Entre la filantropía y la práctica política

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Las resoluciones del Concilio Pio Latinoamericano rigieron la vida pastoral de las primeras décadas del siglo XX, pero además regularizaron, unificaron y centralizaron la defensa de la Iglesia frente al proceso de secularización, el liberalismo, la educación laica y la tolerancia de cultos. A partir de este momento, se reforzó la intervención directa del párroco, quien organizó el asociacionismo femenino a nivel local para sostener y fomentar el culto, la educación y la moral católica en su parroquia. Asimismo, se impulsó, a través de la militancia católica femenina, la intervención indirecta de los preceptos eclesiásticos en la vida pública.
Durante las siguientes décadas, la Iglesia mexicana descubrió en las mujeres a sus más fieles “soldados” y aprovechó la influencia doctrinal que el párroco tenía sobre ellas para obtener una base de influencia social basada en el fomento de vínculos de sociabilidad horizontal de mujer a mujer. Se impulsó, mediante el asociacionismo católico femenino, un sistema de valores cuyo aspecto central era el modelo de mujer católica, abnegada, devota, defensora de su lugar en la vida doméstica, de su maternidad, de su necesidad de proteger a la infancia y así asegurar la formación de futuras generaciones de católicos comprometidos con la Iglesia. Al mismo tiempo, las mujeres adquirieron una identidad pública y un espacio de acción, la parroquia.
1.3 El surgimiento de las primeras organizaciones femeninas católicas en México
La promoción del asociacionismo estuvo ligado a profundos y dolorosos cambios que experimentó la Iglesia católica mexicana a partir de la adición de las Leyes de Reforma a la Constitución de 1857,51 pues en ellas se materializó la separación entre la Iglesia y el Estado. Se prohibieron la práctica pública del culto e instrucción, la recolección de limosna y las manifestaciones religiosas fuera de los templos, las congregaciones masculinas y el reclutamiento de monjas. Con ello, la religión fue reservada para la conciencia individual y la práctica interior.52 Este proceso de secularización significó también la transferencia de la tutela de los individuos de la Iglesia al Estado, los individuos se convirtieron en sujetos de derecho,53 y de esta manera se limitó el papel de la Iglesia a la esfera privada, quedando excluida de validar los nacimientos, matrimonios, defunciones, herencias, propiedades, etcétera.
A fin de defender sus espacios de acción social, económica y política tradicional, entre 1857 y 1870 el clero mexicano adquirió un protagonismo especial al “convocar a los católicos a tomar las armas y rebelarse contra los gobiernos para frenar los ‘ataques’ al catolicismo”.54 De acuerdo con Silvia Arrom, este enfrentamiento ha sido analizado historiográficamente como una lucha entre el bien y el mal, entre “liberales” y “conservadores” y ha dejado fuera del análisis aquellos aspectos que trasformaron las relaciones sociales frente al proceso de nacionalización de hospitales, orfanatos, asilos y demás servicios que anteriormente administraba la Iglesia.55 En los últimos años se ha estudiado el papel de las mujeres al interior de las miles de asociaciones católicas que desde el laicismo defendieron la fe mediante el constante trabajo que realizaban al interior de las parroquias, pero también con grupos gremiales y sectores vulnerables fuera del espacio parroquial.56
El interés de la Iglesia por forjar una militancia católica bien preparada para la defensa de sus intereses políticos frente a la secularización, estuvo acompañado de un proceso de “concientización laica”, los sectores más devotos de la sociedad actuaron conforme a su fe, de concebirse no sólo como ciudadanos ni como católicos, sino como actores sociales con una postura ideológica antimoderna y antiliberal. En este sentido, el proceso de concientización laica se une a una necesidad de asociación que abarcó diversos aspectos de la vida social, al grado que para el último tercio del siglo XIX se puede dividir en tres grupos. El primer grupo se formó con aquellas organizaciones piadosas dedicadas a algún culto religioso en particular, como por ejemplo la Asociación de Hijas de María, o bien la Asociación de los Hijos e Hijas del Sagrado Corazón de Jesús. El segundo incorporó a las organizaciones de corte gremial, aquellas que pretendían congregar a obreros y artesanos como la Liga Católica. Y el tercero integró a las asociaciones caritativas o filantrópicas dedicadas a las obras de auxilio social como las Sociedades de San Vicente de Paul.57
El programa asociativo que impulsó la Iglesia para las mujeres estaba encaminado a exaltar su papel doméstico, en este sentido, el espacio de la participación que se concibió como propio y adecuado para ellas quedó constreñido a la labor filantrópica y caritativa. Es importante rescatar estas experiencias, pues en ellas se expresa el ideal de mujer católica que fomentó la Iglesia y que será retomado años más tarde por la Asociación de Damas Católicas.
Las organizaciones piadosas, como cofradías, hermandades y otras asociaciones de origen colonial habían decaído en tamaño y organización debido a la desarticulación del clero regular. Sin embargo, hacia el último tercio del siglo XIX, la Iglesia buscó renovar este tipo de asociacionismo y convocó a los feligreses a agruparse para organizar las actividades anuales del culto y de esta forma revitalizar la vida parroquial, tanto urbana como rural. Este tipo de organizaciones ayudaron a fomentar la nueva pastoral y a adaptar el sistema devocional a las necesidades de su tiempo que sirvieron para transformar la religiosidad popular y dotar al culto de un discurso uniforme contra la modernidad.58
Aun cuando no existen estudios específicos sobre el papel de la mujer en estas organizaciones, al revisar detenidamente los nombres de las más de treinta asociaciones piadosas59 que recupera Cecilia Bautista en su tesis doctoral, podemos notar que existía una fuerte participación femenina, esto no es de extrañarse, como ya mencionamos las prácticas religiosas atravesaron un proceso de división del trabajo por género con lo que se reforzó el trabajo en las parroquias.
En este sentido, la propagación de asociaciones dedicadas a despertar el interés por renovar la vida espiritual permitió a las mujeres abrirse camino en la vida pública. Es importante hacer énfasis en que las organizaciones femeninas, por ejemplo la “Asociación de las Madres Católicas”, enfatizaban como eje de su discurso y de sus prácticas asociativas el lugar de la mujer en el espacio doméstico. El papel de la mujer como buena madre y esposa, encargada de resguardar de los valores católicos en el hogar.
A diferencia de las organizaciones piadosas y filantrópicas, las gremiales o de corte laboral fueron exclusivamente masculinas, surgieron como una alternativa católica a las corrientes socialistas dirigidas a proteger a los trabajadores y mejorar sus condiciones laborales. Mediante este tipo de vida asociativa, se promovió la conciliación entre trabajadores y patrones a fin de evitar conflictos laborales que desencadenaran problemas mayores. Asimismo, se organizaron de manera paralela organizaciones de ayuda mutua y cajas de ahorro que otorgaban auxilio material y apoyo social a las familias de los trabajadores.
Un ejemplo es la Liga Católica (1891-1894), fundada tres meses después de que se diera a conocer la encíclica Rerum Novarum en México, asociación que pretendió “revivir a los antiguos gremios”, dividiendo sus secciones en distintos grupos según las profesiones.60 Dentro de la construcción de un asociacionismo católico llama la atención el uso discursivo de la palabra “gremio” por parte de la militancia católica, misma que recurre a elementos tradicionales a fin de hacer accesibles prácticas asociativas modernas.61
La Liga tenía su propio código normativo que la ratificaba como una organización con prácticas asociativas modernas. Se trataba de una serie de concepciones preestablecidas desde la Santa Sede con relación al orden social cristiano que conformaba su programa, el cual marcaba paso a paso las actividades de la agrupación. Atendía a todas las clases obreras sin distinción, promovía el “espíritu de asociación” bajo el objetivo de “atraer a los verdaderos cristianos, a fin de que todos unidos procurasen su moralización recíproca; y al mismo tiempo, como cosa secundaria, la creación de fondos pecuniarios, para beneficio de los asociados”.62 Mientras las mujeres se ocupaban de fomentar el nuevo sistema devocional y el pastoral, la Liga desarrolló sus actividades programáticas a partir de tres comisiones: enseñanza, casino y literatura; la primera se dedicó al adoctrinamiento religioso y las otras dos atendieron las celebraciones y reuniones de la organización. Hacia 1894, la Liga registraba once agrupaciones gremiales: de abogados, sacerdotes, médicos, médicos homeópatas, farmacéuticos, profesores, ingenieros, comerciantes, empleados, dependientes, estudiantes y artesanos.63 Este es tan sólo un ejemplo de cómo se dividieron las actividades del catolicismo social por género.
Esta asociación también publicó su propio órgano propagandístico titulado El Cruzado. Por este medio se promovió la postura del catolicismo social en la opinión pública. Al mismo tiempo, el diario es un reflejo de la “concientización laica” de la Liga. Cabe señalar que no fue el único periódico impulsado por la militancia católica, entre 1870 y 1910 se publicaron alrededor de 28 periódicos y boletines. Otro ejemplo es el diario El País (1899-1914) que permitió a los católicos sociales enfrentarse al régimen porfirista de manera soterrada debatiendo en torno al problema “obrero”, la “descatolización” y la “lucha social”. El Cruzado expresa el pensamiento secular del asociacionismo católico, distinguía entre el mensaje religioso y los derechos ciudadanos que, como católicos defenderían y actuarían políticamente:
Mas como quiere que la religión consagra nuestros más nobles interés y santifica nuestros más legítimos amores y que al llamarnos a la ciudadanía del cielo no nos quita nuestros derechos de ciudadanos en la tierra, “El Cruzado” no será un periódico exclusivamente religioso, sino que tratará todas las cuestiones sociales y políticas que le parezcan de más actualidad y que de cuya solución penda el bien de nuestra patria.
“El Cruzado”, sin embargo no será órgano de partido alguno político, no obrará por espíritu de bandería, jamás combatirá contra las personas sino contra los principios, siendo su lema el mismo que ha agrupado a algunos centenares de mexicanos en la Liga Católica: Dios, Patria y Unión.64
Este periódico se dedicó también a divulgar el pensamiento social católico, enaltecer las obras católicas como las principales soluciones a la cuestión social, defender los derechos de los trabajadores y promover la organización de asociaciones obreras de corte católico sin atacar abiertamente a ninguna figura política.65 La intención central era dar sentido a las diferencias de la vida cotidiana con la interpretación de la historia nacional, también acompañó la pluralización sociopolítica, la diversificación y la descentralización de la opinión pública.
Aunque la Liga Católica no contó con una sección femenina, los editores de El Cruzado sí dedicaron una columna especial dirigida a la mujer. Para ellos, era indispensable exaltar la cosmovisión católica del “deber ser” de la mujer y, por ende, delinearon aquellos elementos que marcaban la identidad femenina del modelo católico impulsado a lo largo del siglo XIX. Para los editores era indispensable reafirmar el papel doméstico de la mujer católica y su importancia frente a los cambios, producto del laicismo y de la sociedad moderna, como por ejemplo el aumento del trabajo femenino, el incremento de madres solteras y la disminución de los matrimonios.66 El discurso que produjo este semanario católico recogía la construcción cultural de una feminidad católica basada en el “celo y la abnegación” de la mujer como valores otorgados directamente por Dios para así reafirmar su papel como “el encanto del hogar”. Por ende, la Sección Carta a las Damas se dedicó a pregonar aquellos elementos que conformaban el ideal de la buena mujer católica.67
Para los editores de El Cruzado, la mujer era “el ser creado expresamente por Dios, para servir al hombre de compañía […] y formada la primera mujer, quedó constituida la sociedad en su más sencilla forma: la familia”.68 Los miembros de la Liga indicaban a la mujer católica que su papel en la tierra era de suma importancia para las sociedades, eran ellas las encargadas de sostener el núcleo central de las sociedades: el hogar donde la mujer debía de ser virtuosa, piadosa, respetable, y sobre todo, debían “con poco trabajo ganar almas para Dios, ya aconsejando, ya solamente dando ejemplo; y eso último en todas partes, pero principalmente en el templo”.69 La revista se preocupó por reproducir el papel maternal de la mujer como el deber femenino se encontraba exclusivamente en el espacio doméstico donde la mujer era quien daba vida a la familia. Bajo esta concepción católica, la maternidad se convertía en la principal función que debían desempeñar las mujeres. Pero ahora esa función tenía reflectores. Era visible y pública.
La Liga desapareció tres años después de su fundación y con ella el periódico El Cruzado; sin embargo, los esfuerzos de la militancia católica y de la jerarquía eclesiástica no fueron en vano. Entre 1899 y 1902 Ceballos registra otras diecisiete agrupaciones sociales entre escuelas de artes y oficios, congregaciones marianas, círculos católicos y asociaciones laborales. También se fundaron cajas de auxilios mutuos, con fines asistenciales, mutualistas y laborales, en donde aportaban cuotas de manera conjunta los dueños de los talleres y sus trabajadores. Cada trabajador podía disponer de su aportación en caso de enfermedad o defunción,70 cabe señalar que se desconoce si existió participación femenina al interior de estas organizaciones.
Entre 1903 y 1909 comenzó una nueva etapa para el asociacionismo católico laboral. La cual estuvo marcada por la consolidación de la primera generación de sacerdotes exestudiantes del Colegio Pio Latino que regresaban a México con nuevas herramientas educativas, cuyo propósito fue impulsar una militancia católica centralizada, homogénea y unificada frente a la atomización de esfuerzos que existían hasta este momento. Este periodo está marcado por la celebración del Primer Congreso Católico Mexicano organizado en Puebla, que permitió diferenciar la formación, el surgimiento y la definición de diversas corrientes sociopolíticas entre los católicos mexicanos.71
A lo largo de siete años, se llevaron a cabo tres congresos, además del de Puebla (1903). En Morelia (1904), Guadalajara (1906) y Oaxaca (1909), todos ellos buscaban centralizar el pensamiento político de la militancia en torno al sindicalismo católico y al problema obrero. Además se organizaron tres Congresos Agrícolas, dos en Tulancingo (1904 y 1905) y uno en Zamora (1906), con el objetivo de motivar a terratenientes y hacendados a la mejora de las condiciones de los campesinos a través del discurso social y una Semana Social Agrícola, que a diferencia de los congresos, tuvo la intención de establecer los principios de la acción social netamente católica.72 A todas estas asambleas acudieron diversos sectores del catolicismo mexicano: obispos, sacerdotes, profesionistas, hacendados, periodistas, intelectuales y jóvenes. Sin embargo, a pesar de estos intentos por centralizar la vida asociativa laboral, cada una de las organizaciones funcionaban de manera independiente y autónoma, hacia 1909 la jerarquía eclesiástica no había conseguido evitar la atomización de esfuerzos asociativos. Este hecho impidió que se fundara una organización nacional para centralizar las actividades de las organizaciones laborales católicas.
Cabe señalar que no existe ningún estudio que se haya enfocado a analizar la participación femenina en estos Congresos. Por lo que he podido investigar, las mujeres actuaron de manera secundaria, ya fuera dirigiendo recitales o bien leyendo piezas literarias.73 Esto no significa que las mujeres no hayan sido de interés para los congresistas, por el contrario, en el Congreso de Guadalajara en 1906, encontramos que se designó a una congregación especial para estudiar “la dignidad de la mujer, la santidad del matrimonio y del hogar, la niñez y la familia” donde participaron nueve miembros de la jerarquía eclesiástica y tres seglares.74 Más allá de abrir un espacio de participación asociativa de las mujeres en el campo laboral, tanto la militancia católica como la Iglesia dirigieron sus esfuerzos hacia el fomento del papel de la mujer como eje de la vida doméstica y familiar. Frente a este modelo católico, pensar en su participación como un miembro importante del asociacionismo laboral era simplemente imposible. Cabe destacar que esta actitud hacia las mujeres cambiaría rápidamente con la fundación de las Damas Católicas en 1912, quienes no sólo adquirían un papel central como promotoras de la educación entre la clase obrera, además, hacia la década de 1920, fundarían sindicatos de mujeres obreras en la Ciudad de México tal y como veremos más adelante.
Sin embargo, hacia 1909, muchos años antes de que se organizara un movimiento obrero femenino, se fundó en la Ciudad de México la Unión Católica Obrera (UCO),75 esta organización pretendió centralizar, impulsar y fortalecer el activismo católico, por lo que creó círculos de obreros asociados a parroquias en barrios y colonias de la capital. Inclusive Ceballos ubicó una veintena de círculos obreros que trabajaban de manera simultánea.
Dentro de las actividades de la UCO se orientaba el mutualismo, ahorro, promoción de escuelas, organización de centros de recreación, cooperativas, bibliotecas, y orquestas. También se dedicó a promover las actividades religiosas como peregrinaciones, festivales, celebraciones litúrgicas y conferencias. Sin embargo, no estaban realmente unificados, sólo compartían la adhesión nominal y el lema de la Unión: “unos por otros y Dios por todos”.76
Se fundó también ese año la organización Operarios Guadalupanos, que surgió del Cuarto Congreso Católico de Oaxaca extendiendo sus redes de apoyo entre las clases medias del país.77 Ese mismo año en la capital del país se instituyó el Círculo Católico Nacional, cuyo fin fue, una vez más, centralizar la vida asociativa de corte laboral así como extender la acción católica a todas las clases sociales, impartir acciones de ayuda mutua a los asociados y fundar centros de reunión que “no estuviesen reñidos con la moral”. Además, se promovía la formación de bibliotecas, salas de lectura, la publicación y difusión de periódicos y revistas católicas, el establecimiento y patrocino de agrupaciones obreras, la organización de cooperativas, cajas de ahorro y bolsas de trabajo.78
El gran número de organizaciones católicas laborales que se constituyeron en la Ciudad de México se sostenían por la sociabilidad entre sus miembros pues sus raíces se ubicaban en los barrios, parroquias, el trabajo y las redes de parentesco extenso. En este sentido, las fronteras espaciales impuestas por la distribución física de las parroquias y los barrios normaron también la forma en la cual se llevaron a la práctica las distintas actividades cotidianas de las asociaciones gremiales. Asimismo, sus integrantes experimentaron prácticas democráticas modernas pues, lograron participar en asambleas, ejercer el voto y actuar de manera conjunta en un movimiento que buscaba mejorar las condiciones sociales de los ciudadanos usando como eje el discurso del “catolicismo cívico” que combinaba la tradición con algunos elementos de la modernidad.
La jerarquía eclesiástica no logró romper con el espíritu localista de estas organizaciones, no se pudo generar un movimiento homogéneo, unificado y nacional de corte sindicalista, lo anterior probablemente se deba a la poca movilidad de la población, como señala Barbosa, muchos de los habitantes de la Ciudad de México realizaban la mayoría de sus actividades cotidianas en un espacio urbano no mayor a un rango de cinco manzanas.79 Esta forma de organización espacial por demarcación será retomada en 1912 por la Asociación de Damas Católicas.
Para la Iglesia católica las mujeres ocuparon un lugar central en el asociacionismo católico de corte filantrópico; sin embargo, es importante recalcar que este fue uno de los tantos esfuerzos de la Iglesia por ocupar un espacio en la vida pública.
1.4 Las organizaciones filantrópicas y la participación de la mujer en la vida asociativa
El proceso de secularización fue más allá de limitar la influencia política de la Iglesia, significaba desplazar ciertos principios religiosos que regulaban la vida social y sustituirlos por un nuevo conjunto de conceptos y valores basados en la figura del individuo, el ciudadano, la civilidad y el liberalismo. La secularización implicó una serie de profundos cambios en la mentalidad, la cultura y el desarrollo de la sociedad mexicana. Por ejemplo, el matrimonio civil significaba para la iglesia “validar las alianzas conyugales que no estuvieran consagradas por la religión”,80 lo que implicaba eliminar el sentido sagrado de la vida conyugal. Por su parte, la construcción de los primeros cementerios públicos dirigidos por el Estado modificaba el sentido de la muerte eliminando del imaginario colectivo la idea católica de la vida más allá de la muerte y permitiendo recordar al muerto en la tierra para que “viva eternamente en los recuerdos de la gente”,81 lo cual simbolizaba la eliminación del entierro como un espacio para el culto católico.
El mismo efecto tuvo la secularización en el campo del auxilio al pobre y al enfermo. Conforme avanzó el proceso de nacionalización de hospitales, hospicios, orfelinatos y asilos, que hasta 1861 administraba la Iglesia, la tradición de la caridad católica fue sustituida por una serie de políticas asistenciales impulsadas desde las oficinas de la Dirección de Beneficencia Pública, órgano federal encargado de administrar el auxilio al menesteroso durante el porfiriato. Este proceso implicó también un cambio en la mentalidad y accionar de los mexicanos decimonónicos, algunos intelectuales liberales como Ignacio Manuel Altamirano o Manuel Gutiérrez Nájera daban por sentado el carácter laico del auxilio público pese a que en la práctica las políticas estatales se fueron adecuando a las condiciones económicas y políticas del gobierno porfirista.82
Sin embargo, la secularización no desapareció las prácticas de caridad católica. De manera paralela a los servicios asistenciales ofrecidos por el Estado, la Iglesia recurrió al asociacionismo católico femenino para poner en marcha un sistema de beneficencia privada mediante el cual se organizaron mecanismos capaces de llevar auxilio material y consuelo espiritual a los pobres.83 Esto se debió a que durante el porfiriato la Iglesia experimentó un momento de revitalización y trasformación, el cual se ha denominado como un periodo de “concertación clero-gobierno”,84 ya que se mantuvieron incorporadas a la Constitución las Leyes de Reforma, pero en la práctica dejaron de aplicarse. Asimismo, el clero pudo acumular inversiones, recuperar algunas propiedades y, de manera no oficial, reabrió escuelas y órdenes religiosas85 que permitieron la formación de un nuevo clero, mejor instruido y con mayor interés y habilidad para participar políticamente.86
La formación de las asociaciones filantrópicas como la Sociedad de San Vicente de Paul y la Sociedad Católica Nacional pertenecen a este contexto. Dichas organizaciones gozaron de una enorme tolerancia por parte del Estado y al mismo tiempo reflejaron el desarrollo de una nueva cultura caritativa de corte moderno, dispuesta a satisfacer necesidades económicas y sociales concretas, a desarrollar actividades culturales y recreativas, así como a construir lazos de solidaridad que permitían a la Iglesia y a su militancia actuar de manera conjunta en la vida pública.
La Sociedad de San Vicente de Paul (SVP) surgió gracias a los esfuerzos del doctor Manuel Andrade (1809-1848) como un promotor privado, a diferencia de la Asociación de Damas Católicas Mexicanas que se fundó bajo el auspicio directo del arzobispo de México José Mora y del Río. Andrade estudió medicina en París (1833-1836), donde vivió en carne propia el nacimiento de la SVP. Esta asociación, a partir de 1833, utilizaría obras de caridad como un medio para diseminar la religión, “su método consistía en reunirse todas las semanas en pequeños grupos para rezar, deliberar y visitar los hogares de familias menesterosas llevándoles ayuda tanto material como espiritual”.87



