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Verdades a los detentores de riquezas
La audacia ebria que tiene santa Teresa en aconsejar a quien ella ve que lo necesita, la lanza, aunque sea desde las páginas de sus libros, y la mete en un tema tan candente y tan de actualidad para nuestro mundo, como puede ser la propiedad de las riquezas acumuladas sin productividad o despilfarradas en gastos inútiles.
Quiere tratar en sus Meditaciones sobre los Cantares de la paz verdadera, pero antes reflexiona sobre «Nueve maneras de falsa paz, que ofrecen al alma el mundo, la carne y el demonio» (MC 2). Para comenzar en firme conjura a sus hijas: «Dios os libre de muchas maneras de paz que tienen los mundanos; nunca Dios nos la deje probar, que es para guerra perpetua» (MC 2, 1).
Uno de los dominios de esa falsa paz son las riquezas. Y arranca: «¡Oh con riquezas! Que si tienen bien lo que han menester y muchos dineros en el arca, como se guarden de hacer pecados graves, todo les parece está hecho». Y, como quien entra en la conciencia de esos ricos, va dejando a la intemperie sus gestos y comportamiento: «Gózanse de lo que tienen; dan una limosna de cuando en cuando; no miran que aquellos bienes no son suyos, sino que se los dio el Señor como a mayordomos suyos para que partan a los pobres, y que le han de dar estrecha cuenta del tiempo que lo tienen sobrado en el arca, suspendido y entretenido a los pobres, si ellos están padeciendo» (MC 2, 8).
«Solo una santa como Teresa podía decir frases tan fuertes como estas sin que sonasen a fácil demagogia revolucionaria»[22]. Algo más adelante insiste: cualquier rico de estos ha de dar estrecha cuenta: «y ¡cuán estrecha! Si lo entendiere no comería con tanto contento ni se daría a gastar lo que tiene en cosas impertinentes y de vanidad». El rico pide cuentas a su mayordomo. Dios se las pedirá a él, ya que, como ha dicho, las riquezas se le han entregado como a mayordomo de Dios para los pobres que vienen a ser los dueños y destinatarios. Los desvelos y sobresaltos, y «mientras más hacienda, más».
Falsa paz en las alabanzas
Santa Teresa estaba harta de que fueran diciendo de ella que era una santa; no lo podía sufrir. Y aconseja a sus monjas acerca de este tema: «Es lo más ordinario en decir que sois unas santas, con palabras tan encarecidas, que parece los enseña el demonio». Las previene contra este peligro diciendo: «Por amor de Dios os pido que nunca os pacifiquéis en estas palabras, que poco a poco os podrían hacer daño y creer que dicen verdad, o en pensar que ya es todo hecho y que lo habéis trabajado» (MC 2, 12).
La lacra del fariseísmo
Acaba de denunciar el peligro de creerse uno santo porque se lo llaman otros; pero hay un peligro mucho mayor en aparentar santidad, estarse buscando a uno mismo y fabricando a su alrededor ese halo de santidad y de soberbia solapada. Ingrediente de este modo de ser y de vivir es la hipocresía, los puntos de honra. Según Teresa de Jesús, «no hay tóxico en el mundo que así mate como estas cosas (de mayorías) la perfección» (CV 12, 7). Santa Teresa tiene mucha experiencia sobre estas cosas y describe el caso de una persona comida por el interés y los puntos de honra, que pudo observar y detectar. La desatinaban algunas personas a las que parecía que no les faltaba nada para ser «amigas de Dios», y en la realidad espiritual estaban lejísimos de serlo. Y cuenta un caso extremo, que reproduciremos más adelante en el capítulo dedicado a los puntos de honra.
Final
La parresia en cuanto a la audacia en la oración y en cuanto a las denuncias de la conducta de las personas es un gran capítulo en la vida y en los escritos de la Santa. Y en sus libros se encarna en el mundo de la oración atrevida y valiente, y en las denuncias no menos atrevidas y valientes de toda clase de corrupción moral en la conducta humana. Aquí hemos ofrecido solo unas muestras de esa realidad, haciendo ver lo santamente libre que era santa Teresa de Jesús ante Dios y ante los hombres.
Capítulo 13. Teresa, la comprometida y comprometedora
¿Cómo era?
Santa Teresa dice de sí misma: «Era tan honrosa que me parece no tornara atrás por ninguna manera habiéndolo dicho una vez» (V 3, 7). Esto lo dice cuando manifestó a su padre su determinación de hacerse monja. La lectura de las Cartas de san Jerónimo la animaron en sus propósitos de vida religiosa «de suerte que me determiné decirlo a mi padre, que casi era como tomar el hábito». Su padre se opuso por tanto como la quería, y no pudo convencerle ni ella ni otras personas que le hablaron. Teresa, aunque fuerte en su decisión, se teme a sí misma no sea que por flaqueza se vuelva atrás (V 3, 5-7). Ya ha aparecido una de sus palabras más decisivas: «me determiné». Comprometida, pues, con su conciencia que la empuja a irse al convento, va a comprometer a otro de su casa, a un hermano suyo, a Juan de Ahumada. Así lo cuenta: «En estos días que andaba con estas determinaciones había persuadido a un hermano mío que se metiese fraile» (V 4, 19). De nuevo aparece la palabra «determinaciones».
En su profesión religiosa
Conociendo ya sus obligaciones y compromisos como bautizada, al emitir su profesión el 3 de noviembre de 1537, toma conciencia de sus compromisos como religiosa. Trata de afinar en su fidelidad a la vida carmelitana que ha profesado, y profundizando en ella se encuentra con la realidad de su bautismo y dirá a sus monjas: «Nosotras estamos desposadas, y todas las almas por el bautismo» (CE 38, 1). Y refiriéndose al desposorio espiritual por el camino de la perfección hará una reflexión tan profunda como pocas veces se había hecho hasta entonces. Hay que entender, dice, «con quién estamos casadas y qué vida hemos de tener»; es decir, cuáles son sus compromisos de vida religiosa. Va entablando su reflexión y la abre con esta exclamación: «¡Oh, válgame Dios!, pues acá, cuando uno se casa, primero sabe con quién, quién es y qué tiene; nosotras ya desposadas, antes de las bodas, que nos ha de llevar a su casa» (CV 22, 7). Continúa argumentando desde lo que pasa en el matrimonio humano:
¡Oh, válgame Dios! Pues acá no quitan estos pensamientos a las que están desposadas con los hombres, ¿por qué nos han de quitar que procuremos entender quién es este hombre, y quién es su Padre, y qué tierra es esta adonde nos ha de llevar, y qué bienes son los que promete darme, qué condición tiene, cómo podré contentarle mejor, en qué le haré placer, y estudiar cómo haré mi condición que conforme con la suya? Pues si una mujer ha de ser bien casada, no le avisan otra cosa sino que procure esto, aunque sea hombre muy bajo su marido (CV 22, 7).
Tanta doctrina como vierte aquí santa Teresa da materia para reflexionar en profundidad sobre lo que significa el carisma de la vida religiosa y el estar desposada con Cristo en la Iglesia, Esposa de Cristo.
Habiéndose explayado tan claramente de esa manera no descansa la Madre sino que se dirige a Cristo Jesús para decirle: «Pues, Esposo mío, ¿en todo han de hacer menos caso de que de los hombres? Si a ellos no les parece bien esto, dejen a vuestras esposas que han de hacer vida con vos. Es verdad que es buena vida. Si un esposo es tan celoso, que quiere no trata con nadie su esposa, ¡linda cosa es que no piense en cómo le hará este placer y la razón que tiene de sufrirle y de no querer que trate con otro, pues en él tiene todo lo que puede querer!» (CV 22, 8).
Ser buena esposa conforme a la semblanza que ella misma traza no es sino vivir lo mejor posible el compromiso de ese tipo de matrimonio o alianza con Dios.
Comprometiendo a otras
Comprometida así la Santa con Cristo Jesús, se empeña en comprometer a otras, a sus monjas en esa misma vida de entrega, oración y sacrificio. Comprometida surge así como comprometedora, buscando gente que la quiera seguir en su obra de fundadora. De ese anhelo se alimentaba su ilusión de levantar una iglesia más al Señor, de abrir un convento más. Las normas de vida que plantea a sus monjas en las Constituciones las están ayudando a comprometerse con el Señor y con las hermanas. Sus hijas no se sentían menos comprometidas, como hacen ver las declaraciones que hacen acerca de la voluntad de la Madre en la fundación de sus conventos. Su sobrina Teresita, monja descalza, declara:
Lo que la movió para este principio (de la nueva vida carmelitana) fue la gloria de Dios nuestro Señor y el bien de las almas, y emplear ella y las que la siguiesen toda su vida y oración en rogar por el aumento de la Iglesia católica y destrucción de las herejías, las cuales –y en especial las de Francia– le daban tanta pena que le parecía que mil vidas pusiera para remedio de un alma de las muchas que allí se perdían, y viéndose mujer inhabilitada para aprovecharle en lo que quisiera, determinó hacer esta obra para hacer guerra con las oraciones y vida suya y de sus religiosas a los herejes y ayudar a los católicos con ejercicios espirituales y continua oración. Decía le daba gran gozo ver una iglesia más en que estuviera el Santísimo Sacramento (BMC 18, 190-191).
Aparte de las declaraciones de sus monjas, hacen declaraciones parecidas otras personas de fuera de la Orden, tales como Julián de Ávila, el famoso capellán, y Juan de Ovalle, casado con Juana de Ahumada, hermana de la Santa, que declara: «Muchas veces dijo a este testigo que el principal intento que había tenido a hacer estas fundaciones era ver la perdición de Francia y Alemania e Inglaterra, para en estas casas juntar algunas almas que suplicasen a Nuestro Señor por la reducción de estos herejes y por los prelados de la Iglesia; y que así, cuando le iban a pedir cosas a veces sin concierto y como cual tenía la necesidad, decía a este testigo: “qué les parece que no hemos de cargar de todas sus cosas; principalmente nos juntó el Señor para suplicarle esto, y que se compadezca de las ánimas de estos, que por cada una ánima daría yo mil vidas”» (BMC 18, 126-127).
Desconfiando totalmente de que la ruptura de la cristiandad se pudiera remediar con las armas, organizó santa Teresa su ejército de contemplativas, comprometidas en la tarea del apostolado del sacrificio y la oración, dejando, definitivamente, en manos del Señor, la solución y resolución de tantas desgracias. En esta su misión de fundadora tenía santa Teresa una conciencia clarísima de que esa era la voluntad de Dios sobre ella y por eso arrostró tantos trabajos y sufrimientos por complacer al Señor en esta obra de espectro eclesial enorme. Así funcionaba esta mujer tan comprometida y comprometedora, si las hubo.
Habla Julián de Ávila
El famoso capellán Julián de Ávila, viendo el incremento que iba tomando la obra de la Santa, dice:
Porque si se tiene en mucho el que un santo haya sido principio de un monasterio, ¿en qué se ha de tener que esta sierva de Dios haya sido principio y cabo de tantos monasterios, y de una religión de frailes, la más perfecta que se hallará en la Iglesia de Dios? Y que esto haya sido tan presto, que con no ser yo muy viejo, y cuando la empecé a conocer sería yo de más de treinta años, y en menos de otros treinta he visto los principios de las descalzas y de los descalzos, y están el día de hoy y tantas casas y conventos como si hubiera ciento o doscientos años que empezó. [...] ¿Pues quién diremos ha andado por aquí sino la mano del Señor que todo lo puede, y escogió a una mujer, y por su mano quiso que fuesen cosas tan grandes que tuviesen todos con qué se espantar y maravillar y alabar al Señor que tanto puede? (BMC 18, 225).
Por los siglos de los siglos
La obra de Teresa, la comprometida y la comprometedora, no terminó cuando ella murió sino que ha seguido en acción entre sus hijas e hijos. Y la Madre puede estar contenta de las grandes hijas e hijos que ha tenido. Basta pensar solamente en las que ya están glorificadas por la Iglesia: santa Teresa Margarita Redi (1747-1770), santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897), santa Teresa de los Andes (1900-1919), santa Teresa Benedicta de la Cruz –Edith Stein– (1891-1942) o santa Maravillas de Jesús (1891-1974). Y últimamente el 17 de mayo de 2015 ha sido canonizada por el papa Francisco la beata María de Jesús Crucificado, la que llamamos la Arabita (1846-1878). Y a todas estas hay que añadir otra gran multitud de beatificadas por la Iglesia y tantas y tantas más o menos anónimas que se han santificado en los claustros del Carmelo. Teresa, la comprometida, comprometió ya a tantas en su vida y sigue haciéndolo ahora mismo comprometiendo a personas generosas que siguen sus huellas.
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