, a participar políticamente en protestas contra la toma de templos católicos, a proclamarse contra la Ley Calles, apoyando las actividades de la Liga de Defensa de la Libertad Religiosa y a preparar el boicot económico.33
Desde mi perspectiva, la acción de la UDCM en estos tumultuosos años, no desapareció, no se limitó ni se mantuvo estable, por el contrario, la propia maleabilidad de su organización las llevó a actuar desde distintos ámbitos apoyando como la cara cívica y de manera orgánica a las organizaciones y grupos católicos inmersos en la guerra o bien, que se vieron afectados por la misma, tal y como lo demuestra una revisión del Archivo de la Unión, complementada con documentos del Archivo del Arzobispado y del fondo histórico del Departamento Confidencial de la Secretaría de Gobernación ubicado en el AGN, fuente poco empleada por la historiografía pero que permite analizar cómo el servicio de inteligencia logró infiltrarse en las filas de la militancia católica, desde donde ubicaron formas organizativas y las juntas clandestinas, al tiempo que descubrieron “las redes de seguridad” construidas por las Damas Católicas mediante el fomento constante y cotidiano de la vida parroquial, lo que les permitió sostenerse entre las sombras durante el periodo de guerra.
Desde mediados de la década los ochenta del siglo pasado, Michael Foucault señalaba que el proceso de construcción de la modernidad había llevado al Estado a utilizar como una herramienta de poder una “política de sexo”34 que sujetaba a las mujeres, a sus cuerpos y a su sexualidad, a la maternidad. Para él, ser madre, proteger a la niñez y a la familia se convirtió en parte de las políticas estatales. Una década después autores como Seth Koven y Sonya Michel definieron el maternalismo como una herramienta de análisis que permite exaltar la capacidad de ser madre para extender en la sociedad un conjunto de valores que se unen a esta función como son, la asistencia social, el cuidado a la infancia, la educación y la moralidad.35
Esta categoría permite acercarnos al trabajo de las mujeres como el principal elemento de representación de la mujer en términos ideológicos, pero también se le puede entender como la bandera de la política feminista que buscaba lograr ciertos reconocimientos y beneficios para las mujeres; finalmente nos acerca a la justificación del Estado para delegar en las mujeres trabajos como el cuidado y protección de la reproducción social.36
En este libro se concibe el maternalismo como el eje rector de la actividad política de este grupo de mujeres, quienes, sin saber o sin pensarlo, establecieron una postura militante católica que les dio identidad y les permitió construir una plataforma política que las empoderó. El papel maternal de las Damas Católicas les dotó de una voz para expresarse públicamente y actuar como promotoras de valores domésticos y católicos, los cuales constituyeron, para ellas, el centro de la vida social de la nación.
El maternalismo estudia las coincidencias y divergencias de los movimientos feministas entre 1880 y 1920. A fin de comprender cómo el activismo femenino logró dar forma a las políticas estatales en torno al cuidado de la maternidad y de la infancia y cómo se vinculó con el papel tradicional de la mujer en sus nuevas actividades públicas y laborales.37 También ha rescatado cómo, para acceder a roles políticos activos y participar como electoras, burócratas y obreras fuera del hogar, recurrieron a las virtudes de la maternidad.
Analizar a una organización femenina católica en México entre 1912 y 1932 en términos maternalistas tiene sus propios retos. A diferencia de los incipientes movimientos feministas de izquierda38 que comenzaron a surgir en esos mismos años, la cercana relación de las Damas con la Iglesia las llevó a tomar una postura crítica y beligerante frente al Estado posrevolucionario. Desde su postura maternalista se analiza el impacto público como un movimiento de la sociedad civil que, mediante sus propios recursos, actuó públicamente para imponer su propia visión del sentido del papel de la mujer fuera de la relación directa con las políticas de bienestar social implementadas por el Estado.
Los análisis historiográficos que retoman la historia de diversos movimientos de mujeres señalan que el feminismo no fue un movimiento homogéneo de izquierda, por el contrario, han incluido a mujeres católicas que buscaban preservar los valores religiosos y a la par se preocupaban por promover el voto y asistir en campañas de beneficencia y asistencia social en torno a la salud y la educación.39 También incluyen a mujeres “liberales moderadas” quienes buscaban el establecimiento de la equidad legal para proveer a las mujeres con mayores oportunidades educativas, protección materna e igualdad salarial. En este espectro, se incluyen a las mujeres “de izquierda radical” quienes buscaban modificar las condiciones sociales mediante cambios estructurales a códigos civiles y al sufragio.40
Desde mi punto de vista, concebir la vida asociativa de la Unión de Damas Católicas Mexicanas como una organización “feminista” sería estirar demasiado el análisis histórico. A diferencia de otras organizaciones de mujeres católicas en el mundo, las mexicanas no desarrollaron programas políticos explícitos, como sí lo hicieron, por ejemplo, las españolas, quienes se denominaron a sí mismas “feministas católicas”.41 Las Damas Católicas Mexicanas generaron una agenda materna basada en lo que Temma Kaplan ha llamado “conciencia femenina”.42 A partir de una división sexual del trabajo, asumieron la responsabilidad de preservar la fe, de educar, de cuidar a la sociedad mediante la defensa de los valores católicos. Ellas no promovieron una postura política dirigida a resolver intereses de su género que derivaran en estrategias para aliviar la carga del trabajo doméstico y del cuidado a la infancia con el apoyo de políticas públicas, ni tampoco buscar el voto. Su batalla no era una batalla por los derechos de la mujer, su lucha se encontró inmersa en una guerra sin cuartel entre la Iglesia y el Estado en el cual se vieron envueltas y su salida fue defender su fe a través de su papel como madres.
Por otro lado, a partir de la década de los noventa del siglo pasado, la historiografía sobre la asistencia pública se ha interesado por estudiar a los distintos actores que participaban en las instituciones de ayuda a los menesterosos, tanto públicas como privadas.43 El presente trabajo no es ajeno a esta historiografía,44 reconoce el papel de las Damas como una organización heredera de la tradición católica proveedora de servicios de educación, salud, bienestar social y de las entidades caritativas existentes.45
Mientras estudios como los de Beatriz Moreyra han centrado la atención en el papel que jugaron las organizaciones católicas en la construcción y modernización del modelo benéfico asistencial en Argentina,46 en México este tipo de análisis resulta más complicado, pues el conflicto entre la Iglesia y el Estado es un lente que nos enfoca a analizar a las organizaciones filantrópicas de corte católico como respuesta a los embates políticos y en ocasiones adquirieron un sentido beligerante frente a la postura estatal. Se analiza a las Damas Católicas como una organización que convirtió a la filantropía en una acción política encaminada a impulsar la Doctrina Social de la Iglesia entre los menesterosos, enfermos, prisioneros, niños y obreras.
La sociabilidad, entendida como “la aptitud de vivir en grupos y consolidarlos mediante la constitución de asociaciones voluntarias”,47 se recupera por la historiografía actual como la habilidad de hombres y mujeres para relacionarse en colectivos más o menos estables y numerosos, así como a las formas, los ámbitos y las manifestaciones de vida colectiva al interior de los espacios de sociabilidad informal –en una casa, salón o cabaret– y formal –donde se encuentran la creación de asociaciones voluntarias, de círculos y sociedades.
Utilizo a la sociabilidad como elemento de análisis para definir a las Damas Católicas como una organización formal, ya que contaba con estatutos y reglamentos generales, con una oficina central y un cuerpo de socias vinculadas entre ellas mediante una responsabilidad moral de llevar una vida recta y de ayudarse mutuamente en beneficio de todos los miembros de la organización.48 Desde la sociabilidad explico su estructura y organización interna, así como las redes entre sus socias que posibilitaron sus actividades cotidianas. Ellas pudieron cohesionar sus intereses filantrópicos y políticos, así como cubrir, mediante sus prácticas cotidianas, espacios sociales, culturales, de servicio público, religioso y recreacional.
Organización del libro
Este trabajo se encuentra dividido en cinco capítulos, un epílogo y una conclusión. El recorrido histórico se presenta por décadas, ya que cada diez años se enfrentaron a una serie de retos que pusieron en duda su viabilidad como organización, pero su capacidad, maleabilidad y flexibilidad les permitió sobrevivir.
El primer capítulo brinda un panorama general del contexto donde surgió el asociacionismo católico femenino durante las últimas décadas del siglo XIX y la primera del XX. Analiza la labor de otras sociedades de mujeres católicas que antecedieron a las Damas para poder marcar las convergencias y divergencias en tanto a su forma organizativa y a su accionar político. Asimismo, teje un panorama general de cómo estas organizaciones ocupaban el espacio urbano y el papel que jugaba la vida parroquial como base de sus actividades.
El segundo centra su atención en analizar la fundación, primera estructura organizativa, objetivos y fines de la Asociación de Damas Católicas Mexicanas entre 1912 y 1917. Destaca la forma en que esta organización adquirió identidad propia y comenzó a establecer vínculos de sociabilidad con diversas comunidades. También se analizan sus motivaciones, el papel de estas mujeres frente a la revolución mexicana y a la crisis humanitaria que se vivió en la Ciudad de México durante los años de mayor tensión política entre las facciones revolucionarias.
En el capítulo tercero hace énfasis en la primera trasformación de las Damas Católicas, quienes se convirtieron en una confederación de organizaciones de mujeres católicas que actuaron por toda la República. Asimismo, llevaron un programa de acción social que apelaba al amor maternal de la mujer como el elemento guía de la identidad entre las socias y ante el resto de la población. Así, las mujeres católicas comenzarían a participar públicamente para defender el espacio doméstico, la educación de la infancia, la enseñanza del culto, las prácticas religiosas y la moral católica de la intervención estatal.
A lo largo del cuarto capítulo se analiza el programa social de las Damas Católicas entre 1920 y 1924, en particular se destaca el proceso de profesionalización49 de su acción hasta convertirse en gestoras de la defensa y la conservación de los valores católicos a partir del trabajo directo, constante y cotidiano con mujeres obreras, trabajadoras domésticas, niños pobres o huérfanos, enfermos, prisioneros y prostitutas. Desentraño la creación de una red que sostuvo las actividades católicas en la Ciudad de México.
En el quinto capítulo se presenta el proceso de radicalización del programa y la acción de las Damas Católicas durante el periodo de tensión política entre la Iglesia y el Estado, el cual desembocó en la guerra cristera. Se señala la importancia de la organización espacial de las Damas Católicas durante el conflicto. Destaca el trabajo constante y la acción cotidiana que se realizaba en diversos templos de la ciudad, los cuales permitieron poner en marcha una red de seguridad que se convertiría en la manera de sostener la práctica religiosa durante los años de persecución.
En el epílogo se analiza la radical transformación de la vida asociativa de la Unión de Damas Católicas a partir de 1929, cuando la jerarquía eclesiástica acordó el fin del conflicto religioso con el gobierno de Plutarco Elías Calles y obligó a su militancia a quedar circunscrita a la Acción Católica Mexicana, la cual se convertiría en un medio de control y vigilancia de los diversos movimientos católicos de México. A partir de este momento las Damas Católicas cambiarían de nombre y con ello de identidad, se convertirían en Unión Femenina Católica Mexicana y modificarían su organización interna, así como su forma de trabajo. Se sugieren líneas de investigación para trabajos futuros que aborden el devenir de esta asociación en la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días.
CAPÍTULO UNO
Hacia la construcción de un asociacionismo católico mexicano. Los antecedentes de la fundación de la Asociación de Damas Católicas Mexicanas
La caridad, el amor, el servicio y la devoción, más que simples palabras, se convirtieron durante la segunda mitad del siglo XIX en la base del pensamiento y la acción de miles de mujeres católicas que transformaron sus vidas para formar parte de un conjunto de organizaciones filantrópicas dedicadas a atender la pobreza y la marginación, pero, sobre todo a defender a la Iglesia frente al proceso de secularización de la nación.
Así, entre 1860 y 1910 organizaciones como la Asociación de Señoras de la Caridad de San Vicente de Paul buscaron convertir a las mujeres mexicanas en “soldados de Cristo”, en legionarias capaces de visitar los hogares de familias menesterosas a fin de ofrecer ayuda material y, sobre todo, espiritual. Ellas dedicaron sus vidas a la labor caritativa, al cuidado de los enfermos, a conservar, transmitir y defender la fe católica entre diversos sectores sociales. Administraron hospitales y hospicios, trabajaron como voluntarias en cárceles y asilos, enseñaron el catecismo, ofrecieron clases de lectura y escritura, visitaron domicilios particulares de menesterosos, dieron conferencias en torno a la salud, la enfermedad y, en particular, inculcaron la importancia de Dios y la religión católica en la vida moderna. Encaminaron sus esfuerzos a evitar la pérdida de los valores católicos en la sociedad mexicana, a mantener viva y activa la doctrina religiosa en la mente y en la vida cotidiana de los mexicanos.
Su actuación no fue casual ni fortuita, sino que formó parte de un proceso de organización de grupos de hombres y mujeres católicos, quienes proveyeron un espacio para la formación de lazos de sociabilidad e identidad católica, al tiempo que actuaron como un medio de defensa de los intereses públicos y políticos de la Iglesia.
El presente capítulo tiene como objetivo dar cuenta del surgimiento de estas nuevas formas de vida asociativa producidas por una militancia católica de mujeres capaces de insertarse en la vida pública, en particular se analizarán las organizaciones filantrópicas que marcaron un camino para la participación pública, política y social de las mujeres católicas; se explican los motivos, los momentos y cómo su actuar se desenvolvió en el espacio urbano. Asimismo, se analiza la importancia de la parroquia y la vida parroquial como eje del espacio urbano encargado de marcar y delimitar sus actividades cotidianas. Se parte de la hipótesis de que las actividades cotidianas impulsadas desde el asociacionismo femenino permitieron establecer sociabilidad e identidad entre sus integrantes y los grupos sociales a quienes atendían, fomentando así la participación de obreros, campesinos, profesionistas y gremios que les permitieron actuar como defensores del catolicismo en la Ciudad de México.
Más que buscar los orígenes del asociacionismo femenino como parte de la feminización de la devoción o la caridad católica, el presente capítulo considera que el impacto del aumento de las mujeres en las actividades eclesiásticas les permitió entrar en un proceso de “concientización”1 de su papel secular, permitiéndoles actuar de manera diferente, adquirir una voz, una identidad y una forma de trabajo que definió la forma en la cual las mujeres se insertaron en la vida pública. En este sentido, el presente capítulo busca analizar los retos del asociacionismo femenino católico durante la segunda mitad del siglo XIX para comprender las razones que llevaron a la fundación de la Asociación de Damas Católicas Mexicanas en 1912 y cómo ésta recuperó la experiencia de otras agrupaciones católicas femeninas. Me interesa entender cómo la Iglesia creó y sostuvo diversos grupos de mujeres seglares católicas quienes actuaron en su nombre y le otorgaron visibilidad pública, misma que se puede medir a partir de la importancia de la parroquia y la vida parroquial como eje de sus actividades y del espacio urbano.
El capítulo se encuentra dividido en cuatro apartados y un corolario. En el primero se explica el proceso internacional que llevó a la formación de una política intransigente y la construcción de un modelo católico femenino que marcaría la vida asociativa de las mujeres católicas. En el segundo, se presenta la creación de un sistema educativo que llevó a la conformación de una jerarquía eclesiástica versada en la dirección de la militancia católica, asimismo se presentan las resoluciones del Concilio Plenario Latinoamericano y su impacto en la vida parroquial y asociativa en México. En el tercero se rescata el surgimiento de las primeras organizaciones católicas en México, así como la forma en la cual fomentaron un ideal femenino que sería la base del asociacionismo filantrópico del último tercio del siglo XIX. El cuarto y último apartado recupera la formación de las sociedades filantrópicas, sus orígenes, la incursión de la mujer a la vida asociativa, sus primeras acciones, su fortalecimiento y su consolidación.
1.1 El camino intransigente hacia la conformación de una vida asociativa católica femenina
Una larga historia antecede la creación de las asociaciones católicas femeninas fundadas durante la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del XX.2 El caso particular de las asociaciones católicas femeninas se encuentra ligado además a otro fenómeno internacional paralelo: el desarrollo de un modelo de vida asociativa impulsada directamente desde la Santa Sede. Desde finales del siglo XVIII, pero sobre todo durante el siglo XIX, el pensamiento ilustrado, el liberalismo y el socialismo pusieron en tela de juicio el lugar de la Iglesia en las sociedades modernas. Las ideas de libertad, igualdad, fraternidad y soberanía popular hicieron de lado la autoridad de Dios y de la Iglesia. De esta forma se inició un proceso de secularización y laicización de las naciones que surgieron después de la revolución francesa.
Ante estos cambios, la Iglesia tuvo que replantearse su lugar como rectora de la vida espiritual y de la conciencia, pero también su papel como institución pública. Tuvo que redefinir su naturaleza como institución social y su relación con el Estado.3 Los más de 20 años de enfrentamientos entre el Estado Pontificio y el movimiento del risorgimento,4 que buscaba la unificación del territorio italiano, endurecieron la política del Vaticano en la península itálica, mientras que en resto del mundo la actitud intransigente del Supremo Pontífice frente a la modernidad impulsó el llamado movimiento ultramontano, el cual pretendía defender y reforzar la autoridad del papado y la estructura eclesiástica. Este proceso conocido como romanización consistió en promover desde Roma una serie de medidas con la intención de centralizar la política de la Iglesia en la figura del Papa y del Vaticano.5



