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El sistema postural, gracias a sus exteroceptores, propioceptores e interoceptores, más la información de las emociones y sentimientos en relación con el entorno, nos proporciona información con respecto al suelo y arraigo desde la percepción plantar; a partir de ello se estructura el pilar fundamental de la verticalidad y el sentido de la misma, que redundaría en un mayor sentido de pertenencia y autoafirmación, necesarias para cualquier proceso o proyecto de la persona.
Los ojos nos relacionan con el entorno a través de aspectos visuales y de los ligados a los aspectos táctiles y simbólicos implicados en la mirada; el captor ocular también nos ayuda a energizarnos con la captación fotónica y a dotar del tono muscular adecuado a la postura, con su información continua a la epífisis, secretora de melatonina, que actúa también sobre el tono, la dopamina y otros neurotransmisores.
Junto a las informaciones de la piel, todo ello actuará sobre otras estructuras, de las que depende, desde un aspecto más físico y energético, la cascada de neurotransmisores necesarios en las diferentes relaciones y que se condicionan siguiendo unos ciclos circadianos.
El resultado final de esa captación sensorial masiva es que, una vez procesada su información, se genera como salida del sistema, un tono de base para el equilibrio y posicionamiento con respecto al ego centrado y el entorno perceptivo global que se produce a cada instante y, a su vez, si todo funciona bien, un aprendizaje, motor, cognitivo y emocional con una cierta independencia de la edad; aunque, por lógica, la infancia y preadolescencia serían claves. Y todo lo citado es información manipulable sobre la piel.
Todo el conjunto de entradas y salidas es regulado de forma permanente dentro de este sistema de biofeedback que sigue en algunos de sus aspectos claves, una regulación de tipo no lineal.
El tono de base, con sus automatismos reflejos, sincinesias musculares y las reacciones que se producen en el organismo, es condicionante para que el sistema postural resulte, si lo definimos así, un sistema oscilatorio.
Y esto, que podemos medir y comparar con datos muy precisos provenientes del estudio mediante una plataforma de estabilometría, nos da unas curvas e índices con parámetros numéricos de las diferentes pruebas que, tienen una normalidad fisiológica y unas alteraciones que podemos comparar en su evolución o involución con sucesivas mediciones, que debieran realizarse tras los diferentes tratamientos.
Todo lo que he citado se realiza con un sistema científico y fiable en la evaluación y análisis del sistema postural y su equilibrio.
El hecho de conocer bien el sistema nos ayuda a entender que si de alguna forma conseguimos manipular las entradas adecuadas, a partir de las informaciones que condicionemos con la terapia en estos captores, el cambio que se produce seguirá los criterios que rigen los sistemas de tipo caótico. Estas estimulaciones que podemos realizar a diferentes niveles de sensibilidad y en diferentes zonas, cuando sean procesadas en el interior del sistema, tendrán en correspondencia a las mismas unas respuestas, también a diferentes niveles, relacionadas con el tipo de estímulo que las generó.
Dada esta realidad de la postura integrada, parece que es necesario conocer y aplicar los estímulos de la forma más sutil posible, sobre todo para los niveles más perceptivos o emocionales. Esto se puede conseguir siguiendo la metodología aceptada por la ciencia, que rigen los sistemas de este tipo y las diferentes informaciones que podemos aplicar, en este caso sobre la piel, en la que con estímulos muy pequeños, podemos condicionar cambios importantes en todo un sistema, que en nuestro caso sería el sistema posturo-emocional.
Es decir, y reiterándonos, dada la importancia de este preámbulo y bajo esta óptica, no se necesita que haya una relación de proporcionalidad estímulo-respuesta, ni estímulo en un lugar concreto, ni respuesta de ese mismo órgano o tejido; en este caso, la respuesta es global y puede acontecer en tejidos diana, lejanos y diferentes al que recibió el estímulo inicial. Es un patrón de funcionamiento no contemplado en los estímulos que describen los sistemas clásicos.
Basándonos en ello y utilizando los diferentes niveles de sensibilidad que se dan dentro de los diferentes tejidos y personas, manipularemos los diferentes captores y sus sensores a nivel muy individualizado, y teniendo en cuenta todas las peculiaridades posibles. Y daremos una información muy pequeña y precisa, ya sea sobre los baropresores plantares, los sensores propioceptivos, los exteroceptores epidérmicos etc. Para hacerlo establecemos el nivel donde está el problema; el nivel en el que aplicaremos estímulos posturales en zonas muy concretas de los tejidos que ya están cartografiadas a nivel somatotópico y que además adaptamos a la cartografía intrínseca de la persona concreta, ya que podemos, de forma previa mediante maniobras y test neuromusculares, obtener información previsible y concreta de lo que sucederá. Toda esta criba nos permite cierta precisión; luego siempre surge la variable de lo adecuado del gesto terapéutico para dar la información, variable compleja y difícil de explicar, pero que yo creo que es una de las claves.
Veamos de nuevo: si la respuesta a los test o maniobras (por ejemplo, hablando de la exterocepción epidérmica epicrítica) es la esperada y nos sugiere que en ese captor hay un problema, requerirá de una búsqueda y de la aplicación en el lugar diana de pequeños estímulos, propios para cada especialidad, que están estudiados y diseñados, tanto en su aplicación práctica como también en su sistematización cartográfica; aunque siempre hay que individualizarla, dado que solo son guías útiles de lo frecuente.
Para acabar, el nivel y tipo de información corresponderán al umbral de sensibilidad que requieren dichas zonas para que se produzca un estímulo respuesta adecuado, y sabiendo que en algunas personas no habrá respuesta, porque su situación o problema no lo permite o porque se trata de una entidad patológica que podemos llamar irreversible (desde nuestros conocimientos o métodos, diseñados más bien para alteraciones funcionales).
Este estímulo que ascenderá a través del sistema extrapiramidal y puede ser también piramidal, tendrá una respuesta de forma descendente por las fibras musculares rojas, que son tónico-posturales, que condicionarán, cambios posturales y de tono.
Estos se mantienen mientras el estímulo actúe o tenga latencia la información, o bien tengamos el recurso para el componente tono-emocional; una vez informado y con la respuesta correspondiente, se puede cambiar en permanencia el posicionamiento.
Después de un tiempo, el sistema, entendiendo que dicho cambio forma parte de él mismo (de su esquema corporal y tónico emocional), lo acaba integrando en forma de nuevos esquemas corporales, que serán engramados en las áreas somatotópicas del sistema cortical, subcortical, emocional y postural, uniendo dichas informaciones a los engramas de base ya preprogramados.
Con estos cambios, para la postura y posicionamiento se produce lo que denominamos remediación postural global; es decir, si lo entendemos en su aspecto interrelacionar, hay un cambio de información que permanecerá grabado en la persona desde una nueva reintegración de motivos posicionales, tonales, actitudinales, emocionales y de relación con el entorno sensorial, o consigo misma, desde la nueva postura corporal engramada (no sirve solo teatralizarla, el actor no es el personaje real, aunque puede llegar a emularlo).
Es por todo lo citado que, de todos los captores, en psicoterapia, vamos a escoger la piel y vamos a trabajar sobre ella con un sistema terapéutico informacional, considerándola en todos sus niveles y relaciones. Tratemos de entender, según lo expuesto, algo más el sistema, aunque al final, como casi todo, además de las teorías necesitamos de una práctica y una experienciación de estos nuevos aspectos. La propuesta no solo viene dada por la práctica, que, definitiva aunque sutil, es una técnica más; lo importante es el cambio que podamos hacer a través de la lectura y reflexión de un gesto terapéutico propio de la propuesta que creo que es bueno aprehender, en sus aspectos empáticos y de desarrollo, de una mano conocedora de tactos y umbrales desde sus propias experiencias. Todo ello me parece relevante para el conocimiento de la intimidad del ser.
Por necesidades de guion, como se suele decir, lo vamos a realizar en este formato transitando desde lo más pragmático a lo ensayístico, e incluso espiritual, que no religioso (aunque creo que, de esta palabra, a veces olvidamos el significado etimológico de religare y le dejamos poco más que la ligazón al dogma, que a algunos pone los pelos de punta; le dedico estas líneas porque siempre andamos justificando la distinción, ¡por qué será!).
Pues bien, como decía, para realizarlo en este marco propuesto vamos a ir describiendo los diferentes roles de la piel que nos interesan, desde su consideración como auténtico subsistema dentro de la estructura postural más clásica, que vamos a integrar a otros roles y tejidos que pasan a constituir en su peculiar conjunto lo que podemos denominar espesor del cuerpo, pero en este caso denominaremos postura corporal y hábitus perceptivo.
Creo es apropiado hacer una redundante aclaración: cuando hablo de postura no estoy hablando de una posición del cuerpo estática, todo lo contrario, estoy hablando de un cuerpo que, como veremos, oscila de forma continua, y lo hace en una expresión acorde al tono y la emoción que necesitamos cuando estamos parados o en movimiento; es como flujo continuo, o más bien podemos hablar de un constante posicionamiento delante de Imaginemos un instrumento de cuerda, como una guitarra, está afinada a un frecuencial, en teoría siempre debiera ser el mismo, pero el tono del músico marcará su sonoridad y armonía; podemos tocar en casa cuando estamos tristes y apáticos, delante del público queriendo transmitir algo o con unas cuerdas que de gastadas mantienen con dificultad el frecuencial por más que nos empeñemos, todo ello cambiará la resultante oscilatoria del músico, de los que escuchan y del propio instrumento que vibra (espero que esta aclaración sea útil a lo largo del texto).
De todos los diferentes imaginarios corporales que podamos elaborar, la piel es la cobertura de cualquiera de ellos; tanto a nivel histológico, considerándola una densificación en superficie de lo que acabamos de llamar espesor del cuerpo, o de forma un tanto más grosera, de la masa corporal, el espesor de lo carnal. El tema del espesor es interesante, pero aquí vamos a presentarla como una sutil cobertura de un contínuum sin límites, que aúna todo lo interactivo del cuerpo humano con un universo infinito de relaciones en el que se fusionan los límites de sujeto y objeto cuando los sacamos de una visión dualista.
Por tanto, la vamos a considerar, a la vez que superficie, profundidad, cobertura y apertura, y de ello haremos un intento explicativo que nos incite a la reflexión, y así poder entrever las enormes posibilidades que tiene en psicoterapia su conocimiento unido al de las percepciones y cogniciones, y la potencia de su acción terapéutica desde unas intervenciones mínimas, exentas de riesgo alguno si somos cuidadosos, y que además tienen posibilidades de interacción con muchos de los modelos terapéuticos que ya utilizamos.
Para insistir en su interés, baste ya desde el inicio, recordar su maduración embrionaria común con el SNC a partir de la capa ectodérmica (lo profundo y superficial unidos en su génesis). Por tanto, vamos a considerarla como un auténtico órgano receptor, que reúne (para no ser dualistas) toda la persona.
La piel aparece de forma prematura en las etapas de maduración fetal, y conserva la impronta de todo lo que acontece en dicho proceso de desarrollo prenatal y postnatal; en un principio asociada a su contacto con un medio acuoso, cálido y, hasta cierto punto, ingrávido, que conforma un espacio ideal, filtro cuidadoso del displacer (aunque no siempre lo consigue), es una representación física y simbólica de lo acogedor. En definitiva, un paraíso del que saldrá después de nueve meses y de forma un tanto brusca por la naturalidad un tanto violenta y agitada, primero del tránsito por el canal del parto y después de la expulsión, que marca la salida de un paraíso para, a lo mejor, entrar en otro, o para transitar el sufrimiento. En todo caso, el tránsito físico es difícil en humanos, por muchos factores alrededor del propio parto, y también por el tipo de pelvis femenina y los cambios que sufrió por el bipedismo.
La piel va a ser la receptora de miles de sensaciones de todo tipo; por tanto, ya desde el nacimiento, las informaciones agridulces de un cambiante ecosistema envolvente van a ir formateando sus improntas, algunas de la cuales son de posibles orígenes transgeneracionales.
Podemos considerarla también como la cubertura de resonancia de la intimidad del pequeño personaje que se va gestando en su interior. La piel, en apariencia frágil, engramará estos pequeños o grandes traumas de la vida intrauterina, extrauterina y del propio parto, también y por fortuna aspectos perceptuales felices ligados a estos momentos.
Todo ello acontece en paralelo al crecimiento y al complejo desarrollo de un yo, un ego y unas estructuras de personalidad que se van a ver sesgadas desde el obligado proceso de enculturación del niño en un entorno y sociedad determinados; con muchos aspectos que afectarán la propia estructura carácter de la persona y, como no podía ser de otra forma, en la progresión natural propia del niño y futuro adulto todo se irá reflejando en su postura y la cobertura global del todo personal: su propia piel, que de forma sutil lo llevará escrito de forma atemporal; pero recordemos que lo transcendente es que nosotros podemos ayudar a la persona en la lectura de su propia piel, desde unos nuevos recursos que conecten con su homeostasis reguladora. La grabación será la misma, la podremos seguir viendo, pero ahora solo si queremos, porque ya no aparece el dolor ligado a su escenificación.
Lo cierto es que toda esta estructura resonante queda, en definitiva y de forma más o menos manifiesta, necesitada de los contactos y de las caricias, que en su inicio le fueron constantes. Carencias, posibles cicatrices e improntas cutáneas (las de las personas que de alguna forma no se han sentido amadas, las que han sido negadas, abandonadas, reprimidas) lesivos para la profundidad del ser y reflejados en la superficie cutánea.
Esas zonas de la superficie son las que hemos de reinformar, dándole así a la persona la posibilidad de que, mediatizada por la capacidad informacional de un tacto sutil, conecte con un cambio perceptivo que puede colaborar a la remediación* de sus conflictos, puede que con ayuda terapéutica para que sus asuntos traumáticos o inconclusos se puedan solucionar.
El hecho de cambiar desde lo perceptivo, sin juicios pero con consciencia, será aquello que en lo posible nos deje vivenciar la realidad sin más, en el continuo del ahora fluyente.
De nuevo, consciente de la repetición de ideas y pequeños resúmenes, a modo de metáfora, podemos decir que la piel es un pergamino vivo, de una historia que nace de forma cronológica antes que el propio individuo, en los prolegómenos de un guion transpersonal ancestral tintado de matices del inconsciente colectivo, al que se irán añadiendo capítulos de su propia vida y percepciones de la realidad, todo reflejado en la piel. Conformando en conjunto un guion complejo que se va reactualizando y que se inició, como un contínuum de consciencia que, de alguna forma, se enganchó de manera sutil, como una memoria, de encaje apropiado para la evolución de esa persona en concreto, con las grandes incógnitas que todo lo transpersonal supone.
Lo cierto es que solo sabemos que acaba en un epitafio que con frecuencia queda lejos del genuino propósito que la persona intentó durante su vida. Recuerdo, a propósito del tema, las palabras directas de un lama que nos decía como ejemplo gráfico y expresivo: «una bola de billar recibe el impacto de otra, con ello su vibración y su energía penetran en su interior, mientras sigue una trayectoria propia por un tiempo, luego irá chocando con otras o se perderá en un espacio vacío».
Pero todo ello, no es como un destino inexorable, aunque tenga asociados más aspectos kármicos* (utilizando un término sánscrito menos reduccionista) que destino. Suele ser más bien como un camino sinuoso, que puede realizarse de muchas formas, con aprendizajes vitales y variantes accesorias individuales de crecimiento personal y avance, o sufriendo y aislándonos, no ya del mundo, sino de nuestro ser real y auténtico, y nuestras experiencias, en las que todo parece aunarse.
Volviendo a la piel, con la habilidad y la conexión perceptiva se conformará la clave de acceso y lectura a la persona; como comentamos antes, lo hará por zonas y con unas jerarquías de disposición en torno a su importancia en la trama de emociones y sentimientos, que en ella misma podremos concretar; vendrán dadas desde las percepciones, cogniciones y sentimientos de la persona, unidas por vías de comunicación comunes, tanto neurales, como humorales, energéticas, etc.
Todo ello se une en la globalidad corporal en la esfera de los líquidos intersticiales y de las diferentes fibras de colágeno y, en definitiva, de una comunicación continua fluídica, bioeléctrica, bioquímica, fotónica y otras. Estos aspectos en realidad no pueden dividirse y están en resonancia con el exterior envolvente y el propio cuerpo; no hay dualidad, ni centro ni periferia que puedan separarse. Al no ser aspectos divididos, lo que se manifiesta es toda una orquesta, con una miríada de instrumentos, es una polifonía conjuntada de sentidos, sentimientos y cuerpo, en la que a veces, cuando también se produce ese nexo empático y no dual (persona-terapeuta y persona-paciente), se oye un sonido que creo que es universal, algo parecido a un silencio, o a un perfume indefinido, o a la vibración de un gran espacio vacío, no hay concepto.
Me arriesgo a cualquier cosa que piensen, así lo noto, solo a ratos; pero se parece mucho a lo que me explicaron algunos maestros y a lo que a ellos le relataban los suyos. Aunque, lo más relevante en el tema que nos lleva es que la piel de la persona es un fractal de todo ello y se convierte en una estructura de resonancia de una puerta sin puerta, que durante esos instantes nos ayuda a dar un paso, o a tener un profundo inside de lo que es.
Podemos añadir el hecho de que en el guion individual y en las páginas conjuntas con el guion colectivo humano, todo queda grabado, pero todo tiene una posibilidad de remediación.
Si consideramos nuestra superficie corporal como portal y espejo a la vez, con multiplicidad de interrelaciones, y tenemos en cuenta las nuevas teorías biofísicas, bien podría ser que en una cierta indefinición, esta, la piel, fuera solo un espejismo creado en una artificiosidad conceptualizada por muchos de nuestros esquemas mentales, necesitados de colocar coberturas a la angustia generada al querer delimitar mundos, en principio sin límites, en lugar de contemplarlos sin tener que hacer nada al respecto.
Y es este «no tener que hacer nada» un aspecto esencial de la práctica. En general, a los profesionales de la salud siempre nos inculcaron que hay que hacer algo más. Es como un sueño, lo contemplas, pero no haces nada, y sucede lo que ha de suceder; no hay momento más propicio para parafrasear a Calderón de la Barca, todo un clásico: «La vida es un sueño y los sueños, sueños son».
Parece interesante mirar espacios vacíos, como el cuerpo humano, pues aunque este pese 90 kilos, desde un punto de vista cuántico, es vacío en su relatividad, sin tener que describir mucho más; cito a Heisemberg: «Así el mundo aparece como un complicado tejido de acontecimientos, en el que conexiones de distinta índole se alternan, superponen o combinan, determinando así la textura de un conjunto».
Como se suele decir, la cita va como anillo al dedo. A pesar de estas observaciones de gran calado —que parecemos olvidar, ya que, por el contrario, hemos querido llenar y encorsetar desde nuestro imaginario cultural unas ideas erróneas respecto a lo corporal—, no hemos tenido en cuenta desde su rígido constructo, su densificación relativa; puede que para publicar densos libros de anatomía y fisiología, y así, del mismo modo, poder asegurar la frontera sólida de un yo y el otro, desde los cánones de normalidad o patología, ya sea desde una psicología, una medicina o una farmacología, hegemónicas y corporativistas, que hacen que «todo lo demás» esté condenado a pulular in eternum alrededor de su órbita para no encontrar nunca un espacio en el que ubicarse.
Esto es crítico, pero, como iremos viendo, no le quita el espacio a nadie ni a nada; pues pienso que el espacio no es de nadie en concreto, y debe ser transitado dentro de un cierto orden por todo lo que en él participa.
Tal vez lo hemos querido hacer demasiado académico; eso sí, ahora cada cual le pone las denominaciones a los tejidos, células y funcionalismos según convenga a sus intereses partidistas de una determinada taxonomía o farmacología, y clasifica según su especialidad desmenuzando aún más un constructo herido y disfuncional, que nos lleva a todos a grandes reduccionismos (del mínimo detalle), en los que la persona se pierde, y queda solo una mandíbula, un pie o un hígado, y unas cuantas moléculas nocivas precursoras de una cadena de, que están a años luz de la relación de globalidad.
Creamos una especie de escenario de Babel y olvidamos el holograma vivo que somos los humanos; para que algunos, en aras de una ciencia con una geometría rígida basada en la evidencia que surge de una manifiesta ignorancia de la interdependencia de los fenómenos, confundan las diferentes lenguas y encarcelen —porque ya no se puede quemar por herejía—, las tímidas intentonas de cambio.
Pudiera ser ahora el momento en que nos dejáramos invadir por la fuerza de las palabras basada en una ciencia de lo humano, que necesitamos con urgencia. Esto no niega nada, ni quema nada, hay pilares fundamentales (de la ciencia basada en evidencias) que son necesarios; pero el edificio tiende a ser más alto, podríamos revisar la materia y consistencia del pilar y basarla en otras evidencias, poniendo a la persona en primer lugar, no la enfermedad o la molécula.
De todo ello surge la idea de presentar la piel humana de otra forma; pretendo construir nuevos escenarios donde, como umbral, frontera o paso, la narrativa personalizada, trocitos diferentes de ciencia y formas muy diferentes de praxis terapéutica se den la mano.
Es posible que, incluso así, también sesguemos la piel desde nuestros atávicos miedos o desde algunos excesos que creemos holísticos pero que creo tienen la intención profunda de facilitar, si ese es nuestro deseo. Reflexionemos sobre el hecho actualizado de lo fronterizo o liminal —o tan solo diferente—; aprendamos que es posible una lectura alternativa que nos permite percibir las claves para cruzar la frontera. Es como un rito de paso desde un nuevo imaginario; puede que así podremos verla desde un amplio análisis, como un abanico que se va desplegando, pleno de posibilidades terapéuticas y de aprendizajes vitales, y no solo en los aspectos científicos (al menos no solo en los más caducos y restrictivos).
Un gran paso sería mirar, más bien, desde una vertiente antropológica y postural humanista, porque nos dará una perspectiva émica de observar y reflexionar sobre lo que acontece en la narración para luego experimentarla, vivenciarla, aprender de sus rutas, y comprobar si desde las peculiaridades de cada especialista funcionan los tratamientos.
Escapemos de la tentación de todo tipo de análisis ético, intentemos a conciencia que todo sea sin prejuicios y conceptualizaciones, y llevemos la intimidad al contacto con su propio límite «sin límite» hacia la exterioridad, reflejo de la profundidad.
Mezclándose al final con el espesor del cuerpo, la piel será la cobertura de un constructo, el constructo de lo humano, que siempre queremos reducir en fórmulas no holísticas.
En todo el discurso, entre otros muchos aspectos, tal vez haya el cansancio de mis ojos de profesional académico; entrenado y enculturado desde joven en la más estricta ortodoxia de la ciencia, con la que he aprendido a ver cuerpos, y a describir sus morfologías y anomalías para tipificarlos y establecer un protocolo de tratamientos. Para tocarlos hay que usar siempre guantes metodológicos y asépticos de la ciencia, y examinarlos desde los filtros ópticos al uso; una pulcritud médica que nos aleja sobremanera de la persona.






