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El pesimismo anti-masas fue una reacción de la filosofía europea que comenzó a gestarse a partir de 1830 frente al temor burgués hacia las turbas obreras y campesinas. Los efectos de la vida industrializada y el nuevo tejido social construido por el capitalismo parecían desbordar los pilares ideológicos de la Ilustración (racionalidad, progreso, democracia) frente al creciente igualitarismo social. El historiador francés y precursor del liberalismo político, Alexis de Tocqueville, proyecta la imagen de masas como una tiranía de las mayorías compuesta por sujetos ignorantes capaces de sacrificar la libertad en aras de la igualdad social18. La ingobernabilidad de las masas también es un tema recurrente en la obra del sociólogo inglés Herbert Spencer, quien señala que la masa está constituida por un grupo de adultos desadaptados que deben someterse a un estricto sistema educativo. La gimnasia, a su juicio, resulta un mal necesario ya que, pese a ser una actividad monótona, depende de reglas establecidas, fomenta la obediencia y el espíritu competitivo entre los niños antes de que enfrenten las dificultades de la exigente vida moderna19. Aunque escéptico sobre los efectos de la educación en las masas, el filósofo alemán Friedrich Nietzsche considera que la razón por la cual los individuos se agrupan en masas es debido a la pereza. En su visión, el éxito de la prensa radica en la flojera ya que los individuos prefieren asumir la opinión grupal antes que articular cualquier pensamiento propio20.
Para la mayoría de los pensadores liberales del siglo XIX, las masas tienden a confundirse con muchedumbres exaltadas y violencia colectiva de la plebe, cuya presencia en la vida pública amenazaba el orden burgués. Atento a las contradicciones del capitalismo industrial y al surgimiento del proletariado, el teórico alemán Karl Marx constituye una excepción ya que cuestiona dichas nociones liberales, advirtiendo que una de las condiciones necesarias para sublevarse contra las clases dominantes radica en la insoportable alienación de las masas desposeídas en un mundo de cultura y riquezas21. Marx entiende alienación como una separación mental entre la clase asalariada y los bienes producidos de su propio trabajo, los cuales no le pertenecen. En el caso de la prensa, por ejemplo, un tipógrafo no es el dueño de la imprenta ni de la revista producida en el taller donde trabaja, sino que recibe un salario en compensación por su labor. De este modo, la clase revolucionaria aparece no solo por el hecho de contraponerse a otra clase, sino que como representante de toda esa masa privada de las mercancías que fabrica. Asignando un lugar preponderante a la lucha de clases en la historia, Marx también cuestiona la prensa burguesa por tildar a la masa social, como “vil muchedumbre estúpida”. Advirtiendo el potencial revolucionario de las masas al momento de constituir su consciencia de clase, Marx sostiene que “es la burguesía la que tiene que temer la estupidez de las masas mientras siguen siendo conservadoras y su consciencia en cuanto se hacen revolucionarias”22.
La experiencia insurreccional de la Comuna de París en 1871 provocó un primer intento “científico” de los intelectuales burgueses por comprender la psicología de las masas realizado por el médico francés Gustave Le Bon, quien argumenta que las masas son un fenómeno psicológico por el cual los individuos están dotados de un “alma colectiva” (o “alma de la raza”, en algunas traducciones), de carácter impulsivo e irracional que les hace comportarse de manera completamente distinta a como lo harían aisladamente. Según Le Bon, al formar un grupo uniforme desaparecen las virtudes personales hundiendo lo heterogéneo en lo homogéneo23. El sociólogo italiano Scipio Sighele desarrolla planteamientos similares al analizar huelgas y disturbios obreros. Su planteamiento contradice a Marx al atribuir una supuesta capacidad hipnótica de la prensa para avivar la vorágine del populacho contra la autoridad24.
El debate sobre la psicología de masas se enriqueció gracias al neurólogo austriaco Sigmund Freud, quien propone que el surgimiento de las masas se explica mejor desde el inconsciente de los individuos. Freud argumenta que cada ser humano forma parte de muchas masas al tener distintas construcciones del yo25. Así, el juego constituye un ejemplo de aquellas construcciones al propiciar experiencias de frustración y goce, indispensables para el hombre civilizado, que, si se reprimen, estallan de manera desastrosa. El deporte, desde esta perspectiva, cumpliría una función social positiva, de contención emocional de las masas. Como discípulo de Freud, el psiquiatra marxista austriaco Wilhelm Reich alude al inconsciente psíquico de las masas en su controversial libro La psicología de masas del fascismo, en el cual explica el ascenso nazi no desde el carisma de Hitler ni las maniobras capitalistas de la burguesía, sino que a partir del estricto modelo familiar alemán. Para Reich habría sido la represión de los instintos sexuales infantiles más profundos lo que generó individuos frustrados dispuestos a compensar su frustración obedeciendo un movimiento autoritario de masas26.
Los acontecimientos políticos del primer tercio del siglo XX condujeron a un profuso debate filosófico sobre las masas. En 1930, Ortega y Gasset publica La rebelión de las masas esquivando las influencias del marxismo y el psicoanálisis, leyendo el advenimiento de las masas como una invasión en la cual las aglomeraciones son la expresión máxima de incultura. Cuando Ortega habla de masas no se refiere a la clase obrera, sino que al “hombre-medio” que representa la antítesis del humanista culto27. Para Ortega, el acceso de las clases populares a espacios reservados de la aristocracia desnuda la ignorancia de las masas, las cuales no gustan de espectáculos refinados y buscan la satisfacción en “los juegos del cuerpo”. A diferencia de los teóricos anteriores, Ortega reconoce el rol de los deportes en la constitución de las masas al señalar que los gustos populares se escenifican mejor en los estadios de fútbol que en los museos y al entender el espíritu deportivo como una metáfora del deseo humano28. La metafísica de Ortega se basa en la obra de dos historiadores interesados en la cultura física: en primer lugar, el historiador alemán Oswald Spengler, quien considera que la manifestación más evidente de la muerte de la cultura occidental es el periódico moderno, con la uniformidad que impone por sobre la riqueza ideológica del libro. A su vez, Spengler ve en los deportes una resurrección del pan y circo romano, especialmente en las peleas de boxeo, el cine y las apuestas29. En segundo lugar, el historiador neerlandés Johan Huizinga, quien define el juego como fundamento esencial en la cultura (y no de la cultura) en su obra Homo Ludens. Huizinga plantea que el juego constituye lo más serio de la existencia humana al crear un orden lúdico distinto al orden secular del deporte moderno30.
Si para la metafísica de Ortega, Spengler y Huizinga las masas representan la decadencia cultural de occidente, para los teóricos norteamericanos la cultura de masas simboliza el ejercicio pleno de los valores democráticos. La expansión social del entretenimiento y la adaptación tecnológica a nuevas formas de producción y consumo transformaron la “masa social” en “sociedad de masas” y la “muchedumbre” en “público”. Si para Spengler el libro es sinónimo de progreso y el periódico de incultura, para los teóricos norteamericanos el libro profundiza la segregación y el periódico facilita el intercambio comunicacional entre todas las clases sociales. A su vez, varios autores coinciden en que la sociedad de masas es una sociedad de consumo (no de producción). Así, la función de la cultura de masas sería la de alimentar el mercado y su resultado depende del diálogo entre oferta y demanda. Sociólogos liberales como Edward Shils rechazan la cultura de masas por la suposición de consumidores acríticos e indiferenciados, sustituyendo aquel término por el de “culturas del gusto”, en las que los receptores obtienen la cultura que desean de acuerdo a sus preferencias y no por imposiciones del mercado31. Otros como el canadiense Marshall McLuhan enfatizan que el medio en sí mismo –no el contenido que transporta– debe ser el foco de estudio con su fórmula “el medio es el mensaje”. Más atento al deporte que sus pares estadounidenses, McLuhan plantea que la compleja red de medios que aparece en el mundo de la comercialización es más fácil de observar en el mundo del deporte32. De esta forma, los mentores de una nueva conducta cultural masiva ya no son necesariamente la familia, el trabajo o la escuela, sino que los medios, los cuales ofrecen la primera posibilidad democrática de comunicación entre los diferentes individuos que componen el colectivo social.
El optimismo norteamericano sobre la sociedad de masas encontró una respuesta pesimista en la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt, un proyecto académico surgido durante el período entreguerras que combinaba las herramientas del marxismo y el psicoanálisis. El ascenso del nazismo provocó el exilio de los filósofos Max Horkheimer y Theodor Adorno a Estados Unidos. Tanto la experiencia totalitaria en Alemania como la cultura comercial de Estados Unidos inspiraron el concepto de “industria cultural” para referirse a la producción de mercancías culturales. Películas, programas radiales y revistas de entretenimiento caben en el mismo esquema de producción diseñada para restar autonomía de las masas33. Adorno y Horkheimer vinculan la racionalidad capitalista con los dispositivos de ocio donde Hollywood o el jazz pueden ser vistos como productos fabricados en cadena. Esta línea interpretativa describe la cultura de masas como esencialmente manipuladora ya que sobredimensiona la alienación con los productos culturales que consumen las masas. El resultado es un público despolitizado, incapaz de pensar por sí mismo o de generar cualquier crítica al statu quo. Si bien el trabajo de Adorno se centra en cine y música, también se refirió a los deportes en un ensayo de 1941, señalando que “el deporte moderno intenta devolver al cuerpo parte de las funciones que le ha arrebatado la máquina. Pero lo hace con el fin de educar tanto más despiadadamente a los hombres para ponerlos al servicio de la máquina”34. En base a este planteamiento, Gerhard Vinnai ve en el fútbol una industria cultural que consolida la explotación corporal y perpetúa la alienación del proletariado35.
Durante la segunda mitad del siglo XX es posible identificar interpretaciones de la cultura de masas desde el estructuralismo, una corriente centrada en la búsqueda de mecanismos sociales y lingüísticos a través de los cuales se produce el significado dentro de una cultura. A diferencia de los aparatos represivos del Estado que funcionan mediante la coerción, Louis Althusser plantea que tanto los deportes como los medios de comunicación reprimen disimuladamente a las masas como aparatos ideológicos del Estado. Así, la prensa adiestra a través de la censura y los deportes promueven el chovinismo con la finalidad de reproducir las relaciones de producción36. A partir de esta visión, un grupo de sociólogos franceses como Jean-Marie Brohm, Regis Marbleu, y el argentino Juan José Sebreli, ven el deporte como un mecanismo de adoctrinamiento de las masas37.
Una segunda lectura estructuralista proviene del sociólogo francés Pierre Bourdieu, probablemente uno de los escritores más prolíficos al vincular la teoría social con el deporte. En su obra La distinción de 1979, Bourdieu discute cómo los deportes marcan a los grupos sociales, por ejemplo, el porqué las clases trabajadoras tienden a participar en boxeo y fútbol mientras que las clases altas tienden a jugar golf y tenis38. Bourdieu destaca las experiencias de cada clase en las cuales el deporte inculca visiones de mundo y orientaciones de consumo. Sin embargo, al igual que en Althusser, el deporte juega un rol esencialmente reproductivo en la vida social ya que refleja fuerzas históricas más grandes en lugar de impulsarlas.
En respuesta a visiones reduccionistas, un diverso grupo de intelectuales etiquetados como posestructuralistas promovió la idea de que la cultura es un asunto inestable generado a partir de una pluralidad de textos que no pueden ser anclados en un significado determinado. Este grupo señala que los liberales norteamericanos no reconocen que la elección de la “sociedad de masas” es limitada y que la “cultura del gusto” no es ideológicamente pura ya que los artefactos culturales están integrados en un conjunto complejo de relaciones de poder. Los argumentos contra los teóricos de izquierda, especialmente Adorno y Althusser, aluden a la tendencia de ambos por exagerar la manipulación de la industria cultural y simplificar la docilidad del público ante la omnipresencia de los medios. A partir de 1970, al menos tres respuestas posestructuralistas amplían el debate sobre las masas gracias a tres productivos conceptos: lo simbólico, el poder y la hegemonía.
En primer lugar, la obra del sociólogo francés Edgar Morin otorga pistas para el estudio de formas simbólicas en la cultura de masas, definida como un “conjunto de dispositivos de intercambio cotidiano entre lo real y lo imaginario”. Según Morin, para estudiar la cultura de masas “es necesario disfrutar una película en el cine, seguir partidos de fútbol en la televisión, cantar canciones de moda, e identificarse con las fiestas populares”39. Si bien admite que la cultura de masas tiende a alienar, Morin duda que el proceso industrial sea el responsable. Si una película o canción de moda funcionan en el público es porque dan respuesta a miedos y esperanzas colectivas que ni la racionalidad capitalista logró satisfacer. Ahí radica la mediación que cumplen los medios en la cultura de masas: la comunicación de lo material con lo simbólico. Morin insiste en que los intelectuales de izquierda deben reconocer que la cultura de masas no se limita a un lavado de cerebro orquestado por las corporaciones de entretenimiento. Desde la antropología, una de las obras más destacadas en esta dirección es la del estadounidense Clifford Geertz, con su ensayo “Juego profundo: notas sobre la riña de gallos en Bali” de 1973. Según Geertz, lo que los balineses aprenden en la riña de gallos es “cómo se manifiestan simultáneamente el ethos de su cultura y su sensibilidad personal cuando se vuelcan en un texto colectivo”40. Así, las peleas de gallos no son simples eventos sociales, sino que expresiones dramáticas donde se construye simbólicamente la conciencia popular e identidad local pese a que ni siquiera sus propios participantes están plenamente conscientes del proceso social en el que están implicados.
En segundo lugar, la obra del filósofo francés Michel Foucault constituye un valioso aporte a la concepción de poder. En su libro Vigilar y castigar de 1975, Foucault argumenta que la violencia en la vida medieval europea fue sostenida por un vínculo metafórico entre los cuerpos individuales y los cuerpos colectivos, donde la mutilación y humillación corporal parecían respuestas idóneas a las revueltas masivas. Sin embargo, con la expansión de valores universales como la libertad e igualdad a partir del siglo XVIII, la idea del cuerpo social como entidad protegida por el Estado comenzó a dominar la vida occidental. La era de inquisidores y torturadores pasó a ser una era de nuevas organizaciones reguladoras del cuerpo que operaron mediante la vigilancia panóptica, la disciplina corporal y la producción de nuevos estándares de normalidad: la prisión, el manicomio, la fábrica, el hospital y la escuela41. Si bien Foucault no discute gimnasios o estadios, resulta lógico agregar sitios deportivos como espacios de disciplinamiento colectivo. De todos modos, historiadores como Georges Vigarello y Richard Holt argumentan que la gimnasia en las escuelas se convirtió en un intento de imponer actividades complejas en los cuerpos para controlarlos42. Pero a diferencia de posiciones marxistas, Foucault no ve estos desarrollos históricos como consecuencia de los intereses de una clase. Por el contrario, argumenta que en las formas de gestión corporal el poder tiene una forma capilar, que fluye a través del cuerpo social sin necesariamente depender de un grupo de interés en particular. En cierto sentido, la prensa moderna también contribuyó a esa docilidad del cuerpo al constituirse como un cuarto poder ya que, según Foucault, no existe relación de poder sin la constitución de un campo de saber. El periodismo deportivo, como nueva plataforma de saberes sobre el cuerpo, también es una institución reguladora de las masas especialmente al constituir su propio régimen de verdades43.
En tercer lugar, una de las respuestas más contundentes al estructuralismo proviene de los académicos británicos de la Escuela de Birmingham, quienes inauguraron los “estudios culturales” con la intención de elaborar una comprensión más matizada de la cultura sin minimizar el poder de la agencia humana. El camino elegido es revisar la obra del filósofo italiano Antonio Gramsci y su concepto de hegemonía, entendida no como la imposición de una clase dominante sino como la capacidad que tiene un grupo social de ejercer la dirección cultural sobre la sociedad en la medida en que representa intereses que las clases subalternas también reconocen como suyos. La hegemonía es un proceso dinámico y multidireccional (no de “arriba” hacia “abajo”) que implica compromisos entre el Estado y otros grupos mediante negociaciones que pueden resultar en victorias tácticas para las clases subalternas. El concepto de hegemonía rechaza la asimilación mecánica y automatizada de la cultura de masas. En lugar de considerarla como una desviación de la consciencia de clase, estos autores enfatizan las posibilidades de resistencia que se encuentran en los medios de comunicación masivos. Un autor pionero en esta dirección es Richard Hoggart, quien traza la forma en que la clase obrera inglesa conservó gustos, creencias y cierta independencia de la influencia de la prensa. Hoggart concluye que, pese a que los editores periodísticos recurren a valores tradicionales para atraer públicos masivos, la clase obrera no asimila de un modo mecánico los productos culturales, y en ocasiones, responde con indiferencia o apatía hacia ellos; no en el sentido de pasividad, sino que en base a “una capacidad de absorber lo que se quiere dejando que el resto siga su curso”44. Advirtiendo el impacto de los medios en la cotidianeidad popular, Hoggart no se ocupa de la producción cultural sino más bien de sus efectos en la experiencia de las masas. En la misma línea, Raymond Williams analiza la recepción del mensaje mediático en las audiencias. Si bien Williams considera que la noción de masas es limitada por su asociación con lógicas de manipulación, reconoce que la cultura masiva es una combinación compleja de elementos arcaicos (lo que sobrevive del pasado como rememoración); residuales (lo formado en el pasado, pero activo en el presente); y emergentes (lo nuevo, aparecido en instituciones y prácticas)45.
El enfoque de los estudios culturales permite concebir el deporte en la prensa como un terreno en disputa por la hegemonía46. La historia del deporte moderno, como otras áreas de la cultura de masas, es una historia de lucha cultural; y esa lucha se dio simultáneamente en clubes, estadios, gimnasios, y fundamentalmente, en los medios. El deporte, como elemento novedoso a fines del siglo XIX y más claramente visible en las primeras décadas del siglo XX, se consolidó como un espacio de confrontación simbólica relevante para la configuración moderna del periodismo chileno. Más importante aún, las revistas lograron conciliar elementos residuales de la cultura popular (imaginarios colectivos, costumbres locales, aspiraciones sociales) con elementos de la emergente cultura de masas e incorporar dichos elementos dentro de la cultura política chilena que edificó el Estado a mediados del siglo XX. Gracias a su mediación cultural, las revistas deportivas no fueron simples retratos de la cultura deportiva en desarrollo, sino que se constituyeron como actores colectivos relevantes para mediar las diferencias entre grupos de interés y reconciliar los gustos por una u otra práctica deportiva; una mediación que aseguró el consentimiento activo entre clases dirigentes y subalternas. La transformación histórica del deporte en espectáculo masivo, en el cual diversos grupos sociales experimentaron nuevas formas de ocio (comprar, leer o simplemente hojear una revista deportiva), requirió de una serie de resignificaciones semánticas por parte de productores y consumidores culturales. Ajustes que pueden describirse adecuadamente como operaciones hegemónicas y relaciones de poder en las cuales las revistas no impusieron visiones dominantes, sino que más bien, desplegaron una inédita capacidad polisémica para diversas audiencias. Al evitar el rígido mecanicismo que caracteriza las posturas pesimistas y sin caer en el optimismo de las corrientes liberales, el objetivo de esta historia cultural es el de analizar tanto la especificidad de las prácticas culturales como la forma en que dichas prácticas generaron efectos en el Estado y la sociedad civil.
Historias del deporte en América Latina y Chile
Las primeras historias del deporte latinoamericano fueron escritas por periodistas deportivos a mediados del siglo XX. Construidas en base a crónicas publicadas en la prensa periódica de cada país, estas historias se enfocan principalmente en estadísticas o anécdotas del fútbol más que en interpretaciones críticas de los deportes, con la excepción del cronista Mario Rodrigues Filho, quien tempranamente advirtió las tensiones raciales del fútbol brasileño47. Durante la segunda mitad del siglo XX, la historia del deporte no constituyó una preocupación seria para las instituciones académicas. La “frivolidad” típicamente asignada al deporte y la “ligereza” de los relatos periodísticos influyeron en este sesgo. Mientras algunos cientistas sociales e historiadores en Norteamérica y Europa comenzaban a desarrollar un interés en los deportes modernos alrededor de 1970, la actividad académica en gran parte de América Latina se encontraba interrumpida por las dictaduras cívico-militares. Los estudios de Norbert Elias y Eric Dunning en el Reino Unido o Allen Guttmann y Michael Oriard en Estados Unidos demostraron que el proceso de “deportivización” de los juegos populares, lejos de ser un fenómeno trivial en las sociedades modernas, se consolidó como un fenómeno histórico tan importante como el capitalismo, digno de ser estudiado a nivel global48. Solamente a comienzos de 1980, los deportes comenzaron a capturar el interés de investigadores argentinos y brasileños a medida que esos países comenzaban a transitar gradualmente a regímenes democráticos.
Inspirados principalmente por la antropología simbólica de Geertz, los cientistas sociales latinoamericanos pusieron atención al rol que jugó el fútbol en el proceso de construcción nacional e identidad local. Visto como un ritual colectivo, los primeros estudiosos del deporte vieron en el fútbol un reflejo de identidades masculinas, carnavalescas y patrióticas. La colección de ensayos de 1982 O Universo do futebol editada por el brasileño Roberto Da Matta es considerada el primer trabajo crítico de fútbol en la región. Le siguió el antropólogo argentino Eduardo Archetti con una serie de artículos publicados en la década de 1990 sobre el deporte argentino y su celebrado libro Masculinidades: fútbol, polo y tango en Argentina donde analiza la forma en que varias prácticas deportivas construyeron nociones de virilidad y argentinidad49. Archetti también explora la centralidad de revistas deportivas como El Gráfico de Buenos Aires, la publicación más prestigiosa del continente fundada en 1919 y recientemente finalizada en 201850. Tanto para Da Matta como para Archetti, el deporte es una arena dramática donde varios actores sociales despliegan y defienden sus identidades. Da Matta y Archetti legitimaron el estudio del deporte motivando a otros investigadores latinoamericanos a explorar dinámicas de imperialismo, dependencia y modernización en el deporte, especialmente a partir de una mirada interdisciplinaria, aunque predominantemente sociológica, antropológica e histórica51.
Paralelamente, un grupo de académicos anglo-parlantes contribuyeron a la investigación histórica del deporte desde 1980. La mayoría de estos trabajos se presentan como estudios latinoamericanos pese a que mayoritariamente revisan Brasil y Argentina. Trabajos como el de Tony Mason y David Goldblatt se sustentan en base al concepto de “imperio informal”, el cual describe la potente influencia económica y cultural británica en los puertos sudamericanos, ejemplificada con la publicación de periódicos ingleses52. El problema de estos estudios es su sesgo con respecto a la evidencia escogida (periódicos angloparlantes como el Buenos Aires Herald) así como también un excesivo énfasis en los “padres-fundadores” del fútbol sudamericano: agentes imperiales o locales conectados con el mundo británico, tales como Alexander Watson en Argentina y Charles Miller en Brasil. Una de las críticas a esta literatura apunta a que el énfasis en la dominación cultural británica ignora una serie de dinámicas locales que explican porqué otros deportes como el bádminton o el críquet no fueron exitosamente propagados en el continente53.






