Franquismo de carne y hueso

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Tiempo después, Robert Gellately ahondó en la cuestión del colaboracionismo con las autoridades nazis por parte de los alemanes de a pie, que no solo habrían sido conocedores de las atrocidades cometidas en los campos, sino que incluso habrían mostrado una actitud, si no entusiasta, al menos sí positiva, siendo muy pocas las voces críticas. El autor habló de un consenso más activo que pasivo que habría sido evidente a partir de 1933, si bien siempre como actitud interrelacionada e inseparable de la represión practicada por la dictadura. Entre las razones que habrían llevado a los alemanes a apoyar el nazismo apunta al descrédito en que había caído la República de Weimar o al deseo de acabar con las altas tasas de delincuencia, de restaurar la ley y el orden y de volver a los valores conservadores y tradicionales. Habló también de la existencia de «zonas grises» o actitudes sociales intermedias entre el consenso y el disenso.16
De entre todos estos historiadores, el que más éxito ha cosechado ha sido Ian Kershaw, que ha ahondado en la opinión popular sobre el terror nazi. El autor llega a la conclusión de que durante la Segunda Guerra Mundial la «cuestión judía» no estuvo entre las principales preocupaciones de la inmensa mayoría de los alemanes. Según Kershaw, existía una importante animadversión hacia los judíos que hizo que la mayor parte de la población no judía viese con indiferencia y hasta con aquiescencia las medidas discriminatorias e incluso las que implicaban el uso de la violencia. Y, aunque no compartieran una medida tan extrema como la «Solución Final», lo cierto es que esta no habría sido posible sin todas las normativas antisemitas previas, bien conocidas y aceptadas, ni sin la generalización de actitudes de apatía e indiferencia al respecto.17 Más recientemente, Nicholas Stargardt ha vuelto sobre esta idea, remarcando que los alemanes eran buenos conocedores de cuanto estaba sucediendo con los judíos, pero que este asunto no estaba entre sus principales preocupaciones, centradas en el desenlace de la contienda mundial.18
Por su parte, en la Francia de Vichy (1940-1944) el relato ortodoxo sobre la resistencia fue por primera vez puesto en cuestión por Robert Paxton. Este autor vino a señalar que, al menos hasta 1943, muchos franceses apoyaron al régimen del mariscal Pétain, calculando que los resistentes no habrían representado más de un 2 % de la población adulta francesa. A aquellos trabajos les seguirán los de Pierre Laborie sobre la opinión popular de los franceses y, años después, los del historiador Robert Gildea, que se refirió al extendido y sacralizado relato del «buen francés» o resistente, por contraposición al del «mal francés» o colaboracionista, a los que vendría a sumarse el del «pobre francés», aquel que concentró sus esfuerzos en sobrevivir desentendiéndose de los avatares políticos.19
Entre los trabajos que han abordado el periodo de la Rusia estalinista (1928-1939) desde la perspectiva de la historia de la vida cotidiana destacan los de Sheila Fitzpatrick. Esta historiadora ha profundizado en las relaciones que se establecieron entre el Estado y la sociedad tanto urbana como rural, así como en las prácticas resistentes de la población.20 También se han publicado trabajos centrados en las actitudes sociopolíticas de la población de la República Democrática Alemana, entre los que sobresalen los de Fulbrook, que exploró las relaciones entre dominación, complicidad y disenso durante las cuatro décadas de dictadura socialista. Las investigaciones sobre el Estado Novo de Salazar tampoco han sido ajenas a esta tendencia historiográfica. E incluso se han hecho estudios en este sentido para regímenes no europeos como la dictadura de Videla en Argentina (1976-1983).21
En definitiva, la historiografía europea que ha hecho suyos los planteamientos de la historia de la vida cotidiana se ha centrado, sobre todo, en las actitudes sociopolíticas de la población bajo las dictaduras de entreguerras. Y, más concretamente, en las resistencias cotidianas, la recepción de las políticas del «consenso» y la colaboración de la gente de a pie en la represión orquestada por estos sistemas políticos. Sin embargo, la perspectiva de la historia de la vida cotidiana ha sido mucho menos explorada y exitosa en el caso del régimen de Franco. Los trabajos sobre la España franquista han tendido a seguir la estela dejada por los historiadores europeos de la Alltagsgeschichte especializados en la Alemania nazi o la Italia fascista, que en cierto modo han actuado de vanguardia historiográfica.
1.1 El estudio de la cotidianeidad bajo el franquismo
En el caso de la España franquista (1936-1975) la historia de la vida cotidiana ha tenido escaso recorrido, como indica el reducido número de obras que incorporan la palabra en el título. Y, aun en esos casos, esta perspectiva teórico-metodológica ha sido quizá más nominada que profunda y rigurosamente trabajada. No obstante, desde finales de los años setenta y durante los ochenta y noventa se publicaron algunos trabajos reseñables. Uno de los primeros en llevar al título de su trabajo la noción de «vida cotidiana» fue Rafael Abellá, autor de dos volúmenes dedicados a la cotidianeidad durante la Guerra Civil en cada uno de los bandos y de un tercero centrado en la dictadura de Franco. Estos trabajos pioneros constituyeron un loable esfuerzo por abordar los aspectos cotidianos de la sociedad española, pero adolecían quizá de tomar poco en consideración las preguntas que suscitaban mayor interés historiográfico.22
En 1995 se publicaba en la revista Ayer un dosier dedicado a «la historia de la vida cotidiana», coordinado por Luis Castells, que podría considerarse como uno de los principales impulsores de esta corriente en España. En él tan solo se incluía un trabajo relativo al régimen franquista a cargo de Pilar Folguera que se concentraba en los primeros años de la dictadura. Pero también se recogían estudios de carácter teórico-metodológico sobre la Alltagsgeschichte, incluyendo uno firmado por Alf Lüdtke.23 Pocos años después Castells coordinó un nuevo volumen sobre la vida cotidiana, esta vez dedicado al País Vasco contemporáneo. En la introducción de aquella obra el autor admitía que la observación de lo cotidiano «hace diáfano lo que en ocasiones queda borroso y nos proporciona una imagen más cercana y visible de la historia de las gentes», contribuyendo al conocimiento de sus hábitos y costumbres.24
Como ocurriera en la historiografía europea, en España la historia de la vida cotidiana ha ido de la mano del estudio de las actitudes sociopolíticas de la población. Los primeros trabajos que adoptaban esta perspectiva aparecieron a finales de los años ochenta inspirados por la historiografía alemana y, sobre todo, italiana, si bien hacían hincapié en las peculiaridades del franquismo y de la sociedad sobre la que se impuso. Los trabajos en este ámbito han ido la mayoría de las veces ligados al estudio de los apoyos sociales de la dictadura y se han centrado sobre todo en el primer franquismo. Así, aunque en los últimos años ha empezado a ponerse la mirada en las etapas posteriores del régimen, continúa existiendo un importante vacío en lo referente a las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta. Entre los pioneros en abordar el tema del consenso bajo el régimen de Franco estuvieron De Riquer, para el caso catalán, Moreno Luzón o Calvo Vicente.25
La historiografía catalana fue de las primeras en explorar, en los años noventa, las posibilidades de la categoría «consenso», si bien no hizo el suficiente hincapié en las actitudes sociales intermedias, presentando un panorama con escasos matices y tendente a la bipolaridad. Estudios como los de Barbagallo o los de Molinero e Ysás pusieron de manifiesto que el franquismo contó en la región con el apoyo mayoritario de la burguesía catalana, temerosa de la revolución social, así como de los sectores católicos. No obstante, las actitudes de rechazo propias de las clases trabajadoras y de las clases medias intelectuales y catalanistas estuvieron más extendidas, pese a que prácticamente no hubiera expresiones de resistencia abierta debido a la fuerte represión y al generalizado miedo en los años cuarenta. Conxita Mir, por su parte, estudió el mundo rural catalán de posguerra, centrándose sobre todo en los procesos represivos y en las resistencias cotidianas. Para este mismo marco espaciotemporal Jordi Font puso de relieve el gran potencial de las fuentes orales a la hora de esclarecer las percepciones de la población del agro acerca de la dictadura. En uno de sus trabajos en Historia Social este autor se refirió a la historia de la vida cotidiana como «una herramienta muy útil para averiguar el grado de eficacia de la dictadura para imponer su dominio».26
Fue a finales de los años noventa cuando el conocido como «Proyecto Valencia» marcó un antes y un después en este ámbito historiográfico. Sus principales investigadores, Saz y Gómez Roda, atendieron a la evolución de las actitudes sociales a lo largo del periodo dictatorial, paralela a las transformaciones económicas y políticas. Los autores concluyeron que el importante desarrollo económico de la región valenciana desde finales de los años cincuenta y, sobre todo, a comienzos de los sesenta le habría granjeado al régimen franquista el apoyo de las clases medias profesionales, contribuyendo así a ampliar su base de consenso.27 Otros historiadores que han trabajado sobre este tema han sido Ángela Cenarro, que hizo hincapié en la violencia como pilar en que se sustentó el «Nuevo Estado»; Antonio Cazorla, reticente a usar la categoría «consenso» al referirse al franquismo; o Francisco Sevillano, que defendió que el «Nuevo Estado» combinó el ejercicio de la violencia con sus esfuerzos por generar consenso.28
Para el mundo rural de Andalucía Oriental destacan los trabajos de Francisco Cobo y Teresa Ortega, centrados en el estudio de los apoyos sociales al franquismo, que han mostrado la heterogeneidad de grupos sociales que se sintieron atraídos por las promesas de paz, propiedad, orden y justicia social de la dictadura. Por su parte, Miguel Ángel del Arco y Peter Anderson han destacado que la represión no vino solo «desde arriba», sino que los ciudadanos comunes jugaron un importante papel en la misma.29 Para este mismo ámbito, y más concretamente para la provincia de Almería, Óscar Rodríguez ha tratado en sus investigaciones las prácticas de resistencia en la década de los cuarenta. También en Galicia se ha avanzado mucho en este terreno, con importantes estudios sobre el ámbito rural como los de Ana Cabana, que ha hecho hincapié en los conflictos y en las resistencias, o los de Daniel Lanero, que ha transitado la todavía poco explorada senda de las políticas sociales de la dictadura.30
Los trabajos más recientes sobre las actitudes sociopolíticas bajo el franquismo han sido llevados a cabo por una generación más joven de historiadores que han leído sus tesis doctorales en los últimos años. Entre ellos, Claudio Hernández, que ha ahondado en la existencia de una amplia y mayoritaria «zona gris» en Granada integrada por aquellos que no eran ni opositores ni adeptos; Irene Murillo, quien se ha centrado en las resistencias femeninas en la Zaragoza de posguerra; Carlos Fuertes, que ha trabajado entre otras cuestiones la recepción de las políticas educativas franquistas en Valencia o, en fin, Estefanía Langarita, quien ha profundizado en los apoyos sociales y la construcción de la dictadura en Aragón.31
Este libro incorpora todos estos nuevos debates, enfoques y perspectivas que, asumiendo las tendencias internacionales para el estudio de los regímenes autoritarios, han renovado de manera sugestiva y original las preguntas sobre el periodo franquista. La historia de la vida cotidiana ha demostrado ser de gran utilidad para esclarecer las actitudes sociales de la población que vivió en dictadura, de sus prácticas de resistencia frente al poder y de la forma en que recibieron las políticas de consenso del régimen. El presente volumen parte de todas estas premisas, a la vez que trata de ir más allá en lo que respecta a los aspectos cualitativos y a la dimensión sociocultural, en los que hace especial hincapié. Al tiempo, maneja una gran carga empírica y aplica una amplia cronología que abarca desde los años cuarenta hasta los setenta, lo que permite atender a la evolución de la política popular a lo largo de las décadas. De esta forma, esta obra pretende contribuir a una mejor y más profunda comprensión de la, todavía en muchos aspectos desconocida, dictadura de Francisco Franco.
2. LAS «TEXTURAS» DE LO COTIDIANO. La Alltagsgeschichte y sus fuentes
Aunque durante mucho tiempo la historia de la vida cotidiana o Alltagsgeschichte fue despectivamente vinculada con el estudio de lo costumbrista, lo trivial o lo banal, hoy en día ha logrado desprenderse de todos aquellos prejuicios. Como explicara Hernández Sandoica, la historia de la vida cotidiana «no se refiere (o no debe referirse) a los aspectos anecdóticos de la vida diaria».32 Entre otras cuestiones, esta perspectiva historiográfica permite conocer la «microfísica del poder» y las «relaciones extraoficiales de poder» atendiendo a las prácticas cotidianas que conciernen de algún modo al Estado.33 Además, el prisma de lo cotidiano se revela como el más indicado para descubrir cómo se concretan las continuidades y las discontinuidades del proceso histórico en las vidas de los hombres y mujeres «normales y corrientes», así como las implicaciones que tuvieron para ellos en su día a día. Asimismo, la adopción de esta perspectiva ofrece la posibilidad de recuperar la particular «cosmovisión» de la gente de a pie, esto es, los parámetros culturales que configuraban su particular universo cotidiano. En otras palabras, los valores y significados que confirieron al microcosmos en el que actuaban y tomaban decisiones, y que configuraban su visión del mundo.34
En palabras de Franco Crespi, la cotidianeidad tiene que ver con «la exaltación del calor de las cosas simples de la vida, del carácter tranquilo de la vida cotidiana con respecto a las tensiones y los riesgos de los momentos excepcionales».35 Sin embargo, este libro entiende la compleja noción de lo cotidiano, no solo como lo ordinario del día a día, sino también como lo extraordinario que viene a romper la «normalidad» y como la relación que se establece entre ambos. Para el caso de la Alemania nazi, Bergerson ha escrito que «la vida cotidiana durante el Tercer Reich no puede caracterizarse como normal o anormal, integradora o alienante. Normalidad y anormalidad, comunidad y sociedad, no son categorías objetivas sino experiencias subjetivas producidas a través de mecanismos culturales».36 Por tanto, no resulta sencillo delimitar qué es ordinario y qué extraordinario, o qué es normal y qué anormal en el día a día de una dictadura como la franquista durante la que todas estas concepciones quedaron trastocadas. El «anormal» régimen de Franco acabó por «normalizarse» a base de perdurar. Y episodios en otros momentos «extraordinarios» como las pequeñas operaciones estraperlistas devinieron «ordinarios» en los años de posguerra a base de repetirse día tras día.37
En primer lugar, la historia de la vida cotidiana guarda un estrecho vínculo con la nueva historia cultural, que surgió con fuerza a mediados de los años noventa tras el llamado «giro cultural» y que eclipsó a la historia social más clásica.38 El interés de esta corriente historiográfica ha estado del lado del estudio de las mentalidades, las subjetividades y las identidades tanto individuales como colectivas, así como de las representaciones e imaginarios, y de las construcciones discursivas y simbólicas, que –junto a las realidades materiales objetivas– resultan cruciales a la hora de reconstruir el universo cotidiano de las clases populares. Todos estos elementos adquieren significados plurales, por lo que existen multitud de aproximaciones posibles, como las que se hacen desde la historia, la sociología o la antropología. Es precisamente de estas dos últimas disciplinas de donde proviene la noción de «cultura» que manejamos aquí, entendida como «todo el modo de vida» de un pueblo. O, en otras palabras, como «la urdimbre de significaciones atendiendo a las cuales los seres humanos interpretan su experiencia y orientan su acción». Por tanto, la cultura engloba tanto la «alta cultura» como la «cultura popular» (o folclore) y se configura bidireccionalmente, tanto de arriba abajo como de abajo arriba.39 Asimismo, nos resultan de gran utilidad conceptos como el de habitus de Bourdieu, esto es, el conjunto de disposiciones o esquemas mentales que codifican la manera de ser y estar en el mundo de cada grupo social que son «naturalizados» y asumidos de manera inconsciente.40
En segundo lugar, este enfoque teórico-metodológico permite acceder a la política popular a través de lo cotidiano o, en otras palabras, atender a las múltiples formas en que lo político atraviesa contextos cotidianos como el del trabajo, la alimentación, el ocio, o la religiosidad y las festividades populares. Para ello resulta imprescindible comprender la esfera de lo político en un sentido lato que trascienda la política formal, caso de la pertenencia a un partido u organización sindical, y englobe las múltiples «formas de hacer política» de «los de abajo». Ello resulta especialmente cierto si tenemos en cuenta que bajo un régimen dictatorial como el franquista no puede hablarse de la existencia de una «esfera pública» propiamente dicha. No obstante, ello no significa que todos los actos cotidianos de la gente «corriente» tuvieran connotaciones políticas, por lo que debemos evitar caer en el extremo contrario, el panpoliticismo, que acaba vaciando de contenido esta categoría analítica.
Tercero, y en el caso concreto de la dictadura de Franco, la aproximación de la Alltagsgeschichte abre la posibilidad de analizar la problemática relación entre el Estado franquista y la sociedad sobre la que se impuso: los momentos dulces y los episodios críticos por que atravesó, y cómo, cuándo y por qué se acabó deteriorando sin posibilidad de continuidad tras casi cuatro décadas de entendimiento. Por ejemplo, esta perspectiva resulta útil a la hora de observar las pequeñas acciones de resistencia cotidiana puestas en marcha para desafiar al poder franquista. Asimismo, permite dilucidar las formas en que las políticas y los discursos franquistas fueron recibidos por la población «a ras de suelo»: cuáles les resultaron atractivos, cuáles repudiables y cuáles otros indiferentes.
Cuarto, frente a la rigidez de los enfoques estructuralistas, la Alltagsgeschichte se caracteriza por su flexibilidad y dinamismo a la hora de abordar la forma en que los individuos experimentaron el proceso histórico. Como explicara uno de sus principales representantes, Alf Lüdtke, «los hombres hacen su historia en unas condiciones dadas, ¡pero la hacen ellos mismos!».41 Esta corriente historiográfica enfatiza la autonomía de los sujetos y relativiza los límites estructurales que los constriñeron en su quehacer cotidiano. La historia de la vida cotidiana pone el foco sobre los hombres y mujeres «comunes» que durante largo tiempo fueron desatendidos y marginados por la historiografía tradicional. No se trata de negar la capacidad del Estado para condicionar la vida de los individuos, máxime en el caso de regímenes coercitivos y violentos como el franquista, sino de reconocer que los sujetos estuvieron en condiciones de negociar con el poder muchos aspectos de su cotidianeidad. En palabras de De Certeau, pese al poder de las estructuras, los individuos son capaces de poner en marcha prácticas o «maneras de hacer» cotidianas con las que se reapropian del espacio de forma «creativa».42
En línea con lo anterior, este libro trata de subrayar el papel que tuvieron los hombres y mujeres «corrientes» en el sostenimiento de la dictadura franquista. Al tiempo, pretende revalorizar la capacidad de agencia que lograron preservar en aquel contexto altamente opresivo y hostil. Entre estos individuos estuvieron las mujeres, los jóvenes, los trabajadores agrarios o los vendedores ambulantes, que aparecen en las siguientes páginas como sujetos con voz propia que, pese a vivir parcialmente encorsetados, tomaron las riendas de sus vidas cotidianas. No obstante, esta atención especial a los grupos ordinarios y marginales, que constituían el grueso de la población, no es óbice para que ampliemos nuestras miras a toda la comunidad, sin ignorar a las élites locales. Además, a la hora de aplicar la metodología propia de la historia de la vida cotidiana toma en consideración la clase social, el entorno familiar, el sexo o la edad de estas personas como factores configuradores de sus múltiples y plurales experiencias cotidianas.
En quinto lugar, los temas por los que se han interesado los historiadores de lo cotidiano han sido de una gran riqueza y diversidad. En el caso de los estudiosos de las dictaduras europeas del siglo XX que han aplicado los presupuestos teóricos de la Alltagsgeschichte, uno de los predilectos ha sido el de las actitudes sociopolíticas de la población. Esta cuestión aparece estrechamente vinculada al estudio de la cotidianeidad, al abrir la posibilidad de recuperar las variadas formas en que los hombres y mujeres que vivieron en dictadura experimentaron este sistema político. En otras palabras, abre al historiador la posibilidad de conocer la dictadura «realmente» vivida por la gente de a pie. Este libro se inserta en esta línea temática, englobando tanto los sentimientos de aquiescencia y conformidad que suscitaron las políticas más magnánimas del régimen franquista, como las prácticas de resistencia cotidiana protagonizadas por los disidentes o disconformes.
Sexto, la historia de la vida cotidiana resulta especialmente valiosa cuando se aplica a pequeñas escalas de análisis. Es por ello que aquí se asume la perspectiva de la historia desde lo local, un enfoque que emergió al calor del llamado «giro local» de principios de la década de los noventa ante la necesidad de descentralizar la historia dando mayor protagonismo al marco local, el ámbito de gestión más inmediato y en el que empiezan a construirse las identidades individuales, que no podía continuar siendo un mero reflejo de lo global.43 La adopción de este prisma permite hacer aportaciones de relevancia al conocimiento general sobre el franquismo: corroborar, desmentir o formular nuevas hipótesis de trabajo.44
Su aplicación resulta altamente pertinente para esta investigación por varias razones. En primer lugar, porque el microanálisis o «reducción de la escala de observación de los objetos con el fin de revelar la densa red de relaciones que configuraron la acción humana» ofrece la posibilidad de ampliar el zoom para captar la pluralidad y las sutilezas de las actitudes, comportamientos y percepciones de la «gente corriente», haciendo hincapié en lo social, lo cotidiano y lo cultural. Aunque presenta estrechas conexiones con la microhistoria, con la que comparte el interés por la «descripción densa», la historia desde lo local pone el foco en toda la comunidad, en lugar de tender a centrarse en un único individuo. En segundo lugar, porque introduce en el análisis «lo periférico, lo marginal, lo descentrado», que es precisamente donde se pone el acento. En tercer lugar, porque permite conocer y reconstruir con mayor nivel de profundidad el contexto espacial en que vivieron los sujetos históricos que analizamos.45 Finalmente, contribuye a revalorizar el a menudo olvidado mundo rural y a minar algunos de los tópicos que siguen pesando sobre él.
Ahora bien, no se trata de hacer historia local de un lugar, con lo que se correría el riesgo de caer en el localismo que tan solo resulta de interés para los nativos, sino de responder a preguntas historiográficas de interés general desde lo local. Para ello conviene mantener un equilibrio con las escalas regional, nacional e internacional mediante el recurso a análisis multiescalares que nos impidan perder la perspectiva. Se trata de casar lo micro o particular con lo macro o general de forma que podamos comparar los diferentes, similares o idénticos ritmos evolutivos, así como confirmar o desmentir procesos y tendencias generales. Este libro es, por lo tanto, una historia desde lo local que recurre a diversos casos como pretexto para analizar cuestiones de relevancia historiográfica.