Compartiendo la gloria. El testimonio inspirador de siete mujeres futbolistas

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COMPARTIENDO LA GLORIA
El testimonio inspirador de
siete mujeres futbolistas

COMPARTIENDO LA GLORIA.
El testimonio inspirador de siete mujeres futbolistas
© Mamen Hidalgo (Coordinadora general)
© Carlos Torres (Coordinador editorial)
© del prólogo: Jennifer Pareja
© Vicky Losada
© Vero Boquete
© Irene Ferreras
© Alba Mellado
© Laura del Río
© Autana Bonmatí
© Alba Palacios
© Carlos Torres (Coordinador)
© de las imágenes de interior: sus autores
© de las imágenes de las páginas 103 y 105: FC Barcelona
Diseño de portada: Dpto. Diseño Editorial La Calle
Iª edición
© Editorial La Calle, 2020.
Editado por: Editorial La Calle
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artística o científica.
ISBN: 978-84-16164-73-8
Nota de la editorial: Editorial La Calle pertenece a Innovación y Cualificación S. L.
MAMEN HIDALGO
(Coordinadora general)
CARLOS TORRES
(Coordinador editorial)

COMPARTIENDO LA GLORIA
El testimonio inspirador de
siete mujeres futbolistas

Editorial La Calle
ANTEQUERA 2020
Índice de contenido
Portada
Título
Copyright
Índice
Prólogo de JENNIFER PAREJA: “De mayor quiero ser como tú”
VICKY LOSADA
VERO BOQUETE
IRENE FERRERAS
ALBA MELLADO
LAURA DEL RÍO
AITANA BONMATÍ
ALBA PALACIOS
A todas las mujeres que rompieron barreras en el deporte
JENNIFER PAREJA
Medallista olímpica y mejor jugadora del mundo de waterpolo
Medallas, pódiums, juegos olímpicos, mundiales, éxitos, reconocimientos y momentos que jamás repetiremos, pero cuando miro hacia atrás, además de todos esos momentos que el deporte me ha regalado, resuena también muchas veces esa frase; esa frase que me dijo Julia, una niña de siete años mientras me abrazaba y me miraba con los ojos vidriosos, llenos de una mezcla de magia y admiración; esa misma frase que también la he escuchado de Anna, Izan, Claudia, Mar, Jan…. ¿Acaso no es ese el mejor regalo?
Creo que es la mejor manera de recordar una carrera deportiva. Nunca fue nuestro objetivo o, quizás, en el fondo sí lo era, pero nuestro equipo consiguió que muchas niñas quisieran jugar a waterpolo, que el número de licencias creciera y que las niñas tuvieran en quién fijarse, mujeres que fueran su espejo.
Barcelona 1992. Por aquel entonces tenía ocho años y quería ser como Manel Estiarte o Chava Gómez. Mis referentes siempre fueron hombres, porque cuando eres una niña, lo que te llama la atención son los éxitos. Ellos eran los subcampeones olímpicos. Con los años me he dado cuenta de que mis verdaderas referentes fueron todas ellas, todas las jugadoras, todas las deportistas anónimas que lucharon por un espacio, por unos privilegios y por empezar a abrir un camino lleno de obstáculos.
El deporte necesita referentes, el deporte necesita más mujeres que sean el espejo de las jóvenes generaciones. En los últimos años hemos conseguido que los grandes éxitos de las mujeres en el deporte hayan cambiado el curso de la historia. La sociedad necesita referentes del deporte, la sociedad necesita mirarse e identificarse con los valores del deporte, los valores de Miriam Blasco, Almudena Cid, Carolina Marín, Lidia Valentín, Ruth Beitia, las selecciones de baloncesto, waterpolo y balonmano, Sandra Sánchez, Mireia Belmonte, Vero Boquete y todas las futbolistas que aparecen en las páginas de este libro.
En el fondo, no hay hazaña más grande que la de poder inspirar a las nuevas generaciones; en el fondo todas nosotras somos algo más que un buen ejemplo. Cada una de nuestras historias es una lección de vida. Detrás de nosotras hay mucho más que medallas, triunfos o récords, detrás de nosotras hay muchas historias de éxito, pero también de superación, de dificultad, de soledad, de desorientación, de esfuerzo continuo y, sobre todo, de compañerismo. Y ese es el gran valor del deporte: los y las deportistas que con su ejemplo pueden ayudar a derribar muros, a allanar caminos y a construir puentes que ayuden a mejorar una sociedad, haciéndola más justa e igualitaria.
Sin duda, Vero, Vicky, Irene, Laura, Alba, Aitana y Alba Palacios han cambiado el futbol femenino en España. Ellas son el pasado, el presente y el futuro, pero por encima de todo son referentes. Llevaos el mejor regalo que os podéis llevar, el abrazo y la frase “de mayor quiero ser como tú” de las más jóvenes.
VICKY LOSADA
Vicky Losada (Terrassa, 1991) debutó con solo quince años en el FC Barcelona. Ha jugado en Estados Unidos (Western New York Flash) e Inglaterra (Arsenal Ladies), y desde 2016 disfruta de la capitanía en el club en el que creció. Ha sido la primera goleadora de España en un mundial y ha estado presente en las dos citas históricas para la selección, Canadá 2015 y Francia 2019, año en el que llegó a la final de la Champions League.
“La decisión más difícil de mi vida fue irme de España con tan solo veinte años”
Por entonces ya era capitana del Barça, donde llegué al primer equipo a los quince. Éramos las mejores, nadie nos ganaba y prácticamente nos paseábamos por todos los campos, pero cuando llegaba la Champions, el Arsenal nos metía siete goles en el global. En ese momento sentí que si quería desarrollarme profesionalmente, tenía que marcharme a otro país. A mitad de temporada, cuando comenzaba la liga norteamericana, recibí una llamada del Western New York Flash. Me querían por recomendación de Pedro Martínez Losa, que era segundo entrenador en Buffalo, así que me fui, pero con mucho miedo al cambio. Me costó tomar la decisión. Recuerdo incluso que me pasé todo el viaje en avión llorando. La sede estaba a unas siete horas de Nueva York hacia el norte, cerca de Canadá, a unos veinte minutos de las cataratas del Niágara. Es algo que descubrí allí, porque al comprar los billetes no sabía dónde me metía. De joven ves las cosas más complicadas, pero esas primeras semanas completamente sola fueron muy duras. Todo me daba miedo y vergüenza, empezando por el idioma. No sabía nada de inglés, por lo que no podía comunicarme. Me daba corte hasta comprar yogures en el supermercado, porque no quería hacer el ridículo si me hablaban. Fue un impacto tanto a nivel personal como profesional.
Nada más aterrizar me encontré cuatro metros de nieve. Me cuestioné dónde pretendían que entrenáramos ahí, pero inmediatamente después te das cuenta de que los americanos lo hacen todo bien y a lo grande, así que ese era el menor de los problemas: había dos campos enteros indoor. En una palabra: aluciné. Ese país multiplicaba todo por cuatro. Miraba al banquillo y veía a Carli Lloyd y a Abby Wambach, dos de las mejores jugadoras de la historia de Estados Unidos. A ellas las conocía; sin embargo, no había oído hablar, por ejemplo, de Sam Kerr. Era un vestuario repleto de estrellas, y yo estaba ahí, intentando adaptarme y sin saber muy bien qué hacía. Llegaba, me sentaba y no decía absolutamente nada hasta que no me tocaba salir a jugar. No quería molestar. Esa no era yo. Intentaron integrarme, pero ¿cómo logras relacionarte igual con gente que cena a las cinco de la tarde y que no hace vida fuera del trabajo? Hubo trato con ellas, pero nunca muy personal. Dentro del campo todo el mundo me ayudaba mucho, pero la vida fuera era muy fría. No es como en España, que a las dos horas de conocer a alguien ya estás invitándole a tu casa. En lo profesional era una historia completamente distinta a lo que estaba acostumbrada a hacer: venía de una liga poco competitiva y, de repente, estaba en un sitio con mucha exigencia. Me ocurrió lo mismo en Inglaterra, donde estuve después. Durante las tres temporadas que estuve fuera el fútbol cambió por completo para nosotras, y mi vida también. De vuelta a Barcelona, sentí que estábamos más cerca de las condiciones que buscaba cuando me tuve que ir. Barcelona era mi casa y en otras circunstancias lo más seguro es que nunca me hubiera movido, lo hice única y exclusivamente por necesidad. No estaba contenta con mi decisión y me llevé un sabor muy amargo de esa experiencia, pero me volvería a ir. Después de todo llegó la recompensa, volví siendo una jugadora y una persona completamente distinta. Afronté un gran reto con dolor, pero fue un punto de inflexión que me ha ayudado a ser quién soy. En 2019, durante un amistoso en Alicante con las norteamericanas, me reencontré con Carli Lloyd. «Ahora hasta hablas inglés», me dijo bromeando.
Campos de tierra y prejuicios sociales
Hasta entonces las había visto de todos los colores. A las nuevas generaciones intento explicarles que lo que están viviendo no tiene nada que ver con lo anterior, pero no se lo creen. No son realmente conscientes de los privilegios que tienen ahora, porque piensan que siempre ha sido así. Me gusta intervenir para que no pierdan la perspectiva. La realidad es que hasta hace muy poco tenías que gastar mucho dinero en el fútbol, empezando por las propias botas, que ahora te regalan los patrocinadores; los entrenamientos eran a las once de la noche en el campo que encontraras libre, normalmente de tierra y en malas condiciones, y los viajes eran entre ocho y quince horas de autobús cada fin de semana. Echo la vista atrás y solamente encuentro dificultades para jugar y entrenar. No es culpa de ellas, pero tienen que saber lo que hubo, para que entiendan de dónde partimos. Deben ser conscientes de que muchas de nosotras crecimos en una sociedad donde estaba muy mal visto que las niñas jugáramos al fútbol. Lo peor no eran las condiciones en las que trabajábamos, sino la trayectoria que debíamos seguir hasta llegar al máximo nivel. Jugar nunca fue fácil. Éramos los bichos raros, las marimachos, las desubicadas en el colegio. A mí me daba igual, pero sabía que era una cuestión muy alejada de lo que sucedía en los equipos masculinos. Durante unos años lo normal era crecer jugando con los niños, y ese fue mi caso en el Can Parellada de Terrassa. En solo dos temporadas acabé siendo capitana. El club y los chicos me apoyaban muchísimo —a veces me mimaban demasiado—, pero fuera de ahí se notaba el impacto que generaba. «Anda, mira, una chica» era lo mínimo que podías escuchar, entre otras cosas. No recuerdo que esos comentarios me afectaran, porque creo que me daba exactamente igual, pero estaban ahí, era lo habitual; sin embargo, me ponía a jugar y esos insultos cambiaban por completo. Ya no era una sorpresa, sino un comentario positivo. La gente comentaba que en Can Parellada tenían a una chica que jugaba muy bien. Es posible que en aquellos años todo fuera mucho más simple. Apenas pensábamos en lo que podían decirnos o, tal vez, nos afectaba menos. Creo que hay un cambio respecto a las niñas de ahora, que con ocho o nueve años ya tienen una mentalidad distinta, probablemente la que teníamos nosotras con quince o dieciséis. Ahora la sociedad es muy de juzgar y criticar negativamente, y eso les afecta al ánimo. Es un mundo más expuesto con las redes sociales, prototipos de la sociedad, anuncios… No sé si en nuestra generación éramos más infantiles. También era normal jugar en la calle hasta los trece o catorce años, y eso hoy no pasa. La gente no está en los parques, los niños y las niñas jamás están solos en las calles. Nos ha tocado vivir épocas muy diferentes y eso también se nota en cómo asimilamos lo que nos dicen o el caso que hacemos. Lo bueno para las niñas de ahora es que, les digan lo que les digan, tienen referentes en los que fijarse, y somos nosotras las que debemos tener ese papel muy presente y dar ejemplo.
Nuestra labor educativa
De los cinco años a los doce apenas hay diferencias físicas entre niños y niñas. Pueden jugar juntos y a nivel social es muy bueno que se relacionen entre ellos de esta manera, para que vean y asimilen la igualdad de género. En su educación hay dos partes esenciales: una futbolística y otra sociocultural. Hacia los catorce años, en los que ya hablamos de una etapa preprofesional donde sí puede haber mayores diferencias, es cuando deben emprender caminos diferentes, pero hasta entonces deberíamos educar en una situación de igualdad. Me gusta organizar anualmente un campus, donde estoy en contacto con nuevas generaciones y compartimos experiencias, con el fin de ayudarles y transmitirles la necesidad de que se respeten. Están en una fase de aprendizaje, en la que lo que menos importa es el resultado. Y aunque la mayoría de los asistentes son niñas, nunca cierro la puerta a un niño, porque creo que deben convivir y compartir. Así lo viví en Estados Unidos, donde todos los campus son mixtos y acostumbraban al predomino del femenino. Si creces viviendo esto, es más fácil interiorizar la igualdad, pero está muy lejos de lo que vemos en España. En una ocasión tuve a tres niños apuntados y al verse tan pocos, solo quedó uno. Le llamé para decirle que a mí me daba igual. Estuvo rodeado de cincuenta y nueve chicas, y todos tan contentos, pero no es lo normal, porque los padres no suelen querer eso para sus hijos. He oído comentarios de todo tipo. El fútbol es ideal cuando no intervienen, cuando los árbitros no se ven afectados por insultos y cuando dejamos a los menores jugar y creer. Uno de los grandes errores es creer que nuestro hijo es Messi y meterle presión, porque perdemos de vista la esencia del deporte. Personalmente me gusta compartir momentos con las niñas, hacer lo que nadie hizo conmigo, darles las oportunidades que nunca tuvimos de estar cerca de deportistas de élite con un trato humano, donde no perdamos el contacto y nos ayudemos a crecer. Quiero que los jóvenes tengan la educación que no tuve. Por eso, siento que mi papel es importante. Sé que puedo ser un referente para algunas niñas. Las futbolistas no debemos perder la conciencia de lo que somos, ni del papel que tenemos que cumplir.
La ausencia de referentes
Cuando tenía diez años, no solo no tenía referentes, sino que ni siquiera sabía que había otras que hacían exactamente lo mismo que yo. Nací en Terrassa y me fui al Sabadell, que por entonces tenía un buen equipo femenino. Estaba a diez minutos de mi casa y el primer recuerdo me impactó. ¿De dónde habían sacado a todas esas niñas? Me quedé alucinada de cómo podía haber tantas jugando al fútbol, no daba crédito. Estaban ahí, tan cerca, y yo pensando que era única en mi especie. Me impresionó muchísimo llegar a un sitio en el que había dos equipos de fútbol 7 de niñas hasta los catorce años. Era un mundo nuevo, y lo disfruté. Jugaba siempre con compañeras cuatro años mayores que yo. Había muy buen ambiente. Sin duda, fue uno de los años más bonitos de mi infancia y compartí vestuario con grandes jugadoras como Esther Romero y Olga García. En el primer equipo, que era campeón de la Copa de la Reina, había futbolistas como Laura del Río, Adriana Martín, Priscila Borja… Un equipazo. Fomentaban que las peques fuéramos a verlas y fue entonces cuando empezamos a fijarnos en ellas. Por desgracia, aquello no duró mucho, ya que el equipo desapareció. Fue como una farsa: volcaron su esfuerzo en los hombres apostando exclusivamente por ellos, y a las mujeres las dejaron de lado. Es el gran problema de este país. Tenemos ventaja en el fútbol, porque es un deporte que gusta a todo el mundo y siempre hay más inversión, por lo que no podemos compararnos con nuestras compañeras de waterpolo u otros deportes con más problemas, pero aun así necesitas sponsors, que muchas veces no llegan porque siempre apuestan por ellos.
El salto al FC Barcelona lo di con quince años. Cuando llegué me subieron directamente al primer equipo, pero ni con esa edad, ni con diecisiete o dieciocho años pensé que podría dedicarme a este deporte. Nunca se te pasa por la cabeza, era completamente inviable. Yo seguía con mi vida, en el instituto, formándome para el futuro, pero ya entraba en una edad más complicada. Aunque jugaba en el club de fútbol más importante de España, a veces me sentía rara en los recreos entre chicos. En primaria todo el mundo juega, pero pasas a secundaria y la adolescencia cambia a todo el mundo, te empieza a importar lo que piensan de ti. Había veces que quería jugar con los chicos, pero mi grupo de amigas hacía otra cosa y me iba con ellas. Por eso, y porque ya prestaba atención a que la gente no me dijese «mira a esa chica jugando con chicos». Hay muchos niños malos en esa etapa, y lo que antes no me importaba, ahora empezaba a hacerlo. Me daba miedo qué pensarían o dirían de mí. Sabían que jugaba en un gran club y en la selección española sub-17, pero se decantaban por comentarios negativos en lugar de sentir admiración. El fútbol lo vivía como un sacrificio: salarios bajos, horarios y condiciones muy mejorables, viajes todo el fin de semana… Es lógico que con veinte años ya estuviera preparando las maletas para irme.
La experiencia profesional y el cambio en España
Había ganado tres ligas, pero ningún equipo nos hacía sombra, así que tampoco mejorabas mucho el aspecto físico ni trabajabas defensivamente. En Estados Unidos me cambiaron por completo, me di cuenta de que podía ser profesional. No había trabajado así nunca. Fue la peor pretemporada de mi vida, con tres sesiones al día tan intensas que cuando llegaba a casa, no podía ni comer, me tiraba muerta a la cama. Era un cambio radical, una vida de atletas y una gran cultura deportiva. Entonces descubres por qué su selección siempre tiene a las mejores jugadoras y compite por ganar los títulos importantes. Si a ese trabajo le sumas calidad, lo tienes todo. Cuando terminó esa temporada, me fui a Inglaterra, al Arsenal FC, a una competición que también es muy intensa, pero tiene una cultura más parecida a la española. Había una mezcla entre tensión y calidad. En general, ves que fuera de España se trabaja de una manera muy diferente, y es la que da resultados. Afortunadamente en las últimas temporadas las cosas cambiaron. Cuando volví a España en 2016, ya vi pequeños pasos. La intensidad y el físico seguían siendo bajos, pero teníamos jugadoras muy inteligentes; sin embargo, lo que más había cambiado era el entorno. En una visita al Miniestadi para ver un partido de Champions no paraban de pedirme fotos en la grada. «¿Qué está pasando?» Noté que estaba mejorando. El FC Barcelona profesionalizó el equipo durante esos tres años que yo había estado fuera. Mi idea había sido estar más tiempo, porque no creía que aquello fuera a ocurrir tan pronto, pero observé mejoras a nivel de infraestructuras y condiciones, y volví, aunque fuera algo que entonces no entrara en mis planes.
En España nace el talento, pero no se trabaja bien con él. Técnicamente hay jugadoras que no encuentras en ningún país, pero nunca habíamos tenido una buena preparación física acorde. Al volver a la liga, de repente todos los ojos estaban puestos en nosotras. La competición había crecido y tenía más impacto. En este sentido, hay que seguir trabajando, no podemos parar, y el verdadero cambio lo viviremos cuando los entrenadores de las niñas sean siempre gente formada. Estas niñas necesitan una apuesta verdadera. También lo viviremos cuando la profesionalización no se nos exija solo a las futbolistas, que no somos máquinas, sino a todos los actores del fútbol. No tenemos las mejores condiciones y esto genera cansancio físico y mental. El cuerpo explota y es imposible que aguantes todo el año, porque las competiciones están organizadas a nivel amateur. Profesionalizar el fútbol vende mucho, pero el fútbol no consiste en profesionalizar y ya está, sino que hay que introducir cambios. En 2019, el año que nos puso en el foco mediático, jugamos un partido en Matapiñonera (Madrid), donde en una sola temporada se habían roto ocho cruzados. ¡Cómo hay una Federación que permite jugar ahí! Lo siento por los clubes pequeños, pero no puedes poner un campo con tanto riesgo cuando probablemente tenías más opciones, , porque la competición pierde calidad y eso debería estar controlado. Tampoco puede ser tampoco que la Copa de la Reina cambie los horarios una semana antes de los cuartos de final, que no sepas ni dónde vas a jugar una semifinal hasta unas horas antes del partido, o que en abril desconozcas qué competición vas a jugar la temporada siguiente, porque hay luchas internas entre instituciones. A las futbolistas se nos exige ser profesionales y debemos serlo, pero lo que nos rodea no lo es, ni de lejos. Cuando Alemania, Francia o Inglaterra son mejores que nosotras es por algo, y hasta que estos detalles no cambien no vamos a estar ahí arriba. Nosotras lo entendemos todo, pero no somos tontas. No es suficiente.
El primer mundial: Canadá 2015
Si analizamos mi trayectoria, soy una jugadora que no mete muchos goles; pocos, de hecho. Pero me tocó marcar el primer gol de la historia de España en un mundial. ¡Con la zurda! Fue en el debut contra Costa Rica, en el que empatamos. Controlé el balón con la espuela dentro del área y quedó perfecto para el golpeo. Sé que estoy en la historia de la selección absoluta por eso, pero no le doy valor a estos detalles, porque no me hacen sentir mejor futbolista. Evidentemente es un orgullo que tu nombre esté asociado a ese hito, pero el momento se empañó con la eliminación en la primera fase y con todo lo que vino después. Supongo que con los años le daré más valor, pero soy muy exigente y cuando estoy tan metida en el fútbol, resto importancia a esas anécdotas. Lo importante en esa fecha, y lo hemos visto con la evolución del equipo en los siguientes años, es que nosotras supimos utilizar el impacto social y mediático que teníamos. Era un momento complicado para las futbolistas no solo en la selección, sino en todo el país. Era la primera vez que disputábamos una cita tan importante, y rendimos bastante bien para lo mal que la preparamos. Al caer, nos sentimos valientes y dimos un paso totalmente necesario. Hasta ese campeonato se produjeron situaciones que no eran normales, y no estoy hablando de fútbol. No era desigualdad, eran faltas de respeto continuas de parte de Nacho Quereda a las integrantes del equipo. Era el síndrome de “papitis”, de tratarte como si tuvieras doce años, un paternalismo —por no decir machismo— que llegó a un punto muy extremo. Teníamos un grupo con mucha personalidad que desde hacía años había perdido el miedo. En etapas anteriores quien hablaba acababa fuera, y éramos conscientes, pero ese año estábamos todas a una y gracias a las redes sociales, que por aquella época empezaban a hacer más ruido, conseguimos hacer presión hasta que la Federación cambió de entrenador. El problema es que en estos casos siempre hay consecuencias, y hay personas que han pagado por ello, jugadoras que no merecían el trato que recibieron después, que se han ido por la puerta de atrás después de mucho tiempo dedicado. Pero el mundo del fútbol es así: mañana estás en lo más alto y al día siguiente te dan la patada y cambian el cromo.