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Para un texto digital, una página es, simple y llanamente, una codificación definida por su sintaxis. Dicho de otro modo, una representación operada algorítmicamente.
Lo anterior significa que lo que llamamos páginas en los textos digitales, su segmentación para adecuarse a una pantalla, es una operación computacional que puede variar no sólo según el dispositivo o la pantalla en la que el texto debe ser desplegado, sino incluso dentro de un mismo dispositivo y una misma pantalla en función del software que utilice, de si sostiene el equipo de manera horizontal o vertical, o de si el usuario modifica el tamaño de letra u alguna otra característica de configuración. La naturaleza de los textos digitales hace que el libro electrónico no pueda definirse con base en el criterio del número de páginas necesarias para conformar un volumen o un cuerpo. Más que desaparecer, con el texto digital la página se torna un término relativo. En un dispositivo de lectura como el Kindle, por ejemplo, el avance de la lectura no se expresa siempre al indicar la página sino de acuerdo con el porcentaje de avance respecto del total. En cuanto esto ocurre, es evidente que la definición tradicional de libro, dependiente todavía de su concepción material y ligada a la idea de página, no es ya la más adecuada para definir lo que es un libro en la era del libro electrónico.
La definición de libro a la que recurrimos al principio de este capítulo, “Obra con extensión suficiente para formar volumen, que puede aparecer impresa o en otro soporte”, no da cuenta de la transformación que supone el libro electrónico, pues insiste en la definición por extensión cuando ésta, en el texto digital, es por completo relativa.
¿De qué otra manera puede definirse el libro para que pueda comprenderse no únicamente como lo ha sido a lo largo de la historia, sino también a partir de la transformación por la que transita? ¿Una definición que, sin apelar a la extensión física, describa al libro tanto en su condición de texto como en su relación con los sucesivos soportes en los que aparece?
La versión francesa de la Wikipedia ofrece la siguiente definición del libro, luego de enumerar diversas definiciones históricas: “El libro es un objeto técnico que prolonga las capacidades humanas de comunicación más allá del espacio y del tiempo. Permite comunicar el sentido de acuerdo con una forma material particular”.14 Lo interesante de esta aproximación al libro es que lo comprende como una función a la que queda subordinada la forma material con la que se alcanza; es decir, el libro como un constructo humano hecho con una finalidad específica (comunicar más allá del espacio y el tiempo), para lo cual echa mano de un soporte material que primero fue el códice, después el volumen y luego el formato electrónico. Es una función similar a la que en el ya lejano 1984 se refería Umberto Eco para defender la permanencia del libro ante la emergencia de las computadoras: “Los libros seguirán siendo indispensables no sólo para la literatura sino para cualquier circunstancia en la que uno deba leer con atención, no sólo recibir información sino también especular y reflexionar sobre ella”.15
Aunque la afirmación de Eco se produce décadas antes de que aparezca el primer dispositivo de lectura de libros electrónicos, la idea de que los libros tienen una función —y posibilitan un modo de lectura con ese propósito— coincide con la idea del libro como objeto técnico. Una obra humana hecha con fines específicos que cumple —y puede seguir cumpliendo— una función a través de distintas formas materiales. De la misma manera que un reloj, que continúa dando la hora, ya sea de manera análoga o digital, el libro es un artefacto que seguirá comunicando, dando sustento a la literatura, a la lectura informativa y reflexiva, en formato material o digital.
No es nuestro objetivo establecer una definición definitiva de libro. Sabemos que ésta cambiará de manera muy rápida, en la medida en que se popularice el consumo de libros electrónicos y se desarrolle una cultura alrededor de ellos, redefiniendo la relación de estos nuevos libros con los libros impresos, y la de ésos con los primeros. Sin embargo, para los fines de nuestra discusión, podemos adoptar como definición incompleta de libro la última que enunciamos, aquella que lo define como objeto técnico, como producto humano desarrollado con fines específicos de comunicación textual, más allá del tiempo y el espacio, para lo cual adopta distintas formas materiales. Sabemos que esta definición atiende a una parte de lo que es un libro, incluso como artefacto, al reducirlo a su funcionalidad comunicativa. Tiene la ventaja, primaria para nosotros, de separarlo de su condición material sin limitarlo al texto. Esto es fundamental porque en la comprensión del libro electrónico, como de cualquier libro, es preciso dar cuenta tanto de su condición textual como de la relación del texto con su transmisión material, que en el caso del ebook será objeto también de análisis.
Nos parece que definir el libro a partir de su función, en lugar de hacerlo en relación con el texto (que como vimos se comprende de otra forma cuando es digital) o con su condición material (que también se altera), permite mostrar, siguiendo el paralelismo con el reloj digital, que el cambio en la materialidad y, en consecuencia, en todo aquello que se modifica a partir de ésta: la lectura, la comercialización, la cultura crítica, las formas de preservación, etcétera, no implican una supresión del libro como tal sino una transformación en la manera de cumplir su función; es decir, no se trata de la desaparición de la cultura del libro ni de la tradición textual en la que nos hemos formado. Por el contrario, se trataría más bien de su expansión, de alcanzar horizontes que la materialidad del libro y la concepción material del libro impiden.
Con el reloj digital el tiempo no cambió. Todavía hoy hacemos citas a las seis de la tarde, a las cuales llegamos puntuales gracias a un reloj digital o a uno analógico. Sin embargo, hay procesos de altísima precisión que serían imposibles sin un reloj digital, desde las mediciones de los actuales récords olímpicos hasta los viajes a la Luna o los numerosos procesos industriales que deben ser controlados con dispositivos de tiempo extraordinariamente exactos.
Los libros electrónicos, en todos sus formatos y posibilidades, son parte de un nuevo umbral para la cultura. Forman parte de una nueva era de la cultura textual aun en formación que, como la abierta por los relojes de alta precisión, permite avizorar modos de lectura, crítica y conocimiento mucho más sofisticados y complejos que los actuales.
Pero, ¿qué es, en realidad, un libro electrónico?
Hasta aquí abordamos en términos generales lo que es un libro. Enfrentemos ahora el reto de hablar del libro electrónico y de una posible definición del mismo con todos los problemas y complicaciones que conlleva esta tarea. Comencemos, pues, por la más obvia de todas estas complicaciones: la amplitud y la ambigüedad del término mismo de libro electrónico.
La verdad es que podríamos comprender por “libro electrónico”, de un modo absolutamente llano, todo archivo electrónico que represente un libro. Eso significa que tal nombre puede dársele lo mismo a un archivo PDF (Portable Document Format), un archivo .doc, una colección de archivos de imagen JPG en que aparezcan las páginas de un libro, páginas HTML (HyperText Markup Language) o XML (eXtensible Markup Languajes) en que se haya transcrito un libro, al igual que los archivos ePub que utilizan la mayoría de los lectores de libros electrónicos, el archivo azw que utiliza Amazon y sus lectores, o los archivos mobi que pueden leerse en varios dispositivos, incluido Kindle, hasta los libros que constituyen una app (abreviatura de application software), diseñados y desarrollados para ensanchar la experiencia de la lectura sobre todo en tabletas o teléfonos celulares.
Si bien todos esos formatos pueden ser considerados en general libros electrónicos, existe la tendencia a reservar el término para aquellos archivos ideados con el fin de representar libros dentro de un dispositivo electrónico de lectura. Al respecto, se suele asumir que hay una relación entre la existencia del dispositivo de lectura y la aparición del libro electrónico pues, como veremos después con más detenimiento, es hasta que convergen una serie de factores —cierto tipo de lector, una amplia gama de oferta digital y la facilidad de adquirir los libros por internet— que se popularizó la noción de libro electrónico.
Pero tal restricción es ciertamente frágil, como casi todo en el mundo digital. Hoy un libro electrónico en cualquiera de los formatos que utilizan los lectores, por ejemplo el ePub, puede leerse también en una computadora, para las que ya se desarrollaron aplicaciones con ese fin, y ocurre hoy asimismo que la mayoría de los otros formatos electrónicos mencionados, como PDF o Word, además se pueden leer en casi todos los dispositivos electrónicos de lectura. De modo que la restricción es más una convención heredada de ciertas limitaciones tecnológicas del pasado que el producto de una limitación actual.
Como vemos, la facilidad con la que se convierten los archivos electrónicos a otros formatos dificulta establecer con claridad a cuáles de ellos corresponde lo que llamamos —o deberíamos llamar— libros electrónicos. No obstante, debemos establecer alguna delimitación para avanzar en la comprensión de lo que es —y quizás en un tiempo llegará a ser plenamente— un libro electrónico. Por eso es apropiado restringir la idea de libro electrónico al grupo de archivos ePub, azw, mobi y otros más diseñados para los dispositivos de lectura, así como a los libros en formato app —que no son tan populares pero que ofrecen una solución a cierto tipo de libros, como los infantiles—, en razón de, al menos, tres grandes aspectos: la experiencia de la lectura, la composición de los archivos y la protección de los derechos de autor.
La primera de todas estas razones es quizá la menos sencilla de expresar objetivamente, pues ¿de qué hablamos al referirnos a experiencia de lectura?
Para poder leer en un dispositivo electrónico de lectura (el libro en papel es un dispositivo de lectura) se requieren como mínimo tres elementos: el dispositivo mismo, el software de lectura y el archivo a leer. La conjunción de estos tres elementos produce una experiencia de lectura específica, que es diferente si utilizamos otro dispositivo, otro software u otro archivo. Por ejemplo, un archivo .doc leído a través de Word, como normalmente se hace en la pantalla de una computadora, produce una cierta experiencia de lectura que se orienta más a la escritura que a la lectura como tal (está pensada y planeada para eso). Cuando intentamos orientarlo más a la lectura, es necesario convertir el archivo .doc en un archivo más apropiado para la lectura o bien transformar la representación del documento en la pantalla para hacerlo más legible. Lo mismo pasa con los pdf. Aunque pueden leerse en casi todos los dispositivos de lectura, la experiencia es distinta y sobre todo limitada en relación con otros formatos. Al ser archivos que en sus comienzos representaban el texto como imagen, su adaptabilidad al texto para la lectura en pantalla tiene complicaciones: por ejemplo, no siempre puede incrementarse el tamaño de la letra sin que a su vez se modifique el de la imagen, la estructura de la página no se adapta a la pantalla ya que es rígida, etcétera. Esto mismo es válido incluso para el formato PDF ePub que hoy se comercializa en distintas librerías virtuales, porque éste todavía privilegia mantener la estructura de la página como si fuera una imagen de una página de papel sobre la posibilidad de que la página se ajuste a la pantalla. En cuanto a los dispositivos, hay al menos dos grandes tipos: los que utilizan tinta electrónica, que son conocidos como e-readers, y los que usan una pantalla que arroja luz (pantallas de computadoras, tabletas y teléfonos celulares). Leer en un tipo de pantalla o en otro cambia por supuesto la manera en que se experimenta la lectura, debido a que afecta el tiempo en que nos extendemos leyendo, la comodidad o la dificultad para hacerlo, si lo hacemos en el día o en la noche, con la luz de la habitación prendida o apagada (los e-readers que emplean tinta electrónica no se pueden leer con la luz apagada, por ejemplo, pero las tabletas sí). Lo mismo pasa con el software: alguno permite hacer anotaciones, otro subrayar o pasar las páginas de un modo, por ejemplo arrastrando el dedo sobre la pantalla. En suma, la experiencia de la lectura es una combinación de factores que la aproximan o la alejan de la vivencia que tenemos al leer en papel.
Aunque no hay forma de describir por completo la experiencia de la lectura en papel como un estándar, es posible decir que ésta es el referente con el que comparamos la lectura digital. En términos de esa comparación es factible afirmar que un libro electrónico es un archivo electrónico que, leído mediante un dispositivo de lectura que maneja un cierto software, ofrece una experiencia de lectura semejante a la de un libro en papel. La semejanza comprende muchos aspectos vinculados con la forma ergonómica del dispositivo (pesa como un libro, por ejemplo), el modo en que se avanza sobre la lectura (como si pasáramos las páginas), lo que podemos hacer con el texto (subrayarlo), etcétera. Se entiende que esa experiencia nunca podrá ser idéntica, porque hay cualidades de los libros electrónicos que los libros en papel nunca podrán tener (aumentar o reducir el tamaño de la letra, por ejemplo), y viceversa, acomodarlo en un librero. Pero el punto es que a diferencia de los formatos para escritura y de las representaciones de la imagen de los libros, los archivos como el ePub o las app diseñadas para dispositivos de lectura ofrecen una experiencia que es más parecida a la lectura en papel. La combinación de los tres elementos: el dispositivo, el software y el archivo, propician que la lectura preserve buena parte de su naturaleza a pesar de volverse digital.
Aceptada esta idea, llamaremos libros electrónicos a aquellos formatos que ofrecen una experiencia de lectura más cercana a la del libro cuando se leen a través de un software en un dispositivo de lectura. Los más conocidos son PDF, ePub, DjVu, azw y mobi, entre muchos otros desarrollados en exclusiva por ciertas marcas, y las app diseñadas para texto sobre las que nos explayaremos más adelante.
Sin embargo, como señalamos antes, esta no es la única razón por la que reservamos el nombre de libro electrónico a tales archivos. Hay otras dos que ya enumeramos: la composición misma de los archivos y la protección de los derechos de autor.
Como suele ocurrir en el campo de la computación, muchos formatos compiten por consolidarse como el estándar de la industria. El caso de los libros electrónicos no es diferente. Por un lado hay empresas como Amazon con una estrategia de mercadotecnia que pasa por la comercialización de libros electrónicos en un formato propio que sólo leen sus propios lectores electrónicos, mientras que en las tiendas de las app se comercializan lectores que leen diversos tipos de archivos. En el marco de esta competencia, ha sido un formato abierto, el ePub, que estrictamente no es más que un conjunto de archivos contenido en un archivo de comprensión tipo ZIP, compuestos de un archivo XML con el texto, además de otros que contienen las instrucciones de despliegue del texto, la imagen de portada y poco más. Este formato, por su sencillez y facilidad de ser leído en distintos dispositivos y aplicaciones, poco a poco se ha convertido en el estándar de la industria. Hay algo más, por supuesto: dado que su raíz es XML, este tipo de formato, muy simple y fácil de resguardar, permite recobrar y procesar mejor —y no sólo para su lectura— los textos. En este sentido, es operativo en cuanto al despliegue de los libros y también para su preservación digital, un problema que se debe tomar en cuenta. Por último, y dada la importancia creciente que ha tenido la protección de los derechos de autor, tales archivos conforman también un estándar porque están protegidos con un dispositivo desarrollado ex profeso llamado DRM (Digital Rights Management), cuyo objetivo es impedir la duplicación parcial o total del libro por cualquier medio.
La batalla no ha terminado, pero con el arribo de las tabletas ha cambiado de dirección. La lucha ha dejado de centrarse en el formato del archivo para hacerlo en los beneficios adicionales que el lector puede obtener a través del software de lectura, como el respaldo de su biblioteca, la inclusión de diccionarios, la preservación de sus notas, la socialización de la lectura, etcétera.
Consideramos importante incluir bajo la denominación de libro electrónico las app de libros; es decir, las aplicaciones específicas para la lectura de un libro determinado que buscan enriquecer la lectura mediante la inclusión, en particular, de elementos multimedia, así como de procesos computacionales sobre el texto, como comparar versiones, interactuar con imágenes, etcétera. Lo hacemos por dos razones: primero, muchos de quienes imaginan el futuro del libro lo hacen en términos de formatos que “enriquezcan la lectura”, como hacen las app; segundo, éstas ya son una realidad editorial para cierto tipo de libros. Podemos encontrar, por ejemplo, ciertas app que son libros de cocina, los cuales incluyen, además del formato tradicional del texto de las recetas, videos que enseñan su elaboración, un convertidor automático de medidas o porciones, así como un buscador para encontrar recetas de acuerdo con los ingredientes que señalemos. Libros de texto como app pueden comprender además multimedia que ofrece una explicación visual de algún fenómeno o un simulador que pone a prueba los conocimientos adquiridos. En la literatura, las app tales como Blanco de Octavio Paz o iPoe, una colección ilustrada e interactiva de las obras de Poe, proporcionan a los lectores nuevas aproximaciones a obras clásicas al incorporar elementos que no existen en el impreso. Los libros para niños han aprovechado los aspectos visual e interactivo que proporcionan las app para ofrecer cuentos tradicionales en los cuales los lectores pueden desempeñar una parte activa durante la lectura del texto, en tanto interactúan con la interface y aportan a su desarrollo. Es posible argumentar incluso que estas app se encuentran en ocasiones en la frontera entre la narrativa textual y la narrativa de los videojuegos o gaming.
Tal vez las app, que hoy todavía incluimos entre los libros electrónicos, dejen de serlo al dar lugar a otros dispositivos culturales que hoy apenas intuimos o imaginamos.
El mundo del libro electrónico se encuentra inmerso en un proceso de transformación vertiginosa en todos sus aspectos: desde los formatos hasta los servicios. Por ello resulta casi imposible concluir, con plena certeza, que lo que hoy decimos que es un libro electrónico, ya sea por el formato o por la experiencia de la lectura, lo seguirá siendo en los años venideros. Incluso, como se constata con facilidad, aun con las restricciones que propusimos en este apartado, los ebooks, como en general el libro, enfrentan cada día nuevos problemas que requieren ser articulados y definidos. Con este reconocimiento de la incertidumbre en el mundo del libro, concluimos este capítulo para avanzar en su conocimiento.
1 Real Academia Española, Diccionario de la lengua española, 23ª ed., entrada “libro”.
2 Idem.
3 Emile Delavenay, Por el libro. La UNESCO y su programa, UNESCO, París, 1974, p. 9.
4 Real Academia Española, Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española, Diccionario Academia usual, lema “libro”, 1869.
5 Ibid., lema “cuerpo”.
6 Andrew Piper, The Book Was There: Reading in Electronic Times, Chicago/Londres, The University of Chicago Press, 2012, posición 794 (edición electrónica).
7 Christian Vandendorpe, Del papiro al hipertexto, trad. de Víctor Goldstein, México, FCE, 2003, p. 44.
8 Idem.
9 Ibid., pp. 44-45.
10 Ibid., pp. 45-46.
11 Ibid., p. 160.
12 Dino Buzzetti y Jerome McGann, Electronic Textual Editing, tei Consortium.
13 Idem.
14 Wikipedia, entrada “livre” [traducción de los autores].
15 Umberto Eco, Epílogo, en Geoffrey Nunberg (comp.), El futuro del libro. ¿Esto matará eso?, Paidós, Barcelona, 1998, p. 308.
BREVE HISTORIA DEL LIBRO ELECTRÓNICO
La historia del libro electrónico suele trazarse sobre dos líneas (en realidad son tres), que por lo general se confunden de la misma forma que el libro como objeto y el libro como texto, que se sobreponen. Se trata, por una parte, de la historia del libro electrónico de acuerdo con los dispositivos disponibles para su lectura, y por la otra, de la historia del libro electrónico como texto digital. Pero además hay una tercera: la historia del libro electrónico según el formato que se usa para codificar el texto digital, es decir, la del tipo de archivo electrónico que determina qué dispositivos pueden utilizarse para visualizar el libro, lo cual repercute tanto en las posibilidades de presentación del texto digital como en el dispositivo que se emplea para consultarlo.
Antecedentes del libro electrónico
La idea de que las máquinas podrían auxiliarnos tanto con procesos de cálculo como con el manejo y la recuperación de textos surgió en 1945, cuando Vannevar Bush publicó el artículo “As we may think”, en el que describe un aparato llamado Memex,16 el cual combinaba microfilm con un lector y pantallas para que el usuario almacenara libros, registros y otros documentos, así como para que creara y recuperara vínculos entre estos distintos objetos. El aparato tenía la capacidad —entre otras muy similares a las de un libro— de crear índices, hacer anotaciones y cambiar las páginas. Sin embargo, es difícil concebir la propuesta del Memex como un libro electrónico; más bien era un administrador de documentos. Bush nunca construyó el Memex pero sí creó un importante antecedente acerca de cómo el cómputo podía apoyar al ser humano en el manejo, la lectura, el estudio y la recuperación de textos.
Ese mismo año, en Italia, el padre Roberto Busa emprendió la tarea de realizar un índice de concordancias de las obras completas de santo Tomás. Las concordancias son de uso común en la lingüística: constituyen un listado de todas las palabras de un texto, sus frecuencias y el contexto en que aparece la palabra. Previo a la aparición de la computadora se realizaron muy pocas listas de concordancias para obras completas, debido al tiempo y el esfuerzo que demandaban. El padre Busa, con el apoyo de IBM, trasladó el texto completo de las obras de santo Tomás a tarjetas perforadas y se escribió un programa que elaborara las concordancias de forma automática. Para tener una idea de lo que esto implicaba entonces, se debe decir que se necesitó una vagoneta para transportar las tarjetas perforadas con todo el texto.17 En 1974 se publicaron los primeros tomos con el título Indice Thomisticus, que abarcaba más de once millones de palabras en latín medieval. Aunque la versión electrónica de las obras de santo Tomás no era el objetivo, la elaboración de las concordancias requería la codificación del texto para que pudiera ser procesado por una computadora. Éste es uno de los primeros ejemplos de las posibilidades que los textos electrónicos ofrecen en contraste con los impresos: la capacidad de diseñar e incluir herramientas que explotan las capacidades del cómputo para facilitar o realizar estudios adicionales sobre el texto.
A pesar de estos antecedentes, se considera que el Proyecto Gutenberg fue el productor inicial de libros electrónicos. Las primeras computadoras disponibles en los campus universitarios eran grandes aparatos que requerían varias horas para procesar o “computar” una serie de instrucciones que se introducían mediante tarjetas perforadas y que ya contaban con una pantalla para desplegar los datos del procesamiento. En 1971 a un joven estudiante de la Universidad de Illinois llamado Michael Hart se le asignaron algunas horas de uso de la computadora universitaria para trabajo de investigación.




