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Noticias de otro hermanito del anterior
El 4 de septiembre de 1561 Juana de Ovalle dio a luz a otro niño. Santa Teresa quiso que se le bautizara el día 12 del mismo mes y que se llamase José. La santa Madre tomaba en sus brazos muchas veces a este bebé, diciéndole: «José, plegue a Dios que si no has de ser muy santo que Dios te lleve así angelito» (BMC 2, 339). Teresita, la otra sobrina de la Madre Teresa sigue contando: «Fue así que desde ahí a algunos meses, que aun no fue año, le dio un mal al niño que entendieron se moría, y estando un día juntas las dos hermanas con el niño, la dicha santa Madre lo tomó y se sentó con él, y echándole su velo encima del rostro, y estándole mirando, se le encendió el rostro a la santa Madre, y se quedó como en éxtasis, sin moverse, y la dicha doña Juana, aunque vio que el niño se moría, se estuvo queda sin hablar a su hermana, sino mirando en qué paraba aquello, y estuvo mucho rato así; y volviendo en sí la santa Madre, callando, se levantó con el niño para entrarse en otro aposento, sin decir a su hermana cómo era muerto; la cual, entendiendo que lo era, dijo a la santa Madre la señora: “¿Dónde va que ya entiendo cómo es muerto el niño?”. Respondió la santa Madre: “Es verdad, mas dé gracias a nuestro Señor, que le prometo es para alabar a Dios ver un alma de estos niños ir al cielo, y la multitud de ángeles que vienen por él”, y contóle lo que había visto» (BMC 2, 337-338).
¡Qué lindo está esto!
Sea como flor infantil lo siguiente: estaba un día la Madre fundadora con otra religiosa a la reja de la iglesia de su convento de Toledo; se oyeron unos pasitos presurosos de alguien que entraba y la voz de una niña que dijo toda alegre: «¡Bendito sea Dios, qué lindo está esto!». Teresa se emociona y dice a la compañera: «Ahora doy por bien empleado cuanto he trabajado en esta casa, por sola esta alabanza que a Dios dio esta niña» (BMC 18, 306). Teresa escribe tantos «benditos» en sus libros que no es extraño que se alegrase tanto ante la admiración y bendición de aquella criaturita.
El antiguo cronista de la Orden recogiendo este dato escribía todo emocionado: «En medio de las turbaciones y consuelos de aquel día, le dio el Señor a nuestra gloriosa Madre uno muy crecido, por medio de un niño, que estando en la iglesia y viéndola aseada, dijo en voz alta:¡bendito sea Dios, y qué lindo está esto! Llenó tanto aquel enamorado corazón esta alabanza de su Esposo por boca de un ángel, que dijo a sus compañeras: por solo este acto de gloria que ha hecho este angelito, doy por bien empleado el trabajo de esta fundación».
Pasa Martinico
Todavía en Toledo: a un sobrino nieto de Alonso Álvarez, fundador de las descalzas de Toledo, llamado Martinico, le quería mucho la Madre fundadora. El muchachillo la visitaba de vez en cuando. La Santa había advertido a las porteras del convento: «Siempre que acuda Martinico me llamen y no le despidan, porque me huelgo de hablarle, que es muchacho de muchas virtudes». Y añadía: «Es muy aficionado a la oración y a la pureza, y él me lo tiene dicho». Y ella le aconsejaba prudentemente: «Yo le he dicho que no tenga tanta oración, sino que estudie para que pueda servir mucho a nuestro Señor con las letras, que ha de ser luz de la Iglesia». Acertaba la Santa, Martinico regentaría las cátedras de Durando y la de Prima y murió en olor de santidad el 9 de octubre de 1625.
La familia Dantisco
Juana Dantisco, la madre del padre Jerónimo Gracián, visitó a la Santa en Toledo. Y estuvo allí tres días. Cuando refiere a Gracián la estancia de su madre en Toledo la califica como persona «de las mejores partes las que Dios le dio, y talento y condición, que he visto pocas semejantes en mi vida, y aun creo ninguna» (Cta 124, 2). Una de sus hijas, Juana, que desde 1567 vivía en el colegio de doncellas nobles de la capital, estuvo con su madre a ver a la Santa y esta califica a la muchacha «de harto bonita y me hace gran lástima verla entre aquellas doncellas, porque en hecho de verdad, según decía, tienen más trabajo que acá; y de buena gana le diera yo el hábito con el mi angelito de su hermana (Isabel), que está que no hay más que ver de bonita y gorda» (Cta 124, 4).
En Malagón
Escribiendo santa Teresa acerca de la fundación de Malagón, dispuestas ya para celebrar la inauguración el día 11 de abril escribe la Santa en el libro de Las Fundaciones:
Día de Ramos de 1568, yendo la procesión del lugar por nosotras, con los velos delante del rostro y capas blancas, fuimos a la iglesia del lugar, adonde se predicó, y desde allí se llevó el Santísimo Sacramento a nuestro monasterio. Hubo mucha devoción a todos» (F 9, 5).
Aunque no lo cuente la Madre, en el Libro de Profesiones de la comunidad se dejó constancia de cómo «cuando vinieron con la procesión a colocar el Santísimo Sacramento, trajo la Santa desde la fortaleza a una niña de la mano, hija del corregidor de la villa, y pasándole la mano por el rostro le dijo: “Mira que has de ser aquí monja”». Y así sucedió, profesando en 1593.
Otras profecías vocacionales
Otros ejemplos de profecía vocacional se dieron en la vida de la Madre. En la vida de san Juan Bautista de la Concepción, uno de sus hermanos cuenta lo siguiente: «Se acuerda que la santa Madre estuvo en su casa (en Almodóvar del Campo) por dos veces. Y que estando un día con sus padres hizo llamar allí a todos los hijos, que eran ocho, y estando todos juntos en su presencia, alzó el velo y los fue mirando a cada uno de por sí; y luego le dijo a su madre: vuestra merced, patrona, tiene aquí entre estos ocho, dos, que el uno de ellos ha de ser muy gran santo, patrón de muchas almas y reformador de una grandiosa cosa que se verá. Luego alzó la mano derecha y se la puso a este testigo en el hombro y le dijo: “Santico, mire que ha de tener mucha paciencia, que ha de tener muchos grandes golpes en este valle de lágrimas; ¿qué me responde? El tiempo dirá, que después de muerto uno de los ocho que están aquí, se verá en cabo de cinco años quién ha sido”»[12].
Con Hernando y Juanillo
En la fundación de Palencia encontramos una historia deliciosa entre santa Teresa y dos pequeñuelos, hijos de Suero de Vega y Elvira Manrique de Córdoba. El matrimonio «tenía sus horas de oración mental, comulgaban cada ocho días y hacían muchas limosnas». Debemos al padre Gracián la noticia de cómo se divertían con la Santa Hernando y Juan (Juanillo), hijos de este matrimonio «que eran de tres o cuatro años, cuando todas las veces que la Madre venía a Palencia y ellos podían se le metían debajo del escapulario, diciendo a su madre, doña Elvira, que qué olores traía aquella señora monja, que cuando se ponían allí dentro, olía tanto que no quisieran salir de ella»[13]. Uno de los días en que Juanillo jugaba todo contento con la Santa, esta dijo a la madre: «Señora, este niño le quiero yo para mi religión». Y se cumplió esta voluntad: se hizo carmelita con el nombre de fray Juan de la Madre de Dios.
Echando bendiciones
El 13 de febrero de 1580, salía santa Teresa de Malagón con las monjas que iban a fundar en Villanueva de la Jara. Fueron haciendo varias escalas antes de llegar el 21 de febrero a Villanueva. En uno de los puntos, Fuente el Fresno-Villarrubia, lo cuenta Ana de San Bartolomé, la secretaria de la Madre: «Estaba allí un labrador muy rico; en casa de este la tenían aparejado gran colación y comida, y juntó sus hijos y yernos que los trajo de otros lugares para que les echase la bendición. Y no paró en esto la devoción de esta buena gente, sino que el ganado también tenían junto para que le bendijese» (BMC 2, 300). Ni san Antón en el día de su fiesta.
Una turba de niños
Después de la visita al convento de los carmelitas descalzos de La Roda, siguieron hasta Villanueva. Y sigue contando la secretaria: «Buen rato antes que llegásemos al lugar salieron muchos niños con gran devoción a recibir a la santa Madre, y en llegando el carro donde iba, se arrodillaban, y descaperuzados iban delante de ella, hasta que llegaron a la iglesia adonde nos apeamos» (BMC 2, 301). La Madre tuvo que esperar hasta la hora de la misa en la casa de Miguel de Mondéjar con otras siete monjas. Acudió allí el doctor Ervías y una niña llamada Inés de Loaysa. Al preguntar uno de los presentes si aquella niña de 12 años sería monja en su día, la Madre contestó: «Sí, lo será». Una de las hijas de Miguel de Mondéjar, Apolonia, que fue después carmelita descalza con el nombre de Josefa de la Encarnación, informa: «Posaron en casa de mi padre, y estando delante de nuestra Santa yo y otras dos hermanas, nos dijo que habíamos de entrar monjas y profesar en aquel convento. Y diciéndole mi padre que la mayor podría ser que lo fuese, respondió la Santa: “¿La mayor no más?; todas lo han de ser, como he dicho, y en esto no hay que dudar”. De allí a cuatro o cinco años entró la hermana mayor, que se llamó Isabel de Jesús, y luego en profesando entró Francisca de San Eliseo. Josefa se resistió más que las otras porque quiso casarse y tuvo mucha gana de ello, por haberle salido muchos casamientos, por ser como era su padre muy rico» (BMC 20, 475).
Otra nena
Caso también muy simpático el de Elenita, hija de doña Catalina de Tolosa, en la fundación de Burgos. El 23 de febrero de 1581 se trasladaron las monjas de su casa al Hospital de la Concepción. La Santa preguntó a la niña si quería acompañarla; y ella se preparó para la marcha con las monjas. Doña Catalina le dijo: «¿Así se van las doncellas de la casa de sus padres?». La niña, que tenía unos doce años, respondió: «Envíame a llamar nuestra Madre fundadora, y no puedo menos de ir; y su madre la dejó en paz». La mencionada secretaria de la Santa asegura que «aquel llamamiento era como el del Señor a sus apóstoles»[14]. El caso es que fue una de las primeras que entraron en el convento de Burgos.
Aparte de todos estos relatos con niños y niñas, ya buenos estudiosos han señalado «la fascinación que sobre sus hermanitos ejerció la Santa en su infancia, impulsando a uno de ellos a tomar el camino hacia el martirio y persuadiendo a otro a que se metiera fraile».
Más de la familia
Muy notable fue también la solicitud tierna y maternal que tuvo con Gonzalito y Beatriz, hijos de su hermana Juana, y con sus sobrinitos, los de su hermano Lorenzo. E incluso el afecto sincero que llegó a cobrar a la niña que su sobrino Lorenzo (siendo soltero) dejó en España, al volver para las Indias, y de la que dice en carta del 15 de diciembre de 1581: «No la puedo dejar de allegar y querer mucho. Para ser tan chica, es cosa extraña lo que se parece a Teresa (la hija de Lorenzo) en la paciencia». Por lo que se refiere a los hijos de su hermano Lorenzo, ya se anda preocupando por la educación de esos niños en 1570 y, estando todavía su hermano en Quito, le escribe: «Olvidóseme de escribir en estotras cartas el buen aparejo que hay en Ávila para criar bien esos niños. Tienen los de la Compañía un colegio, adonde los enseñan gramática, y los confiesan de ocho a ocho días, y hacen tan virtuosos que es para alabar a nuestro Señor» (Cta 24, 8). Cuando estaba ya en España Lorenzo con sus hijos, siempre preocupada por el bien de los muchachos, vuelve a escribir al padre: «No querría vuestra merced olvidase esto, y por eso se lo pongo aquí. Yo tengo gran miedo que, si no hay desde ahora gran cuenta con esos niños, que se podrán presto entremeter con los demás desvanecidos de Ávila, y es menester que desde luego vuestra merced los haga ir a la Compañía (que yo escribo al rector como vuestra merced ahí verá), y si al buen Francisco de Salcedo y al maestro Daza les pareciere, pónganse bonetes» (Cta 113, 1).
¿Un paje?
En otra carta habla del paje que para estos niños había propuesto el padre Báñez, aunque la Santa dice: «para lo que han menester los niños, un paje les viene ancho» (Cta 98, 5), y ya quiere que ese paje estudie con sus sobrinos en el colegio de la Compañía; y así ese niño tendrá de quien aprender virtud. Todavía la vemos dando este consejo a Lorenzo: «No hay ahora para que se paseen esos niños sino a pie; déjelos estudiar» (Cta 113, 3).
En Tordillos (Salamanca)
Contando la fundación de Alba de Tormes tiene la Madre unas observaciones muy atinadas sobre el tema de la educación. Se lamenta de que por mantener puntos de honra los padres de Teresa de Láiz vivieran en Tordillos a dos leguas de Alba, y dice: «Es harta lástima que, por estar las cosas del mundo puestas en tanta vanidad, quieren más pasar la soledad, que hay en estos lugares pequeños, de doctrina y otras muchas cosas, que son medios para dar luz a las almas, que caer en un punto de los puntos que, esto que ellos llaman honra, trae consigo» (F 20, 2).
Cerrando
Teresa de Jesús, sabiendo por experiencia propia lo que vale la instrucción y formación de la persona desde la infancia, se prodiga en cuidados y consejos para que sus sobrinos estudien en buenos centros, en el Colegio de la Compañía. Este deseo de que se promueva esa atención a todos los niños era un deseo general en ella. Y no es pequeña muestra de esta su voluntad lo que organizó en Malagón: «Dejamos concertado se traiga una mujer muy teatina, y que la casa la dé de comer (como hemos de hacer limosna, que sea esta), y que muestre a labrar de balde muchachas, y con este achaque que las muestra la doctrina y a servir al Señor, que es cosa de gran provecho» (Cta 8, 6).
Capítulo 8. Doncellitas en los conventos teresianos
En algunos de los conventos fundados por santa Teresa entraron algunas niñas de pocos años: ocho o nueve años. En las Constituciones primitivas de sus monjas no se dice ni una palabra sobre este hecho. En las Constituciones del capítulo de Alcalá de 1581 se manda que no se dé el hábito a ninguna aspirante antes de los 17 años.
Por el epistolario de la Santa vemos que tenía que pedir permiso a los superiores para poder recibir a estas niñas. Escribe al padre Gracián, como visitador provincial: «Antonio Gaytán ha estado aquí: Viene a pedir se le reciba en Alba su niña, que debe de ser como la mi Isabelita de edad. Escríbenme las monjas que es en extremo bonita. Su padre le dará alimentos y después todo lo que tiene fuera del vínculo. Que dicen serán seis o setecientos ducados y aun más; y lo que hace por aquella casa y ha trabajado por la Orden no tiene precio» (Cta 205, 1).
El interés que tiene por alcanzar el permiso le hace decir: «Suplico a vuestra paternidad no me deje de enviar la licencia por caridad, y presto; que yo le digo que nos edifican estos ángeles y dan recreación. Como hubiese una en cada casa y no más, ningún inconveniente veo sino provecho». Así pensaba la Madre, pero en 1583, ya muerta ella, el Capítulo de los descalzos prohibió que se recibiesen niñas en sus conventos.
¿Cuántas fueron?
Las que la Santa había recibido en sus conventos fueron cuatro: Teresita, hija de su hermano Lorenzo de Cepeda, Isabel Gracián, hermana de Jerónimo Gracián, Casilda de Padilla y Mariana Gaytán.
Isabel Gracián
En la visita ya descrita que hizo doña Juana Dantisco a la Madre en Toledo, habla de Isabel Gracián, y dice «que está que no hay más que ver de bonita y gorda. La señora doña Juana no acaba de espantarse de verla [...]. Es toda la recreación que acá tengo» (Cta 124, 4). Y no hace más que elogiarla: «¡Oh, qué hermosita se va haciendo! ¡Cómo engorda y qué bonita es! Dios la haga santa» (Cta 124, 16).
A esta Isabel de Jesús (Dantisco) le cuelga como un collar de elogios, de alabanzas diciendo: «está muy bonita»; «la mi Isabel está buena y bien agradable», y «es toda nuestra recreación»; «la nuestra Isabel está hecha un ángel. Es para alabar a Dios la condición de esta criatura y el contento»; «mi Isabel está cada día mejor»; «mi Isabelita está muy buena»; «mi Isabel de Jesús me escribe ya, y todas no acaban de estar contentas con ella, y con razón»; «hallé a mi Isabel muy gordita, con unos colores que es para alabar a Dios»; «de la mi Isabel de Jesús me escriben cosas que es para alabar a Dios».
Ya se ve el afecto de la Madre para esta criatura, a la que llama unas veces «la mí» y otras «la nuestra» Isabel. Era su recreación, su juguete, si se nos permite.
En 1577 escribe todavía la Madre acerca de Isabel Dantisco, su «mi Bela»:
Es extraña la habilidad de esta criatura, que con unos pastorcillos malaventurados y unas monjillas y una imagen de nuestra Señora que tiene, no viene fiesta que no hace una invención de ello en su ermita o en la recreación, con alguna copla, a que ella da buen tono, y la hace, que nos tiene espantadas (Cta 175, 6).
En diciembre de 1576 escribe la fundadora a Gracián y le habla de su hermanilla:
Mi Isabel está cada día mejor. En entrando yo en la recreación, como no es muchas veces, deja su labor y comienza a cantar: “La Madre fundadora / viene a la recreación / bailemos y cantemos / y hagamos el son”. Esto es un momento: Y cuando no es hora de recreación, en su ermita tan embebida en su Niño Jesús y sus pastores y su labor, que es para alabar al Señor, y en lo que dice que piensa (Cta 169, 1).
Mariana Gaytán
Fue admitida en Alba de Tormes en 1577. Se cuenta que cuando entró de niña en Alba era tan pequeña que la metieron por el torno. «Cuando se ponía triste o hacía alguna travesura, la Santa la solía amenazar diciéndole cariñosamente que la iban a despachar las monjas. Y como ya iba creciendo bastante, ella replicaba con sus más o menos de gracia y de burla: “Sea muy enhorabuena, si me sacan por donde me metieron”».
Allí estaba cuando llegó la Santa en su último viaje a Alba; Mariana, la víspera de la muerte de la Santa, andaba «revolviendo entre sí, que si la Santa se moría, no le darían la profesión. La enferma, penetrando en su interior y acariciándole el rostro con la mano, le dijo: “No tenga pena, hija, que aquí ha de profesar”». Y de hecho profesó el 13 de diciembre de 1585. Murió en Tarazona, donde había ido a fundar. En 1612 fue nombrada priora de esa casa, muriendo allí el 13 de diciembre de 1615. Declara en el proceso de canonización de santa Teresa el 1 de abril de 1592.
Casilda de Padilla
De ella habla santa Teresa en el libro de Las Fundaciones, capítulos X y XI. Ingresó en Valladolid en 1573, todavía niña. Profesó en 1577. Por injerencias de su madre salió en 1581, retirándose, finalmente, a las concepcionistas de Madrid. Declaró en el proceso de la Santa de 1610. En su respuesta a la pregunta 51 declara que tuvo tan estrecho trato con la Santa, «que siendo de pequeña edad la abrigaba la Santa y dejaba adormecer en su regazo» (BMC 20, 416).
Teresa de Cepeda: Teresita
Hemos hablado de Isabel Dantisco, Mariana Gaytán y Casilda de Padilla, que tenían encantada a la Madre Teresa con la inocencia de su vida y la gracia cuasi infantil con que alegraban los conventos de Toledo, Alba de Tormes y Valladolid. No fueron las únicas, aunque a la Santa le hubiera gustado que hubiera una en cada convento. Nos queda por ver a una sobrina carnal de santa Teresa.
Se encuentra santa Teresa en Sevilla y el 12 de agosto de 1575 le llega la noticia del arribo de su hermano Lorenzo a Sanlúcar de Barrameda. Viene de Ecuador con tres hijos: Francisco, Lorenzo y Teresita. Enseguida les escribe y envía algunas cosillas. A los pocos días llegaron a Sevilla. Dando noticias a María Bautista, su sobrina, de la llegada de los suyos de las Américas, dos semanas después, ya se refiere nominalmente a Teresita, que tiene ocho o nueve años «harto bonita y hermosa» (Cta 88, 2).
Y ya comienza a pensar en meterla en el convento de Sevilla, y cuando escribe al padre Gracián el 27 de septiembre ya se encuentra la chiquilla en el convento. Antes ha consultado la Madre al doctor Enríquez, jesuita, y a un dominico llamado fray Baltasar. El jesuita le comunica que entre otras cosas que le enviaron del Concilio bien declaradas por una junta de cardenales estaba la siguiente: «Que no se puede dar hábito de menos de doce años, mas criarse en el monasterio sí» (Cta 89, 3). De igual parecer era el dominico consultado.
Aunque no se le pueda dar el hábito oficialmente ya como novicia, se lo dieron informalmente:
Ya ella está acá con su hábito, que parece duende de la casa, y su padre que no cabe de placer, y todas gustan mucho de ella; y tiene una condicioncita como un ángel, y sabe entretener bien en las recreaciones contando de los indios y de la mar mejor que yo lo contara. Holgádome he que no les dará pesadumbre. Ya deseo que vuestra paternidad la vea (Cta 89, 3).
Ha sido Gracián, en calidad de visitador de la Orden, quien ha dado el permiso para que la recibieran a sus nueve años. Y sigue diciendo: «Creo que se ha de servir (al Señor) de que esta alma no se críe en las cosas del mundo. Ya veo la caridad que vuestra paternidad me ha hecho, que, dejado de ser grande, el ser de manera que no quede con escrúpulo ha sido muy mayor» (ib).
En el viaje que emprende la Madre desde Sevilla a Malagón y Toledo lleva consigo a la sobrina ecuatoriana de la que dice: «Teresa ha venido dando recreación por el camino y sin ninguna pesadumbre» (Cta 108, 8). Y escribiendo a María de San José a Sevilla vuelve a hablar de la muchacha: «Teresa ha venido, especial el primer día, bien tristecilla; decía que de dejar a las hermanas» (Cta 109, 3). Ahora «no la escribe porque está ocupada; dice ella que es priora, y se le encomienda mucho». Ya podemos pulsar el cariño de la Madre, que se fija en todo lo que dice, lo que hace y lo que siente la sobrina.
Y Jerónimo Gracián en sus Escolias a la vida de santa Teresa, del P. Ribera, ofrece esta deliciosa estampa de Teresita:
Esta niña entretenía a la Madre y le daba recreación, porque le contaba de la mar del Sur y de las tormentas que habían pasado y hablaba la lengua india, con que la Madre estaba la boca abierta gustando mucho de oírla. Parécese mucho en el rostro a la Madre y mucho más en las obras, porque siendo de esta edad comenzó a dar muestras de tanta perfección y desasimiento de todas las cosas criadas, que habiéndola un día dado su padre unas sortijas de vidrio o azabache, diciendo yo que ¡buena cosa es tener curiosidades una monja descalza!, dióle un gran llanto, y tomó las sortijas e hízolas pedazos entre una piedra.
En otra carta dirá la Santa a María de San José que se queda por ahora en Toledo, «que antier se fue mi hermano e hícele llevar a Teresa, porque no sé si me mandarán que vaya con algún rodeo y no quiero ir cargada de muchacha» (Cta 114, 1).
En carta de septiembre a Sevilla vuelve a decir: «A Teresa le va muy bien. Es para alabar a Dios la perfección que llevó por el camino, que ha espantado. No quiso dormir noche fuera del monasterio. Yo le digo que si lo trabajaron con ella, que las honra bien. Nunca acabo de agradecerlas la buena crianza que la hicieron, ni su padre tampoco. Rompí una carta que me escribió que me ha hecho reír [...]. Escríbenme que todavía tiene de Sevilla soledad y las loa mucho» (Cta 122, 11).
En su correspondencia la Santa sigue dando noticias menudas de la sobrina y opiniones sobre su modo de ser, como se puede ver por estas simples frases: «Pues Teresica, ¡las cosas que dice y hace!»; y otra vez: «¡Oh, pues Teresa, lo que ha hecho y dicho!»; disfruta con las cartitas que le escribe: «La carta de Teresica me ha caído mucho en gracia».
La Santa, cuando partió para la fundación de Burgos, llevó consigo a Teresica, «que me dijeron que la querían poner en libertad sus parientes y no la osé dejar» (Cta 432, 4).
¿Quién es la princesa?
Volviendo ahora al caso de Isabel Dantisco, ya referido, sucedía que, como era natural, las monjas de los conventos que conocían un poco a las dos muchachas se inclinaban por una o por otra. Y la Santa que también andaba en la discusión, aunque trataba de disimular, como parte interesada, por aquello del parentesco con Teresita, pinta la cosa con una gracia extraordinaria. Contestando a una carta de María de San José le dice: «Donosa está en no querer que sea otra como Teresa». Y tratando de derribar esa pretensión, replica:
Pues, sepa, cierto, que si esta mi Bela tuviera la gracia natural que la otra y lo sobrenatural (que verdaderamente veíamos obraba Dios algunas cosas en ella), que el entendimiento y habilidad y blandura, de que se puede hacer de ella lo que quisieren, que lo tiene mejor. [...] Solo tengo un trabajo: que no sé cómo le poner la boca, porque la tiene frigidísima y se ríe muy fríamente, y siempre se anda riendo. Una vez la hago que la abra, otra que la cierre, otra que no se ría. Ella dice que no tiene la culpa, sino la boca, y dice verdad. Quien ha visto la gracia de Teresa en cuerpo y en todo, echarlo ha más de ver, que así lo hacen acá, aunque yo no lo confieso, y a ella se lo digo en secreto. No lo diga nadie, que gustaría si viese la vida que traigo en ponerle la boca. Creo, como sea mayor, no será tan fría; al menos no lo es en los dichos (Cta 175, 6).