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En Chile, la primera oleada de estudios académicos sobre deporte fue liderada por periodistas, abogados e historiadores durante la década de 1990. Los ahora clásicos trabajos de Edgardo Marín, Pilar Modiano y Cristián Muñoz siguen el modelo descriptivo careciendo de argumentaciones profundas sobre el fenómeno deportivo, privilegiando el registro anecdótico, estadístico y legislativo54. Publicadas con financiamiento de la Dirección General de Deportes y Recreación (Digeder), los trabajos de Muñoz y Modiano abordan la institucionalidad deportiva del siglo XX. Escasamente interesados en la visión de la prensa, estos trabajos concentran su mirada en la fundación de clubes y las primeras asociaciones deportivas. Modiano es la primera historiadora en trazar la difusión de los deportes, aunque sin ofrecer una explicación satisfactoria sobre porqué el tenis, el atletismo y la hípica fueron mayoritariamente practicados entre las clases altas a diferencia del fútbol que rápidamente concitó atención socialmente transversal. Precisamente, el fútbol acapara la mayor atención de los autores chilenos, ubicándolo como un reflejo de las transformaciones sociales y políticas del país55. Uno de los trabajos que mejor logra entrelazar el deporte con el modelo social imperante es el de los sociólogos Ricardo Trumper y Patricia Tomic. Según ambos autores, la clasificación de Chile al Mundial de Francia 1998, la consolidación del tenista Marcelo Ríos como Número 1 del Ranking ATP y el discurso en torno al velocista Sebastián Keitel (“el blanco más rápido del mundo”) fueron presentados como resultado de las políticas de libre mercado ya que, como triunfos atléticos internacionales, simbolizaban la competitividad de los productos chilenos exportados en el extranjero personificando la modernización neoliberal56.
Uno de los escritores chilenos más importantes es el sociólogo de la comunicación Eduardo Santa Cruz, quien ha realizado una amplia investigación sobre la historia del fútbol como entretenimiento de masas. Santa Cruz argumenta que el surgimiento de espectáculos deportivos masivos obedece a un proceso más generalizado de modernización del país. En particular, sugiere que la popularización del fútbol coincidió con el proyecto desarrollista e industrializador, en el que el Estado logró educar a las clases obreras para convertirlas en actores relevantes con responsabilidades y deberes ciudadanos57. El problema con respecto a las visiones de “modernización” e “industrialización” es que estos conceptos tienden a usarse como abstracciones cuyas influencias aparentes en el deporte se consideran evidentes o como un simple reflejo de los cambios producidos por la innovación tecnológica. Sin duda, la industrialización impulsó la expansión de nuevas oportunidades laborales e inició un movimiento generalizado del campo a la ciudad. Pero este contexto no explica la “apropiación” de ciertas prácticas deportivas y la “marginación” de otras. En su obra más amplia sobre prensa y sociedad, Santa Cruz sitúa la revista Estadio (1941-1982) como un actor cultural central del proyecto desarrollista58. Aunque Santa Cruz lee la prensa deportiva como un campo de fuerzas en disputa y no como una herramienta de manipulación social, su lectura está supeditada únicamente al contenido escrito, ignorando el rol mediador de las imágenes en la masificación del deporte. Resulta curioso, además, que Santa Cruz no dialogue con la historiografía que sí ha considerado el deporte dentro del análisis cultural. Por ejemplo, el académico alemán Stefan Rinke, quien sugiere que la emergente cultura de masas logró instalar gustos estadounidenses en audiencias chilenas a partir de 1920, contribuyendo así a la “norteamericanización” de los hábitos de consumo que perduraron durante la mayor parte del siglo XX. Rinke acentúa la influencia norteamericana por sobre otras culturas nacional-populares como la mexicana o argentina que también competían en la cartelera santiaguina de cines, música y deportes al igual que las películas de Hollywood, el jazz y las peleas de boxeo59.
A comienzos del siglo XXI, la historia del deporte a nivel internacional comenzó a abandonar las visiones de “modernización” para explorar temáticas de poder, representación y hegemonía al igual que los giros experimentados por toda la disciplina histórica60. La historia del deporte se consolidó como un campo serio de investigación gracias a la proliferación de sociedades académicas, conferencias y revistas internacionales. La nueva oleada internacional de estudios del deporte también contempló mayor atención con respecto al rol de las imágenes pavimentando el terreno para un “giro visual” superando el “giro lingüístico” que había caracterizado las corrientes estructuralistas y posestructuralistas61. Pese a ser una minoría en estas sociedades internacionales, los académicos latinoamericanos no estuvieron ausentes de esta transformación y la generación de núcleos regionales e interdisciplinarios posibilitó la edición de importantes publicaciones en perspectiva comparada. El boom de publicaciones coincidió con la celebración de mega eventos deportivos como el Mundial de Brasil 2014 y los Juegos Olímpicos de Rio de Janeiro 2016 con una serie de volúmenes colectivos dedicados al surf, capoeira y a sujetos históricos previamente marginados como las mujeres y los indígenas62. Brasil continúa liderando la investigación en estudios deportivos con abundante producción académica en portugués e inglés63. Victor Andrade es probablemente el historiador brasileño más atento a la prensa deportiva de Brasil al estudiar revistas como Gazeta Esportiva de São Paulo y Jornal dos Sports de Rio de Janeiro64. Similarmente, Argentina experimentó una explosión de historia deportiva con investigaciones sobre educación física escolar, gimnasia femenina y fútbol durante la era peronista y las sucesivas dictaduras militares. Estos trabajos evidencian una fuerte influencia de Foucault en tanto su objetivo no es únicamente historizar los deportes, sino también trazar el despliegue de saberes intelectuales en torno a instituciones reguladoras del cuerpo65. Por otra parte, historiadores como Matthew Karush y Julio Frydenberg exploran el lenguaje del tabloide Crítica de Buenos Aires, que durante la década de 1920 se consolidó como el de mayor tiraje en habla hispana. Según ambos autores, sus cronistas deportivos empleaban el sarcasmo y las caricaturas para comunicarse frontalmente con sus lectores, privilegiando el comentario picaresco en vez del relato pedagógico e ilustrado de El Gráfico66.
A diferencia de las consolidadas literaturas deportivas en Brasil y Argentina, Chile no posee un núcleo de estudios cohesionado y los pocos esfuerzos existentes obedecen a una historiografía que aborda tangencialmente los deportes. Tal es el caso de Thomas Klubock, quien demuestra que los deportes ayudaron a estructurar el tiempo libre de los mineros de El Teniente proporcionando una alternativa higiénica a otras formas de recreación como beber y apostar. A medida que se organizaron clubes y ligas, el fútbol no solo se transformó en un espacio de prestigio masculino, sino que también en un sitio donde se reforzaban lazos solidarios entre los trabajadores67. La visión del deporte como instancia de organización también es relevante en la investigación de Jorge Rojas Flores sobre niños suplementeros y venta de diarios a comienzos del siglo XX. Las actividades de clubes infantiles no se limitaban a competencias recreativas ya que sus dirigentes también expresaron estrecha vinculación con sociedades obreras y partidos de izquierda68. Si bien el deporte no constituye el eje narrativo de estos trabajos, tanto Klubock como Rojas ven el fútbol como un escenario de organización colectiva fructífero cuando otros espacios de organización formal no estaban permitidos. En ese sentido, el trabajo más exhaustivo sobre los usos contra-hegemónicos del deporte es el de Brenda Elsey en el cual explora la forma en que los clubes deportivos establecieron fuertes relaciones con organizaciones sindicales y partidos políticos, negociando políticas estatales y dando forma al activismo de la clase trabajadora a lo largo del siglo XX. La perspectiva de Elsey es particularmente sólida al describir dinámicas locales en clubes barriales e inmigrantes ofreciendo luces sobre cómo el fútbol reforzó identidades de clase, estereotipos raciales y relaciones de género69.
Si bien la historiografía chilena ha avanzado notoriamente en la historia de las mujeres y de manera gradual en los estudios de género, resulta sorprendente la escasa producción académica sobre deporte y masculinidades. La historia de las masculinidades sigue siendo un terreno levemente explorado en Chile, donde trabajos sobre violencia política, sexualidad, y las nociones de honor se alzan como los tópicos más relevantes sin contemplar el espacio deportivo como un lugar prototípico para la construcción de identidades masculinas70. Esta omisión historiográfica no es casual y obedece a la construcción masculinizada tanto de la disciplina histórica como de prácticas populares como el fútbol, ambas presentadas insistentemente como “actividades de hombres”. Los diversos enfoques interdisciplinarios del feminismo junto con la introducción de miradas interseccionales en historia y ciencias sociales plantean desafíos ineludibles a quienes busquen contextualizar la elaboración de narrativas masculinas y la concomitante fabricación del patriarcado chileno, ya sea a través del deporte u otras prácticas cotidianas y masivas71.
Pese a que la segunda oleada de estudios sobre deporte chileno aporta nuevos enfoques sobre fútbol y educación física, estos trabajos no logran establecer vínculos históricos entre el deporte, la prensa y las masculinidades72. Algunos esfuerzos recientes profundizan en las principales revistas deportivas chilenas del siglo XX, asociando la construcción de identidades regionales y raciales del norte de Chile a la revista Los Sports, así como también examinan la creación de un imaginario de clase media en el periodismo deportivo de la revista Estadio73. Otros trabajos exploran espacios de encuentro y divergencia a nivel transnacional con Chile al centro de problemas latinoamericanos como el mestizaje y el populismo. Estos últimos trabajos ven la construcción del cuerpo masculino no solo como esencial para la producción de arquetipos cívicos para la nación, sino que también como la personificación de proyectos de Estado74.
Historia cultural y texto periodístico
El deporte y los medios han estado históricamente asociados de tal manera que sería difícil construir la historia del deporte chileno sin reconocer su vínculo con los medios. Ningún historiador del deporte podría prescindir de la prensa para estudiar las repercusiones sociales de los Juegos Olímpicos o un Mundial de Fútbol, y al emplearla, sabe que tiene un material que expresa modos subjetivos de interpretar la realidad75. Pese a que la noción de comunicación no puede separarse a la de representación, en tanto ambas intentan plasmar ideas ausentes por medio de palabras e imágenes, la historia de la prensa continúa siendo un esfuerzo secundario dentro de la historia cultural76. Esta carencia responde a una persistencia epistemológica que contempla la prensa simplemente como una fuente documental y rara vez como objeto de estudio en sí mismo.
Como una historia cultural del relato deportivo, el libro enfatiza la importancia del texto periodístico, definido como una serie de fragmentos lingüísticos que construyen un orden discursivo simultáneamente real y representativo. La tarea de examinar revistas deportivas no solo requiere detectar regularidades discursivas empleadas para comunicar significados e intenciones, sino que también implica identificar los principios de organización subyacente y las discontinuidades en cada texto. Ahora bien, es pertinente aclarar que el texto periodístico emerge de un proceso colectivo en el cual se conjugan simultáneamente las ideas del autor, las variaciones en la diagramación, las formas de apropiación de los lectores, junto con dispositivos políticos, estéticos y mercantiles. A su vez, el lenguaje comunicacional está codificado por directrices editoriales y una serie de jerarquizaciones temáticas, incluyendo la variación en el tamaño de los titulares, tipos de letras, selección de portadas y disposición visual de la información. Los titulares, por ejemplo, cumplen una función enunciativa relevante al anticipar el contenido en pocas palabras de gran impacto emocional. La página editorial, por su parte, se ocupa en extenso de expresar la voz del medio donde el escritor produce un lenguaje descriptivo, pero a su vez crítico y asertivo.
Es precisamente en estos terrenos discursivos donde opera la disputa por la hegemonía cultural de los deportes, donde las posibilidades de contestación a la cultura de masas se hacen más inteligibles. De hecho, la producción de lo impreso y las prácticas de lectura se encuentran ligadas a la emergencia de un espacio crítico, o como plantea Jürgen Habermas, una “esfera pública” que opera como escenario propicio para la escenificación del conflicto entre Estado y sociedad civil77. Según el lingüista neerlandés Teun Van Dijk, el análisis crítico de medios expone operaciones hegemónicas a partir del examen de tres estructuras lingüísticas del mensaje mediático: léxico (la elección de palabras puede inducir a los lectores); sintaxis (la voz pasiva en oraciones periodísticas minimiza los actores); y figuras literarias (las metáforas explican un contexto de manera disimulada)78. Para el caso del periodismo deportivo no existe un texto deportivo estándar, sino más bien una mezcla de géneros y subgéneros que encajan en la rúbrica del deporte. Dichos textos toman la forma de segmentos estructurados en boletines de noticias, columnas de opinión, entrevistas en profundidad, estadísticas, chismes, caricaturas, fotografías, y primeras planas. A diferencia de la prensa diaria, que realiza una elaboración discursiva en el ámbito de la información cotidiana, las revistas constituyen sus discursos a partir de saberes especializados que buscan entretener, emocionar y establecer pautas culturales. El semiólogo francés Roland Barthes señala la importancia del lenguaje en las revistas de moda para asociar determinadas costumbres con jerarquizaciones sociales basadas en atuendos o vestimentas. La lectura barthesiana resulta útil para comprender la producción textual de una revista como un sistema de representaciones e impresiones subjetivas79.
Pero no todas las revistas deportivas emplean el mismo tipo de lenguaje comunicacional o buscan las mismas audiencias. De acuerdo a la categorización metodológica de Giselle Munizaga, existen tres tipos de revistas80. En primer lugar, las revistas que basan su producción en sistemas de creencias o conocimientos para representar doctrinas religiosas, comunidades científicas o corrientes artísticas. Su objetivo es la divulgación de saberes, así como también apuntar a una esfera de significación cerrada, unitaria y distinguible. Aunque puedan tener una distribución mercantil, no interpelan a un público como consumidor indiferenciado en tanto buscan nutrir su campo intelectual con una suficiente gravitación social.
Un segundo tipo de revistas está constituido por aquellas que basan su producción discursiva como plataforma de una organización social o política. Su acento no está en públicos masivos ni en un objetivo ideológico a largo plazo, sino más bien en la acción inmediata. Buscan movilizar y alinear lectores para reclutar nuevos miembros y lograr apoyo comunitario suscitando una imagen favorable de la institución que representa. Estas revistas no requieren de un campo intelectual, sino que uno impulsado por intereses reivindicativos expresados en formato llamativo, pero de bajo costo. Al no ser estrictamente competitivas, su circulación es limitada ya que solo necesita movilizar a lectores que se sienten identificados con sus contenidos.
El tercer tipo de revistas incluye a aquellas que apelan a un público masivo en base a una serie de saberes cotidianos que buscan entretener y educar a los lectores. Entre estas revistas están más comúnmente las de espectáculo, cuyo discurso se sostiene en íconos producidos por el cine, la música o el deporte. El hecho de que estas publicaciones no requieran de campos intelectuales cerrados y busquen maximizar ganancias mediante la venta de ejemplares, no implica que carezcan de perfiles ideológicos o reivindicaciones políticas. Sin embargo, a diferencia del segundo tipo, requieren de una sociedad con un mínimo nivel de masificación cultural y alfabetización para constituir públicos consumidores. Requieren también de un aparato empresarial que divida las funciones, así como también de bienes de capital (talleres e imprenta, equipos fotográficos, máquinas de escribir, etc.).
El libro concentra mayoritariamente su atención en la tercera categoría. De las revistas analizadas pueden identificarse dos tipos: un primer grupo de publicaciones de corta duración y baja circulación, editadas en las primeras décadas del siglo XX por empresas independientes y en talleres de bajo costo, combinando hábilmente el perfil ideológico con la búsqueda de públicos masivos; y un segundo grupo de revistas con mayores niveles de circulación editadas durante el segundo cuarto del siglo XX por la editorial Zig-Zag, empresa que para fines de la década del cincuenta monopolizaba el mercado editorial con doce revistas de entretenimiento. El estudio culmina en 1958 ya que, como plantea Alfredo Riquelme, el período entre 1958 y 1973 corresponde a un nuevo contexto de profesionalización de la actividad periodística y una ampliación democrática en el cual la hegemonía derechista de los medios fue desafiada por un conjunto de medidas que tendieron a posibilitar un acceso más extenso a la prensa81.
En el Chile de la primera mitad del siglo XX, las revistas deportivas entraron en la disputa por las audiencias durante el surgimiento de la denominada prensa de masas, la cual, según Guillermo Sunkel, estuvo organizada en base a dos matrices culturales: una ligada a educar a los sectores populares y representar sus intereses frente al Estado, típica de periódicos panfletarios de los años cuarenta como El Siglo o Frente Popular (matriz “racional-iluminista”); y otra más rica en imágenes y sensibilidades populistas, presente en tabloides amarillistas de los cincuenta como Las Noticias Gráficas y Clarín (matriz “simbólico-dramática”). Para Sunkel, esta prensa sensacionalista, con fuerte énfasis en la cobertura de sucesos deportivos, nació precisamente como “popular” porque era accesible a públicos previamente excluidos por la cultura oficial82. La investigación de Sunkel es fundamental para comprender que las revistas deportivas oscilaron entre una matriz racionalista y una dramática al emplear la visión tradicional del periodismo “serio” simultáneamente interpelando la subjetividad de los lectores por medio de informaciones deportivas. Es por esto que fotografías, publicidad y caricaturas resultaron cruciales para representar las aspiraciones de las masas y el deporte como un espectáculo más cercano a públicos analfabetos y semialfabetos83. Por ende, existe la necesidad de analizar las formas en que las narrativas deportivas, con un significado pluralmente inteligible, se extendieron a temas más amplios que el propiamente deportivo.
Si bien la historiografía chilena sobre prensa ha avanzado considerablemente en las últimas dos décadas, reconociendo el surgimiento del segmento deportivo en la prensa diaria a inicios del siglo XX, la historia cultural tiene una deuda con las revistas deportivas84. Por un lado, es incomprensible que los estudios de medios no contemplen la aparición de la prensa moderna sin referirse a los deportes; por otro lado, es menos entendible que los estudiosos del deporte no consideren el rol de los medios como facilitadores de la masificación deportiva. En general, estos dos campos culturales están entrelazados en todos los niveles. Los propietarios de revistas deportivas a menudo organizaban eventos deportivos y muchos atletas y futbolistas se convirtieron en destacados cronistas, y lo más importante, el público para estos entretenimientos estaba compuesto por audiencias similares. Dado que la historia oral y los registros radiales no son opciones viables para este período, el libro depende ampliamente de textos escritos para trazar los debates que giraron en torno a la cultura de masas. Las secciones de “concursos para suscriptores” y “cartas al director” permiten que algunas voces de lectores y deportistas se transmitan, a pesar de que estas voces también están cuidadosamente mediadas. Finalmente, este libro no ofrece una historia cultural de todas las revistas deportivas chilenas. La producción de cultura de masas en este periodo estuvo dominada casi por completo por Santiago y ocasionalmente Valparaíso. Si bien la recepción de estos productos culturales en el norte o sur del país es un importante objeto de estudio, escapa del alcance de este libro.
Esta historia sobre revistas deportivas chilenas se organiza en cuatro capítulos, los cuales giran en torno a cuatro períodos significativos tanto para la historia política chilena como para el desarrollo del deporte nacional. El primer capítulo, “Caballeros, señoritas y científicos: ideales socioculturales y discursos atléticos en las primeras crónicas deportivas chilenas, 1899-1917”, analiza la incipiente cobertura informativa de algunos pasatiempos al aire libre y el abundante debate sobre educación física en las primeras revistas deportivas, incluyendo Chilian Sport & Pastime, el semanario misceláneo Zig-Zag, El Sport Ilustrado, El Sport y Variedades, El Sportman, Sport i Actualidades, y El Ring. El capítulo propone que los primeros cronistas elaboraron complejos relatos culturales sobre las implicancias sociales de la hípica, el fútbol, la educación física y el boxeo, con el fin de reafirmar identidades burguesas, proletarias, patrióticas, femeninas, extranjeras y fundamentalmente modernas.
El segundo capítulo, “¡Formemos espartanos chilenos! Auge y caída de las revistas deportivas durante el alessandrismo e ibañismo, 1923-1931”, explora el discurso de las revistas Los Sports y Match frente a los intentos por articular un programa nacional de educación física. El capítulo sostiene que, pese a que Arturo Alessandri (1920-1925) y Carlos Ibáñez (1927-1931) impulsaron una inédita agenda legislativa, sus administraciones no lograron materializar sus planes deportivos en la sociedad civil. El intenso reformismo de la década muestra que los deportes fueron un tema relevante para la prensa y las autoridades, especialmente para Ibáñez, quien promocionó una serie de iniciativas para centralizar la administración deportiva. Fuera de la esfera estatal, el ascenso del deporte como entretenimiento de masas abrió importantes espacios para debatir sobre la identidad mestiza de los chilenos y la idoneidad del deporte femenino.
El tercer capítulo, “Gobernar es ejercitar: de la mediatización del espectáculo de masas a la estatización de las demandas deportivas, 1933-1946”, estudia la representación del deporte chileno en un diverso grupo de revistas como Don Severo, As, y Crack, cuyos lineamientos editoriales sobrepasaban la información deportiva al mezclar periodismo deportivo, de espectáculos y análisis político. Mediante historias y relatos sencillos, la nueva generación de cronistas deportivos surgida tras la crisis del treinta construyó un espectáculo masivo sustentado en un mundo de celebridades del fútbol, tenis y otros deportes, cuyas vidas privadas se transformaron en tópicos relevantes para la modelación de comportamientos cívicos. El capítulo propone que, con la aparición de Deporte Popular y Estadio en 1941, el discurso en “defensa de la raza” alcanzó una dimensión política relevante en la esfera pública, especialmente durante los gobiernos de Pedro Aguirre Cerda (1938-1941) y Juan Antonio Ríos (1942-1946), constituyéndose como parte integral de la agenda social del Frente Popular.
El cuarto capítulo, “El deporte como asunto de Estado: columnistas, fotógrafos y dibujantes frente a la política deportiva y la cultura de masas, 1945-1958”, examina en profundidad el texto periodístico de la revista Estadio, la más duradera de la historia de Chile, poniendo especial atención al debate en torno a las políticas deportivas promovidas por el Estado y la definitiva masificación de los deportes. El capítulo afirma que Estadio progresivamente abandonó la “defensa de la raza” como discurso hegemónico para convencer a las autoridades de abogar por el bienestar de las clases trabajadoras, hacia un posicionamiento editorial más escéptico y cauteloso sobre la irrupción de las masas. Si bien Estadio veía en las concentraciones masivas de hinchas y aficionados al deporte un ejemplo de las conquistas sociales de las clases trabajadoras, los periodistas deportivos prontamente alertaron que el fervor popular del fútbol podía desencadenar fuerzas insospechadas y conducir a maniobras autoritarias por parte del Gobierno y que las masas constituían una potencial amenaza para la estabilidad democrática del país. Los cronistas deportivos objetaron la rebeldía masculina y reafirmaron un modelo social patriarcal que enfatizaba la abstinencia y los lazos domésticos, con los futbolistas y las atletas como pilar heteronormativo de este modelo.






