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Alexánder: Dentro de un ratico.
Fernando: No jodas, Alexánder.
Alexánder: …
Fernando: ¿Niño?
(05:38)
Alexánder: Me volvieron a regresar.
Fernando: No jodas, Alexánder. Ya van cuatro veces, chamo. ¿Qué más se puede hacer?
Alexánder: Estoy acá en el terminal, quédate tranquilo. Me siento mal. Todo el mundo pasa, menos yo.
Fernando: ¿Qué pasó? No te vayas a desesperar, quédate ahí y no inventes. Ya estamos metidos en este peo y tenemos que seguir llevándola.
Alexánder: Sí, voy a buscar a un señor para ver dónde dormir.
(09:31)
Alexánder: Le di al señor esta planchita de cabello que tenía y él me pagó una habitación. No es muy buena, pero sirve para descansar un rato e intentarlo otra vez.
Fernando: Dale, descansa. Te voy a hablar claro. Me siento burda de mal porque pienso que hicimos las vainas a lo loco, pero a pesar de todo algo me dice que hoy sí vas a entrar. Trata de no dar el teléfono como pago, porque ahí sí que va a ser un peo para comunicarnos. No te desanimes. Ya sabes cómo es el camino y estás con gente que parece ser seria.
(16:02)
Alexánder: Me acabo de despertar.
Fernando: ¿Lograste descansar?
Alexánder: Me están cobrando el teléfono cuando llegue a Arica.
Fernando: ¿Y qué vas a hacer? Qué chimbo que entregues el teléfono.
Alexánder: Niño, ¿pero cómo lo hago? Me siento cansado. Hoy cumplo una semana aquí.
Fernando: El coyote me escribió esto: “Tu pana está sin plata, lo único de valor que tiene es su celular”.
(23:25)
Fernando: Hoy me he sentido burda de mal.
Alexánder: ¿Por qué?
Fernando: Por toda esta paja.
Alexánder: Yo igual, pero me da risa que tú lo que haces es regañarme, como si yo no tuviese ganas de pasar.
Fernando: Jajaja… no, no es por eso. Yo sé que quieres entrar, es el desespero, marico. Estoy súper presionado. Yo sé que estás haciendo tu sacrificio por allá, pero yo tampoco la he tenido fácil aquí.
Alexánder: ¿Presionado por qué?
Fernando: Por todo. No quiero que estés más ahí. Estoy cansado también de este trabajo, que es súper explotador. Humillan mucho.
Alexánder: Apenas yo consiga trabajo te sales de ahí.
Fernando: Hoy [en Tarragona] me dijeron: “Fernando, lava la chancha”. Esa es una vaina como una caja grandísima que va debajo de los lavaplatos y ahí quedan todos los residuos de comida. Es un agua horrible que huele a mierda y tengo que lavarla hasta que quede brillante. Tenía ganas de irme, de pana.
Alexánder: Verga, verdad que hoy es domingo. Yo sé que no es fácil para ti.
Fernando: Acá donde mi tío se fueron a la nieve todos y andaban con la vaina de que fuera con ellos, que no todo era trabajar. Lo que no saben es que no tengo ni para el pasaje.
Alexánder: ¿Cuánto cobran?
Fernando: Como 15 mil por persona. El 15 de agosto es feriado, podríamos ir.
Alexánder: Me gustaría.
22 de julio
Ya estoy de regreso en Santiago. Fernando me manda un mensaje de audio:
“Alexánder habló con el muchacho, con el señor que lo va a cruzar. Le dijeron que si no quería entregar el teléfono les ayudara a buscar más clientes. Creo que consiguió a unas muchachas que también van a cruzar y por haber hecho eso lo van a pasar gratis”.
Alexánder lleva una semana en Tacna y ya se ha convertido, por necesidad, en captador de una red de coyotes. Es como el adicto que lleva clientes donde el microtraficante a cambio de unas dosis que le permitan financiar su vicio. Un estatus que ha alcanzado sin tener muchas opciones: Fernando no tiene cómo mandarle más dinero y a él ya no le quedan cosas de valor en el bolso para entregar.
“Está desesperado. Me siento responsable. Ya no sé qué decirle para que se calme un poco”.
La desesperación es la comida de la que se alimentan los coyotes: mientras mayor es el tormento, más probabilidades hay de terminar enganchados en la cadena. Y Alexánder, que ya ha intentado cruzar cinco veces sin éxito, ha sido anexado como uno de los últimos eslabones. Lo usual, según me han explicado fiscales que han investigado el tráfico de personas en Arica, es que esa relación utilitaria se rompa cuando el objetivo de cruzar se ha logrado, pero hay algunos casos donde el vínculo se afianza. Y así es como se han dado situaciones en que venezolanos que alguna vez se iniciaron en la captación, tal como Alexánder ahora, terminan cumpliendo la función del coyote, yendo y viniendo por el desierto, para ganarse 20 dólares por noche.
“Él no viene a Chile a hacer daño ni hacer cosas malas, solo estamos buscando una estabilidad, un futuro”.
Fernando sabe cómo funcionan estas redes. Toda su familia vive fuera de Venezuela. El primero en dejar Maracay fue su hermano Miguel,27 beisbolista profesional, que en 2012, con 17 años, comenzó a jugar en las ligas menores de Estados Unidos, para los equipos de la franquicia de Los Angeles Angels, de Anaheim, en California. Todos los años, Miguel se iba tres meses a República Dominicana, donde hacía la pretemporada, y luego se integraba al equipo en Estados Unidos. Mientras duraba el torneo le daban un contrato por siete meses, le pagaban dos mil dólares mensuales, el hospedaje, la comida y los pasajes de ida y regreso a Venezuela.
En la familia todos eran fan de él, especialmente Fernando, que tenía una pequeña colección de estampitas con su cara, de las seis temporadas que jugó. En 2018, al finalizar el campeonato, lo despidieron. Antes de que le rescindieran el contrato pidió una extensión de la visa para su esposa, que ya vivía con él en California, y le encargó a Fernando que iniciara los trámites en Venezuela para que su hija, que estaba en Maracay, pudiese viajar a Estados Unidos.
Fernando necesitaba conseguir el acta de matrimonio y la partida de nacimiento de la niña antes que a Miguel le quitaran la visa laboral, que expiraría tras el despido, pero en ese tiempo el Servicio Administrativo de Identificación, Migración y Extranjería de Venezuela (SAIME) estaba intervenido por denuncias de corrupción. Específicamente, el director de entonces y su predecesor habían sido denunciados por sobornos y venta de pasaportes.28 La intervención provocó un atochamiento en las solicitudes que generó aun más corrupción.
“Tuvimos que pagar mucho para conseguir los papeles de la niña. Me acuerdo de que me puse en contacto con unos ‘asesores’ que me ayudaron a conseguir los documentos. Fuimos donde una de las personas que había sido despedida, que se había llevado los timbres para la casa. Ella nos hizo los certificados. Esa mujer era millonaria”.
Dos semanas después, la esposa de Miguel viajó a Venezuela a buscar a la niña y los tres se quedaron a vivir en California. Un año más tarde venció la visa de Miguel. Hoy están tramitando su regularización y trabaja repartiendo pedidos en su auto.
Fernando vio en las “asesorías” del SAIME la posibilidad de juntar dinero para salir de Venezuela y publicó un aviso en redes sociales ofreciendo sus servicios como intermediario. Hacía solicitudes para venezolanos que estaban en el extranjero o para quienes no tenían el tiempo de ponerse en la fila. Como el SAIME se había convertido en un servicio estresado, por no decir colapsado, Fernando descubrió que la página web en la que se ingresaban los datos estaba mucho más expedita en la madrugada y eso le daba ventaja para atraer clientes. Ganaba cerca de 10 dólares por trámite y lo que más juntó en un mes fueron 300 dólares. Nada de lo que hacía, sin embargo, era corrupción.
“Asesorar”, como le dice él a este oficio, era entonces una oportunidad laboral que parecía haber crecido junto con la diáspora. Es decir, un servicio honesto que fue masificándose a la par de la demanda de los migrantes: a mayor número de venezolanos en el extranjero o queriendo huir, mayor número de trámites por encargo. Pero lo cierto era que detrás de la prosperidad de este negocio no estaban los ingeniosos como Fernando, que había descubierto el horario con menos usuarios, sino los mismos funcionarios del SAIME, que adrede demoraban los trámites oficiales para así crear un mercado exprés, o VIP, en el cual ganaban miles de dólares en coimas por apurar los procesos. Dicho de otro modo: para saltarse la fila de espera. Fernando dice que nunca llegó a pagar por esos trámites.
Los segundos en dejar Venezuela fueron su papá, su mamá, su hermana y sus otros dos hermanos, uno mayor que él y otro menor, que cruzaron a Colombia y se instalaron a vivir en el Valle del Cauca. Dos meses después, Fernando salió rumbo a Chile. Él vivió su propia experiencia clandestina junto a Generoso, el mismo que hace algunos días ayudó a cruzar a Alexánder: el 9 de abril de 2019, Fernando atravesó a Colombia por el río Táchira. No por el puente Simón Bolívar, como lo hizo Alexánder hace unas semanas, sino por el mismo caudal.
“Era así como un desafío, porque todo el mundo trataba de no caerse. Generoso iba cargado de maletas de personas que no podían llevarlas. El camino no es tan largo. Son como veinte minutos. En la primera parte hay que subir piedras y esquivar el barro. Donde había charcos más profundos, ponían tablas y sacos de arena, para que uno brincara sin mojarse. Recuerdo que llevaba puestos unos zapatos blancos que me quedaron marrones”.
Fernando tenía una visa de responsabilidad democrática entregada por el gobierno de Chile, y aunque eso acreditaba que su paso por Colombia sería solo transitorio, la frontera estaba cerrada para todos los venezolanos menos para las embarazadas y los ancianos.
“Después atravesamos el río. Había varios cruces. Lo imaginaba más complicado, porque la corriente a veces crece y se lleva a las personas, pero estaba suavecita. Había muchos colombianos que viven de la trocha, que pedían colaboración. La gente dice que hay que darles plata, porque si no te secuestran. Todos tenían aspecto de malandros, así, sin franela [polera]. Tomé una foto y cuando llegamos a Cúcuta se la mostré a Generoso. Me dijo que menos mal que no me habían visto, porque hasta me podrían haber cortado la mano”.
Fernando cargaba solo una mochila. Adentro, además de su ropa, el pasaporte y los documentos del viaje, traía un recuerdo por cada persona que no quería olvidar: un corazón de conchitas que Alexánder le había enmarcado, la colección de estampitas de su hermano, una foto de su sobrina y una de su mamá. También traía una lonchera térmica con colaciones para el viaje: arepas, albóndigas y pollo frito.
“En Cúcuta es una locura: gente por aquí y por allá, corriendo. Me estresé tanto que me quería devolver a Venezuela. Mi hermano me había mandado de Estados Unidos el dinero para pagar el pasaje y en todos los Western Union había filas. Yo preguntaba desde cuándo estaban ahí y algunos me decían que llevaban dos noches esperando que los atendieran. De pronto vi que unos colombianos gritaban: ‘¡Western VIP! ¡Western VIP!’. Me acerqué a preguntar y ellos cobraban por pasarte primero, pero te quitaban una parte. Al final, tuve que hacerlo, porque mi autobús salía en la noche”.
En Cúcuta, Fernando se juntó con Norma,29 de 75 años, la mamá de la esposa de su tío. Ella, como es adulta mayor, pudo pasar por el puente del río Táchira, mientras Fernando lo cruzaba por abajo. Fernando pensaba venirse solo a Chile, pero su tío, que lo iba a recibir acá, le pidió que acompañara a su suegra. Esa noche ambos abordaron el bus y el 15 de abril llegaron a Santiago. Se instalaron en el piso 16 de un edificio en Independencia. Fernando se demoró dos días en encontrar empleo.
“Estudié gastronomía. Tengo rut temporario, una cuenta en el BancoEstado y residencia por un año. Quiero solicitar mi visa definitiva. Para eso necesito acumular ocho meses de imposiciones y recién llevo tres”.
Fernando vive los beneficios del inmigrante “legal”, la vida opuesta a la de Alexánder, la aspiración por la que todas las mañanas este se rearma en Tacna, luego de chocar una y otra vez contra la frontera, que ya no es solo un muro de papel, el desierto y la policía. También hay mafias.
“Ya necesito que esté aquí. Ha bajado de peso y tuvo que dar la ropa que tenía como parte de pago en el hospedaje. Hoy, con el favor de Dios, todo saldrá bien”.
23 de julio, conversación por WhatsApp
(04:20)
Alexánder: Misión fallida.
Fernando: ¿En serio?
Alexánder: Sí, un policía me dijo que ya me conocía, que tuviera cuidado si me pillaba otra vez. Estuvimos a un minuto de que llegara el taxi y nos agarraron.
Fernando: No jodas, qué ladilla, marico.
Alexánder: Mañana vamos a intentarlo por la puerta grande.
Fernando: ¿Cuál es la puerta grande?
Alexánder: Por el frente, pero en taxi.
Fernando: Alexánder, pero ya es demasiado.
Alexánder: Todos los días voy a intentarlo, porque quiero estar contigo.
Fernando: Ya vas por la octava vez.30 Lo que tienes que ver es qué están haciendo mal. Alexánder: Tú ves todo fácil, todo es cuestión de suerte, más nada. Pero bueno, allá tú, que yo soy el que estoy pasando roncha aquí. Fernando: Y tu suerte, ¿dónde la dejaste? ¿En Cúcuta? Alexánder: ¿Y tú? En vez de ponerte relajado te pones gafo [tonto]. Fernando: Es jodiendo, Alexánder. Alexánder: Sí, claro, ahora es jodiendo. Estamos hablando. La próxima vez que te escriba será cuando llegue a Arica. Fernando: Dale, pues, si eres gallo, muchacho. Si no me interesara no me quedaría hasta esta hora despierto esperando que escribas. Y sí, no me digas nada más. Ya vas a ver que lo lograrás, porque según tú, yo soy el que te tiene frenao.
(11:40)
Fernando: Buenos días, disculpa lo de anoche. Es que también estoy preocupado con esta vaina.
Alexánder: Tranquilo, tonto, está bien. Tú ni te imaginas cómo me siento, pero igual tengo muchas fuerzas para seguir adelante.
Fernando: Disculpa.
(21:09)
Fernando: Pasen hoy, chamo.
Alexánder: Vamos a esperar a ver. Hay que cuadrar bien todo.
Fernando: Bueno, mejor no digo nada más porque ahora yo soy el que está frenando la broma.
Alexánder: No eres tú, pero tomas una actitud que no es la correcta.
Fernando: No es eso, tonto. Yo sé que tú estás haciendo tu sacrificio por allá, pero yo también estoy haciendo un sacrificio aquí. Yo tampoco la he tenido fácil. Yo no te cuento nada para que tú no te sientas mal, pero hasta de peso he bajado por la pela [falta de dinero] que me estoy metiendo aquí. A veces como una vez al día, ni en Venezuela, pues. Me estoy matando y no joda, ando con los zapatos rotos, con la misma ropa, los mismos dos bóxer que me traje de Venezuela. Ya no tengo ni teléfono. Lo único que me hace sentir bien es que, coño, tú vas a estar bien aquí.
Alexánder: Yo sé que tú estás así porque yo estoy aquí, pero tranquilo que todo va a estar mejor.
24 de julio, conversación por WhatsApp
(11:08)
Fernando: Te mandé 50 soles. ¿Con eso pagas la habitación?
Alexánder: Sí, son 50 soles, porque somos siete y ninguno tiene.
Fernando: No jodas, ¿entonces no te alcanza para comida?
Alexánder: No, pero no importa, aquí yo veo.
(21:17)
Alexánder: Tuve que vender los zapatos para pagar la carrera de ahorita. La pobreza extrema.
Fernando: Alexánder, te dije que me avisaras si necesitabas algo.
Alexánder: Tampoco quería estar pidiéndote, porque sé que no tienes.
Fernando: Yo no tengo mucho, pero si necesitas yo resuelvo.
Alexánder: Lo importante es pasar.
Fernando: Cuando llegues cuadramos para comprar unos. Disculpa, yo te iba a mandar más pero tuve que pagar unas cosas y también hay que tener para cuando llegues a Arica.
(22:23)
Alexánder: [Manda una foto] Mira el gentío que se va.
Fernando: Así es mejor, verdad.
Alexánder: No sé, pero vamos con el chamo que se sabe la vía.
Fernando: Ay, pero esa gente hace mucho bulto.
Alexánder: Sí, eso es verdad.
Fernando: ¿De verdad son 7 horas caminando?
(06:36, del 25 de julio)
Alexánder: [Tres caritas llorando]
Fernando: ¿Qué pasó, niño?
Alexánder: Me están regresando para Tacna. Tantas veces que me agarraron, piensan que soy traficante de personas.
Fernando: No, niño, ¿en serio? ¿Y qué te dicen? ¿Muéstrales los papeles?
Alexánder: Tranquilo, ¡estoy en Arica!
Fernando: No te creo.
Alexánder: De pana, desde las 20:00 de ayer caminando. Y de paso con este niño. [Manda una foto del chico adentro de un auto, cuando iban rumbo al desierto, antes de cruzar a Arica].
Fernando: ¡Felicitaciones!
Alexánder: Fue la locura más grande de este mundo.
Fernando: Lo importante es que ya estás aquí.
Alexánder: ¿Cuánto me vas a mandar? ¿Me puedes pasar 80 mil? Para comprarle el pasaje a un pana.
Fernando: Mierda, niño, es que no los tengo. Voy a mandarte 55 mil.
Alexánder: Está bien, con eso alcanza.
(18:42)
Alexánder: Voy en la vía.
Fernando: ¿A qué hora llegas?
Alexánder: Mañana a las 22:00. ¿Tienes donde me pueda quedar?
Fernando: Yo te acompaño para donde mi amigo. Ya cuadramos un colchón y eso.
Alexánder: Está bien, tranquilo. La gente con la que estaba tiene seis meses aquí en Chile y se la pasan pidiendo y vendiendo caramelos y les va bien. Yo esta mañana salí sin zapatos del terminal de Arica y un taxista me dio unos azules, talla 43, y en la plaza una señora me dio un pan y un café.
Fernando: Qué locura. Aquí no quieren mucho a las personas que hacen eso, porque rayan a todos los demás. Más bien, la gente dice “gracias a Dios cerraron las fronteras, para que no entre el perraje de Perú y Ecuador”. Yo peleaba con todo el que decía eso, pero ya pasaste, que digan lo que quieran, jaja. Esta mañana casi lloré cuando me dijiste que te habían devuelto. Sentía que si te devolvían, ya no lo ibas a intentar más.
Alexánder: Fue una locura. Venía un gentío de venezolanos. Salimos a las ocho de la noche y no paramos de caminar. Los coyotes allá dicen que cuando ves la luz verde del faro, en el horizonte, ese es el lugar donde tienes que llegar. Se ve cerca, pero caminas y caminas y no llegas nunca. Antes de eso pasas los campos minados y de ahí para allá empiezan las montañas. Al cruzar el faro, tomamos a mano derecha, subimos y bajamos cerros, hasta que caímos en la playa. Ahí ya estábamos en Chile. Caminamos por la orilla, por la arena y por el mar, pasamos el aeropuerto y una academia militar. Para adelante no había alcabalas. Yo iba con un niño en brazos, de una venezolana que no podía más. Las olas eran fuertes, me llegaban a la rodilla. Cuando pasé a Arica se me quitó todo el cansancio y el sueño, de la emoción que tenía.
Fernando: Una cosa te fue llevando a otra y a otra, hasta llegar a la gente con la que sí ibas a cruzar.
Alexánder: Sí, fue una vaina de locos: hoy caminé como nunca en mi vida.
(21:32)
Fernando: Qué locura, casi un mes viajando.
Alexánder: Por donde vives tú, ¿hay un letrero que diga Santiago? Bien grande. Cuando llegue tengo que ponerme la pinta espectacular y tomarme la foto ahí.
Fernando: Por acá hay una plaza que dice Santiago.
Alexánder: ¿No has averiguado nada de si puedo trabajar?
Fernando: Cuando llegues hablamos de eso.
Alexánder: Ahorita acaban de traer la comida: espagueti con salsa de jamón. El señor me vio la cara y me dio dos bandejas.
Fernando: Mañana cuando llegues vamos a comer.
Alexánder: Ay, Dios, me da miedo vivir donde tu amigo. Prefiero dormir en un refugio, para que no hablen mal de ti.
Fernando: No, chico, él no va a hablar nada. Te cuento lo que me dijo: si, por ejemplo, la luz le sale 30 mil y ahora tiene que pagar 35 mil, nosotros le damos los 5 mil. Y así con el agua y el gas. La comida la podemos comprar aparte.
Alexánder: ¿Y cuánto le voy a dar mensual? Bueno, cuando tenga, porque por ahora no tengo nada, ni ropa.
Fernando: Ahí cuadramos para que compres algo.
Alexánder: Te vas a volver cuadro con tanta cuadradera.
Fernando: En Tarragona me van a pagar como 170 mil; en el restaurante 200 mil, porque ya me dieron 100 mil; más 50 mil que me va a dar otro amigo, son 420 mil. De ahí tengo que sacar 45 mil para el pasaje del mes; menos 140 mil que pago aquí donde mi tío; menos 30 mil que gasto en comida, nos quedan 200 mil.
Alexánder: ¿Podemos comprar ropa usada, barata?
Fernando: Aquí vemos qué te compras, tiene que ser un suéter.
Alexánder: Me gustaría conseguir trabajo rápido.
Fernando: Descansa después de tantas cosas. Mañana ya vas a estar aquí.
26 de julio, conversación por WhatsApp
(09:07)
Alexánder: Un señor me regaló 20 mil pesos. Aquí estoy con ellos. Les conté que era venezolano y que tenía un mes viajando.
Fernando: Verga, aquí quieren mucho a los venezolanos.
Alexánder: Primero me compraron un café y ahora me están pidiendo un desayuno.
Fernando: Jajaja… un churrasco. Eso es lo de ellos: churrasco italiano, ave palta, ave pimentón, barros luco, barros jarpa… Le ponen unos nombres a las vainas.
Alexánder: ¿Le puedes enviar 20 mil pesos a mi mamá, a Venezuela, y yo te los pago con esto que me dieron? Mi papá quedó sin trabajo y ahora tengo que responder por la familia.
(18:10)
Fernando: Mi amigo no me pudo dar la llave hoy y va a ser muy tarde cuando llegues para ir hacia allá. Nos vamos a quedar aquí.
Alexánder: ¿Aquí dónde?
Fernando: En el restaurante. Aquí hay un sofá y mañana nos vamos temprano para acompañarte allá y de ahí sigo para el otro trabajo. Yo igual te traje una cobija y eso.
Alexánder: Bueno, tú eres el que sabe. Me da pena quedarme donde ese amigo tuyo. ¿No hay por ahí un refugio para venezolanos?
Fernando: No seas tonto, ya vas a ver que se van a llevar bien.
Alexánder: Me da pena llegar a casa ajena y estar incomodando.
Fernando: Tranquilo, no va a pasar nada.
(20:40)
Fernando: Ya estoy en el terminal.
Alexánder: ¿En el que te dije?
Fernando: Sí, ¿sabes cuál es la compañía?
Alexánder: San Andrés.
Fernando: ¿Ya estás llegando? ¡Qué nervios!
Alexánder: No vayas a estar llorando y menos delante de la gente. Ya prendieron las luces. Creo que vamos llegando.
Fernando: Me sudan las manos.
Alexánder: Estoy emocionado.
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