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Y trata de declarar la gran dignidad en que el Señor pone a quien lleva a este tan alto estado de trato con Él. Y este tan alto estado se puede alcanzar en la tierra, «aunque no por merecerlo, sino por la bondad del Señor». El título del capítulo lo cierra con este consejo: «Léase con advertencia, porque se declara por muy delicado modo y tiene cosas mucho de notar». Según ella, el Señor da como quien es, es decir, su generosidad no tiene medida; y estas golosinas, estos atractivos, los ofrece el Señor para que el alma se vaya olvidando de otras apetencias imperfectas y se vaya entrando y enamorando del interlocutor con quien trata en la oración. Con lo que recibe de Dios y con lo que va acumulando con su fidelidad al trato amistoso con el Señor, se va haciendo con un gran cúmulo de tesoros espirituales. Estas riquezas espirituales, por muy grandes y valiosas que sean, «no son nada en comparación de tener por nuestro al Señor de todos los tesoros y del cielo y de la tierra» (6M 4, 10). Si Cristo Jesús es camino, es vida, es luz, es alegría, es también «la golosina de las golosinas».
La Santa, ya lo hemos oído, al escribir quería «engolosinar» a las almas con ese mundo riquísimo de la oración. Además de todas sus consideraciones y explicaciones para convencer a la gente, hay que fijarse en el modo serio y delicioso con que presenta a los interlocutores de la oración, al Padre Celestial y a Cristo Jesús. La presentación tan sentida que hace de ellos viene a ser para ella lo más fuerte en el camino de ese engolosinamiento, más aún: enamoramiento.
Perlas textuales de la Santa
«En negocios y persecuciones y trabajos, cuando no se puede tener tanta quietud, y en tiempo de sequedades, es muy buen amigo Cristo» (V 22, 10).
«[...] en hacer otra cosa faltáis al verdadero amigo Cristo» (CE 13, 4).
«Su Majestad nunca faltó a sus amigos» (V 11, 12).
«Su Majestad es amigo de ánimas animosas» (V 13, 2).
«Con tan buen amigo presente todo se puede sufrir; es ayuda y da esfuerzo. Nunca falta, es amigo verdadero» (V 22, 6).
«¿Qué más queremos de un tan buen amigo (como Cristo) al lado, que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones, como hacen los del mundo?» (V 22, 7).
«Su Majestad quiere a quien le quiere; y ¡qué bien querido, y qué buen amigo!» (V 22, 17).
«¡Oh Señor mío, cómo sois Vos el amigo verdadero...!» (V 25, 17).
«¡Oh, quién diese voces por él (mundo) para decir cuán fiel sois a vuestros amigos!» (V 25, 17).
«Se entiende Dios y el alma con solo querer Su Majestad que lo entienda, sin otro artificio para darse a entender el amor que se tienen estos dos amigos» (V 27, 10).
«Puedo tratar como con amigo, aunque es Señor» (V 37, 5).
«¿Quién más amigo de dar (que Dios), si tuviese a quién?» (F 2, 7).
«Es muy amigo Su Majestad de ánimos animosos, no hayáis miedo que os falte nada» (F 27, 12).
«[...] el verdadero amigo y esposo vuestro es Cristo» (CV 9, 4).
«[...] mientras pudiereis no estéis sin tan buen amigo, no os faltaré para siempre; ayudaros ha en todos vuestros trabajos; tenerle heis en todas partes. ¿Pensáis que es poco un tal amigo al lado?» (CV 26, 1).
«Bendito seáis por siempre, Señor mío, que tan amigo sois de dar, que no se os pone cosa por delante» (CV 27, 4).
«[...] es amigo de todo concierto» (CV 28, 12).
«Es el Señor muy amigo de quitarnos de trabajo, aunque en una hora no le digamos más de una vez el Paternóster» (CV 29, 6).
«No es amigo de que nos quebremos las cabezas hablándole mucho» (CV 29, 6).
«Estos, los que mucho le desean, son sus verdaderos amigos» (CV 34, 13).
«Es muy amigo, tratemos verdad con Él» (CV 37, 4).
«Es muy amigo (Dios) de que no pongan tasa a sus obras» (1M 1,4).
Y formula la siguiente bienaventuranza: «¡Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere cabe sí» (V 22, 7). Conociendo, pues, la condición de este interlocutor y amigo, queda claro una vez más que santa Teresa quería de verdad «engolosinar» a las almas con su magisterio sobre la oración, ese magisterio que llevaba adelante con tanto apasionamiento. Presentado Cristo Jesús como interlocutor y amigo, le falta tiempo para hablarnos deliciosamente del Padre Celestial, que es «tan amigo de amigos y tan señor de sus siervos» (CV 35, 2).
Ya en el capítulo tercero, contemplando la grandeza de Teresa como hija de Dios, nos ha hablado ella de cuánto ha hecho y seguirá haciendo por nosotros el Padre Celestial. Y ha quedado bien claro que no es la mejor oración aquella en que podemos pronunciar muchas palabras sino la oración tan contemplativa que nos quedemos en silencio adorante y filial.
¿Cuál será la mejor golosina?
Y acaso la golosina de las golosinas que infunde el Señor es, aunque pueda parecer otra cosa, el amor a la cruz del Señor. Y, mejor dicho, al Señor que murió en la Cruz por nosotros. En una de sus poesías a la exaltación de la cruz, nos evangeliza acerca de este tema:
En la cruz está la vida
y el consuelo.
y ella sola es el camino
para el cielo.
Así arranca el poema y concluye:
Después que se puso en cruz
el Salvador,
en la cruz está la gloria,
y el honor;
y en el padecer dolor
vida y consuelo,
y el camino más seguro
para el cielo.
Quien se deje engolosinar por la Madre Teresa seguirá su doctrina y volcará su alma y su persona entera en la siguiente entrega personal:
Vuestra soy, pues me criastes,
vuestra, pues me redimistes,
vuestra, pues que me sufristes,
vuestra, pues que me llamastes,
vuestra, porque me esperastes,
vuestra, pues no me perdí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Las golosinas de la Madre Teresa no son para debilitar o aniñar a las almas sino para fortalecerlas y robustecerlas en el seguimiento de Cristo y en el cumplimiento de la voluntad divina, haciendo que el querer del Señor sea el alimento y la alegría de la existencia, pues, como dirá Teresa «es oliva preciosa la santa cruz, que con su aceite nos unta y nos da luz» (P 8: «En la cruz está la vida»).
Capítulo 6. Los refranes de la Madre Teresa
Apertura
Antes de comenzar a dar cuerpo a este tema del refranero teresiano, me he dado un gran banquete, repasando los 65.083 refranes recopilados por Luis Martínez Kleiser en su Refranero general ideológico español, Madrid 1986; igualmente he repasado en el Teatro universal de proverbios, de Sebastián de Horozco, los 3.146 refranes, Salamanca 1986 (nueva edición). Tengo conmigo también el simpático libro del tiempo de la Santa, Dos refraneros del año 1541, publicados nuevamente por Juan Bautista Sánchez Pérez, Madrid 1944, con sus doce capítulos con refranes glosados en la primera parte del libro; y en la segunda parte con los refranes que recopiló Íñigo López de Mendoza por mandato del rey don Juan, Valladolid 1541.
Una vez más me convenzo de la sabiduría que encierran los refranes, de los que podemos echar mano para condimentar nuestras conversaciones y concluir hasta alguna discusión. En el estudio preliminar de L. M. Kleiser se dice que en realidad, con solo contadas excepciones, los refranes son evangelios chiquitos, y por eso se asegura que los refranes no engañan a nadie.
En busca del refrán
Buceando por las obras de santa Teresa me he encontrado con unos cuantos refranes, que quiero presentar o glosar. Creí que iban a ser más numerosos, pero habré de contentarme con los que he encontrado, aunque más de uno se me habrá escapado.
Hacer de la necesidad virtud
Anda la Santa comentando la primera petición del Padrenuestro: «Sea hecha tu voluntad y como es hecha en el cielo, así se haga en la tierra». Y se encuentra con personas que no osan, que no se atreven, a pedir trabajos o sufrimientos al Señor porque piensan y temen que se los va a dar enseguida. Y les pregunta qué es lo que dicen cuando suplican al Señor que cumpla su voluntad en ellos, o es que lo dicen por decir lo que todos, mas no para hacerlo. Y esto no estaría bien. Y cambiando de registro, añade: «Ahora quiero llevar por otra vía. Mirad, hijas, ello se ha de cumplir, que queramos o no, y se ha de hacer su voluntad en el cielo y en la tierra; creedme, tomad mi parecer, y haced de la necesidad virtud» (CV 32, 2-4).
Y en una carta al padre General de la Orden, de 1576, le dice: «Yo soy siempre amiga de hacer de la necesidad virtud, como dicen, y así quisiera que cuando se ponían en resistir (a los visitadores: a Gracián) miraran si podrían salir con ello» (Cta 102, 6).
A falta, como dicen, de hombres buenos...
Santa Teresa solo inicia el refrán, no lo termina. El contexto en el que pronuncia este refrán es el siguiente: Habla de la fundación del convento de Soria en 1581 (F 30, 5-7). Uno de los padres que le acompañó fue el padre Nicolás de Jesús María (Doria), «hombre de mucha perfección y discreción», así lo califica. Hablando de la discreción de Doria que alaba, explica que era tan discreto «que se estaba en Madrid en el monasterio de los calzados, como para otros negocios, con tanta disimulación, que nunca le entendieron que trataba de estos, y así le dejaban estar. Escribíamos a menudo, que estaba yo en el monasterio de San José de Ávila, y tratábamos lo que convenía, que esto le daba consuelo». Y añade con gracia: «Aquí se verá la necesidad en que estaba la Orden, pues de mí se hacía tanto caso, a falta, como dicen, de hombres buenos». Aquí y así termina ella el refrán que concluye: «a mi marido le hicieron alcalde».
Mudar costumbre es muerte, como dicen
Se encuentra la Santa al principio de su priorato en la Encarnación de Ávila, adonde ha ido por obediencia; cuando escribe en carta a doña Luisa de la Cerda, contándole cómo va la comunidad de 130 monjas, y dice: «Con todo gloria a Dios hay paz, que no es poco, yendo quitándoles sus entretenimientos y libertad; que aunque son tan buenas –que cierto hay mucha virtud en esta casa–, mudar costumbre es muerte, como dicen» (Cta 38, 4). Cuando añade: «como dicen» está evidentemente refiriéndose a un proverbio, a un refrán. En Kleiser se puede ver una buena serie de refranes parecidos a este, el primero de los cuales, bajo el epígrafe «arraigo de las costumbres», es precisamente: «Mudar de costumbre, par es de muerte». Y en uno de los refraneros de 1541 se hace este glosa: «Lo que es muy usado está tan apegado a nuestras potencias y apetitos, que para desapegarlo es menester afligir nuestra persona, lo cual es quasi morir».
De los enemigos los menos
Curioso el contexto donde planta este refrán: V 20, 19. Habla de la oración infusa de quietud en la que queda cautiva la voluntad, mientras las otras dos potencias, la memoria y el entendimiento, no están quietas. Y el bullicio de las otras dos potencias le parece a la Madre:
[...] como el que tiene una lengüecilla de estos relojes de sol, que nunca para; mas cuando el Sol de justicia quiere, hácelas detener. Pero, aunque estas potencias, memoria y entendimiento, tornen a bullirse, queda engolfada la voluntad, hace como señora del todo aquella operación en el cuerpo. Porque ya que las otras dos potencias bullidoras la quieran estorbar (de los enemigos los menos), no la estorban también los sentidos. Y así hace que estén suspendidos, porque los quiere así el Señor.
En el Teatro universal de proverbios, n. 657 aparece tal cual este refrán: De los enemigos los menos. Y lo glosa el autor:
Si tienes enemistad
y algunos por adversarios,
procura por amistad
por fuerza o sagacidad
hacer menos tus contrarios,
ganando de continuo amigos.
Que en cualquier tiempo son buenos
y quitarte de hadarios,
cuando de los enemigos
vienes a tener los menos.
Más vale al que Dios ayuda que el que mucho madruga
Este refrán se lo recuerda en 1571 (Cta 36, 1) a doña Catalina Balmaceda, que había pretendido con anterioridad entrar de monja carmelita; finalmente entró y profesó en 1573. En uno de los refraneros del año 1541 aparece tal cual y se le aplica esta glosa: «La industria y diligencia humana, poco hace sin el favor de Dios».
No estamos para coplas
Esta especie de proverbio lo usa aludiendo a los momentos más difíciles de su Reforma: El padre General, víctima de falsas informaciones contra su obra; Gracián, en peligro; y los cuatro para ella indispensables Pío V, Felipe II, el Nuncio Ormaneto y Gracián, a quienes espera en Dios, que les dé vida, al menos uno o dos años, para remediar los problemas que pesan sobre su obra. En este contexto le sale este refrán: No estamos para coplas (Cta 98, 12); no estamos para bromas. Es un refrán perfecto para momentos parecidos de la existencia.
Dejar a uno por necio
Está la Santa hablando de la diferencia que hay entre la oración de quietud y la de unión plena. En la primera, «si el entendimiento –o pensamiento, por más me declarar– a los mayores desatinos del mundo se fuere, ríase de él y déjele para necio» (CV 31, 10). Otra variante puede ser: enviaros han para simple (CV 22, 1). Está explicando cómo hay que tratar con el Señor en la oración, «que es bien estéis mirando con quién habláis, y quién sois vos, siquiera para hablar con crianza» (CV 22, 1). En el trato con los grandes de este mundo hay que conocer muy bien «el acatamiento» que hay que darles; «si no enviaros han para simple y no negociaréis nada» (CV 22, 1), es decir, os echarán fuera por tonto, por simplón.
Quien ha mal pleito, pónelo a voces
Comenta con mucha franqueza este dicho proverbial ante Diego Ortiz en una carta del 27 de mayo de 1571 (Cta 33, 1). Diego Ortiz se muestra exigente e insistente como si tuviera derecho «a ciertas misas cantadas en la iglesia de las carmelitas descalzas de Toledo con participación de la comunidad». La Madre no estaba de acuerdo y contesta:
Dice vuestra merced que me envió la que trajo (la carta) el padre Mariano, para que entendiese las razones que hay en lo que pide; y estoy desengañada de que vuestra merced las dice tan buenas y sabe tan bien encarecer lo que quiere, que las mías tendrán poca fuerza. Y así no pienso defenderme con razones, sino, como los que tienen mal pleito, ponerlo a voces, y darlas a vuestra merced con acordarle a que está más obligado siempre a favorecer a las hijas que son huérfanas y menores, que no a los capellanes.
Y termina con una ironía tremenda: «Pues, en fin, todo es de vuestra merced y tan suyo, y más el monasterio y las que están en él, que no los que, como vuestra merced dice, van con gana de acabar presto y no con más espíritu algunos de ellos». En Teatro universal de proverbios aparece este refrán: «quien mal pleito tiene a voces lo mete», y lo glosa de esta manera:
El que no puede salir
con su pleito con justicia,
procura de lo reñir
de dar voces argüir
con maldad y con malicia,
su injusticia sostiene
como quien dice al puñete
siempre la tela mantiene,
porque quien mal pleito tiene
a voces luego lo mete.
Quien mucho quiere apretar junto lo pierde todo (CV 31, 10)
Solemos decir quien mucho abarca poco aprieta. Y una vez más vuelve santa Teresa al tema de la oración de quietud y después de referir el refrán Dejar a uno por necio, comentado antes de modo que, como ella dice, «si quiere a fuerza de brazos» sujetar al entendimiento no ganará nada sino perderán entrambos, porque, como dicen, «quien mucho quiere apretar junto, lo pierde todo; así me parece será aquí». También este refrán se glosa en el Teatro universal de proverbios de la siguiente manera:
Hay hombres que se entrometen
en tantos y tales tratos
que después por más que aprieten
porque no los inquieten,
hacen mil malos baratos.
No conviene que se meta
el hombre en tanta burleta
pensando henchir el arca,
porque mientras más abarca
el hombre menos aprieta.
El peor ladrón es el que está dentro de casa (CE 14, 1; CV 10, 1)
En las dos redacciones del Camino repite este proverbio; y lo remata diciendo: «pues quedamos nosotras mismas». No hay que echarse a dormir, porque «será como el que queda muy sosegado de haber cerrado muy bien sus puertas por miedo de ladrones, y se los deja en casa».
De devociones a bobas nos libre Dios (V 13, 16)
Este deseo de santa Teresa, aunque no haya, según creo, pasado a la familia de los refranes, bien merecía haberlo hecho. Desde muy niña cultivaba sus devociones, muy aprobadas. Y confiesa: «Nunca fui amiga de otras devociones que hacen algunas personas, en especial mujeres, con ceremonias que yo no podría sufrir y a ellas les hacía devoción» (V 6, 6). Esta petición suya podría figurar en las letanías, además de ser un refrán perfecto.
En todas las cosas se gana mucho en mirar en los principios (Cta diciembre 1572)
Así le escribe a una pretendienta al hábito. Y esta sentencia debiera tener también carácter de refrán, a mi entender. Y no es solo en este punto en el que habla de los principios sino en otros varios, como el siguiente: «Todas las cosas son como se principian», y este otro: «Si los principios se yerran, todo va borrado», que escribe en referencia a la fundación de sus frailes en Salamanca (Cta 135, 12).
De señores a señores va mucho (Cta enero 1574)
«En el Carmelo de Medina va a entrar Jerónima de Quiroga, quien de acuerdo con su madre doña Elena proyecta fundar con su hacienda un colegio de doncellas dependiente de las carmelitas» (T. Álvarez). Santa Teresa teme que esta novedad vaya a ser un desacierto y trata de aconsejarse con los más autorizados de los dominicos, los jesuitas y otros. Y aludiendo al comportamiento del Visitador, comisario apostólico Pedro Fernández, lo alaba por santo y discreto y, fiándose de él, dice «de señores a señores va mucho». Suena, de hecho, como un refrán.
Tanto es lo de más como lo de menos, suelen decir (1M 2, 8)
Se sirve de este refrán al exhortar al fiel cristiano a que se ejercite en el conocimiento propio, y le significa lo importante que es este ejercicio espiritual, pero alerta para que no se exceda en esta meditación, sino que considere también la grandeza de Dios y en esa meditación y reflexión más positiva conocerá bastante mejor sus propias limitaciones y miserias. De aquí su refrán «tanto es lo de más como lo de menos», que dicho con otro refrán sería: «no hay que pecar ni por carta de más ni por carta de menos».
Tortas y pan pintado (Cta diciembre 1575 a T. Gracián)
Santa Teresa escribió acerca de Jerónimo Gracián, hermano de Tomás: «Nuestro padre está muy contento con las persecuciones que ahora tiene. Pues son tortas y pan pintado para las muchas que le han de venir». Y la Santa acertó en pleno. En el Teatro universal de proverbios hay un refrán parecido «todo es migas y pan pringado», con esta glosa:
Si tu siendo pecador
trabajos acá padeces,
pero tú no eres mejor
antes cada día peor
ninguna cosa mereces.
No son nada tus fatigas
en respecto del pecado
y lo que por él te obligas
y todo lo de acá es migas
y tortas y pan pringado.
El refrán corriente dice «pan pintado», queriendo significar que lo que se dice con esta locución verbal: «no ofrece dificultad», o dicho «de un daño, de un trabajo, de un disgusto, de un gasto, de un desacierto, etc.: ser mucho menor que otro con que se compara»; en este caso, que el destinatario va a tener muchas más pruebas y persecuciones que las habidas hasta aquí.
A banderas desplegadas
El uso de esta expresión para la Santa era un refrán al añadir, «como dicen». Lo usa en carta a Jerónimo Gracián del 13 de diciembre de 1575 (Cta 162, 3), agradeciéndole una misiva sobre las dificultades y problemas de la Orden. Y le dice:
En fin, mi padre, le ayuda Dios y enseña a banderas desplegadas, como dicen; no haya miedo que deje de salir con gran empresa.
Ya el Diccionario de la lengua recoge esta locución adverbial diciendo: «Abierta o descubiertamente, con toda libertad».
El mejor negociar es callar y hablar con Dios (Cta 189, 5)
Este consejo teresiano es fruto de la prudencia de la Santa que conociendo el temperamento del arzobispo de Toledo, Gaspar de Quiroga, recomienda al padre Ambrosio Mariano que, una vez que ya el arzobispo sabe que quieren que les dé licencia para fundar en Madrid, lo mejor es callar y hablar con Dios. Y ese es el mejor negociar; así se lo aconseja la monja tan experta en negociar.
Las cosas sin tiempo nunca tienen buen suceso
Gran negociadora, llena de prudencia y sagacidad y saber esperar, llega a echar en cara a Ambrosio Mariano: «¡Oh, mi padre, y qué mal saben hacer estos negocios!, que aquello (de Salamanca) que estaba hecho si se supiera guiar, y no ha servido sino de infamar a los descalzos» (Cta 194, 2). Y acto seguido le lanza esta advertencia que viene a ser un buen refrán.
No se halla mujer sin achaque
Escribiendo a Ana de San Alberto, priora de Caravaca, que, según parece, se mostraba un tanto dubitativa acerca de dar o no la profesión a algunas candidatas al Carmelo. Teresa, bien experta en este orden de cosas, la asegura diciéndole: «Si esas le contentan (digo, las hijas de la vieja) no tienen más que hacer que darles profesión, aunque tengan algún achaque, que no se halla mujer sin él» (Cta 200, 8).
Concluyendo
Con refranes o sin ellos la Madre Teresa participaba de la sabiduría de su pueblo. Alguien la llamó «quijotesa a lo divino» (Unamuno) y apuesto a que en su trato con los no pocos sanchopanzas con que tuvo que habérselas en sus fundaciones le gustaba oír de la boca de ellos uno y otro refrán. En esto se parecía menos a don Quijote que ya estaba harto de los refranes que le «encajaba, ensartaba, enhilaba» Sancho en aquellas letanías de los mismos. Y que tuvo que aconsejarle para que supiera comportarse de gobernador en la ínsula Barataria: «Sancho, no has de mezclar en tus pláticas la muchedumbre de refranes que sueles; que puesto que los refranes son sentencias breves, muchas veces los traes tan por los cabellos que más parecen disparates que sentencias» (2ª parte, c. 43).
Por otra parte, santa Teresa debió usar, naturalmente, muchos más refranes hablando que escribiendo. Estos pocos que he podido comentar son unos simples ejemplos. La Santa llamaba a san Juan de la Cruz mi Séneca, por lo sentencioso que era en sus conversaciones y sospecho que entre ellos sonaría más de un refrán de los buenos. Quienes escriben tan alta y lindamente de doctrina y experiencia místicas, no desdeñan el refranero y ahí está la Biblia con el Eclesiastés, por ejemplo.
Capítulo 7. Santa Teresa y los niños
Hace unos años escribí un libro que se titula Santa Teresa de Jesús, hija y doctora de la Iglesia, 2004. En ese libro santa Teresa contaba su vida a los niños, la obra lleva unas ilustraciones preciosas de Augusta Curreli. No sé si logré de verdad que santa Teresa hablase a los niños y si los niños entendieron aquel lenguaje de la Madre. Lo cierto es que en la vida de esta gran mujer se cuentan no pocos casos en los que se la veía rodeada de niños a los que atraía como una madre, y diré más, como una verdadera abuelita.
Gonzalito, sobrino de la Santa
Se trata de Gonzalo de Ovalle, hijo de Juana, hermana de Teresa. Cuando este crío tenía cuatro o cinco años, un buen día, estando en Ávila, apareció «al parecer de todos muerto, porque ninguna señal tenía de vida, sino que poniéndole en pie se caía alzándole algún brazo, lo mismo» (BMC 2, 352-353). Su padre Juan de Ovalle comenzó a dar voces. Lo oyó santa Teresa «y comenzó a decir que callase, por amor de Dios, no le oyese doña Juana, diciéndole a él que se entrase en un aposento y callase. Y ella tomó al niño en sus brazos, que se veía muerto [...]. Entróse la dicha santa Madre con el niño en un aposento, cerró la puerta, quedándose sola con él, y estuvo espacio de media o una hora, y al cabo de este tiempo, salió con el niño del aposento, trayéndole de la mano bueno, y lo estuvo siempre después. Su madre doña Juana dijo a la santa Madre: “Hermana, ¿qué es eso? El niño era muerto”. Y ella sonrió, diciendo: “Calle, no dé en eso”. El mismo niño después de hombre decía a la santa Madre, su tía, que le encomendase mucho a Dios, que le debía el cielo, pues le había sacado de él» (BMC 2, 352-353). Así lo cuenta la hermana Teresa de Jesús, la ecuatoriana, hija de Lorenzo de Cepeda; y este parece el relato más exacto de lo sucedido, frente a otras explicaciones más enrevesadas y preternaturales.